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l mundo me cayó encima como las heladas aguas del Ártico. No podía
respirar, pero estaba demasiado entumecida como para que me
importara.
Un tumor.
¿Por qué él? ¿Por qué nosotros? Él era mi mejor amigo, la luz brillante del sol
que iluminaba mi mundo. No podía imaginarme mi vida sin él.
—¿Señorita Maier?
Levanté la vista al doctor sentado frente a mí. Sus labios se estaban moviendo,
pero no podía encontrarles sentido a sus palabras. Agarré la mano de mi padre con
fuerza, temerosa de soltarla por siquiera un momento. Tragué las lágrimas que
querían escapar y pregunté con un temblor en mi voz:
—¿Es cáncer?
—Sin los resultados de la biopsia no puedo decirlo con certeza. —Cruzó sus
brazos sobre su pecho—. Pero cuando sepamos exactamente contra qué estamos
lidiando, sabremos cómo proceder. —Mirándome a los ojos, me dijo—: Lo único que
podemos hacer por el momento, es esperar.
Esperar. Como si fuera sencillo. Si existía una cualidad que yo no poseía, era la
paciencia. Odiaba esperar.
Girando mi cabeza, levanté la mirada a los desenfocados ojos verde profundo
de mi padre. Habían tenido que sedarlo para hacerle el examen y todavía no estaba
consciente del entorno. Rogué que no hubiese escuchado lo que el doctor había
dicho, pero en el fondo sabía que lo había hecho. Había escuchado cada palabra.
Cuando llegamos a casa, papá se fue directo a la cama. No quería ver a nadie.
Lo entendía. Yo tampoco quería. Me sentía impotente y lo único que quería hacer era
meterme en mi cómoda cama, abrazar a mi perro, Ace, y dormir para siempre sin
tener que despertar y lidiar con la nueva realidad y lo desconocido.
Ojalá tuviera la capacidad de quitarle el dolor a mi padre, quitarle el miedo.
Pero ¿quién se llevaría el mío?
Todavía tenía que decirle a mi madre. ¿Cómo una hija le dice a su madre que
su esposo puede tener cáncer? No era algo que estuviera ansiosa por hacer.
Metí a mi padre en su cama, besé su frente y me preparé para la tarea que tenía
entre manos. Cuando cerré la puerta de su dormitorio, pude sentir a mi madre
mirándome, esperándome.
Suspiré y caminé hacia ella.
—Hola mamá —le dije con una sonrisa forzada, tratando de no desmoronarme
y asustarla más de lo que ya estaba. Pude notar que ella sentía que algo andaba mal.
No tenía idea de cuánto realmente.
—¿Qué está pasando? ¿Cómo salió el examen? —preguntó, sentándose en el
sofá y dando palmaditas en el asiento junto a ella. No había tenido tiempo libre para
venir con nosotros a la colonoscopia. En el fondo, me alegré. Simplemente no me
gustaba el hecho de tener que ser yo quien se lo dijera.
Me senté y volví mi cuerpo hacia ella.
—Todavía no estamos del todo seguros —le dije, mirándola con cautela—.
Encontraron un tumor en el recto. —Sus ojos se abrieron de par en par, pero
permaneció en silencio—. Están enviando los resultados a una prueba de biopsia
para determinar si se trata de cáncer. —Traté de darle la noticia con la mayor
delicadeza posible, pero este tipo de noticias era brutal, sin importar cuán
delicadamente intentaras decirlo. No puedes vestir el dolor de esta realidad con
palabras floridas. Todo lo que podrías hacer es decirlo y tener fe en que puedas
superarlo.
Mi madre permaneció quieta, completamente inmóvil. Una lágrima cayó por
mi mejilla. Di algo.
Largos minutos de tortuoso silencio pasaron entre nosotras.
Pero todo lo que obtuve fue un silencio más intolerable. Fue entonces cuando
me di cuenta de que estaba en estado de shock.
Ahora ¿qué voy a hacer?
Pequeñita.
¿Cómo se atreve a llamarme así? y por qué la gente siempre siente la necesidad
de recordarme lo pequeña que soy. Sí, mido metro cincuenta, ¿y qué, demonios?
Cuando pasas toda tu vida escuchando sobrenombres como llavero, camarón, cuarto
de litro, mequetrefe, incluso pitufa, comienzas a desarrollar problemas.
Desarrollas un montón de problemas
Bueno, al menos ahora no tenía que hablar.
Sentí una mano en mi hombro. Salté y giré la cabeza. Una hermosa chica
asiática de aspecto amigable estaba de pie junto a mí. Probablemente estaba al final
de sus veinte y tenía en la mano un bolígrafo y papel, extendidos en mi dirección.
—Debes copiar tu información personal aquí. —Le di una mirada de por qué
demonios debería hacerlo. Ella sonrió. Balanceando su lacio cabello negro a un lado,
y mirándome con amables ojos marrones, dijo—: No te preocupes, todos escribimos
nuestra información cuando llegamos aquí. Es una página de contacto para el grupo.
—Extendiendo su mano, dijo—: Soy Mary, es un placer conocerte.
Extendí mi mano hacia la suya.
—Soy Aria. También estoy encantada de conocerte.
Cuando terminé de escribir mi información personal, observé a lo largo de los
nombres en la lista. Cuando llegué al final, el último nombre no tenía ninguna
información personal.
—¿Quién es Dorian? No hay información al lado de su nombre.
—¿No sabes quién es Dorian Black? —Negué. Ella se sentó en la silla junto a la
mía—. Dorian es el asistente de Bennie —dijo—. Probablemente no lo hayas notado,
pero es el hombre sentado en la esquina.
Sí, lo noté.
—¿Por qué está sentado en la esquina?
—Es un veterano. Volvió bastante desordenado de su última gira, pero nadie
sabe con certeza qué pasó realmente allí. La guerra lo cambió. Él es diferente ahora,
más... —Se detuvo, alzaba la mirada mientras intentaba (supuse) encontrar las
palabras correctas—. Inalcanzable —dijo—. Intocable. No estoy segura de cuál es su
problema, pero es más malo. Como si vio horrores que sigue viviendo. Si las
cicatrices en su rostro son una indicación, fue bastante malo.
¿Cicatrices?
—Se mantiene mayormente solo, no se acerca a nadie —continuó—. Nadie en la
ciudad está lo suficientemente loco como para acercarse a él. He estado en este grupo
por un tiempo y nunca lo escuché hablar, sonreír o incluso interactuar con otros. Y
honestamente, me asusta.
Le di una sonrisa triste que probablemente parecía una mueca. Me sentía
incómoda hablando de él. El hecho de que todavía sintiera sus ojos en mí
definitivamente no ayudaba.
Bennie ya estaba cerrando la reunión con una historia sobre tener fe, creer en
los milagros, no darse por vencido y bla, bla, bla. No estaba segura de que todo esto
fuera para mí.
—Está bien, gente, eso es todo por hoy. Los veré en la próxima reunión. No lo
olviden... bríndale luz a tu ser querido.
¿Brindarle luz a mi papá? ¿Cómo podría hacer eso? Estaba perdido en su triste
mundo y no dejaba que nadie lo interrumpiera ni lo alejara.
Sintiendo una sombra caer sobre mí, me tensé, mis músculos contrayéndose.
Temía que, si levantaba la mirada, el hombre de la oscuridad estaría frente a mí.
Ha estado en este grupo por un tiempo y nunca lo escuché hablar, sonreír o
incluso interactuar con otros.
Al levantar la vista lentamente, me encontré mirando los ojos marrones de
Bennie. Mentiría si dijera que no sentí alivio.
—Lamento haberte llamado pequeñita. —Levanté una ceja y crucé los brazos
sobre mi pecho. Parecía cada vez más incómodo con cada momento que pasaba—.
Noté que estabas enojada, y bueno... no era mi intención. Es solo que eres, bueno...
pequeña y linda.
Mi ceja se elevó un poco más.
—No, no... —se apresuró a decir—. No me refiero precisamente a pequeña o
linda. Esos son adjetivos que usas para describir a un Chihuahua. No es que te esté
llamando perro o algo así, porque no lo hice. —Se llevó la mano al cuello y se frotó
con una mueca.
No pude evitar el aluvión de risas que estalló en mí.
—Bennie, estás cavando tu propia tumba con cada palabra que sale de tu boca.
—Todavía riéndome, le sonreí cálidamente—. Te perdono. Ahora por favor, cállate.
Suspiró aliviado.
—Gracias. ¡Esta ha sido la disculpa más incómoda en toda mi vida! —Sonrió y
me golpeó en el hombro—. Entonces, ¿volverás?
—Uh... no estoy segura. Tal vez. —No quería mentir. Tal vez lo haría, tal vez no.
Me revolvió el cabello con su gran mano y luego salió por la puerta con una
sonrisa. Mientras hablábamos, la habitación se había despejado y me di cuenta de
que era la única que quedaba. Recogí mi bolso, me lo colgué al hombro y me dirigí a
la puerta. Preocupada por llegar a casa, apenas escuché la voz profunda que
reverberó detrás de mí.
Detuve mis pasos, petrificada. Un millón de escenarios posibles de cada
película de terror que había visto alguna vez pasaron por mi cabeza. Cerré los ojos
mientras mis dedos se cerraban en puños a cada lado de mi cuerpo, preparándome
para defenderme, pero esperando no tener que hacerlo.
—Espera —dijo, su voz baja y brusca—. No te vayas. —Algo en su voz me hizo
darme la vuelta. Cuando lo hice, sus ojos suplicaron a los míos—. Todavía no.
Conté hasta diez en mi cabeza, mis terminaciones nerviosas estaban en alerta
máxima cuando me di cuenta a quién pertenecía la voz.
El veterano enojado escondido en la oscuridad.
Dorian.
“¿Por qué sigues en prisión cuando la puerta está abierta de par en par?”.
—Rumi
scuchar su risa fue una de las cosas más fascinantes que había escuchado
alguna vez. Eso hizo algo en mí.
Cuando me di cuenta de que estábamos solos, no pude dejar pasar
la oportunidad de lanzarme. No tenía idea de si planeaba regresar, y no quería perder
ninguna oportunidad.
—No te vayas. —Mi voz sonó desesperada, incluso a mis oídos—. Todavía no.
Se dio la vuelta lentamente y sus ojos encontraron los míos. Sabía que no podía
verme con claridad porque todavía estaba escondido en las sombras. Dando algunos
pasos en su dirección, podía decir que la hacía sentir ansiosa. Dio un paso atrás y
mantuvo ambas manos frente a ella como escudo.
—¡Detente! No te acerques. —Su voz era tranquila, pero podía escuchar el rastro
de pánico oculta en ella. La asustaba. Joder, no quería que se asustara—. ¿Qué
quieres?
Tratando de asegurarle que no quería hacerle daño, puse mis manos frente a
mí y dije:
—Está bien. Trabajo aquí. Ayudo a Bennie. No voy a hacerte daño.
—¿Por qué seguiste mirándome?
—Porque eres hermosa —dije en voz baja y de inmediato cerré los ojos e hice
una mueca, dándome cuenta de que había dicho esas palabras más fuertes de lo que
había pensado. No quise que me escuchara. ¡Mierda!
Cuando eché un vistazo en su dirección otra vez, quedó muy claro que no había
ayudado en absoluto a la situación. Joder.
La ansiedad rodaba de su cuerpo en oleadas. Odiaba ver lo incómoda que la
hacía sentir. Creo que parte de eso fue porque todavía no podía verme. Permanecía
escondido donde la luz no llegaba.
Pero podía verla. Tenía una nariz pequeña y esos ojos verdes; podía mirarlos
por días. Sus labios rosados estaban llenos y regordetes. Quería mantenerla ocupada
en una conversación por el solo hecho de verlos moverse. Su rostro estaba
bronceado, aunque un poco enrojecido. También parecía cansada, y eso me llevó a
la pregunta de por qué estaba aquí. ¿A quién quería brindarle luz? ¿Y por qué la idea
de que podría ser un novio me hacía querer romper algo?
¿Qué estaba mal conmigo?
Necesitaba preguntarle. Necesitaba la respuesta como necesitaba mi próxima
respiración.
—¿Por qué estás aquí, Aria?
Era la primera vez que decía su nombre en voz alta y joder... Quería seguir
diciéndolo mientras pudiera salirme con la mía.
El día comenzó como cualquier otro. Nunca imaginé que conocería a esta chica
en ningún momento de mi miserable vida, mucho menos hoy. Ella era como un rayo
de sol brillando a través de la caja oscura en la que me escondía, iluminando todo mi
jodido universo.
¿Quién en el infierno era ella?
Nadie me hablaba de esa manera. Solía ser tratado con guantes de seda, no
siendo confrontado en mi mierda.
Miró mis cicatrices y ni siquiera parpadeó. Nadie que me veía podía ver mi
rostro sin estremecerse. Estaba acostumbrado. Aprendí a vivir con las miradas, los
susurros, incluso con el miedo que alejaba a la gente. Las cicatrices me hacían lucir
intimidante y la gente trataba de mantenerse al margen, lo cual estaba bien. No
quería tratar con ellos de todas formas.
Después de dejar Afganistán y ser dado de baja de la Infantería de Marina, supe
que mi vida nunca sería la misma. No con lo mal que había quedado. Esta pequeña
chica no tenía idea de lo jodido que estaba. Estaba roto desde la raíz y sin importar
lo que la gente pensaba, no había forma de arreglarme. Ya no.
Y aun así… algo en la manera en la que me miraba, me hacía sentir con
esperanza. ¿Qué tan loco era eso? Me miraba como si no luciera como un monstruo.
No me había dado cuenta cuánto significaba su reacción para mí. Su pregunta
también puso en duda lo cerca que estaba de la verdad. Me estaba escondiendo del
mundo. Me sentía como un fantasma, invisible para todos esos ojos penetrantes
mientras permanecía en las sombras, sin ser visto.
Después de regresar de la guerra, no podía tocar ni ser tocado por nadie, porque
asociaba el contacto con el dolor. Las únicas tres personas que podían hacerlo eran
mi madre, mi hermana menor, y Bennie.
El hecho de haber tocado a Aria y no haber sentido la angustia que siempre
acompañaba el contacto me sorprendió, me dejó perplejo, y me asustó.
¿Cómo puede ser?
Sorpresa. Miedo. Esperanza. Otra vez con la esperanza…
Molesto hacia donde iban mis pensamientos, solté su brazo y di un paso atrás.
Metí mis manos en los bolsillos y la miré, tratando de darle sentido a quién era ella.
No podía explicar la sensación de familiaridad que evocaba en mí, removiendo mi
lado protector. Era desconcertante.
A pesar de que no pude responder su pregunta, le volví a hacer mi pregunta.
—¿Por qué estás aquí? Te mostré la mía, ahora me enseñas la tuya. ¿No es así
como funciona?
Su rostro estaba asombrado y eso era mucho mejor que el miedo que tenía
antes. Aliviado, escondí una sonrisa.
—En tus sueños te mostraré la mía. Empecemos con eso —bromeó—. Y si estás
tan interesado, estoy aquí por mi padre.
Su diversión se desvaneció. Ahora, solo se veía triste. Mi corazón se contrajo
con pensamientos de mi propio padre, haciendo mi mejor esfuerzo por mantenerlos
a raya. No podía dejar salir mis demonios. Lo único que quería hacer era acercarme
a ella y abrazarla.
Sin embargo, mantuve mi distancia. Aunque ya la había tocado, mi mente era
complicada. No podía arriesgarme a tener un episodio delante de ella. Estaba seguro
de que no me dejaría tocarla, de todos modos. Podía decir que no se sentía segura
conmigo.
Eso tenía que cambiar. Quería conocerla. Era la primera persona que penetraba
las paredes que había construido alrededor de mí, y lo hizo sin siquiera intentarlo.
—Lo siento —susurré. Asintió—. ¿Cuáles son sus probabilidades? —pregunté.
Por alguna inexplicable razón, necesitaba saber a qué se enfrentaba.
Con expresión abatida, caminó hacia la silla a su derecha y se sentó. Cuando
me senté a su lado, se volteó en mi dirección y respondió mi pregunta.
“Los amantes encuentran lugares secretos en este mundo violento donde hacen
bellas transacciones”.
—Rumi
Todavía podía sentir la angustia de esos días cruciales deslizándose por mis
huesos y paralizándome desde adentro. Incluso ahora, semanas más tarde.
Sintiéndome como si estuviera a punto de ahogarme, me puse de pie de repente
para escapar a un lugar donde Dorian no pudiera verme. Di un paso adelante y sentí
cómo Dorian tomaba mi brazo, con preocupación en el rostro.
—Enseguida vuelvo —le aseguré, con voz grave y rasposa.
Él abrió y cerró la boca varias veces, aun así, ningún sonido salió.
—Volveré —susurré de nuevo—. Tan solo necesito un momento.
Su agarre se apretó más hasta que asintió y me dejó ir.
Sabía que estaba siendo maleducada saliendo de la habitación así, pero no
podía dejar que él me viera romperme en pedazos.
No dejaría que nadie me viera haciéndome añicos.
Afganistán, 2012
Oscuridad.
Sufrimiento.
Dolor.
Oscuridad.
Agonía.
Desesperación.
Oscuridad.
Eso era todo lo que mi mente podía absorber. El dolor atravesaba mi cuerpo,
dominando todos mis sentidos. Mi visión estaba borrosa. El ambiente estaba
cargado de polvo, mi respiración era forzada. No me podía mover.
Nuestro equipo había caído directo en la trampa de esos cabrones. Intenté
avisar a mis hermanos, pero no pude articular ningún sonido.
Oí pasos que se acercaban. Aliviado de que alguien hubiera sobrevivido, giré
mi cabeza en dirección a la persona que se estaba acercando. Cualquier
pensamiento positivo que tenía desapareció.
Él no era un salvador.
La frialdad arrasó mi cuerpo, paralizándome en el suelo. El miedo se arrastró
mientras miraba esos ojos negros del monstruo que se supone que teníamos que
matar.
—Bueno, bueno, ¿qué es lo que tenemos aquí? —canturreó él con una sonrisa
diabólica. Era difícil intimidarme. Pasar años en un centro de operaciones
especiales te hacía eso. Pero no era idiota. Era bien consciente de mi situación.
Estaba tirado en el jodido suelo, no podía mover ni un músculo, mientras el asesino
estaba plantado a mi lado con un machete, acariciando el filo.
Iba a morir.
Alguien me tocó y supe lo que tenía que hacer. La adrenalina me golpeó y sin
pensármelo, cargué, tumbando al enemigo. Montándome sobre su cuerpo, agarré
sus manos sobre su cabeza y lo presioné contra el suelo.
—Dorian…
Su voz me trajo de vuelta a la realidad y lo que había hecho me golpeó el
estómago.
Abrí los ojos de repente.
Pequeña.
Estaba sobre ella, a horcajadas sobre su cintura mientras sujetaba sus manos
por encima de su cabeza.
No. No. No… esto no podía estar bien.
Vi el terror escrito en todo su rostro, sus ojos desorbitados por el miedo.
Solté sus manos y grité, como si me hubiera quemado. Deseé haberlo hecho.
Me merecía podrirme en el infierno por lo que había hecho.
Ella me miraba fijamente, arrastrándose hacia atrás hasta que golpeó la pared
más alejada. Subiendo sus rodillas contra el pecho y abrazándolas, posó su cabeza
sobre ellas y cerró los ojos.
Joder… ¿Qué he hecho?
Apagando el motor del auto, apoyé la cabeza sobre el volante y cerré los ojos.
Seguía sin poder creer que había dejado mi empleo. Se había vuelto tan duro trabajar
en la tienda de ropa. Dejar a mi padre solo en casa durante el día me estaba afectando
la cabeza. Estaba segura de que todo el mundo vio venir la renuncia mucho antes de
que lo hiciera. Todo el mundo menos yo. Ahora necesitaba encontrar un nuevo
trabajo, uno en el que pudiera estar en casa durante el día para estar con mi padre y
trabajar por las noches. Los últimos días habían sido duros con mis padres peleando
constantemente y el creciente odio de mi padre.
Su último berrinche seguía en mi cabeza.
Era la primera vez en mi vida que mi padre me asustó.
Decidimos ir a un bar muy conocido en la ciudad. Tenía una gran pista de baile
y un escenario en el que podías subir y cantar lo que quisieras. Tenía el
presentimiento de que Ella había planeado que yo cantara esta noche, pero ni por
todos los infiernos iba a hacerlo. Con carnets de identidad falsos, esperamos nuestro
turno en la cola. El aire era frio y quemaba mi piel. Apreté el agarre, cerrando mi
chaqueta de piel y empecé a dar saltitos donde estaba para mantenerme caliente.
La cola se movía rápido y sin esperar demasiado, le enseñamos nuestros carnets
al tipo de la entrada. Nos dejó pasar sin pestañear. Estaba sorprendida. Quizás fue
por el frio, o quizás fueron las ropas y el maquillaje, o quizás a él le daba igual.
Sintiéndonos vertiginosas, nos miramos una a la otra y nos dirigimos a la barra del
bar, con grandes sonrisas en nuestros rostros.
El local estaba a tope. Había una enorme pista de baile en el centro, una larga
barra a la derecha y mesas desperdigadas alrededor. Los techos eran altos y daban
sensación de amplitud. Las luces eran bajas y un montón de multicolores salían de
la cabina del DJ, envolviendo el local con su brillo.
Fuimos directas a la barra y pedimos unos chupitos de tequila para ponernos a
tono. Nos los bebimos de un trago y entonces Ella pidió un Martini de manzana para
ella mientras yo me pedí un mojito. Brindamos con nuestras copas, y di un trago
largo, saboreando el dulce sabor de la lima y la menta.
Nos quedamos en la barra un rato, tomando nuestras bebidas y hablando de
todo y de nada. Luego cuando pedimos la segunda copa, fuimos a buscar dónde
sentarnos.
Me sentía bien. Hacía tanto tiempo que no salía a divertirme que me sentía
extraña. Estábamos guapas. Ella llevaba un mini-vestido negro que remarcaba cada
curva de su estilizada figura. Su cabello rizado y pelirrojo, flotaba por su espalda. Su
cara brillaba con un bronceado natural, y sus grandes ojos azules estaban ahumados
con delineador. Sus labios gruesos estaban pintados de rojo sangre. Era atrevida y
hermosa. Llevaba una chaqueta de cuero blanco, a juego con unos tacones de piel
negra abrochados a su tobillo.
Mi vestido blanco era de delicado encaje y transparentaba alrededor del cuello.
Tenía una caída que decrecía al bajar, acentuando mi delgada cintura y remarcaba
las caderas llegando justo sobre las rodillas, creando esa perfecta figura de reloj de
arena. Lo conjunté con una chaqueta de cuero roja y tacones rojos.
Encontramos un lugar donde sentarnos en la esquina. Bebimos y nos pusimos
al día de nuestras vidas, riéndonos y disfrutando la compañía de la otra. Pronto,
nuestras bebidas se habían acabado y Ella no perdió el tiempo. Me tomó de la mano
y me llevó hacia la pista de baile. If I lose myself de One Republic sonaba súper alto
mientras nos dirigíamos al centro de la pista de baile. Empezamos a bailar, saltando,
sintiéndonos que nos volvíamos locas con los demás. Ella se giró hacia mí y me tomó
entre sus brazos, abrazándome fuertemente mientras saltábamos, haciéndome saltar
con ella.
—¡Te he echado tanto de menos! —gritó en mi oído. Yo también la había echado
de menos.
Continuamos bailando mientras nos gritábamos las cosas. Cerré mis ojos y me
perdí con la música, escapando y olvidándome dónde estaba, de dónde venía.
Hey Brother de Avicii’s empezó a sonar por los altavoces, rompiendo mi
burbuja en un millón de pedazos. La melodía llenó el local con su inquietante letra.
Una aguda punzada de dolor atravesó mis oídos mientras pensamientos sobre Adam
venían a mi cabeza. No pude evitar ver la forma en que sus ojos me miraron, con
tanto miedo. Me hizo querer llorar por toda la injusticia que había en ello. Su
reacción de hoy, la impotencia que vi haciéndolo ver mayor para su edad.
Dejé de bailar y en vez de olvidar, todo lo que pude hacer fue recordar.
¿Terminaría alguna vez este ciclo? ¿Por qué no podía ser una chica normal? Todo lo
que quería era salir y divertirme. ¿Por qué los recuerdos no me dejaban tranquila?
¿Por qué?
Notando un golpecito en mi brazo, alcé la vista. Ella me estaba mirando con
ojos tristes, sabedores. Entrelazando nuestros brazos, nos guio de vuelta a nuestra
mesa y se sentó a mi lado.
—¿Te encuentras bien? —Sus ojos se veían preocupados mirando a los míos.
Me estaba inspeccionando. Estudiándome—. Te has perdido ahí por un rato.
—Sí, estoy bien… es solo que… la canción… —Me tragué un sollozo—. Me ha
recordado a Adam.
Asintiendo con comprensión, me dio un fuerte abrazo. Luego, se echó hacia
atrás, me agarró por los hombros y sonrió.
—Ustedes los músicos son tan flojos.
Sonriendo a través de mis ojos llorosos, asentí.
—Cállate.
Le hizo una señal a la camarera para que se acercara a nuestra mesa y dijo:
—Tengo la terapia perfecta para ti. —Luego señaló al escenario.
—¡Demonios, no!
—¿Por qué no? Has tenido un mal día. La única forma en que realmente te dejas
ir es con la música. ¿Cuánto hace que no has cantado? ¿O escrito algo? Es la perfecta
vía de escape. Deberías de escucharme, yo lo sé todo.
—¿Por qué? ¿Porque tú lo has estudiado teóricamente? —gruñí.
—No… porque te conozco.
Ante eso no tuve nada que decir. Tenía razón sobre cuando yo componía. Hacía
demasiado tiempo desde que me había sentado y, de hecho, componer algo. Con todo
lo que estaba pasando, no me apetecía agarrar un lápiz. No estaba inspirada.
Pero había cantado. Había cantado para mi padre y para mí. Cuando cantaba,
estaba en armonía con mi cuerpo. Sentía todo lo que me rodeaba. Lo bueno y lo malo.
Algunas sensaciones me superaban, pero aun así ese era mi remedio. Me curaba.
Sin embargo, estaba asustada, y como la cobarde que era cuando me tocaba
cantar, me resistí.
—Sabes que no me gusta cantar delante de gente. Me pone nerviosa. Odio
cuando la gente me mira.
—Querida, eres guapa, así que te miran de todas formas. —Dándole un
empujoncito, le di un trago largo a mi mojito—. Lo necesitas, Aria. Todavía te queda
mucho hasta que esto acabe. Lo que pasó hoy con Adam no fue lo primero ni será el
último. Necesitas que tu cabeza esté sana, y te conozco. Tu música es lo único que
hace que tu cabeza se quede sobre el agua. Así que, ¿por favor? ¿Por mí? —Entrelazó
sus manos como si estuviera rezando y batió las pestañas—. El escenario te está
llamando.
Cerrando los ojos, la oí coreando mi nombre…
—Aria, Aria, Aria…
Intenté ignorarla, sin conseguirlo. Luego, traté de vaciar mi mente de cada
pensamiento que seguía rondándome. Cada miedo y cada excusa que me venía a la
cabeza para mantenerme apartada del escenario. No había nada. Mi mente, junto
con esa pequeña diabla frente a mí, me querían en el escenario.
Con un hondo suspiro, asentí aceptándolo.
“No quiero aprendizaje o dignidad u honor. Quiero música y este amanecer y el
calor de tu mejilla contra la mía”.
—Rumi
Silencio.
Todo lo que podía escuchar a mi alrededor era completo y absoluto silencio.
Oh Dios, sabía que había sido una mala idea.
Cuando le di a Ella el consentimiento, no perdió tiempo en arrastrarme hacia
la persona a cargo de registrar a los cantantes. No tenía idea de cómo supo a donde
ir, pero nos registramos y ese fue el comienzo de mi ruina. No estaba preparada para
cantar aquí esta noche así que le pregunté al tipo detrás del escritorio dónde podía
conseguir una guitarra y una cejilla para la misma.
—El único que puede ayudarte es Toby —estableció despectivamente.
Lo miré con una expresión en blanco.
—El dueño del bar —dijo lentamente, como si estuviera hablando con un niño—
. Después de todo estás en Toby.
Este idiota se estaba divirtiendo conmigo.
Ella dio un paso hacia adelante, preparándose para… no estaba segura para
qué. Sin tomar ningún riesgo, detuve su movimiento con una mano alrededor de su
antebrazo. Se giró y me miró. Negué. No vale la pena.
Después de unos cuantos segundos, Ella preguntó con frialdad:
—¿Dónde podemos encontrar a Toby?
—En su oficina —dijo sin mirarnos, ocupado haciéndose el tonto con su
teléfono—. Sigan derecho, luego giren a la derecha en la primera esquina y es la
primera puerta a la izquierda.
Ella tomó mi mano y nos movimos hacia su oficina. Cuando llegamos ahí, la
puerta de su oficina estaba cerrada. Toqué tres veces.
—¡Adelante!
Lentamente, abrí la puerta y ambas entramos en la pequeña habitación. Toby,
asumí, estaba sentado sobre un sofá de piel negra, sus piernas descansado sobre la
mesa frente a él. Había un gran librero detrás, con toneladas de descuidados libros,
papeleo y carpetas. Las paredes estaban pintadas color crema y la habitación tenía
una calidad y acogedora sensación.
—Bueno, hola ahí —dijo el hombre con una sonrisa.
—¿Eres Toby? —pregunté tímidamente.
—En vivo y a todo color. ¿Qué puedo hacer por ustedes, damas?
—Soy Aria y ella es Ella —dije, apuntando en su dirección—. Quería preguntar
si tal vez ¿tendrías una guitarra que pueda tomar prestada? Solo por unos minutos.
—¿Una guitarra?
—Sí, una guitarra.
Estudiándome por un minuto, finalmente asintió.
—Está bien. Sí, seguro, tengo una guitarra.
Y así fue cómo me encontré sobre el escenario, sola y nerviosa como el infierno.
Cuando terminé la canción, me encontré con silencio.
¿La odiaron? ¿Fui demasiado?
Suspirando, dirigí mis ojos hacia Ella y la encontré mirándome con un rastro
de lágrimas bajando por su rostro. En medio de su llanto, parpadeó y luego el silencio
fue remplazado por aplausos.
Sintiéndome aliviada, me incliné y me apresuré a salir del escenario. Ella me
felicitó con un abrazo.
—Lo hiciste bien —susurró en mi oído.
La abracé y susurré en respuesta:
—Gracias.
—¿Estás lista para la fiesta?
—¡Como siempre lo estaré!
Nos llevó de vuelta a la pista de baile y Love Me Again de John Newman
comenzó a sonar. La gente me felicitó y dio palmaditas en mi hombro. Cuando
llegamos a nuestro lugar anterior en la mitad de la pista de baile, nos perdimos en la
música de nuevo. Bailamos, brincamos, nos reímos e hicimos tontos movimientos de
baile que nos consiguieron expresiones divertidas de la gente a nuestro alrededor.
Todo lo malo en mi vida fue metido en una caja dentro de mi cabeza.
En algún punto, Ella desapareció después de decir que iba a conseguirnos una
bebida. Bailé sola con mis ojos cerrados, concentrándome solo en la música y sin
prestar atención a mis alrededores. Eso fue hasta que sentí un par de manos
serpenteando desde atrás y envolviéndose alrededor de mi estómago. Mi cuerpo se
puso rígido cuando fui jalada hacia atrás y presionada contra un duro pecho.
Giré mi cabeza y me encontré con un par de ojos negros brillando con deseo.
Un alto cuerpo cernido por encima de mí. El hombre era atractivo, pero no estaba
interesada. Cuando intenté liberarme de su agarre, me apretó y me jaló con más
fuerza hacia él. Jadeé mientras el miedo echaba raíz en mi cuerpo. Estaba intentando
desesperadamente de encontrar a Ella entre la multitud, pero no pude encontrarla.
¿Quién demonios pensaba que era?
Pude oler el alcohol en él cuando respiró en mi oído. Sus manos comenzaron a
moverse por mi cuerpo y mientras estaba contemplando la mejor manera de patearlo
en las pelotas, su agarre se aflojó y desde ese momento todo sucedió en un borrón.
Un minuto estaba libre, al siguiente fui empujada hacia adelante y a punto de caer
sobre mi cara. Jadeé, a punto de golpear el suelo, cuando fuertes brazos me
sostuvieron y previnieron mi caída.
Con vacilación, levanté mi cabeza y me encontré con un rostro familiar,
mirando con ojos asesinos hacia el tipo que me había maltratado. Dorian pareció
sentir que lo estaba observando porque bajó su cabeza y cuando sus ojos encontraron
los míos la intensidad de su enojo se suavizó.
Me llevó hacia atrás para pararme detrás de él, protegiéndome. Entonces, dio
unos cuantos pasos hacia adelante y agarró la camiseta del tipo. Con un fuerte tirón,
lo trajo más cerca hacia su rostro. Dorian, con su alto y construido cuerpo se cernió
sobre el otro hombre. En una tranquila y mortal voz que hizo que los vellos de mi
nuca se levantaran, dijo:
—Si la tocas de nuevo, terminaré contigo.
El tipo parecía que iba a cagarse en sus pantalones. Dorian agarró la camisa del
chico aún más fuerte.
—Dorian —dije suavemente. No quería que se metiera en problemas por mi
culpa.
Volteó su cabeza mientras aún mantenía su agarre intacto.
—Está bien. Estoy bien... déjalo ir... por favor. —Una vez más, hablé
suavemente. Esta vez, agregué una sonrisa por si acaso.
Ella había regresado y apretó mi mano.
Él asintió con fuerza y luego se volvió hacia el tipo. Con una voz helada y fría,
dijo:
—Lárgate de aquí. —Lo liberó con un empujón, haciendo que el tipo perdiera el
equilibrio y cayera al suelo. Sin perder tiempo, se levantó y corrió hacia la salida.
Dorian apretó los puños a los costados. Tenía la cabeza inclinada hacia abajo a
medida que los temblores pasaban por su cuerpo. Sabía que era una mala idea y que
debía mantenerme alejada, pero por una vez, no iba a escuchar los susurros en mi
cabeza. Iba a ir con mi corazón. Di un paso adelante, mis intenciones claras, pero me
detuve de avanzar más. La mano de Ella, que todavía estaba unida a la mía, me
sostuvo en el lugar. Traté de liberarme, pero después de un par de intentos fallidos,
me di cuenta de que era una causa perdida. Me estaba mirando como si estuviera
loca. Tenía razón sobre eso.
—No vayas allí —suplicó—. Él me asusta.
—Ella, está bien. Lo conozco. Confía en mí.
Parecía poco convencida, pero de todas formas liberó mi mano y luego asintió
una vez. Le sonreí con gratitud y me volví. Mis ojos lo buscaban, este enigma de un
hombre que, sin importar cuánto pensaba que estaba mal para mí, no podía alejarme
de él. Él estaba parado en el mismo lugar. No había movido ni un músculo. Me
acerqué, me detuve a un centímetro de su cuerpo e hice la cosa más loca que hecho
en mi vida.
Lo abracé.
En un instante, estaba en movimiento, marchando directamente hacia ella. Mis
ojos estaban fijos en Pequeña sin vacilar, temeroso de que desapareciera de mi vista
si me atrevía a pestañear. Incluso desde tan lejos, pude ver que estaba angustiada y
un golpe de ira me golpeó con fuerza, haciéndome sentir como un arma cargada, lista
para explotar y matar en cualquier momento.
Este hijo de puta se metió con la persona equivocada.
Empujé el mar de cuerpos, sin importar con quién me topé en mi búsqueda
para llegar a ella. Todo lo que podía ver era a ella, y solo tenía un objetivo en mente:
protegerla.
En poco tiempo, estaba detrás de él, agarrando su camisa y empujándolo muy
lejos de ella. No me di cuenta de que quitarle a la fuerza su agarre la haría perder el
equilibrio.
No pensé
Solo reaccioné
Dejé que mis instintos tomaran acción e impedí que cayera al sostener sus
antebrazos. Soltó un grito y se aferró a mí con más fuerza. Acerqué su cuerpo contra
el mío sin dejar de mirar al huevón.
No había terminado con él todavía.
Maldición. Necesitaba jodidamente calmarme. Sintiendo su mirada, mis ojos
la buscaron en un instante. El verde vibrante en sus ojos me mantuvo cautivo. Podría
perderme en ellos por una eternidad. Y justo así mi ira comenzó a desvanecerse. Esta
chica... tenía un poder sobre mí y no estaba seguro de cómo me sentía al respecto.
Nuestros ojos probaron, buscaron y se escudriñaron el uno al otro. Quería levantarla
en mis brazos y llevármela de aquí, a un lugar donde pudiéramos estar solos y
pudiera seguir mirando sus grandes ojos jade. Era la cosa más hermosa que había
visto en mi vida.
Quería mantenerla.
Pero primero, necesitaba deshacerme de la fuente de mi ira.
La metí detrás de mí, protegiéndola de él. Miré a los ojos del hijo de puta y vi
miedo. Bien. La mayoría de las personas no se acercaban lo suficiente como para
enojarme, pero este se metió con lo que era mío. Y a pesar de que no podía darle una
paliza (nunca dejaría que Pequeña me viese así) me aseguraría de que no volviera a
pisar este lugar.
Avanzando, lo jalé de la camisa y lo traje a centímetros de mi cara. Hice mi
mejor esfuerzo para no tocar su piel, aunque su cercanía física comenzó a
molestarme.
—Si la tocas otra vez, acabaré contigo.
—Dorian.
Tardé solo unos segundos antes de que su suave voz rompiera mi niebla y me
cubriera, relajando cada músculo rígido de mi cuerpo.
Ella me aseguró que estaba bien y me pidió que lo dejara ir. No quería, pero
asentí de todos modos, porque me pidió que lo hiciera. Me volví y dije:
—Lárgate de aquí.
Lo empujé y él cayó al suelo. Luego, se puso de pie y desapareció de mi vista en
un abrir y cerrar de ojos. Marica.
Bajé la cabeza e intenté equilibrar mi respiración, necesitando calmarme. No
quería que ella me viese así. Sentí las oleadas de ira envolviéndome nuevamente
mientras permanecía arraigado en su lugar. No era consciente de mi entorno y
apenas notaba los ruidos alrededor. Estaba perdido en mis oscuros pensamientos,
deseando que alguien me salvara.
Justo cuando pensaba que iba a ahogarme en la rabia, sentí unas pequeñas
manos envolverse alrededor de mi cintura desde atrás. Por una fracción de segundo,
me obsesionaron las imágenes de Afganistán, en la pequeña jaula donde me
retuvieron, torturaron y estuve a merced de los monstruos. Pero tan rápido como
llegó, el pánico se disolvió cuando sentí su suave cuerpo presionarse contra mi
espalda. El sentido del miedo fue reemplazado por paz y cerré los ojos y absorbí las
emociones que creaba su contacto.
Sin siquiera mirar, sabía que era Pequeña. Era la única que parecía desterrar la
oscuridad. Nunca reaccioné de esta manera ante el toque de nadie, y eso me
desconcertó. Sentí su cabeza descansar sobre mi espalda y quería abrazarla también.
Girando lentamente, aún dentro del círculo de sus brazos, la encaré y luego la atraje
firmemente contra mi pecho.
Esto era lo que su toque me hacía. Ella hacía todo mejor, y me di cuenta de que
esta mujer era mi claridad. Quería hablar con ella y hacerle tantas preguntas. Solo...
escuchar su voz sería suficiente para mí. Había una gran posibilidad de que cuando
se fuera de aquí esta noche no la volviera a ver. Y no podía dejar pasar la oportunidad.
Su presencia aquí era una señal. Una señal de que no debería dejarla ir. Que debería
descubrir lo que estaba sucediendo entre nosotros. Porque algo definitivamente
estaba sucediendo. Incluso si solo se trataba de amistad, tomaría lo que ella me diera.
Me aparté y le levanté la barbilla con el pulgar y el índice. Por unos momentos,
traté de decirle con mis ojos cuánto no quería dejarla ir, y ella me devolvió la mirada.
—¿Estás bien? —Exhalé y coloqué mis manos sobre sus hombros. Necesitaba
seguir tocándola—. ¿Te lastimó en alguna parte?
—No te preocupes, estoy bien.
Alivio me inundó.
—Bien.
Se mordió el labio inferior y recorrió con la mirada la habitación. La multitud
se quedó muda, mirándonos. Joder... estaba tan absorto en ella y lo que sucedió, que
ni siquiera noté que teníamos audiencia. Respiró profundamente, exhalando
lentamente, antes de que sus ojos encontraran su camino de regreso a los míos.
—Gracias, Dorian.
Me incliné y coloqué un rebelde mechón detrás de su oreja. Pareció sorprendida
por mi acción; sin embargo, no se apartó de mi toque como esperaba que hiciera.
Incliné la cabeza y le susurré al oído:
—¿Vendrías conmigo afuera? Necesito hablar contigo.
La miré con cuidado. Después de unos segundos de contemplación, asintió.
Dejé escapar un suspiro, dándome cuenta de que había estado conteniendo la
respiración. Mierda. Esos fueron los momentos más largos de mi vida.
—Solo déjame decirle a mi amiga y ya vuelvo.
A regañadientes, asentí. Sintiendo la pérdida de su toque, la vi girar y caminar
hacia su amiga que nos miraba con la boca abierta y los ojos muy abiertos.
Todo lo que podía pensar mientras esperaba que regresara era que, tarde o
temprano, haría que esta pequeña mujer fuera mía.
Ella estaba de pie bajo el cielo nocturno, con la cabeza inclinada hacia arriba,
agarrando su chaqueta cerca de su cuerpo, protegiéndose del frío.
No pude evitar darme cuenta de lo hermosa que era. Antes de darme cuenta,
me encontré a centímetros de su rostro, sin tocar, solo allí de pie lo suficientemente
cerca como para sentir el calor de su cuerpo. No había caminado conscientemente
hacia ella. Era como un imán, atrayéndome.
Podría decir que mi cercanía la alarmó. Su cuerpo se congeló. Bajó la cabeza y
mordió su labio inferior, preocupándose. Todo lo que podía pensar mientras la
miraba con ojos hambrientos era cómo quería meter su labio abusado en mi boca.
Mierda. Estaba perdiendo la cabeza. Ella me hacía sentir demasiado, demasiado
pronto, y no tenía ni puta idea de cómo lidiar con todas estas nuevas emociones.
¿Estaba tensa porque la ponía nerviosa o porque la asusté?
Esperaba que fuera lo primero.
Se aclaró la garganta un par de veces antes de hablar.
—Vi al dueño mirándonos cuando salíamos. Realmente espero que protegerme
no haga que te echen.
Parpadeando, pregunté:
—¿Cómo conoces a Toby?
Se encogió de hombros.
—Necesitaba una guitarra para mi canción. El tipo que me inscribió nos envió
a preguntarle.
Oh, por supuesto, la guitarra. Debería haberme dado cuenta. Era la única
persona que había visto subir al escenario con un instrumento, además de una banda
local. El problema se centraba en ninguna otra cosa cuando ella estaba tan cerca. El
olor a vainilla tomó control de mis sentidos y todo lo que quería hacer era enterrar
mi cabeza en el hueco de su cuello y respirarla.
—¿Cómo lo conoces? —preguntó.
—Trabajo aquí.
—¿Trabajas aquí?
—Síp. Soy un gorila.
—Oh. ¿Qué hay del grupo de apoyo? ¿No estás trabajando allí también?
—Nah, solo soy un ayudante allí algunas veces a la semana. No es exactamente
un trabajo de tiempo completo.
Asintió como si intentara leerme. Me acerqué. Se mordió el labio un poco más
y dio un paso atrás. Por cada paso hacia atrás que ella daba, avancé, hasta que estuvo
enjaulada entre la pared de ladrillo y mi cuerpo. Puse mis manos en la pared a cada
lado de su cabeza. Contuvo el aliento, su cuerpo se tensó contra mí. No pretendía
invadir su espacio personal, pero necesitaba estar cerca de ella, respirar su aire.
¿Estaba tan mal querer aferrarme a la primera cosa buena que se cruzaba en
mi camino, después de más de cuatro insoportables años?
Llámame un bastardo codicioso, pero no podía dejar ir a esta mujer.
—Lo siento, no tuve la oportunidad de decir esto antes —dije—. Pero tu
canción... verte arriba en el escenario... fue una de las cosas más hermosas que he
visto en mi vida. Tú... —Me acerqué, hasta que nuestras narices se tocaron—. Me
sacaste el aire.
—Gracias —susurró tanto que casi no la escuché.
Rocé mis labios por su oreja y susurré:
—De nada.
Colocó una mano temblorosa sobre mi pecho y me dio un pequeño empujón,
tratando de alejarme.
No me moví.
—Estás demasiado cerca. —Exhaló, su voz temblorosa.
—¿Te molesta mi cercanía?
Su garganta se movió nerviosamente.
—Sí —susurró.
Di un paso atrás, dándole espacio para respirar. No quería perder el control. No
quería intimidarla. La quería a bordo conmigo, y haría todo lo posible para que eso
sucediera.
“Una vez tuve mil deseos. Pero en mi deseo por conocerte todo lo demás se
desvaneció”.
—Rumi
Abrí los ojos lentamente y parpadeé para alejar la fatiga, mi visión nebulosa y
borrosa. Los rayos del sol entraron por la ventana y me tomó un momento averiguar
dónde estaba. El sueño me había desarmado. No entendí su significado. Y aunque
quería entenderlo, también estaba agradecido porque, por primera vez que podía
recordar, me despertó un sueño, no una pesadilla.
Mientras mi mente todavía recordaba y corría en círculos frenéticos, levanté la
vista y contuve el aliento. Al principio, pensé que estaba alucinando, o tal vez todavía
estaba durmiendo y la conjuré en mi mente.
No podría ser.
Mi corazón comenzó a latir más rápido mientras temblaba por dentro.
Pequeña yacía en el sofá mientras mi cabeza descansaba en su regazo. Tenía los
ojos cerrados, profundamente dormida. Su cabello castaño claro era salvaje, hebras
indómitas dispersas en todas las direcciones.
Ella me quitó el aliento.
Miré el viejo reloj blanco que colgaba en la pared frente a mí. Era grande y
antiguo. Los números eran latinos y el marco de madera estaba decorado en tonos
azules. Mi madre me lo había comprado cuando me mudé hace unos años. Cuando
me di cuenta de la hora, me quedé atónito. Eran las siete de la mañana.
Eran las jodidas siete de la mañana y había dormido toda la noche.
Maldita sea. Siempre supe que su contacto me calmaba, pero nunca imaginé
que podría desterrar las pesadillas. Este conocimiento me asustó. Temía que iba a
necesitarla incluso más de lo que ya lo hacía. Pero en el fondo, también deseaba
poder despertar con ella todas las mañanas por el resto de mi vida.
Extendiendo la mano, cuidadosamente pasé las yemas de mis dedos por sus
cejas, por el puente de su nariz hasta que llegué a sus labios. Estaban llenos y rosados,
y no pude evitar deslizar mis dedos sobre ellos, sintiendo su textura y suavidad. Todo
lo que podía pensar en ese momento, era enterrar mis dedos en las raíces de su
sedoso cabello, acercar su cara a la mía y besarla sin sentido.
Mis dedos seguían acariciando sus labios cuando sus ojos se abrieron.
Deteniendo mi movimiento, nuestros ojos se encontraron. Nos miramos fijamente,
mis dedos aún tocaban sus labios. Pasó al menos un minuto antes de que uno de los
dos se decidiera hablar.
Dejé caer mi mano.
—Buenos días, novia —le dije, con la voz ronca por el sueño.
Una sonrisa se extendió por sus labios.
—Buenos días, novio.
—Todavía estás aquí —murmuré.
—Te prometí que me quedaría. —No pude evitar devolverle la sonrisa,
recordando la canción que me había cantado anoche—. Además, parecías que
necesitabas a alguien.
—No necesitaba a alguien —le dije—. Te necesitaba a ti. De hecho, dormí toda
la noche. ¿Tienes idea de lo que eso significa?
Negó, frunciendo las cejas.
—¿Sabes cuánto tiempo ha pasado desde que dormí toda la noche?
De nuevo, negó.
—Años —dije bruscamente—. Jodidos años.
—No nos entiendo, Dorian —dijo con voz queda—. Lo que tenemos... no es
normal. Es demasiado poderoso, demasiado intenso y demasiado pronto. Tengo
miedo. —Su voz ganó volumen—. No sé si se supone que debemos sentirnos así.
Tan... conectados. —Contuvo el aliento—. Solo estoy... mierda. No sé lo que me pasa
esta mañana.
Me senté, la agarré del brazo y, con un ligero tirón, la acerqué, colocándola en
mi regazo para que estuviéramos cara a cara.
—No pasa nada contigo —dije—. Tus pensamientos reflejan los míos. Sé que no
es normal, pero nunca dije que lo fuera. Todo esto que siento por ti... Soy adicto. A
tu olor... —Cerré los ojos e inhalé el aroma a vainilla que aún permanecía en su
cabello—. A tu toque. —Mis manos encontraron las suyas—. A tu sabor. —Llevé
nuestras manos juntas a mi boca y planté un beso en sus nudillos. Se quedó sin
aliento y después de unos segundos de silencio, exhaló lentamente, su pecho subía y
bajaba a un ritmo más rápido. Me ahogaba en su reacción, asombrado de cómo mi
toque tenía el poder de afectarla tanto—. Eres como un milagro para mí —le susurré
al oído—. Mi segunda oportunidad en esta vida. —Le planté un beso en la mejilla y
pasé los labios por su piel suave y cálida con movimientos lentos y deliberados—.
¿Dónde te encontré?
Sonrió tímidamente a través de sus largas y oscuras pestañas.
—En la reunión del grupo de apoyo de Bennie.
Me reí entre dientes y enterré mi cabeza en el hueco de su cuello mientras
inhalaba su aroma intoxicante en mis pulmones.
—Recuérdame agradecerle más tarde.
Se estremeció en mis brazos y asintió.
—Lo haré.
Todo lo que podía sentir a nuestro alrededor era la quietud y quería quedarme
envuelto en ella todo el día.
Y el siguiente.
Y el siguiente.
Y…
—Probablemente debería irme.
Mi corazón se hundió.
—No quiero que te vayas —dije abatido. Incluso hice un puchero.
Ella rió. El sonido era como música para mis oídos porque quería que se riera
todo el tiempo.
—Serán solo unas horas —dijo—. Mi papá tiene un chequeo hoy y tengo que
llevarlo.
—Está bien. —Metí un mechón de cabello detrás de su oreja, le planté un beso
en los labios y luego me incliné hacia atrás, mirándola a los ojos—. ¿Puedes venir al
bar más tarde? Toby probablemente esté esperando tu respuesta.
Se sonrojó, desvió la mirada y miró a todas partes, menos a mí.
—¿Qué pasa? —le pregunté.
—Necesito prepararme mentalmente para eso.
—¿Por qué no te gusta cantar frente a una audiencia?
Se encogió de hombros.
—Me pone nerviosa, ¿sabes? No me gustan las multitudes. Prefiero cantar para
mí o para una persona a la vez.
Le sostuve la barbilla entre el pulgar y el índice.
—Siempre que pueda escuchar tu dulce voz, puedes hacer lo que quieras.
Aunque —agregué en voz baja—, creo que sería una tragedia si el mundo no llegara
a escucharte.
—Deja eso —dijo, sus mejillas se sonrojaron—. Siento que me sonrojo todo el
tiempo cuando estoy contigo.
—Te sienta bien. Además, me encanta hacerte sonrojar.
Sacó la lengua, y en un movimiento que me hubiera valido una medalla de oro
en los Juegos Olímpicos, mis labios capturaron su lengua, segundos antes de que
pudiera volver a meterla. Chupé y saboreé, besándola ferozmente. Estaba
desesperado. Posesivo. La respiré dentro de mí, sintiendo como si ella estuviera en
mi interior. Nuestras lenguas lucharon por la dominación. Sus dedos encontraron su
camino hacia mi nuca mientras presionaba su cuerpo más cerca del mío, sellando
nuestra conexión. Mis manos subieron por su espalda hasta que encontré refugio en
las raíces de su cabello. Apreté mi mano derecha y creé un puño hecho de seda, luego
eché la cabeza hacia atrás y tragué su jadeo en mi boca. Consumí sus sonidos,
devorando su dulce sabor, profundizando el beso aún más. Estaba tomando todo lo
que ella estaba dispuesta a darme, y a cambio, devolviéndole todo lo que tenía dentro
de mí.
Mi pequeña zorra comenzó a mover sus caderas contra mi palpitante dureza,
haciéndome estremecer. Gemí en su boca. Estaba sobándome justo allí, haciendo
que el bulto en mi pantalón se hiciera aún más duro. Gruñí, apretando mi agarre en
su cabello. Su cuerpo se puso rígido y contuve la respiración, sin estar seguro si ella
querría que nos detuviéramos.
Cuando reanudó sus movimientos, frotándose aún más rápido, los dos
gemimos al unísono.
Tenía miedo de explotar. Años sin sexo me hicieron sentir como si fuera
prácticamente virgen.
Empecé a empujar contra ella con más urgencia, ambos nos encontramos a
medio camino, y supe que la había tocado justo donde ella me necesitaba cuando fui
recompensado con un profundo y largo gemido. Gruñí mi aprobación en su boca,
nuestras lenguas entrelazándose juntas, encontrando armonía después de la guerra
de control en la que habían luchado.
Apartó su boca de la mía, jadeando, mirándome con los ojos llenos de deseo y
necesidad.
Necesidad de mí.
—Dorian —gimió. Ambos respiramos con dificultad mientras nuestros cuerpos
seguían amándose, frotándose adelante y atrás, hacia arriba y abajo, y en círculos
lentos y largos. Mierda. Si ella se sentía así de bien con la ropa puesta, estaba perdido.
Me vendría con el primer empuje.
—Lo sé, nena —murmuré—. Lo sé…
—Necesito... —gruñó.
—Dime —jadeé en su boca—. Dime lo que necesitas y te lo daré.
—Más... —gimió—. Necesito más.
Sonreí.
—Tus deseos son órdenes.
Aumenté mi ritmo; mi ritmo era ahora más rápido, más enérgico. Mi dureza se
tensó contra mis jeans, tratando de atravesar la barrera y encontrar su camino
directo a su núcleo. Apreté nuestras frentes, mirándonos a los ojos, nuestras
emociones transparentes, desnudas para que el otro las leyese. Estábamos jadeando
y solo los sonidos de nuestra respiración se escucharon dentro de la habitación.
Haciendo rodar mis caderas más rápido contra ella, la sentí tensarse en mis
brazos, y después de unos segundos de silencio, gritó su alivio. Unos cuantos
empujones más y también me vine, gruñendo mi liberación y empapando mis jeans.
Luego la besé.
Duro.
Saboreándola y los pequeños sonidos que hacía.
Ella me pertenecía.
Me retiré, dándole un último beso en la boca, y luego dirigí mis labios hacia su
nariz donde le di un casto beso, seguido de un beso en cada párpado. No podía tener
suficiente de ella.
Ella y yo nos sostuvimos la mirada el uno al otro.
—Vaya, eso fue...
Froté su nariz con la mía y dije:
—Sí, nena, lo fue.
“Tenían la cara torcida hacia sus ancas y encontré necesario caminar hacia atrás,
porque no podían ver delante de ellos... y como él quería tanto ver adelante, él
mira hacia atrás y anda un camino hacia atrás”.
—Dante Alighieri
¿
stás nervioso? —pregunté en voz baja.
Porque yo estaba nerviosa. Y sabía que mi padre
estaba nervioso, a pesar de que trató de esconderlo de
nosotros.
La primera ronda de quimioterapia no ayudó. Su cuerpo no había respondido
positivamente al tratamiento. Aplastó su espíritu.
Nos dirigimos al hospital para una tomografía computarizada. Hace unas
semanas, comenzó una nueva línea de tratamiento con medicamentos más fuertes.
Nos diría si el tratamiento actual fue efectivo. Él no quería hablar, pero yo sabía. Lo
conocía como la palma de mi mano. Como el olor de un nuevo libro. O el olor de la
tierra después de una buena lluvia. Él tenía miedo.
Habíamos salido tan pronto llegué a casa esta mañana. Estaba tan impaciente
y temeroso de que llegáramos tarde, ni siquiera me preguntó dónde había estado ni
qué había hecho la noche anterior.
Suerte la mía.
Condujimos con mi papá, como de costumbre, tomando el control del volante.
Conducir era algo en lo que no estaba dispuesto a comprometerse. Él siempre me
había dicho que él sería el que estaría detrás del volante hasta su último aliento. No
me importó. Si era algo que podía hacer, y claramente lo quería, ¿por qué diablos
no? No sería yo quien se lo quitara. Como se había enfermado, le prohibieron muchas
cosas y no agregaría otra prohibición al montón.
El solo pensamiento rompió mi corazón.
Me senté junto a él en el asiento del pasajero, con los pies sobre el salpicadero.
Finalmente, después de largos latidos de silencio, mi papá volvió la cabeza en mi
dirección. Me miró sin decir nada, luego desvió la mirada hacia la carretera y dijo en
voz baja:
—No, no lo estoy.
Mentiroso.
Encendí la radio, saltando de estación en estación, buscando una canción que
se adaptara al momento. Después de varios intentos fallidos, conecté mi iPhone
porque (admitámoslo) ¿cuáles eran las probabilidades de que la misma canción
exacta que quería escuchar en este momento se reprodujera mágicamente en la
radio?
Cuando encontré la canción, presioné reproducir, y sonreí. Si él no quería
hablar, lo haría de la única manera que sabía.
Con música.
Move Along, de mi primera opción en banda, The All American Rejects, salió
de los altavoces. La melodía edificante y positiva fue exactamente lo que
necesitábamos. No tenía mucho que decir porque la canción lo dijo todo para mí.
Todo lo que necesitaba era apoyarse en mí.
Nunca perder la esperanza.
Para mantenerse fuerte.
Y para seguir adelante porque eso es lo único que podríamos hacer.
Bajé las piernas y bajé la ventanilla, mirando cómo el vidrio se deslizaba
lentamente. Incliné mi cabeza a lo largo de mi antebrazo, dejando que el viento fresco
enfriara mi cara. Me estremecí, enterré mi cabeza en el hueco de mi brazo, dejando
solo mis ojos desnudos al frío. Los árboles pasaron junto a nosotros en todos los
tonos de amarillo, naranja y rojo, anunciando alto y claro que el otoño estaba aquí.
Me encantaba el otoño. Hubo algo acerca de la temporada que me llamó la atención.
Me calmaba. Algunos dirían que el estado de ánimo en otoño era triste y deprimente,
pero nunca me pareció así. Cuando llegó el otoño, me invadió una sensación de
tranquilidad. Me encantó el olor, los colores vibrantes terrenales, las hojas caídas y
la nitidez en el aire.
Cerré los ojos, la canción todavía sonaba de fondo, y traté de mantenerme
firme. Se suponía que yo fuera el fuerte. Negué mientras mantenía los ojos cerrados.
Fue un cliché tan maldito. Yo no era fuerte Nunca fui fuerte. No estaba hecha para
esto. No tenía idea de quién allá arriba, en el cielo, pensó que era una buena idea
ponernos a prueba de esta manera. Todo lo que siempre quise fue que alguien se
llevara nuestro dolor. Todos los sentimientos reprimidos que tenía dentro desde el
momento en que esta pesadilla había comenzado me estaban agotando
emocionalmente.
Negación.
Depresión.
Esperanza.
Tristeza.
Enfado.
Desesperación.
Enfado.
Enfado.
Enfado.
Y ahora... aceptación.
Porque no podía enojarme más.
Mientras mi cerebro aún trataba de resolver todas mis emociones
desordenadas, sentí que algo me rozaba la mano izquierda. Lentamente, abrí los ojos
y volví la cabeza. Mi papá miraba hacia la carretera, su expresión era indescifrable,
pero su mano... su familiar y reconfortante mano, intentaba sostener la mía.
Un bulto comenzó a formarse en mi garganta, así que giré la cabeza y miré la
vista. Una sonrisa incómoda tiró de mis labios, mis ojos ardían con lágrimas que me
negué a derramar. Sujeté su mano con fuerza en la mía, juntando nuestros dedos,
respiré y llené mis pulmones de alivio.
Con lágrimas cayendo por mis mejillas, volví a tener esperanzas.
Fue su manera de decirme que mi mensaje fue recibido.
Alrededor de media hora había pasado desde que mi padre entró en la sala de
tomografía computarizada. Miré alrededor y me encontré sola. La sala de espera era
pequeña, sus paredes pintadas de amarillo. Una fuente de agua estaba en la esquina
y un televisor montado en la pared transmitía las noticias a bajo volumen. Con
tiempo en mis manos y nada mejor que hacer, saqué mi libreta de mi bolso. Hojeé
las páginas hasta que encontré la que estaba buscando.
La canción de mi papá.
Repasé la letra, leyendo las palabras que había escrito durante los días más
oscuros de mi vida. La canción estaba casi completa. Sacando mi lápiz, comencé a
escribir, traduciendo mis sentimientos en palabras, olvidando el mundo exterior
mientras vivía dentro de mi cabeza.
Después de borrar una y otra vez y volver a escribir nuevas líneas, terminé la
canción. Miré alrededor otra vez, y después de asegurarme de que todavía estaba
sola, tarareé suavemente. La melodía era lenta y poderosa, y la canté muy
silenciosamente.
Cuando cierro los ojos
Deseando que fuera todo un sueño
Mis pensamientos no me dejarán
Revolviendo dentro de mí
Solía ser un soñador
Siempre mirando el lado positivo
Ahora el mundo me abandonó
Despertándome de mi vida ordinaria
Huyendo de la verdad
Las sombras siguen persiguiéndome
Tratando de tomar el control de mí
Oh, por favor Dios, solo déjame ser libre
Despertando con sudor sobre mí
Me siento aliviado de que fuera solo un sueño
Pero luego la dura realidad me golpea
Ni siquiera me da un momento de paz
Me apresuro a tu habitación y te miro dormir
Asegurando que todavía estás respirando
Que no ha habido ningún daño en tu camino
Convirtiendo mi mundo colorido en gris
Por favor, Dios, haz que todo se vaya
Cómo desearía que él se quedara
Luchando como un tigre, no va a perder
Esta vida, es lo que tiene que elegir
Como la noche volvió a caer
El coro regresó, girando y girando, siempre repitiendo
Me preparo, agarrándome fuerte
Esperando con todo mi corazón, estaría bien
Abrí los ojos, parpadeando para alejar las emociones que ardían dentro de mí
y me encontré con un color de ojos igual al mío, observándome. Estaba de pie en el
pasillo, apoyado contra la pared, con los brazos cruzados sobre el pecho, los ojos
brillantes por las lágrimas mientras su boca se inclinaba hacia abajo, su expresión
mostraba una mezcla de tristeza y pena. Nunca quise que él lo escuchara. Y ahora
que lo hizo, no supe cómo reaccionar.
Nos miramos hasta que mi padre rompió el contacto y se dirigió hacia mí con
tres pasos largos. Se inclinó y besó mi frente. Cerré los ojos, conteniendo el sollozo
que quería liberar, hasta que sentí sus brazos abrazándome. Me sentí tan segura en
sus brazos que ya no podía contenerlo.
Entonces hice lo que más quería hacer.
Lo dejé ir.
Lloré.
Lloré por mi papá.
Lloré por mi mamá.
Lloré por Adam.
Lloré por River.
Y... lloré por mí.
Murmuró palabras reconfortantes en mi oído, calmándome con su tono suave
y sus palabras. Desde que descubrimos que mi papá estaba enfermo, yo fui el que lo
consoló y él fue quien necesitó consuelo. Esta era la primera vez que me dio fuerzas,
y no al revés. Lo abracé con fuerza, mis manos apretaron la tela de su suéter.
—Shh... no llores por mí, niña. Estaré bien, ya verás. Soy un tigre después de
todo, ¿verdad?
No pude evitarlo. Me reí. Entonces lloré un poco más. Luego me reí de nuevo
cuando la risa de mi padre hizo eco en la habitación vacía.
—Sí, lo eres. Eres mi papá y no puedes ir a ninguna parte. Tienes que
mantenerme a salvo hasta el final de los tiempos. Lo prometiste.
—Y lo voy a cumplir.
Pero en el fondo, ambos sabíamos que la decisión no era suya.
Cuando papá estacionó el auto en el camino de entrada, noté una figura sentada
en los escalones del porche. Mi corazón quería saltar de mi pecho pensando que
podría ser Dorian, pero el cabello largo y rojo y la figura delgada demostraron que
solo era Ella. Me reí entre dientes, sintiéndome tonta. ¿Por qué Dorian estaría en mi
casa? Él ni siquiera sabía dónde vivía.
Me desabroché el cinturón de seguridad y prácticamente salí disparada de la
puerta, corriendo hacia ella. Pude escuchar a mi padre riendo mientras me dirigía
hacia mi mejor amiga y la abracé, dándome cuenta de lo mucho que la echaba de
menos. Sí, nos habíamos visto la otra noche, pero pasamos de vernos todos los días
a solo unas pocas veces al mes.
Ella retrocedió mientras sostenía mis hombros y sonrió.
—Puedo ver que también me extrañaste.
—Por supuesto lo hice. Mi vida es aburrida cuando mi mejor amiga tiene su
nariz enterrada en libros.
Papá, viniendo detrás de nosotros, besó a Ella en la frente.
—Hola, extraña.
—Hola —dijo ella. Luego, en voz baja, preguntó—: ¿Cómo te sientes?
—Como un toro.
—Me alegra escucharlo.
—¿Cómo van tus finales?
—¡Estoy triunfando, por supuesto!
—Estoy orgulloso de ti, Ella.
Ella bajó la cabeza y dijo:
—Gracias.
Mi papá siempre tuvo un punto débil por Ella. La trataba como a una hija, y ella
lo trataba como a un padre. Me encantó cómo se llevaban bien. El padre de Ella era
un no-show que la había abandonado a ella y a su madre cuando ella tenía tres años.
Mi padre era la única figura parental masculina que tenía.
Con un gesto de la mano a mi padre, tiré de la mano de Ella, llevándola a
nuestra cocina, donde preparamos café, tomamos algunas galletas y nos dirigimos a
mi habitación.
Encendí la luz, cerré la puerta detrás de nosotras y coloqué el plato de galletas
en la mesita de noche. Ace se sentó en el suelo y le lanzó puñales a Ella. Ella ya se
había acomodado en mi cama con una almohada escondida detrás de su espalda
cuando miró a mi perro y sonrió.
Decir que a Ace no le gustaba sería una subestimación. Fue difícil para mí
admitirlo, pero Ace era un snob. No le importaba nadie excepto yo y solo toleraba a
mi familia.
Cuando me instalé a su lado, ella preguntó bruscamente:
—¿Quién es el tipo?
Conocía al hombre al que se refería.
—Su nombre es Dorian —le dije, y luego tomé un sorbo del líquido caliente,
dejándolo calentar y calmarme—. Nos encontramos en la reunión del grupo de
apoyo.
—Quiero saber todo lo que sucedió desde el momento en que lo conociste hasta
ahora. —Golpeó mi hombro, su boca se inclinó en la esquina—. No dejes ni un
pequeño detalle.
Sonreí ante la elección de la palabra, susurrándola suavemente, probándola en
mis labios, saboreándola en mi lengua.
—Pequeña.
—¿Eh?
—Así es como me llama.
—¿Pequeña?
—Sí.
—Qué original.
—¿Puedes dejar de ser una cínica por un segundo?
—Lo siento, sigue, quiero escuchar todo.
—No quiero decirte si vas a actuar así.
—¡Oh vamos! Lo siento, no lo haré de nuevo. ¿Por favor? —Me miró con ojos
de perrito, frunció los labios y parpadeó—. ¿Por favooooor?
—Bueno. De acuerdo.
Le conté cómo nos conocimos, su episodio en el que accidentalmente me atacó,
la noche en el bar, la reunión del grupo de apoyo ayer y la parte donde pasé la noche
con él. También le conté sobre la oferta de trabajo. Cuando terminé de hablar, hubo
un largo silencio.
—Realmente daba miedo —murmuró en voz baja—. Escuché algunos rumores
desagradables sobre él. Y... ¿de verdad crees que estás a salvo con él?
Giré la cabeza y la miré a los ojos, esperando que ella lo entendiera.
—Esos rumores son mentiras. La gente no sabe quién es, por lo que es fácil creer
todo lo que se ha dicho. Es dulce, Ella, y tan bueno conmigo... no tienes idea de
cuánto. Él es el tipo más atento, vulnerable, encantador, sensible e imperfecto que
he conocido. No hay lugar más seguro para mí que estar allí junto a él.
—Bueno, me asustó a mí y a todos los demás en el bar la otra noche.
—Sí —le dije, recordando su enojo—. Fue intenso, eso es seguro.
—Ni lo digas.
Ambas nos reímos y chocamos nuestros hombros juntos.
—Él también tiene cicatrices —dijo—. Cicatrices realmente aterradoras.
—Esas cicatrices son parte de lo que es. Lo acepto, cicatrices y todo.
Me miró por un momento, mirándome como si me viera por primera vez.
—Nunca te he visto así, ¿sabes? Cuando hablas de él... —Negó—. Es como si tus
ojos brillaran y hay una ternura en ellos que nunca había visto antes.
Contemplé lo que dijo y concluí que tenía razón. No importaba por lo que había
pasado o con quién había salido en el pasado, nunca había sentido esto por nadie.
Dorian... me había capturado. Y no tenía planes de escapar de él.
—Bien entonces —dijo—. Confío en ti en esto. Pero un movimiento equivocado
de su parte y él va a conocer mis puños de cerca y en persona.
Me reí y abracé a mi dulce amiga.
—Le haré saber.
Tenía a Dorian.
Tenía a Ella.
Tenía a mi familia, a pesar de que estábamos teniendo el peor momento de
nuestras vidas.
Pero al final del día estábamos juntos. Y eso fue lo más importante de todo.
“La dificultad puede desanimar al principio, pero cada dificultad pasa. Toda
desesperación es seguida de esperanza; toda oscuridad es seguida de la luz del
sol”.
—Rumi
¿
stás lista para esta noche?
¿Lo estaba? No tenía idea. Todo lo que sabía era que
necesitaba a Dorian, y él no estaba aquí. ¿Por qué hoy, de
todos los días, tenía que estar retrasado?
Estaba sentada en la oficina de Toby, mi espalda contra la incómoda silla de
madera mientras hablábamos sobre lo que debería esperar de mi nuevo empleo.
—¿Podemos cancelar las cosas? —Era un manojo de nervios antes de mi
primera actuación.
—Nop —dijo, negando—. ¿Por qué querrías eso?
Suspiré, respirando profundo y confesé.
—Tengo un terrible miedo escénico.
—Dorian me dijo que estarías nerviosa, pero no te recuerdo estando nerviosa la
otra noche cuando pediste una guitarra.
—Eso fue diferente. Tenía un poco de coraje, además de que tenía a Ella ahí
para apoyarme. No lo habría hecho de lo contrario. —No le dije que la otra noche
había necesitado cantar porque era mi salida, mi manera de tratar con las cosas. Pero
ahora que cantar sería esencialmente mi empleo, era un juego completamente
diferente. No estaba segura de que en realidad lo haría.
Hubo un largo silencio donde quería cavar un agujero en el suelo y saltar
dentro. No estaba ni siquiera en el escenario todavía y ya mi corazón golpeaba
salvajemente y mi estómago se agitaba. Cerré mis ojos, permitiendo que la sensación
de náuseas disminuyera.
—Entiendo —dijo, levantándose de su silla.
—¿Sí?
—Sí. Pero no te diré que te des por vencida. Debes enfrentarlo, porque, cariño…
—Vino a pararse frente a mí y puso sus manos en mis hombros—. Eres increíble. Tu
voz es encantadora y tienes un talento que todos desearían tener. El miedo escénico
es algo muy común y completamente normal. Pareces ser alguien que ha pasado por
mucho en su joven vida, así que, si te tomas un momento y en realidad lo piensas,
este miedo escénico es nada comparado con todo lo demás.
Por un largo momento, lo miré, aturdida. Él tenía razón. Comparado con todo
lo demás que había pasado en mi vida, este miedo escénico no era nada,
absolutamente nada. ¿Por qué lo había dejado controlarme por tanto tiempo?
—Vence y conquista —dijo—. ¿Qué dices?
Levanté la mirada y sonreí… sonreí al hombre que tenía la sensación iba a ser
como un segundo padre para mí. Asintiendo, susurré:
—Sí. —Y sin darle un segundo pensamiento, lo abracé y dije—: Gracias. Puedes
ser algo dulce cuando quieres.
Él se rió.
—Solo no le digas a nadie. No quiero mi reputación arruinada.
El callejón estaba oscuro y las luces de la calle tenues. Miré el cielo despejado,
lleno de estrellas titilantes que proyectaban un suave brillo, mientras una suave brisa
soplaba en mi rostro. Mientras me acercaba a Toby y Dorian, podía ver que Dorian
estaba en el suelo sentado, con su cabeza entre sus piernas dobladas. Sus manos
estaban enterradas en las raíces de su cabello despeinado, sus dedos tirando de las
puntas.
No pude evitar compararlo con un animal herido.
Toby estaba detrás de él a una distancia segura, midiendo su reacción. Cuando
reunió el suficiente coraje para poner su mano en su hombro, Dorian giró el cabeza
rápido como un rayo, sus ojos salvajes e indomables, siseándole. Toby apartó su
mano y retrocedió. Bajó su cabeza y suspiró pesadamente rindiéndose.
Me quedé ahí de pie, fija en el sitio, mirando cómo este hombre roto estaba
sufriendo las consecuencias de la guerra. Se veía impredecible y enervado. Solo
quería abrazarlo.
Avancé hasta que estuve al lado de Toby. Giró su cabeza, la derrota grabada en
su rostro. Se veía mayor, como si unos años hubieran sido añadidos a su vida. Solo
podía imaginar lo que se sentía para él lidiar con Dorian a diario.
Se veía completamente cansado.
Entendiendo lo que debía de hacer, asentí hacía él, haciéndole saber que me
encargaría desde aquí. Antes que pudiera dar otro paso, su mano agarró mi brazo,
negando como si dijera sin palabras que debería dejar solo a Dorian.
Coloqué mi mano sobre la suya mientras lo miraba fijamente a los ojos, y
modulaba, yo me encargo. Con una mirada pesarosa, reasumí mis pasos hasta que
estuve lo suficientemente cerca para tocar a Dorian. Al último momento, cambié de
opinión y decidí sentarme en el suelo frente a él, subiendo mis piernas a mi pecho, y
mis brazos rodeándolas. Mirando a Dorian en completo silencio, noté a Toby de reojo
retrocediendo hasta que su cuerpo tocó la pared de ladrillos. Con sus ojos fijos en
nosotros, cruzó los brazos sobre su pecho, y nos dio la privacidad para estar por
nuestra cuenta, mientras a la misma vez nos vigilaba.
Con un suspiro, mi concentración volvió a Dorian, quien estaba sentado solo
en el frío suelo, luciendo perdido y fuera de lugar. Suavemente, susurré:
—Dorian…
Sabía que era consciente de mi presencia. Su cuerpo se había tensado, y las
manos que había estado atacando su cabeza hace unos momentos, ahora estaban
alrededor de sus piernas inclinadas, apretando sus rodillas hasta que pude ver sus
nudillos ponerse blancos.
—Dorian, quiero que sepas que estoy aquí y que no iré a ninguna parte.
Tal vez era mi presencia. Tal vez era mi voz. Tal vez era el significado detrás de
mis palabras, porque al final, levantó su cabeza hasta que sus tormentosos ojos
azules conectaron con los míos. Nada fue dicho entre nosotros mientras nos
estudiábamos. Podía sentir mi corazón acelerarse, sintiéndose agitado bajo su fuerte
escrutinio. Sus ojos vieron mi nariz, y luego bajaron a mi boca. Pasó más tiempo del
necesario inspeccionando mis labios, como si estuviera aprendiendo cada línea y
cada tono de estos.
Me sentí como un lienzo en blanco y sus ojos estaban pintándome desde cero.
Su mejilla encontró apoyó contra su brazo, imitando mi postura, como un
reflejo del otro, comunicándonos sin palabras.
Pensé que te había perdido, me dijo sin hacer ni un sonido.
Nunca, respondieron mis ojos.
Luego, débilmente, murmuró:
—Lo siento.
Negué, rozando mi mejilla contra mi suéter.
—No lo sientas —dije en un susurro—. No estoy enojada contigo.
Alzó sus cejas y estaba a punto de decir algo, pero lo interrumpí.
—¿Estaba sorprendida? Sí, lo estuve. ¿Asustada? Sí. ¿Indefensa? —Asentí—.
¿Pero enojada? Absolutamente no. Sabía que tenías un episodio, Dorian. No te culpo.
Sus ojos se suavizaron mientras me miraba, y las arrugas que parecían una
cicatriz permanente entre sus cejas empezaron a desvanecerse.
—Pensé, eso es todo, la perdiste —dijo con voz ronca. Levantando su cabeza,
apretó su agarré, subiendo más las rodillas a su pecho—. Pensé que te habías hartado
de mi mierda, y no podías manejarme más. Que no me querías más.
Dentro de mi pecho, escuché lo que sonaba como hielo rompiéndose. Era el
sonido de mi corazón astillándose.
Me acerqué. Él abrió sus piernas dándome mejor acceso, y me acerqué, hasta
que nuestros cuerpos estuvieron presionados juntos, y lo sostuve.
—¿Cómo podría no quererte?
Sus brazos me rodearon hasta que descansaron en mi espalda baja,
aplastándome contra él hasta que no quedó espacio para respirar entre nosotros. Su
cabeza luego encontró el pliegue de mi cuello que tanto le encantaba, y enterró su
rostro ahí, respirándome. Quise quedarme ahí para siempre.
—No lo sé —murmuró débilmente—. Es solo… ¿cómo puede alguien quererme
cuando ni siquiera me quiero a mí mismo?
Negué, odiando escuchar esas horribles palabras. Mi mano subió hasta que
llegó a la cima de su cabeza. Con lentos y suaves movimientos, acaricié su cabello,
intentando calmarlos y apoyarlos mientras él luchaba con los demonios que
mantenía en su interior.
—Odio sentirme así, Pequeña —dijo con voz ronca—. A veces. —Suspiró contra
mi cuello, como si confiara las profundidades de su alma, para que solo yo
escuchara—. A veces… me siento como un monstruo. No puedo controlarlo —dijo, su
voz temblando—. Intento luchar, de verdad, pero no puedo. Siento que voy a
enloquecer. Es más fuerte que yo y me hace sentir como un jodido monstruo.
Retrocedí y llevé mis manos a su rostro, acunando sus mejillas. Lo miré
fijamente a los ojos, y con una voz que sonaba un poco sin aire, dije:
—¿Un monstruo? Dorian, eres solo un humano. Has pasado por cosas que no
puedo imaginarme y sobreviviste. —Me incliné más cerca, hasta que estuve a
centímetros de su rostro—. Al final, viviste. Así que crees que estás loco. ¿Y qué?
¿Quién no se siente un poco loco a veces? Sé que yo sí —murmuré—. Creo que cada
ser humano tiene un poco de locura dentro.
La esquina de su boca tironeó, y luego se curvó hasta que me regaló una de sus
raras medias sonrisas.
Nunca había querido presenciar una sonrisa de la forma en que quería la suya.
En especial esta.
—Déjame preguntarte esto —dije—. ¿Alguna vez has querido herirme? ¿A
propósito?
Se estremeció como si le hubiera abofeteado. Con sus ojos como platos, y su voz
temblando, dijo:
—Nunca.
Junte nuestras frentes.
—Lo sé, sé que nunca me lastimarías. Y si algo me sucediera… —Mi voz se
silenció.
—Me destrozaría —terminó.
—Tienes a tu familia. Tienes a Benny y Toby. Y déjame decirte… ellos darían
una extremidad por ti. —Podía notar que mis palabras finalmente estaban
penetrando. Su expresión triste empezó a desvanecerse. Pero no era suficiente. No
quería ver ni un rastro de pesar en su rostro—. Y… —Tomé una de mis manos y la
puse sobre mi corazón—. Me tienes. Ya no estás solo, Dorian. Juntos, vamos a
superar esto. —Llevé mi mano de regreso a su mejilla—. Si tenía dudas sobre ti, sobre
nosotros —dije con confianza—. Nunca habría comenzado nada contigo para
empezar.
Sus manos fueron a mi espalda sin afán.
—Creo en ti —susurré—. Necesito que lo veas. —Mis ojos perforaron los suyos—
. Deja de pensar que voy a irme. Estoy aquí, y estoy para quedarme. —Rocé mi nariz
con la suya, frotándola—. Claro, si me dejas.
Sus manos dejaron mi espalda y subieron hasta cubrir mis propias manos,
acunando su rostro.
—¿De verdad no me ves como un monstruo?
Vi la desesperación y el miedo, pero también escuché la esperanza en su voz.
—No —dije, y me incliné para sonreír—. Pero sí me proteges como una bestia.
Una sonrisa apareció en la comisura de sus labios, y luego acarició mis mejillas
con sus pulgares con suavidad.
—Siempre te protegeré, Pequeña. Incluso de mí mismo.
—Lo sé. —Suspiré, con mi corazón apretándose—. Lo sé.
Una genuina sonrisa iluminó su rostro, proyectando una luz gris alrededor
nuestro. Una luz llena de esperanza y promesas de un futuro. Él negó y me miró
maravillado.
—¿Qué pasa? —pregunté, confundida.
Sonriendo, levantó su dedo hasta que tocó la piel entre mis cejas, acariciando
las líneas que se habían formado entre ellas.
—Lo único que tienes que hacer es tocarme —murmuró, sus ojos brillando
maravillados—. Y mi mundo está bien de nuevo.
Pasó sus dedos por mi rostro, acariciándome con sus yemas, hasta que se
detuvieron en mis labios. Sus ojos fijos en mi boca mientras su pulgar los acariciaba
con un toque que se sentía como un beso. Me abrazó entonces, su cuerpo más
relajado y menos tenso. Pero sus brazos eran igual de poderosos.
Y justo así, de repente recordé que no estábamos solos.
Toby. Estaba de pie en la misma posición, inclinando contra la pared de
ladrillos, sus brazos cruzados en su pecho, mirándonos con una expresión atónita en
su rostro.
—Mmm… ¿Dorian?
—¿Sí?
—Tenemos audiencia.
Ambos nos levantamos mientras Toby se nos acercaba.
—Lo siento —murmuró Dorian.
Toby negó y alzó una palma abierta.
—No lo estés. ¿Estás bien ahora?
Dorian giró su rostro hacia mí, tomando mi mano.
—Nunca he estado mejor.
Sonreí, sintiéndome igual, y entonces miré a Toby. Él nos miraba, los ojos
saltando de Dorian a mí, examinándonos con su penetrante mirada. Luego negó y
sonrió.
—Veo que te has encontrado un ángel guardián, muchacho. Debes cuidarla.
—Créeme —dijo Dorian, sus ojos fijos en mi rostro—. Lo sé.
Bajé la mirada, roja como un tomate, y enterré mi cabeza en el brazo de Dorian.
Sentí su risa vibrar por su cuerpo antes que salieran de su boca. Rodeó mi hombro
con su brazo y me acercó más.
—Me la robaré ahora. ¿Está bien?
—Bien por mí. Los veo mañana, niños —respondió Toby, luego se dio la vuelta
y volvió al bar.
—¿Robarme a dónde?
Con una mirada que decía que estaba planeando problemas, dijo:
—A mi castillo.
Sin advertencia, se inclinó, agarró mi brazo y me subió sobre su hombro. Grité
cuando mi rostro se encontró con la parte baja de su espalda.
—¡Oye, bájame! —grité.
—No —respondió, su voz llena de diversión—. Eres mi Bella. —Luego me dio
una palmada en el trasero y dijo—: Y yo soy tu jodida bestia.
“Recuerda esta noche... pues es el principio de siempre”.
—Dante Alighieri
brir los ojos después de una noche completa de sueño sin pesadillas era
jodidamente fantástico.
Sin embargo, ¿despertar con Pequeña en mis brazos? Eso era
felicidad pura e interminable. Nada se comparaba con esto.
Nada se comparaba con ella.
La sensación de su pequeño cuerpo contra el mío, su cabeza pegada a mi pecho
mientras la acunaba en mis brazos... Ni siquiera podía comenzar a explicar lo que
me había hecho. Ella era todo lo que siempre había soñado y todo lo que nunca creí
que merecía. Pero era mía, y demonios si alguna vez la dejaba ir.
Nos tendimos de lado, uno frente al otro. Acomodé su cuerpo, para que su
cabeza descansara en el hueco de mi cuello. Exhaló por su nariz, haciéndome
cosquillas en la piel y calentándome desde adentro hacia afuera. Nuestras piernas
estaban enredadas debajo de las sábanas, y se sujetó a mí mientras dormía, como si
necesitara el contacto tanto como yo.
Mierda. Cómo deseé que pudiéramos quedarnos de esta manera con mi ángel
atada a mí en todas las formas posibles, sin poder escapar, aunque lo intentara. No
es que lo haría. Finalmente me di cuenta de que estaba allí para quedarse. Era mía.
Y yo era suyo, pensé con una sonrisa. Lo dijo ella misma.
Y yo lo era. No tenía idea de cuan suyo era.
Apreté mi agarre, mis manos acercaron su cuerpo hasta que no quedó ni una
fracción de aire entre nosotros. Toqué su frente con mis labios, un beso simple y
casto, y me maravillé de la suavidad de su piel. Dejé que mis ojos se cerraran,
saboreando el hormigueo, el olor a vainilla que flotaba en el aire a nuestro alrededor,
y el hecho de que ella estaba allí, en mi cama, conmigo.
Fue la primera mujer que traje a mi hogar. Y la primera mujer que durmió en
mi cama. Y en el fondo, sabía que sería la última.
Se movió, y lentamente abrió sus brillantes ojos verdes. Y luego sonrió.
—Buenos días, bebé —susurré.
Parpadeó... las pestañas revolotearon una, dos y una tercera vez, y luego bajó
la mirada, sus mejillas adquirieron calidez. Mierda. Era adorable. Después de
anoche, sentí que todas las barreras entre nosotros habían sido derribadas. Quería
que ella sintiera lo mismo.
Necesitaba que se sintiera cómoda conmigo.
Con mi pulgar e índice, sostuve su mentón y lo levanté. Cuando su mirada se
fijó en la mía, sonreí con seguridad.
—¿Qué tal dormiste?
—Como los muertos —respondió con una sonrisa—. En serio... —Sus ojos
brillaron con malicia—. Ha pasado mucho tiempo desde que dormí tan
pacíficamente.
—¿Sí?
—Sí. Creo que el orgasmo que me diste la noche anterior me cansó.
Tosí, estupefacto y sin palabras. Nunca pensé que asociaría lo de anoche con la
forma en que se despertó esta mañana, toda tímida y nerviosa.
Mirándome, negó y se rió.
—A veces puedes ser adorable, sabes eso ¿verdad?
—Te mostraré lo adorable —gruñí. Sin previo aviso, nos di vuelta, cubriendo su
cuerpo con el mío, hasta que quedó tendida de espaldas conmigo encima de ella.
Chilló, mirándome con sus grandes ojos verdes—. ¿Soy adorable ahora? —pregunté,
balanceando mis caderas hacia adelante, mi dureza empujando contra su suavidad.
Gimió y arqueó su espalda mientras movía sus caderas al mismo ritmo que establecí.
Quería introducirme dentro de ella, pero me contuve porque en el fondo sabía que
no estaba preparada para eso. Así que esperaría pacientemente el momento perfecto.
Hasta entonces... Iba a hacerla mía de cualquier otra manera posible.
Contuvo la respiración e intentó liberar sus brazos de mi agarre, pero no la dejé.
En cambio, mordí su labio inferior, solo un pequeño mordisco con mis dientes,
haciéndola jadear. Y en lugar de liberarla, entrelacé nuestros dedos y apreté.
—No, no es adorable —dijo con más aire que voz. Con los ojos cerrados, giró sus
caderas contra las mías, provocando un gemido desde algún lugar profundo de mí.
Encontré sus embestidas en cada paso del camino con un abandono urgente—. Eres
mi b-bestia.
—Maldita sea, lo soy —gruñí en su oreja, encontrando cada empuje y cada
meneo de sus caderas. Adelante, atrás, adelante, atrás... más duro y más rápido a
través de su núcleo hasta que los dos estábamos sin sentido y consumidos por el
fuego entre nosotros.
Apoyando mi frente contra la de ella, abrió los ojos, y miró profundamente a
los míos mientras respirábamos entre nosotros. Liberé sus manos y en segundos,
envolvió sus brazos alrededor de mi cuello y sus piernas alrededor de mi cintura,
acercándome más. Agarré su pequeño trasero suave, tirando de ella firmemente
contra mí mientras lo moldeaba aún más fuerte. Gimió. La delgada capa de ropa era
apenas una barrera entre nosotros, y podía sentir su calor contra mi erección. Fue
suficiente para enviarme al límite.
Envolví mis brazos alrededor de ella, mis caderas chocando contra las suyas y
gemimos al unísono. Un placer inmenso me golpeó y por segunda vez, liberé mi
semilla dentro de mis calzoncillos con una intensidad que nunca había sentido antes.
Ella estaba allí conmigo, mi Pequeña, mientras sentía su cuerpo convulsionarse y
estremecerse con su propia liberación debajo de mí. Nuestros cuerpos temblaron con
las réplicas de nuestro clímax. Besé su frente, sus párpados, su nariz, sus mejillas, su
barbilla. Luego toqué sus labios con los míos, besándola con todo lo que tenía.
Cuando me aparté y la miré con una sonrisa tímida, sus ojos brillaron con calidez y
adoración.
Por alguna razón, después de cada acto físico con ella, necesitaba su
aprobación. Tenía que saber que lo hice bien. Estaba oxidado y la mitad del tiempo
no sabía qué diablos estaba haciendo. Tenía miedo de decepcionarla.
—¿Estuvo... estuvo bien para ti?
Me cubrió la cara con las manos y me dijo:
—Eres perfecto. Tú eres el único que me ha hecho sentir de esta manera. —
Inclinó la cabeza hacia mi oreja y susurró—: O correrme tan duro.
Mieeerda. Esta chica sería mi muerte.
Echó la cabeza hacia atrás y sonrió.
Me levanté de la cama, me limpié y me puse un nuevo par de calzoncillos.
Luego, volví a la cama, trayendo una toalla caliente conmigo, y la limpié suavemente
también. Se sonrojó todo el tiempo. Le entregué mi camiseta y me instalé a su lado.
—Juguemos a un juego —dijo ella.
—¿Un juego? —pregunté, metiendo mechones de cabello detrás de su oreja.
—Sí. Vamos a jugar veinte preguntas.
No pude evitar la sonrisa que se me escapó. Esta chica podría pasar de intensa
a juguetona en un abrir y cerrar de ojos.
—Quiero decir... —continuó ella—, siento que saltamos de cabeza en los temas
oscuros y profundos. No sé... quiero saber más sobre ti. Cosas simples. Cosas tontas.
Acaricié su mejilla con mi pulgar.
—Quiero saber más sobre ti también. Todo.
—Está bien, entonces... —dijo ella con una sonrisa—. ¿Color favorito?
Eso era fácil.
—Verde. El color de tus ojos. —Vi las mejillas de Pequeña adquirir un tono rosa
y sonreí—. ¿Qué puedo decir? Soy parcial. Además, siempre me ha encantado el color
verde desde que era niño. —Le guiñé un ojo—. ¿El tuyo?
Se aclaró la garganta y dijo:
—Turquesa.
—¿Programa de televisión favorito?
—The Vampire Diaries.
Levanté una ceja.
—Oh, cállate —dijo con una sonrisa—. Demándame. —Levantó un poco la
barbilla, levantó la mano e hizo una señal de victoria—. El equipo Damon hasta el
final —dijo, y luego suspiró. Jodidamente suspiró.
No tenía idea de quién diablos era este tipo, pero todo lo que quería hacer en
ese momento era localizarlo y patearle el culo.
—Escucha… —Rió disimuladamente—. Deja de fruncir el ceño. Sabes que eres
el único que deseo.
Me incliné como si fuera a besarla, pero no lo hice. En cambio, le susurré al
oído:
—¿Sí? Bueno ¿qué tal si te muestro que eres la única que deseo?
Jadeó y sus dedos pellizcaron mi piel desnuda. No me importó para nada. Se
vio afectada y eso fue lo que pretendía. Bueno, eso, y que dejara de pensar en el puto
idiota de su maldito programa. Quería que sus pensamientos fueran consumidos por
mí. Solo yo.
—Ya... ya lo hiciste —dijo con un nudo en la voz.
—Mmm, eso es correcto —le dije, lamiendo su oreja—. Lo hice. No lo olvides.
Asintió una vez y luego preguntó:
—¿Cuál es el tuyo?
Recostándome, respondí:
—Agentes de S.H.I.E.L.D.
Sus ojos se iluminaron.
—¡Me encanta ese programa! ¡Skye es genial!
—Sí, es genial —le dije, enfocándome más en ver la cara sonriente de mi chica.
—¿Genial? —dijo sorprendentemente—. ¡Ella es sexy y ruda! Una combinación
mortal, mortal, amigo mío.
Ella no es nada comparada contigo, Pequeña.
—Está bien, mi turno —dijo, alzando su mirada mientras tocaba su barbilla con
su dedo índice—. ¿Comida favorita?
—Cualquier plato que contenga carne. ¿Tú?
—Amo la comida italiana.
—Comida italiana, ¿eh? —Nota mental: abastecer mi nevera con todo para
preparar comida italiana—. ¿Película favorita?
—Esa es difícil. De acuerdo, déjame pensar. —Cerró los ojos y jugueteó en mi
pecho desnudo. La sensación de sus dedos en mi piel... desvió el rumbo de mis
pensamientos y me dejó en blanco. De repente, sus ojos se abrieron de golpe, y
sonrió—. Oh, ¿a quién demonios voy a engañar? Siempre será A Walk to Remember.
Vi esa película como un millón de veces, y lloré cada... vez.
Su expresión comenzó a cambiar, y en lugar de la ligereza que vi hace unos
segundos, una nube oscura se apoderó de ella. Los bordes de su boca bajaron.
—¿De qué se trata la película? —le pregunté, ya que no podía soportar ver su
expresión triste.
Me miró con extrañeza.
—¿No la has visto?
—Uh... ¿no? —respondí. ¿Por qué tenía miedo de decirle que nunca había
escuchado sobre esta película antes de hoy?
—No puedo decirte de qué se trata la película —dijo—. Arruinaría toda la
experiencia. Tendremos que ver la película juntos.
¿Más tiempo con ella? Apúntame. Me podría pedir que mire Desperate
Housewives y diría sí, por favor.
—Me parece bien —dije.
—Entonces... —Sonrió—. ¿Cuál es la tuya?
—Las películas de Fast and Furious.
—Hablando de cosas en común. Normalmente no soy una chica de acción, pero
las he visto todas.
—¿En serio? —Me sorprendió. La había clasificado de solo cosas románticas.
—Sí. —Su rostro se levantó para poder mirarme—. Son mucho más que
películas de acción. Tienen momentos de reír a carcajadas, especialmente en lo que
concierne a Roman. —Se rió entre dientes, y yo me uní a ella. Tenía razón. El tipo era
hilarante—. Y toda la “unidad familiar” que tienen en marcha... —continuó—, es
reconfortante.
¿Era posible enamorarse de ella más y más con cada momento que pasaba?
¿Había un límite en la cantidad de amor que alguien podría tener para otra
persona? No tenía idea. Todo lo que sabía era que esta chica podía ponerme de
rodillas, y que lo haría con una sonrisa en mi cara.
—¿Por qué me miras así? —preguntó.
—¿Cómo? —Lo sabía, pero quería que ella lo dijera.
—Como si sostuviera el sol en mis manos —susurró—. O algo así de cursi. —
Desvió la mirada, mirando a un lugar detrás de mi cabeza.
Esta chica.
—Porque lo tienes.
Era tan simple como eso. Ella sostenía el sol, la luna y las estrellas en sus manos
desnudas. También sostenía mi corazón en sus manos, y todo lo que podía hacer era
desear que fuera amable con eso.
—¿Canción favorita? —susurró.
Ni siquiera tuve que pensar sobre eso.
—Right Here de Ashes Remain —dije.
—¿De verdad?
—Sí. Desde el momento en que la cantaste —le dije, recordando el momento—.
Se convirtió en mi nueva canción favorita.
Capté el brillo en sus ojos antes de que rápidamente desviara la mirada.
—¿La tuya? —susurré, mi voz ronca.
—May I de Trading Yesterday.
Probablemente notó la expresión en blanco de mi rostro, porque preguntó:
—¿Alguna vez la has escuchado?
—No... —Otro de sus favoritos que no conocía. Maldita sea.
—Bueno —dijo—, cambiaron su nombre a “The Age of Information”. ¿Tal vez
estás familiarizado con ese nombre?
Negué. No tenía idea de quiénes eran.
—¿Vives bajo una roca o algo así?
Sonreí.
—Antisocial. Solitario. ¿Recuerdas?
Se levantó y saltó de la cama.
—Tenemos que arreglar eso, en este momento.
Mi camiseta color verde oscuro le quedaba larga, llegando a sus rodillas,
luciendo más como un vestido. Había algo tan sexy en ver a mi Pequeña usando mi
camisa. Todo lo que quería hacer era tomarla en mis brazos y besarla hasta quedar
sin sentido.
Salió de la habitación y regresó con su iPhone y sus auriculares. Subió a la cama
y buscó en su lista de reproducción.
—Lo encontré. —Sonrió. No perdió tiempo en ponerme un auricular dentro de
la oreja y el otro en la suya—. Escucha —dijo—. Otra canción que te voy a dedicar.
La canción comenzó a sonar y miré la razón por la que estaba respirando y cubrí
su mejilla con mi mano.
Cuando la canción llegó a su fin, se quitó los auriculares de las orejas y dijo:
—¿No son increíbles?
Tú eres increíble.
—Claro.
Nos miramos el mayor tiempo posible, y luego pregunté:
—¿Atardecer o amanecer?
Y continuamos así, haciendo preguntas al azar sobre las cosas más aleatorias.
Aprendí mucho sobre ella.
Creo que fue cuando comencé a creer en almas gemelas.
Y luego pensé... mierda... estaba muy abajo, sin manera de mantener la cabeza
fuera del agua. Pero a la mierda... Qué dulce manera de ahogarse.
“La herida es el lugar por donde entra la Luz”.
—Rumi
Joder. Esta chica... mi niña. La cantidad de tristeza que escondía dentro rompió
mi puto corazón. Todo lo que estaba enmascarando con su hermosa sonrisa. Ella era
la princesa en el baile de máscaras, pero vi más allá de ella. Vi debajo, en las
profundidades de su alma. Nunca podría esconderse de mí, ni alguna vez planeé
dejarla.
—Hola, Pequeña —murmuré.
La luna llena brillaba en el cielo negro, y la suave luz iluminaba su rostro. No
podía dejar de compararla con un ángel.
—¿Mmm...?
—¿Alguna vez has tenido un héroe? —pregunté, antes de que pudiera pensar
dos veces sobre mi pregunta. Tragué saliva. ¿Quién demonios preguntaría cosas
como esa?
Aparentemente, yo lo hice.
—¿Un héroe? —Me miró, divertida—. Bueno, siempre he considerado a mi
padre un héroe, pero... —Hizo una pausa y miró el cielo—. Hubo una vez que alguien
me salvó la vida. Yo llamaría a ese tipo un héroe.
—¿Qué quieres decir?
—Había este tipo... —Se calló, mientras miraba soñadora.
—¿Quién era él? —le pregunté, mi voz ganó fuerza. Los celos son a veces una
perra.
—Realmente no lo sé. Traté de no pensar demasiado en él después.
—¿Por qué?
Ella suspiró y miró el cielo nocturno de nuevo. La luna llena era la única luz
sobre nosotros. Las estrellas estaban escondidas detrás de las pesadas nubes,
haciendo que la luna pareciera solitaria. Esta noche, éramos su única compañía.
—Porque no importa cuán significativo haya sido nuestro encuentro, estaba
conectado a uno de los días más oscuros de mi vida... el día en que encontraron el
cuerpo de mi hermano —dijo en voz baja, mientras se quitaba un mechón salvaje que
caía en sus ojos—. Cuando crecí, sin quererlo, mi cerebro intentó borrar su memoria
de mi mente. Nunca intercambiamos nombres. Lo conocí una vez, y nunca lo volví a
ver. Pero no pude dejar de pensar en él algunas veces. —Soltó mi mano, cruzó los
dedos y los apretó varias veces. Parecía nerviosa y cuando volvió a hablar, su voz se
convirtió en un susurro—. Siempre lo vi como un superhéroe que iba a salvar el
mundo. —Negó y se rió entre dientes—. En los primeros meses después de nuestro
encuentro, inventé historias sobre dónde podría estar. Al principio, él era un
superhéroe. Luego, a medida que pasaba el tiempo, se convirtió en un soldado feroz,
luchando en un país hostil mientras nos protegía... protegiéndome.
Ahora realmente quería matar al tipo. Hablaba de él con tanta ternura en su
voz, como si fuera algo precioso. Sus ojos incluso brillaron. Mierda, me sentí como
un asno. Este chico claramente había salvado la vida de mi niña, e incluso no pude
evitar odiarlo.
Necesitaba terapia.
—Sé que suena tonto. —Giró la cabeza hacia mí y noté los nuevos puntos cálidos
que adornaban sus mejillas. Ella se sonrojó—. Era mucho más viejo que yo y sabía
que este enamoramiento era en vano. Él nos salvó y nunca lo olvidaría. —Suspiró, y
sus ojos se oscurecieron—. Pero fue tan difícil pensar en él sin recordar ese día.
Antes de que pudiera preguntarle qué quería decir cuando dijo la palabra nos,
me tomó completamente por sorpresa cuando de repente cambió de tema y me
preguntó:
—¿Alguna vez has matado?
Me hizo esta pregunta en voz tan baja, que, si no estuviera tan a tono con cada
uno de sus movimientos, me lo habría perdido. Me quedé sin aliento en la garganta
y mi ritmo cardíaco aumentó. Me tensé cuando la respuesta fue obvia.
Sí. Había matado.
Y no quería que ella me mirara de manera diferente. Estaba jodido, lo sabía,
pero no necesitaba saber lo que había hecho. Lo que tuve que hacer para sobrevivir.
No sabía que las manos con las que la tocaba, que la amaban, eran las mismas que le
quitaron la vida a los demás. Ella no necesitaba saber. Nunca necesitó saberlo, pero
al mismo tiempo, nunca le mentiría. Cerrando mis ojos, respiré hondo y respondí:
—Sí.
Respiró levemente, pero no dijo nada. El tiempo pasó... y solo el latido de mi
corazón acelerado sonó en mis oídos. La inquietud se arrastró. Tenía miedo incluso
de mirarla. Si veía el miedo destellar en el fondo de sus ojos, los mismos ojos que
hasta ahora solo me miraban con calidez... me arrancarían el corazón.
—¿Tienes miedo? —pregunté en voz baja.
—¿De qué? —Fue extraño. Su voz era pequeña, pero no había rastro de miedo
en el sonido de la misma.
Me acerqué y la encontré ya mirándome, y frunció el ceño. Me aclaré la
garganta y le pregunté bruscamente:
—¿De mí?
—¿Por qué te tendría miedo?
—Porque he matado.
—Dorian... —comenzó, pero la interrumpí. Salté del columpio y me giré,
mirándola con una mirada penetrante, llena de preguntas y perplejidad.
—¿Por qué no tienes miedo?
¿Por qué no me tenía miedo? Por tanto tiempo tuve miedo de revelarle esta
parte de mí. Luego, por casualidad, me hizo la pregunta más extraña del mundo, de
la manera más tranquila. Como si me hubiera preguntado sobre el clima. ¿Por qué
sus ojos me miraban solo con compasión y amor? ¿Dónde estaba la repugnancia?
¿Dónde estaba el miedo? ¿Dónde estaba la frialdad?
¿Estoy loco? ¿Por qué estaba tan enojado que no encontré ninguno de ellos
allí?
—¿Por qué debería tener miedo? —repitió con un temblor en su voz.
—Porque —gruñí. Llevé mis manos a la coronilla y tiró de mi cabello. Mierda.
Tuve que calmarme—. ¿Estas manos, Pequeña? Estas manos que han tocado tu
cuerpo estaban manchadas con sangre. ¿Cómo no puedes? —Me agaché frente a ella
y la miré sintiéndome tan vulnerable que no había forma de que ella se lo hubiera
perdido—. Si había algo que no quería que supieras de mí, era esto —terminé en un
susurro.
—Estabas en guerra, Dorian. Estabas en territorio hostil. La gente intentó
matarte. Solo estabas protegiéndote y a las vidas de tus hombres. —Tomó mi rostro
entre sus manos, acercando su cara a la mía—. ¿Cómo puedes ser tan duro contigo
mismo después de lo que pasaste allí? Te torturaron, te hirieron y dejaron marcas
que permanecerán contigo para siempre. ¿Cómo puedes pensar por un momento que
eres un asesino? —Sus ojos se suavizaron y su voz tembló—. Eres un héroe, Dorian.
Un héroe. ¿Cómo puedes pensar que te vería como algo menos que eso? —Besó mis
labios, rozando su boca con la mía. Este simple toque fue todo.
Sus palabras me trajeron paz. Yo era su héroe después de todo. La guerra
constante que se fraguaba dentro de mí finalmente comenzó a llegar a su fin. Levanté
mis manos y cubrí las suyas con las mías.
—Hice algunas cosas malas en mi vida, Pequeña. No soy un santo, e hice cosas
de las que no estoy orgulloso. Pero tengo una gran confesión que hacer.
—¿Qué es eso? —susurró.
El lado de mi boca se curvó.
—Yo... —Respiré, de repente temía seguir.
Ah, a la mierda.
—Te amo —dije. Dejé caer mis manos sobre su espalda baja, atrayendo su
cuerpo contra el mío hasta que los dos estábamos sentados en la hierba—. Te amo
más de lo que las palabras pueden decir, y las emociones pueden expresar. Te amo
más de lo que mis ojos pueden ver, y más de lo que mis manos pueden sentir. —La
besé—. Te amo cada segundo, minuto y hora de cada día, y sé que no importa lo que
nos pase en el futuro, estos sentimientos que tengo por ti nunca cambiarán.
Apoyó su frente contra la mía, sus ojos se agitaron cuando ella apretó su agarre
en mi camisa.
—Yo también te amo. Te amo más de lo que nunca sabrás.
Me amaba. Ella. Amado Yo. No pude hacer una puta madre, créelo. Apreté mi
agarre alrededor de su cuerpo, sosteniéndola como si fuera lo único que me
mantuviera atado a la tierra. Mierda. La amaba mucho.
Nos quedamos así, dos amantes abrazados, bajo el cielo oscuro. Después de lo
que parecieron horas, Pequeña se echó hacia atrás y me miró.
—Te veías un poco molesto cuando te sentaste a mi lado antes, ¿qué pasó?
Casi me había olvidado del sueño que me había hecho despertar y buscarla.
Suspiré.
—Tuve una pesadilla.
—Oh. —Se calmó, contemplando mis palabras—. ¿Quieres hablarme de eso?
—No tengo idea por dónde empezar...
—¿Tal vez desde el principio?
—Sabelotodo. —Puse mi mano debajo de sus rodillas y arreglé su cuerpo en mis
brazos, luego me levanté. La puse en el columpio y luego me senté en el columpio al
lado de ella—. Cuando me capturaron, me mantuvieron en una especie de celda
subterránea. Una de mis manos estaba encadenada a un brazalete que estaba pegado
a la pared. Los primeros días, me hicieron parar durante horas y horas. Hasta que
no pude sentir mis piernas o manos. Hasta que no pude sentir nada. Cuando estaba
al borde de la inconsciencia, bajaron la cadena para poder tumbarme en el suelo. Los
días pasaron con tortura, angustia y miseria. —Tomé aliento—. No entraré en los
detalles sangrientos. No tiene sentido mancharte con detalles desagradables. —
Tragué saliva—. En mi sueño, estaba en la misma celda, tirado en el suelo, y de
repente, apareció una niña que conocí hace mucho tiempo.
—¿Una niña pequeña? —preguntó ella.
—Sí. Ella fue la razón por la que me uní al ejército en primer lugar.
—¿En serio? —Me miró con sus grandes ojos verdes—. ¿Por qué?
—Le salvé la vida hace mucho tiempo, y desde entonces... nunca podré
olvidarla. Y no podía olvidar cómo se sintió salvar la vida de alguien. La sensación
que pasó por mis venas, la adrenalina y la sensación de euforia de que pude hacer
eso. No se parecía a nada que haya sentido antes. Y para un adolescente, fue un gran
problema. El comienzo de grandes sueños. —Sonreí—. El encuentro con ella fue
como una semilla que, a medida que pasaba el tiempo, todos los sueños y
aspiraciones que tenía dentro le dieron vida. Y lo único que podía hacer era salir y
seguir haciendo eso. Salvar vidas. Mantener a las personas a salvo. En ese momento,
el ejército fue la respuesta.
—Vaya, eso es bastante sorprendente —murmuró, mordiéndose el labio—. Sin
embargo, tengo curiosidad acerca de algo. —Parecía nerviosa.
Asentí, diciéndole sin palabras que continuara.
—Si ella fue la razón por la que te uniste... después de todo lo que has pasado...
¿te arrepientes? ¿Crees que conocerla fue una bendición o una maldición?
—Una bendición —le dije de inmediato. Ella sonrió—. No importa lo que me
haya pasado y cómo me ha cambiado en el proceso... No me arrepiento de nada.
Aunque la conocí una sola vez, ella fue significativa y no pude dejar de pensar en lo
que le sucedió.
—Oye. —Golpeó su hombro con el mío—. Niñita o no, no quiero que pienses en
otra mujer además de mí —dijo en broma, pero detecté una pequeña parte de su
vulnerabilidad.
Bueno, ahora me sentía un poco mejor por odiar a su extraño. No era el único.
—No hay otra mujer en el mundo que me consuma de la manera en que lo
haces, y nunca lo habrá. No lo olvides nunca.
—Bueno.
—Ella estaba en mi sueño hoy —continué—. Con su perro.
—¿Su... perro? —repitió, con la voz temblorosa y los ojos muy abiertos.
—Sí, ella tenía este cachorrito con ella y... —Me detuve abruptamente, viendo
la expresión de Pequeña repentinamente transformarse en alarma—. Oye, ¿qué
pasa?
—Oh Dios mío —gritó, saltando del columpio—. ¡ACE!
Ace.
Una sensación de déjà vù me golpeó. Difícil.
Un recuerdo comenzó a formarse en mi mente. Cuando el recuerdo se abrió
paso, el aire dejó mis pulmones de prisa. Me sentí como si hubiera caído desde una
gran altura, y al impacto con el suelo, me hubiera quitado el viento.
—¡Ace! ¡Ahora todo tiene sentido! —gritó a medias, mientras miraba a su
alrededor—. La sensación extraña que tuve antes… que algo faltaba. ¡Él no estaba
aquí cuando volvimos a la casa! Con todo lo que sucedió esta noche, lo olvidé por
completo. ¿Dónde está?
—¿Dónde está Ace? —chilló la chica.
—¿Ace? —dije con voz áspera, pero ya sospechaba la respuesta.
—¡Sí! Ace es mi perro.
Respiré profundamente.
—Cuando dijiste que un extraño te había salvado, usaste la palabra nosotros.
¿A quién salvó?
—Ace —dijo ella. Estaba tan nerviosa, saltando de un lugar a otro, tan inquieta
que apenas notó que le hacía preguntas mientras respondía con piloto automático.
Me levanté y me acerqué a ella.
Detuve sus movimientos inquietos, perforándola con mi mirada.
—¿Quién te dio este perro, Aria?
Sus ojos se agrandaron. Era raro cuando la llamaba por su nombre.
—Mi hermano mayor. Ace fue un regalo de él justo antes de morir. —Suspiró—
. Este perro significa todo para mí.
—¿Cuál es el nombre de tu hermano? —exigí, todo mi cuerpo temblaba. No era
posible. No era posible. No era posible. No es posible.
—River.
—Gracias —dijo en voz baja—. River te envió a mí desde el cielo. Gracias por
salvarme a mí y a Ace.
Mierda.
Fue ella.
Pequeña era ella.
Junté nuestras frentes, cerré los ojos y la respiré. Mi chica era mi niña. Joder,
necesitaba un maldito minuto.
—Eres tú —le susurré en voz alta.
—¿Dorian? —Sonó cautelosa.
—No puedo creer que te haya encontrado. —Abrí los ojos, mirándola como si la
viera por primera vez.
—¿Me encontraste? —Parecía perpleja, con el ceño fruncido y los ojos
cautelosos—. ¿De qué estás hablando? Estoy aquí.
La miré por más tiempo de lo necesario, y luego la atraje hacia mí, abrazándola
fuertemente en mis brazos.
—¿Qué está pasando? —murmuró—. Me estás asustando.
—Solo por un momento —murmuré, enterrando mi cabeza en su cuello—.
Déjame abrazarte... por favor. Solo por un momento.
La abracé más cerca, sintiendo su cuerpo presionado contra el mío.
Recordando nuestro corto pero significativo encuentro, los años en el ejército, e
inesperadamente, encontrándola nuevamente. ¿Era el destino el que nos volvía a
unir? La historia que me contó hoy, sobre su extraño. Hijo de puta. Era yo. ¿Cómo
pude haber estado tan ciego?
Era yo. Era su extraño.
Y ella quería olvidarse de mí.
Como si un cubo de agua helada se hubiera derramado sobre mi cabeza, mi
corazón se hundió. ¿Cómo podría contarle sobre esto? Ella dijo que estaba conectada
con el día más oscuro de su vida. ¿Cómo podría decirle quién era? ¿Cómo podría
decirle que era su extraño?
¿Cómo ella no se dio cuenta de que era yo también?
Estaba demasiado preocupada por su perro como para prestarle atención, es
por eso.
—No sé lo que está pasando, pero tenemos que buscar a Ace. Por favor —dijo
ella, sonando desesperada.
Maldición. Con todo lo que estaba pasando, me olvidé por completo de su
desaparición.
Me aparté para mirarla. Esos son ojos que recordaré por siempre.
—Lo vamos a encontrar —juré.
Lo había encontrado una vez, y maldita sea, lo encontraría de nuevo.
“Tu cuerpo está lejos de mí,
pero hay una ventana abierta
desde mi corazón al tuyo”.
—Rumi
Era él.
El extraño.
Mi extraño.
Mi salvador.
Era Dorian.
¿Cómo podía... cómo podía ser posible?
—¿Cómo es posible? Pensé... —Apenas podía pronunciar las palabras—. Pensé
que nunca volvería a verte.
Quería llorar. ¿De felicidad? ¿De recuerdos dolorosos? ¿De asombro? ¿Del
desconcierto? Todo este tiempo, desde que nos conocimos... siempre había sido él.
Y no tenía idea. Desde la fracción de segundo que nuestras vidas colapsaron juntas,
él siempre estuvo a mi lado y yo no tenía idea. Había irrumpido en mi vida como un
huracán, no una, sino dos veces.
Salvándome.
Protegiéndome.
Cuidándome.
—Yo también. —Su voz sonó a través de la brisa de la noche, envolviéndome
con su calidez y protección—. Todavía no puedo creer que estés frente a mí en este
momento. —Sus ojos me miraron con amor y honestidad—. Que estás sana y salva.
Que creciste para ser la mujer más deslumbrante que jamás haya visto.
Caminó hacia mí en línea recta, su paso firme e inquebrantable.
—¿Cómo es que nunca nos volvimos a encontrar? —preguntó, parado a
centímetros de mí—. Quiero decir, sabía que la brecha de seis años entre nosotros y
mi despliegue podría ser una de las razones. Pero siempre me pregunté cómo era
posible que nunca volviéramos a vernos cuando vivíamos en la misma ciudad.
—Después de que River murió —dije—, mis padres pusieron la casa en alquiler.
No pudieron vender la casa, así que la alquilaron durante años mientras nos
mudamos al sur, a otra ciudad. —Puede que haya crecido en Greenville, pero este
lugar, esta pequeña isla, ha sido el único lugar que verdaderamente me sentí como
en casa—. Nos mudamos aquí un tiempo antes de que mi padre fuera diagnosticado.
Así que, durante la mayor parte de mi infancia, no estuve aquí.
—Maldita sea. Ahora entiendo por qué no tenías miedo cuando nos conocimos.
No me conocías.
—Uh... eso es porque no te reconocí —dije, fruncí el ceño.
—Lo sé —murmuró, con una media sonrisa—. Quiero decir, nunca escuchaste
los rumores sobre mí y lo que la gente decía cuando pensaban que no podía
escucharlos.
—Había escuchado cosas aquí y allá —confesé con sinceridad, recordando a los
chismosos del grupo de apoyo cuando llegué allí por primera vez—. Pero, a decir
verdad, no me importó una mierda. Formulo una opinión sobre las personas solo
después de conocerlas personalmente y saber quiénes son en realidad. No me
importa lo que diga la gente sobre ellos o lo que sea que hayan hecho con otros. No
sabía quién eras y no me has hecho nada. ¿Por qué debería elegir creer las cosas sin
fundamento?
Su mirada se suavizó.
—Te busqué, ¿sabes? —admitió—. Siempre te busqué en medio de una
multitud. No importa dónde estuve, siempre te busqué. Pero nunca estabas allí.
—Lo siento mucho.
—¿Por qué?
—Me has estado buscando mientras hacía mi mejor esfuerzo para olvidarme de
ti.
Cerré los ojos con fuerza y agaché la cabeza.
Me cubrió la cara con sus manos callosas, sobresaltándome.
—Pequeña —dijo, roncamente—. No hagas eso. Contra todo pronóstico,
encontramos nuestro camino de regreso a las vidas de los demás.
—Siempre sentí que River te envió a mí, y pensar en eso hizo que me doliera el
corazón —dije, con la voz quebrada—. Sabiendo todo eso... —Respiré profundo—
Tenía que dejar todo ir. Tenía que tratar de olvidar y seguir adelante. Pero por mi
vida, no pude. De alguna manera, siempre volvías a mi mente. —Me reí y mis ojos se
empañaron—. Te amo.
—Yo también te amo.
Dorian me besó en la frente, y luego susurró:
—Cambiamos, Pequeña. Ambos hemos pasado por el infierno y aún lo vivimos.
Pero estamos juntos ahora.
Traté de sonreírle, pero mi labio inferior seguía temblando. Sus palabras
tocaron la parte más profunda de mi alma y mis sentimientos reflejaron los suyos.
Él fue mi ancla y el salvavidas que me protegió de ahogarme. Con él, sabía que nunca
tendría que preocuparme de estar bajo el agua. Él siempre me llevaría a la superficie
y a la orilla.
—Estabas equivocado, ¿sabes? —dije.
—¿Qué quieres decir? —preguntó.
—Cuando dijiste que lamentabas haber perdido a mi hermano y que no
estuviste allí para protegerme.
Sus cejas se fruncieron, sin comprender.
—Estabas equivocado —dije de nuevo—. Tú estabas ahí. Ese día. Estabas ahí.
Me protegiste y salvaste mi vida. Estabas ahí.
La comprensión lo cubrió. Sus ojos buscaron mi rostro y luego se iluminaron,
y una sonrisa se extendió por sus labios.
—Estabas allí —hice eco, mi voz temblaba.
Él me tomó en sus brazos y me abrazó tan fuerte que apenas podía respirar.
—Yo estaba allí —murmuró en mi oído.
Nos quedamos allí durante lo que parecieron horas, perdidos en nuestro
abrazo, hasta que Ace decidió que ya había tenido suficiente y quería volver a casa.
Solo entonces, con su mano sosteniendo la mía, y Ace liderando el camino, volvimos
a mi casa.
“Baila cuando estés roto. Baila si te has quitado el vendaje. Baila en medio de la
lucha. Baila en tu sangre. Baila cuando eres perfectamente libre”.
—Rumi
Salí volando del auto y corrí hasta su cama, en el instante que se estacionó en
la casa, con Dorian detrás de mí. Mi madre y Adam estaban sentados en la sala,
pareciendo cansados y desarreglados, pero no me detuve a saludarlos. Tenía que
asegurarme que mi papá estuviera bien.
Él probablemente había estado muy asustado.
Estaba recostado en la cama del hospital que el hospicio había dado. Una bolsa
con líquido intravenoso estaba conectado a su brazo, fluidos cayendo a un ritmo
constante, un tubo bajo su nariz.
Miré la delgada figura de mi padre, recostado tan indefenso y con la puerta
abierta para que el ángel de la muerte se lo llevara, y todo lo que pude sentir fue ira
mezclado con tristeza.
Él estaba tan vulnerable. Tan débil. Tan expuesto. Tan solo…
Él era mi vida. Mi mejor amigo. No podía respirar sin él. Todavía tenía cosas
qué hacer… cosas importantes; como llevarme hacia el altar en mi boda, y consentir
a sus futuros nietos. Mirando la fragilidad de mi padre, levanté los puños porque
estaba furiosa, furiosa al hombre que se deslizaba de mi vida antes de que estuviera
lista.
Brazos fuertes me envolvieron desde atrás. Sus manos calmantes deteniéndose
en mi estómago, empujándome hacia su pecho. Se quedó sin aliento cuando pudo
ver a mi papá.
Los brazos alrededor de mí me apretaron más, y coloqué las manos sobre sus
brazos y apreté.
—Dios, Pequeña, no sabía. No tenía idea —dijo, su nariz tocando mi cuello, su
respiración sobre mi piel—. Lo lamento tanto.
No podía tragar, mucho menos hablar. Todo lo que pude hacer fue asentir.
Después de unos momentos, suspiré. Era tiempo que Dorian conociera a mi familia.
—¿Estás listo? —pregunté silenciosamente.
Sus manos rozaron mi cuerpo hasta que se detuvieron en mis hombros. Me dio
la vuelta, y cuando lo vi, jadeé. Sus ojos estaban quemando mientras me miraban
indefensamente, y dentro de ellos había mucho dolor. Dolor por mí.
—¿Listo para qué, amor? —Inclinó la cabeza, besando mi frente, mis ojos, mi
nariz, mi mejilla, mi barbilla, y luego un fugaz beso en los labios.
—Para conocer a mi familia.
Medio sonrió y asintió. Mientras me conducía fuera de la habitación, di la
vuelta para mirar el cuerpo dormido de mi papá.
Envié una súplica para que se mantuviera a salvo mientras me iba.
ecesitaba tocarlo todo el rato para que supiera que estaba aquí, junto
a él. Que siempre estaría junto a él hasta su último segundo en la tierra.
Quería que supiera que no estaba solo. Sostuve su débil mano con
seguridad entre las mías y todo lo que hacía durante horas era mirarlo, y contar cada
respiración, miraba cada línea de su rostro.
Al amanecer, mientras todos los demás dormían, me despedí, sintiendo que
cualquier momento podría ser su último.
Me incliné y le susurré al oído:
—Está bien, papá. Te tengo. Tengo a todos. Está bien. Puedes dejarlo ir ahora.