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n un instante, mi mundo se puso patas arriba.

Por un incidente, mi vida nunca volverá a ser la


misma.
Cada día luchaba por respirar.
Cada día sufría con mis emociones.
Sentía demasiado.
Estaba entumecido.
Me estaba ahogando.
Estaba perdido dentro de la oscuridad.
Así que me hicieron ir allí.
Yo ya estaba allí, observando desde la oscuridad.
Y entonces le conocí a él.
Y entonces la vi.
Me asustó mucho.
Me dejó sin aliento.
Él era oscuridad.
Ella era mi luz.
Susurraban: “no puede ser tocado”.
Ella era la única que podía tocar.
No podía estar con él, ellos me necesitaban.
La necesitaba, joder.
Así que le dije que sería su amiga.
Le dije que sería su amigo. Por ahora.
Pero no pude resistirme a él por mucho tiempo.
Finalmente se dio cuenta de que siempre será mía.
Éramos un completo desastre.
Éramos el desastre perfecto.
Entonces la realidad se apoderó de mí.
Entonces mis demonios se desataron.
Yo estaba bajo el agua, intentando salir a la superficie.
Estiré la mano, intentando atraerla a la orilla.
¿Realmente él podía ayudarme?
¿Me aceptaría ella, con cicatrices y todo?
Esto éramos nosotros.
Esta fue nuestra historia.
Nota de la autora:
Este libro está basado en hechos reales y contiene temas delicados que pueden
ser desencadenantes para algunos lectores, como la violencia, el abuso y el
trastorno de estrés postraumático. También contiene un familiar con cáncer.
No recomendado a menores de 18.
#BuenaLectura
uerido diario,
Érase una vez había una chica.
La vida no fue buena con ella, pero sin importar qué… siempre
aterrizaba sobre sus dos pies. Vivía su vida con una sonrisa y estaba agradecida de
estar viva. Lo tenía todo… amigos, familia, apoyo. Pero lo más importante, tenía a su
padre.
Su preciado y cariñoso padre.
Compartían un vínculo tan fuerte que eran inseparables.
Un día el destino entró en sus vidas y las destruyó. Su padre tuvo cáncer.
Al principio, la chica trataba su enfermedad como si tuviera la gripe. No podía
comprender que podía serle arrebatado. Vivía en negación. Día tras día, dedicaba
todo su tiempo a cuidar de él. Sin importar lo que necesitaba estaba a su lado.
Podía verle desvaneciéndose. Su cuerpo rindiéndose a la horrible enfermedad,
y, aun así, no podía creer que Dios fuera tan cruel.
Pero la vida a veces tiene otros planes para nosotros.
El cáncer ganó, y su padre murió después de un año y medio de intensa batalla.
El día que la dejó, su vida perdió el significado. Estaba triste y con miedo, miedo a
perder a otro ser amado. Se reía a veces, pero a menudo se sentía culpable después.
También sentía ira, mucha ira.
Hasta que la chica tomó toda esa ira y la convirtió en un libro.

Esta es la historia de la chica.


Mi historia.
Y es todo para ti, papá.
Aunque no estés aquí para presenciarlo en carne y hueso, sé que estás en el
cielo, sentado con los ángeles, sonriéndome desde arriba.
Te quiero,
Hasta que nos volvamos a encontrar…
“De cada ser humano se alza una luz que alcanza directamente el Paraíso, y
cuando dos almas están destinadas a estar juntas se encuentran, los haces de luz
confluyen y de ese ser unido sale una sola luz más brillante”.
—The Baal Shem Tov
“Tu nombre está en mi lengua
Tu imagen en mi mirada
Tu recuerdo está en mi corazón
¿Dónde puedo enviar estas palabras que escribo?”
—Rumi

ué día tan, tan aburrido, se dijo el adolescente. Eran las vacaciones de


invierno y al chico se le habían agotado cosas con las que mantenerse
ocupado. Decir que estaba volviéndose loco de aburrimiento era poco.
Exhaló un largo suspiro y vio su aliento arremolinarse como humo hacia el cielo
en el aire frío. Sentado en las escaleras frente a su casa, con las manos en los bolsillos
de su abrigo, miró la nieve caer calmadamente, como blancos pétalos de rosa.
Una fría ráfaga de viento recorrió sus huesos y lo hizo estremecer. Odiaba el
invierno. Para él, el frío era como un castigo, y ya había tenido suficiente.
Levantándose para volver a entrar, notó una pequeña niña corriendo por la acera al
otro lado de la calle. Parecía tener unos diez u once años. Estaba corriendo con
intención, sus pies descalzos golpeando el sucio asfalto, vistiendo solo una bata de
dormir blanca, con una princesa Disney en el frente. Su cabello flotaba y se enredaba
con la brisa sobre su joven rostro por la fuerza del viento. Un segundo después, vio
una masa de cabello negra y marrón corriendo delante de ella.
Dejó salir un aliento entrecortado y negó. Estaba persiguiendo a un maldito
cachorro.
Estaba a punto de darse la vuelta y alejarse cuando notó que el cachorro cambió
de dirección y se dirigía directo al camino. La niñita, aparentemente sin pensarlo dos
veces, continuó tras él.
El corazón se hundió en su estómago mientras la veía correr hacia la calle sin
siquiera mirar. Había dado apenas dos pasos en dirección a ella cuando escuchó el
chirrido de unos neumáticos.
Sus ojos se abrieron ampliamente, alarmados.
Un auto deportivo rojo se dirigía a gran velocidad directo hacia ellos. El auto
derrapó y se deslizó en el asfalto congelado mientras trataba de detenerse.
El chico tragó el miedo que llenaba su garganta, y sin pensarlo, corrió,
resbalando dos veces, hacia la niña con un solo objetivo en mente, salvarle la vida.
Lo hizo segundos antes de que el auto los alcanzara. Envolvió sus brazos
alrededor del pequeño cuerpo y los giró de manera de ser él quien recibiera el golpe
más fuerte.
No dejar que resultara herida era lo único en lo que el chico podía pensar.
Cayendo en el camino arenoso, el chico gruñó de dolor, su cabeza dando
vueltas. Le dolía en todas partes.
Cuando la niebla de lo que acababa de pasar comenzó a disiparse, vio al
conductor seguir adelante como si nada hubiese pasado. El joven llegó a la
conclusión de que el conductor, o bien no los vio, o era un absoluto imbécil.
Probablemente lo último.
Cuando bajó la mirada, notó que la chica estaba tendida sobre él, con el cuerpo
flácido encima del suyo. Alarmado, la empujó suavemente y le preguntó:
—Oye, niña. ¿Estás bien?
La niña no respondió. La sacudió de nuevo, más firme esta vez. Su corazón latía
incesantemente.
Por favor, Dios, déjala estar bien.
Se sentía inútil, indefenso.
¿Qué podría hacer un chico de su edad? Solo tenía diecisiete años después de
todo.
Se levantó con cautela, en caso de que ella estuviera herida y se sentó. La
acomodó para que ella yaciera cómodamente sobre su regazo.
Oculto entre dos autos al costado de la carretera, el chico le tocó el rostro,
aunque ligeramente, y le giró la cabeza hacia él para ver si tenía alguna herida. Había
un corte sobre su ceja y otro en su mejilla izquierda. Metió la mano entre las raíces
de su cabello, palpando suavemente. Suspiró aliviado cuando no sintió ni vio sangre.
El chico quería gritar pidiendo ayuda, llamar a su madre o a su padre, pero no
podía moverse. Tenía miedo de dejarla sola por siquiera un segundo.
Arrancó un pedazo de tela del borde de su camiseta negra y limpió suavemente
la sangre de los cortes. Lucía tan tranquila, acostada con los ojos cerrados como si
estuviera dormida y no estuviera en peligro en absoluto. Él la miró con fuerza,
esperando que sucediera algún milagro y la niña abriera los ojos.
Y entonces, lo hizo, parpadeando un par de veces hasta que su mirada se clavó
en la de él.
El chico no podía respirar. Sus ojos eran tan verdes. Le recordaban la preciosa
esmeralda que su madre solía usar. El color era tan vibrante contra su piel oscura
que no podía apartar la mirada. Esos son ojos que recordaré por siempre.
Sin saber de dónde venía ese pensamiento, se aclaró la garganta y dijo:
—Oye, bella durmiente, ¿estás bien?
—¿Quién eres? —preguntó la niña con voz temblorosa.
Estaba asustada. El chico podía entender eso, aunque en el fondo le molestaba.
Había esperado que ella no le tuviera miedo.
—No importa quién soy ahora. ¿Cómo te sientes? Te golpeaste bastante fuerte.
—Yo-yo... —Se llevó la mano a la cara y tocó la herida que aún sangraba. Cuando
vio la sangre en sus dedos, sus ojos se abrieron de miedo—. ¿Qué pasó?
—Corriste hacia la carretera y casi te atropella un auto. Tuve que hacer algo.
—¿Me salvaste?
El calor se extendió por sus mejillas, y supo que su rostro reflejaba el mismo
calor que sentía a fuego lento en su interior. En tono de cortesía, dijo:
—Lo hice.
El comienzo de una sonrisa empezó a asomarse en el rostro de la niña, pero
luego su expresión se transformó en una de puro terror, pareciendo incluso más
asustada que hace unos segundos.
—¿Dónde está Ace? —chilló la chica.
Alarmado y confundido, miró frenéticamente a su alrededor.
¿De qué demonios estaba hablando? ¿Quién era Ace?
—¿Ace? —le preguntó.
—¡Sí! ¡Ace, mi cachorro! ¿Dónde está? Él no…
Se cubrió la boca, sus ojos llenos de lágrimas. Él estuvo seguro de que, en menos
de un minuto, ella comenzaría a llorar.
La conciencia de pronto cayó sobre él.
Oh. Ace. El cachorro que estaba persiguiendo. Con todo lo que había pasado,
se había olvidado por completo del perro.
Un sentimiento de culpa le retorció las entrañas. ¿Cómo pudo olvidarlo?
—Fue un regalo de River —gritó—. Él estaría enojado conmigo en el cielo.
Ella estaba hablando en acertijos y él no entendía nada. Pero se dio cuenta de
que había un tipo llamado River que le había dado el cachorro y murió.
Y ahora, él había perdido a su perro.
Qué clase de mierda.
Se imaginó lo peor. Comenzó a buscar al cachorro frenéticamente, sus ojos
saltando en todas direcciones, mientras protegía los ojos de la niña con su cuerpo al
atraer la cabeza de ella contra su hombro y sostenerla en su lugar cuando ella trataba
de retroceder.
No vio ningún rastro del perro en el asfalto.
Gracias a Dios por los pequeños milagros.
Entonces escuchó un gemido bajo. Buscó la fuente del ruido hasta que su
cabeza se inclinó, mirando debajo del automóvil en su lado derecho. Allí, vio al
cachorro asustado tirado en el suelo, temblando.
—¡Lo encontré! —gritó mientras delicadamente retiraba la cabeza de ella hacia
atrás. Sus ojos se enfrentaron y su corazón se contrajo—. Está a salvo —susurró.
—¿De verdad?
Ella lo miró con ojos llenos de esperanza, sus sentimientos escritos en su rostro.
El chico sabía que este cachorro era muy importante para ella.
—Sí, déjame traértelo.
La ayudó a sentarse y esperó unos segundos para asegurarse de que no estaba
mareada. Una vez que estuvo seguro de que estaba bien, se puso de pie y fue a buscar
al cachorro debajo del auto.
Después de varios intentos fallidos para atraer al perro llamándolo e incluso
silbando, alcanzó al cachorro y lo sacó. Los ojos verdes de la niña estaban brillantes
y felices. La sonrisa que apenas había tocado sus labios hace unos minutos ahora
encontró su camino de regreso a su boca.
Cortada y sangrando, ella era bonita. Será una chica tan hermosa cuando
crezca, pensó el joven. No pudo evitar notarlo. Era como si brillara sin siquiera
saberlo. Se sentía tranquilo y sereno solo por estar cerca de ella. Y eso se sintió loco.
¿Qué le pasaba?
Cuando la alcanzó, la niña se levantó con los brazos abiertos. Tomó al cachorro
de sus manos, y luego abrazó fuertemente al perro contra su corazón, como una
madre abrazando a su hijo.
El hecho de que él literalmente sostuvo la razón de su felicidad en sus propias
manos, le dio al chico una gran alegría.
—Gracias —susurró.
—En cualquier momento.
Pero todavía estaba preocupado por ella. Aunque la sangre había dejado de fluir
de la herida, todavía se veía pálida y débil.
—Uh, ¿estás segura de que estás bien? ¿Tal vez debería decirles a mis padres
que te lleven al hospital?
—¡No! —gritó la niña, sus grandes ojos se abrieron de par en par.
Eso le pareció extraño.
—¿Dónde vives?
—No puedo decírtelo.
—¿Y por qué? —preguntó pacientemente.
—Eres un extraño —le dijo ella—. Mi papá me dijo que no les contara esas cosas
a los extraños.
—Acabo de salvar tu vida. Ya no soy un extraño.
—Mi papá también me dijo que un extraño diría cosas como esas.
¿Qué demonios?
Él acababa de salvar su vida. La sostuvo en sus brazos. Salvó a su perro. Él no
era un extraño, ¡maldita sea!
—Está bien —dijo el chico lentamente, tratando de recuperar la compostura—.
Pero ¿cómo puedo llevarte a casa? Yo vivo allí. —Señaló su casa al otro lado de la
calle—. Puedo pedirles a mis padres que revisen tus heridas y las limpien para que
no se infecten. Podrían llevarte a casa después si lo deseas.
El chico se frotó la nuca. No quería que ella le tuviera miedo. Era solo una niña.
Tampoco quería causarle más incomodidad después de que casi había muerto. Todo
lo que quería era llevarla sana y salva a su casa y regresar a su vida normal y aburrida.
—No, está bien. —Negó—. Tengo que irme. Ace se escapó y lo perseguí sin
decirle a mis padres. Se enojarán conmigo si descubren que escapé. Están tristes y
no quiero que lo estén aún más. No pueden perder... —Respiró hondo y continuó—.
¿Podrías mantener lo que sucedió en secreto? ¿Por favor?
La niña juntó sus manos en un gesto de oración mientras lo miraba con ojos
tan confiados y atemorizados, que no tuvo más remedio que asentir.
¿A quién perdieron? ¿Quién es River?
No tenía idea de cómo ella iba a lograr esto, luciendo destrozada y magullada.
Sus padres seguramente notarían que estaba herida.
—Espera. Vuelvo enseguida. —El chico se volvió para correr hacia su casa. Se
giró y dijo—: No vayas a ningún lado.
Cuando la niña asintió y él estuvo satisfecho de que no desaparecería, corrió a
su casa, subió los escalones del porche, abrió la puerta y silenciosamente subió al
baño del segundo piso. Una vez allí, abrió el armario superior y sacó un botiquín de
primeros auxilios. Tomó los suministros que necesitaba: gasas, desinfectantes y
algunas tiritas, se los metió en el bolsillo del pantalón y luego se arrastró
silenciosamente fuera sin que nadie lo viera.
Se palmeó mentalmente el hombro.
Corrió hacia la niña. Cuando la vio en la misma posición en que la había dejado,
de pie con el perrito envuelto y protegido en sus brazos, sintió una sensación de
felicidad desplegándose alrededor de su corazón.
Soltó un suspiro de alivio y se relajó.
Ella no se fue.
El chico caminó tentativamente hacia la niña y sacó los suministros del bolsillo
de su pantalón.
—Déjame esterilizar las heridas y cubrirlas. Si alguien te pregunta qué te
sucedió, inventa algo y diles que tú misma te pusiste los vendajes. ¿Entiendes?
La niña asintió y murmuró:
—Nadie lo notaría de todos modos.
No le preguntó a qué se refería, aunque se moría por saber qué estaba pasando
con esta misteriosa chica.
—Aquí, déjame. —El chico extendió su mano, le agarró el costado de la cara y
la levantó. Puso unas gotas de yodo sobre su ceja y las palmeó cuidadosamente con
la gasa. Luego cubrió la herida con la tirita. Hizo lo mismo con la herida en su mejilla.
Cuando el chico terminó, se aferró a las sobras de gasa y vendas en su mano y dio un
paso atrás.
La niña se llevó la mano al rostro y pasó los dedos por las heridas cubiertas.
—Bueno... —dijo.
—Gracias por salvarme la vida y no dejarme morir.
El chico se rió. No pudo evitarlo. Ella era adorable.
—De nada.
El chico le dio unas palmaditas al cachorro, alborotó el cabello de la niña y se
giró para irse a casa. Estaba cansado y emocionalmente inquieto en los últimos
minutos. Solo había dado dos pasos hacia adelante cuando sintió un fuerte impacto
golpeándolo desde atrás. Casi perdió el equilibrio, pero se contuvo en el último
momento. Luego sintió que las manos de la niña se deslizaban por sus costados,
abrazándolo. Sintió que su cabeza descansaba sobre su espalda baja mientras sus
brazos lo sujetaban con fuerza. El chico cerró los ojos y le apretó la mano.
—Gracias —dijo en voz baja—. River te envió desde el cielo. Gracias por
salvarme a mí y a Ace.
Sintió un nudo en la garganta. Quería decir algo, cualquier cosa, pero no sabía
qué decir. Entonces no dijo una maldita cosa. Simplemente la abrazó con más fuerza,
deteniéndose en un reconfortante silencio.
Luego, cuando llegó el momento de separarse, la niña deslizó sus manos y
corrió en la dirección por la que había venido, en la acera esta vez. La observó irse
hasta que desapareció de su vista, mientras luchaba una batalla interna: dejarla ir o
correr tras ella.
¿Y hacer qué?
Había algo sobre ella. Él no entendía el tirón, sin embargo, algo respecto a ella
lo halaba. Se sintió atraído por su luz.
¿Era una especie de sensación de hermano mayor, dado que parecía tan sola
y necesitaba protección? ¿Su protección? ¿O era algo más?
No sabía. Y tal vez nunca lo supiera.
Mientras el chico iba a casa, no fue consciente de qué tan significativo sería este
encuentro con la chica, o a qué lugares de su vida lo llevaría.
“A mitad del camino en el viaje de nuestras vidas, me encontré a mí mismo en un
oscuro bosque, por el camino de ida y vuelta en el que me había perdido”.
—Dante Alighieri

l mundo me cayó encima como las heladas aguas del Ártico. No podía
respirar, pero estaba demasiado entumecida como para que me
importara.
Un tumor.
¿Por qué él? ¿Por qué nosotros? Él era mi mejor amigo, la luz brillante del sol
que iluminaba mi mundo. No podía imaginarme mi vida sin él.
—¿Señorita Maier?
Levanté la vista al doctor sentado frente a mí. Sus labios se estaban moviendo,
pero no podía encontrarles sentido a sus palabras. Agarré la mano de mi padre con
fuerza, temerosa de soltarla por siquiera un momento. Tragué las lágrimas que
querían escapar y pregunté con un temblor en mi voz:
—¿Es cáncer?
—Sin los resultados de la biopsia no puedo decirlo con certeza. —Cruzó sus
brazos sobre su pecho—. Pero cuando sepamos exactamente contra qué estamos
lidiando, sabremos cómo proceder. —Mirándome a los ojos, me dijo—: Lo único que
podemos hacer por el momento, es esperar.
Esperar. Como si fuera sencillo. Si existía una cualidad que yo no poseía, era la
paciencia. Odiaba esperar.
Girando mi cabeza, levanté la mirada a los desenfocados ojos verde profundo
de mi padre. Habían tenido que sedarlo para hacerle el examen y todavía no estaba
consciente del entorno. Rogué que no hubiese escuchado lo que el doctor había
dicho, pero en el fondo sabía que lo había hecho. Había escuchado cada palabra.

Cuando llegamos a casa, papá se fue directo a la cama. No quería ver a nadie.
Lo entendía. Yo tampoco quería. Me sentía impotente y lo único que quería hacer era
meterme en mi cómoda cama, abrazar a mi perro, Ace, y dormir para siempre sin
tener que despertar y lidiar con la nueva realidad y lo desconocido.
Ojalá tuviera la capacidad de quitarle el dolor a mi padre, quitarle el miedo.
Pero ¿quién se llevaría el mío?
Todavía tenía que decirle a mi madre. ¿Cómo una hija le dice a su madre que
su esposo puede tener cáncer? No era algo que estuviera ansiosa por hacer.
Metí a mi padre en su cama, besé su frente y me preparé para la tarea que tenía
entre manos. Cuando cerré la puerta de su dormitorio, pude sentir a mi madre
mirándome, esperándome.
Suspiré y caminé hacia ella.
—Hola mamá —le dije con una sonrisa forzada, tratando de no desmoronarme
y asustarla más de lo que ya estaba. Pude notar que ella sentía que algo andaba mal.
No tenía idea de cuánto realmente.
—¿Qué está pasando? ¿Cómo salió el examen? —preguntó, sentándose en el
sofá y dando palmaditas en el asiento junto a ella. No había tenido tiempo libre para
venir con nosotros a la colonoscopia. En el fondo, me alegré. Simplemente no me
gustaba el hecho de tener que ser yo quien se lo dijera.
Me senté y volví mi cuerpo hacia ella.
—Todavía no estamos del todo seguros —le dije, mirándola con cautela—.
Encontraron un tumor en el recto. —Sus ojos se abrieron de par en par, pero
permaneció en silencio—. Están enviando los resultados a una prueba de biopsia
para determinar si se trata de cáncer. —Traté de darle la noticia con la mayor
delicadeza posible, pero este tipo de noticias era brutal, sin importar cuán
delicadamente intentaras decirlo. No puedes vestir el dolor de esta realidad con
palabras floridas. Todo lo que podrías hacer es decirlo y tener fe en que puedas
superarlo.
Mi madre permaneció quieta, completamente inmóvil. Una lágrima cayó por
mi mejilla. Di algo.
Largos minutos de tortuoso silencio pasaron entre nosotras.
Pero todo lo que obtuve fue un silencio más intolerable. Fue entonces cuando
me di cuenta de que estaba en estado de shock.
Ahora ¿qué voy a hacer?

No podía concentrarme en nada. El único lugar donde sentía un poco de


felicidad era en el trabajo. Trabajaba en una pequeña tienda de ropa en nuestro
vecindario cerca de mi casa. El lugar estaba lleno de vida, siempre lleno de gente.
Nunca era monótono.
Ahí, no tenía que pensar. Siempre estaba ocupada, y simplemente bendije esas
horas.
Adam, mi hermanito, aún no conocía las noticias. No tenía sentido
enloquecerlo hasta que supiéramos con qué estábamos lidiando. Y no tenía prisa por
arruinar su mundo.
Cuando llegué a casa esa noche del trabajo, mi papá estaba sentado en el sofá
viendo la televisión. No me había escuchado entrar, así que me quedé quieta y lo
observé en silencio. Estos últimos meses no habían sido amables con Ray Maier.
Había perdido peso. Su rostro, que una vez estuvo lleno alrededor de los bordes,
ahora era delgado. Sus pómulos eran prominentes. Su piel estaba pálida. Era difícil
ver al hombre que siempre había considerado intocable volverse tan vulnerable.
Poniendo mi bolso en la mesa de caoba, fui al sofá y me dejé caer a su lado.
—Hola, papá. ¿Cómo estuvo tu día? —pregunté, buscando un tono normal
como si todo estuviera bien en este maldito mundo.
Mirándome con ojos tristes, sonrió a medias y dijo:
—Mejor, ahora que estás aquí.
Sentí que las lágrimas comenzaban a formarse en mis ojos. El nudo en mi
garganta lo hizo difícil de tragar. Y era aún más difícil respirar mientras veía a mi
padre intentar fingir una sonrisa.
Por mi bien.
¿Cómo podría vivir sin él?
Me obligué a sonreír en respuesta, puse mi cabeza en su regazo, cerré mis ojos,
y saboreé el tiempo de calidad que todavía teníamos.
“No soy este cabello, no soy esta piel, soy el alma que vive tras ellos”.
—Rumi

a prueba de la biopsia y la tomografía computarizada muestran que


es cáncer y que se está esparciendo a otras partes del cuerpo, al
hígado, pelvis y pulmones.
Estaba sentada entre mi mamá y mi papá, sujetando sus manos entre las mías
mientras el doctor nos decía que nuestros más terribles temores se convertían en
realidad. Mi mamá miraba al doctor Brown con la expresión en blanco, y me
preguntaba qué pasaba por su mente.
—La mejor opinión por ahora, es comenzar una serie de tratamientos de
quimioterapia y ver cómo responde su cuerpo.
Volví la cabeza hacia mi padre cuando comencé a sentir su mano alejarse de la
mía. Sabía que estaba asustado, pero estaba tratando de parecer fuerte, como si no
necesitara que tomara su mano.
Bueno, tal vez no lo necesitaba, pero maldita sea, yo necesitaba sostener la
suya. Lo sujeté más fuerte y me negué a soltarlo, mostrándole que estaba aquí para
él. Que estaría a su lado y lo ayudaría con todo lo que pudiera.
Porque yo era su niña.
Su botón de oro.
Y porque lo amaba.
Cada día en el que no habíamos hecho algo le costaba la vida a mi padre. Decidí
en ese momento que haría lo que fuera necesario para que todo sucediera.
Necesitaba comenzar los tratamientos más temprano que tarde. No me importaba lo
difícil que sería, o cuán fuerte necesitaría gritar. Todo lo que importaba era la salud
de mi padre.
Con los corazones pesados, finalmente salimos de la oficina del doctor Brown.
La oscuridad había caído en Astraea Beach mientras estábamos dentro. Miré hacia
las estrellas que centelleaban en el cielo, burlándose desde arriba. Condujimos
directamente a casa porque nadie estaba de humor para otra cosa. El viaje fue
tranquilo. En un momento, casi reproduje una canción solo para llenar el silencio,
pero al final, decidí no hacerlo. Necesitaba la tranquilidad.
Cuando llegamos a casa, mi padre se fue a dormir y mi madre salió a fumar.
Sabía que mi padre quería estar solo, así que lo dejé estar, y me dirigí al patio trasero.
Vivíamos en una pequeña comunidad en una isla cerca de la costa de Carolina
del Norte, llamada Astraea Island. La ciudad era hermosa, con paisajes
impresionantes, hermosas playas de arena blanca como la nieve y aguas de mar
cristalinas en tonos turquesa.
A veces los turistas venían a la isla en el verano, pero sobre todo era solo gente
del pueblo de los Estados Unidos. Eso estaba bien para mí. Me encantaba la soledad
que proporcionaba esta isla. La mayoría de las personas que vivían aquí eran cálidas
y amables, y todos conocían a todos... o eso pensaban.
Regresamos aquí no hace mucho tiempo, justo antes de que mi padre fuera
diagnosticado. Después de lo que le sucedió a River, mis padres no pudieron
quedarse en la antigua casa. Nos habían mudado a otra ciudad hasta que se tomó la
decisión de volver a nuestras raíces.
Cuando salí, vi a mi madre sentada en el columpio de madera blanco que estaba
unido a un viejo roble. Sus hojas rojas y anaranjadas formaban un halo sobre la
cabeza de mi madre. Hubiera sido una hermosa imagen si no hubiera estado
sombreada por la tristeza.
Tenía la cabeza baja mientras se balanceaba hacia adelante y hacia atrás,
inhalando un cigarrillo.
Avancé y me senté a su lado en el columpio doble, contemplando la mejor
manera de comenzar la conversación. Mirándola a la cara, ya podía ver los cambios
en ella.
Lillian Maier solía ser la mujer más feliz que conocía. Tenía esta fuerza que
atraía a todos hacia ella. También era una mujer bonita, con la piel más oscura que
el resto de nosotros, cabello negro largo y liso, pómulos altos y labios rosados llenos.
Comparada conmigo, ella era alta y siempre había estado un poco celosa de su
estatura. Aunque ahora, no la envidiaba para nada.
—Mamá —le dije con cautela—. Háblame. Dime lo que estás pensando.
Ella le dio una larga calada a su cigarrillo y sopló el humo hacia el cielo.
—¿Qué vamos a hacer? —peguntó, con voz temblorosa.
Respiré profundo y decidí por las dos.
—Seguirás trabajando como de costumbre. Es tu trabajo mantener unida a la
familia. Déjame cuidar de papá.
—¿Qué pasa contigo?
—Estaré bien —respondí sin confianza—. Estaré bien.

La primera ronda de tratamiento pasó en un abrir y cerrar de ojos. Un poco


agotador, pero no tan malo como pensé. Duraba tres días, y mi padre necesitó estar
hospitalizado para recibirlo. El personal fue amable y atendió todas nuestras
necesidades. Me quedé con él durante todo. Era la primera vez que pasaba por algo
así y tenía que estar allí, a su lado. Mi madre tuvo que trabajar, y Adam todavía no
sabía. No podría contarle sobre el cáncer de nuestro padre. Aún no. Quería que
estuviera a oscuras el mayor tiempo posible. Ahora estaba tan libre, feliz y riendo,
haciendo lo que solía hacer. No quería quitarle eso.
Así que, por ahora, le dijimos que papá estaba pasando por una pequeña
cirugía, nada serio.
Cuando la enfermera le aseguró que su cabello no se caería, se sintió aliviado.
Y yo también. Así que pueden imaginarse cómo nos sentimos unas semanas más
tarde cuando su cabello comenzó a caerse. Se agitó y su ira solo se intensificó. Todo
el día caminaba de mal humor, llorando por su cabello.
En algún momento, mamá había logrado convencer a papá de que sería mejor
si se cortaba el cabello de una vez, en lugar de verlo caer un poco todos los días.
Papá se sentó en el sofá, agarrándose las manos, respirando duro y
superficialmente. Estaba colgando de un hilo. Una bomba que estaba a punto de
explotar. Pero se esforzó por controlar su expresión y ocultar sus emociones.
Pero podría leerlo como un libro.
Al oír los golpes en la puerta, me levanté y abrí al brillante rostro de Lettie.
Lettie Maier era la hermana menor de mi papá. Y no importa qué, ella siempre
lograba alegrar la habitación simplemente entrando en ella.
—Hola, Lettie —le dije, dándole un abrazo—. Gracias por venir.
—Disparates. Sabes que siempre estoy aquí cuando me necesitas. —Comencé a
alejarme, pero ella me retuvo—. Estoy tan orgullosa de ti, Aria —me dijo al oído—.
Hazme saber si necesitas algo. Lo estás haciendo genial.
Las lágrimas amenazaban con caer. Luché para mantenerlas, mi garganta ardía
por el esfuerzo. Mi visión se volvió borrosa. No podía respirar. Sostenía tanto dolor
dentro, que sentía que iba a romperme en pequeños pedazos.
—G-gracias, Lettie. —Me atraganté y luego me hice a un lado para dejarla entrar
a la casa.
Evité los ojos de mis padres y me escabullí al baño para lavar las lágrimas que
habían caído. Mi reflejo en el espejo reveló una cara más delgada, una piel más pálida
y círculos oscuros debajo de mis ojos. El estrés y la ansiedad me estaban pasando
factura. Suspirando profundamente, me sequé el rostro con una toalla cerca del
lavabo y regresé a la sala de estar.
Mientras estaba fuera, mi papá se había movido para sentarse en una silla de
madera con Lettie parada a su lado, sosteniendo la cortadora de cabello eléctrica.
Estaba al borde de las lágrimas y mi corazón se sacudió dolorosamente.
Me acerqué y luego me agaché frente a él.
—Papá, mírame. —Mientras esperaba que respondiera, le di suaves besos en las
manos.
Él no se movió.
—¡Papá! ¡Mírame!
Abrió los ojos lentamente. Pude ver la oscuridad envolviéndolo y jalándolo y no
podía dejarlo perderse en ella.
Y así como así, sabía lo que debía hacer.
De pie abruptamente, le dije a Lettie que esperara mi regreso. Corrí a mi
habitación y traje mi guitarra conmigo. Una de las cosas que compartía con mi papá
era nuestra pasión por la música. A veces, cuando no teníamos palabras para
expresarnos, utilizábamos la música para compartir nuestros sentimientos.
Al entrar en la sala de estar, me senté cruzada de piernas delante de él en el
suelo, arreglando mi guitarra. Acariciando las cuerdas, decidí la canción perfecta.
Últimamente la había escuchado repetidamente, las palabras retrataban
exactamente cómo me sentía. No había mejor manera de transmitir lo que quería
decirle que esta precisa canción. Quería que supiera que estaría aquí con él en todo
momento, sin importar nada, y que no estaba solo.
Asintiendo en la dirección de Lettie, le hice saber que podía comenzar a
afeitarlo. Ella me dio una sonrisa triste y comenzó la tarea. Toqué las cuerdas
ligeramente, y cuando sentí que era el momento correcto, comencé a tocar.
Mirando a mi padre de cerca, pude ver el momento en que la música comenzó
a llegar a él. Levantó la cabeza y me miró con asombro, mientras yo cantaba I Will
not Let Go de Rascal Flatts. Cantar delante de la gente siempre me ponía nerviosa,
pero esta vez me moví más allá porque lo único que me importaba era este hombre
que me había criado como su princesa y me colmaba de amor desde el día en que
nací.
Canté suavemente y la melodía y la letra llenaron el aire mientras trataba de
desconectar de la máquina que cortaba su amor y alegría, su hermoso cabello largo.
No aparté la mirada de sus ojos ni por un segundo, tratando de decirle... Estoy aquí
sin importar qué... mientras trataba de no desmoronarme.
La comprensión lo llenó. Él lo estaba entendiendo. Oh Dios, finalmente lo
estaba entendiendo. La esquina de su boca comenzó a levantarse, pero no fue
suficiente. Quería que sonriera. Al elegir esta canción, quería hacerle creer que podía
ganar. Había perdido la pelea por su cabello, pero no le permitiríamos perder la
lucha por su vida.
Y planeaba hacernos completos nuevamente.
Sintiendo que mis labios también se levantaban, le di mi mejor sonrisa y entoné
las últimas notas. Lettie y mi mamá estaban mirándome con lágrimas en los ojos.
Levantándome de mi asiento, apoyé la guitarra en la pared y fui directo hacia
mi papá. Con una lágrima corriendo por su mejilla, me tomó en sus brazos y me dio
un abrazo que nunca olvidaré.
Yo también papá. Yo también.
Me dejó ir y le dio a Lettie un rápido beso en la mejilla. Apretó el hombro de mi
madre y luego se dirigió al baño. Miré a mi madre y le di un asentimiento, haciéndole
saber que debería ir tras él.
Oímos un fuerte jadeo procedente del baño y luché contra el instinto de correr
hacia él. En cambio, volví a mamá una vez más y le dije:
—Él te necesita.
Sus ojos se agrandaron y luego se dirigió al baño, a su rescate.
Me apoyé en la pared y me deslicé hasta que mi trasero golpeó el suelo. Observé
a Lettie mientras limpiaba el revoltijo de cabello. Las imágenes de mi padre
comenzaron a parpadear en mi cabeza. Se veía tan diferente con una cabeza calva.
Era algo a lo que todos tendríamos que acostumbrarnos. Pude escuchar a mi madre
y a mi padre llorar en el baño. Ni siquiera estaba llorando. Era más como hipando.
Debería ir con ellos.
—Puedo ver tus ruedas girando —dijo Lettie—. Sé que quieres ir allí, pero lo
necesitan. Déjalos llorar. Déjalos lidiar con eso juntos.
Tenía razón, por supuesto. Sabía que tenía razón, pero mi lógica no funcionaba
en este momento. No podía simplemente sentarme allí mientras gemían como
animales heridos.
—¡Me necesitan! ¿No puedes oírlos? —Intenté levantarme, pero sentí una mano
en mi hombro, deteniendo mis movimientos—. ¿Qué? —gruñí. Se me permitía
perder el control de vez en cuando. Era una jodida adolescente de diecinueve años
enterrada en mierda.
—Aria... —Oh chico, su tono me dijo que no me iba a gustar lo que tenía que
decir—. Creo que debes ver a alguien.
Sí. No me gustó ni un poco.
La fulminé con la mirada. ¡Ella pensaba que necesitaba ver a un psiquiatra!
¿Yo? ¿Un psiquiatra? Como si fuera a decirle a un extraño cómo me sentía.
—Mira, sé que estás preocupada por nosotros —le dije—. Lo entiendo. Pero no
necesito ver a nadie ni hablar de nada. ¿Cuál es el punto? ¿Haría desaparecer su
cáncer? No —dije, tratando de hacerle ver lo inútil que era a mis ojos—. No creo que
deba perder el tiempo. Sabes que no voy a hablar. No me gusta hablar de mis
problemas. Son míos, de nadie más, y así es como se mantendrá.
Aquí tienes... cerrado mi caso.
Aunque, sabía que había algo en lo que estaba diciendo. No era estúpida ni
ciega. Sabía que no estaba actuando de forma normal, pero lo que ella no entendía
era que esta situación no era normal. Esta enfermedad no venía con una guía para la
familia. No tenía un manual de cómo debería actuar. Hice todo lo posible por vivir
todos los días lo mejor que pude, y pensé que estaba haciendo un buen trabajo.
—Lo sé, cariño, pero déjame preguntarte esto —dijo, mientras estaba de pie y
extendiendo su mano hacia mí. Cuando estreché mi mano en la de ella, me levantó.
Juntas fuimos a sentarnos frente a la chimenea—. ¿Quién va a sacarte de la
oscuridad? —Tomando mi mano en la suya, acarició mi piel, calmándome,
haciéndome sentir como una niña de mi edad por un momento. Había pasado un
tiempo desde que alguien me había cuidado y no al revés.
En cierto modo me lo perdí.
—Sé que es difícil para ti hablar. —Se rió, haciéndome recordar los viejos
tiempos en los que intentaba que le contara cosas sobre mi vida sin suerte—. Sin
embargo, no tienes que ir sola a un psiquiatra. Hay muchos grupos de apoyo para las
familias.
Empecé a poner objeciones, pero me hizo callar al instante.
—Por favor. Si no es por ti, haz esto por el bien de tus padres. Por Adam. Te
necesitan sana. No es saludable llevar el peso de toda tu familia sobre tus hombros.
—Suspiró, y luego continuó—. Te lo debes a ti misma, cariño, o no saldrás de esta
cuerda. Conozco a alguien y puedo arreglar un espacio para ti. Ve una vez. Inténtalo.
Si todavía estás en contra, no te molestaré de nuevo. ¿Tenemos un trato?
Al escuchar los gritos de mis padres en el fondo, decidí salir de mi zona de
confort e intentar algo nuevo. ¿En el peor de los casos? No me gustaría y me iría de
allí.
Viendo el fuego crepitar en silencio, sosteniendo su mano en la mía, me rendí
y dije:
—Sí, Lettie. Tenemos un trato.
“Todo el día lo pienso, y por la noche lo digo. ¿De dónde vengo y qué se supone
que debo hacer? No tengo idea. Mi alma es de otra parte, estoy seguro de eso, y
tengo la intención de terminar allí”.
—Rumi

or dos años, había estado sentado en la misma silla incómoda, semana


tras semana, esperando que aparecieran los participantes. Siempre se
sentía como una eternidad.
Tres horas.
Ese es el total de tiempo que dormí anoche. Algunas noches eran tres horas,
otras noches solo dos. Cuando tenía suerte, era recompensado con cuatro. No podía
hacer desaparecer las pesadillas. Se aferraban a mi conciencia, llevándome a los días
negros que cambiaron mi vida para siempre. Estaba luchando en una furiosa guerra
dentro de mí. Una guerra donde el enemigo vivía dentro de mí... alimentado por mis
temores y enojo constante, y comiéndome desde adentro. Mi oponente era invisible
e invencible, y no importaba lo mucho que luchara, al final, siempre terminaba en el
bando perdedor.
Estaba tan jodidamente cansado.
Tal vez era la falta de sueño. O tal vez estaba cansado de estar solo.
Ni siquiera vayas allí.
No era una elección, solo un hecho. Esta era mi vida. No había necesidad de
desear cosas que nunca podría tener.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo, alertando a todos mis sentidos. Maldita sea,
odiaba el frío. Después de mis lesiones en el campo allá en Afganistán, los doctores
tuvieron que implantar titanio dentro de mi pierna. Cada vez que tenía frío, una ola
de dolor atravesaba mi cuerpo y se internaba en mis huesos, recordándome los días
que quería olvidar.
Era un recordatorio constante de las cosas que había perdido.
Mirando por la ventana, pude ver que el cielo empezaba a oscurecerse. Las
pesadas nubes gris oscuro estaban convocando a la lluvia para que cayera y
desapareciera otro día.
Revisando mi reloj, noté la hora: un cuarto para las ocho de la noche.
Quince minutos antes del comienzo de la reunión.
Cuarenta y cinco minutos más hasta que terminara.
No es que no me gustara estar aquí. Quería ayudar a Bennie, el instructor de
grupo, con todo lo que podía. Solo Dios sabe cuánto me había ayudado y todavía lo
hace. Él me tomó bajo su protección y me ayudó a levantarme nuevamente. Y yo
todavía estaba a punto de derrumbarme, si era honesto conmigo mismo.
Mi parte en las reuniones era ayudar a Bennie con la logística, y cuando estaba
a la altura, tratábamos de idear actividades interesantes para los participantes. Si
estuviera de humor, soltaría una o dos palabras a veces. Pero eso rara vez pasaba.
Sabía que la única razón por la que me pidió que trabajara con él era porque tenía
miedo de que saltara por un precipicio y lo perdiera de nuevo. Sabía esto, y, aun así,
aparecía sin perderme un día. Me encantaba, pero al mismo tiempo, sentía que no
pertenecía. Estaba tan acostumbrado a estar solo por tanto tiempo que estar cerca
de la gente me inquietaba. Esa era principalmente la razón por la que siempre estaba
sentado en el rincón más alejado, observando las reuniones desde las sombras.
La puerta de la habitación se abrió y Bennie entró con una gran sonrisa tonta.
Su esposa había luchado y vencido al cáncer y esa era una de las razones por las que
Bennie había querido abrir este grupo de apoyo. Me dijo que sentía que les habían
concedido un milagro y que quería devolver algo, de cualquier manera, que pudiera.
—Hola, hombre —le dije mientras me levantaba y caminaba hacia él.
—Oye, hace frío aquí —dijo—. ¿Por qué no encendiste la calefacción? —
preguntó, y luego caminó de inmediato hacia el termostato y lo encendió.
Temblando, sopló sus manos y luego se sentó en la esquina de su escritorio—. ¿Cómo
estuvo tu día, D? —Él era el único que me llamaba D. Pensaba que era genial. Yo, por
otro lado, pensaba que era demasiado perezoso para decir mi nombre completo.
—Mi día estuvo bien, y deja de llamarme D. Es molesto.
—Deja de lloriquear —dijo, mostrándome el dedo medio—. Sabes que lo amas.
Enfatizó la palabra amor mientras batía sus pestañas rápidamente. Negué ante
sus travesuras.
Cuando la gente comenzó a entrar, volví a mi asiento habitual en la esquina. Me
senté, tomé aire y cerré los ojos.
Que comience la reunión.

Me paré frente a una puerta de madera, sosteniendo la manija mientras


contemplaba la posibilidad de escapar antes de que alguien saliera y me viera. Era
tentador, pero Lettie me mataría. También sentía que me lo debía, para explorar la
posibilidad de asistir a una reunión de apoyo. ¿Quién sabía, tal vez ayudaría?
Sí, claro.
Negué y abrí la puerta. El crujido que emitió hizo que todos los ojos de la
habitación me miraran.
Genial, llegué tarde.
Mis ojos se posaron en el hombre parado frente al grupo. Bennie, supuse. Lettie
me lo describió casi a la perfección. Era algo bajo, con cuerpo y cara regordetas. Tenía
el cabello castaño y corto y tenía la nariz torcida, como si se la hubiera roto hacía
mucho tiempo.
Agité mi mano torpemente y dije:
—Hola, lamento llegar tarde. —Bajando mi mano, me abracé a mí misma,
odiando la atención.
Bennie me miró con interés.
—Aria, ¿verdad? —Asintiendo, me acerqué a la silla vacía cerca de la entrada—
. Es bueno tenerte aquí. Soy Bennie, el espíritu guía de este lugar.
Tomando asiento, no pude evitar levantar las cejas hacia él. ¿Espíritu guía?
¿Este tipo hablaba en serio? ¿Dónde demonios creía que estaba?
Iba a matar a Lettie.
Mirando al resto del grupo, pude ver personas de diferentes edades. La mayoría
tenían rostros amistosos y me sonrieron cuando me senté. Traté de devolverles la
sonrisa, pero no pude encontrar la energía para sonreír genuinamente.
—Bueno, volvamos a la pista. Como estaba diciendo antes de ser bruscamente
interrumpido... —Bennie me guiñó un ojo—. Todos estamos aquí para aprender a
lidiar con nuestra realidad y llenarnos de pensamientos y emociones positivas, de
modo que cuando regresemos a casa podamos devolver todo a nuestros seres
queridos.
Mientras hablaba con el grupo, lo desconecté y pensé en mi padre. Cuando salí
de la casa, él y mamá habían estado peleando. Desde que papá recibió la noticia sobre
su cáncer, estaba muy enfadado. Estaba impaciente, irritado, lleno de furia, jadeando
y resoplando todo el día, y yo solo... ya no sabía qué hacer. Pasaba tanto tiempo
tratando de construir puentes y apagar incendios que sentía que no tenía control
sobre mi propia vida. Toda mi energía era gastada en casa. Esa era una de las razones
por las que decidí venir aquí hoy. Tal vez podría encontrar respuestas en este loco
lugar.
Al ver a todos bromear con Bennie, sentí que estaba fuera de lugar. Entonces,
sentí que alguien me miraba. Por el rabillo del ojo, vi movimiento en el rincón más
alejado de la habitación. Cuando miré un poco más, noté a un tipo sentado en la
oscuridad, moviendo su pierna en movimientos lentos y deliberados. Tenía la cabeza
gacha, pero sus ojos... sus ojos me miraban directamente. Me quedé sin aliento.
Apartándome de su mirada, volví a mirar al frente de la sala donde Bennie nos
estaba hablando de una persona que venció al cáncer.
Traté de concentrarme en lo que se decía, pero la penetrante mirada del tipo en
las sombras hizo que mi corazón latiera salvajemente. Cuando mis ojos encontraron
el camino de regreso a él, noté el ceño fruncido en su rostro e inmediatamente desvié
la mirada. Una parte de mí quería saltar y salir de la habitación, ir a casa y olvidarme
de todo esto. Pero me obligué a quedarme.
Por Lettie.
Por mí.
Dios mío, esta iba a ser una reunión larga.

¿Quién era la chica menuda?


Lucía tan ansiosa por estar aquí como yo. No podía dejar de mirarla.
¿Por qué la encontraba tan atractiva?
Desde el momento en que entró a la habitación con una mirada perdida en su
bonita y tímida cara por toda la atención, fue difícil no hacerlo. Ella era tan pequeña.
Estaba seguro de que, si me paraba a su lado, su cabeza apenas llegaría a mi hombro.
Y, curiosamente, no importaba lo pequeña que se veía, su presencia dominaba toda
la habitación.
Cuando estaba parada en la entrada, vestida con jeans ajustados y un suéter
blanco suelto, parecía un ángel. Su cabello castaño claro le caía por la espalda y sus
ojos verdes brillaban y vibraban. Podría notar su color desde el otro lado de la
habitación. Me recordaban algo largamente olvidado, pero no podía recordar de qué
se trataba. Y estaba intrigado por saber la razón por la que estaba aquí.
De repente, estaba enojado por haberla notado. ¿Qué bien traería? De todos
modos, no podía hacer nada al respecto, ¿cuál era el objetivo? Y me hizo odiar mi
vida aún más ahora que me encontraba con alguien de quien no podía apartar los
ojos.
Ella eligió ese momento para mirarme. Sabía que no podía verme claramente
porque había elegido mi asiento con cuidado. Estaba rodeado por la oscuridad,
sentado en la esquina de la habitación donde la luz no llegaba. Desde que comencé a
trabajar aquí, era mi lugar seguro. Podía ver todo, pero nadie podía verme. Nadie me
prestaba atención.
Hasta ahora.
Azul a verde, nuestros ojos seguían encontrándose. No quería asustarla, pero
me resultaba difícil mirar hacia otro lado. Había pasado tanto tiempo desde que
alguien me miraba de esta manera. Me hizo sentir como un niño en una tienda de
porcelana cara, con ganas de tocar, pero solo con permiso a admirar la belleza.
—Muy bien, amigos —dijo Bennie, aplaudiendo y parándose en toda su altura—
. Como todos pueden ver, tenemos una nueva incorporación al grupo. Aria, por favor
ponte de pie.
Todavía observándola, noté que le lanzaba una mirada de muerte que podría
haberlo prendido en fuego. Se levantó lentamente y miró al grupo. No pude evitar
esbozar una sonrisa.
Ella se puso de pie y saludó tímidamente al grupo.
—Hola, chicos, como todos han notado, soy nueva. Mi nombre es Aria Maier.
Pensando que había terminado con la presentación, se sentó. Mi sonrisa se
extendió más, sabiendo lo que estaba por venir.
—No tan rápido, pequeñita, todavía no hemos terminado —dijo Bennie.
Lanzó dagas desde sus retinas. Casi podía oírlas zumbar y cortar el aire.
Luciendo como si una de las dagas hubiera dado en el blanco, Bennie preguntó
con menos valentía:
—¿Te importaría contarnos más sobre ti?
—Sí, me importaría.
La miré, deseando que me mirara. Cuando sus ojos finalmente se encontraron
con los míos otra vez, no pude controlar mi sonrisa.

Pequeñita.
¿Cómo se atreve a llamarme así? y por qué la gente siempre siente la necesidad
de recordarme lo pequeña que soy. Sí, mido metro cincuenta, ¿y qué, demonios?
Cuando pasas toda tu vida escuchando sobrenombres como llavero, camarón, cuarto
de litro, mequetrefe, incluso pitufa, comienzas a desarrollar problemas.
Desarrollas un montón de problemas
Bueno, al menos ahora no tenía que hablar.
Sentí una mano en mi hombro. Salté y giré la cabeza. Una hermosa chica
asiática de aspecto amigable estaba de pie junto a mí. Probablemente estaba al final
de sus veinte y tenía en la mano un bolígrafo y papel, extendidos en mi dirección.
—Debes copiar tu información personal aquí. —Le di una mirada de por qué
demonios debería hacerlo. Ella sonrió. Balanceando su lacio cabello negro a un lado,
y mirándome con amables ojos marrones, dijo—: No te preocupes, todos escribimos
nuestra información cuando llegamos aquí. Es una página de contacto para el grupo.
—Extendiendo su mano, dijo—: Soy Mary, es un placer conocerte.
Extendí mi mano hacia la suya.
—Soy Aria. También estoy encantada de conocerte.
Cuando terminé de escribir mi información personal, observé a lo largo de los
nombres en la lista. Cuando llegué al final, el último nombre no tenía ninguna
información personal.
—¿Quién es Dorian? No hay información al lado de su nombre.
—¿No sabes quién es Dorian Black? —Negué. Ella se sentó en la silla junto a la
mía—. Dorian es el asistente de Bennie —dijo—. Probablemente no lo hayas notado,
pero es el hombre sentado en la esquina.
Sí, lo noté.
—¿Por qué está sentado en la esquina?
—Es un veterano. Volvió bastante desordenado de su última gira, pero nadie
sabe con certeza qué pasó realmente allí. La guerra lo cambió. Él es diferente ahora,
más... —Se detuvo, alzaba la mirada mientras intentaba (supuse) encontrar las
palabras correctas—. Inalcanzable —dijo—. Intocable. No estoy segura de cuál es su
problema, pero es más malo. Como si vio horrores que sigue viviendo. Si las
cicatrices en su rostro son una indicación, fue bastante malo.
¿Cicatrices?
—Se mantiene mayormente solo, no se acerca a nadie —continuó—. Nadie en la
ciudad está lo suficientemente loco como para acercarse a él. He estado en este grupo
por un tiempo y nunca lo escuché hablar, sonreír o incluso interactuar con otros. Y
honestamente, me asusta.
Le di una sonrisa triste que probablemente parecía una mueca. Me sentía
incómoda hablando de él. El hecho de que todavía sintiera sus ojos en mí
definitivamente no ayudaba.
Bennie ya estaba cerrando la reunión con una historia sobre tener fe, creer en
los milagros, no darse por vencido y bla, bla, bla. No estaba segura de que todo esto
fuera para mí.
—Está bien, gente, eso es todo por hoy. Los veré en la próxima reunión. No lo
olviden... bríndale luz a tu ser querido.
¿Brindarle luz a mi papá? ¿Cómo podría hacer eso? Estaba perdido en su triste
mundo y no dejaba que nadie lo interrumpiera ni lo alejara.
Sintiendo una sombra caer sobre mí, me tensé, mis músculos contrayéndose.
Temía que, si levantaba la mirada, el hombre de la oscuridad estaría frente a mí.
Ha estado en este grupo por un tiempo y nunca lo escuché hablar, sonreír o
incluso interactuar con otros.
Al levantar la vista lentamente, me encontré mirando los ojos marrones de
Bennie. Mentiría si dijera que no sentí alivio.
—Lamento haberte llamado pequeñita. —Levanté una ceja y crucé los brazos
sobre mi pecho. Parecía cada vez más incómodo con cada momento que pasaba—.
Noté que estabas enojada, y bueno... no era mi intención. Es solo que eres, bueno...
pequeña y linda.
Mi ceja se elevó un poco más.
—No, no... —se apresuró a decir—. No me refiero precisamente a pequeña o
linda. Esos son adjetivos que usas para describir a un Chihuahua. No es que te esté
llamando perro o algo así, porque no lo hice. —Se llevó la mano al cuello y se frotó
con una mueca.
No pude evitar el aluvión de risas que estalló en mí.
—Bennie, estás cavando tu propia tumba con cada palabra que sale de tu boca.
—Todavía riéndome, le sonreí cálidamente—. Te perdono. Ahora por favor, cállate.
Suspiró aliviado.
—Gracias. ¡Esta ha sido la disculpa más incómoda en toda mi vida! —Sonrió y
me golpeó en el hombro—. Entonces, ¿volverás?
—Uh... no estoy segura. Tal vez. —No quería mentir. Tal vez lo haría, tal vez no.
Me revolvió el cabello con su gran mano y luego salió por la puerta con una
sonrisa. Mientras hablábamos, la habitación se había despejado y me di cuenta de
que era la única que quedaba. Recogí mi bolso, me lo colgué al hombro y me dirigí a
la puerta. Preocupada por llegar a casa, apenas escuché la voz profunda que
reverberó detrás de mí.
Detuve mis pasos, petrificada. Un millón de escenarios posibles de cada
película de terror que había visto alguna vez pasaron por mi cabeza. Cerré los ojos
mientras mis dedos se cerraban en puños a cada lado de mi cuerpo, preparándome
para defenderme, pero esperando no tener que hacerlo.
—Espera —dijo, su voz baja y brusca—. No te vayas. —Algo en su voz me hizo
darme la vuelta. Cuando lo hice, sus ojos suplicaron a los míos—. Todavía no.
Conté hasta diez en mi cabeza, mis terminaciones nerviosas estaban en alerta
máxima cuando me di cuenta a quién pertenecía la voz.
El veterano enojado escondido en la oscuridad.
Dorian.
“¿Por qué sigues en prisión cuando la puerta está abierta de par en par?”.
—Rumi

scuchar su risa fue una de las cosas más fascinantes que había escuchado
alguna vez. Eso hizo algo en mí.
Cuando me di cuenta de que estábamos solos, no pude dejar pasar
la oportunidad de lanzarme. No tenía idea de si planeaba regresar, y no quería perder
ninguna oportunidad.
—No te vayas. —Mi voz sonó desesperada, incluso a mis oídos—. Todavía no.
Se dio la vuelta lentamente y sus ojos encontraron los míos. Sabía que no podía
verme con claridad porque todavía estaba escondido en las sombras. Dando algunos
pasos en su dirección, podía decir que la hacía sentir ansiosa. Dio un paso atrás y
mantuvo ambas manos frente a ella como escudo.
—¡Detente! No te acerques. —Su voz era tranquila, pero podía escuchar el rastro
de pánico oculta en ella. La asustaba. Joder, no quería que se asustara—. ¿Qué
quieres?
Tratando de asegurarle que no quería hacerle daño, puse mis manos frente a
mí y dije:
—Está bien. Trabajo aquí. Ayudo a Bennie. No voy a hacerte daño.
—¿Por qué seguiste mirándome?
—Porque eres hermosa —dije en voz baja y de inmediato cerré los ojos e hice
una mueca, dándome cuenta de que había dicho esas palabras más fuertes de lo que
había pensado. No quise que me escuchara. ¡Mierda!
Cuando eché un vistazo en su dirección otra vez, quedó muy claro que no había
ayudado en absoluto a la situación. Joder.
La ansiedad rodaba de su cuerpo en oleadas. Odiaba ver lo incómoda que la
hacía sentir. Creo que parte de eso fue porque todavía no podía verme. Permanecía
escondido donde la luz no llegaba.
Pero podía verla. Tenía una nariz pequeña y esos ojos verdes; podía mirarlos
por días. Sus labios rosados estaban llenos y regordetes. Quería mantenerla ocupada
en una conversación por el solo hecho de verlos moverse. Su rostro estaba
bronceado, aunque un poco enrojecido. También parecía cansada, y eso me llevó a
la pregunta de por qué estaba aquí. ¿A quién quería brindarle luz? ¿Y por qué la idea
de que podría ser un novio me hacía querer romper algo?
¿Qué estaba mal conmigo?
Necesitaba preguntarle. Necesitaba la respuesta como necesitaba mi próxima
respiración.
—¿Por qué estás aquí, Aria?
Era la primera vez que decía su nombre en voz alta y joder... Quería seguir
diciéndolo mientras pudiera salirme con la mía.

Porque eres hermosa.


La manera en que lo dijo, su profunda voz susurrando con tal convicción…
envió escalofríos por mi espalda, haciendo que todo mi cuerpo temblara. Me
asustaba y me fascinaba, todo al mismo tiempo. Y si lo que Mary había dicho era
verdad, estaba jodido de muchas maneras. No debería importarme. Debería correr.
Dios, necesitaba correr… pero estaba petrificada en el lugar. Su voz sonaba tan…
triste. No tuve más remedio que quedarme.
—¿Por qué debería contarte algo tan personal respecto a mí cuando todo lo que
haces es esconderte?
Todo su cuerpo se enderezó y sus manos se volvieron puños a sus costados. Me
quedé de pie, derecha, evitando sus ojos, sintiéndome arrepentida.
Aclarando mi garganta, dije:
—Lo lamento, Eso fue innecesario... —Me quedé sin saber qué decir—. Fue un
placer conocerte. —Girándome, me moví hacia la puerta una vez más, con la
esperanza de poder olvidar que este día había sucedido.
Lo sentí acercándose, y caminé más rápido. No quería enfrentarlo. No ahora,
nunca.
Agarrando mi brazo izquierdo, me dio la vuelta. Jadeé sorprendida y mi
corazón latió erráticamente. Él contuvo la respiración y se tensó. Las yemas de sus
dedos se abrieron y cerraron varias veces mientras su respiración se hacía más
fuerte. Se sentía como si estuviera teniendo una batalla interna. Después de largos
latidos y respiraciones, apretó su agarre y me acercó aún más a él.
Tenía miedo de mirarlo a los ojos, miedo de lo que podría ver.
Se inclinó, su barba incipiente rozó mi mejilla y susurró:
—Mírame y comprenderás por qué me escondo.
Su cálido aliento acarició mi piel mientras levantaba mi cabeza lentamente,
mordiéndome el labio inferior con fuerza en el proceso. Mis ojos se posaron en su
largo y despeinado cabello negro que llegaba a su cuello y le cubría un ojo. Bajé la
mirada, bordeando sus altos pómulos y labios llenos y suaves. Entonces lo vi. Una
cicatriz grande y marcada que comenzaba en el labio superior y se curvaba hacia
abajo hasta que llegaba al final de su barbilla. Pensé que era hermoso, incluso con la
cicatriz.
—Miré —murmuré—. Tienes una cicatriz. ¿Y qué? ¿Es esa la razón por la que te
escondes del mundo?
Una mezcla de emociones jugaba en su rostro: sorpresa, confusión, maravilla
y asombro. No estaba segura de qué reacción esperaba que tuviera, pero Dios... era
solo una cicatriz.
Entonces sus ojos se endurecieron y su boca se redujo en una línea. Con la otra
mano, rápidamente se apartó el cabello del rostro. Afortunadamente, pude detener
el jadeo que casi se me escapa. Mantuve mi cabeza en alto, sin vacilar por el horror
que presencié. Había otra cicatriz dentada que comenzaba sobre su ojo izquierdo y
le cortaba el camino casi llegando a la nariz. ¿Cómo podría haberlo pasado por alto?
¿Qué había vivido?
¿Quién demonios le hizo esto?

El día comenzó como cualquier otro. Nunca imaginé que conocería a esta chica
en ningún momento de mi miserable vida, mucho menos hoy. Ella era como un rayo
de sol brillando a través de la caja oscura en la que me escondía, iluminando todo mi
jodido universo.
¿Quién en el infierno era ella?
Nadie me hablaba de esa manera. Solía ser tratado con guantes de seda, no
siendo confrontado en mi mierda.
Miró mis cicatrices y ni siquiera parpadeó. Nadie que me veía podía ver mi
rostro sin estremecerse. Estaba acostumbrado. Aprendí a vivir con las miradas, los
susurros, incluso con el miedo que alejaba a la gente. Las cicatrices me hacían lucir
intimidante y la gente trataba de mantenerse al margen, lo cual estaba bien. No
quería tratar con ellos de todas formas.
Después de dejar Afganistán y ser dado de baja de la Infantería de Marina, supe
que mi vida nunca sería la misma. No con lo mal que había quedado. Esta pequeña
chica no tenía idea de lo jodido que estaba. Estaba roto desde la raíz y sin importar
lo que la gente pensaba, no había forma de arreglarme. Ya no.
Y aun así… algo en la manera en la que me miraba, me hacía sentir con
esperanza. ¿Qué tan loco era eso? Me miraba como si no luciera como un monstruo.
No me había dado cuenta cuánto significaba su reacción para mí. Su pregunta
también puso en duda lo cerca que estaba de la verdad. Me estaba escondiendo del
mundo. Me sentía como un fantasma, invisible para todos esos ojos penetrantes
mientras permanecía en las sombras, sin ser visto.
Después de regresar de la guerra, no podía tocar ni ser tocado por nadie, porque
asociaba el contacto con el dolor. Las únicas tres personas que podían hacerlo eran
mi madre, mi hermana menor, y Bennie.
El hecho de haber tocado a Aria y no haber sentido la angustia que siempre
acompañaba el contacto me sorprendió, me dejó perplejo, y me asustó.
¿Cómo puede ser?
Sorpresa. Miedo. Esperanza. Otra vez con la esperanza…
Molesto hacia donde iban mis pensamientos, solté su brazo y di un paso atrás.
Metí mis manos en los bolsillos y la miré, tratando de darle sentido a quién era ella.
No podía explicar la sensación de familiaridad que evocaba en mí, removiendo mi
lado protector. Era desconcertante.
A pesar de que no pude responder su pregunta, le volví a hacer mi pregunta.
—¿Por qué estás aquí? Te mostré la mía, ahora me enseñas la tuya. ¿No es así
como funciona?
Su rostro estaba asombrado y eso era mucho mejor que el miedo que tenía
antes. Aliviado, escondí una sonrisa.
—En tus sueños te mostraré la mía. Empecemos con eso —bromeó—. Y si estás
tan interesado, estoy aquí por mi padre.
Su diversión se desvaneció. Ahora, solo se veía triste. Mi corazón se contrajo
con pensamientos de mi propio padre, haciendo mi mejor esfuerzo por mantenerlos
a raya. No podía dejar salir mis demonios. Lo único que quería hacer era acercarme
a ella y abrazarla.
Sin embargo, mantuve mi distancia. Aunque ya la había tocado, mi mente era
complicada. No podía arriesgarme a tener un episodio delante de ella. Estaba seguro
de que no me dejaría tocarla, de todos modos. Podía decir que no se sentía segura
conmigo.
Eso tenía que cambiar. Quería conocerla. Era la primera persona que penetraba
las paredes que había construido alrededor de mí, y lo hizo sin siquiera intentarlo.
—Lo siento —susurré. Asintió—. ¿Cuáles son sus probabilidades? —pregunté.
Por alguna inexplicable razón, necesitaba saber a qué se enfrentaba.
Con expresión abatida, caminó hacia la silla a su derecha y se sentó. Cuando
me senté a su lado, se volteó en mi dirección y respondió mi pregunta.
“Los amantes encuentran lugares secretos en este mundo violento donde hacen
bellas transacciones”.
—Rumi

e hecho, no lo sabemos —dije—. El doctor Brown no cree en


probabilidades o porcentajes.
Cerrando mis ojos, recordé la conversación que tuve con el
doctor de mi padre.

Estábamos de pie solos en su oficina. Mi padre había escapado para tomar un


poco de aire fresco.
Le pregunté en qué etapa estaba mi padre y cuáles eran las posibilidades de
una total recuperación. Mi cabeza no podía parar. No sabía nada sobre el cáncer.
Siempre había oído cosas, sí… No vivía en otro planeta. La diferencia era que
siempre pasaba por mi lado. Nunca presté atención a los detalles y a las
explicaciones médicas. No hasta que golpeó en mi casa.
Cambiando de postura para estar de frente, el doctor Brown me miró con sus
cálidos ojos azules. Su cabello era canoso y un rostro que se veía mayor para su
edad, imagino que trabajar en una profesión tan dura, y tratando a pacientes
terminales, se había cobrado su peaje.
—No te puedo dar ningún porcentaje, Aria, porque no creo en ellos.
¿No creía en ellos? Está bien, primicia, yo tampoco creía jodidamente que mi
padre pudiera tener cáncer, pero aquí estábamos.
Caminé hacia la pared más cercana y me apoyé en ella, eché la cabeza hacia
atrás e intenté controlar mi respiración. Ya podía sentir mi corazón latiendo
rápidamente, mi respiración era rápida y poco profunda. Estaba teniendo otro
ataque de pánico. Desde que habíamos recibido las noticias, los estaba teniendo con
más frecuencia. Los odiaba. Odiaba sentirme débil.
Inspira, expira… inspira, expira.
Las primeras veces que tuve los ataques fueron las experiencias más
terroríficas de mi vida. Con el tiempo, me di cuenta de lo que me estaba pasando,
gracias a Ella, mi amiga de infancia. Crecimos juntas, y cuando yo me mudé a otro
lugar, seguimos en contacto. Era como una hermana para mí, la mejor amiga que
podría haber deseado. Había estudiado psicología en la universidad y me enseñó
el ejercicio de respiración. Después de unos segundos de respiración lenta y
profunda, abrí los ojos.
—¿Estás bien? —preguntó el doctor Brown.
Forcé una sonrisa y asentí.
—Por favor, hábleme sobre la condición de mi padre. —Él regresaría pronto
y necesitaba oírlo antes de que volviera.
—Déjame exponerlo de esta manera —dijo él—. Asumamos que te digo que él
tiene un ochenta por cien de posibilidades de recuperarse totalmente y un veinte
por cien de perder la batalla. ¿Qué crees que lo mantendría despierto por las
noches?
—El veinte por ciento —dije, dejando caer mi cabeza. Él tenía razón, no podía
mentir. Yo también pensaría en el veinte por cien.
—Exactamente, porque somos humanos, Aria. Está en la naturaleza humana
el gravitar hacia las cosas malas de la vida. El pensar en ello constantemente.
Incluso si le dijera que tendría el noventa y nueve por ciento de posibilidades de
recuperarse completamente, el porcentaje que queda mantendría a tu padre
despierto por las noches pensando en todo lo que podría ir mal.
Bueno, cuando lo decía así. Tenía razón. Lo sabía. Aun así, no había
contestado a mi pregunta. Lo que no sabía también me mantendría despierta por
las noches.
—Entiendo lo que está diciendo. De verdad que lo hago, pero…
Él me dio un apretón en el brazo, luego dijo:
—Créeme, la mejor manera de ayudar a tu padre es de esta manera. Déjame
que te lo explique así. —Estiró y curvó su cuerpo en mi dirección—. Cuando caminas
sobre una pasarela estrecha —empezó él—, no bajas la mirada para ver a la altura
a la que estás. Continúas mirando al frente. Si de repente bajas la vista, puede ser
que te asustes y por eso falles y te caigas. La mejor manera para que tu padre
afronte esto es seguir adelante, ciegamente hasta el destino final.

Todavía podía sentir la angustia de esos días cruciales deslizándose por mis
huesos y paralizándome desde adentro. Incluso ahora, semanas más tarde.
Sintiéndome como si estuviera a punto de ahogarme, me puse de pie de repente
para escapar a un lugar donde Dorian no pudiera verme. Di un paso adelante y sentí
cómo Dorian tomaba mi brazo, con preocupación en el rostro.
—Enseguida vuelvo —le aseguré, con voz grave y rasposa.
Él abrió y cerró la boca varias veces, aun así, ningún sonido salió.
—Volveré —susurré de nuevo—. Tan solo necesito un momento.
Su agarre se apretó más hasta que asintió y me dejó ir.
Sabía que estaba siendo maleducada saliendo de la habitación así, pero no
podía dejar que él me viera romperme en pedazos.
No dejaría que nadie me viera haciéndome añicos.

—El doctor Brown no cree en probabilidades y porcentajes.


Su repuesta me sorprendió.
¿Su doctor no creía en porcentajes? Eso era raro. A mí me habían dicho que el
médico que trató a mi padre le dio todos los detalles, sin dejar nada por fuera. Pero
de nuevo, había un montón de doctores ahí afuera, e imagino que depende en la
ideología del médico.
Cuando se puso de pie y empezó a caminar, me tomó unos segundos entender
lo que estaba pasando y antes de darme cuenta de lo que estaba haciendo, mi mano
salió disparada y la tomé por el brazo.
Tocándola de nuevo por segunda vez, el dolor nunca llegó.
—Volveré —susurró ella—. Solo necesito un momento.
La dejé ir. Sabía que ella necesitaba calmarse. Aunque cada parte de mi cuerpo
gritara por levantarse y seguirla, me quedé sentado. Se veía como el tipo que parece
duro por fuera y no se atrevería a dejar que vieras el dolor que le corre por dentro.
Lo sabía porque de alguna manera, cuando la miré, fue como mirarme en el espejo.
Una de las cosas que me atrajo a ella fue la similitud entre nosotros.
Me quedé sentado y vigilé la puerta. No podía girar mi espalda o hacer nada
más. Tenía que estar de cara a cada puerta y cada ventana. No podía quedarme en
una posición donde fuera vulnerable.
Llevé las manos a mi cabeza y jalé de mis gruesos mechones fuertemente,
intentado evitar el flujo de recuerdos que intentaban dominarme. El pánico habitual
se arrastraba lentamente, el abandono que sentí tirado en el barro mientras los
monstruos se apilaban sobre mí, riéndose de mi debilidad. Lo sentí todo, pero no
podía perder. No aquí. No ahora. No cuando ella estaba tan cerca.
Su presencia, por alguna razón desconocida, acallaba los chillidos y los gritos
burlones. Pero no estaba aquí ahora conmigo. Estaba solo.
Siempre solo.
Frustrado, jalé de mi cabello incluso más fuerte, intentando hacer que las
pesadillas desaparecieran. Los episodios normalmente sucedían por la noche y era
raro que ocurriera cuando estaba despierto. Cuando pasaba, era intenso y potente, y
yo no quería jodidamente ir ahí.
Poniéndome de pie abruptamente, empecé a caminar por la habitación, mis
manos seguían jalando de mis torturados mechones.
No vengan… no vengan… joder no vengan, murmuraba una y otra vez. Pero
las imágenes de sangre mezclada con la muerte eran demasiado potentes para que
yo las bloqueara.

Afganistán, 2012

Oscuridad.
Sufrimiento.
Dolor.
Oscuridad.
Agonía.
Desesperación.
Oscuridad.
Eso era todo lo que mi mente podía absorber. El dolor atravesaba mi cuerpo,
dominando todos mis sentidos. Mi visión estaba borrosa. El ambiente estaba
cargado de polvo, mi respiración era forzada. No me podía mover.
Nuestro equipo había caído directo en la trampa de esos cabrones. Intenté
avisar a mis hermanos, pero no pude articular ningún sonido.
Oí pasos que se acercaban. Aliviado de que alguien hubiera sobrevivido, giré
mi cabeza en dirección a la persona que se estaba acercando. Cualquier
pensamiento positivo que tenía desapareció.
Él no era un salvador.
La frialdad arrasó mi cuerpo, paralizándome en el suelo. El miedo se arrastró
mientras miraba esos ojos negros del monstruo que se supone que teníamos que
matar.
—Bueno, bueno, ¿qué es lo que tenemos aquí? —canturreó él con una sonrisa
diabólica. Era difícil intimidarme. Pasar años en un centro de operaciones
especiales te hacía eso. Pero no era idiota. Era bien consciente de mi situación.
Estaba tirado en el jodido suelo, no podía mover ni un músculo, mientras el asesino
estaba plantado a mi lado con un machete, acariciando el filo.
Iba a morir.
Alguien me tocó y supe lo que tenía que hacer. La adrenalina me golpeó y sin
pensármelo, cargué, tumbando al enemigo. Montándome sobre su cuerpo, agarré
sus manos sobre su cabeza y lo presioné contra el suelo.
—Dorian…
Su voz me trajo de vuelta a la realidad y lo que había hecho me golpeó el
estómago.
Abrí los ojos de repente.
Pequeña.
Estaba sobre ella, a horcajadas sobre su cintura mientras sujetaba sus manos
por encima de su cabeza.
No. No. No… esto no podía estar bien.
Vi el terror escrito en todo su rostro, sus ojos desorbitados por el miedo.
Solté sus manos y grité, como si me hubiera quemado. Deseé haberlo hecho.
Me merecía podrirme en el infierno por lo que había hecho.
Ella me miraba fijamente, arrastrándose hacia atrás hasta que golpeó la pared
más alejada. Subiendo sus rodillas contra el pecho y abrazándolas, posó su cabeza
sobre ellas y cerró los ojos.
Joder… ¿Qué he hecho?

Él abrió los ojos, parpadeando rápidamente, desenfocado por puro terror. La


sorpresa y pánico siguieron rápidamente. Estaba segura de que mi expresión era
igual que la suya.
Se echó hacia atrás y liberó mi cuerpo de su agarre. Sin pensarlo dos veces, me
arrastré hasta que sentí la pared dura y fría tras de mí.
Cada instinto de mi cuerpo me decía que me levantara y saliera corriendo para
salvar mi vida. A pesar de todo, yo no era una corredora. Incluso pensar en ello me
hacía sentir cansada.
Sentí cómo sus ojos me miraban atentamente, pero yo no podía mirarlo a él.
Por lo menos, no ahora. Primero, tenía que calmarme.
—Aria…
Con la cabeza todavía gacha, negué apresuradamente, y él dejó de hablar.
—Dame unos cuantos minutos. Por favor —rogué con la voz apagada.
—Está bien —susurró tristemente. El abatimiento que reconocí en su voz hizo
que mi corazón doliera.
De ningún modo iba a salir corriendo. Podía hacer esto, pensé. Le diría adiós,
y ojalá que no volviera a verlo otra vez.
Cuando regresaba del baño, Dorian estaba en el suelo, sus piernas estaban
encogidas cerca de su pecho, y sus manos enterradas en su cabello. Verlo en posición
fetal y oír sus sollozos ahogados sacudió mi corazón. Sin pensarlo, corrí hacia él, sin
saber qué le pasaba, pero necesitaba ayudar.
Y ahora yo era la que estaba en el suelo.
Al final, me puse de pie y sus ojos me siguieron con una mirada perdida en su
rostro. Se le veía más alterado que a mí, si es que eso era posible. Este chico
necesitaba ayuda. Eso, seguro.
Mirando alrededor, localicé mi bolso en el suelo. Me acerqué y lo recogí,
abrazándolo contra mí como si fuera un escudo protector. Noté de refilón que Dorian
había empezado a levantarse. Una vez frente a mí, enterró sus manos en los bolsillos
delanteros, agachó la cabeza y miró al suelo.
Se le veía tan perdido que me sentí como si me tiraran en dos direcciones
opuestas.
Para quedarme.
Para salir corriendo.
—Aria… lo siento. Lo siento tanto… —susurró—. No quería… Yo nunca te haría
daño… por favor dime que no te lo he hecho. —Su voz flaqueó al final. Se veía tan
vulnerable. Tan perdido. Que hacía doler mi corazón. La locura era que le creía. No
nos conocíamos, pero su confesión… tan profunda, que supe que era real.
Él nunca me haría daño.
—Lo sé —dije—. Estoy bien y… y te creo. No estoy ciega. Pude ver que no me
veías a mí en esos momentos. —Forcé una sonrisa—. Por suerte, hoy no me hiciste
daño, pero ¿mañana? —Tragué—. Cabe la posibilidad de que hirieras a alguien más.
De lo que sea que estás sufriendo, a mí no me importa, pero hay un montón de
maneras de tratar con ello. No lo dejes enterrado. Nada bueno puede salir de ahí.
Me miró con los ojos muy abiertos. Dándome su última ligera sonrisa, me di la
vuelta y empecé a alejarme.
—¿C-cómo lo supiste?
Deteniendo mis pasos y sin girarme, le contesté:
—No lo hice. Solo lo asumí.
—¿No me vas a preguntar nada sobre ello?
—No. No estamos en el nivel de compartir oscuros secretos de nuestro pasado,
aún.
—¿Va a haber un “hasta luego” para nosotros?
—No lo sé —contesté sinceramente. Y con esas últimas palabras, salí por la
puerta, sin estar segura de si nuestros caminos se volverían a cruzar de nuevo.
“En ese libro que es mi memoria, en la primera página del capítulo que es el día
cuando te conocí, aparecen las palabras: ‘Aquí comienza una nueva vida’”.
—Dante Alighieri

an pasado más de dos semanas desde la última vez que la vi.


Sé que es una locura, pero solo podía pensar en ella.
Ella nunca volvió. Al principio de cada reunión, me decía a mí
mismo que no vendría, pero sin importar cuánto intentara prepararme, siempre
sentía una punzada de decepción cuando no entraba por la puerta. Y en medio de
todo esto, también tenía miedo. Miedo, vergüenza y culpabilidad. La manera en que
me miró cuando perdí los papeles y la agredí en el proceso me perseguiría durante
toda mi vida.
Tirado en la cama, seguía pensando en ella. Sus asustados ojos verdes me
perseguían por la noche, añadiéndose a mis pesadillas existentes. La parte loca era
que, de alguna manera, soñar con ella me dolía incluso más profundo que el resto de
mis jodidos sueños.
Quería arreglarlo. Joder, necesitaba arreglarlo. Aunque ella se tomó toda la
situación con calma, en el fondo, sabía que no quería tener nada que ver conmigo.
Ni siquiera ser mi amiga.
¿Quién podía culparla?
Joder, la ataqué cinco segundos después de haberla conocido. La derribé. La
aprisioné. Dios, todavía puedo recordar su terror. Me tiene hundido. Quería verla y
hablar con ella. Quería disculparme de nuevo. Yo solo… quería ver con mis propios
ojos que ella estaba bien. Día y noche, en todo lo que pensaba era en ella.
Me estaba volviendo malditamente loco.
Cerrando muy fuerte los ojos, con la necesidad de pensar en algo más aparte de
esa belleza de ojos verdes, recordé los últimos días. Solo me movía por inercia, ciego
a lo que me rodeaba.
Mi madre, Maggie Black, era la mujer más fuerte que yo conocía. Pero la vida
no había sido amable con ella. Perdió a su marido, mientras a la vez su hijo era
capturado por el enemigo. Cayó en una desesperación de la que era casi imposible
salir. Pasaba con regularidad a ver cómo estaban ella y mi hermana pequeña Lizzie,
asegurándome de que llevaban bien las cosas sin mi constante presencia.
La única razón para que yo no regresara a vivir con ellas era Paul. Después de
que mi padre muriera hace unos cuantos años, mi madre estaba hundida. Se hundió
en su pena y sufrió una depresión. Por suerte para ella (y para nosotros), tuvo a Paul
a su lado. Él era su amigo de infancia. Su esposa había fallecido hacía siete años en
un accidente de auto, y durante su duelo, mis padres lo ayudaron a superar sus días
oscuros. Mi padre lo apreciaba y no tengo ninguna duda de que antes de él morir, le
pidió a Paul que cuidara de nosotros. Él siempre estaba en nuestra casa, cuidando de
todo y a cada uno. Adoraba a Lizzie y la trataba como si fuera su propia hija. A mí me
consolaba que ella tuviera otra figura paterna en su vida. La muerte de mi padre le
afectó profundamente. Ella todavía era muy joven y el impacto fue severo.
Aunque mudarme fue la decisión más difícil que he tenido que tomar, fue la
decisión correcta. Se había vuelto más y más difícil controlar las pesadillas. Aunque
ellos nunca se quejaron, sabía que mi madre, Lizzie, e incluso Paul, no tenían idea
de cómo tratarme. Vivir con una persona que era perseguida por sus sueños y que se
despertaba gritando cada noche no podía ser fácil. La parte triste era que ellos ni
siquiera podían consolarme. Su toque me quemaba y hacía que mi piel se retrajera.
En cuanto se acercaban demasiado, yo me estremecía. Hacía que mi madre llorara y
lo odiaba.
Además, más que nada, no quería exponer a Lizzie a esta parte de mí. Sabía que
era demasiado tarde para cambiar el pasado. Ya había presenciado todas las jodidas
partes que había ocultas en mí… pero por alguna razón, quería hacer todo lo posible
para mantenerla alejada de ello. Tenía solo nueve años por el amor de Dios, y ya
había pasado por suficiente. Ver a su hermano romperse en pedazos no era una
imagen que yo quería que viera.
Aparte de mi familia, yo también trabajaba en el bar Toby como gorila casi cada
noche. El trabajo era una bendición. Me sentaba como un guante. Un trabajo que
podía hacer en silencio, sin tener que mantener conversaciones sin sentido en las
que no quería incluirme. Los jodidos rumores y mis cicatrices mantenían a la
mayoría de la gente alejados.
Mi trabajo era mantener el lugar tranquilo. Cuando la mayor parte de la
clientela había llegado y todo se tranquilizaba, entraba en el bar y me sentaba en una
esquina, observando y asegurándome que el lugar estuviera tranquilo y sin
incidentes. Era raro, pero cuando empezaba una pelea, yo tenía que controlar la
situación, separarlos y echar a la calle a los que estuvieran involucrados. Eso me
llevaba a la parte mala del trabajo. El hecho de tener que tocar era un
desencadenante para mí… Tuve unos cuantos problemas al principio. Por suerte,
aprendí a controlarlo. La adrenalina de la pelea normalmente se apoderaba de mi
cuerpo y mi mente, y me daba la distracción que necesitaba para hacerlo con
tranquilidad. Después, cuando sacaba a esos cabrones, salía para calmarme yo.
Necesitaba unos minutos para poder controlarme.
Pero en general me sentía cómodo aquí. No era un trabajo social y podía estar
solo la mayor parte de la tarde, sin interactuar con nadie. La mayoría de los
trabajadores me conocían, pero no se atrevían a acercarse.
Tuve suerte de conseguir este trabajo. No solo estaba cerca de donde vivía y
pagaba las facturas, también le tenía todo el respeto a Toby, el dueño. Él era uno de
los tipos buenos, y como Bennie, él había salvado mi culo más veces de las que podía
recordar. Me conocía desde que era un niño y no se lo pensó ni un minuto al darme
este trabajo. No le importaron los rumores, las cicatrices o mi cabeza jodida. Él me
trataba como a una persona, algo que no había sentido en mucho tiempo.
No hasta que un pequeño ángel llegó a mi vida y me miró como si yo le
importara.
Y luego tú lo jodiste todo saltando sobre ella.
Cambiando de postura y poniéndome de lado, no podía dormir recordando las
últimas palabras que me dijo. Decir que estaba alucinado sería la mentira del siglo.
Sabía que ella pensaba que debía de ver a alguien. Profesionalmente.
Yo también sabía que tenía que hacerlo. Y lo había aceptado.
Trastorno de estrés postraumático.
Una vez estuve con un psiquiatra. Fue la primera y última vez. No fue bien. El
único lugar en el que podía soportar ese tipo de ayuda era en el grupo de apoyo de
Bennie. Pero no era suficiente. Él lo sabía. Yo lo sabía. Joder, todo el mundo lo sabía.
¿Ayudarme a lidiar con la muerte de mi padre de cáncer? Quizás.
¿Ayudarme con mi TEP? Joder, no.
Cerrando los ojos, deseando poder dormirme, recuperé mis recuerdos del bello
rostro de Pequeña, deseando poder volver a verla una vez más.
Ella fue la última cosa en mi mente antes de que el sueño me arrastrara.

Apagando el motor del auto, apoyé la cabeza sobre el volante y cerré los ojos.
Seguía sin poder creer que había dejado mi empleo. Se había vuelto tan duro trabajar
en la tienda de ropa. Dejar a mi padre solo en casa durante el día me estaba afectando
la cabeza. Estaba segura de que todo el mundo vio venir la renuncia mucho antes de
que lo hiciera. Todo el mundo menos yo. Ahora necesitaba encontrar un nuevo
trabajo, uno en el que pudiera estar en casa durante el día para estar con mi padre y
trabajar por las noches. Los últimos días habían sido duros con mis padres peleando
constantemente y el creciente odio de mi padre.
Su último berrinche seguía en mi cabeza.
Era la primera vez en mi vida que mi padre me asustó.

Estaba acostada en la cama, escuchando unas cuantas canciones en mi


iPhone cuando oí ruidos de cristales rompiéndose mezclados con gritos de mis
padres. Respiré profundo mientras los peores presentimientos cruzaban mi mente.
Mi cuerpo empezó a tensarse mientras apretaba mi teléfono como el abrazo de la
muerte. Necesitaba ir y parar lo que fuera que estaba pasando, pero me había
quedado paralizada, asustada por lo que podría encontrar si bajaba.
Justo cuando estaba a punto de tomar una decisión, oí un suave toque en la
puerta de mi habitación. La puerta se abrió y Adam, mi hermano, entró. Su rostro
aniñado se veía alarmado mientras se dirigía hacia mí para sentarse a mi lado.
—¿Qué está pasando con papá? ¿Por qué está tan enfadado últimamente? —
Su voz se rompió mientras agachaba la cabeza, escondiendo la lágrima que caía
por su mejilla. No fue lo suficientemente rápido. La vi. Sentí el bulto que se formaba
en mi garganta.
¿Cómo podía seguir mintiéndole sobre la enfermedad de papá?
―Él y mamá se pelean todo el rato. Tengo miedo, ¡y ahora él está rompiendo
cosas! ¿Deberíamos quedarnos aquí? ¿Deberíamos bajar? Yo…
Lo interrumpí acercándolo contra mi pecho y abrazándolo mientras
acariciaba su espalda con mi mano lentamente. Dios. Este niño. No tenía idea de
que él estaba tan al tanto de lo que pasaba en casa.
Necesitaba mantenerlo en la ignorancia un poco más de tiempo.
Echándolo hacia atrás, lo agarré por los hombros y miré a sus ojos llorosos.
—Todo saldrá bien. Créeme. Dejarán de pelear y con el tiempo todo se
calmará. No deberías tenerle miedo a papá. Él nunca te haría daño. Además, yo
soy tu hermana mayor malvada —le dije, guiñándole—. Estás seguro aquí
conmigo.
Besándole la coronilla, lo volví a apretar con otro abrazo, acunándolo hasta
que se calmó. Alcanzando con mi mano derecha mi iPhone que estaba tirado en la
cama a nuestro lado, lo acerqué. Puse un audífono en su oído izquierdo y luego el
otro en el mío derecho. Buscando entre la lista de canciones, escogí una que estaba
buscando y apreté el botón de reproducir.
Notas de Home de Phillip Philips resonaron a través de nuestros audífonos
compartidos y llenaron nuestros oídos con esa melodía alegre mientras seguíamos
oyendo tenues gritos a lo lejos. Le tapé la oreja derecha a Adam con mi mano.
Luego, cerré los ojos y me perdí con mi hermanito en el mundo que había creado
para nosotros dos.

Alzando mi cabeza del volante, dejé escapar un profundo suspiro. Necesitaba


estar centrada en el presente. Los recuerdos tristes solo me hundirían.
Me dije eso a mí misma, aunque claro, también había un pensamiento que no
me dejaba tranquila. Un cierto hombre de ojos azules. No quería pensar en él. Me
daba miedo, y una de las razones por las que había decidido estar apartada del centro
para grupos de apoyo era él. Lettie no estaba contenta. Esperaba que yo me quedara
una temporada, pero sin importar cuánto lo intentó, no me pudo convencer a volver.
Sabía que, si lo volvía a ver de nuevo, todo lo que querría hacer sería ayudarlo. Y por
muy loco que pueda sonar, abrazarlo. Pensaba que realmente le vendría muy bien.
Se le veía tan dañado.
De todas maneras, no podía ayudarlo. Esa fue la principal razón por la que me
alejé. Casi no podía ni ayudar a mi propia familia. Además, estaba bastante segura
de que eran alucinaciones mías y él realmente no necesitaba mi ayuda. No sabía
mucho sobre él, y no tenía idea de por qué decían todos esos oscuros rumores, pero
estaba segura de que tenía gente a su lado que le ayudaba a superar sus problemas.
¿Y por la apariencia que tenía? Suficientes féminas para mantenerlo caliente día y
noche.
Un ramalazo de enfado me atravesó, tomándome desprevenida.
¿Qué mierda? ¿Por qué me importaba?
Este tipo era un caso de locura. No tenía que preocuparme. No iba a
preocuparme.
Suspirando, agarré mi bolso, salí del auto y cerré la puerta. Después de cerrarlo,
me dirigí a la casa. El temor me inundó. Los últimos días no habían sido fáciles. Me
sentía sofocada en mi propia casa. Viéndolos pelearse, viendo a mi padre sufrir. Todo
esto había empezado a pasarme factura.
Abriendo la puerta en silencio, entré en casa, puse mi bolso en la mesa de la
cocina y caminé hacia el salón, donde oí los sonidos sordos de una discusión.
Por el amor de… no otra vez.
Girando en la esquina, me quedé parada en el sitio. Mi hermanito estaba
escondido tras la pared que había frente al salón. Estaba escuchando sin moverse la
pelea de mis padres. Caminé despacio y me quedé parada detrás de él dándole un
golpecito en el hombro. Dio un salto y se giró. Como no quería que mis padres oyeran
nuestra pequeña conversación, lo tomé de la oreja y empecé a subir las escaleras.
Por suerte para él, mantuvo la boca cerrada.
Después de que entráramos en mi dormitorio, le di un pequeño empujón contra
mi cama mientras cerraba la puerta detrás de nosotros. Encarándolo, me crucé de
brazos y alcé la ceja. Agachó la mirada, hacia el suelo. Algo en él se sentía… apagado.
Mal. Se sentó en el borde de mi cama y yo me senté a su lado. Tomé su mano y lo
miré.
—¿Qué te pasa? ¿Por qué estabas espiando a mamá y papá?
Con la cabeza todavía gacha, noté una lágrima rodando por su mejilla.
—¿Cuánto tiempo?
Insegura de cómo reaccionar, intenté abrazarlo, pero no lo permitió.
Empujándome, se puso de pie y empezó a caminar por la habitación.
Me quedé sentada quieta, sin decir ni una palabra. Debí decírselo.
Viéndolo a un paso de romperse, lágrimas llenaron mis ojos. No les dejes caer.
Debes mantenerte fuerte. No les dejes caer. Él te necesita. No les dejes caer.
Cuando lo miré caminar por la habitación como un animal enjaulado, con las
lágrimas cayendo libremente, no pude pensar más. Caminé directa hacia él. Parando
sus movimientos con mi mano en su brazo, le di la vuelta hasta que estuvo cara a mí.
Cuando sus ojos encontraron los míos, rodeé su cintura con mis brazos y lo abracé
fuertemente. Él intentó pelear, el mierdecilla, pero no lo solté. Lo abracé incluso más
fuerte. Él era más alto que yo… mi cabeza casi no rozaba su barbilla. Él era más fuerte
también. Si de verdad quisiera soltarse, no habría nada que yo pudiera hacer para
evitarlo.
—¡Deja de pelear contra mí! —grité contra su pecho—. Está bien. ¡Todo va a
salir bien! Te lo prometo.
Sus brazos me rodearon y enterró su cabeza en el hueco de mi cuello.
—¿Cómo puedes decir eso? —Su amortiguada voz fue tragada por un doloroso
grito—. ¿Cómo puedes prometer eso? Él tiene cáncer, Aria. ¡Cáncer! No va a
conseguirlo. —Sollozó—. Sé que no lo hará.
Separándome y dando un paso atrás, lo tomé por los hombros y le di una
pequeña sacudida.
—Mírame.
Nada.
Sacudiéndolo otra vez, alcé mi voz.
—¡He dicho que me mires ahora mismo!
Él alzó la cabeza. Había tanto dolor en sus ojos acuosos que partió mi corazón
por la mitad.
—Él lo conseguirá —juré—. Necesitamos hacer que se sienta optimista.
Alegrarlo. Creer en él. —Acercándolo de nuevo a mí, lo abracé otra vez. Esta vez, él
no se revolvió. Se apretó tan fuerte que casi no podía respirar.
—Tengo miedo. —Su voz era temblorosa—. No quiero que muera.
Le besé suavemente el hombro mientras acariciaba su espalda con mucho
cariño.
—Él no morirá. No te preocupes por nada, ¿está bien? Ahora mismo le están
haciendo su tratamiento, y de momento, las señales son buenas. Así que tranquilo…
—murmuré en su oído—. No tengas miedo. Nuestro padre es fuerte como el acero.
Va a patear al cáncer en los huevos y salir vencedor. Ya lo verás.
Riendo ligeramente, siguió abrazándome un rato más y luego dijo:
—Gracias.
—De nada —dije con una sonrisa, satisfecha de ver que se había tranquilizado
y se sentía menos asustado—. Lo que sea que necesites, no importa si son preguntas
o solo hablar, sabes que siempre puedes venir a mí. ¿Lo entiendes?
—Sí… lo entiendo.
Dándome un último apretón, soltó mi cuerpo de su abrazo de la muerte, se dio
la vuelta y salió de la habitación sin decir ni una palabra más.
Suspirando, me dejé caer sobre la cama, saqué mi iPhone del bolsillo y marqué
el número de Ella.
—Zorra —dijo la voz de Ella a través del teléfono.
—Oye —murmuré con una pequeña sonrisa—. ¿Qué pasa?
—No mucho… Estoy en casa, descansando un rato. Te juro que esos malditos
exámenes van a acabar conmigo.
Riéndome, le pregunté:
—¿Cómo te están saliendo los exámenes? Últimamente casi no te he visto.
—Me están saliendo súper bien —dijo—. Por supuesto que los estoy bordando.
Ya me conoces… guapa y lista, tengo el pack completo.
Rompí a reír mientras ponía los ojos en blanco.
—Podrías intentar sonar un poco más modesta, ¿sabes?
—Sí, y tú sabes dónde te puedes meter esa mierda de la modestia. Soy buena y
lo sé.
La cara me empezó a doler de tanto reír en tan poco tiempo. Los músculos
alrededor de mi boca no habían trabajado durante mucho tiempo, y se sentía extraño
reír.
Siempre nos insultábamos una a la otra. Era la única persona con quien me
sentía cómoda haciéndolo.
Riéndose desde el otro lado del teléfono, aclaró su garganta y dijo:
—De acuerdo, ya basta de hablar de mí. ¿Cómo estás tú? —Su voz se había
suavizado—. ¿Cómo está tu padre? No te creas que no he notado la ligera tristeza en
tu tono de voz.
Mi sonrisa se evaporó. Cerré los ojos y suspiré. Ella no sabía nada de lo que
estaba pasando en mi casa, pero sí quería contarle todo sobre Adam.
—Él está bien, ya sabes… lo normal. Pero hoy pasó algo.
—¿Qué?
—Cuando llegué a casa esta tarde, encontré a Adam espiando la conversación
de mis padres. —Me tragué un suspiro—. Él lo sabe ahora.
—¡Joder, qué mierda!
—Ya te digo. Pero hemos hablado —le dije con un tono más positivo—. Parecía
más calmado.
—Joder, amiga. Odio que tengas que ocuparte sola de todo.
—Oye, no estoy sola —protesté.
—Sí, lo estás. En tu mente, estás sola. Cuando te guardas todo dentro de ti, estás
sola. Lo odio. Ojalá pudiera hacer algo por ti. Estos estúpidos exámenes están
acaparando todo mi tiempo —gruñó—. Solo quiero estar ahí contigo.
—Pero lo estás —susurré—. Estás aquí cuando te necesito. Pero por ahora,
¡mantén la cabeza centrada en el juego y saca sobresaliente en esos exámenes! Ya
sabes que te necesitaré en un futuro cercano como mi psiquiatra.
—Ja-ja-ja… como si fueras a contarme cualquier cosa. Sería más fácil robarle
un trozo de carne a un tiburón.
—Muy graciosa.
—Oye, ¿sabes en qué he estado pensando?
—¿Qué?
—Salgamos de fiesta. Has tenido un día de mierda. Yo estoy tomándome un
respiro. Salgamos y despejémonos un poco. ¿Te apuntas?
Me lo pensé durante dos segundos completos, y luego dije:
—¡Demonios, sí!
—¡Hurra! Te recojo en una hora. Ponte guapa. ¡Vamos a revolucionar la ciudad!
Tenía que encontrar el conjunto perfecto. No se podía imaginar cuánto
necesitaba esto ahora mismo. Hacía muchísimo tiempo que no salía y dejaba que mi
cabeza se liberara.
¡Ciudad, aquí vamos!

Decidimos ir a un bar muy conocido en la ciudad. Tenía una gran pista de baile
y un escenario en el que podías subir y cantar lo que quisieras. Tenía el
presentimiento de que Ella había planeado que yo cantara esta noche, pero ni por
todos los infiernos iba a hacerlo. Con carnets de identidad falsos, esperamos nuestro
turno en la cola. El aire era frio y quemaba mi piel. Apreté el agarre, cerrando mi
chaqueta de piel y empecé a dar saltitos donde estaba para mantenerme caliente.
La cola se movía rápido y sin esperar demasiado, le enseñamos nuestros carnets
al tipo de la entrada. Nos dejó pasar sin pestañear. Estaba sorprendida. Quizás fue
por el frio, o quizás fueron las ropas y el maquillaje, o quizás a él le daba igual.
Sintiéndonos vertiginosas, nos miramos una a la otra y nos dirigimos a la barra del
bar, con grandes sonrisas en nuestros rostros.
El local estaba a tope. Había una enorme pista de baile en el centro, una larga
barra a la derecha y mesas desperdigadas alrededor. Los techos eran altos y daban
sensación de amplitud. Las luces eran bajas y un montón de multicolores salían de
la cabina del DJ, envolviendo el local con su brillo.
Fuimos directas a la barra y pedimos unos chupitos de tequila para ponernos a
tono. Nos los bebimos de un trago y entonces Ella pidió un Martini de manzana para
ella mientras yo me pedí un mojito. Brindamos con nuestras copas, y di un trago
largo, saboreando el dulce sabor de la lima y la menta.
Nos quedamos en la barra un rato, tomando nuestras bebidas y hablando de
todo y de nada. Luego cuando pedimos la segunda copa, fuimos a buscar dónde
sentarnos.
Me sentía bien. Hacía tanto tiempo que no salía a divertirme que me sentía
extraña. Estábamos guapas. Ella llevaba un mini-vestido negro que remarcaba cada
curva de su estilizada figura. Su cabello rizado y pelirrojo, flotaba por su espalda. Su
cara brillaba con un bronceado natural, y sus grandes ojos azules estaban ahumados
con delineador. Sus labios gruesos estaban pintados de rojo sangre. Era atrevida y
hermosa. Llevaba una chaqueta de cuero blanco, a juego con unos tacones de piel
negra abrochados a su tobillo.
Mi vestido blanco era de delicado encaje y transparentaba alrededor del cuello.
Tenía una caída que decrecía al bajar, acentuando mi delgada cintura y remarcaba
las caderas llegando justo sobre las rodillas, creando esa perfecta figura de reloj de
arena. Lo conjunté con una chaqueta de cuero roja y tacones rojos.
Encontramos un lugar donde sentarnos en la esquina. Bebimos y nos pusimos
al día de nuestras vidas, riéndonos y disfrutando la compañía de la otra. Pronto,
nuestras bebidas se habían acabado y Ella no perdió el tiempo. Me tomó de la mano
y me llevó hacia la pista de baile. If I lose myself de One Republic sonaba súper alto
mientras nos dirigíamos al centro de la pista de baile. Empezamos a bailar, saltando,
sintiéndonos que nos volvíamos locas con los demás. Ella se giró hacia mí y me tomó
entre sus brazos, abrazándome fuertemente mientras saltábamos, haciéndome saltar
con ella.
—¡Te he echado tanto de menos! —gritó en mi oído. Yo también la había echado
de menos.
Continuamos bailando mientras nos gritábamos las cosas. Cerré mis ojos y me
perdí con la música, escapando y olvidándome dónde estaba, de dónde venía.
Hey Brother de Avicii’s empezó a sonar por los altavoces, rompiendo mi
burbuja en un millón de pedazos. La melodía llenó el local con su inquietante letra.
Una aguda punzada de dolor atravesó mis oídos mientras pensamientos sobre Adam
venían a mi cabeza. No pude evitar ver la forma en que sus ojos me miraron, con
tanto miedo. Me hizo querer llorar por toda la injusticia que había en ello. Su
reacción de hoy, la impotencia que vi haciéndolo ver mayor para su edad.
Dejé de bailar y en vez de olvidar, todo lo que pude hacer fue recordar.
¿Terminaría alguna vez este ciclo? ¿Por qué no podía ser una chica normal? Todo lo
que quería era salir y divertirme. ¿Por qué los recuerdos no me dejaban tranquila?
¿Por qué?
Notando un golpecito en mi brazo, alcé la vista. Ella me estaba mirando con
ojos tristes, sabedores. Entrelazando nuestros brazos, nos guio de vuelta a nuestra
mesa y se sentó a mi lado.
—¿Te encuentras bien? —Sus ojos se veían preocupados mirando a los míos.
Me estaba inspeccionando. Estudiándome—. Te has perdido ahí por un rato.
—Sí, estoy bien… es solo que… la canción… —Me tragué un sollozo—. Me ha
recordado a Adam.
Asintiendo con comprensión, me dio un fuerte abrazo. Luego, se echó hacia
atrás, me agarró por los hombros y sonrió.
—Ustedes los músicos son tan flojos.
Sonriendo a través de mis ojos llorosos, asentí.
—Cállate.
Le hizo una señal a la camarera para que se acercara a nuestra mesa y dijo:
—Tengo la terapia perfecta para ti. —Luego señaló al escenario.
—¡Demonios, no!
—¿Por qué no? Has tenido un mal día. La única forma en que realmente te dejas
ir es con la música. ¿Cuánto hace que no has cantado? ¿O escrito algo? Es la perfecta
vía de escape. Deberías de escucharme, yo lo sé todo.
—¿Por qué? ¿Porque tú lo has estudiado teóricamente? —gruñí.
—No… porque te conozco.
Ante eso no tuve nada que decir. Tenía razón sobre cuando yo componía. Hacía
demasiado tiempo desde que me había sentado y, de hecho, componer algo. Con todo
lo que estaba pasando, no me apetecía agarrar un lápiz. No estaba inspirada.
Pero había cantado. Había cantado para mi padre y para mí. Cuando cantaba,
estaba en armonía con mi cuerpo. Sentía todo lo que me rodeaba. Lo bueno y lo malo.
Algunas sensaciones me superaban, pero aun así ese era mi remedio. Me curaba.
Sin embargo, estaba asustada, y como la cobarde que era cuando me tocaba
cantar, me resistí.
—Sabes que no me gusta cantar delante de gente. Me pone nerviosa. Odio
cuando la gente me mira.
—Querida, eres guapa, así que te miran de todas formas. —Dándole un
empujoncito, le di un trago largo a mi mojito—. Lo necesitas, Aria. Todavía te queda
mucho hasta que esto acabe. Lo que pasó hoy con Adam no fue lo primero ni será el
último. Necesitas que tu cabeza esté sana, y te conozco. Tu música es lo único que
hace que tu cabeza se quede sobre el agua. Así que, ¿por favor? ¿Por mí? —Entrelazó
sus manos como si estuviera rezando y batió las pestañas—. El escenario te está
llamando.
Cerrando los ojos, la oí coreando mi nombre…
—Aria, Aria, Aria…
Intenté ignorarla, sin conseguirlo. Luego, traté de vaciar mi mente de cada
pensamiento que seguía rondándome. Cada miedo y cada excusa que me venía a la
cabeza para mantenerme apartada del escenario. No había nada. Mi mente, junto
con esa pequeña diabla frente a mí, me querían en el escenario.
Con un hondo suspiro, asentí aceptándolo.
“No quiero aprendizaje o dignidad u honor. Quiero música y este amanecer y el
calor de tu mejilla contra la mía”.
—Rumi

e senté en mi lugar habitual en la barra, en la esquina lejana, escaneando


el lugar con ojos atentos. Hasta ahorita, todo transcurría tranquilamente
y sin algún incidente. Justo de la manera en que me gustaba. Se sentía
irreal sentarse aquí, deseando que ninguna pelea se llevara a cabo. Aun cuando lo
tenía bajo control, me sentía inquieto cada maldita vez que tenía que colocarme entre
idiotas ebrios.
Había llegado al bar hacía solo media hora, una hora tarde.
Inclinándome sobre la barra, crucé mis brazos contra mi pecho y suspiré.
Tuve una noche de mierda, y un día aún peor. Había decidido darle a la terapia
otra oportunidad. Así que me senté en el sofá del doctor Kevin Anderson,
sintiéndome nervioso como el demonio y queriendo huir a cada vuelta. Hice lo
contrario a eso. Mantuve mi trasero en su lugar mientras lo escuchaba. Sentí como
si la reunión hubiera durado una eternidad y cuando finalmente se terminó, no pude
salir de ahí lo suficientemente rápido. Sabía que tenía un largo camino por recorrer,
así que intenté permanecer positivo, aun cuando cada pensamiento en mi mente me
gritaba que no tenía sentido.
Que era demasiado tarde.
Era una locura, pero las palabras de Pequeña me perseguían y no me dejaban
descansar. Me seguían cada día y cada hora. Esta chica significaba algo para mí, aun
cuando todavía no sabía exactamente qué. Su opinión me importaba. Y tenía razón.
Había estado huyendo de los horrores de mi pasado. No tenía ni una maldita idea de
si la volvería a ver alguna vez, pero en el tiempo de la corta reunión que tuvimos,
abrió mis ojos hacia la posibilidad de más. ¿Tal vez era la consecuencia de atacarla?
¿O tal vez, muy en el fondo, deseaba que, si nos encontrábamos alguna vez
nuevamente, viera que lo estaba intentado?
Golpeteé mis dedos sobre la mesa en un lento y constante ritmo, perdido en mi
propia burbuja privada hasta que una conmoción que sucedió junto al escenario
perturbó mi serenidad. Levanté mi cabeza y comencé a pararme, pero algo captó mi
atención, previniendo que me moviera hacia adelante. Todo lo que vi fue su espalda.
Su cabello castaño claro cayendo en largas y sueltas ondas. Subió los escalones hacia
el escenario, sosteniendo una guitarra en su mano derecha.
Hijo de puta.
Solo podía ver su espalda y aun así mi corazón latía salvamente. La reconocería
en cualquier lugar, a la mujer que ocupó mis pensamientos durante las últimas tres
semanas. ¿Qué estaba haciendo aquí? Cada jodido ojo en este lugar estaba fijo en
ella. Malditos. La ira me recorrió, haciéndome aferrar fuertemente al borde de la
mesa. Tranquilízate, maldita sea. Mientras intentaba controlar mi agitada
respiración, mis ojos permanecieron en ella. Se paró en mitad del escenario, la correa
de la guitarra ahora fijada sobre su pequeño cuerpo. Parecía nerviosa mientras
jugueteaba con el borde de su vestido. Miré embobado, mis ojos muy abiertos. Lucía
encantadora. No podía apartar la mirada.
Se enderezó y luego frunció el ceño hacia alguien en la multitud. Siguiendo su
mirada, noté a una alta chica pelirroja, parada cerca del escenario. Le mostró sus
pulgares arriba mientras brincaba de arriba abajo con emoción. Por lo que parecía,
probablemente era su amiga. Cuando regresé mis ojos hacia el objeto de mi devoción,
no pude evitar sonreír. Lucía exactamente como lo había hecho cuando entró a la
reunión grupal, como si fuera el último lugar donde quisiera estar. Apostaría que su
amiga tuvo algo que ver con que estuviera en el escenario.
Golpeteando el micrófono unas cuantas veces, arregló el soporte para
acomodarlo a su altura. Cuando estuvo colocado a su gusto, lo acercó a su boca.
—Hola a todos —dijo con un tímido saludo—. He elegido cantar una canción
que es muy querida en mi corazón. —Aclaró su garganta—. Hoy tuve un día de
mierda. —Frunció el ceño ante sus palabras. ¿Qué demonios le sucedió? Su rostro se
suavizó cuando miró hacia la multitud. Cada poco segundo, sus ojos buscaban a su
amiga. Sus pulgares todavía estaban hacia arriba—. Esta canción es dedicada a una
persona muy especial y aun cuando no está aquí, sabe que siempre estará seguro
cuando esté alrededor. Bueno… —Se rió—. Realmente espero que lo sepa. Voy a
recordárselo todos los días.
La anticipación comenzó a formarse mientras observaba a Pequeña acariciar
las cuerdas lentamente. Con otra mirada hacia su amiga, cerró entonces sus ojos y
comenzó a tocar. Las primeras notas de Safe And Sound de Taylor Swift y The Civil
Wars volaron a través del aire. Sus ojos cerrados mientras se perdía en la música.
Por lo que entendí de su discurso, tenía a una persona especial. ¿Podría ser su
padre? Eso tendría sentido. Pero ¿y si no lo era? ¿Qué pasaba si había alguien más
ahí, esperando que regresara a casa? Odié la idea de ella con alguien más.
Cuando suaves palabras brotaron por el micrófono y llenaron la habitación con
su reconfortante voz, cada pensamiento que tenía fue borrado instantáneamente.
Todo lo que podía ver, escuchar y sentir era a ella. Era una visión, un ser divino
siendo enviado a este mundo con el poder de sanar a cualquiera que tuviera contacto
con ella. Su conmovedora voz hizo que los vellos en mi cuerpo se crisparan. Por
primeva vez desde que regresé a casa… sentí paz. Su presencia hizo eso. Su toque
hizo eso y ahora… su voz hizo eso.
Cerré mis ojos e intenté comprender el mensaje que estaba enviando. Dijo que
estaba protegiendo a alguien. De qué, no lo sabía. Otra cosa que entendí fue la
comprobable verdad que había algún tipo de guerra desarrollándose en su vida y
todo lo que pude pensar mientras abría mis ojos, que cualquiera que fuera la guerra
en la que estaba peleando, esperaba que terminara en el lado ganador.
Y mientras estaba ahí, protegiendo a quien quiera que necesitara su protección,
deseé ser quien la protegiera a ella. Lucía tan pequeña, tan quebradiza y frágil. Pero
sabía. Sabía que solo era una fachada. Que había un fuego ardiendo dentro de ella, y
bajo el disfraz de delicados rasgos, había una peleadora.
Y todo lo que quería ser era su protector.

Silencio.
Todo lo que podía escuchar a mi alrededor era completo y absoluto silencio.
Oh Dios, sabía que había sido una mala idea.
Cuando le di a Ella el consentimiento, no perdió tiempo en arrastrarme hacia
la persona a cargo de registrar a los cantantes. No tenía idea de cómo supo a donde
ir, pero nos registramos y ese fue el comienzo de mi ruina. No estaba preparada para
cantar aquí esta noche así que le pregunté al tipo detrás del escritorio dónde podía
conseguir una guitarra y una cejilla para la misma.
—El único que puede ayudarte es Toby —estableció despectivamente.
Lo miré con una expresión en blanco.
—El dueño del bar —dijo lentamente, como si estuviera hablando con un niño—
. Después de todo estás en Toby.
Este idiota se estaba divirtiendo conmigo.
Ella dio un paso hacia adelante, preparándose para… no estaba segura para
qué. Sin tomar ningún riesgo, detuve su movimiento con una mano alrededor de su
antebrazo. Se giró y me miró. Negué. No vale la pena.
Después de unos cuantos segundos, Ella preguntó con frialdad:
—¿Dónde podemos encontrar a Toby?
—En su oficina —dijo sin mirarnos, ocupado haciéndose el tonto con su
teléfono—. Sigan derecho, luego giren a la derecha en la primera esquina y es la
primera puerta a la izquierda.
Ella tomó mi mano y nos movimos hacia su oficina. Cuando llegamos ahí, la
puerta de su oficina estaba cerrada. Toqué tres veces.
—¡Adelante!
Lentamente, abrí la puerta y ambas entramos en la pequeña habitación. Toby,
asumí, estaba sentado sobre un sofá de piel negra, sus piernas descansado sobre la
mesa frente a él. Había un gran librero detrás, con toneladas de descuidados libros,
papeleo y carpetas. Las paredes estaban pintadas color crema y la habitación tenía
una calidad y acogedora sensación.
—Bueno, hola ahí —dijo el hombre con una sonrisa.
—¿Eres Toby? —pregunté tímidamente.
—En vivo y a todo color. ¿Qué puedo hacer por ustedes, damas?
—Soy Aria y ella es Ella —dije, apuntando en su dirección—. Quería preguntar
si tal vez ¿tendrías una guitarra que pueda tomar prestada? Solo por unos minutos.
—¿Una guitarra?
—Sí, una guitarra.
Estudiándome por un minuto, finalmente asintió.
—Está bien. Sí, seguro, tengo una guitarra.
Y así fue cómo me encontré sobre el escenario, sola y nerviosa como el infierno.
Cuando terminé la canción, me encontré con silencio.
¿La odiaron? ¿Fui demasiado?
Suspirando, dirigí mis ojos hacia Ella y la encontré mirándome con un rastro
de lágrimas bajando por su rostro. En medio de su llanto, parpadeó y luego el silencio
fue remplazado por aplausos.
Sintiéndome aliviada, me incliné y me apresuré a salir del escenario. Ella me
felicitó con un abrazo.
—Lo hiciste bien —susurró en mi oído.
La abracé y susurré en respuesta:
—Gracias.
—¿Estás lista para la fiesta?
—¡Como siempre lo estaré!
Nos llevó de vuelta a la pista de baile y Love Me Again de John Newman
comenzó a sonar. La gente me felicitó y dio palmaditas en mi hombro. Cuando
llegamos a nuestro lugar anterior en la mitad de la pista de baile, nos perdimos en la
música de nuevo. Bailamos, brincamos, nos reímos e hicimos tontos movimientos de
baile que nos consiguieron expresiones divertidas de la gente a nuestro alrededor.
Todo lo malo en mi vida fue metido en una caja dentro de mi cabeza.
En algún punto, Ella desapareció después de decir que iba a conseguirnos una
bebida. Bailé sola con mis ojos cerrados, concentrándome solo en la música y sin
prestar atención a mis alrededores. Eso fue hasta que sentí un par de manos
serpenteando desde atrás y envolviéndose alrededor de mi estómago. Mi cuerpo se
puso rígido cuando fui jalada hacia atrás y presionada contra un duro pecho.
Giré mi cabeza y me encontré con un par de ojos negros brillando con deseo.
Un alto cuerpo cernido por encima de mí. El hombre era atractivo, pero no estaba
interesada. Cuando intenté liberarme de su agarre, me apretó y me jaló con más
fuerza hacia él. Jadeé mientras el miedo echaba raíz en mi cuerpo. Estaba intentando
desesperadamente de encontrar a Ella entre la multitud, pero no pude encontrarla.
¿Quién demonios pensaba que era?
Pude oler el alcohol en él cuando respiró en mi oído. Sus manos comenzaron a
moverse por mi cuerpo y mientras estaba contemplando la mejor manera de patearlo
en las pelotas, su agarre se aflojó y desde ese momento todo sucedió en un borrón.
Un minuto estaba libre, al siguiente fui empujada hacia adelante y a punto de caer
sobre mi cara. Jadeé, a punto de golpear el suelo, cuando fuertes brazos me
sostuvieron y previnieron mi caída.
Con vacilación, levanté mi cabeza y me encontré con un rostro familiar,
mirando con ojos asesinos hacia el tipo que me había maltratado. Dorian pareció
sentir que lo estaba observando porque bajó su cabeza y cuando sus ojos encontraron
los míos la intensidad de su enojo se suavizó.
Me llevó hacia atrás para pararme detrás de él, protegiéndome. Entonces, dio
unos cuantos pasos hacia adelante y agarró la camiseta del tipo. Con un fuerte tirón,
lo trajo más cerca hacia su rostro. Dorian, con su alto y construido cuerpo se cernió
sobre el otro hombre. En una tranquila y mortal voz que hizo que los vellos de mi
nuca se levantaran, dijo:
—Si la tocas de nuevo, terminaré contigo.
El tipo parecía que iba a cagarse en sus pantalones. Dorian agarró la camisa del
chico aún más fuerte.
—Dorian —dije suavemente. No quería que se metiera en problemas por mi
culpa.
Volteó su cabeza mientras aún mantenía su agarre intacto.
—Está bien. Estoy bien... déjalo ir... por favor. —Una vez más, hablé
suavemente. Esta vez, agregué una sonrisa por si acaso.
Ella había regresado y apretó mi mano.
Él asintió con fuerza y luego se volvió hacia el tipo. Con una voz helada y fría,
dijo:
—Lárgate de aquí. —Lo liberó con un empujón, haciendo que el tipo perdiera el
equilibrio y cayera al suelo. Sin perder tiempo, se levantó y corrió hacia la salida.
Dorian apretó los puños a los costados. Tenía la cabeza inclinada hacia abajo a
medida que los temblores pasaban por su cuerpo. Sabía que era una mala idea y que
debía mantenerme alejada, pero por una vez, no iba a escuchar los susurros en mi
cabeza. Iba a ir con mi corazón. Di un paso adelante, mis intenciones claras, pero me
detuve de avanzar más. La mano de Ella, que todavía estaba unida a la mía, me
sostuvo en el lugar. Traté de liberarme, pero después de un par de intentos fallidos,
me di cuenta de que era una causa perdida. Me estaba mirando como si estuviera
loca. Tenía razón sobre eso.
—No vayas allí —suplicó—. Él me asusta.
—Ella, está bien. Lo conozco. Confía en mí.
Parecía poco convencida, pero de todas formas liberó mi mano y luego asintió
una vez. Le sonreí con gratitud y me volví. Mis ojos lo buscaban, este enigma de un
hombre que, sin importar cuánto pensaba que estaba mal para mí, no podía alejarme
de él. Él estaba parado en el mismo lugar. No había movido ni un músculo. Me
acerqué, me detuve a un centímetro de su cuerpo e hice la cosa más loca que hecho
en mi vida.
Lo abracé.
En un instante, estaba en movimiento, marchando directamente hacia ella. Mis
ojos estaban fijos en Pequeña sin vacilar, temeroso de que desapareciera de mi vista
si me atrevía a pestañear. Incluso desde tan lejos, pude ver que estaba angustiada y
un golpe de ira me golpeó con fuerza, haciéndome sentir como un arma cargada, lista
para explotar y matar en cualquier momento.
Este hijo de puta se metió con la persona equivocada.
Empujé el mar de cuerpos, sin importar con quién me topé en mi búsqueda
para llegar a ella. Todo lo que podía ver era a ella, y solo tenía un objetivo en mente:
protegerla.
En poco tiempo, estaba detrás de él, agarrando su camisa y empujándolo muy
lejos de ella. No me di cuenta de que quitarle a la fuerza su agarre la haría perder el
equilibrio.
No pensé
Solo reaccioné
Dejé que mis instintos tomaran acción e impedí que cayera al sostener sus
antebrazos. Soltó un grito y se aferró a mí con más fuerza. Acerqué su cuerpo contra
el mío sin dejar de mirar al huevón.
No había terminado con él todavía.
Maldición. Necesitaba jodidamente calmarme. Sintiendo su mirada, mis ojos
la buscaron en un instante. El verde vibrante en sus ojos me mantuvo cautivo. Podría
perderme en ellos por una eternidad. Y justo así mi ira comenzó a desvanecerse. Esta
chica... tenía un poder sobre mí y no estaba seguro de cómo me sentía al respecto.
Nuestros ojos probaron, buscaron y se escudriñaron el uno al otro. Quería levantarla
en mis brazos y llevármela de aquí, a un lugar donde pudiéramos estar solos y
pudiera seguir mirando sus grandes ojos jade. Era la cosa más hermosa que había
visto en mi vida.
Quería mantenerla.
Pero primero, necesitaba deshacerme de la fuente de mi ira.
La metí detrás de mí, protegiéndola de él. Miré a los ojos del hijo de puta y vi
miedo. Bien. La mayoría de las personas no se acercaban lo suficiente como para
enojarme, pero este se metió con lo que era mío. Y a pesar de que no podía darle una
paliza (nunca dejaría que Pequeña me viese así) me aseguraría de que no volviera a
pisar este lugar.
Avanzando, lo jalé de la camisa y lo traje a centímetros de mi cara. Hice mi
mejor esfuerzo para no tocar su piel, aunque su cercanía física comenzó a
molestarme.
—Si la tocas otra vez, acabaré contigo.
—Dorian.
Tardé solo unos segundos antes de que su suave voz rompiera mi niebla y me
cubriera, relajando cada músculo rígido de mi cuerpo.
Ella me aseguró que estaba bien y me pidió que lo dejara ir. No quería, pero
asentí de todos modos, porque me pidió que lo hiciera. Me volví y dije:
—Lárgate de aquí.
Lo empujé y él cayó al suelo. Luego, se puso de pie y desapareció de mi vista en
un abrir y cerrar de ojos. Marica.
Bajé la cabeza e intenté equilibrar mi respiración, necesitando calmarme. No
quería que ella me viese así. Sentí las oleadas de ira envolviéndome nuevamente
mientras permanecía arraigado en su lugar. No era consciente de mi entorno y
apenas notaba los ruidos alrededor. Estaba perdido en mis oscuros pensamientos,
deseando que alguien me salvara.
Justo cuando pensaba que iba a ahogarme en la rabia, sentí unas pequeñas
manos envolverse alrededor de mi cintura desde atrás. Por una fracción de segundo,
me obsesionaron las imágenes de Afganistán, en la pequeña jaula donde me
retuvieron, torturaron y estuve a merced de los monstruos. Pero tan rápido como
llegó, el pánico se disolvió cuando sentí su suave cuerpo presionarse contra mi
espalda. El sentido del miedo fue reemplazado por paz y cerré los ojos y absorbí las
emociones que creaba su contacto.
Sin siquiera mirar, sabía que era Pequeña. Era la única que parecía desterrar la
oscuridad. Nunca reaccioné de esta manera ante el toque de nadie, y eso me
desconcertó. Sentí su cabeza descansar sobre mi espalda y quería abrazarla también.
Girando lentamente, aún dentro del círculo de sus brazos, la encaré y luego la atraje
firmemente contra mi pecho.
Esto era lo que su toque me hacía. Ella hacía todo mejor, y me di cuenta de que
esta mujer era mi claridad. Quería hablar con ella y hacerle tantas preguntas. Solo...
escuchar su voz sería suficiente para mí. Había una gran posibilidad de que cuando
se fuera de aquí esta noche no la volviera a ver. Y no podía dejar pasar la oportunidad.
Su presencia aquí era una señal. Una señal de que no debería dejarla ir. Que debería
descubrir lo que estaba sucediendo entre nosotros. Porque algo definitivamente
estaba sucediendo. Incluso si solo se trataba de amistad, tomaría lo que ella me diera.
Me aparté y le levanté la barbilla con el pulgar y el índice. Por unos momentos,
traté de decirle con mis ojos cuánto no quería dejarla ir, y ella me devolvió la mirada.
—¿Estás bien? —Exhalé y coloqué mis manos sobre sus hombros. Necesitaba
seguir tocándola—. ¿Te lastimó en alguna parte?
—No te preocupes, estoy bien.
Alivio me inundó.
—Bien.
Se mordió el labio inferior y recorrió con la mirada la habitación. La multitud
se quedó muda, mirándonos. Joder... estaba tan absorto en ella y lo que sucedió, que
ni siquiera noté que teníamos audiencia. Respiró profundamente, exhalando
lentamente, antes de que sus ojos encontraran su camino de regreso a los míos.
—Gracias, Dorian.
Me incliné y coloqué un rebelde mechón detrás de su oreja. Pareció sorprendida
por mi acción; sin embargo, no se apartó de mi toque como esperaba que hiciera.
Incliné la cabeza y le susurré al oído:
—¿Vendrías conmigo afuera? Necesito hablar contigo.
La miré con cuidado. Después de unos segundos de contemplación, asintió.
Dejé escapar un suspiro, dándome cuenta de que había estado conteniendo la
respiración. Mierda. Esos fueron los momentos más largos de mi vida.
—Solo déjame decirle a mi amiga y ya vuelvo.
A regañadientes, asentí. Sintiendo la pérdida de su toque, la vi girar y caminar
hacia su amiga que nos miraba con la boca abierta y los ojos muy abiertos.
Todo lo que podía pensar mientras esperaba que regresara era que, tarde o
temprano, haría que esta pequeña mujer fuera mía.

Ella estaba de pie bajo el cielo nocturno, con la cabeza inclinada hacia arriba,
agarrando su chaqueta cerca de su cuerpo, protegiéndose del frío.
No pude evitar darme cuenta de lo hermosa que era. Antes de darme cuenta,
me encontré a centímetros de su rostro, sin tocar, solo allí de pie lo suficientemente
cerca como para sentir el calor de su cuerpo. No había caminado conscientemente
hacia ella. Era como un imán, atrayéndome.
Podría decir que mi cercanía la alarmó. Su cuerpo se congeló. Bajó la cabeza y
mordió su labio inferior, preocupándose. Todo lo que podía pensar mientras la
miraba con ojos hambrientos era cómo quería meter su labio abusado en mi boca.
Mierda. Estaba perdiendo la cabeza. Ella me hacía sentir demasiado, demasiado
pronto, y no tenía ni puta idea de cómo lidiar con todas estas nuevas emociones.
¿Estaba tensa porque la ponía nerviosa o porque la asusté?
Esperaba que fuera lo primero.
Se aclaró la garganta un par de veces antes de hablar.
—Vi al dueño mirándonos cuando salíamos. Realmente espero que protegerme
no haga que te echen.
Parpadeando, pregunté:
—¿Cómo conoces a Toby?
Se encogió de hombros.
—Necesitaba una guitarra para mi canción. El tipo que me inscribió nos envió
a preguntarle.
Oh, por supuesto, la guitarra. Debería haberme dado cuenta. Era la única
persona que había visto subir al escenario con un instrumento, además de una banda
local. El problema se centraba en ninguna otra cosa cuando ella estaba tan cerca. El
olor a vainilla tomó control de mis sentidos y todo lo que quería hacer era enterrar
mi cabeza en el hueco de su cuello y respirarla.
—¿Cómo lo conoces? —preguntó.
—Trabajo aquí.
—¿Trabajas aquí?
—Síp. Soy un gorila.
—Oh. ¿Qué hay del grupo de apoyo? ¿No estás trabajando allí también?
—Nah, solo soy un ayudante allí algunas veces a la semana. No es exactamente
un trabajo de tiempo completo.
Asintió como si intentara leerme. Me acerqué. Se mordió el labio un poco más
y dio un paso atrás. Por cada paso hacia atrás que ella daba, avancé, hasta que estuvo
enjaulada entre la pared de ladrillo y mi cuerpo. Puse mis manos en la pared a cada
lado de su cabeza. Contuvo el aliento, su cuerpo se tensó contra mí. No pretendía
invadir su espacio personal, pero necesitaba estar cerca de ella, respirar su aire.
¿Estaba tan mal querer aferrarme a la primera cosa buena que se cruzaba en
mi camino, después de más de cuatro insoportables años?
Llámame un bastardo codicioso, pero no podía dejar ir a esta mujer.
—Lo siento, no tuve la oportunidad de decir esto antes —dije—. Pero tu
canción... verte arriba en el escenario... fue una de las cosas más hermosas que he
visto en mi vida. Tú... —Me acerqué, hasta que nuestras narices se tocaron—. Me
sacaste el aire.
—Gracias —susurró tanto que casi no la escuché.
Rocé mis labios por su oreja y susurré:
—De nada.
Colocó una mano temblorosa sobre mi pecho y me dio un pequeño empujón,
tratando de alejarme.
No me moví.
—Estás demasiado cerca. —Exhaló, su voz temblorosa.
—¿Te molesta mi cercanía?
Su garganta se movió nerviosamente.
—Sí —susurró.
Di un paso atrás, dándole espacio para respirar. No quería perder el control. No
quería intimidarla. La quería a bordo conmigo, y haría todo lo posible para que eso
sucediera.
“Una vez tuve mil deseos. Pero en mi deseo por conocerte todo lo demás se
desvaneció”.
—Rumi

uando salimos al aire nocturno, no pude evitar admirar el cielo estrellado.


Había algo en un cielo lleno de estrellas titilantes que siempre lograba
calmarme. Hasta que decidió invadir mi espacio personal, eso es. En un
momento estaba mirando el cielo, al siguiente, él estaba a escasos centímetros de mi
rostro. Dios mío. No podía respirar. No podía pensar. Todo lo que podía ver, sentir y
oler era él. Olía divino, y todo lo que quería hacer en ese momento era inhalarlo en
mis pulmones.
No estaba acostumbrada a sentir de esta manera. Siempre tomé decisiones con
mi cabeza. Pero desde que conocí a este hombre, estaba tomando decisiones con mi
corazón.
Luego, cuando sentí su aliento en mi oído, no pude... respirar.
—Estás muy cerca —dije, sintiendo mi voz temblar.
Necesito espacio, necesito espacio.
Dio un paso atrás, poniendo aire y distancia entre nosotros. Mis hombros se
relajaron y mis pulmones se sintieron seguros para exhalar. Cerré los ojos, ganando
tiempo para descubrir si era miedo lo que estaba sintiendo o excitación. Todo lo que
sabía era que él hizo que mi corazón se acelerara.
Después de un momento, abrí los ojos. Su cuerpo de un metro ochenta de altura
se apoyaba contra la pared frente a mí. Tenía las manos en los bolsillos delanteros y
me miró como si fuera un código encriptado que intentaba descifrar.
Me permití mirarlo, trazando el patrón en zigzag de sus cicatrices con mis ojos.
¿Cómo paso? ¿Quién le hizo esto?
Me encontré deseando poner mis dedos encima y rastrear su camino. Quería
acariciarlos mientras le aseguraba que sus cicatrices no eran algo de lo que
avergonzarse. Quería besarlos, decirle que pensaba que eran hermosos porque
significaban supervivencia.
Y su oscuro y fino cabello, quería pasar mis dedos por cada fino mechón y
deslizar mis dedos por su fuerte mandíbula y sus afilados pómulos. Sobre todo, deseé
haber tenido el valor de zambullirme en el azul de sus ojos. Eran cálidos y acogedores
y sobre todo me llamaron, atrayéndome a sus profundidades. Pero tenía demasiado
miedo de ahogarme en ellos. Me obligué a bajar mi mirada a la ajustada camiseta
negra con cuello en V que delineaba sus anchos hombros y sus fuertes brazos, y me
perdí en él una vez más.
—¿Cuántos años tienes? —preguntó con voz áspera.
Mis ojos se volvieron a los suyos, pillándome desprevenida. Él trabajaba aquí y
mi identificación era falsa. No quería responder. Abrí mi boca y luego la cerré.
—¿Qué está meditando esa bonita y pequeña cabeza tuya?
—Nada. —Mierda.
—Ya puedo decir que no tienes veintiuno. Solo... no estoy seguro de lo joven
que eres. —Se frotó el cuello. Parecía estar atrapado en algún lugar entre nervioso y
esperanzado—. Entonces ¿qué tan joven eres?
—Diecinueve —dije en voz baja. Pude oír su alivio salir de sus pulmones—. ¿Y
tú?
—Veinticinco.
Seis años mayor que yo. Me quedé quieta y lo observé en silencio, sin estar
segura de qué pensar.
Él todavía estaba apoyado contra la pared, sus abultados brazos cruzados sobre
su pecho, sonriendo.
—¿Qué? ¿Demasiado viejo para que lo manejes?
¿Él pensó que estaba siendo gracioso? Bueno, dos podrían jugar este juego.
—En realidad, me importa una mierda cuántos años tienes. Podrías tener
noventa años por lo que a mí respecta.
La sonrisa que había suavizado sus duras facciones desapareció. Bajó la cabeza
y cerró los ojos con fuerza.
—Ya veo.
Mierda, no quise decir eso. Sentí un tirón en mi corazón.
—Estaba bromeando —dije rápidamente, caminando hacia él, deteniéndome
cuando lo alcancé—. Me alegra que no tengas noventa años. Hubiera sido una pena
si los tuvieras.
En un abrir y cerrar de ojos, me empujaron contra la pared. Jadeé sorprendida
cuando él alzó mis manos sobre mi cabeza con las suyas, mientras su duro cuerpo
presionaba firmemente el mío. Su aliento era cálido en mi mejilla. Nuestros labios
estaban apenas a unos centímetros de distancia. Pensé que mi corazón estallaría
directamente de mi pecho.
Entonces... me sonrió.
La realización me golpeó como un chorro de agua fría. Él estaba bromeando.
No se había sentido ofendido en absoluto. Y fui lo suficientemente crédula como para
caer en su trampa. Maldito sea.
—Eres tan mentiroso —acusé.
Su sonrisa se volvió perversa. Noté un hoyuelo en su mejilla izquierda. Sus ojos
brillaban con un destello diabólico. Estaba disfrutando demasiado de esta situación,
el mentiroso.
—Empezaste, cariño.
—¿Estás loco? —Lo fulminé con la mirada—. Déjame ir.
Luché para liberarme, pero su agarre en mis muñecas era firme.
—No va a suceder.
¿No va a suceder?
—¡Tienes cinco segundos para soltarme o te juro que voy a gritar!
Su agarre en mis muñecas, si es posible, se apretó más.
—Puedes intentar todo lo que quieras. Nadie te va a escuchar.
Todos los músculos de mi cuerpo se pusieron rígidos. Me quedé quieta cuando
el miedo comenzó a fluir por mis venas.
—¿Me vas a lastimar?
¿Lo había interpretado mal? Tal vez le di demasiado crédito. Dios, fui tan
estúpida. Estúpida, estúpida, estúpida. ¿Quién en su sano juicio iría ciegamente con
un extraño en un callejón oscuro?
Pero él no era un extraño, susurró una pequeña voz en mi cabeza. Lo empujé
hacia atrás. Extraño o no, estaba atascada y a su merced, una vez más. Solo que esta
vez, él estaba completamente despierto y consciente de sus acciones, y no estaba
segura de en qué estado de ánimo era más seguro para mí estar cerca.
Le eché un vistazo bajo mis pestañas. Donde esperaba ver ojos maliciosos
mirándome, vi, en cambio, una mirada de confusión.
—¡Por supuesto no! ¿Por quién me tomas? —Su voz estaba llena de pánico, sus
ojos salvajes y temerosos.
Mi corazón sintió otro tirón. También estaba corriendo incontrolablemente.
—¿Qué esperabas que pensara cuando dijiste que nadie me oiría gritar?
Si pensé que parecía alarmado antes, no era nada comparado con la forma en
que se veía ahora. Su rostro palideció.
—¡Joder! —maldijo, luego bajó la cabeza y la apoyó sobre mi hombro. Podía
sentir su cabello haciéndome cosquillas en la barbilla mientras respiraba con dureza.
Nos quedamos así por un largo momento. Cerré mis ojos. Su cuerpo contra el mío,
el calor de su cuerpo protegiéndome del frío. Entonces el sonido de su voz rompió el
silencio que nos rodeaba. La sensación de su aliento en mi piel hizo que un escalofrío
recorriera mi espina dorsal—. Maldición. ¿Por qué siempre me equivoco cuando se
trata de ti? —Levantó la cabeza, sus ojos perforando los míos, desafiándome a
apartar la vista—. Tienes que saberlo ahora, nunca te haría daño. No a propósito —
añadió en voz baja.
—Tienes una forma divertida de mostrarlo —murmuré, queriendo aferrarme a
mi miedo e ira. Pero una mirada a sus ojos angustiados, y cada duda que tenía sobre
Dorian Black se disolvió en el aire.
Lo quería lejos. Lo quería cerca. Quería todo y nada.
—Solo quiero entender por qué haces esto —susurró.
—¿Hacer qué?
—Alejarte de mí. —Mantuvo su atención directamente sobre mí, buscando y
leyendo. Me sentía desnuda, expuesta, como si pudiera ver más allá de mis paredes.
Más allá de mi ropa. Más allá de mi piel—. ¿De qué tienes miedo? —preguntó.
—No le tengo miedo a nada.
—Pero lo haces. Cuando las cosas empiezan a ser demasiado para que puedas
manejarlo, huyes.
La ira me atravesó cuando escuché sus palabras. ¿Cómo se atreve? Huir fue lo
último que hice estos días. Dar un paso atrás y escapar no era lo mismo.
—No sabes una mierda sobre mí —susurré.
—Me gustaría.
Su franqueza me hizo retroceder por un momento. ¿Por qué quería llegar a
conocerme? ¿Y por qué traté de luchar contra eso? Mi cabeza era un completo lío.
—No corremos exactamente en la misma multitud.
—No estoy seguro de si lo has notado, pero no estoy corriendo con ninguna
multitud. Prefiero estar solo. Pero me gustaría hacer una excepción. Por ti.
—Yo... no sé.
—Siempre hay un grupo de apoyo —dijo con esperanza—. Siempre puedes
volver.
—No puedo.
—Eso podría ayudarte.
—Se supone que debes decir eso —gruñí—. Trabajas allí.
Su rostro de repente se puso serio.
—En cada reunión me siento allí y cada reunión procede de la misma manera.
Nunca intercambio una palabra con los participantes ni les doy consejos. Eso no está
en la descripción de mi trabajo.
—Entonces ¿por qué te importa si vuelvo?
Sostuvo mi mirada.
—Porque cuando se trata de ti, yo... —se calló, mirándome con incertidumbre.
Podría decir que él no estaba seguro si debería terminar de decir lo que comenzó.
Luego, bajó su rostro, acercándose más al mío. Tragué audiblemente mientras veía
cómo se dilataban sus pupilas.
—¿Tú qué? —susurré.
—Me importa —susurró.
—Ni siquiera me conoces.
Ese fue mi último intento de luchar contra eso. Sus manos, todavía sosteniendo
mis muñecas como prisioneras, las soltaron y comenzaron a deslizarse por mis
brazos, tocándome suavemente y dejándome temblando. Él acunó mi cara y unió
nuestras frentes. Cerré los ojos, disfrutando de la sensación de sus manos sobre mí.
—Entonces déjame.
Tragando saliva, asentí.
—Bueno.
—¿Bueno?
—Sí, ¿por qué no? —dije—. Podemos ser amigos, ¿verdad?
—¿Amigos? —Dio un paso atrás, dejando caer sus manos en el proceso.
Lo que él quería de mí era algo que no podía darle en este momento. Una
punzada de decepción se apoderó de mi corazón. Incluso si quería algo más con él,
nada era estable en mi vida. Todo se estaba cayendo a pedazos. No lo cargaría con
mis problemas. Tenía la sensación de que tenía suficiente con los suyos.
—Sí, amigos. Lo siento, pero eso es todo lo que tengo que ofrecer.
Era mi única opción.
Él me miró por un largo tiempo, sus ojos buscando, sondeando.
—¿Hay alguien esperando por ti en casa?
Parpadeé.
—Si consideras a mi padre como alguien que me espera en casa, entonces sí,
tengo a alguien esperando.
—¿A quién le dedicaste tu canción?
—Adam.
—¿Quién es Adam? —preguntó como si el nombre en su lengua supiera amargo,
su expresión se endureció y su postura también.
Mantuve la voz baja cuando respondí:
—Mi hermano.
Podía decir el momento exacto en que mis palabras se hundieron. La tensión
abandonó su cuerpo y una sonrisa se dibujó en su rostro.
—Maldita sea, mujer. Serás la muerte para mí.
Miré al suelo. No sabía qué decir.
—Genial. Podemos hacerlo a tu manera. —Mis ojos se conectaron con los
suyos—. Seremos amigos. Por ahora.
Fruncí el ceño.
—¿Qué quieres decir? —¿Pensaba que estaba jugando algún tipo de juego con
él?
—Todo lo que necesitas saber es que tengo la intención de ser el mejor amigo
que hayas tenido.
Se inclinó hacia atrás en la pared opuesta y luego bajó hasta que se sentó en el
pavimento sucio. Maldije el hecho de que había dejado mi chaqueta en la mesa antes
de subir al escenario. Deseé poder sentarme en el suelo también.
Se inclinó y se quitó la chaqueta. Sin decir una palabra, lo colocó junto a él. Sus
ojos se movieron entre el espacio vacío a su lado y yo.
Su gesto alegró mi corazón y mi rostro se rompió en una sonrisa genuina. Sin
decir una palabra, me senté a su lado, me apoyé contra la pared, estiré las piernas y
luego las crucé.
—Necesito que sepas algo primero —dijo suavemente mientras me miraba de
reojo. Asentí—. No se siente correcto pedirte compañía sin decirte algo sobre mí
primero. Luego puedes decidir si… —Se aclaró la garganta—… si todavía me quieres.
Digo… mi amistad.
—Bien, estoy escuchando.
Se aclaró su garganta de nuevo y dijo:
—Tengo TEPT. —Sabía que algo malo le había sucedido. Sus cicatrices me
revelaron eso—. Y no importa qué tanto lo intenté —continuó—. Nunca podía
encontrar paz. Hasta… —Bajó su cabeza—. Hasta el día que te conocí —murmuró—.
Fuiste la única que pude tocar.
Nunca imaginé cuánto pudo haber sufrido, y todavía estaba sufriendo. Todo el
mundo le tenía miedo, le rehuían, susurraban a sus espaldas… pero nadie sabía lo
que había detrás de las cicatrices y los ojos atormentados. Nadie intentó ver más allá
del veterano jodido. Estaba sufriendo, atormentado por los horrores que había
soportado. Lo único que quería era que alguien lo entendiera. De alguna forma, el
destino quiso que fuera yo quien pudiera tocarlo, y me hice una promesa. Sin
importar qué, ya fuera una amistad o algo más, en silencio prometí que seguiría a su
lado, para mejor o peor. Había pedido ayuda y lo escuché… jodidamente escuché. Caí
en cuenta que el haberme conocido significó mucho para él. No lo sabía todavía, pero
conocerlo significó mucho para mí también.
Abrí mi boca para decirle justo eso, pero puso un dedo sobre mis labios.
—Hay más.
Lo único que pude hacer fue asentir. Su dedo empezó a moverse por mi labio
inferior mientras me miraba con ojos cálidos. Su respiración se aceleró. Sus pupilas
se dilataron y oscurecieron mientras bajaba su cabeza. Entré en pánico y me removí
incómoda, haciendo que su dedo cayera de mis labios.
Aclarando mi garganta, dije:
—¿D-dijiste que había más?
Negó como si intentara salir de un aturdimiento. Me miró con incertidumbre.
—He decidido buscar ayuda para eso. Por ti fui a ver un terapeuta hoy.
—¿Por mí?
—Por ti —susurró—. Escuché lo que me dijiste ese día; el día, que casi te lastimé.
Así que, voy a buscar ayuda. —Y luego su incertidumbre se desvaneció a
determinación—. Sabía que tenías razón sobre mí. —Una débil sonrisa se extendió
en sus labios—. Necesito acostumbrarme a esto. Ha pasado un tiempo desde que
hablé más de una frase con alguien. Los últimos años han sido difíciles y estuve
prácticamente por mi cuenta.
Entendía. De verdad.
—¿Puedo decir algo? —pregunté. Asintió. Tomé su mano en la mía y le sonreí
amigablemente. Él tomó aire mientras su cuerpo se ponía rígido. Después de unos
segundos, la tensión en su cuerpo se aflojó y sonrió tímidamente mientras sostenía
mi mano con la dos suyas. Este hombre ansiaba contacto físico, y no me importaba
proveérselo—. Me preocupo por ti, Dorian, y que tengas TEPT no lo cambiará. —
Apreté su mano y después de unos segundos, apretó la mía—. Estoy orgullosa de ti.
Lo que necesites, estoy aquí cada paso del camino.
Podía decir por la mirada en su rostro que mis palabras eran importantes para
él. Como si todo este tiempo, estuviera esperando por mi aprobación. Sus ojos
resplandecieron, una sonrisa tímida formándose en las comisuras de su boca.
Aparté la mirada y miré el cielo estrellado. Después de unos minutos, dijo:
—¿Puedo pedirte un favor?
Asentí.
—Por favor regresa al grupo de apoyo.

Entrando a la sala de estar, encontré a mi papá en el sofá, pasando canales.


Miré alrededor brevemente para ver si mamá estaba cerca y la vi a través de la
ventana, sentada en el porche fumando un cigarrillo. Últimamente, siempre estaba
ahí. Hice una nota mental para ver cómo estaba.
Agarré el termómetro y fui con mi padre. Cuando el termómetro pitó y mostró
que todo estaba bien, lo lavé y lo regresé al gabinete de medicinas. Después de secar
mis manos, me dejé caer en el sofá a su lado, colocando mi cabeza en su regazo. Él
se inclinó, tomó una almohada tras su espalda y la puso bajo mi cabeza para sentirme
más cómoda. Tan pronto como mi cabeza tocó mi suave almohada de satín, me sentí
en paz.
Un nudo se atoró en mi garganta. Lo extrañaba. Nos extrañaba. Extrañaba
nuestros momentos juntos. Lo miré mientras me miraba, y compartimos una
sonrisa. A pesar de todos los ataques que había tenido recientemente, no le tenía
miedo. Lo entendía. Incluso aunque no me gustaba cómo estaba haciendo las cosas,
aun así, entendía por qué lo hacía. Era mi papá. Nadie en este mundo lo conocía
como yo, y no podía digerir la idea de perderlo.
—¿Cómo te sientes? ¿Algún dolor?
—Lo normal —respondió su profunda voz—. Tomé un analgésico hace un rato.
Estoy esperando que haga efecto.
—Bien. —Mi garganta se secó con lo que necesitaba decir, así que me aclaré la
garganta—. Hay algo que debo decirte.
Acarició mi cabello suavemente, pasando sus dedos entre las hebras, y luego
apartando las rebeldes de mi rostro. Me hizo sentir relajada, como solo él sabía
hacerlo.
—Dime, botoncito.
—Adam lo sabe.
La mano que acariciaba mi rostro se detuvo y pude sentir su cuerpo tensarse.
—¿Cómo?
—No importa cómo. —Suspiré—. Solo lo sabe. Pero no te preocupes —dije
tranquilizándolo—. Le expliqué todo y entendió. Voy a vigilarlo de todos modos.
Cerró los ojos y exhaló suavemente. Sus manos siguieron acariciando.
—Lo habría descubierto tarde que temprano —dijo—. El chico es muy listo para
su propia bien, así como su… —Se detuvo a media frase y apartó la mirada.
Iba a decir que, como nuestro hermano, River. Sentí un temblor en mi alma.
—Papá… —No sabía qué decir. No sabía cómo hablar sobre él. Nadie en nuestra
familia podía lidiar con la tragedia de lo sucedido, sin importar qué tanto tiempo
hubiera pasado.
—Está bien —dijo suavemente—. Está bien.
Cerré mis ojos mientras recuerdos de River inundaban mi cabeza. Amaba el
mar, siempre intentaba convencerme que fuera a nadar con él. Me había prometido
que siempre me protegería como si fuera de alguna forma invencible. Lo gracioso era
que… siempre lo imaginé como el superhéroe del mar, como si el mar fuera su hogar
y siempre lo protegería. Qué tonta era.
Apartando los oscuros pensamientos, recordé otra cosa que quería decirle a mi
papá. Abrí mis ojos y vi que estaba observándome, una mirada triste reflejada en su
rostro.
—Papá… créeme cuando te digo que te entiendo. No puedo imaginar cómo se
siente vivir con esta enfermedad… la enormidad de la situación… pero te lo pido —
dije, mi voz suplicando—… tienes que ser más paciente con nosotros. En especial
mamá. Deja de presionarla. Como todos, quiere lo mejor para ti. Entiendo que estás
sufriendo, créeme, lo entiendo. Pero por favor… —supliqué—. Controla tu rabia.
¿Anoche? Le diste un susto de muerte a Adam. Es difícil vivir así… es sofocante.
No dijo nada. Al menos había escuchado. Al menos no se había molestado. Nos
sentamos ahí por un rato en un cómodo silencio, hasta que recordé mi trabajo.
—Oh, yo… —Me aclaré la garganta—. Ayer renuncié a la tienda. Buscaré un
trabajo en la noche.
Frunció el ceño.
—Pero te encanta allá.
Negué.
—Sí, bueno, ya no está funcionando.
—Lo siento.
—No tienes razón para sentirlo. Ahora silencio, necesito mi dosis. —Terminé
con una sonrisa. Él se rió, y luego asintió. Me puse de pie y cambiamos lugares. Ahora
su cabeza estaba sobre la blanca almohada. Agarré su iPhone de la mesa y conecté
los auriculares que estaban a su lado. Me puse el audífono en mi oreja y cuando
intenté ponerle uno en la de él, retrocedió.
—¿Por favor? —imploré, sosteniendo el auricular para que lo tomara. Su
reciente aversión a la música me rompía el corazón—. ¿Por mí?
Suspiró, tomó el audífono en mi mano y lo puso en su oreja. Mi corazón se
calentó. Era un comienzo. Con una sonrisa, presioné el botón de reproducir. La
melodía rítmica de Take me Home, Country Road de John Denver salió de los
audífonos y ambos sonreímos ante la elección de canción. Esta era una canción de
mi infancia. Fue la primera canción en abrirme los ojos a la música country.
Levantando mis manos, anuncié:
—¡Cejas, aquí voy!
Se carcajeó. Bien, lo confieso. Tenía una pequeña fascinación con las cejas. Era
otra “cosa” entre mi papá y yo, además de la música. Era la única persona en el
mundo que me dejaba acercarme a ellas. ¿Y sus cejas? Era como ganarse la lotería.
Eran gruesas y densas y me encantaba pasar mis dedos por estas.
Los ojos de papá estaban cerrados y no pude evitar notar la sonrisa que se
asomaba en la comisura de su boca. Incluso si no lo admitía, sabía que le encantaba
tanto como a mí. Cuando su respiración empezó a acompasarse, quité los audífonos
de nuestras orejas, pausé la música, y puse el teléfono en la mesa. Planté un suave
beso en su frente y luego me aseguré que su temperatura fuera normal. Satisfecha
porque todo estuviera en orden, me puse de pie lentamente, cuidando de no
despertarlo. Tomé la manta gruesa sobre el sofá y lo cubrí con esta.
Luego, con el corazón pesándome, fui con mi madre. Estaba sentada en la
misma posición, mirando al cielo, su cigarrillo aplastado yacía en el cenicero. Me
senté en la silla frente a ella y puse sus piernas en mis rodillas. Empecé a masajearlas
suavemente con movimientos descendentes y ascendentes. Sus ojos encontraron los
míos, y con una triste sonrisa, se echó hacia atrás y suspiró.
—Siento como si no te hubiera visto en días —murmuró.
Tenía razón con respecto a eso. Aunque vivíamos en la misma casa,
últimamente me quedaba en mi cuarto con la puerta cerrada.
—Fue una semana ocupada —mentí. Simplemente no quería ver a nadie. El
único que me hacía compañía últimamente era Ace. ¿Qué haría sin él?—. ¿Cómo va
el trabajo? —pregunté.
Se encogió de hombros, su expresión era ilegible. Mi mamá amaba su trabajo
como vendedora. Cuando llegaba a casa del trabajo, nos contaba historias graciosas
que sucedieron ese día. Por alguna razón, mucha gente loca se cruzaba en su camino
y lo único que podía decir era… Dios los ayude. Mi mamá vivía para burlarse de las
personas. Pero últimamente, no contaba historias y era algo que extrañaba
terriblemente.
River debería haber estado aquí. Ayudándome. Guiándome. Levantándome.
Pero no está. Y tengo que preocuparme por Adam. Contaba conmigo, y no podía
decepcionarlo.
—Debes hablar con tu padre —dijo con un tono monótono, yendo directo al
punto.
—Ya lo hice. —Y de verdad esperaba que ayudara.
—No dejaré que esta familia se desmorone.
—Sé que no lo harás, mamá, y tampoco lo permitiré.
—La forma en que tu padre actúa a veces… ¡puede destruirnos! —gritó.
Quería gritar. Quería llorar. Quería sollozar.
—Mamá, escúchame. Sé que puede ser cruel. Sé que está perdiendo el
temperamento. Pero debemos entenderlo. Tiene cáncer, mamá. Cáncer —dije
suavemente—. Debemos ser su ancla. No me malinterpretes, no estoy de acuerdo con
la forma en que está actuando, le dije eso, y seguiré diciéndoselo. Pero por favor —
rogué—, no te rindas con él. No lo juzgues basada en sus momentos de debilidad. Te
necesita. Nos necesita.
Sus labios temblaron mientras contenía un sollozo con su mano en su boca.
Bajé sus piernas y me puse de pie. Abrazándola, puse su cabeza en mi vientre
mientras frotaba círculos lentos en su espalda. Podía sentir sus sollozos ahogados, y
le di este momento para derrumbarse. Soltar su dolor. Mis ojos ardían y el nudo en
mi garganta casi me ahogó hasta dejarme sin vida. Me di este momento para llorar
con ella.
—Yo… —dijo ahogada—. Me esforzaré más.
Era suficiente para mí. Con un beso en su mejilla, la dejé afuera y entré. Revisé
a mi padre de nuevo. Estaba profundamente dormido. Fui arriba a mi cuarto y me
dejé caer en la cama, sintiéndome agotada. Ace no estaba lejos.
—Te he extrañado, amiguito.
Me acomodé con él, abrazándolo mientras cerraba mis ojos. Estaba tan
cansada, aun así, no estaba lista para dormir. Agarré el teléfono de la mesa de noche,
presioné el botón de inicio y noté que tenía dos mensajes de texto esperando.
Dorian: Change my Life - Ashes Remain
Dorian: Cuando vives en la completa oscuridad y un repentino
rayo de luz ilumina tus días y tus noches, te aferras a este.
Una sonrisa se explayó en mi rostro. Estaba usando el mismo método que usé
para conectar con mi papá. La música contenía tanto significado para él, así como
para mí. De alguna forma, estaba feliz de aprender ese hecho.
Escribiendo un mensaje en respuesta, presioné enviar, y recé por estar
tomando la decisión correcta.
“Toda la oscuridad en el mundo no puede extinguir la luz de una sola vela”.
—San Francisco de Asis

olvo. Sentí como si estuviera enterrado en nubes de polvo. Podía olerlo


y podía malditamente probarlo. Mis fosas nasales estaban ardiendo y
mis ojos quemaban. Me estaba sofocando, incapaz de inhalar aire en
mis pulmones. Me dolían lugares que ni sabía que existían. Mi cabeza giraba y
giraba por el dolor intenso, causado por el monstruo que me encontró entre las
ruinas. Podía sentir el largo y profundo corte que marcó mi piel mientras el sabor
metálico de la sangre envolvía mis sentidos.
Estaba sobre mi estómago, boca abajo, la dura madera debajo de mis
extremidades incrementando mi dolor con cada respiración que tomaba. Sangre
fresca de otras partes de mi cuerpo goteó en el sucio piso; los sonidos de “drip, drip,
drip” haciendo eco en la quietud. No tenía idea de dónde estaba. Todo lo que podía
recordar era la explosión que nos tomó desprevenidos mientras patrullábamos.
Todavía podía sentir el calor de las llamas y todavía podía oler el humo que me
hacía difícil respirar. Y luego, recordé al monstruo que caminó a través del infierno
directamente hacia mí con una mirada diabólica, cortándome como si fuera un
trozo de carne.
Ira explotó en mis venas y pavor se esparció en la boca de mi estómago
cuando recordé a mis hermanos yaciendo en el suelo. No tenía idea de lo que les
había pasado. ¿Habían sido capturados como yo? ¿Todavía estaban vivos?
Necesita guardar mis fuerzas para el momento perfecto en que pudiera salir
de esta celda y encontrarlos.
Al escuchar el sonido de una puerta chirriando, mi cuerpo se tensó. Desde el
ángulo en el que estaba posicionado en el suelo, podía observar con un ojo lo que
pasaba en la habitación sin ser visto. Todavía como una estatua, apenas
respirando escuché pasos acercándose. Los músculos de mi cuerpo se pusieron
rígidos porque estaba malditamente aterrado.
En el escalofriante silencio, una fría voz resonó en la habitación.
—¿Estás despierto? —Un segundo después, un chorro de agua fría se derramó
sobre toda mi piel.
Me levanté y me senté. Había cinco personas más en la habitación. El tipo que
había hablado antes, quien asumí era el líder, estuvo de pie frente a mí. Su cuerpo
era inmenso, hombros anchos y todo músculo. Su comportamiento gritaba poder,
vestido todo de negro. Jugó con un cuchillo, lanzándolo hacia arriba y luego
atrapándolo con su mano, sonriendo maliciosamente, sus ojos negros vacíos,
ninguna emoción en ellos. Este no era el tipo que había rebanado mi cara. Lo
recordaría.
—¿Quién demonios eres? —Mi voz sonó como si hubiera tragado vidrio.
El líder de negro me miró de arriba abajo y luego rió, como si lo que había
dicho fuera un maldito chiste.
—Tienes agallas, muchacho, lo reconozco.
Se me acercó lentamente y cuando estuvo a centímetros de mí, su teléfono
sonó. Detuvo sus pasos, miró la pantalla, y luego murmuró una maldición,
atravesando la puerta, viéndose furioso.
Suspiré de alivio, pero la tormenta estaba lejos de terminar. Cuando la puerta
se cerró de golpe, uno de los otros hombres se movió hacia mí. Me senté quieto, mi
espalda presionada contra la pared y vi sus ojos, negándome a apartar la mirada.
Con una voz tan baja para que solo mis oídos oyeran, dijo:
—Déjame terminar lo que él empezó. No tienes idea en lo que te has metido.

Me desperté gritando, y por un momento, no tuve idea de dónde estaba. Me


senté y balanceé mis pies al lado para poder sentarme al borde de la cama. Con mi
cabeza en mis manos, inhalé y exhalé, tratando de calmar mi acelerado corazón.
Estaba a salvo. Estaba malditamente vivo.
Necesitaba recordar eso. Posé mi mirada en el reloj que se encontraba en mi
mesa de noche.
Cuatro de la mañana.
Recogí mi teléfono, tomé una respiración, y presioné la tecla de inicio. La
pantalla se iluminó, alertándome que tenía un mensaje. Mi corazón latiendo rápido
y fuerte cuando vi que era de Pequeña.
Pequeña: Estoy impresionada. Si hay una manera de
contactarme… la acabas de encontrar.
Underwater – Nikki Flores. Te veré esta noche.
Ella me respondió.
Maldita sea, me respondió.
Con una canción.
Sonreí ampliamente como un lunático de oreja a oreja y no pude contener mi
euforia. Hice una rápida búsqueda en iTunes, descargué la canción que me había
enviado, y la reproduje. La canción expresó lo mucho que ella quería hacer todo por
su cuenta. Lo mucho que no quería depender de nadie, pero sin importar lo duro que
batallara, no podía alcanzar la superficie por su cuenta.
No me importó más la pesadilla que me despertó. Pequeña era la única cosa
por la que mi corazón latía ahora.
No tienes que hacer esto por tu cuenta, cariño. Yo te ayudaré.
Salí de la cama y comencé a prepararme para mi día. Tenía cosas que hacer
antes de ir a visitar a mi madre y a Lizzie.
Y luego… Iba a ir a verla de nuevo.
No podía malditamente esperar.

—Estoy aburrida. —Lizzie hizo pucheros.


Me senté en el sofá de mi antigua casa, pasando a través de los canales por
millonésima vez. Nada le interesaba a Lizzie por más de cinco minutos. Se estiró en
el sofá, su pequeña cabeza descansando en mi regazo y su cara volteada hacia la
pantalla de TV. Mi otra mano acarició su cabello rubio soleado cuidadosamente,
acostumbrándome a tocar de nuevo.
Cuando había llegado a la casa, mi madre y Lizzie habían estado acurrucadas
en el sofá, viendo el canal de Disney. Me había sentado junto a ellas y los tres vimos
TV hasta que mi madre se retiró a su habitación para su siesta de la tarde.
—¿Qué quieres ver ahora? —No tenía idea de lo que le gustaba ver a una niña
de nueve años. (Aparentemente, ella no era aficionada a las películas de carreras de
autos). Dejó salir un suspiro y luego se sentó. Girando su cuerpo hacia el mío, puso
sus piernas en mi regazo. Inhalé un aliento silencioso. Todavía batallaba con los
efectos de su toque.
Aunque estaba mejorando, nunca olvidaría los primeros meses después que
regresé a casa y la manera en que había respondido. Lizzie todavía era muy joven. Al
principio, mantuvo su distancia, quizás sintiendo lo peligroso que era. Con el tiempo,
lentamente me había aceptado, y debido a mis problemas, tuve que aceptarla a ella
también.
—No quiero ver nada —murmuró.
—Está bien, entonces ¿qué quieres hacer, pitufa?
Con la mención de su apodo, una amplia sonrisa iluminó su rostro
completamente. Apagué el TV y coloqué el control remoto en la mesa.
—¡Vamos a hablar! —Aplaudió.
¿Hablar? No era bueno hablando. Amaba a Lizzie más que nada en el mundo
y haría cualquier cosa por ella, pero hablar no era mi… bueno, no era bueno en ello.
—Bien —dije reticentemente, tratando de sonar entusiasmado al mismo
tiempo. Después de una larga pausa, aclaré mi garganta—. Entonces… ¿de qué
quieres hablar?
Puso su dedo sobre su barbilla, golpeando varias veces mientras sus ojos se
estrechaban concentrándose fuertemente en encontrar un tema para nuestra
conversación. Luego de unos cuantos latidos, dijo:
—No me agrada mi maestra.
Me tensé. No sabía mucho sobre la escuela de Lizzie, pero por lo que sabía, los
maestros eran decentes.
—¿Por qué? —pregunté—. ¿Pasó algo?
—Ella no hizo nada cuando le dije que Zach estaba jalando mi cabello y me
empujaba en la arena —se quejó, sus labios haciendo pucheros.
Aliviado, casi me río, positivo que este niño Zach quizás tenga un
enamoramiento de mi hermana.
—Y eso no es todo —continuó—. ¡Él besó mi mejilla antes de salir huyendo! —
Su cara arrugándose como si hubiera probado algo amargo—. Y cuando le dije a mi
maestra, únicamente sonrió y dijo que éramos lindos.
Tosí para ocultar la risa que se me salió. Bueno, jódeme. ¿Qué podía decirle al
respecto? Seguramente no podía decirle que este niño estaba enamorado de ella. No
quería darle ninguna idea. Era difícil de controlarla sin agregarle niños a la mezcla.
—¿Y qué piensas sobre este Zach? —pregunté cuidadosamente.
Pareció estar absorta en sus pensamientos, cerrando sus ojos mientras
contemplaba mi pregunta. Unos segundos más tarde, abrió sus ojos y sonrió.
—Supongo que es un poco lindo. Y molesto. —Hizo una cara graciosa—. Pero
lindo.
—Oye, en este momento, ¡no puedes salir con chicos! —dije rápidamente.
—¿Qué debería hacer? ¿Salir con las niñas en cambio?
¿Qué. Demonios?
¿Cómo me metí en este desastre?
—No deberías salir con nadie.
—¿Por qué?
—Eres demasiado joven. Ese es el por qué.
Suspiró, luego se puso de pie y dejó la habitación sin una palabra.
Eso salió bien.
Me recosté y cerré mis ojos en derrota. Cuando escuché una suave risa, no
necesité voltearme para ver quién era, pero lo hice. Mi madre estaba recostada contra
la pared con las manos cruzadas sobre su pecho, una expresión divertida en su rostro.
—¿Cuánto tiempo has estado de pie allí? —gemí.
—Lo suficiente. Y algún día muy pronto, tú serás el único que le explicará sobre
las “aves y las abejas” a ella.
Ahora era mi turno de reír.
—Mierda, ¿de dónde sacó esas cosas? ¿Salir con chicas? —Negué, todavía
sorprendido. ¿Cuándo fue que mi pequeña Pitufa había crecido? Sentí como si me
hubiera perdido mucho más de su vida—. Por favor, por el bien de ambos —rogué—
, no vuelvas a dejarnos solos de nuevo.
Sus ojos brillaron cuando cruzó la habitación y se sentó a mi lado. Colocó su
mano sobre mi muslo. Me tensé y contuve mi respiración. Era importante para ella
tocarme cada vez que me veía, al menos una vez. Estaba seguro que saber que podía
tocarme cuando ella quisiera era más importante que el contacto real. Imágenes
horrorosas trataron de escabullirse en mi mente, pero luché contra ellas con todo lo
que tenía. Luego de unos cuantos segundos, me dejó ir. Solté un suspiro silencioso.
Estaba mejor, pero no estaba curado.
—¿Cómo estás, cariño? Te hemos extrañado por aquí. Paul no ha podido verte
en mucho tiempo.
Paul estuvo allí para mi madre cuando más lo necesitaba. Estaba agradecido
con él. No tenía idea de lo mucho que le debía.
—Lo lamento, trataré de venir más seguido. Últimamente he estado muy
ocupado.
—¿Todo bien con todos? —Cuando ella dijo todos, quiso decir Bennie y Toby.
—Sí.
—Bien. —Sonrió afectuosamente—. Dales mis saludos.
—Lo haré. —Nos sentamos juntos en silencio por un momento y luego dije—:
Oye, ¿mamá?
—¿Sí?
—Fui a ver a un psiquiatra.
Sus ojos buscaron los míos y luego empezaron a llenarse de lágrimas. Las alejó
parpadeando.
—¿Sí?
Ella había querido que fuera a tratamiento desde hace mucho tiempo, pero
había estado en contra de ello luego de mi primer intento fallido.
Sonreí.
—Lo hice.
—¿Por qué? ¿Por qué tan de pronto?
Quise decirle todo. Que conocí a alguien. Que casi lastimo a ese alguien. Que
luego de años de vivir en verdadera oscuridad, alguien iluminó mi infierno personal
con la luz más brillante.
Pero no estaba listo todavía.
—Es un secreto. —Guiñé—. Cuando sea el momento adecuado, te lo diré.
Pude ver la esperanza brillando en sus ojos.
—Está bien, esperaré. Lo que sea. Sé que es algo bueno.
Dejé la casa, sintiéndome más ligero que cuando había llegado. El
conocimiento de que le traje a mi madre algo de paz me hizo sentir que finalmente
hice algo bueno en mi vida.

Más tarde, estuve de pie frente la puerta de la sala de reuniones, respirando


lentamente, tratando de calmar mi palpitante corazón. Realmente esperaba que ella
estuviera allí. Abrí la puerta y entré.
Y allí estaba ella, en el medio de la habitación, hablando con Mary.
Mi palpitante corazón estaba listo para explotar. Ella estaba aquí. Volvió. Cerré
mis ojos y dije un silencioso gracias.
Silenciosamente, cerré la puerta detrás de mí, y fui a mi lugar habitual. La
observé desde la distancia mientras conversaba con el grupo que se había reunido a
su alrededor. Se veía despreocupada con todos. Podía acostumbrarme a verla por
aquí. Iluminaba cada lugar al que entraba. Encajaba perfectamente en cada parte de
mi vida. Y había algo raramente familiar en ella. No podía descifrar qué era todavía.
Cuando más personas se reunieron a su alrededor, noté que una gran parte de
ellos eran tipos que la miraban atentamente. Ella era como un respiro de aire fresco,
y estaría condenado si dejaba que alguno de ellos inhalara. Un tipo en particular se
colocó especialmente cerca de ella. No era un regular. Era la primera vez que lo veía
aquí. Él tocó su brazo mientras ella sonreía por algo que le dijo. Sin pensar en mis
acciones, salté de mi asiento y marché directamente hacia ella. Era la única cosa en
mi línea de visión. Cuando me acerqué a ellos, la conversación repentinamente
murió. Mi dura mirada estaba sobre el tipo a su lado. Sus ojos se abrieron
ampliamente cuando bajé mi vista hacia la mano que estaba tocando su brazo, luego
de vuelta a sus ojos. Lo perforé con una mirada que lo hizo alejar su mano y tomar
un paso hacia atrás.
Me coloqué como una sombra detrás de su pequeña figura, mis brazos cruzados
sobre mi pecho. Como si me hubiese sentido cerniéndome, giró su cabeza en mi
dirección y me miró. Una expresión de sorpresa apareció sobre su lindo rostro. Me
observó con ojos entrecerrados antes de girar su cabeza de vuelta al grupo que nos
miraba boquiabierto.
Repentinamente recordé que no le gustaba ser el centro de atención. Y ahora,
a causa de mis celos, había traído el foco de atención directamente a ella.
Mierda.
Cuando se volvió de nuevo para enfrentarme, sus cejas estaban fruncidas
mientras me miraba confundida. Se aclaró la garganta.
—Hola.
—Hola. —Levanté mi mano y alisé la arruga entre sus cejas—. ¿Podemos
hablar? —pregunté—. ¿A solas?
Asintió, y juntos caminamos a una tranquila esquina en la habitación, lejos de
las miradas curiosas de los otros participantes. Saltó sobre la mesa, sus piernas
balanceándose en el aire. Me posicioné frente a ella, protegiéndola. Quería que solo
me viera a mí.
Miré sus ojos y sonreí.
—Viniste.
—Te dije que lo haría.
—Gracias.
—¿Por qué?
—Por… venir.
El color de sus mejillas se volvió rosado.
—De nada —murmuró.
Nos miramos fijamente. Ella mordió su labio inferior y en todo en lo que podía
pensar era en inclinar mi cabeza hacia su boca y con la ayuda de mis dientes, liberar
a su maltratado labio. Mierda. Necesitaba controlar mis emociones.
—¿Por qué te miran así?
Froté mi rostro, tratando de evitar mi respuesta.
—Yo… no soy muy amigable con nadie aquí —respondí sinceramente.
—Sí, lo noté. Si sus expresiones sorprendidas son alguna indicación, les diste
un infierno de sorpresa cuando decidiste acercarte a ellos.
—No me acerqué a ellos. Me acerqué a ti.
Sabía que eso sonaba mal, pero era la verdad. Prefería mi paz y soledad.
Pequeña era la única que me hacía querer algo diferente. Evocaba en mí la necesidad
de acercarme a ella, de hablarle, y llegar a conocerla. Me hacía querer protegerla.
Tocarla, abrazarla, y besarla. Y…
—Eres un buen chico, Dorian, y deberías dejar al resto del mundo ver eso.
Todos esos estúpidos rumores y miedo de todos, no entiendo por qué los dejas creer
eso. Creo que no conocerte es una pérdida y no estoy diciendo eso porque soy tu
amiga. En verdad lo creo.
Calidez me envolvió por el sonido de sus dulces palabras. Su opinión significaba
más para mí que nada en el mundo. El hecho de que ella me miraba a mí y no a mis
complicaciones mostraba mucho quién era en realidad ella. Más importante, estaba
complacido de saber que tuve razón todo el tiempo.
Esta chica era un ángel enviado para salvarme de mi oscura jaula.
Sentí un fuerte deseo de tocarla, pero no quería asustarla. Pasos pequeños,
Dorian, pasos pequeños. Así que, en lugar de tocarla como quería, opté por cepillar
un rebelde mechón de cabello que caía por su ojo y luego corrí el costado de mis
dedos por la base de su mandíbula. Sonrió, sus ojos aletearon cerrados, disfrutando
el toque de mi mano en su piel. Este conocimiento llenó mi corazón con esperanza.
—Oh mi, mira lo que trajo la ola.
Sus ojos se abrieron mientras mis dedos se quedaban quietos. Giré mi cabeza
para ver a Bennie de pie en el medio de la habitación, una mirada extraña en su
rostro. Sus ojos saltaban de mí a ella como una pelota de ping pong. Cuando miré de
vuelta a Pequeña, lucía nerviosa, sonriendo tímidamente a Bennie. Dándome una
tímida mirada, se movió al lado, saltando fuera de la mesa, y caminando de vuelta al
círculo de sillas en el centro de la habitación. Se sentó en la silla más lejana. El chico
que había tocado su brazo no perdió ni un segundo, marchando directo hacia ella y
sentándose a su lado.
Hijo de puta.
Bennie caminó al frente y comenzó a hablar. Fui a mi lugar usual, manteniendo
mis ojos fijos en ellos por la mayoría de la reunión. Ella ignoró completamente sus
intentos de conversación, y eso me hizo sentir a metros de altura. Hacia el final,
Bennie decidió que era tiempo de traer a Pequeña de vuelta al centro de atención.
—Aria, la última vez no tuviste oportunidad de decirnos por qué decidiste
asistir. ¿Quieres compartir tu historia con nosotros hoy?
Después de una larga pausa, contempló la solicitud. Asintió en acuerdo y se
puso de pie. Me sentí orgulloso de ella. Sabía que pararse frente a una multitud no
era fácil para ella.
—Tengo diecinueve años. Mi papá fue diagnosticado con cáncer hace un
tiempo. Está en tratamiento ahora. Es duro, vivir así, y vine aquí esperando ganar
algunas habilidades y conocimientos para ayudarlo en los días difíciles. Mi deseo es
hacer una diferencia en la vida de mi familia. Eso es todo.
Mi corazón se retorció. Quería alejar su tristeza.
El grupo aplaudió alentadoramente.
—¡Bien hecho, Aria! —dijo Bennie—. Tratamos a todos aquí como familia.
Esperamos que nos consideres tu familia también.
—Me gustaría eso. Gracias.
Me encontré aplaudiendo junto con ellos. Solo que en silencio. Sus ojos
buscaron en el mar de personas hasta que encontraron los míos. Guiñé y le di
pulgares arriba.
Mientras que me gustaba la idea de ella sintiéndose como en casa aquí,
pensamientos fraternales eran lo más lejano en mi mente cuando pensaba en ella.
El resto de la reunión pasó en un borrón. Todos hablaron sobre sus familias y
todo lo que había pasado en los últimos días. Nos hablaron por lo que estaban
pasando, y todas las maneras en que lidiaban con el estrés. En cuanto a Pequeña y
yo, nos miramos el uno al otro frecuentemente, nuestros ojos siempre encontrando
los del otro.
—¡Está bien, chicos! —Bennie aplaudió sus manos fuertemente, silenciando los
murmullos del grupo—. Quiero intentar algo un poco diferente hoy.
Caminó al escritorio, abrió un cajón, sacó una bolsa negra, y comenzó a dar
velas blancas al grupo. Cuando completó su tarea y todos tenían una vela en su
posesión, se acercó y me dio la última.
—Hombre, ¿qué estás haciendo? —susurré.
—Confía en mí en esto. Quiero darles algo que llevar a casa.
Con eso, regresó al escritorio y sacó un paquete de cerillos. Se los dio a la
primera persona a su derecha, con las instrucciones de encender su vela y pasar los
cerillos.
—¿Qué estamos haciendo? —preguntó Eve, la señora mayor en el grupo. Todos
lucían confundidos mientras intentaban entender lo que Bennie pretendía lograr con
las velas. Solo Pequeña lucía emocionada. Tal vez pensaba que era algo normal aquí.
—Ya verán. —Sonrió.
Mientras todos pasaban el paquete de cerillos, Bennie trajo la guitarra que
colgaba de la pared.
Sentí una sombra caer sobre mí y contuve la respiración. Lentamente, levanté
la mirada y miré los ojos de Pequeña. Estaba parada tan cerca, que podía olerla. En
su mano izquierda, sostenía el paquete de cerillos. Sin una palabra, lo encendió.
Apreté el brazo de la silla fuertemente con mi mano libre, mi cuerpo tensándose
mientras mi respiración agitada salía en cortos jadeos. Los recuerdos nublaron mi
visión mientras trataba de concentrarme en la pequeña flama parpadeando frente a
mí.
Explosión. Fuego. Destrucción. Muerte.
Notando mi estado, sacudió su mano urgentemente y apagó la flama. Entonces
tomó la vela de mi mano, se dio vuelta (su espalda hacia mí) y encendió la vela fuera
de mi vista. Cuando terminó, colocó la vela en la esquina más lejana del escritorio.
Estaba ahí, pero no la veía. Levanté la mirada cuando la sentí cerca, su cuerpo a
centímetros del mío. Bajó su cabeza y susurró palabras tranquilizantes,
confortándome con el sonido de su voz.
Cerré mis ojos y alcancé su mano. Cuando sentí su mano en la mía, enlacé
nuestros dedos. Ella fue mi cuerda de salvamento hasta que me calmé. Cuando mi
respiración se niveló, se alejó, dándose la vuelta, y comenzó a caminar.
Agarré su brazo suavemente.
—¿P-puedes por favor… quedarte?
Asintió.
—No hay problema. Solo déjame agarrar mi vela y volveré.
Ahogado con emociones suprimidas de gratitud y afecto, dije:
—Gracias.
Con su espalda hacia mí otra vez, encendió su propia vela y la colocó junto a la
mía.
Mientras tanto, Bennie apagó las luces. La habitación estuvo en sombras
mientras el débil resplandor de las velas iluminaba la habitación.
Se sentía mágico.
Bennie se sentó en su silla en frente del grupo. Toda la charla cesó.
—Quiero tocar una canción muy querida en mi corazón. Quiero que escuchen
las palabras con cuidado y espero que cada uno lleve un poco de esta reunión a sus
seres amados. —Jugó con las cuerdas de la vieja guitarra y luego murmuró—. Esto es
de Chris Rice, Go Light Your World.
Tocó las primeras notas lentamente, sus dedos punteando las cuerdas con
golpes sin prisa, creando una hermosa y suave melodía. Cuando comenzó a cantar,
cada alma en la habitación se quedó quieta. No era la primera vez que escuchaba a
Bennie tocar la guitarra, pero hoy… hoy sentí como si lo escuchara por primera vez.
Me dejó sin habla. Estaba guiándonos a través de la canción, animándonos a cargar
nuestras velas e iluminar el mundo para nuestros seres queridos. Miré a todos los
participantes unidos, sosteniendo las velas en sus manos, oscilando de lado a lado
mientras cantaban las palabras en una suave armonía. Las palabras estaban llenas
de optimismo y pensamientos positivos y finalmente entendí lo que él estaba
tratando de lograr.
Mientras todos lo miraban con apreciación, giré mi cabeza y miré a Pequeña.
Una sonrisa se curvó en la esquina de su boca mientas cantaba suavemente. Pero sus
ojos, sus ojos estaban tristes.
Cuando la canción terminó, todos aplaudieron. Bennie se puso de pie, y luego
hizo una reverencia.
—Buenas noches, los veré a todos la próxima semana.
Mientras todos los demás comenzaban a irse, Pequeña se quedó inmóvil,
luciendo perpleja. Me estiré y toqué su mano.
—¿Estás bien? Te perdiste en tu cabeza.
—Sí, estoy bien. Es solo… en verdad amo esa canción. No la había escuchado en
un tiempo. Las palabras son tan… —se calló, buscando las palabras correctas.
—¿Poderosas? —terminé por ella.
—Sí. Exactamente. Poderosas.
Ante el sonido de una toz ahogada, ambos levantamos la mirada
simultáneamente. Bennie estaba de pie frente a nosotros, sonriendo.
—Aria —dijo Bennie—. ¿Cómo se siente estar de regreso?
—Bien, en realidad. Me alegra estar de vuelta. —Sus ojos encontraron los míos
y pude ver la sinceridad detrás de sus palabras por la manera en que me miraba.
—Parecen cercanos —dijo él, sus cejas levantándose—. Espero que te quedes
alrededor.
—Sí, eso creo.
—Bueno, tengo que irme. Iluminen su mundo, niños. —Se dio vuelta y salió por
la puerta.
—Ese tipo es único en su clase.
Me reí.
—Dímelo a mí.
—¿Aria?
Mi cuerpo se tensó, mientras miraba al hijo de puta que la había tocado venir.
—Oh, hola, Brian.
Su alto cuerpo se alzó sobre ella mientras se paraba con sus manos dentro de
sus bolsillos frontales. Estaba bien fornido, y si yo fuera una chica, probablemente
pensaría que lucía decente. Tenía cabello rubio rizado, ojos azules y piel bronceada.
Lucía como una jodida copia de un muñeco Ken. Jodido cliché. Ya lo odiaba.
—Todos estamos yendo por una bebida en un bar cercano. ¿Quieres venir?
No quería que fuera a ningún lado con él, pero si decidía ir, no había nada que
pudiera hacer sobre so. Todo lo que podía hacer era morder mi lengua y rezar para
que dijera que no.
—Eso es dulce de tu parte, Brian, pero no puedo hoy. Lo siento.
—Oh, sí… seguro. ¿Quizás en algún otro momento?
Lucía decepcionado, sin embargo, esperanzado de que diría que sí.
¿Mencioné que odiaba a este jodido?
—Sí, tal vez —murmuró.
Él sonrió, asintió, y se dio vuelta, yéndose con el resto del grupo esperándolo.
—Idiota —dije en voz baja.
—¿Qué?
Mierda.
—Uh… nada.
Me miró con ojos interrogantes.
—¿Qué está pasando?
Suspiré.
—No salgas con él. —Las palabras salieron de mi boca sin permiso. Hice una
mueca, sabiendo que sonaba como un jodido neurótico.
—Vaya… ¿quién dijo que iba a salir con él? Solo estaba siendo amigable.
Me reí sin humor.
—Ese chico no tiene un pensamiento amigable sobre ti. Puedo prometerte eso.
No tenía pensamientos amigables sobre ella tampoco. Pero justo ahora, la idea
de ella con él, o alguien más para el caso, hacía hervir mi sangre.
Ella negó.
—Estás exagerando, pero está bien, no saldré con él. Vaya… ¿feliz?
—No —gruñí.
—¿Qué? —Sonaba molesta.
No me importaba. Estaba en un rol. Mis manos puestas a cada lado de su silla,
atrapándola.
—No quiero que salgas con nadie más.
—¿Disculpa?
Joder. Esto no estaba yendo bien.
—Necesito que me prometas que no saldrás con alguien más. Dije que sería tu
amigo, y lo seré. Pero necesitas saber… —Mi cabeza se inclinó más cerca hasta que
estuve cerca—. Quiero más. Te quiero a ti. Prometo que te esperaré hasta que estés
lista. Pero por favor… —supliqué. Joder, rogué—. No salgas con otras personas. No
podría soportarlo.
Sus ojos me miraron con aprensión. Estuvo callada por mucho tiempo, estaba
seguro de que había jodido todo otra vez. Pero sin importar qué, no cedería. Lucharía
por ella con cada fibra de mi ser hasta que se diera cuenta que pertenecía conmigo.
—Estoy sorprendida de que incluso pienses que haría eso —susurró—. ¿Salir
con alguien más? No puedo ni siquiera mirar a alguien más.
Joder. Dejé salir un suspiro de alivio.
—¿Estás… estás bien con eso?
—Sí. Te dije que no podía salir contigo por una razón. ¿Por qué saldría con
alguien más?
—No lo sé. —Soy un bastardo inseguro, esa es una razón—. ¿Tal vez no puedes
verme de esa manera? —¿Tal vez no querías salir con un neurótico?
—Definitivamente puedo verte de esa manera, Dorian —dijo, efectivamente
terminando mi auto lástima. Sus ojos esmeraldas destellaron con anhelo—. Solo… —
Cerró sus ojos y después de unos pocos segundos los abrió y me miró. Podía ver una
nueva aceptación reflejada en sus profundidades—. ¿Podemos tomar esto lento?
Olas de alivio se llevaron mi ansiedad. Asentí, incapaz de reprimir la sonrisa
que crepitaba en mis labios.
—¿Qué hay de ti? —preguntó.
—¿Qué quieres decir?
—¿También esperarás?
¿Esperaré?
Negué y me reí. En verdad no tenía idea de lo profundo que mis sentimientos
por ella corrían.
—No he estado o tocado a ninguna mujer desde hace más de una década. Creo
que puedo manejarlo.
Sus ojos se ampliaron.
—Estás jodiéndome.
Me reí. Dios, esta chica.
—No estoy jodiéndote, aunque, ahora no puedo dejar de imaginarlo.
Ambas mejillas se volvieron de un rojo oscuro. Guiñé.
—Cállate. Estoy solo sorprendida, eso es todo. ¿Por qué?
No tenía idea de por dónde incluso comenzar. Abrí mi boca y luego la cerré.
—Oye, no te preocupes por eso. Cuando lo sientas así, si lo sientes, puedes
siempre decirme.
—Gracias.
—Seguro.
Nos quedamos en silencio por un minuto o dos.
—¿Crees que podemos hacerlo? ¿Es así de simple?
—¿Qué quieres decir? —pregunté, confundido.
Apagó las dos velas.
—¿Hacer una diferencia en la vida de alguien? ¿Crees que podemos?
Entrelacé nuestros dedos.
—Bueno, ya hiciste una diferencia en mi vida.
Una sonrisa tiró de la esquina de sus labios mientras apretaba mi mano.
—Gracias —susurró—. Necesitaba escuchar eso.
—Sabes que siempre puedes contar conmigo, ¿cierto? —Asintió, y no pude
detenerme, ahuequé su mejilla con mi mano libre, rozando la almohadilla de mi
pulgar por su sedosa piel—. Sé que nos acabamos de conocer, pero se siente como si
te hubiera conocido por siempre. Siempre estaré aquí para ti.
Lo prometo.
Cubrió la mano que sostenía su mejilla.
—Gracias, Dorian. Estoy aquí para ti también.
Me entendía. Me aceptaba. No había dejado que aquellos rumores e historias
afectaran la forma en que me miraba. Y más importante, yo era capaz de tocarla
libremente.
—¿Tienes planes para esta noche? —pregunté.
—No que sea consciente.
—¿Quieres pasar algo de tiempo conmigo? Es mi noche libre y no estoy listo
para decirte buenas noches todavía.
—¿Qué tenías en mente?
—Podemos ir a comer, o beber o… —Me detuve y froté mi nuca. No tenía idea
de qué podríamos hacer. Me sentía un poco oxidado.
—En realidad, preferiría algún lugar tranquilo. No estoy de humor para estar
rodeada de personas justo ahora.
—Podemos ir a mi apartamento. Puedo hacernos algo caliente de beber.
—Umm…
—¿O podemos quedarnos aquí? Lo siento… no quería ponerte en el lugar. Era
solo una idea. No quería decir nada con eso, lo juro. —Y ahora estaba balbuceando.
Genial.
Se puso de pie.
—¿Sabes qué? Vamos. Está jodidamente frío aquí y en verdad espero que
puedas hacerme algo caliente de beber.
Me encontré sonriendo.
—Hago un infierno de chocolate caliente.
—Entonces ¿qué estamos esperando?
—¿Me sigues a casa?
—Dirige el camino.
“Soy tuya. No me devuelvas de regreso”.
—Rumi

staciono mi auto junto al de Dorian y apago el motor. No podía creer que


realmente llegué hasta aquí. Tenía miedo de dejar entrar a alguien,
especialmente ahora cuando toda mi atención necesitaba centrarse en
una cosa: mi padre. Apartando mis pensamientos, agarré mi bolso, salí del auto y me
dirigí hacia donde Dorian me estaba esperando.
Algunas nubes tormentosas surcaban el cielo, ocultando la luna y oscureciendo
el vecindario. Dorian estaba de pie en la base de una farola que iluminaba sus
facciones, suavizando los ángulos de su rostro. Era atractivo en un estilo rudo, pero
ahora, mientras me permitía mirarlo, pensé que era lo más hermoso que había visto
en mi vida.
Él me dejaba sin aliento.
—Deberíamos subir —dijo—. Está haciendo frío.
Tomó mi mano y me dirigió hacia su casa. Dios, su casa. El lugar donde vivía.
Iba a ver dónde dormía, comía y se duchaba.
Cállate... No pienses en duchas.
Subimos dos pisos por las escaleras hasta que llegamos a una puerta de madera.
Después de abrirla, esperó a que entrara antes que él. Cuando pasé el umbral, me
dijo con un terrible acento británico:
—Bienvenida a mi humilde morada.
Lo miré y sonreí. Me encontré amando al Dorian juguetón.
—Bueno, gracias.
Cuando encendió las luces, contuve el aliento. Estaba aquí, y no había vuelta
atrás. Me di un momento para concentrarme en el departamento. Las ventanas de
piso a techo consumían toda la pared posterior. La sala de estar era un concepto
abierto, que proporcionaba una vista perfecta de todo el espacio. El departamento
de Dorian no era nada que hubiera esperado. Una araña victoriana con un toque
moderno colgaba del techo sobre una rústica mesa de comedor. Y a pesar de que el
espacio era amplio, tenía una sensación acogedora. Los cálidos tonos de azules
oscuros y claros combinaban maravillosamente para hacer que la habitación fuera
atractiva.
Y hermosa.
—Entonces, ¿qué piensas? —preguntó vacilante.
Lo miré mientras él miraba a todas partes menos a mí.
—Realmente me gusta. —Luego agregué—: Me gusta tanto que temo que nunca
me iré.
Sus ojos se posaron en los míos en un instante y una sonrisa se extendió por
sus labios carnosos.
—Me encantaría eso —susurró.
Él dio un paso hacia adelante y yo di un paso hacia atrás. Sabía que, si me
atrapaba, sería el final de nuestra amistad. Me desmoronaría. Caería en sus fuertes
brazos y nunca me soltaría. No estaba preparada para él.
Se acercó, su ritmo constante y sus pasos seguros. Sus ojos estaban fijos en los
míos, haciéndome difícil respirar.
Cuando sentí que mi espalda golpeaba la pared detrás de mí, supe que no tenía
a dónde ir. Respiré profundamente.
Fin del juego.
Las olas de calor me cubrieron cuando colocó sus manos en la pared al lado de
mi cabeza. Mi tumultuoso corazón amenazó con salirse de mi pecho.
—¿Lo dijiste en serio? —preguntó, su voz profunda en mi oído, sacudiendo mis
pensamientos.
Mis ojos se cerraron.
—¿Q-qué cosa?
—La canción. ¿De verdad quisiste decir eso?
Su dedo tocó mi barbilla y levantó mi cabeza.
—Abre tus ojos.
Negué. No podría controlar lo que vería reflejado en ellos. Y tuve la sensación
de que mis ojos le dirían todo lo que mi boca tenía miedo de decir en voz alta.
Que tenía miedo.
Que el mundo seguía golpeándome y no había nada que pudiera hacer para
detenerlo.
Que no sabía cómo ayudar a mi familia.
Que lo quería a él. Quería estar con él.
—Abre los ojos, cariño.
Apreté los dientes, negándome a ceder.
Los latidos del corazón y las respiraciones erráticas eran los únicos sonidos en
la habitación. Entonces lo escuché murmurar:
—Mierda. —Y sin previo aviso, los labios de Dorian se estrellaron contra los
míos. Mis ojos se abrieron y luego volvieron a cerrarse cuando mis manos
encontraron lugar en su pecho. No estaba segura si quería alejarlo o acercarlo más.
Me besó profundamente y con un propósito, como si hubiera estado muerto de
hambre por ello. Entonces su toque se hizo suave. La yema de su dedo acarició mi
mejilla, y luego sentí el roce de sus labios contra los míos cuando el beso se suavizó,
acariciándolos ligeramente. Cuando mordió mi labio inferior, jadeé. Calmó el dolor
punzante con su lengua, rozándola lentamente hasta que encontró su camino de
regreso a mi boca abierta. Su mano viajó a mi muslo, levantándolo y envolviéndolo
alrededor de su cintura. Él me acercó más, hasta que estaba pegada a su duro cuerpo.
Con mi otra pierna, tuve que ponerme de puntillas, porque era tan alto. Podía sentir
su dureza en mi estómago.
Él estaba duro por mí.
Mi mente se despertó de su aturdimiento, y comencé a darme cuenta de lo que
estaba sucediendo. Aunque me encantaba la sensación de sus labios sobre los míos,
estaba enojada. ¿Cómo pudo hacer eso? ¿Cómo podría besarme sin mi permiso,
después de decir que solo sería mi amigo? Después de que él me prometió, que lo
tomaríamos con calma.
De repente, estaba furiosa.
Lo empujé, pero él era una pared de ladrillos. No sintió mis patéticos intentos
de alejarlo, así que lo empujé más fuerte y lo golpeé en el pecho. Bajó mi muslo,
agarró mis manos y las inmovilizó contra la pared por encima de mi cabeza. Era
como un hombre poseído. Sentía que nada en este mundo lo haría dejar de besarme.
Ni siquiera yo.
Una batalla interna tuvo lugar dentro de mi cabeza. Quería darle una patada en
el culo, darle un puñetazo en el rostro por tomar lo que quería sin preguntar. Por
hacerme ceder, por rendirme a las emociones que me abrumaban. Pero aún más que
eso, quería aferrarme a él mientras mi corazón aumentaba su ritmo mientras su
lengua daba vueltas alrededor de la mía.
Necesitaba más.
Me lancé hacia adelante, pero mis cautivas manos me impidieron acercarme.
Lo besé con entusiasmo, mi lengua conectándose con la suya. Sus manos soltaron las
mías y él ahuecó mi rostro. Nos besamos como si hubiéramos hecho esto un millón
de veces antes.
Sus dedos se movieron a lo largo de mi mandíbula, y deslizándose hasta que
estaban enterrados en las raíces de mi cabello. Él apretó su agarre y me acercó aún
más, tragándome por completo.
Mis manos estaban ocupadas haciendo su propia exploración. Comencé en la
base de su estómago, sintiendo sus abdominales flexionarse bajo mi toque. Mis
dedos se deslizaron hasta que alcanzaron su fuerte y ancho pecho, hasta su clavícula,
y toqué la cicatriz en su barbilla. Seguí tocando, sintiendo el lugar crudo y tallado
donde solía estar la piel lisa. Alejé mi boca y besé las líneas irregulares. Él necesitaba
saber que era parte de él y que era hermoso para mí, con cicatrices y todo.
Su cuerpo se tensó, pero continué con mi inspección. Cuando estaba satisfecha
de no haberme perdido ningún lugar, levanté la vista y lo encontré observándome,
con los ojos húmedos por lágrimas contenidas. Brillaban con tristeza, aceptación,
calidez y afecto.
Lo observé atentamente mientras me preparaba para exponer mi alma ante él.
Era hora. No escaparía más.
Abrí la boca y dije:
—Quise decir cada palabra.

Estaba demasiado conmocionado para reaccionar, mirándola con perplejidad.


Me imaginé caminando hacia un acantilado imaginario y gritando mi felicidad a todo
pulmón, gritándole al mundo que la chica que quería tan ferozmente finalmente
admitió que me necesitaba tanto como yo la necesitaba.
No quise besarla así. Fue una decisión dividida en momentos en que mi cuerpo
actuó solo.
Lo quería, lo tomé. No tenía control sobre eso.
No podía soportar el hecho de que ella se negó a abrir sus ojos y mirarme. Sabía
lo que encontraría escondido en sus profundidades verdes. No podía dejar que se
escapara de mí nunca más. Le había prometido que sería su amigo y tomaríamos las
cosas con calma, y tenía toda la intención de mantenerme fiel a mi palabra. Pero al
mismo tiempo, tuve que hacer que admitiera sus sentimientos hacia mí.
Así que la besé. La besé como si nunca hubiera besado a otra. Todo lo que había
experimentado antes de ese momento desapareció en el olvido, desapareció, nunca
volvió a la superficie en mi conciencia. De ahora en adelante, solo recordaría el toque
de sus labios carnosos y llenos contra los míos.
Podría besarla para siempre si ella me lo permitiera.
Mi codicioso cuerpo ansiaba sentir su calidez, tocar la suavidad de su largo y
sedoso cabello, respirar el aroma a vainilla que llenaba mi nariz y acercarla aún más.
Temí por un momento que la aplastaría con la intensidad con que la abrazaba. No
pude evitarlo; la presioné más cerca de mí. Todo lo que quería era ser consumido por
ella. Y lo estaba. La devoré y sabía mejor que todos los dulces que alguna vez había
probado.
Cuando sentí sus pequeñas manos abrazándome, finalmente sentí paz. Me
sentí como en casa.
En un movimiento rápido, la levanté como la princesa que era y caminé hacia
la sala de estar con ella en mis brazos. Apoyó su cabeza en mi hombro, y como si
fuera posible, apreté aún más mi agarre sobre ella.
En tres largos pasos, la coloqué con cuidado en el sofá y di un paso atrás. Sus
ojos estaban abiertos de sorpresa y curiosidad. Con un lado de su labio curvado,
preguntó:
—¿Qué estás haciendo?
—Te prometí mi famoso chocolate caliente. Espera aquí e iré a prepararlo para
nosotros. Puedes encender el televisor, poner música o lo que sea. Siéntete como en
casa.
Le haré el chocolate caliente más delicioso que haya probado en su vida, con la
esperanza de que regrese, aunque fuera para beberlo de nuevo.
Puse una cacerola en la estufa y agregué el cacao, el azúcar, la sal y la leche, y
luego los mezclé a fuego medio-bajo. Cuando el cacao y el azúcar se disolvieron,
agregué el resto de la leche y la revolví hasta que estuvo lista, luego agregué vainilla
y un toque de miel. Sonreí todo el tiempo mientras vertía el líquido oscuro en las
tazas blancas a juego y las llevaba a la sala de estar. Cuando entré, me detuve en
medio paso.
Pequeña estaba sentada en el sofá... la guitarra de mi padre descansaba en su
regazo mientras jugaba con las cuerdas, creando una hermosa e inquietante canción
de cuna. En toda mi vida, nunca había escuchado nada tan calmante, tan gentil.
Tal vez sintió mi presencia porque dejó de tocar y volvió la cabeza hacia mí. Sus
mejillas sonrojadas con vergüenza.
—¿Por qué te detuviste?
Ella bajó la cabeza.
—Es algo en lo que estoy trabajando y por alguna razón no puedo hacerlo bien.
—¿Compusiste eso?
—Sí —respondió en voz baja.
—Pequeña, lo que acabas de tocar, lo juro, fue increíble. Podría haberte
escuchado para siempre.
—Gracias. Espera, ¿cómo me llamaste?
Oh, mierda. No me di cuenta de que mi apodo se había escapado. Hijo de puta.
Me froté mi nuca, deseando que el piso se abriera y me tragara.
—Bueno, yo... no te enojes, ¿de acuerdo? Yo solo... —Pasé mis dedos por mi
cabello—. Cuando te vi ese primer día en el grupo de apoyo, la palabra Pequeña saltó
a mi cabeza y me pareció bien seguir llamándote así. En mi cabeza.
—¿Entonces me has llamado Pequeña en tu cabeza? ¿Todo este tiempo?
—¿Sí…?
Negó y se rió entre dientes.
—Está bien.
—¿Está bien?
—Sí, está bien. —Negó y río—. ¿Por qué? ¿Debería estar enojada? Es un poco
lindo —dijo con un brillo travieso en los ojos.
Me reí y me moví del lugar donde estaba parado desde el momento en que la
escuché tocar. Cuando llegué al sofá, coloqué las tazas sobre la mesa y me senté junto
a ella.
Aclarándome la garganta, esperé que no escuchara el deseo y la lujuria en mi
voz.
—¿Estás lista para ser sorprendida?
—Creo que lo estoy.
Le di una taza.
—Salud.
—Salud —añadió en voz baja.
Chocamos nuestras tazas y ella llevó la suya a su boca, cerrando los labios sobre
el borde. Observé, esperando ansiosamente su reacción. Le prometí perfección.
Necesitaba saber si era así.
—Vaya. Esto es increíble. —Pude sentir mi rostro dividirse con una amplia
sonrisa—. Puedo sentir la vainilla —dijo—. Pero hay algo más, simplemente no puedo
precisar qué es. Es muy sutil.
—Me alegro que te guste.
—Me encanta —dijo, bebiendo otro sorbo. Con calma saboreamos el líquido
caliente y luego recordé lo que Toby me había pedido el otro día, y el momento
parecía correcto para sacarlo a la luz.
—Necesito preguntarte algo.
Puso su taza sobre la mesa y giró su cuerpo en mi dirección, dándome toda su
atención, y esperó a que yo hablara.
—¿Tienes trabajo?
Bajó la mirada.
—No, renuncié recientemente. ¿Por qué preguntas?
—Bueno —comencé—, conoces a Toby, ¿verdad? ¿El dueño del bar?
—Sí, ¿qué pasa con él?
—Me preguntó acerca de ti. Él vio tu actuación y le gustaría contratarte para las
noches.
—¿En serio?
Por su tono, no podía decir si aceptaría o rechazaría. Asentí.
—Sí.
—Solo tendría que cantar, ¿verdad?
—Sí, solo cantar. Por unas pocas horas por las noches. Tendrás acceso gratuito
al bar si quieres una bebida entre sets. También estaría allí si necesitaras algo.
Con una sonrisa caprichosa, dijo:
—De hecho, necesitaba algo por las horas de la noche. Eres como mi ángel
guardián con el tiempo. Gracias.
Sentí mi rostro calentarse. Sucedió con frecuencia cuando estaba en su
presencia.
—¿Por qué renunciaste?
—Trabajar durante el día era duro mientras me ocupaba de las necesidades de
mi padre. Y a pesar de que entendían, no me sentía cómoda continuamente
pidiéndoles cosas. Así que hice lo único que pensé que era correcto en ese momento.
Renuncié.
Era la primera vez que hablaba de sí misma y la primera vez que abordó
voluntariamente el tema de su familia.
—Te gustaba allí. —No era una pregunta. Tenía la sensación de que amaba su
trabajo y lo último que había querido hacer era renunciar.
Sus ojos encontraron los míos.
—¿Cómo lo supiste?
—Parecía que si tuvieras otra opción no hubieras renunciado.
—Sí, tienes razón. No era lujoso ni nada. Trabajé en una tienda de ropa, pero
amaba a la gente y eso me distraía.
Tomé su mano y la acerqué, colocándola sobre mi muslo y enlazando nuestros
dedos juntos. Sus ojos estaban fijos en nuestras manos unidas, pero necesitaba sus
ojos sobre mí para lo que iba a decir.
—Aria, mírame.
Su mirada se alzó lentamente, dudando.
—Pequeña, quiero que… —Negué—. No, necesito que sepas una cosa. Cuando
te sientas perdida y sientas que vas a perder las esperanzas, cuando sientas que tu
familia se ha apoderado de tu vida… mi hogar puede ser tu refugio, tu santuario, tu
lugar seguro o como quieras llamarlo. Incluso si no aceptas la oferta, todavía será
tuya cuando quieras. Puedes venir aquí cuando quieras.
Sus ojos empezaron a nublarse. Apretó mi mano.
—Gracias, Dorian.
—De nada —susurré.
Nos quedamos en silencio, mirándonos. Hasta que rompí el silencio.
—Desde que volví de Afganistán, yo… —Me detuve, intentando encontrar las
palabras correctas para explicar mi condición—. He tenido un problema para tocar
a la gente. Todavía lo tengo.
—Cuando me salvaste en el bar… ¿qué hay de ese hombre? Lo tocaste.
—Cuando toco a personas durante una pelea, o cuando estoy molesto, por
alguna razón, puedo manejarlo. Es como si me mente se cerrara y simplemente hago
lo mío. Pero si tengo que tocarlos, intento tocar su ropa en lugar de su piel. Sé que
no tiene sentido, pero sí para mí.
Estuvo en silencio y luego preguntó.
—¿Qué otros síntomas tienes?
—Ruidos. Siempre estoy alerta, necesito estar mirando la puerta buscando la
mejor forma de escapar. Y a veces, recuerdo cosas en medio del día. Estoy
acostumbrado a las pesadillas. He vivido con ellas cada noche. Pero los recuerdos
son lo que más me asusta.
—Cuando nos conocimos la primera vez, cuando te encontré en el suelo y tú…
—Se quedó en silencio.
—¿Te ataqué? Puedes decirlo. Te ataqué. Demonios, ¿por qué no tienes miedo
de estar a solas conmigo ahora después de lo que hice?
Me sentía avergonzado de mirarla. Bajé mi mirada y cerré los ojos. Solo la idea
de herirla y aterrarla rompía mi corazón. El recuerdo de ella intentando escaparse, y
cómo intentó arrinconarse contra la pared, me atormentaba cada noche… junto con
las pesadillas del monstruo.
—¿Qué te dije?
Negué, sin estar seguro qué quería decir.
—Está bien, te perdono. Supe que no eras consciente de lo que estabas haciendo
y no te resiento por eso. No me importa una mierda. Se acabó, así que déjalo… ir.
Antes que dijera la última palabra, envolví mis brazos alrededor de ella y la
abracé, acercándola, mientras enterraba mi cabeza en el dulce punto de su cuello.
—Sin embargo, no entiendo algo.
—¿Qué?
—Me tocaste. Mucho, de hecho.
Me alejé de ella, acunando su rostro.
—En realidad, no tengo idea por qué puedo tocarte así. Fue difícil para mí
siquiera tocar a mi familia cuando volví. Todavía no puedo descifrar cómo puedo
tocarte sin sufrir un episodio. Nuevas personas, nuevos contactos, nunca salió bien
para mí.
Sus ojos se nublaron.
—Pero aun así conseguiste el recuerdo.
Esta era la primera vez que hablábamos abiertamente de lo que había pasado.
Sentí un peso caer de mis hombros. Dejarla entrar… ayudaba.
—No pasó porque te toqué —empecé a explicar, dejando caer mis manos de su
rostro—. Estaba sentado solo, esperándote. Solo un pensamiento es lo que se
necesita para que vuelva un recuerdo. Una jodida idea cruzando mi mente y todo el
infierno se desata. Pero si jugaste algún papel en ese episodio fue porque me sacaste
de este.
Me miró de nuevo con los ojos llenos de algo que no podía describir. En una
voz suave, dijo:
—Sin embargo, todavía no entiendo lo del contacto.
—Demonios, ya somos dos. —Negué—. ¿Pero sabes qué? Decidí no luchar
contra eso. Si hay alguien en este mundo que esté feliz de tocar, es a ti.
Sus dedos se estiraron y acariciaron mi mandíbula, deslizándose hasta llegar a
mi mejilla. Su caricia era suave, gentil, cariñosa. Cuando terminó su inspección, los
pasó sobre mis cejas. Empezó a trazar su forma, moviéndose de derecha a izquierda
y de izquierda a derecha.
Me sentí… atesorado.
—Me encantan tus cejas —murmuró.
Contuve una risa.
—¿Qué?
Sus ojos se abrieron como platos, como si mi pregunta la hubiera sacado del
trance en que había caído y sus mejillas se pusieron rosas.
—Nada.
Sonreí.
—Eso definitivamente fue algo.
Mordió el interior de su mejilla, y en una voz que apenas era un susurro, dijo:
—Yo… tengo una extraña fascinación cuando se trata de las cejas.
—Eso es… raro —dije, sin poder contener mi diversión.
Asintió y se encogió de hombros.
—Lo sé —dijo, todavía avergonzada.
—Oye —dije—. Creo que es lindo. Puedes fantasear con mis cejas cuando
quieras. Insisto. —Terminé con una sonrisa.
Después de unos minutos de mirarnos a los ojos, murmuré:
—Canta para mí… extrañé el sonido de tu voz.
Tomó la guitarra y la dejó sobre su muslo, arreglándola hasta que se sintió
cómoda. Tocó las cuerdas ligeramente, creando un ligero y simple tempo. Luego,
suavemente, empezó a incrementar el ritmo.
Reconocí la canción inmediatamente, Right Here de Ashes Remain. Cuando
cantó con su hechizante voz sobre sanar y quedarse hasta que llegara el mañana, me
derrumbé. No tenía idea de lo mucho que su elección de canción significaba para mí.
Ella era todo lo que deseaba.
Cuando las notas finales hicieron eco en el aire, el mensaje que tenía era uno
fuerte y claro… estaba aquí para mí. Y no podía ser más bendecido. Sabía que era la
clase de mujer que se quedaría a mi lado y enfrentaría todo. Mi respuesta a su
canción; la única cosa que mi mente me estaba gritando que hiciera, era besarla.
Así que eso hice.
Quité la guitarra de su regazo, la dejé en el suelo, agarré su cuello y estrellé sus
labios contra los míos. La besé con fuerza, amando su sabor y suavidad. Acuné sus
mejillas, incliné su cabeza y profundicé el beso. Cuando la besé, me sentí como un
hombre poseído. Quería besarla profundamente y plenamente hasta que no supe
donde empezaba ella y terminaba yo. Devoré su jadeo en mi boca, mi cuerpo era un
océano de llamas.
Retrocedí ligeramente y la miré con los ojos nublados. Ambos sabíamos que
desde este momento en adelante nada sería lo mismo. Habíamos cruzado la línea de
la amistad y nos habíamos convertido en mucho más.
Eso nos sanaría, o nos destruiría.
Manteniendo mi boca cerca a la suya, dije:
—También estoy aquí… cuidaré de ti. —Le di un beso en los labios—. No dejaré
que nada te lastime. —Otro beso—. Y siempre seré tu refugio. —Un beso más—. Por
favor, recuérdalo.
—Lo haré. —Suspiró.
—Pequeña, sé que hemos pasado esta etapa en nuestras vidas, pero… —Me
quedé en silencio, de repente sintiéndome nervioso—. Nunca he…
—¿Nunca qué?
Mirándola a los ojos, hice la pregunta que nunca había hecho en mi vida.
—¿Serías mi novia?

Decir que estaba sorprendida, no alcanzaría siquiera a cubrir un poco lo que


estaba sintiendo. No podía hacer nada más que mirarlo. ¿Serías mi novia?
—Por favor di algo —susurró suavemente.
—Qué quisiste decir cuando dijiste que nunca has...
Sus mejillas se sonrojaron mientras sus ojos miraban al suelo. Dorian se aclaró
la garganta, negó y me miró tímidamente.
—Te dije que no he tocado a una mujer en casi una década, ¿verdad?
—Sí.
—Bueno… también sabes que no puedo tocar a la gente libremente —dijo
mientras su mano capturaba la mía, enlazando nuestros dedos. La acción era tan
contradictoria a las palabras que acababa de pronunciar, que me hizo sonreír.
Mirando pensativo nuestras manos unidas, murmuró—: Eres la primera mujer que
he tocado en mucho tiempo.
Me estremecí mientras sus palabras penetraban mi piel, flotando dentro de mi
cuerpo y yendo directo a mi corazón. Acarició el dorso de mi mano con su pulgar,
creando pequeños círculos mientras acariciaba mi piel lentamente.
—¿No tenías… necesidades? —Estaba segura que estaba roja como un tomate.
Se rió.
—Soy un hombre, Pequeña. Sí, tenía necesidades. Pero sin importar cuando
creyera mi cuerpo que lo necesitaba, mi mente sabía que no podía. El más pequeño
toque me hacía enloquecer. ¿Cómo podría siquiera intentar estar íntimamente con
alguien?
—¿Y antes? —Entendía por qué se mantuvo solo después de lo que le sucedió,
¿pero antes de eso?
—Cerca de un año antes de enlistarme, mi cabeza estaba ocupada con el
entrenamiento y el campamento de preparación. Nunca tuve una novia y las chicas
no estaban en mi radar. Sí, tuve citas durante cortos periodos de tiempo. Pero nunca
fue durante mucho. Durante mi despliegue, estaba en su mayoría aislado en lugares
abandonados por Dios. Durante las vacaciones, pasaba todo el tiempo con mi
familia. Mi papá… —Cerró sus ojos mientras su voz temblaba—. Se enfermó mientras
estaba en un despliegue.
—Lamento mucho lo de tu papá, Dorian. No lo sabía.
Sus ojos se abrieron.
—Sí.
—¿Qué sucedió? —pregunté suavemente.
Las líneas entre sus cejas se hicieron más prominentes. Me miró y la mano que
todavía sostenía la mía, me acercó a él, hasta que medio cuerpo estuvo contra el suyo.
Levanté mi cabeza y lo miré con duda.
Puso sus manos en mi cintura y me levantó, hasta que estuve en su regazo. Sin
perder un segundo, sus fuertes brazos me rodearon con su calidez, abrazándome más
cerca de su corazón. Apoyó su barbilla en la cima de mi cabeza, y cada tantos
segundos, apretó su agarre como si necesitara confirmarse a sí mismo que de verdad
estaba ahí, en sus brazos.
—No me dijeron que estaba enfermo —empezó, con voz suave—. Tenían miedo
que me fuera a distraer. —Se rió con un tono vacío—. Que me hiciera perder el
enfoque e hiciera que me mataran. Qué jodido chiste —espetó—. Cuando lo supe, me
puse como loco. Quise renunciar, dejar a mi equipo e irme a casa, pero mi papá me
convenció de no hacerlo. Así que me quedé. En mis permisos, lo cuidaba a él y a la
familia tanto como podía.
Apoyé mi mejilla en su pecho, cerca de su corazón. Sus manos me acercaron
más.
—Murió. Y no estuve ahí. Ni siquiera estuve para su funeral. El jodido cáncer se
lo llevó, y no estuve ahí.
—No fue tu culpa —dije con convicción—. No tenías opción. Eras un soldado en
la guerra. No es tu culpa.
—Lo sé ahora —dijo, sonando derrotado—. Pero eso no evita que la culpa me
carcoma.
Me eché hacia atrás, y lo miré a los ojos. Con mi índice, tracé la curva de sus
cicatrices.
—¿Quién te hizo esto? —susurré.
—Un jodido monstruo. —Su voz estaba tan llena de veneno que retrocedí.
Luego acunó mi rostro, su caricia era suave, como si tuviera miedo de romperme—.
Te necesito como nunca necesité a nadie en mi vida y me eso me aterra —dijo—. Pero
ya no me importa. —Negó—. Eres mi debilidad, y nunca me he permitido tener una.
—Sus labios dejaron un suave beso en mis labios. Una, dos, tres veces—. Así que, por
favor —murmuró—. No te vayas esta noche. —Su lengua acarició mis labios—.
Quédate.
—Está bien —murmuré.
Levantó mi cabeza, obligándome a mirarlo.
—¿Qué estás pensando, niña bonita?
—Que tenemos mucho en común —respondí honestamente.
Sonrió de esa forma de nuevo, la sonrisa que lo hacía ver tan atractivo, tan sexy,
que lo único en que podía pensar era en atacarlo con besos.
—Cuéntame de tu familia —dijo suavemente.
—Cuando supimos que mi papá tenía cáncer… Dios… —Negué—. Pensé que mi
mundo se había acabado. Estaba con él cuando el doctor nos dijo. Al principio, pensé
que bromeaba. —Me reí amargamente, recordando esos primeros segundos cuando
pensé que todo era un mal chiste—. Pero pronto, me di cuenta que no bromeaba.
Cuando llegamos a casa, fui yo quien tuvo que contarle a mi madre que su esposo
estaba terminalmente enfermo. Todo el camino de regreso, pensé y reflexioné cómo
contarle las noticias. No me esperaba la expresión en sus ojos. El silencio. La
negación. De ahí en adelante, todo comenzó a desmoronarse.
Sus pulgares acariciaron mis mejillas mientras me miraba con tristeza.
—Ella solía ser tan feliz, Dorian, y llena de vida —continué. Quería dejarlo salir,
deshacerme de este enorme peso que me mantenía presionada—. ¿Pero ahora? —
Negué—. Es como si se hubiera extinguido.
—¿Qué hay de tu hermano, Adam? ¿Sabe qué está sucediendo?
—Sí —dije débilmente—. Lo supo de la peor forma. Estaba escondiéndose
detrás de una pared mientras mis padres estaban peleando. Cuando llegué a casa esa
noche, y lo encontré husmeando, me enloquecí. Lo llevé a mi cuarto; peleamos,
hablamos, lloramos. Al día siguiente, hablamos con nuestros padres por separados.
Ahora, estoy esperando que las cosas vuelvan a su sitio, pero no estoy conteniendo
el aire.
—Oye, no digas eso. —Puso un par de mechones detrás de mis orejas. Cerré los
ojos, sintiendo el toque de sus labios contra los míos. Cuando retrocedió, abrí mis
ojos—. Ahora no estás sola, cariño.
—Gracias. —Emocionalmente agotada por toda la conversación profunda,
cambié de tema—. Todavía no puedo entender el hecho que nunca tuvieras una
novia.
Se rió y se inclinó más cerca, frotando su nariz contra la mía.
—Bueno. —Suspiró—. Nunca tuve a alguien especial que quisiera como mía. Así
que nunca tuve una.
—¿Eso es lo que quieres? —pregunté suavemente—. ¿Hacerme tuya?
—Es lo justo, Pequeña.
Pequeña… por alguna razón, me gustaba su apodo para mí.
—¿Por qué?
—Porque ya soy tuyo.
Tomé aire, y como si fuera posible mi corazón latió más rápido.
—Di que serás más, que serás mi novia. —Rozando sus labios contra mi oreja,
exigió—. Dilo.
Tomé aire con fuerza y dije las palabras que necesitaba escuchar.
—Soy tuya.
Estrelló sus labios con los míos. Su lengua acarició mis labios, exigiendo entrar,
y cedí a él sin pensarlo dos veces. Mi corazón ya había aceptado el hecho que me
poseía, mi cabeza necesitaba ponerse al tanto.
“Te aliviaré y te sanaré, te traeré rosas. Yo también he estado cubierta de
espinas”.
—Rumi

loté en el infinito mar, yendo a la deriva hacia lo desconocido.


La temperatura del agua era gélida, penetrándome con su
frialdad. Escalofríos pasaron por mi cuerpo y mis dientes
castañearon. Sombras negras estaban alrededor, acercándose a
mí. Me sentí como si estuviera siendo arrastrado al fondo del abismo y cuando
estaba completamente sumergido en las profundidades tenebrosas, manos cálidas
me alcanzaron y me alzaron.

Abrí los ojos lentamente y parpadeé para alejar la fatiga, mi visión nebulosa y
borrosa. Los rayos del sol entraron por la ventana y me tomó un momento averiguar
dónde estaba. El sueño me había desarmado. No entendí su significado. Y aunque
quería entenderlo, también estaba agradecido porque, por primera vez que podía
recordar, me despertó un sueño, no una pesadilla.
Mientras mi mente todavía recordaba y corría en círculos frenéticos, levanté la
vista y contuve el aliento. Al principio, pensé que estaba alucinando, o tal vez todavía
estaba durmiendo y la conjuré en mi mente.
No podría ser.
Mi corazón comenzó a latir más rápido mientras temblaba por dentro.
Pequeña yacía en el sofá mientras mi cabeza descansaba en su regazo. Tenía los
ojos cerrados, profundamente dormida. Su cabello castaño claro era salvaje, hebras
indómitas dispersas en todas las direcciones.
Ella me quitó el aliento.
Miré el viejo reloj blanco que colgaba en la pared frente a mí. Era grande y
antiguo. Los números eran latinos y el marco de madera estaba decorado en tonos
azules. Mi madre me lo había comprado cuando me mudé hace unos años. Cuando
me di cuenta de la hora, me quedé atónito. Eran las siete de la mañana.
Eran las jodidas siete de la mañana y había dormido toda la noche.
Maldita sea. Siempre supe que su contacto me calmaba, pero nunca imaginé
que podría desterrar las pesadillas. Este conocimiento me asustó. Temía que iba a
necesitarla incluso más de lo que ya lo hacía. Pero en el fondo, también deseaba
poder despertar con ella todas las mañanas por el resto de mi vida.
Extendiendo la mano, cuidadosamente pasé las yemas de mis dedos por sus
cejas, por el puente de su nariz hasta que llegué a sus labios. Estaban llenos y rosados,
y no pude evitar deslizar mis dedos sobre ellos, sintiendo su textura y suavidad. Todo
lo que podía pensar en ese momento, era enterrar mis dedos en las raíces de su
sedoso cabello, acercar su cara a la mía y besarla sin sentido.
Mis dedos seguían acariciando sus labios cuando sus ojos se abrieron.
Deteniendo mi movimiento, nuestros ojos se encontraron. Nos miramos fijamente,
mis dedos aún tocaban sus labios. Pasó al menos un minuto antes de que uno de los
dos se decidiera hablar.
Dejé caer mi mano.
—Buenos días, novia —le dije, con la voz ronca por el sueño.
Una sonrisa se extendió por sus labios.
—Buenos días, novio.
—Todavía estás aquí —murmuré.
—Te prometí que me quedaría. —No pude evitar devolverle la sonrisa,
recordando la canción que me había cantado anoche—. Además, parecías que
necesitabas a alguien.
—No necesitaba a alguien —le dije—. Te necesitaba a ti. De hecho, dormí toda
la noche. ¿Tienes idea de lo que eso significa?
Negó, frunciendo las cejas.
—¿Sabes cuánto tiempo ha pasado desde que dormí toda la noche?
De nuevo, negó.
—Años —dije bruscamente—. Jodidos años.
—No nos entiendo, Dorian —dijo con voz queda—. Lo que tenemos... no es
normal. Es demasiado poderoso, demasiado intenso y demasiado pronto. Tengo
miedo. —Su voz ganó volumen—. No sé si se supone que debemos sentirnos así.
Tan... conectados. —Contuvo el aliento—. Solo estoy... mierda. No sé lo que me pasa
esta mañana.
Me senté, la agarré del brazo y, con un ligero tirón, la acerqué, colocándola en
mi regazo para que estuviéramos cara a cara.
—No pasa nada contigo —dije—. Tus pensamientos reflejan los míos. Sé que no
es normal, pero nunca dije que lo fuera. Todo esto que siento por ti... Soy adicto. A
tu olor... —Cerré los ojos e inhalé el aroma a vainilla que aún permanecía en su
cabello—. A tu toque. —Mis manos encontraron las suyas—. A tu sabor. —Llevé
nuestras manos juntas a mi boca y planté un beso en sus nudillos. Se quedó sin
aliento y después de unos segundos de silencio, exhaló lentamente, su pecho subía y
bajaba a un ritmo más rápido. Me ahogaba en su reacción, asombrado de cómo mi
toque tenía el poder de afectarla tanto—. Eres como un milagro para mí —le susurré
al oído—. Mi segunda oportunidad en esta vida. —Le planté un beso en la mejilla y
pasé los labios por su piel suave y cálida con movimientos lentos y deliberados—.
¿Dónde te encontré?
Sonrió tímidamente a través de sus largas y oscuras pestañas.
—En la reunión del grupo de apoyo de Bennie.
Me reí entre dientes y enterré mi cabeza en el hueco de su cuello mientras
inhalaba su aroma intoxicante en mis pulmones.
—Recuérdame agradecerle más tarde.
Se estremeció en mis brazos y asintió.
—Lo haré.
Todo lo que podía sentir a nuestro alrededor era la quietud y quería quedarme
envuelto en ella todo el día.
Y el siguiente.
Y el siguiente.
Y…
—Probablemente debería irme.
Mi corazón se hundió.
—No quiero que te vayas —dije abatido. Incluso hice un puchero.
Ella rió. El sonido era como música para mis oídos porque quería que se riera
todo el tiempo.
—Serán solo unas horas —dijo—. Mi papá tiene un chequeo hoy y tengo que
llevarlo.
—Está bien. —Metí un mechón de cabello detrás de su oreja, le planté un beso
en los labios y luego me incliné hacia atrás, mirándola a los ojos—. ¿Puedes venir al
bar más tarde? Toby probablemente esté esperando tu respuesta.
Se sonrojó, desvió la mirada y miró a todas partes, menos a mí.
—¿Qué pasa? —le pregunté.
—Necesito prepararme mentalmente para eso.
—¿Por qué no te gusta cantar frente a una audiencia?
Se encogió de hombros.
—Me pone nerviosa, ¿sabes? No me gustan las multitudes. Prefiero cantar para
mí o para una persona a la vez.
Le sostuve la barbilla entre el pulgar y el índice.
—Siempre que pueda escuchar tu dulce voz, puedes hacer lo que quieras.
Aunque —agregué en voz baja—, creo que sería una tragedia si el mundo no llegara
a escucharte.
—Deja eso —dijo, sus mejillas se sonrojaron—. Siento que me sonrojo todo el
tiempo cuando estoy contigo.
—Te sienta bien. Además, me encanta hacerte sonrojar.
Sacó la lengua, y en un movimiento que me hubiera valido una medalla de oro
en los Juegos Olímpicos, mis labios capturaron su lengua, segundos antes de que
pudiera volver a meterla. Chupé y saboreé, besándola ferozmente. Estaba
desesperado. Posesivo. La respiré dentro de mí, sintiendo como si ella estuviera en
mi interior. Nuestras lenguas lucharon por la dominación. Sus dedos encontraron su
camino hacia mi nuca mientras presionaba su cuerpo más cerca del mío, sellando
nuestra conexión. Mis manos subieron por su espalda hasta que encontré refugio en
las raíces de su cabello. Apreté mi mano derecha y creé un puño hecho de seda, luego
eché la cabeza hacia atrás y tragué su jadeo en mi boca. Consumí sus sonidos,
devorando su dulce sabor, profundizando el beso aún más. Estaba tomando todo lo
que ella estaba dispuesta a darme, y a cambio, devolviéndole todo lo que tenía dentro
de mí.
Mi pequeña zorra comenzó a mover sus caderas contra mi palpitante dureza,
haciéndome estremecer. Gemí en su boca. Estaba sobándome justo allí, haciendo
que el bulto en mi pantalón se hiciera aún más duro. Gruñí, apretando mi agarre en
su cabello. Su cuerpo se puso rígido y contuve la respiración, sin estar seguro si ella
querría que nos detuviéramos.
Cuando reanudó sus movimientos, frotándose aún más rápido, los dos
gemimos al unísono.
Tenía miedo de explotar. Años sin sexo me hicieron sentir como si fuera
prácticamente virgen.
Empecé a empujar contra ella con más urgencia, ambos nos encontramos a
medio camino, y supe que la había tocado justo donde ella me necesitaba cuando fui
recompensado con un profundo y largo gemido. Gruñí mi aprobación en su boca,
nuestras lenguas entrelazándose juntas, encontrando armonía después de la guerra
de control en la que habían luchado.
Apartó su boca de la mía, jadeando, mirándome con los ojos llenos de deseo y
necesidad.
Necesidad de mí.
—Dorian —gimió. Ambos respiramos con dificultad mientras nuestros cuerpos
seguían amándose, frotándose adelante y atrás, hacia arriba y abajo, y en círculos
lentos y largos. Mierda. Si ella se sentía así de bien con la ropa puesta, estaba perdido.
Me vendría con el primer empuje.
—Lo sé, nena —murmuré—. Lo sé…
—Necesito... —gruñó.
—Dime —jadeé en su boca—. Dime lo que necesitas y te lo daré.
—Más... —gimió—. Necesito más.
Sonreí.
—Tus deseos son órdenes.
Aumenté mi ritmo; mi ritmo era ahora más rápido, más enérgico. Mi dureza se
tensó contra mis jeans, tratando de atravesar la barrera y encontrar su camino
directo a su núcleo. Apreté nuestras frentes, mirándonos a los ojos, nuestras
emociones transparentes, desnudas para que el otro las leyese. Estábamos jadeando
y solo los sonidos de nuestra respiración se escucharon dentro de la habitación.
Haciendo rodar mis caderas más rápido contra ella, la sentí tensarse en mis
brazos, y después de unos segundos de silencio, gritó su alivio. Unos cuantos
empujones más y también me vine, gruñendo mi liberación y empapando mis jeans.
Luego la besé.
Duro.
Saboreándola y los pequeños sonidos que hacía.
Ella me pertenecía.
Me retiré, dándole un último beso en la boca, y luego dirigí mis labios hacia su
nariz donde le di un casto beso, seguido de un beso en cada párpado. No podía tener
suficiente de ella.
Ella y yo nos sostuvimos la mirada el uno al otro.
—Vaya, eso fue...
Froté su nariz con la mía y dije:
—Sí, nena, lo fue.
“Tenían la cara torcida hacia sus ancas y encontré necesario caminar hacia atrás,
porque no podían ver delante de ellos... y como él quería tanto ver adelante, él
mira hacia atrás y anda un camino hacia atrás”.
—Dante Alighieri

¿
stás nervioso? —pregunté en voz baja.
Porque yo estaba nerviosa. Y sabía que mi padre
estaba nervioso, a pesar de que trató de esconderlo de
nosotros.
La primera ronda de quimioterapia no ayudó. Su cuerpo no había respondido
positivamente al tratamiento. Aplastó su espíritu.
Nos dirigimos al hospital para una tomografía computarizada. Hace unas
semanas, comenzó una nueva línea de tratamiento con medicamentos más fuertes.
Nos diría si el tratamiento actual fue efectivo. Él no quería hablar, pero yo sabía. Lo
conocía como la palma de mi mano. Como el olor de un nuevo libro. O el olor de la
tierra después de una buena lluvia. Él tenía miedo.
Habíamos salido tan pronto llegué a casa esta mañana. Estaba tan impaciente
y temeroso de que llegáramos tarde, ni siquiera me preguntó dónde había estado ni
qué había hecho la noche anterior.
Suerte la mía.
Condujimos con mi papá, como de costumbre, tomando el control del volante.
Conducir era algo en lo que no estaba dispuesto a comprometerse. Él siempre me
había dicho que él sería el que estaría detrás del volante hasta su último aliento. No
me importó. Si era algo que podía hacer, y claramente lo quería, ¿por qué diablos
no? No sería yo quien se lo quitara. Como se había enfermado, le prohibieron muchas
cosas y no agregaría otra prohibición al montón.
El solo pensamiento rompió mi corazón.
Me senté junto a él en el asiento del pasajero, con los pies sobre el salpicadero.
Finalmente, después de largos latidos de silencio, mi papá volvió la cabeza en mi
dirección. Me miró sin decir nada, luego desvió la mirada hacia la carretera y dijo en
voz baja:
—No, no lo estoy.
Mentiroso.
Encendí la radio, saltando de estación en estación, buscando una canción que
se adaptara al momento. Después de varios intentos fallidos, conecté mi iPhone
porque (admitámoslo) ¿cuáles eran las probabilidades de que la misma canción
exacta que quería escuchar en este momento se reprodujera mágicamente en la
radio?
Cuando encontré la canción, presioné reproducir, y sonreí. Si él no quería
hablar, lo haría de la única manera que sabía.
Con música.
Move Along, de mi primera opción en banda, The All American Rejects, salió
de los altavoces. La melodía edificante y positiva fue exactamente lo que
necesitábamos. No tenía mucho que decir porque la canción lo dijo todo para mí.
Todo lo que necesitaba era apoyarse en mí.
Nunca perder la esperanza.
Para mantenerse fuerte.
Y para seguir adelante porque eso es lo único que podríamos hacer.
Bajé las piernas y bajé la ventanilla, mirando cómo el vidrio se deslizaba
lentamente. Incliné mi cabeza a lo largo de mi antebrazo, dejando que el viento fresco
enfriara mi cara. Me estremecí, enterré mi cabeza en el hueco de mi brazo, dejando
solo mis ojos desnudos al frío. Los árboles pasaron junto a nosotros en todos los
tonos de amarillo, naranja y rojo, anunciando alto y claro que el otoño estaba aquí.
Me encantaba el otoño. Hubo algo acerca de la temporada que me llamó la atención.
Me calmaba. Algunos dirían que el estado de ánimo en otoño era triste y deprimente,
pero nunca me pareció así. Cuando llegó el otoño, me invadió una sensación de
tranquilidad. Me encantó el olor, los colores vibrantes terrenales, las hojas caídas y
la nitidez en el aire.
Cerré los ojos, la canción todavía sonaba de fondo, y traté de mantenerme
firme. Se suponía que yo fuera el fuerte. Negué mientras mantenía los ojos cerrados.
Fue un cliché tan maldito. Yo no era fuerte Nunca fui fuerte. No estaba hecha para
esto. No tenía idea de quién allá arriba, en el cielo, pensó que era una buena idea
ponernos a prueba de esta manera. Todo lo que siempre quise fue que alguien se
llevara nuestro dolor. Todos los sentimientos reprimidos que tenía dentro desde el
momento en que esta pesadilla había comenzado me estaban agotando
emocionalmente.
Negación.
Depresión.
Esperanza.
Tristeza.
Enfado.
Desesperación.
Enfado.
Enfado.
Enfado.
Y ahora... aceptación.
Porque no podía enojarme más.
Mientras mi cerebro aún trataba de resolver todas mis emociones
desordenadas, sentí que algo me rozaba la mano izquierda. Lentamente, abrí los ojos
y volví la cabeza. Mi papá miraba hacia la carretera, su expresión era indescifrable,
pero su mano... su familiar y reconfortante mano, intentaba sostener la mía.
Un bulto comenzó a formarse en mi garganta, así que giré la cabeza y miré la
vista. Una sonrisa incómoda tiró de mis labios, mis ojos ardían con lágrimas que me
negué a derramar. Sujeté su mano con fuerza en la mía, juntando nuestros dedos,
respiré y llené mis pulmones de alivio.
Con lágrimas cayendo por mis mejillas, volví a tener esperanzas.
Fue su manera de decirme que mi mensaje fue recibido.

Estiré las piernas y me incliné hacia atrás, acurrucándome plácidamente en el


suave sillón de cuero. Estaba tan cansada. La última noche fue intensa, y sentí que
no había tenido un momento de descanso desde entonces. Quería meterme en mi
cama y despertarme en una semana. O dos.
Estábamos en la sala de espera, sentados uno al lado del otro, matando el
tiempo hasta su cita con CT. Hubo algunas demoras y él fue el último en la fila. El
lugar estaba prácticamente vacío, a excepción de una pareja de ancianos sentados en
los asientos frente a nosotros.
No pude evitar mirarlos fijamente. La mujer se sentó junto a su esposo, su
cuerpo se inclinó hacia él mientras sus ojos lo miraban con tristeza. Su esposo la
miró, sus ojos brillando con un torbellino de emociones. No podría decir quién era
el enfermo entre ellos. La mujer acarició la cara de su esposo mientras susurraba
palabras que no podía escuchar desde tan lejos. Todo el tiempo su esposo sostuvo su
otra mano entre las suyas, su cabeza inclinada y sus caras casi tocándose.
Ambos parecían heridos, profundamente doloridos.
Un bulto creció, por lo que era imposible tragar. Me picaba la mano para tomar
una foto del momento con mi teléfono, pero decidí no hacerlo. El momento era de
ellos solamente.
Cuando la enfermera los llamó, sentí que estaba despertando de un sueño.
Parpadeé un par de veces mientras los veía caminar lentamente con los hombros
caídos, de la mano hacia la enfermera. Miré a mi padre y lo vi mirándolos con la
misma expresión que el mío. Admiración.
En ese momento, mi teléfono vibró. Lo saqué del bolsillo, puse la clave con el
pulgar y leí el mensaje.
Dorian: No tienes idea de cuánto significó para mí pasar la noche
contigo. Probablemente estés sentada al lado de tu padre, sintiéndote...
con miedo. Pase lo que pase, estoy aquí. Ya no estás sola, cariño. Not
alone de RED. Escucha atentamente.
Negué y sentí que la comisura de mis labios se convertía en una sonrisa. Las
visiones de esta mañana penetraron en mi mente, y el calor se arremolinó en mi
cuerpo, despertando todos mis sentidos. Dios mío. Solo pensar en lo que habíamos
hecho juntos me hizo sonrojar. No era virgen. Tuve un novio en la secundaria. Pero
nunca me había sentido tan malditamente excitada en mi vida. Nunca esperé que
esto sucediera. No tan de pronto, de todos modos. Pero había tanta pasión reprimida
y lujuria en mí que ya no podía contenerme más. Y tampoco podía él. Lo pude ver en
sus ojos. Gritaron con necesidad. Necesitaba el toque incluso más que yo.
No podría escaparme más de él. No sabía la canción, así que hice una búsqueda
rápida en YouTube y encontré un video con letras. Me puse los auriculares, presioné
reproducir y escuché. La melodía era tranquila, lenta y conmovedora. Dejé que las
palabras me cubrieran y me contaran su historia. La voz del cantante latió dentro de
mí, envolviéndome con una sensación de paz, mientras que, al mismo tiempo, me
hacía doler el corazón. A través de la canción, Dorian me alentó y me aseguró que
siempre estaría allí para mí, sin importar lo que le deparara el futuro. Me llenó de
calidez y me asustó hasta la muerte. Desde el momento en que lo conocí, algo nos
juntó... como deberíamos ser. Todavía no sabía lo que era, pero la sensación era
poderosa y consumía todo.
No estoy sola, nunca más.

Alrededor de media hora había pasado desde que mi padre entró en la sala de
tomografía computarizada. Miré alrededor y me encontré sola. La sala de espera era
pequeña, sus paredes pintadas de amarillo. Una fuente de agua estaba en la esquina
y un televisor montado en la pared transmitía las noticias a bajo volumen. Con
tiempo en mis manos y nada mejor que hacer, saqué mi libreta de mi bolso. Hojeé
las páginas hasta que encontré la que estaba buscando.
La canción de mi papá.
Repasé la letra, leyendo las palabras que había escrito durante los días más
oscuros de mi vida. La canción estaba casi completa. Sacando mi lápiz, comencé a
escribir, traduciendo mis sentimientos en palabras, olvidando el mundo exterior
mientras vivía dentro de mi cabeza.
Después de borrar una y otra vez y volver a escribir nuevas líneas, terminé la
canción. Miré alrededor otra vez, y después de asegurarme de que todavía estaba
sola, tarareé suavemente. La melodía era lenta y poderosa, y la canté muy
silenciosamente.
Cuando cierro los ojos
Deseando que fuera todo un sueño
Mis pensamientos no me dejarán
Revolviendo dentro de mí
Solía ser un soñador
Siempre mirando el lado positivo
Ahora el mundo me abandonó
Despertándome de mi vida ordinaria
Huyendo de la verdad
Las sombras siguen persiguiéndome
Tratando de tomar el control de mí
Oh, por favor Dios, solo déjame ser libre
Despertando con sudor sobre mí
Me siento aliviado de que fuera solo un sueño
Pero luego la dura realidad me golpea
Ni siquiera me da un momento de paz
Me apresuro a tu habitación y te miro dormir
Asegurando que todavía estás respirando
Que no ha habido ningún daño en tu camino
Convirtiendo mi mundo colorido en gris
Por favor, Dios, haz que todo se vaya
Cómo desearía que él se quedara
Luchando como un tigre, no va a perder
Esta vida, es lo que tiene que elegir
Como la noche volvió a caer
El coro regresó, girando y girando, siempre repitiendo
Me preparo, agarrándome fuerte
Esperando con todo mi corazón, estaría bien
Abrí los ojos, parpadeando para alejar las emociones que ardían dentro de mí
y me encontré con un color de ojos igual al mío, observándome. Estaba de pie en el
pasillo, apoyado contra la pared, con los brazos cruzados sobre el pecho, los ojos
brillantes por las lágrimas mientras su boca se inclinaba hacia abajo, su expresión
mostraba una mezcla de tristeza y pena. Nunca quise que él lo escuchara. Y ahora
que lo hizo, no supe cómo reaccionar.
Nos miramos hasta que mi padre rompió el contacto y se dirigió hacia mí con
tres pasos largos. Se inclinó y besó mi frente. Cerré los ojos, conteniendo el sollozo
que quería liberar, hasta que sentí sus brazos abrazándome. Me sentí tan segura en
sus brazos que ya no podía contenerlo.
Entonces hice lo que más quería hacer.
Lo dejé ir.
Lloré.
Lloré por mi papá.
Lloré por mi mamá.
Lloré por Adam.
Lloré por River.
Y... lloré por mí.
Murmuró palabras reconfortantes en mi oído, calmándome con su tono suave
y sus palabras. Desde que descubrimos que mi papá estaba enfermo, yo fui el que lo
consoló y él fue quien necesitó consuelo. Esta era la primera vez que me dio fuerzas,
y no al revés. Lo abracé con fuerza, mis manos apretaron la tela de su suéter.
—Shh... no llores por mí, niña. Estaré bien, ya verás. Soy un tigre después de
todo, ¿verdad?
No pude evitarlo. Me reí. Entonces lloré un poco más. Luego me reí de nuevo
cuando la risa de mi padre hizo eco en la habitación vacía.
—Sí, lo eres. Eres mi papá y no puedes ir a ninguna parte. Tienes que
mantenerme a salvo hasta el final de los tiempos. Lo prometiste.
—Y lo voy a cumplir.
Pero en el fondo, ambos sabíamos que la decisión no era suya.

Cuando papá estacionó el auto en el camino de entrada, noté una figura sentada
en los escalones del porche. Mi corazón quería saltar de mi pecho pensando que
podría ser Dorian, pero el cabello largo y rojo y la figura delgada demostraron que
solo era Ella. Me reí entre dientes, sintiéndome tonta. ¿Por qué Dorian estaría en mi
casa? Él ni siquiera sabía dónde vivía.
Me desabroché el cinturón de seguridad y prácticamente salí disparada de la
puerta, corriendo hacia ella. Pude escuchar a mi padre riendo mientras me dirigía
hacia mi mejor amiga y la abracé, dándome cuenta de lo mucho que la echaba de
menos. Sí, nos habíamos visto la otra noche, pero pasamos de vernos todos los días
a solo unas pocas veces al mes.
Ella retrocedió mientras sostenía mis hombros y sonrió.
—Puedo ver que también me extrañaste.
—Por supuesto lo hice. Mi vida es aburrida cuando mi mejor amiga tiene su
nariz enterrada en libros.
Papá, viniendo detrás de nosotros, besó a Ella en la frente.
—Hola, extraña.
—Hola —dijo ella. Luego, en voz baja, preguntó—: ¿Cómo te sientes?
—Como un toro.
—Me alegra escucharlo.
—¿Cómo van tus finales?
—¡Estoy triunfando, por supuesto!
—Estoy orgulloso de ti, Ella.
Ella bajó la cabeza y dijo:
—Gracias.
Mi papá siempre tuvo un punto débil por Ella. La trataba como a una hija, y ella
lo trataba como a un padre. Me encantó cómo se llevaban bien. El padre de Ella era
un no-show que la había abandonado a ella y a su madre cuando ella tenía tres años.
Mi padre era la única figura parental masculina que tenía.
Con un gesto de la mano a mi padre, tiré de la mano de Ella, llevándola a
nuestra cocina, donde preparamos café, tomamos algunas galletas y nos dirigimos a
mi habitación.
Encendí la luz, cerré la puerta detrás de nosotras y coloqué el plato de galletas
en la mesita de noche. Ace se sentó en el suelo y le lanzó puñales a Ella. Ella ya se
había acomodado en mi cama con una almohada escondida detrás de su espalda
cuando miró a mi perro y sonrió.
Decir que a Ace no le gustaba sería una subestimación. Fue difícil para mí
admitirlo, pero Ace era un snob. No le importaba nadie excepto yo y solo toleraba a
mi familia.
Cuando me instalé a su lado, ella preguntó bruscamente:
—¿Quién es el tipo?
Conocía al hombre al que se refería.
—Su nombre es Dorian —le dije, y luego tomé un sorbo del líquido caliente,
dejándolo calentar y calmarme—. Nos encontramos en la reunión del grupo de
apoyo.
—Quiero saber todo lo que sucedió desde el momento en que lo conociste hasta
ahora. —Golpeó mi hombro, su boca se inclinó en la esquina—. No dejes ni un
pequeño detalle.
Sonreí ante la elección de la palabra, susurrándola suavemente, probándola en
mis labios, saboreándola en mi lengua.
—Pequeña.
—¿Eh?
—Así es como me llama.
—¿Pequeña?
—Sí.
—Qué original.
—¿Puedes dejar de ser una cínica por un segundo?
—Lo siento, sigue, quiero escuchar todo.
—No quiero decirte si vas a actuar así.
—¡Oh vamos! Lo siento, no lo haré de nuevo. ¿Por favor? —Me miró con ojos
de perrito, frunció los labios y parpadeó—. ¿Por favooooor?
—Bueno. De acuerdo.
Le conté cómo nos conocimos, su episodio en el que accidentalmente me atacó,
la noche en el bar, la reunión del grupo de apoyo ayer y la parte donde pasé la noche
con él. También le conté sobre la oferta de trabajo. Cuando terminé de hablar, hubo
un largo silencio.
—Realmente daba miedo —murmuró en voz baja—. Escuché algunos rumores
desagradables sobre él. Y... ¿de verdad crees que estás a salvo con él?
Giré la cabeza y la miré a los ojos, esperando que ella lo entendiera.
—Esos rumores son mentiras. La gente no sabe quién es, por lo que es fácil creer
todo lo que se ha dicho. Es dulce, Ella, y tan bueno conmigo... no tienes idea de
cuánto. Él es el tipo más atento, vulnerable, encantador, sensible e imperfecto que
he conocido. No hay lugar más seguro para mí que estar allí junto a él.
—Bueno, me asustó a mí y a todos los demás en el bar la otra noche.
—Sí —le dije, recordando su enojo—. Fue intenso, eso es seguro.
—Ni lo digas.
Ambas nos reímos y chocamos nuestros hombros juntos.
—Él también tiene cicatrices —dijo—. Cicatrices realmente aterradoras.
—Esas cicatrices son parte de lo que es. Lo acepto, cicatrices y todo.
Me miró por un momento, mirándome como si me viera por primera vez.
—Nunca te he visto así, ¿sabes? Cuando hablas de él... —Negó—. Es como si tus
ojos brillaran y hay una ternura en ellos que nunca había visto antes.
Contemplé lo que dijo y concluí que tenía razón. No importaba por lo que había
pasado o con quién había salido en el pasado, nunca había sentido esto por nadie.
Dorian... me había capturado. Y no tenía planes de escapar de él.
—Bien entonces —dijo—. Confío en ti en esto. Pero un movimiento equivocado
de su parte y él va a conocer mis puños de cerca y en persona.
Me reí y abracé a mi dulce amiga.
—Le haré saber.
Tenía a Dorian.
Tenía a Ella.
Tenía a mi familia, a pesar de que estábamos teniendo el peor momento de
nuestras vidas.
Pero al final del día estábamos juntos. Y eso fue lo más importante de todo.
“La dificultad puede desanimar al principio, pero cada dificultad pasa. Toda
desesperación es seguida de esperanza; toda oscuridad es seguida de la luz del
sol”.
—Rumi

¿
stás lista para esta noche?
¿Lo estaba? No tenía idea. Todo lo que sabía era que
necesitaba a Dorian, y él no estaba aquí. ¿Por qué hoy, de
todos los días, tenía que estar retrasado?
Estaba sentada en la oficina de Toby, mi espalda contra la incómoda silla de
madera mientras hablábamos sobre lo que debería esperar de mi nuevo empleo.
—¿Podemos cancelar las cosas? —Era un manojo de nervios antes de mi
primera actuación.
—Nop —dijo, negando—. ¿Por qué querrías eso?
Suspiré, respirando profundo y confesé.
—Tengo un terrible miedo escénico.
—Dorian me dijo que estarías nerviosa, pero no te recuerdo estando nerviosa la
otra noche cuando pediste una guitarra.
—Eso fue diferente. Tenía un poco de coraje, además de que tenía a Ella ahí
para apoyarme. No lo habría hecho de lo contrario. —No le dije que la otra noche
había necesitado cantar porque era mi salida, mi manera de tratar con las cosas. Pero
ahora que cantar sería esencialmente mi empleo, era un juego completamente
diferente. No estaba segura de que en realidad lo haría.
Hubo un largo silencio donde quería cavar un agujero en el suelo y saltar
dentro. No estaba ni siquiera en el escenario todavía y ya mi corazón golpeaba
salvajemente y mi estómago se agitaba. Cerré mis ojos, permitiendo que la sensación
de náuseas disminuyera.
—Entiendo —dijo, levantándose de su silla.
—¿Sí?
—Sí. Pero no te diré que te des por vencida. Debes enfrentarlo, porque, cariño…
—Vino a pararse frente a mí y puso sus manos en mis hombros—. Eres increíble. Tu
voz es encantadora y tienes un talento que todos desearían tener. El miedo escénico
es algo muy común y completamente normal. Pareces ser alguien que ha pasado por
mucho en su joven vida, así que, si te tomas un momento y en realidad lo piensas,
este miedo escénico es nada comparado con todo lo demás.
Por un largo momento, lo miré, aturdida. Él tenía razón. Comparado con todo
lo demás que había pasado en mi vida, este miedo escénico no era nada,
absolutamente nada. ¿Por qué lo había dejado controlarme por tanto tiempo?
—Vence y conquista —dijo—. ¿Qué dices?
Levanté la mirada y sonreí… sonreí al hombre que tenía la sensación iba a ser
como un segundo padre para mí. Asintiendo, susurré:
—Sí. —Y sin darle un segundo pensamiento, lo abracé y dije—: Gracias. Puedes
ser algo dulce cuando quieres.
Él se rió.
—Solo no le digas a nadie. No quiero mi reputación arruinada.

Salí de la oficina de Toby, sintiéndome mejor, y mi aliento se atrapó ante la


vista frente a mí. Dorian estaba inclinado contra la pared opuesta, sus brazos
cruzados contra su amplio pecho. Sus ojos patinaron por mis rasgos y mi corazón
revoloteó en mi pecho.
Sin decir una palabra, él capturó mi mano y comenzó a caminar, conmigo
siguiendo de cerca detrás. Se movía como un hombre en una misión hasta que llegó
a una oscura y desierta esquina. Antes de que supiera lo que estaba pasando, mi
espalda estaba presionada contra la pared y sus manos me atraparon, poniéndose a
cada lado de mi cabeza. Mi corazón latía frenéticamente. Su proximidad me inquietó.
Me hacía sentir nerviosa y emocionada al mismo tiempo.
Inclinándose, murmuró:
—Hola.
—Hola —murmuré con respiraciones inestables.
Estrelló sus labios contra los míos. No había nada lento o tierno en este beso.
Era pura necesidad. Su lengua encontró su camino en mi boca, mezclándose con la
mía, besándome sin aliento. Podía sentir su mano derecha dejando la pared,
haciendo su camino hasta que descansó en mi cintura. Él apretó y me acercó más,
haciéndome sentir cada deliciosa parte de él. Mis manos descansaban sobre su
amplio pecho y apreté la tela de su camiseta, besándolo con mucha más fuerza,
estaba segura de que estábamos poniendo nuestra esquina del mundo en llamas.
Demasiado pronto, separó sus labios de los míos.
—Maldición, te he extrañado, Pequeña.
—También te he extrañado.
—No tuve oportunidad de preguntar… ¿cómo estuvo hoy? Con tu papá, quiero
decir.
Recordando el día que tuvimos en el hospital hizo a mi humor caer al suelo
como una bolsa de arena húmeda. Suspiré.
—Oye —dijo, buscando mi mirada—. ¿Qué está mal?
—Es solo… —comencé, entonces negué y murmuré⸺: No sé, no es nada.
Sostuvo mi barbilla e incliné mi cabeza.
—Dime.
—Es mi papá. Las cosas no están luciendo bien y no sé qué hacer. ¿Qué si… qué
si él…? —Negué, tratando de desvanecer los pensamientos que querían poseerme.
—Oye, ven aquí —dijo, acercándome, sosteniéndome en sus brazos.
—Él sigue hablando de la muerte —dije en agonía, enterrando mi cara en su
pecho, buscando su refugio y confort. La mierda había comenzado a hacerse real, y
esas palabras, esas malditas aterradoras palabras de las que había tratado de escapar
por tanto tiempo, me cazaban sin importar dónde estaba o lo que hacía—. Es tan
malditamente duro. —Lloré—. No puedo ni siquiera pensar en una vida sin él. Estoy
asustada, Dorian.
—¿Asustada de qué?
—De sentir. —Estaba asustada de sentir el dolor, el mal, el miedo, la angustia.
Estaba asustada de sentir esperanza.
—Pero eso es todo, Pequeña —dijo, alejándome mientras sostenía mis
hombros—. Tú sientes. Tienes un corazón del tamaño de la tierra y sientes. ¿Crees
que no veo lo mucho que te duele?
—¿Qué bien me haría eso? —pregunté, molesta—. ¿Qué bien haría decirlo en
voz alta? ¿Qué derecho tengo a sentir dolor? No soy la que está enferma. —Negué.
Molesta conmigo misma. Molesta con todo el maldito mundo—. ¿Qué derecho tengo
a sentir dolor todo el tiempo?
Él me miró como si fuera un alienígena que acababa de aterrizar frente a él.
—¿Estás jodidamente bromeando? —gruñó—. ¿Qué derecho tienes? No sé
mucho, pero por lo que puedo decir, eres el pegamento que conecta juntas todas las
piezas de tu familia. Tienes mucha responsabilidad sobre tus hombros. Eso puede
derrumbar a cualquiera, especialmente a ti. Necesitas dejar salir tus emociones. ¿Me
escuchas? —Me sacudió suavemente—. Pones una sonrisa en tu bonita cara y
muestras al mundo que todo está bien. Pero en realidad, es una jodida fachada. Estás
sufriendo. Estás sufriendo tan malditamente tanto, y me mata que no tengo el poder
de ayudarte.
Sentí las lágrimas comenzar a fluir.
Las dejé.
—No me importa si el mundo entero no puede ver tu máscara —murmuró,
mientras sus manos se envolvían alrededor de mi cara y sus dedos limpiaron las
saladas y húmedas lágrimas—. Pero veo más allá de la máscara ya sea que te guste o
no. Así que dime otra vez, ¿de qué tienes tanto miedo?
Respiré profundo.
—Estoy asustada de que, si me dejo llorar, si muestro al mundo que estoy
sufriendo… todo de repente se volverá real. Mi familia se destrozaría en pedazos, y
no habría vuelta atrás.
—Está bien estar asustado. Eres solo humana. —Sus ojos se fijaron en los
míos—. Estoy aquí, contigo, cada paso del camino. No estás sola. —Me presionó a él
firmemente, sosteniéndome cerca—. No estás sola, cariño —susurró.
Alejándome, levanté la mirada hacia él con ojos llorosos.
—Gracias.
—De nada.
Después de unos momentos de solo respirar, preguntó:
—¿Estás lista para esta noche?
Después de hablar con Toby, me sentía como que podía subir ahí y enfrentar la
jodida música.
—Tu jefe me dio una charla de ánimo —dije con una pequeña sonrisa.
—¿Toby? —preguntó, levantando una ceja.
—El único.
—Está bien, primero es nuestro jefe ahora. Segundo, ¿me estás jodiendo? Toby
y charla de ánimo no van en la misma oración.
—Shh… —dije, colocando mi dedo en sus labios—. No le digas a nadie, él no
quiere su reputación arruinada.
Lamió mi dedo, sonriéndome mientras decía:
—Su secreto está a salvo conmigo. —Entonces palmeó mi trasero—. Ve por
ellos, tigre.
—¿Vas a animarme?
—Siempre. —Dio un paso atrás, sonrió con timidez que no había estado ahí hace
unos segundos, luego se dio vuelta y desapareció alrededor de la esquina.
Ya lo extrañaba.

Me paré detrás del escenario, un manojo de nervios, pero al mismo tiempo


sintiendo una chispa de emoción.
Toby estaba de pie en el escenario, sosteniendo un micrófono mientras me
presentaba a todos.
—Ella actuó aquí una vez y dejó su marca —dijo—. ¡Así que por supuesto, no
podía perder la oportunidad de hacerla una de las nuestras!
Sonreí porque sus palabras me hacían sentir cálida por dentro. Era mi primer
día y ya se sentía como casa. Antes, después de que me separé de Dorian, algunos de
los empleados se acercaron a mí, dándome la bienvenida a la familia. Eso me llenó
con una sensación de seguridad.
—Damas y caballeros, ¡por favor den la bienvenida a Aria!
Di un paso adelante, concentrándome en poner un pie frente al otro hasta que
alcancé la mitad del escenario. Con una sonrisa y un frote en mi hombro, Toby se
hizo a un lado. Miré al mar de caras mientras aplaudían y animaban desde la pista
de baile. Todo lo que escuché, sin embargo, eran mis propias respiraciones, y cada
inhalación que tomaba vibraba con nerviosismo. Mis ojos saltaban de cara en cara,
buscando frenéticamente por la única cara en la multitud que era capaz de calmarme.
Dorian.
Y ahí estaba… inclinado contra el bar de madera, sus brazos cruzados sobre su
pecho, mirándome. Por unos momentos, nos miramos mientras trataba de calmar
mi desenfrenado corazón.
Sonreí.
Sonrió.
Y con un asentimiento imperceptible, vocalizó:
—Puedes hacer esto.
Respiré profundo, conté hasta tres, y entonces dije:
—¡Hola a todos! Voy a cantar Every Teardrop is a Waterfall de Coldplay.
Saqué mi amuleto de la suerte de mi bolsillo trasero, tomé otra respiración
profunda, y cerré mis ojos. Con la cuerda de la guitarra envuelta alrededor de mi
cuello y sabiendo los acordes como la palma de mi mano, comencé a tocar.
La melodía era colorida, vibrante, y vivaz.
Lentamente abrí mis ojos, mi corazón revoloteando mientras cantaba. Y
cuando llevé la canción al final, estuve aliviada de escuchar los silbidos y gritos de
aprobación de la multitud.
Agradecí a todos por su apoyo y ánimo y luego salté directamente a la siguiente
canción, sabiendo que, por el resto de la noche, iba a ganarme este jodido escenario.

Estaba agradeciendo a las personas que estaban felicitándome por mi


actuación, cuando escuché la voz de mi mejor amiga.
—¡Aria!
Mi cabeza se disparó hacia arriba automáticamente, mis ojos buscando,
saltando de cara en cara hasta que encontré la suya en la multitud. Iluminaba toda
la habitación mientras corría hacia mí con un chico sexy en sus talones, tratando de
mantenerse al ritmo con ella.
—¡Ella! —grité—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—¿En verdad dudabas que me perdería tu primer espectáculo? —dijo con una
sonrisa maliciosa—. ¡Joder, lo hiciste! Estuve conteniendo el aliento por un minuto
ahí, segura de que ibas a huir del escenario, ¡pero entonces cantaste! ¡Joder,
cantaste, Aria! —dijo mientras me abrazaba—. Estoy tan orgullosa de ti. En verdad
lo estoy.
—Gracias. —Todavía encerrada en su abrazo, el chico que la había seguido
estaba de pie con ambas manos en sus bolsillos, mirando nuestro intercambio. Mi
curiosidad consiguió lo mejor de mí y pregunté en voz baja—: ¿Quién es el chico?
Ella se alejó.
—¿No lo recuerdas?
Frunciendo el ceño, negué.
—¡Es Danny!
¿Danny? El nombre sonó una campana, pero no reconocí su cara. Todavía
frunciendo el ceño, negué otra vez.
—Mi primo, Danny. Ustedes dos eran mejores amigos antes de que te mudaras.
¿En serio no lo recuerdas?
Mis ojos se abrieron mientras la realización de repente golpeaba.
—¿Ese Danny? —susurré-grité—. ¿Danny con los lentes y frenillos? ¿Ese
Danny?
—Creció bien, ¿no crees? —Sonrió Ella—. Vino a visitarme y quiso venir cuando
escuchó que estabas de regreso en la ciudad.
Le hizo señas para que se acercara. Lo miré acercarse, sintiéndome incómoda
y emocionada. Cuando nos alcanzó, se paró junto a Ella y me sonrió.
—Hola, Aria. Ha sido un tiempo.
Todo pasó en cuestión de segundos, pero un momento Danny estaba de pie
junto a Ella, y al siguiente, estaba recogiéndome y sosteniéndome en un abrazo de
oso.
—¡Es tan bueno verte otra vez! —dijo Danny, su profunda voz cerca de mi oído.
—Es bueno verte también —dije, de verdad. Él había sido un querido amigo mío
cuando era joven. Verlo otra vez me lanzó de vuelta al pasado cuando River estaba
vivo, y mi familia estaba sana y feliz.
Hizo doler mi corazón.
—Oh Dios, creo que deberías bajarla —le gritó Ella a Danny mientras lo
golpeaba en su brazo frenéticamente—. ¡Como, ayer!
Antes de que pudiera comprender lo que estaba pasando, fui sacada de los
brazos de Danny, directamente en el ojo de la tormenta. Jadeé cuando golpeé un
pecho duro. Fuertes manos se envolvieron alrededor de mí.
Lentamente, levanté mi cabeza.
Dorian se veía furioso.
Irradiaba ira. Sus profundos ojos azules se veían negros bajo la tenue luz,
enfocados en Danny, y con un poco de imaginación, podía imaginar flechas saliendo
de sus pupilas y entrando directamente al corazón del enemigo.
Y en este caso, el pobre enemigo era Danny.
—Dorian —dije dubitativa.
No sabía qué hacer o cómo actuar. Él era impredecible cuando estaba enojado.
Y ahora estaba furioso.
—¿Cuál es tu problema, hombre? —preguntó Danny con el ceño fruncido.
Dorian se quedó inmóvil, un volcán hirviendo a punto de explotar, mientras
miraba a Danny con veneno.
—Es mía —dijo con una voz profunda y baja—. Tócala de nuevo —dijo, sus ojos
ardiendo—, y eres hombre muerto.
—¡Dorian! —grité, intentando soltarme de su agarre, pero no me permitió
moverme, solo apretando su agarre alrededor de mi cuerpo, manteniéndome sujeta
en sus poderosos brazos.
—Escucha, no tengo idea cuál es tu jodido problema… —dijo Danny mientras
se acercaba—… pero debes calmarte. —Y luego puso su mano encima del hombro de
Dorian.
¡Oh mierdamierda!
Al momento en que Danny lo tocó, grité:
—¡Dorian, no! —Pero era muy tarde. Fue rápido como un rayo. Un segundo,
estaba sujetada en sus brazos. Al siguiente, me había puesto con cuidado a su
espalda, todavía protegiéndome en toda su locura. Los ojos azul oscuro de Danny se
abrieron como platos, una mirada de pánico apareció en sus rasgos mientras Dorian
echaba su puño hacia atrás y lo golpeaba justo en la barbilla.
Danny dio unos pasos hacia atrás, gruñendo.
—¡Mierda!
Rodeé a Dorian como un torbellino, parándome frente a él con mis dos manos
al frente. Quería tocarlo demasiado, sostener su mano, tocar su rostro y calmarlo.
Pero a la vez, tenía miedo que más contacto hiciera más daño que bien, porque el
hombre parado frente a mí… no era Dorian.
Se veía perdido, salvaje y como una bestia indomable.
—¡Dorian! —grité mientras mi corazón latía más y más rápido. Me paré frente
a él, esperando que me mirara.
No lo hizo.
Di un paso tentativo al frente, acercándome hasta que estuve a unos
centímetros de su alta figura.
—Dorian. —Lo intenté de nuevo—. Soy yo… mírame.
Esperé a que la oscuridad rodeando su mente se desvaneciera y desapareciera.
Esperé conteniendo el aire, sin mover un músculo por lo que parecieron horas, días,
años… y al fin, parpadeó, sus largas y negras pestañas aleteando. Se veía confundido,
con los ojos ampliados, mientras una pequeña arruga se formaba entre sus cejas. Sus
ojos azules; los cuales parecieron negros hace un momento, fueron de mí a Danny,
una, dos, tres veces mientras los surcos entre sus cejas se profundizaban.
Mi corazón se sacudió dolorosamente.
Cuando me miró, se suavizó.
—Pequeña… —Su voz tembló y su expresión era arrepentida. Sus ojos agitados
mientras me miraba, resto de la confusión persistiendo. Estaba tembloroso hasta la
médula, asustado, confundido, e… incomprendido.
Dio un paso en mi dirección mientras estiraba sus brazos, sus ojos implorando
que lo entendiera, que tomara su mano, lo tocara, lo perdonara. Su repentino
movimiento me tomó con guardia baja, y sin pretenderlo, me estremecí. Quise
abofetearme mentalmente por hacerlo. Maldiciéndome, estaba por acercarme,
tomar su mano, hacer algo, cualquier cosa… pero la mirada de dolor en sus ojos me
detuvo en seco, plantando mis pies al suelo. Su rostro decayó, y el dolor que vi rompió
mi corazón. Se veía destrozado. Las comisuras de su boca se curvaron en un mohín
y sus ojos cayeron. Su mano cayó a su costado, y lentamente dio un paso atrás, sus
ojos todavía fijos en mí.
Sin decir una palabra, se dio la vuelta y se fue corriendo, con Toby pisándole
los talones.
Quise seguirlo, pero primero necesitaba ver a Ella y Danny.
—Oigan —dije, sin estar segura de cómo iban a reaccionar después de lo
sucedido—. Lo siento mucho.
—Oye, no te preocupes. —Danny intentó sonreír, incluso aunque parecía como
si mover su barbilla doliera demasiado—. Tu hombre es un poco…
—¿Aterrador? —Ella saltó con el comentario.
—Iba a decir posesivo —dijo, sonriéndole—. Pero eso también sirve.
—La peor primera impresión, ¿eh? —murmuré, haciendo una mueca. De
verdad quería que le agradara. Que se llevaran bien. Pero hasta ahora, cada
encuentro había sido un desastre.
Ambos nos miramos, y a la vez, las esquinas de nuestras bocas se alzaron y
empezamos a reírnos. ¿Era el subidón de adrenalina? ¿Nervios? ¿Miedo?
—Bueno… de verdad debo irme —dije—. Me necesita.
Ella suspiró.
—No intentaré detenerte —dijo, colocando su mano en mi hombro—. Pero por
favor ten cuidado, ¿bien? Se veía perturbado y no quiero que salgas lastimada. —Dio
un paso más cerca y susurró en mi oído—. O él, para el caso, porque si terminas
lastimada, va a romperlo.
Decir que estaba sorprendida era decir poco. No sabía por qué dijo eso o qué
vio cuando lo miró, pero antes que pudiera preguntarle, besó mi mejilla, tomó el
brazo de Danny, y lo alejó.
Mientras los miraba partir, él se dio vuelta y gritó:
—¡Me alegra volver a verte, Aria! Espero nos podamos ver de nuevo. —Luego
se dio la vuelta, puso su brazo alrededor del hombro de Ella y juntos desaparecieron
entre la multitud.
Tomé aire y fui hacia la puerta trasera, donde había visto a Dorian desaparecer.
Esperaba por Dios no haber arruinado todo.

El callejón estaba oscuro y las luces de la calle tenues. Miré el cielo despejado,
lleno de estrellas titilantes que proyectaban un suave brillo, mientras una suave brisa
soplaba en mi rostro. Mientras me acercaba a Toby y Dorian, podía ver que Dorian
estaba en el suelo sentado, con su cabeza entre sus piernas dobladas. Sus manos
estaban enterradas en las raíces de su cabello despeinado, sus dedos tirando de las
puntas.
No pude evitar compararlo con un animal herido.
Toby estaba detrás de él a una distancia segura, midiendo su reacción. Cuando
reunió el suficiente coraje para poner su mano en su hombro, Dorian giró el cabeza
rápido como un rayo, sus ojos salvajes e indomables, siseándole. Toby apartó su
mano y retrocedió. Bajó su cabeza y suspiró pesadamente rindiéndose.
Me quedé ahí de pie, fija en el sitio, mirando cómo este hombre roto estaba
sufriendo las consecuencias de la guerra. Se veía impredecible y enervado. Solo
quería abrazarlo.
Avancé hasta que estuve al lado de Toby. Giró su cabeza, la derrota grabada en
su rostro. Se veía mayor, como si unos años hubieran sido añadidos a su vida. Solo
podía imaginar lo que se sentía para él lidiar con Dorian a diario.
Se veía completamente cansado.
Entendiendo lo que debía de hacer, asentí hacía él, haciéndole saber que me
encargaría desde aquí. Antes que pudiera dar otro paso, su mano agarró mi brazo,
negando como si dijera sin palabras que debería dejar solo a Dorian.
Coloqué mi mano sobre la suya mientras lo miraba fijamente a los ojos, y
modulaba, yo me encargo. Con una mirada pesarosa, reasumí mis pasos hasta que
estuve lo suficientemente cerca para tocar a Dorian. Al último momento, cambié de
opinión y decidí sentarme en el suelo frente a él, subiendo mis piernas a mi pecho, y
mis brazos rodeándolas. Mirando a Dorian en completo silencio, noté a Toby de reojo
retrocediendo hasta que su cuerpo tocó la pared de ladrillos. Con sus ojos fijos en
nosotros, cruzó los brazos sobre su pecho, y nos dio la privacidad para estar por
nuestra cuenta, mientras a la misma vez nos vigilaba.
Con un suspiro, mi concentración volvió a Dorian, quien estaba sentado solo
en el frío suelo, luciendo perdido y fuera de lugar. Suavemente, susurré:
—Dorian…
Sabía que era consciente de mi presencia. Su cuerpo se había tensado, y las
manos que había estado atacando su cabeza hace unos momentos, ahora estaban
alrededor de sus piernas inclinadas, apretando sus rodillas hasta que pude ver sus
nudillos ponerse blancos.
—Dorian, quiero que sepas que estoy aquí y que no iré a ninguna parte.
Tal vez era mi presencia. Tal vez era mi voz. Tal vez era el significado detrás de
mis palabras, porque al final, levantó su cabeza hasta que sus tormentosos ojos
azules conectaron con los míos. Nada fue dicho entre nosotros mientras nos
estudiábamos. Podía sentir mi corazón acelerarse, sintiéndose agitado bajo su fuerte
escrutinio. Sus ojos vieron mi nariz, y luego bajaron a mi boca. Pasó más tiempo del
necesario inspeccionando mis labios, como si estuviera aprendiendo cada línea y
cada tono de estos.
Me sentí como un lienzo en blanco y sus ojos estaban pintándome desde cero.
Su mejilla encontró apoyó contra su brazo, imitando mi postura, como un
reflejo del otro, comunicándonos sin palabras.
Pensé que te había perdido, me dijo sin hacer ni un sonido.
Nunca, respondieron mis ojos.
Luego, débilmente, murmuró:
—Lo siento.
Negué, rozando mi mejilla contra mi suéter.
—No lo sientas —dije en un susurro—. No estoy enojada contigo.
Alzó sus cejas y estaba a punto de decir algo, pero lo interrumpí.
—¿Estaba sorprendida? Sí, lo estuve. ¿Asustada? Sí. ¿Indefensa? —Asentí—.
¿Pero enojada? Absolutamente no. Sabía que tenías un episodio, Dorian. No te culpo.
Sus ojos se suavizaron mientras me miraba, y las arrugas que parecían una
cicatriz permanente entre sus cejas empezaron a desvanecerse.
—Pensé, eso es todo, la perdiste —dijo con voz ronca. Levantando su cabeza,
apretó su agarré, subiendo más las rodillas a su pecho—. Pensé que te habías hartado
de mi mierda, y no podías manejarme más. Que no me querías más.
Dentro de mi pecho, escuché lo que sonaba como hielo rompiéndose. Era el
sonido de mi corazón astillándose.
Me acerqué. Él abrió sus piernas dándome mejor acceso, y me acerqué, hasta
que nuestros cuerpos estuvieron presionados juntos, y lo sostuve.
—¿Cómo podría no quererte?
Sus brazos me rodearon hasta que descansaron en mi espalda baja,
aplastándome contra él hasta que no quedó espacio para respirar entre nosotros. Su
cabeza luego encontró el pliegue de mi cuello que tanto le encantaba, y enterró su
rostro ahí, respirándome. Quise quedarme ahí para siempre.
—No lo sé —murmuró débilmente—. Es solo… ¿cómo puede alguien quererme
cuando ni siquiera me quiero a mí mismo?
Negué, odiando escuchar esas horribles palabras. Mi mano subió hasta que
llegó a la cima de su cabeza. Con lentos y suaves movimientos, acaricié su cabello,
intentando calmarlos y apoyarlos mientras él luchaba con los demonios que
mantenía en su interior.
—Odio sentirme así, Pequeña —dijo con voz ronca—. A veces. —Suspiró contra
mi cuello, como si confiara las profundidades de su alma, para que solo yo
escuchara—. A veces… me siento como un monstruo. No puedo controlarlo —dijo, su
voz temblando—. Intento luchar, de verdad, pero no puedo. Siento que voy a
enloquecer. Es más fuerte que yo y me hace sentir como un jodido monstruo.
Retrocedí y llevé mis manos a su rostro, acunando sus mejillas. Lo miré
fijamente a los ojos, y con una voz que sonaba un poco sin aire, dije:
—¿Un monstruo? Dorian, eres solo un humano. Has pasado por cosas que no
puedo imaginarme y sobreviviste. —Me incliné más cerca, hasta que estuve a
centímetros de su rostro—. Al final, viviste. Así que crees que estás loco. ¿Y qué?
¿Quién no se siente un poco loco a veces? Sé que yo sí —murmuré—. Creo que cada
ser humano tiene un poco de locura dentro.
La esquina de su boca tironeó, y luego se curvó hasta que me regaló una de sus
raras medias sonrisas.
Nunca había querido presenciar una sonrisa de la forma en que quería la suya.
En especial esta.
—Déjame preguntarte esto —dije—. ¿Alguna vez has querido herirme? ¿A
propósito?
Se estremeció como si le hubiera abofeteado. Con sus ojos como platos, y su voz
temblando, dijo:
—Nunca.
Junte nuestras frentes.
—Lo sé, sé que nunca me lastimarías. Y si algo me sucediera… —Mi voz se
silenció.
—Me destrozaría —terminó.
—Tienes a tu familia. Tienes a Benny y Toby. Y déjame decirte… ellos darían
una extremidad por ti. —Podía notar que mis palabras finalmente estaban
penetrando. Su expresión triste empezó a desvanecerse. Pero no era suficiente. No
quería ver ni un rastro de pesar en su rostro—. Y… —Tomé una de mis manos y la
puse sobre mi corazón—. Me tienes. Ya no estás solo, Dorian. Juntos, vamos a
superar esto. —Llevé mi mano de regreso a su mejilla—. Si tenía dudas sobre ti, sobre
nosotros —dije con confianza—. Nunca habría comenzado nada contigo para
empezar.
Sus manos fueron a mi espalda sin afán.
—Creo en ti —susurré—. Necesito que lo veas. —Mis ojos perforaron los suyos—
. Deja de pensar que voy a irme. Estoy aquí, y estoy para quedarme. —Rocé mi nariz
con la suya, frotándola—. Claro, si me dejas.
Sus manos dejaron mi espalda y subieron hasta cubrir mis propias manos,
acunando su rostro.
—¿De verdad no me ves como un monstruo?
Vi la desesperación y el miedo, pero también escuché la esperanza en su voz.
—No —dije, y me incliné para sonreír—. Pero sí me proteges como una bestia.
Una sonrisa apareció en la comisura de sus labios, y luego acarició mis mejillas
con sus pulgares con suavidad.
—Siempre te protegeré, Pequeña. Incluso de mí mismo.
—Lo sé. —Suspiré, con mi corazón apretándose—. Lo sé.
Una genuina sonrisa iluminó su rostro, proyectando una luz gris alrededor
nuestro. Una luz llena de esperanza y promesas de un futuro. Él negó y me miró
maravillado.
—¿Qué pasa? —pregunté, confundida.
Sonriendo, levantó su dedo hasta que tocó la piel entre mis cejas, acariciando
las líneas que se habían formado entre ellas.
—Lo único que tienes que hacer es tocarme —murmuró, sus ojos brillando
maravillados—. Y mi mundo está bien de nuevo.
Pasó sus dedos por mi rostro, acariciándome con sus yemas, hasta que se
detuvieron en mis labios. Sus ojos fijos en mi boca mientras su pulgar los acariciaba
con un toque que se sentía como un beso. Me abrazó entonces, su cuerpo más
relajado y menos tenso. Pero sus brazos eran igual de poderosos.
Y justo así, de repente recordé que no estábamos solos.
Toby. Estaba de pie en la misma posición, inclinando contra la pared de
ladrillos, sus brazos cruzados en su pecho, mirándonos con una expresión atónita en
su rostro.
—Mmm… ¿Dorian?
—¿Sí?
—Tenemos audiencia.
Ambos nos levantamos mientras Toby se nos acercaba.
—Lo siento —murmuró Dorian.
Toby negó y alzó una palma abierta.
—No lo estés. ¿Estás bien ahora?
Dorian giró su rostro hacia mí, tomando mi mano.
—Nunca he estado mejor.
Sonreí, sintiéndome igual, y entonces miré a Toby. Él nos miraba, los ojos
saltando de Dorian a mí, examinándonos con su penetrante mirada. Luego negó y
sonrió.
—Veo que te has encontrado un ángel guardián, muchacho. Debes cuidarla.
—Créeme —dijo Dorian, sus ojos fijos en mi rostro—. Lo sé.
Bajé la mirada, roja como un tomate, y enterré mi cabeza en el brazo de Dorian.
Sentí su risa vibrar por su cuerpo antes que salieran de su boca. Rodeó mi hombro
con su brazo y me acercó más.
—Me la robaré ahora. ¿Está bien?
—Bien por mí. Los veo mañana, niños —respondió Toby, luego se dio la vuelta
y volvió al bar.
—¿Robarme a dónde?
Con una mirada que decía que estaba planeando problemas, dijo:
—A mi castillo.
Sin advertencia, se inclinó, agarró mi brazo y me subió sobre su hombro. Grité
cuando mi rostro se encontró con la parte baja de su espalda.
—¡Oye, bájame! —grité.
—No —respondió, su voz llena de diversión—. Eres mi Bella. —Luego me dio
una palmada en el trasero y dijo—: Y yo soy tu jodida bestia.
“Recuerda esta noche... pues es el principio de siempre”.
—Dante Alighieri

aciencia, cariño —dijo mientras abría la puerta de su


apartamento.
Por los primeros cinco minutos de los seis que duró la
caminata para llegar a su castillo, le grité para que me bajara.
Dándome por vencida finalmente, había empezado a golpear su trasero para mi
propia diversión.
—Increíble. ¿En serio estás haciendo música con mi trasero ahora mismo?
—Síp. ¿Te gusta el ritmo? —pregunté inocentemente, todavía tocando mi
musical privado.
No respondió mi pregunta. En cambio, azotó mi trasero, mientras cerraba y
bloqueaba la puerta firmemente detrás de él, y luego caminó directamente hacia
adelante, todo sin decir una sola maldita palabra. No tenía idea de lo que estaba
pensando.
Alcanzó su destino, abrió una puerta, y entró.
—¿Dónde está…? —Fui interrumpida cuando fui lanzada sobre una almohada
con suavidad. Respiré profundo cuando me di cuenta dónde estábamos. Dorian
estaba de pie en el borde de su cama tamaño king, observándome cuidadosamente.
No pude detener el escalofrío que atravesó mi cuerpo.
—Entonces, dime algo, Pequeña —dijo, su voz ronca—. ¿Quién era ese tipo?
—¿Cu-cuál tipo?
—El que malditamente te tocó.
Recuerdos de Danny levantándome en sus brazos me golpearon de una sola
vez. Repentinamente me di cuenta que hablamos sobre todo excepto la razón que lo
había alterado.
—Oh —dije suavemente—. Te refieres a Danny.
Con una voz baja que me hizo sentir más alarmada de lo que un fuerte grito
podría lograr, dijo:
—Sabes su maldito nombre.
Querido Moisés y Faraón, no pude controlarme. Sentí la comisura de mi boca
moverse ligeramente, y luego de intentar controlarlo, me rendí y dejé que se formara
la sonrisa reprimida. Era malditamente adorable, todo celoso y gruñón cuando no
tenía razón de estarlo.
Probablemente mi sonrisa no ayudó al caso, porque su boca estaba presionada
en una dura y fina línea. Antes de poder aclarar el aire, Dorian sonrió de vuelta. Pero
fue una sonrisa malvada que me dijo que no encontraba nada divertido sobre la
situación. Hizo que el vello de mi nuca se erizara.
Se acercó, arrastrándose sobre sus manos y rodillas como una pantera, su
sonrisa perversa manteniéndose intacta. Por instinto, empecé a moverme hacia
atrás. Su mano salió disparada, tomando mi tobillo, y acercándome a él. Chillé
cuando, en un abrir y cerrar de ojos, mi cuerpo estaba debajo del suyo, su peso
presionándome en el colchón, sus dos manos descansando a cada lado de mi cabeza,
y su rostro a centímetros del mío.
Su respiración se aceleró, haciéndome cosquillas, nuestros cuerpos rozándose
con cada respiración. Su corazón latiendo frenéticamente, haciendo un sonido de
pum, pum, pum. Podía sentir su excitación contra mi muslo, afectando mis sentidos
y despertándome, volviéndome más y más caliente con cada momento que pasaba,
forzando mis propios latidos y respiraciones a igualar los suyos.
Estábamos en sincronía, encendiendo al otro en llamas, ardiendo con cada
segundo que pasaba.
Sus manos subieron lentamente por mi brazo hasta que encontraron las palmas
de mis manos, luego entrelazó nuestros dedos y los colocó sobre mi cabeza.
Estábamos enredados y unidos en la forma más placentera.
—Te lo preguntaré de nuevo —habló en mi cuello, su respiración acariciando
mi piel, encendiéndome incluso más—. ¿Quién era ese tipo?
—Danny —pude decir, aliviada que mi voz sonara fuerte, aunque mi cuerpo se
sentía como gelatina—. El primo de Ella.
—¿Qué es para ti?
—Fue mi amigo durante mi niñez. No lo había visto en años. Estaba feliz de
verme. Eso es todo. Lo conocí de niño, pero ya no lo hago. Los hombres más
importantes en mi vida son mi padre, Adam, y… t-tú.
Sentí su exhalación acariciar mi piel, y sus manos que todavía sostenían las
mías, apretaron fuertemente. Negó, su cabello desordenado haciéndome cosquillas
en el proceso, y luego susurró:
—Mierda. Realmente lo arruiné esta vez.
—No te preocupes por ello. Ya hice control de daños. Está todo bien.
Se alejó, luciendo escéptico.
—En serio —le dije tranquilizadoramente—. Les expliqué la situación. Ellos
entendieron.
—¿En serio? —preguntó en voz baja. Pude identificar un fragmento de
esperanza en su voz. Sentí cuán importante era para mi amigo aceptarlo a él como
mi compañero. Podía verlo dando vueltas en las profundidades de su alma.
—Sí —le dije firmemente, dándole mi sonrisa más alentadora—. En serio.
Sus ojos se suavizaron.
—Está bien.
En la parte posterior de mi mente, sabía que había algo que tenía que ser dicho.
Algo que quería decirle, de una vez por todas, calmar su preocupada mente.
—Dorian…
Inclinó su cabeza, rozando mi sien con la punta de su nariz. Luego, frotó mi
mejilla hasta que alcanzó mis labios y se movió más abajo hasta que rozó mi barbilla.
Cuando estuvo satisfecho con sus caricias, hizo su camino hacia mi oído y preguntó:
—¿Sí? —Su respiración era caliente y sin embargo me hizo estremecer.
—Nece-necesito que sepas algo. —Esperé a que me mirara a los ojos—. Estoy
contigo. Escogí estar contigo y con nadie más.
Cerró sus ojos. Parecía como si estuviera sufriendo un dolor real.
—Háblame —rogué—. Necesito saber cómo te sientes.
Si no hablábamos de ello, no había posibilidad que siguiéramos adelante. Sus
inseguridades. Su ansiedad. Sus dudas. Sus miedos. Necesitaba conocer su mente si
queríamos superar sus problemas. Cuando finalmente abrió sus hermosos ojos
azules, mi corazón se apretó fuertemente.
—Sé que puedo asustarte por la manera en que me siento por ti —dijo
roncamente—. Pero no puedo evitarlo. Ahora eres mía. Pero estoy tratando,
Pequeña. Estoy tratando de ser mejor. Quiero ser mejor.
Aclaré mi garganta y confesé:
—Cuando te vi ese primer día, nunca imaginé que ibas a significar tanto para
mí. Cuando entré por esa puerta no estaba esperando encontrarte.
Inclinó su cabeza, y retuve mi respiración, anticipando su próximo
movimiento. Sus ojos se cerraron y luego descansó sus labios contra mi frente,
mostrándome solo con su toque cuán atento estaba. Dejé que mis ojos se cerraran
también, disfrutando el momento. Demasiado pronto para mi gusto, se alejó y
cuando abrí mis ojos, lo encontré sonriendo, alentándome para que siguiera
hablando. Así que lo hice.
—Nunca esperé encontrarte —susurré, mis ojos ardiendo. Retiré mi mano
debajo de la suya y me dejó ir. Toqué su rostro y acaricié su mejilla. Alcé mi mano
hasta que enterré mis dedos en su negro y desordenado cabello. Gimió en
satisfacción cuando empecé a masajear su cuero cabelludo. Una sonrisa apareciendo
en sus labios—. Pero luego apareciste —susurré de nuevo, viendo cuánto disfrutaba
mi toque, comportándose como un dócil gatito en lugar de un leopardo indomable—
. Y por mi vida, no había absolutamente nada que pudiera hacer al respecto.
Me acercó más y en el proceso, alineó nuestros sensibles lugares juntos.
Jadeé.
Él gimió.
Nos miramos, nuestros ojos un infierno de lujuria y pasión.
—Por años —dijo—, no sentí nada. Absolutamente nada. Luego entraste por esa
puerta y no pude ver nada más que tú. —Besó la punta de mi nariz—. Estabas allí de
pie, y la dirección que tomaron mis pensamientos me asustó. Pero nunca tuve una
oportunidad, Pequeña. —Levantó su cabeza. Sus ojos mostraban determinación y su
toque mostraba posesión—. Nunca tuve una oportunidad.
—Soy tuya —respondí honestamente. Lo deseaba más de lo que necesitaba mi
próximo aliento—. Y tú eres mío —añadí en un susurro.
Sus ojos se iluminaron ante mis palabras, y sin ninguna advertencia, estrelló
nuestras bocas juntas. Su cuerpo era todo músculo y acero, pero sus labios eran
suaves y sabían como la Tierra Prometida. Regresé su beso con fervor mientras sus
manos bajaban, extendiendo sus dedos debajo de mi suéter. Me sujeté a sus
hombros, aferrándome a él como un salvavidas. Su lengua lamió mi labio inferior,
mordiéndolo y luego calmando el dolor con suaves caricias. Jadeé, y él no perdió ni
un momento en profundizar el beso. Cuando su lengua encontró la mía, su reunión
empezó lenta, tímida y gentil, hasta que gentil no fue suficiente, y el beso se volvió
consumidor. Mis sentidos estaban en alerta máxima mientras devorábamos la boca
del otro. Su aroma limpio después de afeitarse me invadió y me envolvió. Nadie olía
como Dorian y en sus brazos, se sintió como un hogar para mí.
Nuestros cuerpos estaban unidos y presionados juntos. Podía sentir lo duro que
estaba. Gemimos en unísono y el agarre que tenía sobre mí se tensó mucho más. El
calor de su cuerpo me prendió fuego. Me alejé, apartando mi boca de la suya y luché
para obtener mi próxima respiración. Me miró con necesidad.
Necesidad pura y carnal.
—Me encanta como hueles —murmuró con una voz áspera—. Hueles a vainilla.
—Sus palabras bailaron sobre mi mejilla mientras recorría mi piel con sus labios.
Susurrando. Tocando. Probando—. Eres mía.
—Muéstrame.
Su dura erección estaba presionando contra mi calor, encendiéndome. Mi
mente era un torbellino de pensamientos, y mi cuerpo un océano de emociones. Todo
lo que quería hacer en ese momento era sentir. Sus exhalaciones rozaron mi cuello,
y sus fuertes gemidos vibraron a través de mi cuerpo. El lugar entre mis piernas se
volvió más húmedo con cada sonido que hacía. Empezó a molerse contra mí. Gemí y
él respondió con un profundo gruñido, moliéndose mucho más. Arriba y abajo, una
y otra vez, lenta y deliberadamente.
—Dorian. —Respiré, sintiendo como si estuviera en la cúspide de la locura—.
Necesito… —Necesitaba algo más. La fricción estaba volviéndome loca pero esta vez
no fue suficiente para lanzarme sobre el borde.
—Pequeña, déjame hacerte sentir bien.
Bajó su boca, arrastrando sus labios hacia mi clavícula, rozando, lamiendo y
besando mi piel. Cuando estuvo satisfecho allí, movió lentamente su cabeza más
abajo hasta que alcanzó mi pecho. Me miró antes que sus manos envolvieran mis
pequeños senos, los cuales todavía estaban escondidos debajo de mi suéter. Con un
destello de posesividad en su mirada lujuriosa, les dio a mis senos un apretón. Envió
una oleada de placer desde la cabeza hasta mis pies. Mi respiración quedó atrapada
y mis ojos aletearon. Moviéndose más abajo, hizo su camino hasta que su cara estuvo
a centímetros de mi centro. Sus ojos se dispararon hacia los míos, esperando mi
permiso.
Tragué trabajosamente y asentí.
Desabotonó mi jean y bajó la cremallera lentamente. Levanté mi trasero,
ayudándolo con la difícil tarea que tenía en sus manos.
—Apresúrate. —Respiré.
Él sonrió, pecaminosa y maliciosamente.
—Por lo que veo, mi pequeño ángel está impaciente.
—Mucho —jadeé. Mis bragas ya estaban empapadas, no podía esperar otro
segundo. Lo necesitaba, y lo necesitaba ahora. Como una marioneta, estaba bajo su
hechizo.
Una sonrisa apareció en su rostro cuando lanzó mi jean al suelo, dejándome
únicamente con mis bragas y suéter.
—Quiero probarte, Pequeña.
Oh. Mi.
—Está bien.
Agarró mis bragas por ambos lados, y me envió una mirada inquisitiva. Asentí
mi consentimiento una vez, muriendo por sentir su toque en mi piel desnuda. Una
vez removidas mis bragas, desaparecieron en el suelo junto con mi jean.
Y luego él solo… me miró. Como toda chica que se muestra a su novio por
primera vez, tenía mis miedos e inseguridades.
—Eres perfecta, Pequeña —dijo.
Con los ojos cerrados, se inclinó hasta que la punta de su nariz tocó mi punto
más sensible.
—Dorian…
Gemí cuando me besó apasionadamente, haciendo el amor con mi calidez. Su
lengua se hundió más profundo. Mi excitación aumentaba con cada roce y cada
caricia.
—Sabes a cielo —gruñó—. No puedo tener lo suficiente de ti.
Empuñé las sábanas en una frenética intensidad cuando arrastró su lengua
hasta mi sensible manojo de nervios. Un gemido escapó de mi boca. Agregó un dedo,
haciéndome jadear.
—Más —grité. Mi centro palpitó cuando me sentí cerca del borde. Gruñó de
nuevo y luego agregó otro dedo.
Era demasiado. Él era demasiado. Los sentimientos que evocaba en mí eran
demasiado.
Me retorcí, mi cabeza sacudiéndose de lado a lado y mis ojos cerrados
fuertemente.
—Eres preciosa, Pequeña, tan preciosa —gimió, y yo jadeé. Mi piel sonrojada,
mi cuerpo estremeciéndose, y sudor acumulándose en mis cejas. Grité cuando los
espasmos pasaron a través de mi cuerpo, mi clímax golpeándome con fuertes olas de
placer. No tenía idea de cuánto tiempo había pasado, pero cuando mis temblores
disminuyeron, abrí mis ojos al mundo que repentinamente estaba lleno de vívidos
colores.
—Vaya —dije—. Eso fue… simplemente… maravilloso.
Me vio atentamente, pareciendo tímido.
—¿Qué pasa?
—Fue mi primera vez —dijo en voz baja.
—¿Qué quieres decir?
—Nunca he hecho esto antes —admitió—. Puedes llamarme anticuado, pero era
algo que nunca pude hacer. Nunca di, ni recibí, este tipo de acto. Siempre pareció ser
algo tan íntimo… para ser hecho únicamente con la mujer con la que tendría un
futuro.
Mi corazón se aceleró de nuevo. Le extendí mi mano y se acostó sobre mi cuerpo
hasta que estuvimos cara a cara.
—Estuviste absolutamente extraordinario.
En su rostro apareció una sonrisa, radiando alivio y pura felicidad.
—Bueno —dijo, sus ojos bailando—. Me han dicho que soy bastantemente
bueno casi en todo.
Me reí en voz alta. Negando, dije:
—Apuesto que lo eres.
Él rió, besando la punta de mi nariz. Cuando se alejó, nuestra risa disminuyó.
Me miró con calidez, pero sus ojos tenían esa mirada distante.
—¿En qué estás pensando?
—En cuanto deseo poder encadenarte a mi cama para que te quedes justamente
aquí… conmigo… por todo el tiempo que desee.
Dorian estaba ejercitando mi corazón. Entrelacé mis dedos con los suyos y
pregunté:
—¿Cuánto tiempo quisieras que me quedara?
—Para siempre —respondió. Luego se dio vuelta sobre su espalda y me tomó en
sus brazos. Apoyé mi cabeza en su pecho y dibujé pequeños círculos en su piel
cicatrizada. Después de uno cuantos minutos de descansar inmóviles, mis ojos
empezaron a sentirse pesados.
Envuelta en sus protectores brazos, susurró:
—Duerme.
—Está bien —murmuré, sonriendo.
—Buenas noches, Pequeña —susurró.
—Buenas noches, Dorian.
“Los sentimientos temblaban y se agitaban en su pecho como un pájaro recién
enjaulado”.
—Rumi

brir los ojos después de una noche completa de sueño sin pesadillas era
jodidamente fantástico.
Sin embargo, ¿despertar con Pequeña en mis brazos? Eso era
felicidad pura e interminable. Nada se comparaba con esto.
Nada se comparaba con ella.
La sensación de su pequeño cuerpo contra el mío, su cabeza pegada a mi pecho
mientras la acunaba en mis brazos... Ni siquiera podía comenzar a explicar lo que
me había hecho. Ella era todo lo que siempre había soñado y todo lo que nunca creí
que merecía. Pero era mía, y demonios si alguna vez la dejaba ir.
Nos tendimos de lado, uno frente al otro. Acomodé su cuerpo, para que su
cabeza descansara en el hueco de mi cuello. Exhaló por su nariz, haciéndome
cosquillas en la piel y calentándome desde adentro hacia afuera. Nuestras piernas
estaban enredadas debajo de las sábanas, y se sujetó a mí mientras dormía, como si
necesitara el contacto tanto como yo.
Mierda. Cómo deseé que pudiéramos quedarnos de esta manera con mi ángel
atada a mí en todas las formas posibles, sin poder escapar, aunque lo intentara. No
es que lo haría. Finalmente me di cuenta de que estaba allí para quedarse. Era mía.
Y yo era suyo, pensé con una sonrisa. Lo dijo ella misma.
Y yo lo era. No tenía idea de cuan suyo era.
Apreté mi agarre, mis manos acercaron su cuerpo hasta que no quedó ni una
fracción de aire entre nosotros. Toqué su frente con mis labios, un beso simple y
casto, y me maravillé de la suavidad de su piel. Dejé que mis ojos se cerraran,
saboreando el hormigueo, el olor a vainilla que flotaba en el aire a nuestro alrededor,
y el hecho de que ella estaba allí, en mi cama, conmigo.
Fue la primera mujer que traje a mi hogar. Y la primera mujer que durmió en
mi cama. Y en el fondo, sabía que sería la última.
Se movió, y lentamente abrió sus brillantes ojos verdes. Y luego sonrió.
—Buenos días, bebé —susurré.
Parpadeó... las pestañas revolotearon una, dos y una tercera vez, y luego bajó
la mirada, sus mejillas adquirieron calidez. Mierda. Era adorable. Después de
anoche, sentí que todas las barreras entre nosotros habían sido derribadas. Quería
que ella sintiera lo mismo.
Necesitaba que se sintiera cómoda conmigo.
Con mi pulgar e índice, sostuve su mentón y lo levanté. Cuando su mirada se
fijó en la mía, sonreí con seguridad.
—¿Qué tal dormiste?
—Como los muertos —respondió con una sonrisa—. En serio... —Sus ojos
brillaron con malicia—. Ha pasado mucho tiempo desde que dormí tan
pacíficamente.
—¿Sí?
—Sí. Creo que el orgasmo que me diste la noche anterior me cansó.
Tosí, estupefacto y sin palabras. Nunca pensé que asociaría lo de anoche con la
forma en que se despertó esta mañana, toda tímida y nerviosa.
Mirándome, negó y se rió.
—A veces puedes ser adorable, sabes eso ¿verdad?
—Te mostraré lo adorable —gruñí. Sin previo aviso, nos di vuelta, cubriendo su
cuerpo con el mío, hasta que quedó tendida de espaldas conmigo encima de ella.
Chilló, mirándome con sus grandes ojos verdes—. ¿Soy adorable ahora? —pregunté,
balanceando mis caderas hacia adelante, mi dureza empujando contra su suavidad.
Gimió y arqueó su espalda mientras movía sus caderas al mismo ritmo que establecí.
Quería introducirme dentro de ella, pero me contuve porque en el fondo sabía que
no estaba preparada para eso. Así que esperaría pacientemente el momento perfecto.
Hasta entonces... Iba a hacerla mía de cualquier otra manera posible.
Contuvo la respiración e intentó liberar sus brazos de mi agarre, pero no la dejé.
En cambio, mordí su labio inferior, solo un pequeño mordisco con mis dientes,
haciéndola jadear. Y en lugar de liberarla, entrelacé nuestros dedos y apreté.
—No, no es adorable —dijo con más aire que voz. Con los ojos cerrados, giró sus
caderas contra las mías, provocando un gemido desde algún lugar profundo de mí.
Encontré sus embestidas en cada paso del camino con un abandono urgente—. Eres
mi b-bestia.
—Maldita sea, lo soy —gruñí en su oreja, encontrando cada empuje y cada
meneo de sus caderas. Adelante, atrás, adelante, atrás... más duro y más rápido a
través de su núcleo hasta que los dos estábamos sin sentido y consumidos por el
fuego entre nosotros.
Apoyando mi frente contra la de ella, abrió los ojos, y miró profundamente a
los míos mientras respirábamos entre nosotros. Liberé sus manos y en segundos,
envolvió sus brazos alrededor de mi cuello y sus piernas alrededor de mi cintura,
acercándome más. Agarré su pequeño trasero suave, tirando de ella firmemente
contra mí mientras lo moldeaba aún más fuerte. Gimió. La delgada capa de ropa era
apenas una barrera entre nosotros, y podía sentir su calor contra mi erección. Fue
suficiente para enviarme al límite.
Envolví mis brazos alrededor de ella, mis caderas chocando contra las suyas y
gemimos al unísono. Un placer inmenso me golpeó y por segunda vez, liberé mi
semilla dentro de mis calzoncillos con una intensidad que nunca había sentido antes.
Ella estaba allí conmigo, mi Pequeña, mientras sentía su cuerpo convulsionarse y
estremecerse con su propia liberación debajo de mí. Nuestros cuerpos temblaron con
las réplicas de nuestro clímax. Besé su frente, sus párpados, su nariz, sus mejillas, su
barbilla. Luego toqué sus labios con los míos, besándola con todo lo que tenía.
Cuando me aparté y la miré con una sonrisa tímida, sus ojos brillaron con calidez y
adoración.
Por alguna razón, después de cada acto físico con ella, necesitaba su
aprobación. Tenía que saber que lo hice bien. Estaba oxidado y la mitad del tiempo
no sabía qué diablos estaba haciendo. Tenía miedo de decepcionarla.
—¿Estuvo... estuvo bien para ti?
Me cubrió la cara con las manos y me dijo:
—Eres perfecto. Tú eres el único que me ha hecho sentir de esta manera. —
Inclinó la cabeza hacia mi oreja y susurró—: O correrme tan duro.
Mieeerda. Esta chica sería mi muerte.
Echó la cabeza hacia atrás y sonrió.
Me levanté de la cama, me limpié y me puse un nuevo par de calzoncillos.
Luego, volví a la cama, trayendo una toalla caliente conmigo, y la limpié suavemente
también. Se sonrojó todo el tiempo. Le entregué mi camiseta y me instalé a su lado.
—Juguemos a un juego —dijo ella.
—¿Un juego? —pregunté, metiendo mechones de cabello detrás de su oreja.
—Sí. Vamos a jugar veinte preguntas.
No pude evitar la sonrisa que se me escapó. Esta chica podría pasar de intensa
a juguetona en un abrir y cerrar de ojos.
—Quiero decir... —continuó ella—, siento que saltamos de cabeza en los temas
oscuros y profundos. No sé... quiero saber más sobre ti. Cosas simples. Cosas tontas.
Acaricié su mejilla con mi pulgar.
—Quiero saber más sobre ti también. Todo.
—Está bien, entonces... —dijo ella con una sonrisa—. ¿Color favorito?
Eso era fácil.
—Verde. El color de tus ojos. —Vi las mejillas de Pequeña adquirir un tono rosa
y sonreí—. ¿Qué puedo decir? Soy parcial. Además, siempre me ha encantado el color
verde desde que era niño. —Le guiñé un ojo—. ¿El tuyo?
Se aclaró la garganta y dijo:
—Turquesa.
—¿Programa de televisión favorito?
—The Vampire Diaries.
Levanté una ceja.
—Oh, cállate —dijo con una sonrisa—. Demándame. —Levantó un poco la
barbilla, levantó la mano e hizo una señal de victoria—. El equipo Damon hasta el
final —dijo, y luego suspiró. Jodidamente suspiró.
No tenía idea de quién diablos era este tipo, pero todo lo que quería hacer en
ese momento era localizarlo y patearle el culo.
—Escucha… —Rió disimuladamente—. Deja de fruncir el ceño. Sabes que eres
el único que deseo.
Me incliné como si fuera a besarla, pero no lo hice. En cambio, le susurré al
oído:
—¿Sí? Bueno ¿qué tal si te muestro que eres la única que deseo?
Jadeó y sus dedos pellizcaron mi piel desnuda. No me importó para nada. Se
vio afectada y eso fue lo que pretendía. Bueno, eso, y que dejara de pensar en el puto
idiota de su maldito programa. Quería que sus pensamientos fueran consumidos por
mí. Solo yo.
—Ya... ya lo hiciste —dijo con un nudo en la voz.
—Mmm, eso es correcto —le dije, lamiendo su oreja—. Lo hice. No lo olvides.
Asintió una vez y luego preguntó:
—¿Cuál es el tuyo?
Recostándome, respondí:
—Agentes de S.H.I.E.L.D.
Sus ojos se iluminaron.
—¡Me encanta ese programa! ¡Skye es genial!
—Sí, es genial —le dije, enfocándome más en ver la cara sonriente de mi chica.
—¿Genial? —dijo sorprendentemente—. ¡Ella es sexy y ruda! Una combinación
mortal, mortal, amigo mío.
Ella no es nada comparada contigo, Pequeña.
—Está bien, mi turno —dijo, alzando su mirada mientras tocaba su barbilla con
su dedo índice—. ¿Comida favorita?
—Cualquier plato que contenga carne. ¿Tú?
—Amo la comida italiana.
—Comida italiana, ¿eh? —Nota mental: abastecer mi nevera con todo para
preparar comida italiana—. ¿Película favorita?
—Esa es difícil. De acuerdo, déjame pensar. —Cerró los ojos y jugueteó en mi
pecho desnudo. La sensación de sus dedos en mi piel... desvió el rumbo de mis
pensamientos y me dejó en blanco. De repente, sus ojos se abrieron de golpe, y
sonrió—. Oh, ¿a quién demonios voy a engañar? Siempre será A Walk to Remember.
Vi esa película como un millón de veces, y lloré cada... vez.
Su expresión comenzó a cambiar, y en lugar de la ligereza que vi hace unos
segundos, una nube oscura se apoderó de ella. Los bordes de su boca bajaron.
—¿De qué se trata la película? —le pregunté, ya que no podía soportar ver su
expresión triste.
Me miró con extrañeza.
—¿No la has visto?
—Uh... ¿no? —respondí. ¿Por qué tenía miedo de decirle que nunca había
escuchado sobre esta película antes de hoy?
—No puedo decirte de qué se trata la película —dijo—. Arruinaría toda la
experiencia. Tendremos que ver la película juntos.
¿Más tiempo con ella? Apúntame. Me podría pedir que mire Desperate
Housewives y diría sí, por favor.
—Me parece bien —dije.
—Entonces... —Sonrió—. ¿Cuál es la tuya?
—Las películas de Fast and Furious.
—Hablando de cosas en común. Normalmente no soy una chica de acción, pero
las he visto todas.
—¿En serio? —Me sorprendió. La había clasificado de solo cosas románticas.
—Sí. —Su rostro se levantó para poder mirarme—. Son mucho más que
películas de acción. Tienen momentos de reír a carcajadas, especialmente en lo que
concierne a Roman. —Se rió entre dientes, y yo me uní a ella. Tenía razón. El tipo era
hilarante—. Y toda la “unidad familiar” que tienen en marcha... —continuó—, es
reconfortante.
¿Era posible enamorarse de ella más y más con cada momento que pasaba?
¿Había un límite en la cantidad de amor que alguien podría tener para otra
persona? No tenía idea. Todo lo que sabía era que esta chica podía ponerme de
rodillas, y que lo haría con una sonrisa en mi cara.
—¿Por qué me miras así? —preguntó.
—¿Cómo? —Lo sabía, pero quería que ella lo dijera.
—Como si sostuviera el sol en mis manos —susurró—. O algo así de cursi. —
Desvió la mirada, mirando a un lugar detrás de mi cabeza.
Esta chica.
—Porque lo tienes.
Era tan simple como eso. Ella sostenía el sol, la luna y las estrellas en sus manos
desnudas. También sostenía mi corazón en sus manos, y todo lo que podía hacer era
desear que fuera amable con eso.
—¿Canción favorita? —susurró.
Ni siquiera tuve que pensar sobre eso.
—Right Here de Ashes Remain —dije.
—¿De verdad?
—Sí. Desde el momento en que la cantaste —le dije, recordando el momento—.
Se convirtió en mi nueva canción favorita.
Capté el brillo en sus ojos antes de que rápidamente desviara la mirada.
—¿La tuya? —susurré, mi voz ronca.
—May I de Trading Yesterday.
Probablemente notó la expresión en blanco de mi rostro, porque preguntó:
—¿Alguna vez la has escuchado?
—No... —Otro de sus favoritos que no conocía. Maldita sea.
—Bueno —dijo—, cambiaron su nombre a “The Age of Information”. ¿Tal vez
estás familiarizado con ese nombre?
Negué. No tenía idea de quiénes eran.
—¿Vives bajo una roca o algo así?
Sonreí.
—Antisocial. Solitario. ¿Recuerdas?
Se levantó y saltó de la cama.
—Tenemos que arreglar eso, en este momento.
Mi camiseta color verde oscuro le quedaba larga, llegando a sus rodillas,
luciendo más como un vestido. Había algo tan sexy en ver a mi Pequeña usando mi
camisa. Todo lo que quería hacer era tomarla en mis brazos y besarla hasta quedar
sin sentido.
Salió de la habitación y regresó con su iPhone y sus auriculares. Subió a la cama
y buscó en su lista de reproducción.
—Lo encontré. —Sonrió. No perdió tiempo en ponerme un auricular dentro de
la oreja y el otro en la suya—. Escucha —dijo—. Otra canción que te voy a dedicar.
La canción comenzó a sonar y miré la razón por la que estaba respirando y cubrí
su mejilla con mi mano.
Cuando la canción llegó a su fin, se quitó los auriculares de las orejas y dijo:
—¿No son increíbles?
Tú eres increíble.
—Claro.
Nos miramos el mayor tiempo posible, y luego pregunté:
—¿Atardecer o amanecer?
Y continuamos así, haciendo preguntas al azar sobre las cosas más aleatorias.
Aprendí mucho sobre ella.
Creo que fue cuando comencé a creer en almas gemelas.
Y luego pensé... mierda... estaba muy abajo, sin manera de mantener la cabeza
fuera del agua. Pero a la mierda... Qué dulce manera de ahogarse.
“La herida es el lugar por donde entra la Luz”.
—Rumi

uy bien, chicos —dijo Bennie mientras se paraba frente al grupo,


juntando sus manos, atrayendo toda la atención hacia él—.
Terminemos esta reunión. —Miró a todos los del grupo, y luego
preguntó—: ¿Alguien quiere agregar algo antes de irnos?
Me senté junto a Pequeña en el semicírculo junto con el resto del grupo. Decir
que el grupo se sorprendió al ver este cambio sería quedarse corto. Estaban
acostumbrados a verme sentado solo en el rincón más oscuro. Pero todo había
cambiado en el momento en el que Pequeña cruzó la puerta. Después de conocerla y
anhelar un futuro con ella, me di cuenta de que no podía seguir viviendo así. El miedo
a ser juzgado. El miedo que la gente me mire con lástima. Entonces, después de casi
dos años en las sombras, decidí salir de la oscuridad y caminar impetuosamente
hacia la luz.
De acuerdo, puede que tuviese un motivo oculto para estar sentado aquí hoy.
Estaba sentado con un brazo posesivo alrededor del respaldo de su silla porque
quería mostrarles a todos en esta sala a quién pertenecía ella.
Y también, a quién pertenecía yo.
Desde el momento en el que ella puso sus ojos en mí, vio a través de mi coraza
exterior. Vio al hombre que estaba dentro. No a mis cicatrices. Ella me vio. Y fue la
única que me fascinó lo suficiente como para sacarme de mi zona de confort. Como
para sentarme aquí frente a todos, en una exhibición de mierda, como una extraña
exposición en un museo.
Pero estaba dispuesto a hacerlo. Por ella. Quería demostrarle que iba a sanar.
Que seguiría adelante y recuperaría mi vida pasada. Que mejoraría. Le daría todo lo
que tenía. Todo lo que debía hacer era pedirlo. Pero ella nunca lo hizo. Jamás me
empujó a dar más de lo que podía. Y se sorprendió más que nadie cuando caminé
directamente hacia el medio círculo y tomé asiento al lado de ella. Acostúmbrate a
la gente. De ahora en adelante, sin importar cuán incómodo me sentía, este era mi
lugar: a su lado.
Pero estaba empezando a sudar mientras los ojos que me rodeaban se abrían
como platos con confusión e intriga. ¿Estaba húmedo aquí adentro? Tiré de mi
camisa, abanicándome mientras sentía cómo el sudor corría por mi espalda. Bajo
microscopio fue como me sentí, y el impulso de esconderme en mi oscuro rincón
creció con todos esos ojos inquisitivos concentrados en una sola cosa: yo.
Estaba a tres segundos de saltar de mi asiento y correr hacia la salida más
cercana cuando Pequeña se estiró y tomó mi mano. Simplemente; sostuvo mi mano.
El más simple de los contactos y sin embargo me envolvió como una brisa fresca.
Joder, finalmente pude respirar de nuevo. Ella era mi ancla cuando sentía que me
ahogaba.
Cuando volví a mirar a Bennie, nos miraba atentamente con algo que no pude
descifrar. Y él no fue el único con la mirada inquisitiva; toda la habitación había visto
nuestro intercambio y ahora las expresiones de asombro transitaban por sus rostros.
Las preguntas sin formular eran mucho más ruidosas que la lluvia que golpeaba
contra los cristales de las ventanas.
Entonces Bennie rompió el silencio, y no podía estar más agradecido.
—¿Nadie quiere agregar nada?
Aria apoyó su cabeza en mi hombro y frotó su mejilla contra mi camisa. Puse
mis labios en su cabello y la respiré.
—Yo —dije, sorprendiendo a todo el mundo—. Quiero decir algo.
Una vez más, todos los ojos estaban puestos sobre mí. Pero hice eso a un lado,
respiré hondo y dije lo que tenía que decir.
—Estos últimos años me han pasado factura. Regresar a casa después de
atravesar las siete puertas del infierno fue como un tortazo en la cara. Luché. Sentí
que todo estaba igual que antes de irme, pero yo era diferente. No pude conectar con
nadie. No podía soportar que me tocaran. Aparté a las personas que me importaban
y no dejé que nadie se acercara demasiado. Escuché lo que los demás decían de mí.
—Los miré, a la gente que había visto aquí tan a menudo, a los que seguían siendo
extraños para mí, y no oculté mi disgusto—. Y eso me hizo encerrarme aún más.
Estaba bastante bien. Estaba contento con mi soledad... hasta que ella ocurrió. —Con
los ojos clavados en los de Aria, dije—: Había algo en ella que me llamó la atención.
Como un imán, fui atraído en su dirección, sin capacidad para detenerme. —Levanté
su mano y la llevé hacia mis labios, luego besé sus pequeños y delicados dedos. Ella
estaba sorprendida, como todos los demás por mi demostración pública de afecto—
. Desde el momento en que nos conocimos —continué, mi mirada sin flanquear en
los suya—, ella me vio.
Los ojos de Aria brillaban con lágrimas. Agarré su mano en la mía.
—Tú me viste, Pequeña. No creo que alguna vez te haya agradecido eso.
Dejé de hablar y dejamos que nuestros ojos dijeran lo que nuestras voces no
podían pronunciar.
La reunión terminó después de mi confesión y Bennie dejó ir a todo el mundo.
Se despidieron y unos pocos ofrecieron palabras de aliento, pero la mayoría
mantuvo su distancia.
Pequeña rozó su mano a lo largo de la mía y me dijo que tenía que usar las
instalaciones. Asintiendo, la vi ponerse de pie y salir por la puerta. Pensé en todas
las cosas que aún quería decirle cuando la voz de Bennie interrumpió mis
pensamientos.
—Oye, D.
Me estaba mirando con una expresión extraña y yo estaba listo para irme.
Estuve aquí el tiempo suficiente.
—Sí, Ben. ¿Qué pasa?
Se frotó la nuca, y luego lentamente, su boca se arqueó en una sonrisa torcida.
—Solo quería decirte lo orgulloso que estoy. Nunca pensé que vería el día en
que te sentarías aquí junto con todos y realmente hablarías. —Negó—. Es buena para
ti, ¿lo sabías? —dijo, apuntando con la barbilla en la dirección en la que Pequeña
había desaparecido.
—Lo sé. —Después de unos segundos, volví a mirarlo a los ojos y agregué—: Fui
a ver a un psiquiatra. —Me aclaré la garganta, de repente sintiéndome incómodo—.
El tipo es bastante genial. Ya lo he visto un par de veces y, aunque no estoy seguro
de si algo va a salir de eso, pase lo que pase, esta vez no me rendiré. Esta vez no
renunciaré. Voy... —Respiré hondo, forzando las palabras a salir—. Voy a sanar, Ben.
Voy a mejorar. Por mi familia. Por ella. Y lo más importante, por mí. Es hora. —Mis
ojos buscaron los de ella, siempre buscando, siempre escudriñando, todavía
esperando a que regresara—. Sin siquiera proponérselo —continué—, ella me hizo
comprender eso. Es la razón por la cual estaba respirando nuevamente y haré
cualquier cosa para ser lo suficientemente bueno para ella.
—Ya lo eres —dijo Bennie—. Pero me alegra saber que decidiste sacar la cabeza
del culo. Estaba preocupado por ti.
El afecto por este hombre que nunca me había abandonado, creció en mi pecho.
Cuando lo volví a mirar, mis ojos brillaron con la verdad de mis palabras.
—Gracias, Ben. Voy a mejorar, confía en mí con eso.
—Confío en ti, D. Por supuesto que confío en ti.
Sonrió mientras miraba hacia la puerta. Pequeña se dirigió hacia nosotros, una
sonrisa secreta formándose en su bonita cara. Mi corazón emprendió el vuelo y la
simple vista de ella caminando hacia mí me dejó sin aliento.
Antes de alejarse, Bennie me dio una palmadita en la espalda.
—Son realmente buenos el uno para el otro.
Él estaba en lo cierto.
Solos, estábamos rotos.
Juntos, estábamos completos.
“El ángel se salva por el conocimiento, la bestia por la ignorancia. Entre ambos el
hombre permanece en disputa”.
—Rumi

as semanas pasaron y con ellas cambió la estación. El frío se convirtió en


una temperatura cálida y agradable. Las nubes grises fueron sustituidas
por la luz brillante del sol. Los colores sombríos del invierno cambiaron
a los vibrantes de la primavera.
El estado de salud de mi padre empeoró y los días a su lado se volvieron
insoportablemente difíciles. Sus piernas estaban dolorosamente hinchadas y
adelgazó tanto que sus huesos sobresalían. Hubo momentos en que estaba
confundido y decía cosas sin sentido. Dormía la mayor parte del día. El síntoma más
aterrador eran las manchas de sangre que se extendían por toda su piel. El médico
dijo que era una señal de que su hígado estaba empezando a fallar.
En pocas palabras, la condición de mi padre era terrible. Finalmente, nos dimos
cuenta cuando el hospicio entró en nuestras vidas. Debería haber estado agradecida
por su ayuda, pero me molestaban. Para mí, eran ángeles de la muerte y no los quería
en nuestra casa. Estaba agitada. Estaba triste. Quería gritar al cielo por la injusticia
de todo. Pero al final, no tuve más remedio que aceptar la ayuda.
Pasé mis mañanas y tardes a su lado. Fue nuestro tiempo privado juntos. A
veces, estaba recostada en la cama con él. Otras, solo veíamos televisión o interpreté
algunas de sus canciones favoritas. Mis momentos preferidos fueron cuando él
estaba alerta y lúcido. Hablábamos y conversábamos sobre cualquier cosa.
Mis tardes estaban llenas de una larga lista de compromisos, pero cuando podía
escapar de la realidad y no tenía que estar en otro lado, pasé esos momentos con
Dorian. Él era mi roca. No tenía idea de qué habría hecho sin él. Me escuchó, me
animó. Me tocó con su cuerpo, con sus palabras y con su alma.
La semana pasada, conocí a su familia. Su madre era encantadora y le gusté de
inmediato. Me gustaba ella también. Para ser honesta, había tenido miedo de
conocerla y no estaba segura de por qué. Quizás estaba asustada de que ella no me
aceptara. Pero cuando Dorian jugaba con Lizzy, dejándome sola con su madre, ella
me miró con ojos suaves y luego me acercó, abrazándome y me susurró al oído:
—Gracias, cariño. Muchas gracias por traer a mi hijo de vuelta.
No estaba segura si merecía semejante crédito y estaba a punto de decirlo
cuando me abrazó con más fuerza y me dijo:
—Cállate y acepta mi agradecimiento.
No pude evitar reír. No dije una palabra, solo la abracé, dándole las gracias
desde el fondo de mi corazón por darle la vida al hombre que se estaba convirtiendo
en mi todo.
Lizzy, su hermana, era adorable. Solo podía imaginarme qué problemas iba a
causarle como adolescente.
Cuando mencioné eso volviendo a casa, él solo sonrió y dijo:
—Te refieres al problema que nos causará. Si crees que vas a abandonarme lo
tienes mal. Te buscaré, te pondré sobre mi hombro y te arrastraré de vuelta para
ayudarme con ella.
Me reí e incluso solté un bufido con eso. Lo gracioso era que sabía que no estaba
bromeando. Yo era suya ahora. Había sido suya desde el momento en el que me vio,
y supe que nunca me dejaría ir.
Estaba totalmente bien con eso.
Pasamos las noches juntos. Después de esa noche que había pasado en su
departamento, no podía dormir sin mí. Las primeras noches separados, él había
sufrido pesadillas e insomnio. Me hizo jurar que nunca más lo abandonaría. Dormir
a mi lado era su solaz. Así que acepté. Por supuesto que acepté. Tonteamos bastante,
pero aún no habíamos tenido sexo. Yo quería. Había tantas emociones dentro de mí
que tenía que sacar. Al principio no estaba segura de por qué esperábamos, pero
Dorian siempre estaba a tono conmigo. Sabía exactamente qué necesitaba, cómo lo
necesitaba y cuándo lo necesitaba. Él adoró mi cuerpo mientras estudiaba cada
forma, cada curva y cada línea, aprendiendo a darme el placer más carnal y
satisfactorio.
Sin embargo, había algo extraño; no me dejaba poner mi boca sobre él. Sí, él
me dejó tocarlo con mis manos, y le encantaba devolverme el favor con sus manos y
su boca. Especialmente con su boca. Él siempre murmuraba que yo era su postre
favorito y a veces sentía que amaba complacerme más de lo que amaba recibir placer.
Pero hubo una vez en la que estábamos tonteando, y en el fragor del momento,
me puse de rodillas frente a él y comencé a desatar su cinturón. Mi mente estaba
llena de maneras de complacerlo, y cuando mi mirada se arrastró por encima del
bulto en su pantalón que estaba tratando de liberar, mis ojos chocaron con los suyos,
y la expresión que vi pegada a su cara no era la que esperaba. Esperaba ver el calor,
la lujuria y el deseo. Lo que no esperaba ver, eran sus ojos abiertos como platos con
alarma y miedo. No se parecía a un hombre que estaba a punto de recibir placer;
parecía un hombre parado al borde de un acantilado, a punto de caer al abismo.
Fruncí el ceño y lo miré con ojos cautelosos hasta que finalmente parpadeó,
reaccionando. Un momento después, puso su mano bajo mi codo y me levantó,
abrazándome con fuerza. Un brazo se envolvió alrededor de mis hombros mientras
su otra mano envolvía mi espalda. Sentí su cuerpo estremecerse. No sabía qué
demonios estaba pasando. Así que hice lo único que sabía para calmar su cuerpo
tembloroso... Lo abracé. Envolví mis brazos alrededor de su cintura, y enterré mi
cabeza donde se unían su cuello y hombro. Permanecimos allí durante largos
minutos, pegados el uno al otro hasta que su cuerpo dejó de temblar. Cuando sentí
que la tormenta finalmente terminó, le pregunté qué pasaba.
Me dijo que nunca más quería verme de rodillas delante de él. No sabía por qué.
Solo sabía que había una razón para su fuerte reacción, así que lo dejé pasar.
Sabía que cuando fuera el momento correcto, él me lo diría.
“Cuando estoy contigo, nos quedamos despiertos toda la noche.
Cuando no estás aquí, no puedo dormir.
¡Alabado sea el Señor por esos dos insomnios!
Y las diferencias entre ellos”.
—Rumi

olo por fin.


Después de largas y terribles horas de tortura, finalmente
estaba solo. Esta celda era mi propio infierno personal. El dolor era
mi amigo. La oscuridad era mi aliada. Un océano de sangre se
había estado acumulando alrededor de mi cuerpo. No era un derrotista, pero
nunca había querido morir tanto como lo quería en este momento.
No tenía una maldita idea de cuánto tiempo había estado cautivo aquí abajo.
¿Días? ¿Semanas? ¿Meses? Había perdido todo el sentido del tiempo y lentamente,
mis instintos de sobrevivencia estaban disminuyendo. Podía sentirlo drenando la
vida fuera de mí. De todas formas, no saldría vivo de este lugar. ¿Cuál era el punto
en continuar? ¿Tratando de aferrarme a la paja para permanecer vivo? Ya debería
terminar con esta pesadilla, pero no tenía la fortaleza física.
Estaba asqueado conmigo mismo y con lo que me había convertido.
Un maldito debilucho.
Su líder podía haberme lastimado en numerosas ocasiones si quisiera hacerlo.
Sí, cuando estaba rodeado por sus hombres, era cruel y despiadado. Pero utilizaba
palabras en lugar del abuso físico. ¿Cuál demonio era su juego?
Un ataque de tos se apoderó de mí. Mis costillas dolían terriblemente y apenas
podía respirar. Rompieron cada parte de mi cuerpo que pudieron romper y me
dolía por todas partes, pero nunca les di la satisfacción de verme romper. Se me
había dado una mala mano desde el momento en que me atraparon, pero esto… no
les daría esto.
La puerta se abrió. Tragué duro y cerré mis ojos fuertemente. Temeroso de
que fueran ellos. Que hubieran regresado para terminar lo que había comenzado.
Aun así, también sentí un dejo de felicidad porque todo el sufrimiento finalmente se
terminaría.
Abriendo mis ojos, se movieron en la dirección del sonido y lo que vi frente a
mis ojos inyectados en sangre me quitó el aliento. Una pequeña niña entró en la
celda y estaba parada en la entrada. Un halo de luz rodeaba su pequeño cuerpo,
haciéndola resplandecer. La brillante luz que emitía no me dejaba ver su rostro.
Entorné mis ojos, intentado parpadear para aclarar mi desenfocada visión para
ser capaz de distinguir sus rasgos.
Repentinamente, por el rabillo de mi ojo, vi a una pequeña figura acercarse a
mí rápidamente.
—¡Ace! ¡Regresa aquí! —gritó la pequeña niña.
Repentinamente, sentí mi mundo derrumbarse a mi alrededor. Escalofríos
recorrieron mi cuerpo y la respiración se atascó en mi garganta. Reconocí el
nombre. Si Ace estaba aquí, eso significaba una cosa. La niña, el ángel de ojos
verdes que había salvado, también estaba aquí… en esta celda, conmigo.
¿Qué demonios estaba haciendo aquí abajo? Sentí un flujo de pánico
apretarme. ¿Estaba loca? ¿Perseguiría a este perro hasta el fin del mundo sin
importar los peligros que tuviera que enfrentar?
Estaba débil, acostado en el suelo frío, mi vida drenándose. No había
oportunidad de que fuera capaz de mantenerla a salvo. De protegerla de que le
hicieran daño.
¿Por qué estaba ella aquí? ¿Cómo me encontró?
Un ataque de tos se apoderó de mí de nuevo. Cuando mis arcadas
disminuyeron, intenté hablar:
—¿Q-qué estás ha-haciendo aquí?
La chica ahora estaba parada frente a mí, su perro metido cuidadosamente
entre sus brazos. Finalmente pude distinguir sus rasgos. Lucía igual, vistiendo el
mismo camisón infantil blanco. Su cabello castaño claro todavía estaba despeinado
sobre su rostro. Y los vendajes que utilicé para cubrir sus heridas, todavía estaban
ahí.
—Ace se escapó —murmuró, luciendo tímida—. Tenía que encontrarlo. —Dio
pequeños pasos hacia mí, preocupación grabada en su rostro.
Mi cerebro gritaba. No es real. Realmente no podría estar aquí.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté de nuevo, mi voz enronquecida.
Me miró… simplemente me miró, luego dijo en una voz baja:
—Vine a salvar a Ace y yo… —Tragó, luego mordió su labio inferior entre sus
dientes.
—¿Tú qué? —le pregunté desesperadamente.
—También vine a salvarte —susurró.
¿Vino aquí a salvarme? ¿Estaba loca? Quería sacudirla. Quería gritarle que
huyera. Corriera por su vida antes que alguien más pudiera venir aquí abajo y la
viera.
Estaba terriblemente asustado por su seguridad, aunque reconfortado
porque estuviera conmigo.
Aun cuando sabía en lo profundo de mí que solo era un sueño, su presencia
me hacía sentir mejor. No tenía sentido. Solo la había visto una vez y ni siquiera
había aprendido su maldito nombre.
Antes de que pudiera preguntar su nombre, la reluciente figura frente a mí
comenzó a volverse borrosa y desvanecerse. Sus ojos estaban muy abiertos y su
pequeña mano estirada frente a ella, extendida hacia mí. Estaba medio muerto en
el suelo, pero, aun así, intenté tomar su mano.
Justo cuando estaba a punto de tocarla, desapareció y todo se volvió negro,
frío y triste.

Mis ojos se abrieron y jadeé. Me sentía desorientado, confundido e ignorante


de mis alrededores. Parpadeé para alejar la neblina que se aferraba a mí como la
hieda a un árbol.
¿Por qué repentinamente soñé con la niña y su pequeño perro? Estaba
perturbado por ello.
Miré alrededor hacia la brillante y desconocida habitación, y la realización vino.
Estaba en casa de Pequeña.
La había llevado a una cita en un restaurante italiano. Pero durante la velada,
se había puesto inquieta. Revisaba su celular cada dos minutos. Su pierna brincaba
sin parar, todo mientras sus dedos golpeteaban nerviosamente sobre la mesa. Si no
supiera lo que la mantenía en tal estado de tensión, me habría sentido ofendido.
Así que después de cenar, había sugerido que durmiéramos en su casa esta vez.
Había sonreído con gratitud. Sabía que quería estar cerca de su padre en estos días.
Cuando llegamos a su casa, sus padres ya se habían ido a dormir. Pero pude
conocer a su hermano menor, Adam. Estaba sentado en la sala de estar mirando la
televisión. En el momento en que sus ojos aterrizaron sobre mí, frunció su ceño. No
creo que le haya agradado mucho, pero se lo atribuí a que estaba siendo protector
con su hermana. Eso era algo que podía respetar.
El chico se levantó del sillón, gruñó algo que no pude descifrar, abrazó a su
hermana y besó su mejilla. Hizo todo eso mientras ignoraba mi existencia. Luego
subió las escaleras y se encerró en su habitación. Aria miró fijamente hacia las
escaleras vacías y luego me miró con sus cejas arqueadas. Me encogí de hombros y
negó, riéndose.
Por un momento, nos quedamos viéndonos fijamente. Quería hacer tantas
cosas con ella. Para ella. Quería aliviar su dolor y distraer sus sombríos
pensamientos. Quería tomarla en mis brazos y nunca dejarla ir. Pero apenas podía
mantenerse de pie. Necesitaba dormir más de lo que necesitaba cualquier otra cosa.
Caminé los metros que nos separaba, la tomé en mis brazos y la cargué mientras me
dirigía hacia su habitación.
Ambos estábamos tan malditamente exhaustos que tan pronto como la acosté
en la cama, me metí bajo las mantas con ella. Metí su pequeño cuerpo contra mi
cuerpo y en el momento en que nuestras cabezas se acomodaron cómodamente en
las suaves almohadas, estuvimos muertos para el mundo.
Lo que me traía al aquí y el ahora.
Necesitando tocarla, estiré mi mano y sentí… nada. Un espacio vacío. Golpeteé
con mi mano algunas veces y sentí el lugar. Estaba vacío y frío. Me enderecé, con
pánico.
¿Alguna vez se iría? ¿Este constante medio de despertar un día solo para
descubrir que desapareció de mi vida?
El reloj en su mesita de noche mostraba que eran pasadas las tres de la mañana.
Sin desperdiciar otro segundo, salí de la cama y comencé mi misión. Revisé el piso
superior. No estaba ahí. Fui escaleras abajo e hice una rápida búsqueda en la sala de
estar. Tampoco estaba ahí. Intenté que el pánico no se apoderara de mí, fui hacia la
cocina y noté que la puerta estaba abierta. Mirando a través de la puerta con tela
metálica, la vi.
Salí hacia el patio. Estaba sentada en un columpio enganchado a un roble
gigante, sosteniéndose de las cuerdas mientras se mecía, todo mientras observaba el
cielo nocturno. Parecía tan vulnerable balanceándose como una niña pequeña.
Mi corazón se apretó dolorosamente en mi pecho.
La amaba, me admití.
La dejé estar sola por un rato mientras me quedaba parado entre las sombras,
observando tranquilamente mientras se balanceaba pacíficamente. La luz de la luna
brillaba sobre su cabeza, haciéndola lucir como un ángel. Mi ángel. Cuando cada
músculo en mi cuerpo me gritó que fuera por ella, dejé el lugar oscuro donde estaba
parado y caminé hacia su luz.
Había otro columpio junto a ella y lo tomé. Nos mecimos de ida y vuelta
lentamente, ambos perdidos en nuestras cabezas hasta que decidí romper el silencio.
—¿Por qué estás sola aquí afuera? —pregunté en voz baja, temeroso de
perturbar la calma a nuestro alrededor.
—No lo sé —murmuró después de algunos segundos—. Desperté con una
extraña sensación… como si… —Se quedó callada, luego suspiró—. No lo sé… como
si algo faltara. —Giró su cabeza y me miró—. Definitivamente algo falta, solo no
puedo determinar lo que es.
—Vamos a hablar entonces. —Sonreí—. Sobre cualquier cosa. Tal vez hablar te
ayudará a aclarar tu mente.
—Está bien —murmuró.
—Dime un secreto. Algo que nadie más sabe.
“En el minuto en el que oí mi primera historia de amor empecé a buscarte, no
sabiendo que tan ciego estaba. Los amantes no se encuentran en algún lugar, sino
que están siempre el uno para el otro todo el tiempo”.
—Rumi

e quedé quieta por unos instantes, contemplando su pregunta.


—No me gusta el mar —confesé. Quería contarle de River, acerca
de mi aversión al mar, acerca de mi pasado. Quería contarle acerca de
todo.
—¿No te gusta el mar? —Sonaba sorprendido—. ¿Por qué?
—No sé nadar tampoco —agregué.
—¿No sabes…? —Se calló y se inclinó hacia atrás, mirándome con las cejas
elevadas—. ¿Me estás diciendo que no sabes nadar?
—No aguanto estar bajo el agua. No puedo respirar.
—Por supuesto que no puedes respirar, querida. No eres un pez.
—Ya lo sé —me quejé.
—¿Nunca intentaste aprender? —preguntó, todas las bromas de lado.
—Sí. Mi papá intentó enseñarme, pero se rindió.
—Yo puedo enseñarte.
Niego.
—Realmente no quiero. Solo de pensar estar bajo el agua me pone mal.
—Pero… —Me observa, confundido—. Debes superar eso.
—¿Por qué?
—¿Qué quieres decir con por qué?
—¿Por qué debería intentar superarlo? ¿Debe todo en mi vida ser superado? A
veces deberíamos solo dejarlo así. No todo es arreglable.
Me miró de cerca, como si me estuviera viendo por primera vez.
—¿Por qué no te gusta el mar?
Inhalé profundamente, reteniendo el aire por unos instantes, y luego lo dejé
salir en una larga exhalación.
—El mar se llevó a mi hermano.
—Lo lamento —susurró. Su mano cubrió una de mis mejillas y con su pulgar
me acarició con delicadeza.
Él retiro su mano y seguimos balanceándonos sentados uno junto al otro, de
cara al patio trasero. Realmente sentí que era hora de hablar sobre todo lo que
sucedió cuando River murió. Sobre el extraño que apareció de la nada y me salvó la
vida. Nunca lo había olvidado. No pensé que alguna vez lo haría.
—Mi hermano... —comencé—, él era el sol en nuestra familia. Era inteligente,
divertido, travieso, intenso... lo que sea. Era amado y era feliz. —Giré la cabeza hacia
un lado y lo miré—. Estaba realmente feliz, Dorian.
Dorian sonrió con una triste sonrisa que no llegó a sus ojos.
—Una noche, fue a la playa con sus amigos. Fue su última noche juntos antes
de que se suponía que debía irse al campamento de entrenamiento. Se estaba
uniendo al ejército —le dije con orgullo—. Esa noche, fue a la playa y nunca regresó.
Él agarró mi mano y la sostuvo contra su pecho.
—¿Qué pasó?
—Una jodida marea —murmuré—. Bebieron unas cervezas y tontearon, y luego
se metió al agua. Según lo que nos dijeron, sus amigos le pidieron que no lo hiciera,
pero él no escuchó. El mar estaba enojado y las olas se estaban rompiendo con fuerza,
pero entró de todos modos y nunca regresó. —Me atraganté—. Intentaron
encontrarlo. Enviaron grupos de búsqueda para buscarlo, pero salieron con las
manos vacías cada vez. Tres días, Dorian... —Reprimí las lágrimas que intentaban
escapar—. Lo buscaron durante tres largos días hasta que su cuerpo fue visto
flotando cerca de las rocas.
Cerré mis ojos.
—Desde que murió, he tenido esta guerra conmigo misma acerca del mar. Me
encantaba su belleza, pero también lo odiaba. Está vestido de belleza; te atrae hasta
que te atrapa y muestra sus verdaderos colores. Desde ese día, nunca me pareció lo
mismo. —Estaba en silencio a mi lado, pero su presencia me dio la fuerza para
continuar—. Yo era una niña en ese momento —le susurré, temblando—. Pero lo
recuerdo perfectamente. El miedo que sentimos, el temor, el dolor y la desesperación
de mis padres. Lo odiaba.
River se había ido, y el dolor de perderlo nunca sanaría.
—A veces tengo esta pesadilla —susurré—, donde estoy bajo el agua... buscando,
buscando, buscándolo. —Negué—. Nunca lo encuentro.
Dorian trazó con sus dedos mi piel, acariciando mi mejilla como un beso que
me hizo temblar por lo bien que se sentía. Solo quería cerrar los ojos y disfrutar las
sensaciones que su toque me hacía sentir.
—Los dos tenemos demonios a los que tenemos que enfrentarnos todos los días
—dijo en una profunda voz que era como un ancla, manteniéndome en tierra. Porque
la verdad era, que a veces sentía deseos de alejarme. Muy, muy lejos—. El secreto —
dijo—, es seguir avanzando. —Inclinó la cabeza y levantó mi barbilla para poder
mirarme a los ojos—. Antes de conocerte, Pequeña, no quería enfrentar mis
demonios.
Cerró los ojos y tragó saliva. Cuando los abrió de nuevo, se llenaron de sombras
oscuras. Mi corazón sufría por él.
—Fui secuestrado, maltratado, casi muriendo de hambre, inmundo, solo... —
Inhaló profundamente y luego exhaló lentamente—. Cuando salí de ese infierno y
volví a casa, pensé que esconderme de lo que me pasó era la respuesta. Que no pensar
en eso sería la decisión correcta. Pero estaba equivocado. —Negó y sonrió
tristemente—. Nunca podría escapar de lo que me sucedió y lo más probable es que
nunca lo haga. Me atormenta día y noche. Entonces desde que volví, simplemente
existí. Pasé por muchas movidas y soporté lo que sea que la vida eligió arrojarme. Y
luego te conocí—. Me besó la punta de la nariz, la frente y luego cada uno de mis
párpados—. Me di cuenta de que esconderme de mi pasado no era la respuesta. Eres
fuerte, Pequeña. —Tomó mi mejilla con su mano—. Eres la persona más fuerte que
conozco y con todo lo demás que siento por ti, debes saber cuánto te admiro.
—Dorian... —susurré.
Sus palabras calentaron cada parte de mi cuerpo que había estado fría. Pasó un
dedo por mi boca, callándome.
—Lo siento, Pequeña, por todo lo que tienes que pasar. Lamento que hayas
tenido que perder a tu hermano a tan temprana edad, y lamento no haber estado allí
para protegerte. Lo siento también, por tu padre. Algunas veces, en nuestras vidas,
malas cosas les pasan a las buenas personas. No hay una razón específica para eso.
No hay explicaciones tampoco. Sucede, y todo lo que tenemos que hacer es aprender
a tratar. Pero sé una cosa, cariño... —Inclinó la cabeza y susurró en mis labios—:
Nunca más vas a enfrentar nada sola. Lo que sea que la vida nos arroje, vamos a
enfrentarlo juntos. —Él rozó la punta de su nariz con la mía—. ¿De acuerdo?
Sonreí y froté la punta de mi nariz con la suya a cambio.
—Está bien.

Joder. Esta chica... mi niña. La cantidad de tristeza que escondía dentro rompió
mi puto corazón. Todo lo que estaba enmascarando con su hermosa sonrisa. Ella era
la princesa en el baile de máscaras, pero vi más allá de ella. Vi debajo, en las
profundidades de su alma. Nunca podría esconderse de mí, ni alguna vez planeé
dejarla.
—Hola, Pequeña —murmuré.
La luna llena brillaba en el cielo negro, y la suave luz iluminaba su rostro. No
podía dejar de compararla con un ángel.
—¿Mmm...?
—¿Alguna vez has tenido un héroe? —pregunté, antes de que pudiera pensar
dos veces sobre mi pregunta. Tragué saliva. ¿Quién demonios preguntaría cosas
como esa?
Aparentemente, yo lo hice.
—¿Un héroe? —Me miró, divertida—. Bueno, siempre he considerado a mi
padre un héroe, pero... —Hizo una pausa y miró el cielo—. Hubo una vez que alguien
me salvó la vida. Yo llamaría a ese tipo un héroe.
—¿Qué quieres decir?
—Había este tipo... —Se calló, mientras miraba soñadora.
—¿Quién era él? —le pregunté, mi voz ganó fuerza. Los celos son a veces una
perra.
—Realmente no lo sé. Traté de no pensar demasiado en él después.
—¿Por qué?
Ella suspiró y miró el cielo nocturno de nuevo. La luna llena era la única luz
sobre nosotros. Las estrellas estaban escondidas detrás de las pesadas nubes,
haciendo que la luna pareciera solitaria. Esta noche, éramos su única compañía.
—Porque no importa cuán significativo haya sido nuestro encuentro, estaba
conectado a uno de los días más oscuros de mi vida... el día en que encontraron el
cuerpo de mi hermano —dijo en voz baja, mientras se quitaba un mechón salvaje que
caía en sus ojos—. Cuando crecí, sin quererlo, mi cerebro intentó borrar su memoria
de mi mente. Nunca intercambiamos nombres. Lo conocí una vez, y nunca lo volví a
ver. Pero no pude dejar de pensar en él algunas veces. —Soltó mi mano, cruzó los
dedos y los apretó varias veces. Parecía nerviosa y cuando volvió a hablar, su voz se
convirtió en un susurro—. Siempre lo vi como un superhéroe que iba a salvar el
mundo. —Negó y se rió entre dientes—. En los primeros meses después de nuestro
encuentro, inventé historias sobre dónde podría estar. Al principio, él era un
superhéroe. Luego, a medida que pasaba el tiempo, se convirtió en un soldado feroz,
luchando en un país hostil mientras nos protegía... protegiéndome.
Ahora realmente quería matar al tipo. Hablaba de él con tanta ternura en su
voz, como si fuera algo precioso. Sus ojos incluso brillaron. Mierda, me sentí como
un asno. Este chico claramente había salvado la vida de mi niña, e incluso no pude
evitar odiarlo.
Necesitaba terapia.
—Sé que suena tonto. —Giró la cabeza hacia mí y noté los nuevos puntos cálidos
que adornaban sus mejillas. Ella se sonrojó—. Era mucho más viejo que yo y sabía
que este enamoramiento era en vano. Él nos salvó y nunca lo olvidaría. —Suspiró, y
sus ojos se oscurecieron—. Pero fue tan difícil pensar en él sin recordar ese día.
Antes de que pudiera preguntarle qué quería decir cuando dijo la palabra nos,
me tomó completamente por sorpresa cuando de repente cambió de tema y me
preguntó:
—¿Alguna vez has matado?
Me hizo esta pregunta en voz tan baja, que, si no estuviera tan a tono con cada
uno de sus movimientos, me lo habría perdido. Me quedé sin aliento en la garganta
y mi ritmo cardíaco aumentó. Me tensé cuando la respuesta fue obvia.
Sí. Había matado.
Y no quería que ella me mirara de manera diferente. Estaba jodido, lo sabía,
pero no necesitaba saber lo que había hecho. Lo que tuve que hacer para sobrevivir.
No sabía que las manos con las que la tocaba, que la amaban, eran las mismas que le
quitaron la vida a los demás. Ella no necesitaba saber. Nunca necesitó saberlo, pero
al mismo tiempo, nunca le mentiría. Cerrando mis ojos, respiré hondo y respondí:
—Sí.
Respiró levemente, pero no dijo nada. El tiempo pasó... y solo el latido de mi
corazón acelerado sonó en mis oídos. La inquietud se arrastró. Tenía miedo incluso
de mirarla. Si veía el miedo destellar en el fondo de sus ojos, los mismos ojos que
hasta ahora solo me miraban con calidez... me arrancarían el corazón.
—¿Tienes miedo? —pregunté en voz baja.
—¿De qué? —Fue extraño. Su voz era pequeña, pero no había rastro de miedo
en el sonido de la misma.
Me acerqué y la encontré ya mirándome, y frunció el ceño. Me aclaré la
garganta y le pregunté bruscamente:
—¿De mí?
—¿Por qué te tendría miedo?
—Porque he matado.
—Dorian... —comenzó, pero la interrumpí. Salté del columpio y me giré,
mirándola con una mirada penetrante, llena de preguntas y perplejidad.
—¿Por qué no tienes miedo?
¿Por qué no me tenía miedo? Por tanto tiempo tuve miedo de revelarle esta
parte de mí. Luego, por casualidad, me hizo la pregunta más extraña del mundo, de
la manera más tranquila. Como si me hubiera preguntado sobre el clima. ¿Por qué
sus ojos me miraban solo con compasión y amor? ¿Dónde estaba la repugnancia?
¿Dónde estaba el miedo? ¿Dónde estaba la frialdad?
¿Estoy loco? ¿Por qué estaba tan enojado que no encontré ninguno de ellos
allí?
—¿Por qué debería tener miedo? —repitió con un temblor en su voz.
—Porque —gruñí. Llevé mis manos a la coronilla y tiró de mi cabello. Mierda.
Tuve que calmarme—. ¿Estas manos, Pequeña? Estas manos que han tocado tu
cuerpo estaban manchadas con sangre. ¿Cómo no puedes? —Me agaché frente a ella
y la miré sintiéndome tan vulnerable que no había forma de que ella se lo hubiera
perdido—. Si había algo que no quería que supieras de mí, era esto —terminé en un
susurro.
—Estabas en guerra, Dorian. Estabas en territorio hostil. La gente intentó
matarte. Solo estabas protegiéndote y a las vidas de tus hombres. —Tomó mi rostro
entre sus manos, acercando su cara a la mía—. ¿Cómo puedes ser tan duro contigo
mismo después de lo que pasaste allí? Te torturaron, te hirieron y dejaron marcas
que permanecerán contigo para siempre. ¿Cómo puedes pensar por un momento que
eres un asesino? —Sus ojos se suavizaron y su voz tembló—. Eres un héroe, Dorian.
Un héroe. ¿Cómo puedes pensar que te vería como algo menos que eso? —Besó mis
labios, rozando su boca con la mía. Este simple toque fue todo.
Sus palabras me trajeron paz. Yo era su héroe después de todo. La guerra
constante que se fraguaba dentro de mí finalmente comenzó a llegar a su fin. Levanté
mis manos y cubrí las suyas con las mías.
—Hice algunas cosas malas en mi vida, Pequeña. No soy un santo, e hice cosas
de las que no estoy orgulloso. Pero tengo una gran confesión que hacer.
—¿Qué es eso? —susurró.
El lado de mi boca se curvó.
—Yo... —Respiré, de repente temía seguir.
Ah, a la mierda.
—Te amo —dije. Dejé caer mis manos sobre su espalda baja, atrayendo su
cuerpo contra el mío hasta que los dos estábamos sentados en la hierba—. Te amo
más de lo que las palabras pueden decir, y las emociones pueden expresar. Te amo
más de lo que mis ojos pueden ver, y más de lo que mis manos pueden sentir. —La
besé—. Te amo cada segundo, minuto y hora de cada día, y sé que no importa lo que
nos pase en el futuro, estos sentimientos que tengo por ti nunca cambiarán.
Apoyó su frente contra la mía, sus ojos se agitaron cuando ella apretó su agarre
en mi camisa.
—Yo también te amo. Te amo más de lo que nunca sabrás.
Me amaba. Ella. Amado Yo. No pude hacer una puta madre, créelo. Apreté mi
agarre alrededor de su cuerpo, sosteniéndola como si fuera lo único que me
mantuviera atado a la tierra. Mierda. La amaba mucho.
Nos quedamos así, dos amantes abrazados, bajo el cielo oscuro. Después de lo
que parecieron horas, Pequeña se echó hacia atrás y me miró.
—Te veías un poco molesto cuando te sentaste a mi lado antes, ¿qué pasó?
Casi me había olvidado del sueño que me había hecho despertar y buscarla.
Suspiré.
—Tuve una pesadilla.
—Oh. —Se calmó, contemplando mis palabras—. ¿Quieres hablarme de eso?
—No tengo idea por dónde empezar...
—¿Tal vez desde el principio?
—Sabelotodo. —Puse mi mano debajo de sus rodillas y arreglé su cuerpo en mis
brazos, luego me levanté. La puse en el columpio y luego me senté en el columpio al
lado de ella—. Cuando me capturaron, me mantuvieron en una especie de celda
subterránea. Una de mis manos estaba encadenada a un brazalete que estaba pegado
a la pared. Los primeros días, me hicieron parar durante horas y horas. Hasta que
no pude sentir mis piernas o manos. Hasta que no pude sentir nada. Cuando estaba
al borde de la inconsciencia, bajaron la cadena para poder tumbarme en el suelo. Los
días pasaron con tortura, angustia y miseria. —Tomé aliento—. No entraré en los
detalles sangrientos. No tiene sentido mancharte con detalles desagradables. —
Tragué saliva—. En mi sueño, estaba en la misma celda, tirado en el suelo, y de
repente, apareció una niña que conocí hace mucho tiempo.
—¿Una niña pequeña? —preguntó ella.
—Sí. Ella fue la razón por la que me uní al ejército en primer lugar.
—¿En serio? —Me miró con sus grandes ojos verdes—. ¿Por qué?
—Le salvé la vida hace mucho tiempo, y desde entonces... nunca podré
olvidarla. Y no podía olvidar cómo se sintió salvar la vida de alguien. La sensación
que pasó por mis venas, la adrenalina y la sensación de euforia de que pude hacer
eso. No se parecía a nada que haya sentido antes. Y para un adolescente, fue un gran
problema. El comienzo de grandes sueños. —Sonreí—. El encuentro con ella fue
como una semilla que, a medida que pasaba el tiempo, todos los sueños y
aspiraciones que tenía dentro le dieron vida. Y lo único que podía hacer era salir y
seguir haciendo eso. Salvar vidas. Mantener a las personas a salvo. En ese momento,
el ejército fue la respuesta.
—Vaya, eso es bastante sorprendente —murmuró, mordiéndose el labio—. Sin
embargo, tengo curiosidad acerca de algo. —Parecía nerviosa.
Asentí, diciéndole sin palabras que continuara.
—Si ella fue la razón por la que te uniste... después de todo lo que has pasado...
¿te arrepientes? ¿Crees que conocerla fue una bendición o una maldición?
—Una bendición —le dije de inmediato. Ella sonrió—. No importa lo que me
haya pasado y cómo me ha cambiado en el proceso... No me arrepiento de nada.
Aunque la conocí una sola vez, ella fue significativa y no pude dejar de pensar en lo
que le sucedió.
—Oye. —Golpeó su hombro con el mío—. Niñita o no, no quiero que pienses en
otra mujer además de mí —dijo en broma, pero detecté una pequeña parte de su
vulnerabilidad.
Bueno, ahora me sentía un poco mejor por odiar a su extraño. No era el único.
—No hay otra mujer en el mundo que me consuma de la manera en que lo
haces, y nunca lo habrá. No lo olvides nunca.
—Bueno.
—Ella estaba en mi sueño hoy —continué—. Con su perro.
—¿Su... perro? —repitió, con la voz temblorosa y los ojos muy abiertos.
—Sí, ella tenía este cachorrito con ella y... —Me detuve abruptamente, viendo
la expresión de Pequeña repentinamente transformarse en alarma—. Oye, ¿qué
pasa?
—Oh Dios mío —gritó, saltando del columpio—. ¡ACE!
Ace.
Una sensación de déjà vù me golpeó. Difícil.
Un recuerdo comenzó a formarse en mi mente. Cuando el recuerdo se abrió
paso, el aire dejó mis pulmones de prisa. Me sentí como si hubiera caído desde una
gran altura, y al impacto con el suelo, me hubiera quitado el viento.
—¡Ace! ¡Ahora todo tiene sentido! —gritó a medias, mientras miraba a su
alrededor—. La sensación extraña que tuve antes… que algo faltaba. ¡Él no estaba
aquí cuando volvimos a la casa! Con todo lo que sucedió esta noche, lo olvidé por
completo. ¿Dónde está?
—¿Dónde está Ace? —chilló la chica.
—¿Ace? —dije con voz áspera, pero ya sospechaba la respuesta.
—¡Sí! Ace es mi perro.
Respiré profundamente.
—Cuando dijiste que un extraño te había salvado, usaste la palabra nosotros.
¿A quién salvó?
—Ace —dijo ella. Estaba tan nerviosa, saltando de un lugar a otro, tan inquieta
que apenas notó que le hacía preguntas mientras respondía con piloto automático.
Me levanté y me acerqué a ella.
Detuve sus movimientos inquietos, perforándola con mi mirada.
—¿Quién te dio este perro, Aria?
Sus ojos se agrandaron. Era raro cuando la llamaba por su nombre.
—Mi hermano mayor. Ace fue un regalo de él justo antes de morir. —Suspiró—
. Este perro significa todo para mí.
—¿Cuál es el nombre de tu hermano? —exigí, todo mi cuerpo temblaba. No era
posible. No era posible. No era posible. No es posible.
—River.
—Gracias —dijo en voz baja—. River te envió a mí desde el cielo. Gracias por
salvarme a mí y a Ace.
Mierda.
Fue ella.
Pequeña era ella.
Junté nuestras frentes, cerré los ojos y la respiré. Mi chica era mi niña. Joder,
necesitaba un maldito minuto.
—Eres tú —le susurré en voz alta.
—¿Dorian? —Sonó cautelosa.
—No puedo creer que te haya encontrado. —Abrí los ojos, mirándola como si la
viera por primera vez.
—¿Me encontraste? —Parecía perpleja, con el ceño fruncido y los ojos
cautelosos—. ¿De qué estás hablando? Estoy aquí.
La miré por más tiempo de lo necesario, y luego la atraje hacia mí, abrazándola
fuertemente en mis brazos.
—¿Qué está pasando? —murmuró—. Me estás asustando.
—Solo por un momento —murmuré, enterrando mi cabeza en su cuello—.
Déjame abrazarte... por favor. Solo por un momento.
La abracé más cerca, sintiendo su cuerpo presionado contra el mío.
Recordando nuestro corto pero significativo encuentro, los años en el ejército, e
inesperadamente, encontrándola nuevamente. ¿Era el destino el que nos volvía a
unir? La historia que me contó hoy, sobre su extraño. Hijo de puta. Era yo. ¿Cómo
pude haber estado tan ciego?
Era yo. Era su extraño.
Y ella quería olvidarse de mí.
Como si un cubo de agua helada se hubiera derramado sobre mi cabeza, mi
corazón se hundió. ¿Cómo podría contarle sobre esto? Ella dijo que estaba conectada
con el día más oscuro de su vida. ¿Cómo podría decirle quién era? ¿Cómo podría
decirle que era su extraño?
¿Cómo ella no se dio cuenta de que era yo también?
Estaba demasiado preocupada por su perro como para prestarle atención, es
por eso.
—No sé lo que está pasando, pero tenemos que buscar a Ace. Por favor —dijo
ella, sonando desesperada.
Maldición. Con todo lo que estaba pasando, me olvidé por completo de su
desaparición.
Me aparté para mirarla. Esos son ojos que recordaré por siempre.
—Lo vamos a encontrar —juré.
Lo había encontrado una vez, y maldita sea, lo encontraría de nuevo.
“Tu cuerpo está lejos de mí,
pero hay una ventana abierta
desde mi corazón al tuyo”.
—Rumi

espués de un largo y exhaustivo registro de la casa y después de buscar


frenéticamente en todas partes del patio trasero, notamos que la puerta
trasera estaba abierta a medias. Sintiéndome motivado por primera vez
después de llegar con las manos vacías, salimos y fuimos a buscar a Ace en el
tranquilo vecindario.
Después de largas rondas, donde nos tomamos de la mano y gritamos su
nombre en susurros, finalmente lo encontramos tendido sobre una pila de arena, con
aspecto cansado y medio dormido en el medio del patio de recreo del vecindario.
Tan pronto como Pequeña se dio cuenta de que era Ace, corrió a su lado y le
abrazó con toda su alma. Las olas de calor me cubrieron al ver la cantidad de amor
que tenía por su perro.
Algún tiempo después, luego de que dejó de preocuparse y comprobó que todo
estaba bien con él, se levantó e hizo las presentaciones.
No pude evitar sonreír. Ella era adorable.
—Ace, este es Dorian. —Alborotó la cabeza del perro mientras me señalaba con
la otra mano—. Dorian, este es mi mejor amigo, Ace.
El perro había crecido desde la última vez que lo había visto. Más viejo ahora,
parecía un noble pastor alemán de pura raza con una gran cantidad de pelos grises
esparcidos por todo su pelaje marrón oscuro. Se paró orgulloso junto a Pequeña, en
alerta, mirándome.
—Escucha, realmente no le gusta la gente, así que no te sientas mal si no te
quiere. Sin embargo, no morderá, lo prometo —añadió con una sonrisa avergonzada.
—De acuerdo —murmuré, luego di un paso atrás, manteniéndome a una
distancia segura de la enorme bestia.
El perro me miró fijamente, su postura inmóvil mientras permanecía de pie de
forma protectora frente a su dueña. Buen perro. Me satisfizo saber que ella lo tenía
a su lado para cuando yo no estaba cerca.
Pero ya que estaba aquí, y planeaba estar a su lado por mucho tiempo, tenía
que llevarme bien con él.
Tomé aliento y después de una breve charla interna para darme ánimo, me
agaché, siguiendo mis instintos. Me arrodillé, mirándolo mientras me miraba. Nos
miramos durante un largo rato en una extraña batalla por el control. No sabía mucho
sobre perros, pero sabía que no podía mostrar ninguna debilidad o miedo. Cuando
sentí que era hora de la segunda etapa en mi plan-ganarse-a-Ace, extendí mi mano
lentamente, tentativamente hacia él, todo el tiempo mirándolo directamente a los
ojos, sin atreverme a desviar mi mirada. Cuando estaba a unos centímetros de su
cara, me detuve y recé para que no estuviera cometiendo un gran error y estaba a
punto de perder un dedo. Con una palma abierta frente a su cara, esperé. Lentamente
acercó su nariz a mi mano, y finalmente, me olió.
Pequeña estaba de pie junto a mí, y por el rabillo del ojo, noté que miraba
nuestro intercambio con quietud.
Cuando Ace se conformó con olfatear y memorizar mi aroma, se acercó los
pocos centímetros que nos separaban y me tocó la mano con la nariz.
Cuidadosamente, acaricié su cabeza. El perro cerró los ojos y me dio el permiso que
necesitaba para acariciarlo. Suspiré y me maravillé de la suavidad de su pelaje.
Escuché a Pequeña suspirar.
—Santo cielo.
Sonreí, complacido conmigo mismo porque, por alguna razón insana, a este
perro le caía bien. ¿Era posible que recordara mi aroma desde hace tanto tiempo?
No... no era posible. ¿O sí?
Después de darle una última caricia y plantar un beso en la coronilla de su
cabeza, murmuré mi agradecimiento al oído, por aceptarme y por cuidar de mi niña
todos esos años. Solo entonces, me puse de pie. Girándome hacia Pequeña, noté que
tenía una extraña expresión en su rostro. Sus ojos pasaban entre Ace y yo mientras
sus labios murmuraban palabras incomprensibles. Parecía que estaba conectando
todos los puntos en su cabeza, sus ojos nublados y llenos de recuerdos.
Luego dijo:
—Él te conoce.
Respiré profundamente. Lo sabe. No estaba seguro si debería estar feliz o
asustado. La miré con la garganta tensa, los ojos muy abiertos y mi corazón en la
manga.
—Él te conoce —dijo de nuevo y retrocedió unos pasos. Sus ojos se abrieron y
se llenaron de lágrimas—. Él sabe quién eres...
Su mano se abrió paso hasta su garganta y luego se quedó sin aliento.
—Pequeña —sofoqué las palabras y comencé a acercarme. Retrocedió alarmada
y emparejé sus pasos con los míos. Dio un paso atrás. Di un paso adelante. Nos
movimos en sincronía, paso a paso y me prometí que no importaba qué, nunca la
dejaría ir. Ella era mía. Me amaba, y no había fuerza en este planeta lo
suficientemente fuerte como para alejarme de su lado. Ni siquiera ella. Sabía que
estaba sorprendida. Mierda, todavía no podía respirar cuando pensé en quién era
realmente. Pero no importa qué, ella era mía y yo era de ella, y juntos podríamos
superar cualquier cosa.
—Soy yo, ¿verdad? —susurró, su voz temblorosa—. La chica de tu sueño. Fui yo,
¿verdad? Es por eso... —Apretó la presión sobre su garganta—. Es por eso que me
miraste así... como si me vieras por primera vez.
—Sí —dije, dejando todo en claro para que ella lo viera—. Eras tú.

Era él.
El extraño.
Mi extraño.
Mi salvador.
Era Dorian.
¿Cómo podía... cómo podía ser posible?
—¿Cómo es posible? Pensé... —Apenas podía pronunciar las palabras—. Pensé
que nunca volvería a verte.
Quería llorar. ¿De felicidad? ¿De recuerdos dolorosos? ¿De asombro? ¿Del
desconcierto? Todo este tiempo, desde que nos conocimos... siempre había sido él.
Y no tenía idea. Desde la fracción de segundo que nuestras vidas colapsaron juntas,
él siempre estuvo a mi lado y yo no tenía idea. Había irrumpido en mi vida como un
huracán, no una, sino dos veces.
Salvándome.
Protegiéndome.
Cuidándome.
—Yo también. —Su voz sonó a través de la brisa de la noche, envolviéndome
con su calidez y protección—. Todavía no puedo creer que estés frente a mí en este
momento. —Sus ojos me miraron con amor y honestidad—. Que estás sana y salva.
Que creciste para ser la mujer más deslumbrante que jamás haya visto.
Caminó hacia mí en línea recta, su paso firme e inquebrantable.
—¿Cómo es que nunca nos volvimos a encontrar? —preguntó, parado a
centímetros de mí—. Quiero decir, sabía que la brecha de seis años entre nosotros y
mi despliegue podría ser una de las razones. Pero siempre me pregunté cómo era
posible que nunca volviéramos a vernos cuando vivíamos en la misma ciudad.
—Después de que River murió —dije—, mis padres pusieron la casa en alquiler.
No pudieron vender la casa, así que la alquilaron durante años mientras nos
mudamos al sur, a otra ciudad. —Puede que haya crecido en Greenville, pero este
lugar, esta pequeña isla, ha sido el único lugar que verdaderamente me sentí como
en casa—. Nos mudamos aquí un tiempo antes de que mi padre fuera diagnosticado.
Así que, durante la mayor parte de mi infancia, no estuve aquí.
—Maldita sea. Ahora entiendo por qué no tenías miedo cuando nos conocimos.
No me conocías.
—Uh... eso es porque no te reconocí —dije, fruncí el ceño.
—Lo sé —murmuró, con una media sonrisa—. Quiero decir, nunca escuchaste
los rumores sobre mí y lo que la gente decía cuando pensaban que no podía
escucharlos.
—Había escuchado cosas aquí y allá —confesé con sinceridad, recordando a los
chismosos del grupo de apoyo cuando llegué allí por primera vez—. Pero, a decir
verdad, no me importó una mierda. Formulo una opinión sobre las personas solo
después de conocerlas personalmente y saber quiénes son en realidad. No me
importa lo que diga la gente sobre ellos o lo que sea que hayan hecho con otros. No
sabía quién eras y no me has hecho nada. ¿Por qué debería elegir creer las cosas sin
fundamento?
Su mirada se suavizó.
—Te busqué, ¿sabes? —admitió—. Siempre te busqué en medio de una
multitud. No importa dónde estuve, siempre te busqué. Pero nunca estabas allí.
—Lo siento mucho.
—¿Por qué?
—Me has estado buscando mientras hacía mi mejor esfuerzo para olvidarme de
ti.
Cerré los ojos con fuerza y agaché la cabeza.
Me cubrió la cara con sus manos callosas, sobresaltándome.
—Pequeña —dijo, roncamente—. No hagas eso. Contra todo pronóstico,
encontramos nuestro camino de regreso a las vidas de los demás.
—Siempre sentí que River te envió a mí, y pensar en eso hizo que me doliera el
corazón —dije, con la voz quebrada—. Sabiendo todo eso... —Respiré profundo—
Tenía que dejar todo ir. Tenía que tratar de olvidar y seguir adelante. Pero por mi
vida, no pude. De alguna manera, siempre volvías a mi mente. —Me reí y mis ojos se
empañaron—. Te amo.
—Yo también te amo.
Dorian me besó en la frente, y luego susurró:
—Cambiamos, Pequeña. Ambos hemos pasado por el infierno y aún lo vivimos.
Pero estamos juntos ahora.
Traté de sonreírle, pero mi labio inferior seguía temblando. Sus palabras
tocaron la parte más profunda de mi alma y mis sentimientos reflejaron los suyos.
Él fue mi ancla y el salvavidas que me protegió de ahogarme. Con él, sabía que nunca
tendría que preocuparme de estar bajo el agua. Él siempre me llevaría a la superficie
y a la orilla.
—Estabas equivocado, ¿sabes? —dije.
—¿Qué quieres decir? —preguntó.
—Cuando dijiste que lamentabas haber perdido a mi hermano y que no
estuviste allí para protegerme.
Sus cejas se fruncieron, sin comprender.
—Estabas equivocado —dije de nuevo—. Tú estabas ahí. Ese día. Estabas ahí.
Me protegiste y salvaste mi vida. Estabas ahí.
La comprensión lo cubrió. Sus ojos buscaron mi rostro y luego se iluminaron,
y una sonrisa se extendió por sus labios.
—Estabas allí —hice eco, mi voz temblaba.
Él me tomó en sus brazos y me abrazó tan fuerte que apenas podía respirar.
—Yo estaba allí —murmuró en mi oído.
Nos quedamos allí durante lo que parecieron horas, perdidos en nuestro
abrazo, hasta que Ace decidió que ya había tenido suficiente y quería volver a casa.
Solo entonces, con su mano sosteniendo la mía, y Ace liderando el camino, volvimos
a mi casa.
“Baila cuando estés roto. Baila si te has quitado el vendaje. Baila en medio de la
lucha. Baila en tu sangre. Baila cuando eres perfectamente libre”.
—Rumi

ola, Dorian. ¿Cómo estás hoy?


—De maravilla —dije, echándome hacia atrás y
descansando mi brazo en el respaldo del sofá. El doctor Kevin
Anderson levantó dos cejas gruesas cuando agregué—: Siempre
encierro en un círculo las fechas de mi cita en el calendario y dibujo corazones
pequeños a su alrededor. Aunque nunca sé si debería traer flores. —Sonreí—. ¿Qué
piensas?
Su voz era monótona mientras su cara estaba suspendida en una máscara en
blanco.
—No, gracias, cariño, soy alérgico.
Por un momento, y tan rápido como un rayo, el labio del doctor Anderson se
curvó hacia arriba. La mayoría de la gente se lo habría perdido. Yo no. Lo estaba
buscando. Supongo que para un psiquiatra estaba bien.
—¿Vas a presentarme a la señorita? —preguntó, saltando directamente al
encuentro.
Giré la cabeza y miré a Pequeña. Todavía no podía creer que estuviera sentada
aquí, a mi lado. Cuando le pedí que se uniera para la sesión, estaba secretamente
asustado de que dijera que no, pero estuvo de acuerdo sin siquiera un momento de
vacilación.
—Pequeña, este es el doctor Anderson. Doctor Anderson, esta es Pe... quiero
decir, Aria.
—Estoy muy contento de conocerte, Aria.
—Igualmente —respondió Pequeña tímidamente.
Había hablado un poco sobre ella en nuestras sesiones anteriores. De alguna
manera, siempre podía calmarme tan pronto como se mencionaba su nombre. Cada
vez que pensaba en ella, una sensación de alivio se apoderaba de mí, aliviaba las
emociones furiosas y los recuerdos oscuros.
El doctor Anderson se reclinó en su silla, esperando que comenzara, esperando
que yo tomara la iniciativa. Siempre lo hacía. Y como siempre, no sabía de qué quería
hablar.
—Ni siquiera sé por dónde empezar —confesé. Era una de las razones por las
que era tan difícil venir aquí. Abrir heridas me ponía nervioso, pero sabía que tenía
que hacerlo. No solo por mí. Por Aria, también.
—¿Qué tal si comienzas con por qué estás aquí, Dorian?
—Estoy aquí porque quiero ser reparado. Quiero ser mejor. Necesito ser mejor.
—¿Por qué? —preguntó el doctor Anderson.
—¿Por qué? —repetí—. Porque ya no estoy solo. —Apreté la mano de Pequeña,
saboreando la sensación de su toque contra mi piel—. Podía lidiar con estar jodido
cuando estaba solo, pero ya no puedo estarlo. Tengo a alguien más en quien pensar
ahora.
Levanté nuestros dedos entrelazados y los llevé a mis labios, besando
suavemente sus nudillos, mirándola todo el tiempo.
—Eres mi futuro —murmuré, mientras la miraba a los ojos verdes. Pequeña
contuvo el aliento. Sonreí, y cuando devolví nuestras manos juntas para descansar
en mi muslo, ella me apretó la mano.
Devolviendo mi mirada al doctor Anderson, lo encontré mirándonos en
silencio. Después de unos momentos, carraspeó.
—Cuando dijiste que tenías que hacerlo mejor... ¿Qué quisiste decir con eso?
Dime con lo que estás lidiando.
—Culpa.
—¿Por qué la culpa?
—Porque... —Cerré los ojos, pensando en los hermanos que había perdido.
Ben.
Asher.
Tommy.
Michael.
Todos se habían ido. Y aquí estaba yo, todavía vivo. Todavía respirando. Aun
existiendo
—Porque sobreviví, maldición —dije—. Porque yo sobreviví. Es una de las cosas
más difíciles con las que tengo que vivir.
Creo que fue la primera vez que lo había admitido en voz alta. Perder a mis
amigos y sobrevivir después fue difícil para mí. Incluso después de atravesar el
cautiverio y la tortura, perder a mis hermanos fue peor.
Mucho peor.
¿Es demasiado tarde para sanar? ¿Estoy demasiado lejos?
—Has dado un gran paso hoy, incluso si aún no te has dado cuenta. Y puedo ver
que no estás solo tampoco. Tienes el apoyo y el cuidado de una joven devota hasta
donde yo sé. —Su boca se curvó ligeramente. Esta vez no lo había estado buscando,
así que me alegré de no haberlo perdido—. No quiero que pienses en otra cosa, sino
que sigas adelante. ¿Bien?
Otro apretón de mi mano atrajo mi atención hacia Pequeña. Me miraba con
una expresión de fe absoluta. Estaba segura de que podría hacerlo.
—Está bien —dije.
—Quiero volver a cuando volviste a casa —dijo el doctor Anderson—. ¿Cómo te
sentiste en ese momento?
—Como mierda —respondí con sinceridad—. No quería vivir. No quería seguir
con mi vida. No quería hablar. No quería sonreír. Era difícil respirar por mi cuenta.
No quería estar aquí. Quería volver. Ya no cabía en este lugar.
Pequeña contuvo el aliento e hice una mueca. No quería asustarla, pero al
mismo tiempo, sabía que podría manejarlo. Ella podría manejarme. El hombre que
era hoy y el hombre que solía ser.
—Continúa —pidió.
—Mi vida no tenía sentido. Incluso mi familia no pudo traerme de vuelta de
entre los muertos. Mi madre todavía estaba sanando por la muerte de mi padre y mi
secuestro. Mi hermanita me tenía miedo. Sentí que había dejado un pedazo de mí en
el campo de batalla y nunca lo recuperé. Era medio hombre Mi cuerpo estaba aquí,
pero mi alma se quedó allí. Frío, vacío y sin emociones es cómo me describiría a mí
mismo. Todo lo que quería, todo lo que necesitaba, era olvidar. Entonces caí en la
trampa del alcohol. Logré anestesiarme por un tiempo hasta que ni siquiera el
alcohol pudo salvarme. Nadie podía salvarme. La vida no tenía ningún significado
para mí. Logré vivir todos los días deseando no despertarme por la mañana.
Hice una pausa, y mis ojos se posaron en Aria.
—Entonces conocí a alguien. —Sonreí e incliné mi cabeza hacia abajo, frotando
mi mejilla sobre su cabello—. Y los días no fueron tan negros.
El doctor Anderson nos miró con contemplación. Cuando habló, controló su
expresión y dijo:
—Quiero que hagas algo. Voy a encender este dispositivo. —Tendió una vieja
grabadora en su mano y la colocó en la mesa entre nosotros—. Necesito que cierres
los ojos y pienses en el día en que todo cambió para ti. Entonces, necesito que me
digas en voz alta lo que ves. Todo se grabará y te diré el motivo al final de la sesión.
¿De acuerdo?
Sentí que todas nuestras sesiones anteriores me habían llevado a este
momento. Me estaban preparando para lo que estaba por venir. Odiaba pensar en
mi tiempo allí. Odiaba recordar. Odiaba revivirlo una y otra vez. Pero dejé de lado
mis temores y me centré en lo que me pidió.
Cuando escuché el clic que anunciaba que la grabadora había empezado a
grabar, comencé a hablar.
—Estaba en mi tercer servicio en Afganistán. Ben era el más joven y el más feliz,
lleno de fuego y muy embriagador. Cualquiera que lo conoció por primera vez,
probablemente lo subestimaría por su escuálido cuerpo. Parecía joven e inocente. En
realidad, él era una máquina de matar.
»Asher era el serio. Un hombre de pocas palabras, pero cuando decidía darnos
su opinión, todos escuchaban.
»Tommy era el espíritu despreocupado, el tipo que dejaba un rastro de mujeres
con corazones rotos a su paso. Nunca quiso establecerse. Si siquiera lo sugirieras, se
iría insultado.
»Luego estaba Michael. Era mi mejor amigo de casa y el único soldado
capturado conmigo. Todavía podía escuchar sus gritos resonando en mis oídos.
»Debería haber visto las señales. Debería haber escuchado las campanas de
advertencia, pero mi cabeza no estaba en el lugar correcto porque acababa de
enterarme de que mi padre estaba enfermo y estaba distraído. Siempre me pregunto
¿y si? ¿Qué hubiera pasado si hubiera prestado atención a todos los detalles que me
rodeaban ese día? ¿Qué hubiera pasado si hubiera notado que el sospechoso se
acercaba a nuestro vehículo? ¿Qué hubiera pasado si le hubiese gritado una
advertencia al conductor mucho antes? ¿Qué hubiera pasado si hubiera decidido
tomar una ruta diferente? ¿Qué mierda si...? —Negué y sostuve la mano de Pequeña.
Entonces, traje su palma para descansarla en mi pecho, exactamente sobre mi
corazón—. Fue mi culpa. —Mi pecho se apretó—. No debería haberme distraído y por
mi culpa... todos murieron. —Sentí humedad en las mejillas y Pequeña la secó con el
pulgar—. Seis noches y siete días oí a Michael gritar en la oscuridad. Llorando,
maldiciendo y gritando. Lo escuché todo. Por seis... malditas... noches.
Pequeña se atragantó con un sollozo. Sus brazos se envolvieron alrededor de
mi cuello y envolví mis brazos alrededor de su cintura, y nos acercamos más. Con un
beso en la coronilla de su cabeza, continué.
—En algún momento, perdí el conocimiento. Cuando desperté, estaba en una
especie de celda subterránea. Después de que mataron a Michael, me drogaron y me
llevaron a otro lugar donde fui torturado, golpeado y cortado.
Podía sentir sus lágrimas corriendo por mi cuello y empapando mi camisa. Si
era posible, la acerqué aún más, abrazándola aún más fuerte.
—Intentaron sacarme información. Cuando no cooperaba con ellos, se jactaban
de que mis hermanos habían muerto en la explosión. Me alegro de que el único otro
que quedó, murió durante su tortura. —Me mordí la lengua en un intento de evitar
soltar una cadena de maldiciones. Odiaba a esos cabrones con cada fibra de mi ser.
Si no hubiera sabido que todos estaban muertos, ya los habría matado hace años—.
Trajeron a mujeres y las violaron frente a mí, poniéndolas de rodillas. —Me estremecí
mientras me aferraba a lo único que me mantenía en tierra: la mano de Pequeña.
—¿Es por eso? —preguntó Pequeña.
—Sí —respondí con sinceridad, ya sabiendo lo que ella quería decir. Mi aversión
al tacto. Mi inhabilidad de verla en esa posición—. Bueno... eso fue parte de ello.
También me azotaron repetidamente. No podía soportar el tacto de mi propia piel,
ciertamente no el toque de los demás. Cualquier tipo de contacto parecía una
flagelación.
El cuerpo de Pequeña se puso rígido en mis brazos. Inhaló bruscamente y
retrocedió.
—No el tuyo. Nunca el tuyo —murmuré en su cabello—. Tú eras la única a quien
podía tocar, sin sentir dolor. Tú. Solo tú... siempre tú.
Pequeña preguntó:
—¿Cómo te escapaste, Dorian?
—El líder del grupo... finalmente apareció. Había algo acerca de él que no fui
capaz de identificar. Era un hijo de puta malo, pero solo cuando estaba con los
demás. Cuando solo estábamos nosotros dos, no me ponía un dedo encima. Cuando
me hablaba, hablaba en códigos. En ese momento mi mente estaba tan jodida, que
no me di cuenta de lo que estaba pasando hasta que supe que era uno de los nuestros.
Era un infiltrado, pero aun así lo culpaba por la muerte de Michael. Al principio,
supuse que había sido parte de eso, pero estaba equivocado. No estaba enterado de
nuestra captura porque había estado fuera. Para cuando se enteró, Michael ya estaba
muerto.
»El líder quería ayudarme, pero tenía las manos atadas. No podría hacer una
mierda sin hacerlos sospechar. Estaba demasiado implicado y había llegado
demasiado lejos como para ponerlo en peligro. Entonces, se presentó una
oportunidad y me sacó. Le debo mi vida. Hay una deuda que debo pagar, y espero
que algún día pueda.
Achi. Lo recordé susurrándome eso en el oído mientras me cargaban en el auto.
“Achi” significaba mi hermano en hebreo.
—Desperté en la cama de un hospital un rato después, enganchado a máquinas
y cubierto con vendas desde la cabeza a los pies. No recuerdo mucho sobre cómo,
cuándo ni quién, pero recuerdo haber pensado que ya era demasiado tarde, que, si
no estaba muerto, definitivamente estaba arruinado.
La grabadora se apagó y mis ojos se encontraron con los del doctor Anderson.
—Bien hecho Dorian —dijo, entregándome la cinta—. Lo que quiero que hagas
es, durante los próximos días, reproducir esa cinta y escucharla. Escúchala tanto
como puedas.
Tenía tantas preguntas, pero no pregunté nada. Solo asentí y, por primera vez
en mi vida, le di confianza a otro ser humano además de Pequeña. Todo lo que quería
hacer ahora era llevármela de aquí.
El doctor Anderson se levantó, mirando su reloj.
—Los dejaré solos por un minuto. Tengo algo de tiempo para matar hasta mi
próxima cita. Siéntete como en casa. ¿Y Dorian?
—¿Sí?
—Lo hiciste bien. —Dicho eso, se deslizó por la puerta en silencio.
—Pequeña... —susurré, no estoy seguro de lo que quería decir.
—Dorian... —me imitó—. Estoy tan orgullosa de ti. Tan malditamente orgullosa.
Y agradecida de que te salvaste. Solo... —Me besó suavemente—. Te amo.
El nudo en mi garganta se intensificó con cada palabra que ella había dicho en
voz alta.
—También te amo —susurré—. Te... te necesito... —No sabía lo que estaba
pidiendo; todo lo que sabía era que la necesitaba. Necesitaba su toque, su piel suave,
sus labios dulces y su voz suave. Necesitaba su amor.
Cuando asintió comprendiendo, mi corazón casi estalló en mi pecho.
—Llévame a casa, Dorian —susurró—. Llévanos a casa.
“Tu aliento tocó mi alma y vi más allá de todo límite”.
—Rumi

uando llegamos a su casa, me pidió que me sentara en el sofá y lo


esperara. Él desapareció por el pasillo. Unos minutos más tarde, regresó.
Me tomó de la mano sin decir palabra, y me llevó a su habitación. Ahí,
había llenado el espacio con velas de esencia de vainilla. Hermosas latas que
funcionaban como lámparas estaban encendidas, mostrando sombras de corazones
en todas las paredes.
—Dorian —susurré, completamente sorprendida—. ¿Cuándo? ¿Cómo?
—Lo tenía planeado desde hace tiempo —murmuró detrás de mí—. Quería que
nuestra primera vez fuera especial. —La puerta se cerró, y después de un momento
en que arrastró los pies suavemente, se colocó a lado de mí—. Aria, te amo. Haría lo
que fuera por ti.
Mi corazón explotó. Sin dudarlo, comencé a desvestirlo. Con su camisa y
pantalones olvidados en el suelo, alcé la mirada, hacia el hombre del que me
enamoré.
Mis ojos observaron sus cicatrices: la dentada que cortaba y estaba en zigzag
entre su labio superior e inferior; bajo su ceja, que formó una cruz en su ojo
izquierdo, y a su fuerte nariz. Sus cicatrices no me asustaban. Con la punta de mis
dedos, tracé cada una de ellas, esperando que Dorian entendiera que sus cicatrices
eran hermosas. Para mí, eran hermosas porque eran parte de él, y no existía parte de
él que no amara.
Después, me moví a sus tatuajes. Los había visto algunas veces cuando estaba
sin camisa, y había preguntado el significado. El tatuaje era un gran árbol a través de
sus costillas y a primera vista, el árbol parecía muerto, sin vida, pero ante más
inspección, fechas podían verse por las ramas desnudas. Había una frase de Rumi
que decía: La cura del dolor está en el dolor.
Ese no era un tatuaje de un árbol muerto. Ese era un árbol de vida. Las vidas
de sus hermanos grabados en su cuerpo para siempre.
Ese árbol era un monumento a aquellos que había amado.
No podía apartar la mirada. Ni siquiera estaba segura si quería hacerlo.
—¿Amando lo que ves? —Su pregunta fue ligera y juguetona, pero su voz
tembló.
—¿Estás bien? —pregunté suavemente.
Pude sentir su respiración cálida a través de mi piel.
—Necesito preguntarte algo.
—Está bien…
—¿Estás decepcionada?
—¿Decepcionada? ¿Sobre qué?
—Mi falta de experiencia.
Negué y tomé su rostro entre mis manos.
—No, por supuesto que no. Solo lamento que no pudiste soportar la idea de ser
tocado por todo este tiempo, pero no lamento ser la que va a tocarte ahora.
Sus ojos se iluminaron, su rostro entero brillando.
—Eres increíble, ¿sabías eso?
Acercándome, acaricié su oreja con mis labios.
—Creo que es hora de que me muestres lo adorable que puedes ser.
Un segundo más tarde, escuché a Dorian gruñir, y luego me escuché gritar.

La levanté y la solté en mi cama. Ella chilló, rebotando con la caída.


Cubrí su cuerpo con el mío.
—Estás demasiado vestida, cariño —bromeé, besando cada centímetro de su
hermoso rostro—. Creo que tengo que cambiar eso.
—Se mi invitado —dijo entrecortadamente.
Sonriendo con satisfacción de que se viera afectada por mis caricias, la desvestí,
hasta que quedó solamente en un sostén rojo y bragas a juego. Me quedé sin aliento
cuando lo desabroché, mis ojos admirando cada centímetro de ella.
Era perfecta en todo sentido de la palabra.
—Eres tan hermosa —murmuré, rozando sus senos con mis labios, dándole a
cada uno la atención que necesitaban. Me deslicé un poco más abajo, hasta llegar a
su ropa interior. Mis ojos saltaron hacia ella, y la vi mirándome. Asintió para que
continuara. Deslicé mis dedos debajo del elástico de sus bragas y las bajé a sus
talones, luego los lancé.
Me quité el bóxer y ahí estábamos… ambos desnudos y expuestos el uno al otro.
Colocando mis manos en el costado de su cabeza, la besé, saboreando el dulce
sabor de sus gruesos labios. Se sintió como el cielo.
Y cuando la descubrí húmeda y lista para mí, quise golpear mi pecho como un
jodido gorila. Estaba húmeda para mí, y ella era mía.
Entonces, recordé algo importante y me maldije por no estar preparado.
—Pequeña, no tengo condones. Nunca había necesitado de ellos y no se me
ocurrió comprar cuando veníamos.
Si era honesto, no quería usarlos. No quería nada entre nosotros.
—Está bien. Tomo la píldora, así que preferiría no usarlos de todos modos.
Quiero decir, siempre los he usado en el pasado, pero no… no quiero usarlos contigo.
—Sus mejillas se encendieron—. No quiero nada entre nosotros.
—Joder, gracias por eso —gruñí. La idea de mi dulce ángel en los brazos de
alguien más, me enfurecían. Pero tenía que calmarme… no era hora, y además… era
mía. Solo mía de ahora en adelante, y eso era lo único que importaba—. Nunca he
hecho esto antes tampoco. Joder, la última vez que tuve sexo fue cuando tenía
dieciséis. Y usé condones. No mentiría sobre eso.
—Lo sé.
Susurré en su oído.
—Me alegra ser tu primero.
—Y me alegra ser la tuya —jadeó.
Tomé sus manos, uniendo nuestros dedos, y colocándolos sobre su cabeza.
Nuestros labios se unieron cuando entré en ella por primera vez. Fui despacio al
inicio, y le recé a Dios que fuera capaz de contenerme, porque quería que se corriera
primero. Su placer era más importante que el mío.
Ella gimió.
Yo gruñí.
Arqueó su espalda, llevando al frente sus senos. Tomé un pezón con mi boca y
entre más rápido. Profundo. Duro. Estaba perdido en ella. Ella lo era todo. Debajo
de mí. Alrededor de mí. Arriba de mí. Los sonidos que hacía me animaban a
continuar, a darle todo lo que tenía que dar.
Estaba cautivado, mirándola perdida en el momento. Sus ojos cerrados, y sus
respiraciones aceleradas, aunque pesadas al estar debajo de mí.
—Nunca pensé que se podía sentir así —jadeé—. Tan perfecto… tan correcto.
Este momento único cuando nuestros cuerpos se conectaban, unían, y
formaban un lazo por primera vez y me volvía uno con ella, sería un recuerdo que se
quedaría grabado en mi mente para siempre. Nuestras almas habían estado
rondando la tierra en búsqueda del otro, y finalmente nos reencontramos de la forma
más carnal que existía.
Realmente lo creía.
Ella estaba acercándose a la cima, su cuerpo apretándose alrededor de mí; los
sonidos de placer escapaban más rápidamente.
—Abre tus ojos, Pequeña. Mírame.
Sus ojos verdes se abrieron.
Fui más rápido, mientras deslizaba mis manos hacia abajo. Mis dedos
encontraron su punto sensible que conectaba los nervios, masajeando a un ritmo
rápido hasta que finalmente se dejó ir y cayó por el borde. Entré uno, dos, tres veces
más antes de caer después de ella. Terminé fuertemente, gruñendo mientras la
llenaba de mi semen, marcándola como mía.
Cuando nuestras respiraciones se tranquilizaron, me coloqué de lado para no
aplastarla. Besé casa parte de su rostro, saboreando cada pequeña parte de ella y
tomándola entre mis brazos. Con su cabeza sobre mi pecho, caí en un profundo
sueño sin pesadillas.
“Qué dura fue esa madera, salvaje, y terrible. Con el solo recuerdo, mi terror es
revivido”.
—Dante Alighieri

esperté con el sonido de un celular sonando. Mi manó ciegamente siguió


el sonido, pero no pude alcanzar ese molesto sonido. Escuché sábanas
moviéndose en la cama hasta que el irritante sonido se detuvo.
—Hola —susurró Pequeña, todavía cansada por nuestra noche juntos.
Satisfacción masculina se apoderó de mi cuerpo y me calentó de adentro hacia
afuera.
Ella estaba agotada por mí.
Cuando mis ojos parpadearon la fatiga y la vi, noté que estaba hablando en el
teléfono en la esquina de la habitación.
Me levanté para sentarme y así poder verla mejor. Cuando finalizó su llamada,
gimió en sus manos. Rápidamente salté de la cama y me apresuré a ella como un
rayo. Cuando la alcancé, me puse de cuclillas hasta estar a su mismo nivel. Estaba
oculta detrás de sus piernas y no podía ver su rostro. Necesitaba ver su rostro.
Lentamente… con precaución, la toqué y gentilmente acaricié su cabello.
—Pequeña… —susurré—. ¿Qué sucedió?
—Es mi papá… —Levantó la cabeza y sus ojos rojos me perforaron—. Colapsó.
—Cerró los ojos y negó.
—Lo lamento tanto, amor —susurré, teniendo problemas en encontrar las
palabras correctas para darle alivio—. Joder, lo siento demasiado.
—Necesito ir a casa —dijo—. Mi mamá y Adam me están esperando.
—Te llevaré a casa. Y me voy a quedar contigo.
Me miró con sus ojos verdes sorprendidos, pero no había espacio para
discusión.
Mirándose cansada y mentalmente agotada, asintió.
Qué jodida manera de conocer a sus padres por primera vez, pensé, mientras
caminaba hacia mi auto con su figura cuidadosamente junto a la mía.
No pude evitarlo, pero sentí ira y culpa. La culpa me estaba comiendo desde
adentro. ¿Cómo pude haber sido tan ciega?
Mierda. Necesitaba calmarme. Respiré profundamente y me acurruqué más
con Dorian. Me sentía atraída a su calor. Segura. Me sentía segura.
Lo miré, observando cómo nos conducía hacia el infierno que iba a enfrentar.
Él se concentró mientras conducía con una mano en el volante, mientras la otra me
tomaba del hombro, manteniéndome cerca de él.
Se veía tenso y alerta, como si fuera a una batalla. La sombra de las cinco
oscurecía el auto, haciendo sus cicatrices más notorias, y dándole un aspecto
terrorífico. Parecía más tosco e intimidante de lo usual.
Como un ángel caído.
Inclinó su cabeza, mirándome, mientras su boca formaba una sonrisa. Regresó
la vista al camino y dijo con voz ronca:
—Deja de mirarme así.
—No puedo evitarlo —dije entrecortadamente.
Sus ojos tristes aterrizaron en mi rostro, mirándome intensamente, buscando
por algo que estaba corriendo salvajemente por mi rostro, hasta que regresaron.
—En ese caso —su voz resonó en el pequeño y cerrado espacio—, sigue mirando.
—Me dio una fuerte mirada de lujuria—. Mira todo lo que quieras.
Cuando sus ojos dejaron mi rostro, dejé escapar el aire que contenía. Vaya.
Él estaba cansado, cerca del borde, y sabía que todo era por mi culpa. Si había
aprendido algo sobre Dorian, era que odiaba sentirse indefenso. Ser incapaz de
ayudarme. Incapaz de apartar mi dolor. Y justo en este momento, no existía nada
que pudiera hacer para salvarme de lo que me esperaba. Sabía que le molestaba.
Podía sentir las olas de impotencia, y yo también me sentí incapaz de ayudarle.
Qué par hacemos.
Con una mirada final hacia su fuerte rostro, mis ojos regresaron a la carretera,
mirando al frente mientras descansaba mi cabeza sobre su hombro, y me llevaba al
lugar que temía afrontar.

Salí volando del auto y corrí hasta su cama, en el instante que se estacionó en
la casa, con Dorian detrás de mí. Mi madre y Adam estaban sentados en la sala,
pareciendo cansados y desarreglados, pero no me detuve a saludarlos. Tenía que
asegurarme que mi papá estuviera bien.
Él probablemente había estado muy asustado.
Estaba recostado en la cama del hospital que el hospicio había dado. Una bolsa
con líquido intravenoso estaba conectado a su brazo, fluidos cayendo a un ritmo
constante, un tubo bajo su nariz.
Miré la delgada figura de mi padre, recostado tan indefenso y con la puerta
abierta para que el ángel de la muerte se lo llevara, y todo lo que pude sentir fue ira
mezclado con tristeza.
Él estaba tan vulnerable. Tan débil. Tan expuesto. Tan solo…
Él era mi vida. Mi mejor amigo. No podía respirar sin él. Todavía tenía cosas
qué hacer… cosas importantes; como llevarme hacia el altar en mi boda, y consentir
a sus futuros nietos. Mirando la fragilidad de mi padre, levanté los puños porque
estaba furiosa, furiosa al hombre que se deslizaba de mi vida antes de que estuviera
lista.
Brazos fuertes me envolvieron desde atrás. Sus manos calmantes deteniéndose
en mi estómago, empujándome hacia su pecho. Se quedó sin aliento cuando pudo
ver a mi papá.
Los brazos alrededor de mí me apretaron más, y coloqué las manos sobre sus
brazos y apreté.
—Dios, Pequeña, no sabía. No tenía idea —dijo, su nariz tocando mi cuello, su
respiración sobre mi piel—. Lo lamento tanto.
No podía tragar, mucho menos hablar. Todo lo que pude hacer fue asentir.
Después de unos momentos, suspiré. Era tiempo que Dorian conociera a mi familia.
—¿Estás listo? —pregunté silenciosamente.
Sus manos rozaron mi cuerpo hasta que se detuvieron en mis hombros. Me dio
la vuelta, y cuando lo vi, jadeé. Sus ojos estaban quemando mientras me miraban
indefensamente, y dentro de ellos había mucho dolor. Dolor por mí.
—¿Listo para qué, amor? —Inclinó la cabeza, besando mi frente, mis ojos, mi
nariz, mi mejilla, mi barbilla, y luego un fugaz beso en los labios.
—Para conocer a mi familia.
Medio sonrió y asintió. Mientras me conducía fuera de la habitación, di la
vuelta para mirar el cuerpo dormido de mi papá.
Envié una súplica para que se mantuviera a salvo mientras me iba.

—Hola —dijo mi madre, su expresión curiosa.


—Hola. —Dorian le sonrió suavemente.
—¿Eres Dorian? —Aunque sus cejas estaban levantadas, no parecía infeliz de
que estuviera aquí.
—Sí, lo soy, señora.
—Encantada de conocerte, Dorian. Soy Abbie.
Luego hizo la cosa que más temía que sucediera. Levantó la mano para que la
sacudiera. Ella no sabía de su aversión a ser tocado. Nunca se lo dije. Dorian se veía
en problemas, mientras permanecía tenso, músculos tensos, al borde del abismo y
listo para explotar en cualquier momento.
Sin estar segura de qué funcionaria, pero aun así intentándolo, moví y tomé su
mano y entrelacé nuestros dedos. Su cabeza giró rápidamente, y le sonreí dándole
apoyo. Sus ojos se suavizaron y tomó aire, y apretó mi mano.
Mi mamá estaba mirando nuestro intercambio, y sabía que tenía que explicarle,
pero esperaría. Ella estaba a punto de bajar la mano cuando Dorian hizo el
movimiento para aceptar su mano extendida.
—Encantado de conocerte también. —Su voz tembló y unas gotas de sudor
comenzaron a formarse en su frente. Sabía que lo había bajado a la tierra, aunque
estaba tomando toda la fuerza de Dorian para no entrar en pánico y así poder sacudir
la mano de mi madre. Pero lo estaba haciendo. Lo estaba haciendo por mí.
Cuando soltó su mano, él y yo dejamos escapar el aire que habíamos contenido.
—¿Cómo han estado? —pregunté a mi madre, intentado aclarar las cosas.
—Bien, supongo —dijo, pareciendo desorientada—. No existe mucho más que
esperar. —Melancolía llenó los espacios que las palabras no podían decir.
Nos sentamos juntos, esperando por lo desconocido.
“Las despedidas son solo para aquellos que aman con sus ojos. Porque para los
que aman con el corazón y el alma, no existe tal cosa como la separación”.
—Rumi

l quinto día después de que mi padre se desplomase, entré a su habitación


y me sorprendió encontrar que estaba despierto.
Mi corazón dio un vuelco.
Le sonreí cuando alcancé la cama y tomé su mano en la mía. Llevando su mano
a mis labios, besé sus nudillos. Su sonrisa en respuesta era cansada y le faltaba su luz
habitual, pero a pesar de todo, era una sonrisa.
Viéndolo así, apenas capaz de abrir los ojos, hizo que mi corazón llorase. ¿Cómo
era posible que esa enfermedad pudiera poner de rodillas a un hombre fuerte y
saludable?
Saqué mi iPhone del bolsillo y me metí en la cama junto a él.
—¿Qué quieres escuchar? —le pregunté.
No recibí respuesta a eso.
Mordiéndome los labios y forzando una sonrisa, dije:
—Elegiré por nosotros entonces.
Mirando la lista de reproducción que había hecho solo para nosotros, encontré
lo que estaba buscando. Presionando Reproducir, Country Lanes de los Bee Gees
llenó la habitación.
La escuchamos juntos en silencio, sin decir palabra entre nosotros. Terminaba
una canción y comenzaba la siguiente. Cada canción de esta lista de reproducción
era una de sus favoritas y eso era todo lo que importaba.
Apoyé mi cabeza sobre su pecho y dejé que la música nos llevase a algún lugar
mágico. Aunque solo fuera por un momento.

Mamá se había superado a sí misma estas últimas semanas, cuidando de papá


de la forma que yo había estado cuidándolo todo este tiempo. Se tomó tiempo libre
del trabajo y se negaba a dejar que la enfermera hiciese las cosas básicas que ella
podía hacer. Así que mamá le bañaba, lo vestía, y lo alimentaba. Y se aseguraba de
que tomase sus medicamentos.
Por muy cansada y agotada que pareciera mamá, me encantaba verla de esa
forma. Tomando acción. Cuidándolo. Por fin estaba progresando e involucrándose.
Por fin lo estaba aceptando.
Adam, quien también quería hacer algo, era el masajista personal de papá.
Unas pocas veces al día, mi hermano le frotaba suavemente los pies hinchados.
No podía evitar sonreír. Éramos una familia. Una unidad.
La enfermedad de papá nos había juntado.
Y sabía que, en algún lugar en lo profundo de su ser, mi padre sabía que nos
habíamos unido por él. También sabía que estaría orgulloso.
“Te fuiste y lloré lágrimas de sangre. Mi dolor crece. No es solo que te fuiste. Sino
que cuando te fuiste, mis ojos se fueron contigo. Ahora, ¿cómo voy a llorar?”.
—Rumi

ecesitaba tocarlo todo el rato para que supiera que estaba aquí, junto
a él. Que siempre estaría junto a él hasta su último segundo en la tierra.
Quería que supiera que no estaba solo. Sostuve su débil mano con
seguridad entre las mías y todo lo que hacía durante horas era mirarlo, y contar cada
respiración, miraba cada línea de su rostro.
Al amanecer, mientras todos los demás dormían, me despedí, sintiendo que
cualquier momento podría ser su último.
Me incliné y le susurré al oído:
—Está bien, papá. Te tengo. Tengo a todos. Está bien. Puedes dejarlo ir ahora.

Mi padre murió al día siguiente al mediodía.


Los siguientes días pasaron en un borrón. Recuerdo que todos lloraron mucho,
aunque ninguna de las lágrimas vino de mí.
Yo era como una zombi; demasiado ocupada en ser fuerte para que todos los
demás pudieran desmoronarse.
Mi casa estaba llena de gente. Amigos y familia, todo el que se preocupaba por
papá vino a decir adiós. Algunos gritaron. Algunos lloraron. Algunos miraban al
vacío, en conmoción. Y algunos intentaron ofrecer consuelo. No había consuelo para
mí.
Todo el mes previo a su muerte se sintió como un gran e indeseado adiós. Los
pocos momentos en los que mi padre había estado lúcido, había querido decir mil
cosas, pero terminé no diciendo nada. Temiendo que, si decía lo que había en mi
corazón, el ángel de la muerte lo oiría y vendría a apartarlo de mí más pronto.
Me arrepiento de haber sido tan irracional. Deseo poder atrasar el reloj. No
desperdiciaría la oportunidad otra vez.
Viéndolo ahora, su pecho sin moverse, sus pulmones sin luchar por respirar,
todo lo que podía hacer era mirar. Solo… mirar. El dolor en mi alma era demasiado
real, demasiado doloroso. Estaba segura de que no lo iba a sobrevivir. Y hubo un
pequeño momento en el que deseé no hacerlo.
Sin embargo, seguí observándolo, deseando con mi mente que se moviera.
Nunca lo hizo.
Dios. Necesitaba ver esos ojos verdes que eran idénticos a los míos. Necesitaba
ver su sonrisa cálida que solo guardaba para mí. Necesitaba sentir sus brazos
reconfortantes envueltos a mi alrededor, asegurándome que nunca me abandonaría.
Pero sí que me abandonó. Me dejó. Mi corazón latía dolorosamente dentro de
mi pecho, cada latido un recordatorio de que el corazón de mi padre nunca volvería
a latir.
“Dejaste al cielo y suelo llorando, mente y alma llena de pena.
Nadie puede tomar tú lugar en existencia, o en ausencia.
Ambos de luto, los ángeles, los profetas, y esta tristeza que he sentido ha sido
tomada de mí el sabor del lenguaje, para que no pueda decir el sabor de ser
destrozado”.
—Rumi

an pasado dos semanas desde que mi papá murió.


Estuve oculta en casa, y no había dejado mi habitación. El único
deseo que tenía era hundirme en el fondo del mar.
Después de no querer lidiar con la realidad por dos semanas,
Dorian decidió secuestrarme.
Como sea.
Todo el trayecto hacia el lugar desconocido al que decidió llevarme, me senté
en silencio, mirando por la ventana mientras un tren de pensamientos cruzaba mi
mente. Existía esta nueva necesidad que había comenzado a crecer dentro de mí:
desaparecer en lo más profundo de mi mente. De escapar y nunca regresar. De sentir
entumecimiento en lugar de dolor todo el tiempo.
Miré la oscuridad de la noche a través de la ventana y pensé qué bizarro se
sentía qué era lo que realmente veían mis ojos. La oscuridad me hizo señas,
llamándome para que fuera y mantuviera su compañía.
—No lo hagas —dijo Dorian en voz profunda, deteniendo la camioneta. Él apagó
el motor y movió su asiento hacia el mío.
—¿Hacer qué? —pregunté silenciosamente—. No estoy haciendo nada.
Él suspiró, y sentí su desesperación gritando en olas poderosas, y golpeándome
en los huesos.
Abrí la puerta y salí, dándome cuenta dónde estábamos. La playa. Genial. Otro
jodido lugar que desearía poder olvidar.
El sonido de las olas y el golpeteo del agua contra la costa eran los únicos
sonidos que escuchaba. La brisa marina era fría, haciéndome temblar mientras
soplaba contra mi rostro. Olía como sal y otoño. Cerré mis ojos ante el ardor.
Caminé hasta quedar a unos pasos de la orilla de la costa. Pude sentir cuando
Dorian se acercó. El calor de su cuerpo rodeándome desde atrás y envolviéndome
con un toque de calidez. Tomé un pequeño paso al frente, apartándome de él.
—No me dejes fuera —suplicó—. Háblame. Por favor.
—No existe nada de qué hablar, Dorian. Nada de nada. —Fue extraño, pero
mirando hacia el infinito mar oscuro, pude sentir en realidad el entumecimiento
rodeándome y comenzando a sacar raíces. Estaba de pie en la orilla, pero me sentí
que me ahogaba.
—Sí, lo hay —dijo entre dientes. Podía escuchar la frustración en su voz.
Extraño, no sentí nada. ¿Fue así como mi madre se sintió al inicio? ¿Indiferente?
¿Apática? Ahora entendía por qué se quedó ahí por tanto tiempo. ¿Quién en sus
cinco sentidos querría salir? Observé al furioso mar, fascinada por lo altas que las
olas estaban rompiendo—. Pequeña.
—¿Qué? ¿Ahora eres mi jodido psiquiatra? —Me reí sin humor—. ¿Quieres que
hable acerca de mis sentimientos?
Sentí su cuerpo presionarse contra mi espalda, abrazándome por el estómago.
—Vamos, Pequeña —susurró en mi oído—. No hagas esto. Déjalo salir. Deja
salir todo. El dolor que sientes dentro. Déjalo ir. —Me obligó a acercarme más—. Voy
a ser tu saco de boxeo mientras tanto.
Tragué el nudo que amenazaba con ahogarme.
—No tengo nada que decir.
—Entonces no digas nada. —Me abrazó—. Haz algo en cambio. ¿Cuál es la
necesidad vital que más tienes en este momento?
Hubo un largo silencio mientras contemplaba sus palabras. ¿Debería
escucharlo, o debería quedarme dónde estaba? Porque sentía ira. Si no podía
sentirme entumida, entonces quería golpear, romper, cortar, destruir algo. Lo que
fuera.
—Quiero golpear algo. Necesito golpear algo. Pero todo lo que tengo alrededor
es arena. —Me reí—. Frágil, delicada arena…
—Me tienes a mí. —Su voz fue un susurro en el frío aire, mezclándose con el
sonido de las olas.
—¿Y?
—Golpéame.
—No puedes hablar en serio… —murmuré.
—¿Por qué? —preguntó—. ¿Tienes miedo de lastimarme? —Se estaba burlando
de mí—. ¿Crees que una niñita como tú puede lastimarme?
Quería estrangularlo.
—Cállate —dije entre dientes y me aparté de él.
—Vamos, Pequeña —dijo impacientemente—. Golpéame. No tengas miedo.
—¡No tengo miedo! ¡Solo que no quiero golpearte!
Su mano tomó mi codo y me dio la vuelta.
—¡Solo hazlo! —gruñó—. Golpearme es la única cosa que puedes controlar en
este momento. Todo lo demás está fuera de tu alcance. No puedes hacer nada.
¡Golpéame de una jodida vez y deja salir el dolor!
—Yo. No. Quiero. ¡Golpearte!
—¡DEJA DE ESCONDERTE! —Él nunca me había levantado la voz. Mirándolo
ahora, me daba miedo. Es Dorian, una voz susurró en mi mente. Es tu Dorian—.
¡Deja de esconderte detrás de esas paredes montañosas que colocas alrededor de ti!
—continuó—. Eres una maldita ratoncita escondiéndose en una esquina, asustada de
enfrentar al mundo. ¡Hazlo entonces! Ve y escóndete. Déjame. Retirarte. ¿Es lo que
vas a hacer cuando la vida se ponga difícil?
—¡Cállate! —Lloré y cerré los ojos fuertemente—. ¡Cállatecállatecállatecállate!
Sentí otra sacudida y abrí los ojos.
—¡Golpéame de una jodida vez!
Profundamente, la ira se apoderó de mi cuerpo. Mi nariz se hinchó y mi sangré
corrió cálida, hirviendo en mis venas. Me sentí fuera de control, como si un demonio
poseyera mi cuerpo y se apoderara de mis acciones. Apreté los dientes fuertemente,
mi respiración se volvió fuerte, mientras puntos blancos nublaban mi visión.
Miré con horror cómo mi mano se levantaba y golpeaba la mejilla de Dorian
con mi palma. Fuerte. El sonido del golpe retumbó en el aire, mezclándose con el
sonido de las furiosas olas y el golpeteo del agua contra la playa. La tensión en el aire
hizo que mi estómago se estremeciera y mi respiración se cortara. Mi palma
quemaba por la fuerza del golpe y cuando lo miré, fue con una mirada de horror, vi
que mi piel estaba furiosa y roja.
Levanté la mirada lentamente.
No podía creer que realmente le había dado una cachetada.
Me odié en ese momento. Y lo odié a él aún más por hacerme reaccionar de esa
manera. Odiaba al mundo y a quien lo hubiera creado. Odiaba el dolor. La
desesperanza. Odiaba a Dios por quitarme a mi papá, y al universo.
Yo solo… odiaba.
Cuando mis ojos finalmente alcanzaron su destino, observé la marca roja en su
mejilla. Me estremecí. Sus ojos completamente abiertos, mirándome. Su mano tocó
su mejilla mientras me miraba intensamente. No sabía qué decir. ¿Estaba molesto?
¿Me odiaba ahora? ¿Me dejaría? Estaba a punto de abrir mi boca y disculparme, o
decir algo, lo que fuera, pero antes de que pudiera hacer cualquiera de esas cosas,
sonrió y la expresión de su rostro se iluminó. Dejé escapar el aire que no sabía que
estaba conteniendo en un largo suspiro, y luego caí, no siendo capaz de sostener mi
propio peso. Mis rodillas tocaron la arena, mis manos hundidas en su suavidad.
Lágrimas se deslizaron por mi mejilla y no pude detener el sollozo que se me escapó.
Dorian me siguió hacia el suelo, su cálido cuerpo dándome la bienvenida a sus
brazos. Me llevó a su regazó y hundí mi cabeza en su cuello.
—Shhhhh… Lo lamento, Pequeña. —Me meció hacia delante y hacia atrás—. Lo
lamento tanto. No decía en serio esas cosas. Tenía que hacerte salir —murmuró en
mi oído—. Está bien. Deja salir tu dolor, mi amor. Llora. Te vas a sentir mejor
después de eso, te lo prometo. Siempre estaré aquí. Llora.
—L-lo la-lamento.
—No tienes nada de que disculparte —susurró—. Estás regresando a mí. Es todo
lo que importa.
“Déjame sostenerte mientras duermes
Alejar tus pesadillas al fondo del mar
Déjame besar tus cicatrices y hacerte ver
Hacerte ver que eres el único para mí”.
—Maayan Nahmani

os meses pasaron, y con ellos las estaciones.


Algunos días, estaba bien.
Otros días, lloraba por todo y lo que fuera.
Algunas noches soñaba con él.
Anoche soñé que él caminaba a mi cuarto, temprano en la mañana,
abrazándome, y besando mi frente. Me miraba y observaba que la ventana estaba
abierta y fruncía el ceño. Él la cerraba, quejándose de que el aire frío me podría
enfermar y luego se daba la vuelta hacia mí y me arropaba más fuerte. Amaba que se
preocupara por mí, pero quería decirle que a veces la enfermedad puede escabullirse
sin importar lo cuidadosos que fuéramos. Me pregunté si él, alguna vez pensó que
también podía enfermarse. Él no había sido invencible; el hombre que siempre creí
un super héroe, era solo humano.
Quizás debí revisar sus ventanas también.
Pero cuando abrí los ojos y me encontré en los brazos de Dorian, siempre
lograba hacer cálido mi triste corazón. Él era la constante figura a mi lado. Nunca me
dejaba sola. Prácticamente vivíamos juntos. Si no estábamos en su casa, estábamos
en la mía. Sabía que podía contar con él para todo.
Regresé a trabajar con Toby, trabajando a lado de Dorian.
Mi mamá regresó a trabajar y Adam regresó a la escuela. Habíamos tenido un
año difícil, pero lo que era seguro, es que él hubiera deseado que siguiéramos
adelante. Todos sabíamos qué era lo que deseaba.
Hoy, le pedí a Toby un favor. Le pedí que detuviera a Dorian después de que el
bar cerrara, pero lejos del escenario. Tenía preparado un regalo y quería dárselo.
Su canción.
Después de que nos conocimos, comencé a escribirla, pero nunca la había
terminado.
El mes pasado, finalmente lo hice.
Él todavía estaba viendo a su psiquiatra, pero mucho menos. El método del
doctor Anderson resultó ser bastante útil. Después de los primeros meses, él llegaría
a casa agotado, necesitando mis caricias, y yo se los daba.
Necesitaba sus caricias del mismo modo. Juntos, nos levantábamos el uno al
otro, salvándonos de hundirnos.
Me senté en una silla de madera, a mitad del escenario, el micrófono frente a
mí, y lo esperé.
Las luces eran tenues, solo la mitad de las luces del escenario me iluminaban.
Miré mi muñeca, al tatuaje en recuerdo a mi papá. Era un símbolo de infinito
con el nombre de mi padre escrito dentro de la forma del número ocho. Arriba en la
esquina del símbolo, pequeñas aves salían, volando libremente.
Acaricié gentilmente la tinta.
Cuando Dorian regresó al bar, se detuvo por completo cunado me vio. Apenas
podía verlo, pero por suerte, se acercó, hasta que quedó delante del escenario.
Sonriéndole, comencé a cantar.
¿Qué si te digo que está bien?
¿Qué si te digo que ningún daño vendrá por ti?
¿Qué si te digo que puedo ver todo tu dolor?
¿Qué si te digo que estoy aquí para quedarme?

La oscuridad te rodea con sus amargos brazos


Intentas apartarlos, pero terminas más lastimado
Y ahora todo lo que imploras es un poco de calidez
Así que ven aquí, déjame reducir tu tormenta

Cerca, acércate un poco más


Puedes quedarte más tiempo
No tienes que actuar como si fueras fuerte
Solo déjate llevar y confía en mí para evitar que te hundas

Lo miré mientras cantaba, sin apartar la mirada ni un segundo. Él estaba frente


a mí, este grande, y musculoso hombre, y me miraba como si yo sostuviera la luna
entre mis manos. Sus ojos se humedecieron.

Déjame sostenerte mientras duermes


Alejar tus pesadillas al fondo del mar
Déjame besar tus cicatrices y hacerte ver
Hacerte ver que eres el único para mí

Cerca, acércate un poco más


Puedes quedarte más tiempo
No tienes que actuar como si fueras fuerte
Solo déjate llevar y confía en mí para evitar que te hundas

Abre tus ojos, no estás solo


Estoy justo aquí contigo a través de todo
Y yo sé que tienes miedo a lo desconocido
Prometo atraparte si caes

Cerca, acércate un poco más


Puedes quedarte más tiempo
No tienes que actuar como si fueras fuerte
Solo déjate llevar y confía en mí para evitar que te hundas
Solo déjate llevar y confía en mí para evitar que te vayas bajo el agua

Cuando las últimas notas de la canción llegaron a su fin, salté de la silla y


recargué la guitarra en ella. Él saltó al escenario, caminando directamente hacia mí
y tomándome entre sus brazos. Me levantó, hasta que mis pies dejaron el suelo.
Luego me besó, un beso lleno de promesas para el futuro.
Bajándome, susurró:
—Pequeña…
—Es tu canción.
—Es hermosa.
—Comencé a escribirla después de que nos conocimos. Todo lo que quería
hacer era abrazarte.
—Hiciste más que eso. Me salvaste. —Tomó aire y cerró sus ojos—. Había
planeado esperar. Quería hacerlo diferente, pero no puedo esperar más.
Lo miré, perdida, no estando segura de qué estaba hablando.
Se colocó en una rodilla frente a mí, y sacó un anillo de su bolsillo trasero. Tomé
aire y levanté las manos, cubriendo mi boca. Oro y esmeraldas serpenteaban hasta
formar un anillo, y una esmeralda en la forma de una estrella estaba colocada arriba.
—Dorian…
Él sonrió, sus ojos llenándose de lágrimas.
—¿Me harías el honor de ser mi esposa?
—Sí —respondí sin dudarlo—. Desearía que mi papá estuviera aquí para ver esto
—susurré, teniendo la necesidad de decirlo. Todo lo que me sucediera, sin importar
si fuera bueno o malo, siempre quería decirle.
Él se levantó y me tomó entre sus brazos. Me aferré a su camisa, llorando
silenciosamente.
—Sabes… —dijo suavemente—. Le pedí tu mano.
Me aparté y lo miré sorprendida.
—Le dije que estaba planeando volverte mi esposa algún día, y quería su
bendición. Él movió su mano para que la tomara, y cuando lo hice, me pidió que te
cuidara. Que te tratara bien y te hiciera feliz. Le prometí que lo haría, e incluso le
hice una pequeña promesa —agregó tímidamente.
—¿Qué clase de promesa?
—Que nombraríamos a nuestro primer hijo con su nombre.
No tenía palabras. Solo… gracias.
—¿Estás lista? —murmuró en mi oído.
—¿Para?
—Decirle a la familia —respondió, sonriendo.
Oh, estaba definitivamente lista. Ellos estarían encantados.
Con nuestras manos entrelazadas, fuimos a decirles a nuestras familias sobre
nuestra nueva vida juntos.
—Por cierto —dijo—. ¿Cuál es el nombre de la canción?
—Bajo el agua.
Tengo 26 años y vivo en un pequeño pueblo
en Israel.
Mi familia y yo pasamos tiempos difíciles no
hace mucho y un día le confié todo a mi mejor
amiga. Yo no sabía cómo lidiar con todo ello.
Entonces ella me sugirió que escribiera un libro
acerca de ello. La miré como si le hubiera salido
otra cabeza y deseché la idea en el acto. Pero la
semilla había plantada, y día tras días, poco a poco,
sin comprenderlo, comencé a escribir.
Así es cómo nació Underwater.
Me encontré escribiendo para ser catártica,
sanar. Algo que ayudó a mi mente a relajarse y
poner las cosas en perspectiva. Descubrí un mundo
mágico donde viajé entre la imaginación y la
realidad. La escritura se convirtió en mi hogar y
nunca quise irme.
Me encanta leer, escribir, escuchar música, editar videos, y tocar la guitarra.
Siempre estoy buscando la siguiente cosa creativa. También me gusta una buena
película y una copa de vino.

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