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Introducción
La intención de este escrito es reflexionar y analizar desde la visión
franciscana, tres dimensiones fundamentales que conforman el mundo de la
vida de toda persona humana, estas dimensiones son: la dimensión personal,
la dimensión relacional y la dimensión de la experiencia de fe. Con esta lectura
te estamos invitando a volver la mirada hacía ti mismo, para que pienses
seriamente sobre tu proyecto personal de vida; además de reflexionar sobre tu
formación humana en nuestra universidad.
I. Dimensión Personal
1
4. La persona que cultive el amor fraterno.
5. La persona servidora y solidaria con los demás.
6. La persona generosa para servir sencillamente en Iglesia.
7. La persona humanista y de gran respeto por todo lo que existe.
8. La persona con espíritu existencial de oración.
DIMENSIÓN PERSONAL
Las personas contemporáneas cifran todas sus esperanzas en tener cada día
más: riqueza, poder, nombre, prestigio, etc. Pero se necesita que el hombre
tenga como aspiración SER MÁS y puede llegar a lograrlo dentro de un plan de
superación constante.
Según Gabriel Marcel el ser y tener son dos categorías irreductibles en cuanto
que el tener se presenta como tendiendo a suprimir al ser, a disolverlo en su
misma posesión. “Todo hombre tiene la tentación de identificarse con lo que
tiene, pero el mal no está en sentirse tentado sino ceder y encerrarse en este
reino cosístico”1
El hombre que lucha por ser más se caracteriza por ser activo, pero no en el
sentido de una actividad exterior o de un estar ocupado, sino de una actividad
interior que le exige la acción de sus facultades internas, a saber: la razón, la
voluntad, la sensibilidad y el amor.
1
Cfr. MERINO, José Antonio ofm., Humanismo Franciscano. Cristiandad, Madrid, 1982, pág. 243.
2
El hombre que lucha por ser más se libera de las tendencias que le impiden
dar, compartir y amar.
En este aspecto tenemos el testimonio que nos revela los Escritos de San
Francisco y sus biografías, donde lo encontramos como el hombre que en su
vida quiso ser más antes que tener más. Él, hijo de un mercader acomodado,
creció en un ambiente en el que el tener mas era el ídolo soñado de la
juventud, experimentó las ventajas de tener tanto dinero, y con él, cosas,
ambiciones y posibilidades inmediatas.
Pero renunció radicalmente y su conversión del tener al ser se le descubrió en
nuevas formas de estar en el mundo, de tratar con los otros y de relacionarse
con las cosas. Este hombre ya no tiene nada, pero ahora goza de una nueva
forma de existencia. Para Francisco lo que cuenta no es el hombre que tiene y
posee sino lo que es delante de Dios y nada más. (Adm.19).
Lo que cuenta realmente es SER, no tener ni poseer, ni disponer de personas o
de cosas, de ciencias ni preeminencia y posibilidades. El hombre que ha
encontrado su verdadero SER encuentra la paz, la libertad y con ello la
plenitud. El ejemplo de Francisco de Asís es una permanente invitación al
hombre de cualquier tiempo a recuperar la propia identidad, a descubrir la justa
proporción de las cosas, a llegar a SER UNO MISMO y conquistar la libertad.
El hombre preside toda la Creación porque todo ha sido creado con miras a él.
Todos los hombres tienen igualdad fundamental, su dignidad; porque son
imagen de Dios y están dotados de inteligencia, conciencia y voluntad, y, en
virtud de esto, están llamados a aceptarse, respetarse y salir de sí mismos
dándose y comunicándose con otros por el Amor.
Para los maestros franciscanos como San Buenaventura y Guillermo de
Ockham la persona humana se presenta como un conjunto completo, un todo,
una unidad integral y dinámica. Esto no sólo supone una unidad compleja e
intransferible, significa además: dinamismo, apertura, comunicación y
3
referencia a otros polos afectantes que entran en la configuración de la
persona.2
Según la escuela franciscana el hombre se define como una relación en triple
movimiento vinculante: hacia abajo, hacia arriba y a su alrededor. El hombre
asume y resume todo lo creado, al mismo tiempo que proyecta las aspiraciones
más profundas de sí mismo. Trata de conocer a los otros y a lo otro, porque ya
de antemano los ama, y puesto que los ama los respeta y puesto que los
respeta, los admira.3
El hombre que acepta, que se respeta y se ama, se realiza plenamente como
hombre y está capacitado para relacionarse con su entorno. Tiene que partir de
un encuentro consigo mismo para luego llegar a un encuentro fecundo con los
demás. Sólo el hombre que conoce sus posibilidades que conoce sus
limitaciones puede estar disponible al servicio de una misión que le reclame.
Francisco de Asís, a pesar de llamarse continuamente “ignorante e indocto”
tenía plena conciencia de su dignidad como persona y la de los demás
hombres. No fue un descubrimiento relámpago sino que respondió a un
proceso de discernimiento desde el momento en que acogió y se sintió acogido
por la paternidad de Dios que es universal; este hecho lo llevó a descubrir en
cada hombre un hermano con igual dignidad y también con todas las criaturas.
3. LA PERSONA CRÍTICA
2
Cfr. Ibid, 107
3
Ibid, Pág. 109
4
crítico mantiene esta actitud de búsqueda de la verdad que lo conduce a
examinar, a analizar y a investigar todo lo que encuentra delante de sí mismo,
no por jactarse de tener la razón sino por tomar una posición personal frente a
los acontecimientos.
4
KOSER; Constantino, Ante los desafíos del mundo de hoy. Págs. 117-125.
5
convicción de saberlo todo. Sabemos cuántas veces intentaba verificar lo que
consideraba como una inspiración, sólo después de agotar los recursos
intelectuales necesarios llegaba a una certeza y convicción completa.
4. LA PERSONA SENCILLA
5. LA PERSONA ALEGRE
5
MERINO, José Antonio, ofm., Humanismo Franciscano, Cristiandad, Madrid, 1982, pág. 227.
6
necesita que el hombre sea alegre y que esta alegría se refleje en todas las
circunstancias de la vida: en la vida personal, pues la alegría la ayudará a
superar las dificultades y a tener una visión optimista. La alegría en la vida
comunitaria lo llevará a establecer con sus semejantes un clima de paz y de
comprensión; en la vida con Dios, manifestada en una comunicación con Él,
esperanza festiva de manera que hasta su oración sea una verdadera fiesta y
litúrgica.
Francisco supo transmitir a los que la rodeaban su talante festivo, alegre y
optimista. Ser alegre entraba en la pedagogía que desarrollaba con sus
hermanos. Veía muy bien a los que estaban dotados del arte de hacer alegres
a los demás y colocaban este arte el servicio de la convivencia fraterna. Pero
quería que fueran hombres realmente alegres y no simplemente aquellos que
hacían chocarrerías y bufonadas.
“Pues la verdadera alegría no necesita manifestarse en risas destempladas ni
algazara bulliciosa...” (EP.96).
6. LA PERSONA SABIA
Generalmente se tiene por sabio a aquella persona que sabe más que otros, o
que domina un tema y con ello asombra a quienes entran en contacto con él.
Este es un concepto errado, pues ser sabio consiste en ese recto amor a sí
mismo, a que todo hombre tiene derecho y obligación, y que le impulsa a
cultivar a aquello que en él es típicamente humano; su vida espiritual, motivada
de acuerdo con sus propios talentos y habilidades.
San Buenaventura dice: “... la sabiduría consiste en conocer la bondad, la
doctrina de guardarse del mal; la bondad en elegir el bien. Lo primero mira a la
verdad, lo segundo a la santidad, lo tercero la caridad”. (San Buenaventura,
Cristo, Maestro de todos, 23)6
6
SAN BUENAVENTURA, Obras Completas, B.A.C., Madrid, Cristo Maestro único de todos, pág. 697.
7
que en su vida practica las virtudes que lo lleva a encontrar su verdadera
identidad y que lo hacen útil ante Dios y sus semejantes; es el hombre que ama
en la justa medida, que discierne entre una posibilidad y otra, que opta por la
que más le convence y conviene y no se arrastra por influencias externas.
Teniendo en cuenta la gran experiencia de vida que tuvo San Francisco,
podemos afirmar que él conocía perfectamente los elementos mencionados
anteriormente. Ser sabio, para él, no consistía en “ser doctor” o en tener
acumulados un sinnúmero de conocimientos, sino en dejarse guiar por la luz
que viene del Padre y que ilumina la existencia del hombre para que pueda
discernir lo que le conviene a él y a sus hermanos.
El hombre que procede sabiamente según San Francisco, lo lleva a obrar:
Con discreción para hablar o callar a tiempo.
Con circunspección para descubrir el momento oportuno para obrar.
Con docilidad para escuchar las inspiraciones divinas.
Con sagacidad para juzgar con prontitud y claridad
DIMENSIÓN RELACIONAL
Teniendo en cuenta que la educación de los hombres, sea cual sea el origen
social de éstos, debe orientarse de tal modo que forme hombres y mujeres que
no sólo sean personas cultas, sino también líderes que aprendan a compartir
de acuerdo con las exigencias perentorias de nuestra época. Este aspecto
describe hasta que punto se ha interiorizando y se vive lo que implica ser
hombre para los demás en dimensión de servicio. Lo cual se manifiesta:
8
Cuando dejándose afectar por las necesidades y logros de los que le
rodean, es capaz de describirlos.
Cuando experimenta con alegría y satisfacción, que sus cualidades y
bienes no le pertenecen exclusivamente sino que deben estar al servicio de los
demás.
Cuando sabemos compartir responsablemente los bienes de uso común.
9
hombres estaban en conflicto. Francisco jamás fue neutral en ninguna cuestión
importante para el hombre.7
Aspectos que señalan al hombre que mire las cosas con cariño, respeto y
cuidado; que fraternice con la naturaleza porque ha visto y sentido en ella y en
su persona algo o mucho de parentesco, de cercanía y de vida intercambiable
y que por lo tanto se compromete a respetar la naturaleza y a servirla.
La persona formada franciscanamente debe de demostrar en su
comportamiento frente a los otros y frente a la misma naturaleza un gran
sentido humano creando un fermento de transformación en las relaciones
interpersonales y con las demás criaturas.
“La armonía o desarmonía entre el hombre y la naturaleza depende de que
aquel trate a ésta como un objeto útil simplemente o la interprete como un
espacio vital y no reducible a utensilio ni manejable a capricho, pues la
naturaleza no está ni ahí, ni contra mí, sino conmigo. Y no hay pecado de más
falta de grandeza de corazón, que nuestras indiferencias y en no reconocer el
valor de lo que nos rodea, en usarlo a destiempo y en abusarlo en todo tiempo.
Sólo una gran fraternidad universal de los hombres, animales, plantas y cosas,
desplazará el engreimiento humano de ser rey déspota de la creación para
transformarse en el gran hermano mayor de todos los seres creados”8.
Para el franciscanismo el mundo no es inhóspito y carcelario, como aparece en
no pocas místicas y filosofías, sino “la casa fabricada para el hombre”, como lo
describe San Buenaventura9. Y este hogar, como algo entrañablemente
nuestro, debe ser defendido con primor y con pasión.
La teología franciscana implica una antropología y desemboca en una ecología,
ya que todo es bueno, incluso la misma materia. El “someter la tierra” del
Génesis no es un salvoconducto para explorar y destruir, sino el imperativo
para humanizar la naturaleza y vincularse fecundamente con ella glorificando
así a Dios.
7
Cfr. MERINO, José Antonio, OFM., Manifiesto Franciscano para un futuro mejor, Ed. Paulinas,
Madrid, 1985, pág. 66.
8
Cfr. Ibid, 83
9
SAN BUENAVENTURA, Obras completas, B.A.C. Madrid, Itinerario de la mente a Dios, Pág. 578,
10
La actitud de Francisco de Asís frente a la naturaleza puede servir modelo para
el hombre moderno, ya que pocas personas se conocen han sido tan sensibles
al maravilloso espectáculo de la naturaleza como el santo de Asís, que con
tanta emoción vibrará de gozo y alegría ante el paisaje de las montañas, valles,
ríos y ante la belleza de las flores, los animales y demás seres inanimados.
Francisco vivió intensamente la armonía cósmica. Todo para él es motivo de
alegría, de encuentro fraternal, de edificación incesante y de subida a Dios,
pues él ama a los seres, pero no se apega a ellos.10
10
B.A.C., Escritos, Biografías, Documentos de San Francisco de Asís, Madrid, 1978: Primera carta a los
fieles, 21; segunda Celano, 85; 165; 200.
11
Ibid, Primera Celano 8; Segunda Celano 15.
11
Aspectos que indica como la persona debe ir encontrando y aceptando su
identidad personal, abriéndose, y dándose a conocer en su capacidad de amar
y ser amado y, por tanto, de aceptar al otro como persona; lo cual se
manifiesta:
12
Crf. MERINO, José Antonio, OFM., Manifiesto Franciscano para un futuro mejor, Ed. Paulinas,
Madrid, 1985, pág. 39.
12
La vida del hombre esta llena de encuentros: Encuentro con uno mismo,
encuentro con una persona amada, encuentro con un amigo, con un libro, con
el otro sexo, con nuevas circunstancias, etc. Toda la vida de Francisco de Asís
esta llena de encuentros, que él lo considera como gracias. En su testamento
repite como en un estribillo: “El Señor me ha dado”. Y por eso se convirtió en
un dador de gracias, que es la forma suprema de reconocimiento y de gratitud.
En nuestra ciudad secular se dan pocas gracias porque todo se encuentra tan
natural y porque hay una voluntad de sospecha y de aprovechamiento incluso
en los encuentros más profundamente humanos.
La sensibilidad y acogida franciscanas pueden transformar el universo de
recelo, de sospecha y de incomunicabilidad en un universo de cercanía, de
amabilidad y de camaradería exultante.
Toda la vida de Francisco de Asís, su acción y proyecto estaban orientados a
crear una sociedad en donde impera el amor y las formas civilizadas y en
donde no hubiera espacio para el odio y los modos inciviles. A todos habla con
respeto y trata con amabilidad, a nadie juzga y mucho menos desprecia por las
debilidades que vea en el prójimo.13
13
B.A.C., Escritos, Biografías, Documentos de San Francisco de Asís, Madrid, 1978: Exhortaciones 3, 8;
Primera Celano 49; Segunda Celano 180
13
Para el franciscano, la raíz del fracaso del hombre generalmente está en su
propio yo. Por eso transformando y recreando el corazón humano se logrará
una nueva persona, constructora de justicia y paz.
El franciscano se fija más que en la raza, la nación o la clase, en el tú, en éste,
en aquél, en el otro, en cada cual, porque cada uno es distinto y debe ser
reconocible en la masa. El franciscano es fundamentalmente concreto; por eso
personaliza y acepta al otro tal y como es, con sus virtudes y sus defectos, con
sus luces y sombras, con sus valores y contravalores.
El franciscanismo está convencido que el requisito previo para la
transformación del mundo es la transfiguración de uno mismo.
1. Una persona que acoja a las personas, buscando el bien que está en
ellas y en las cosas, dispuesto a la compresión y al perdón como fruto del amor
y la alabanza a Dios “SUMO BIEN”, según Francisco de Asís, sintiéndose unido
con ternura al Padre que está siempre presente en todas las criaturas y ve que
son buenas. Francisco de Asís recibe con igual benevolencia a un joven noble
y bueno que a tres ladrones homicidas14, y dice que el perdón y todo bien
toman su origen en Dios15 y la razón nuestra es el perdón y el amor que Dios
nos muestra16. Para Francisco de Asís, Dios es el único bien y fuente de todos
los bienes17.
2. Una persona que comprende que Dios está en su vida; que ame a Dios,
porque la vida es el gran horizonte de Dios que acompaña como un amigo la
existencia humana, que no simplemente la ha creado sino vivificado y salvado.
14
Flor. cap. 26
15
I Regla 23, 9.
16
I Regla 23, 9
17
Oficio de la Pasión 10,9.
14
Así el joven vive sus afanes, sus aventuras, sus valores, sus estudios o su
trabajo con profundo sentido de la realidad de este mundo.
3. Una persona que sintiéndose habitada, por el Dios que siempre está a la
vista, logra seguridad, gozo y confiesa lo negativo o triste de la vida. Evita
invocar a Dios con temor o temblor, más bien siente a Dios amable y deseable,
cercano, íntimo y vinculante, la más segura afirmación de lo humano, Dios es
para San Francisco el origen de la alegría, aún en sus penalidades.18
18
Espejo de la Perfección, 100.
15
6. Una persona servidora y solidaria con los demás, ya que ha descubierto
a Jesucristo como centro de su vida, visto en su misterio de su humanidad
solidaria con el hombre, en medio de nosotros como el que sirve, resaltada en
el pesebre de Greccio, en la cruz de San Damián y en el leproso crucificado. La
visión contemplativa de Francisco que parte del crucificado que encontró en el
leproso, puede ofrecer un punto de vista válido para la juventud de nuestros
días.
19
Itinerarium Mentis in Deum, Cáp. 2, p.7.
20
Cap. 7, n.6.
16
Escrituras: “El Señor me enseñó aquello que debía hacer”21 y acudía a abrir el
evangelio o pedía que se le leyera desde el momento de su conversión hasta
su misma muerte.
21
Testamento, V.
17