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Aunque Tebas logró dominar Beocia, su fuerza se agotaba en estas luchas internas y todo ejército que amenazaba a Tebas podía contar siempre con la ayuda de esas c
Aunque Tebas logró dominar Beocia, su fuerza se agotaba en estas luchas internas y todo ejército que amenazaba a Tebas podía contar siempre con la ayuda de esas c
Aunque Tebas logró dominar Beocia, su fuerza se agotaba en estas luchas internas y todo ejército que amenazaba a Tebas podía contar siempre con la ayuda de esas c
Aunque Tebas logró dominar Beocia, su fuerza se agotaba en
estas luchas internas y todo ejército que amenazaba a Tebas
podía contar siempre con la ayuda de esas ciudades-Estado beocias rivales. Como resultado de esto, Tebas nunca pudo hacer sentir verdaderamente su fuerza en Grecia, excepto durante un breve período, al que nos referiremos en el capítulo 11. Lo mismo puede decirse de otras regiones. En muy gran medida, el poder de cada ciudad-Estado era neutralizado por sus vecinas, y todas eran débiles, finalmente. Las únicas dos ciudades que lograron dominar regiones considerables fueron Esparta y Atenas, las «grandes potencias» del mundo griego. Sin embargo, aun ellas eran pequeñas. El territorio de Atenas era aproximadamente como el de Rhode Island, el Estado más pequeño de los Estados. Unidos. La superficie de Esparta era como el de Rhode Island más el de Delaware, los dos Estados más pequeños de Estados Unidos. Tampoco las poblaciones eran muy grandes. Atenas, en el momento de su esplendor, tenía una población de unos 43.000 ciudadanos adultos de sexo masculino, y esta cifra era enorme para una polis griega. Por supuesto, había también mujeres, niños, extranjeros y esclavos en Atenas, pero aun así la población total no puede haber sido superior a los 250.000, que es aproximadamente la población de Wichita, en Kansas. Pero hasta esa cifra parecía demasiado grande a los griegos de épocas posteriores, que trataron de elaborar teorías sobre cómo debía ser una ciudad-Estado bien administrada. Estimaban que el ideal, quizá, era 10.000 ciudadanos; de hecho, la mayoría de las ciudades-Estado sólo tenían 5.000 o menos. Entre ellas se contaba la «gigantesca» Esparta, de cuyos habitantes muy pocos eran admitidos como ciudadanos. Sin embargo, estas diminutas ciudades-Estado elaboraron sistemas de gobierno tan útiles qué han resultado ser más adecuados a los tiempos modernos que las simples monarquías autoritarias de los grandes imperios orientales que rodeaban a Grecia. Todavía hoy, a la técnica del gobierno la llamamos «política» de la polis griega, y una persona dedicada a la tarea de gobernar es un «político». (Más obvio es el hecho de que a los protectores armados de una ciudad se los llama su «policía».) La palabra polis también es usada ocasionalmente como subfijo más bien fantasioso para nombres de ciudades, aun fuera de Grecia y hasta en los tiempos modernos. En Estados Unidos, tres ejemplos destacados son Annapolis, de Maryland; Indianápolis, de Indiana, y Minneapolis, de Minnesota. Los griegos siempre conservaron su ideal de la polis autónoma, y pensaban que en esto consistía la libertad, aunque esa polis fuese gobernada por unos pocos hombres, en realidad, y aunque la mitad de la población estuviese formada por esclavos. Los griegos lucharon a muerte por su libertad: fue el único pueblo de su época que lo hizo. Y aunque su idea de la libertad no es suficientemente amplia para nosotros, se fue dilatando con los siglos, y el ideal de la libertad, tan importante para el mundo moderno, no es más que la libertad griega ampliada y mejorada. Por entonces, también, con cientos de ciudades-Estado diferentes, cada una de las cuales seguía su propio camino, la cultura griega pudo alcanzar un color y una variedad sorprendentes. La ciudad de Atenas llevó esta cultura a su culminación, y en algunos aspectos es más valiosa que todo el resto de Grecia junta. Pero es muy probable que Atenas no hubiese llegado a tal altura de no haber sido estimulada por cientos de culturas diferentes, todas cercanas. A medida que la polis se desarrolló, el cargo de rey fue perdiendo importancia. En un reino de regular tamaño hay suficiente riqueza para proporcionar al rey un lujo y un ceremonial considerables, y es posible crear una corte nutrida. Esto separa al rey de otras personas, aun de los terratenientes comunes (y por lo general los terratenientes son los «nobles», a diferencia del «pueblo» sin tierras). Ese lujo y ese ceremonial agradan a la población, que los contempla como un reflejo del poderío de la nación y, por ende, de su propio poder. Pero en una polis se dispone de tan poca riqueza que el rey no es mucho más rico que los otros nobles. No puede erigirse en una figura separada de los demás ni puede esperar que los nobles lo traten con especial consideración. Por consiguiente, la necesidad de un rey se esfuma en una polis. En un gran Estado, es útil que haya un hombre capaz de tomar rápidas decisiones para todo el reino. Una polis, en cambio, es tan pequeña que los individuos pueden reunirse fácilmente y tomar decisiones, o al menos hacer conocer sus preferencias. Pueden elegir un gobernante que esté de acuerdo con sus decisiones y derrocarlo si no las cumple. O pueden elegir uno nuevo cada tanto, sencillamente por principio, para impedir que un viejo gobernante se haga demasiado poderoso. La palabra griega para designar a un gobernante era arkhos, derivada de otra que significaba «primero», puesto que el gobernante es el primer hombre del Estado. Un solo gobernante sería un «monarca». A lo largo de la mayor parte de la historia, un solo gobernante era por lo gAunque Tebas logró dominar Beocia, su fuerza se agotaba en estas luchas internas y todo ejército que amenazaba a Tebas podía contar siempre con la ayuda de esas ciudades-Estado beocias rivales. Como resultado de esto, Tebas nunca pudo hacer sentir verdaderamente su fuerza en Grecia, excepto durante un breve período, al que nos referiremos en el capítulo 11. Lo mismo puede decirse de otras regiones. En muy gran medida, el poder de cada ciudad-Estado era neutralizado por sus vecinas, y todas eran débiles, finalmente. Las únicas dos ciudades que lograron dominar regiones considerables fueron Esparta y Atenas, las «grandes potencias» del mundo griego. Sin embargo, aun ellas eran pequeñas. El territorio de Atenas era aproximadamente como el de Rhode Island, el Estado más pequeño de los Estados. Unidos. La superficie de Esparta era como el de Rhode Island más el de Delaware, los dos Estados más pequeños de Estados Unidos. Tampoco las poblaciones eran muy grandes. Atenas, en el momento de su esplendor, tenía una población de unos 43.000 ciudadanos adultos de sexo masculino, y esta cifra era enorme para una polis griega. Por supuesto, había también mujeres, niños, extranjeros y esclavos en Atenas, pero aun así la población total no puede haber sido superior a los 250.000, que es aproximadamente la población de Wichita, en Kansas. Pero hasta esa cifra parecía demasiado grande a los griegos de épocas posteriores, que trataron de elaborar teorías sobre cómo debía ser una ciudad-Estado bien administrada. Estimaban que el ideal, quizá, era 10.000 ciudadanos; de hecho, la mayoría de las ciudades-Estado sólo tenían 5.000 o menos. Entre ellas se contaba la «gigantesca» Esparta, de cuyos habitantes muy pocos eran admitidos como ciudadanos. Sin embargo, estas diminutas ciudades-Estado elaboraron sistemas de gobierno tan útiles qué han resultado ser más adecuados a los tiempos modernos que las simples monarquías autoritarias de los grandes imperios orientales que rodeaban a Grecia. Todavía hoy, a la técnica del gobierno la llamamos «política» de la polis griega, y una persona dedicada a la tarea de gobernar es un «político». (Más obvio es el hecho de que a los protectores armados de una ciudad se los llama su «policía».) La palabra polis también es usada ocasionalmente como subfijo más bien fantasioso para nombres de ciudades, aun fuera de Grecia y hasta en los tiempos modernos. En Estados Unidos, tres ejemplos destacados son Annapolis, de Maryland; Indianápolis, de Indiana, y Minneapolis, de Minnesota. Los griegos siempre conservaron su ideal de la polis autónoma, y pensaban que en esto consistía la libertad, aunque esa polis fuese gobernada por unos pocos hombres, en realidad, y aunque la mitad de la población estuviese formada por esclavos. Los griegos lucharon a muerte por su libertad: fue el único pueblo de su época que lo hizo. Y aunque su idea de la libertad no es suficientemente amplia para nosotros, se fue dilatando con los siglos, y el ideal de la libertad, tan importante para el mundo moderno, no es más que la libertad griega ampliada y mejorada. Por entonces, también, con cientos de ciudades-Estado diferentes, cada una de las cuales seguía su propio camino, la cultura griega pudo alcanzar un color y una variedad sorprendentes. La ciudad de Atenas llevó esta cultura a su culminación, y en algunos aspectos es más valiosa que todo el resto de Grecia junta. Pero es muy probable que Atenas no hubiese llegado a tal altura de no haber sido estimulada por cientos de culturas diferentes, todas cercanas. A medida que la polis se desarrolló, el cargo de rey fue perdiendo importancia. En un reino de regular tamaño hay suficiente riqueza para proporcionar al rey un lujo y un ceremonial considerables, y es posible crear una corte nutrida. Esto separa al rey de otras personas, aun de los terratenientes comunes (y por lo general los terratenientes son los «nobles», a diferencia del «pueblo» sin tierras). Ese lujo y ese ceremonial agradan a la población, que los contempla como un reflejo del poderío de la nación y, por ende, de su propio poder. Pero en una polis se dispone de tan poca riqueza que el rey no es mucho más rico que los otros nobles. No puede erigirse en una figura separada de los demás ni puede esperar que los nobles lo traten con especial consideración. Por consiguiente, la necesidad de un rey se esfuma en una polis. En un gran Estado, es útil que haya un hombre capaz de tomar rápidas decisiones para todo el reino. Una polis, en cambio, es tan pequeña que los individuos pueden reunirse fácilmente y tomar decisiones, o al menos hacer conocer sus preferencias. Pueden elegir un gobernante que esté de acuerdo con sus decisiones y derrocarlo si no las cumple. O pueden elegir uno nuevo cada tanto, sencillamente por principio, para impedir que un viejo gobernante se haga demasiado poderoso. La palabra griega para designar a un gobernante era arkhos, derivada de otra que significaba «primero», puesto que el gobernante es el primer hombre del Estado. Un solo gobernante sería un «monarca». A lo largo de la mayor parte de la historia, un solo gobernante era por lo gAunque Tebas logró dominar Beocia, su fuerza se agotaba en estas luchas internas y todo ejército que amenazaba a Tebas podía contar siempre con la ayuda de esas ciudades-Estado beocias rivales. Como resultado de esto, Tebas nunca pudo hacer sentir verdaderamente su fuerza en Grecia, excepto durante un breve período, al que nos referiremos en el capítulo 11. Lo mismo puede decirse de otras regiones. En muy gran medida, el poder de cada ciudad-Estado era neutralizado por sus vecinas, y todas eran débiles, finalmente. Las únicas dos ciudades que lograron dominar regiones considerables fueron Esparta y Atenas, las «grandes potencias» del mundo griego. Sin embargo, aun ellas eran pequeñas. El territorio de Atenas era aproximadamente como el de Rhode Island, el Estado más pequeño de los Estados. Unidos. La superficie de Esparta era como el de Rhode Island más el de Delaware, los dos Estados más pequeños de Estados Unidos. Tampoco las poblaciones eran muy grandes. Atenas, en el momento de su esplendor, tenía una población de unos 43.000 ciudadanos adultos de sexo masculino, y esta cifra era enorme para una polis griega. Por supuesto, había también mujeres, niños, extranjeros y esclavos en Atenas, pero aun así la población total no puede haber sido superior a los 250.000, que es aproximadamente la población de Wichita, en Kansas. Pero hasta esa cifra parecía demasiado grande a los griegos de épocas posteriores, que trataron de elaborar teorías sobre cómo debía ser una ciudad-Estado bien administrada. Estimaban que el ideal, quizá, era 10.000 ciudadanos; de hecho, la mayoría de las ciudades-Estado sólo tenían 5.000 o menos. Entre ellas se contaba la «gigantesca» Esparta, de cuyos habitantes muy pocos eran admitidos como ciudadanos. Sin embargo, estas diminutas ciudades-Estado elaboraron sistemas de gobierno tan útiles qué han resultado ser más adecuados a los tiempos modernos que las simples monarquías autoritarias de los grandes imperios orientales que rodeaban a Grecia. Todavía hoy, a la técnica del gobierno la llamamos «política» de la polis griega, y una persona dedicada a la tarea de gobernar es un «político». (Más obvio es el hecho de que a los protectores armados de una ciudad se los llama su «policía».) La palabra polis también es usada ocasionalmente como subfijo más bien fantasioso para nombres de ciudades, aun fuera de Grecia y hasta en los tiempos modernos. En Estados Unidos, tres ejemplos destacados son Annapolis, de Maryland; Indianápolis, de Indiana, y Minneapolis, de Minnesota. Los griegos siempre conservaron su ideal de la polis autónoma, y pensaban que en esto consistía la libertad, aunque esa polis fuese gobernada por unos pocos hombres, en realidad, y aunque la mitad de la población estuviese formada por esclavos. Los griegos lucharon a muerte por su libertad: fue el único pueblo de su época que lo hizo. Y aunque su idea de la libertad no es suficientemente amplia para nosotros, se fue dilatando con los siglos, y el ideal de la libertad, tan importante para el mundo moderno, no es más que la libertad griega ampliada y mejorada. Por entonces, también, con cientos de ciudades-Estado diferentes, cada una de las cuales seguía su propio camino, la cultura griega pudo alcanzar un color y una variedad sorprendentes. La ciudad de Atenas llevó esta cultura a su culminación, y en algunos aspectos es más valiosa que todo el resto de Grecia junta. Pero es muy probable que Atenas no hubiese llegado a tal altura de no haber sido estimulada por cientos de culturas diferentes, todas cercanas. A medida que la polis se desarrolló, el cargo de rey fue perdiendo importancia. En un reino de regular tamaño hay suficiente riqueza para proporcionar al rey un lujo y un ceremonial considerables, y es posible crear una corte nutrida. Esto separa al rey de otras personas, aun de los terratenientes comunes (y por lo general los terratenientes son los «nobles», a diferencia del «pueblo» sin tierras). Ese lujo y ese ceremonial agradan a la población, que los contempla como un reflejo del poderío de la nación y, por ende, de su propio poder. Pero en una polis se dispone de tan poca riqueza que el rey no es mucho más rico que los otros nobles. No puede erigirse en una figura separada de los demás ni puede esperar que los nobles lo traten con especial consideración. Por consiguiente, la necesidad de un rey se esfuma en una polis. En un gran Estado, es útil que haya un hombre capaz de tomar rápidas decisiones para todo el reino. Una polis, en cambio, es tan pequeña que los individuos pueden reunirse fácilmente y tomar decisiones, o al menos hacer conocer sus preferencias. Pueden elegir un gobernante que esté de acuerdo con sus decisiones y derrocarlo si no las cumple. O pueden elegir uno nuevo cada tanto, sencillamente por principio, para impedir que un viejo gobernante se haga demasiado poderoso. La palabra griega para designar a un gobernante era arkhos, derivada de otra que significaba «primero», puesto que el gobernante es el primer hombre del Estado. Un solo gobernante sería un «monarca». A lo largo de la mayor parte de la historia, un solo gobernante era por lo gAunque Tebas logró dominar Beocia, su fuerza se agotaba en estas luchas internas y todo ejército que amenazaba a Tebas podía contar siempre con la ayuda de esas ciudades-Estado beocias rivales. Como resultado de esto, Tebas nunca pudo hacer sentir verdaderamente su fuerza en Grecia, excepto durante un breve período, al que nos referiremos en el capítulo 11. Lo mismo puede decirse de otras regiones. En muy gran medida, el poder de cada ciudad-Estado era neutralizado por sus vecinas, y todas eran débiles, finalmente. Las únicas dos ciudades que lograron dominar regiones considerables fueron Esparta y Atenas, las «grandes potencias» del mundo griego. Sin embargo, aun ellas eran pequeñas. El territorio de Atenas era aproximadamente como el de Rhode Island, el Estado más pequeño de los Estados. Unidos. La superficie de Esparta era como el de Rhode Island más el de Delaware, los dos Estados más pequeños de Estados Unidos. Tampoco las poblaciones eran muy grandes. Atenas, en el momento de su esplendor, tenía una población de unos 43.000 ciudadanos adultos de sexo masculino, y esta cifra era enorme para una polis griega. Por supuesto, había también mujeres, niños, extranjeros y esclavos en Atenas, pero aun así la población total no puede haber sido superior a los 250.000, que es aproximadamente la población de Wichita, en Kansas. Pero hasta esa cifra parecía demasiado grande a los griegos de épocas posteriores, que trataron de elaborar teorías sobre cómo debía ser una ciudad-Estado bien administrada. Estimaban que el ideal, quizá, era 10.000 ciudadanos; de hecho, la mayoría de las ciudades-Estado sólo tenían 5.000 o menos. Entre ellas se contaba la «gigantesca» Esparta, de cuyos habitantes muy pocos eran admitidos como ciudadanos. Sin embargo, estas diminutas ciudades-Estado elaboraron sistemas de gobierno tan útiles qué han resultado ser más adecuados a los tiempos modernos que las simples monarquías autoritarias de los grandes imperios orientales que rodeaban a Grecia. Todavía hoy, a la técnica del gobierno la llamamos «política» de la polis griega, y una persona dedicada a la tarea de gobernar es un «político». (Más obvio es el hecho de que a los protectores armados de una ciudad se los llama su «policía».) La palabra polis también es usada ocasionalmente como subfijo más bien fantasioso para nombres de ciudades, aun fuera de Grecia y hasta en los tiempos modernos. En Estados Unidos, tres ejemplos destacados son Annapolis, de Maryland; Indianápolis, de Indiana, y Minneapolis, de Minnesota. Los griegos siempre conservaron su ideal de la polis autónoma, y pensaban que en esto consistía la libertad, aunque esa polis fuese gobernada por unos pocos hombres, en realidad, y aunque la mitad de la población estuviese formada por esclavos. Los griegos lucharon a muerte por su libertad: fue el único pueblo de su época que lo hizo. Y aunque su idea de la libertad no es suficientemente amplia para nosotros, se fue dilatando con los siglos, y el ideal de la libertad, tan importante para el mundo moderno, no es más que la libertad griega ampliada y mejorada. Por entonces, también, con cientos de ciudades-Estado diferentes, cada una de las cuales seguía su propio camino, la cultura griega pudo alcanzar un color y una variedad sorprendentes. La ciudad de Atenas llevó esta cultura a su culminación, y en algunos aspectos es más valiosa que todo el resto de Grecia junta. Pero es muy probable que Atenas no hubiese llegado a tal altura de no haber sido estimulada por cientos de culturas diferentes, todas cercanas. A medida que la polis se desarrolló, el cargo de rey fue perdiendo importancia. En un reino de regular tamaño hay suficiente riqueza para proporcionar al rey un lujo y un ceremonial considerables, y es posible crear una corte nutrida. Esto separa al rey de otras personas, aun de los terratenientes comunes (y por lo general los terratenientes son los «nobles», a diferencia del «pueblo» sin tierras). Ese lujo y ese ceremonial agradan a la población, que los contempla como un reflejo del poderío de la nación y, por ende, de su propio poder. Pero en una polis se dispone de tan poca riqueza que el rey no es mucho más rico que los otros nobles. No puede erigirse en una figura separada de los demás ni puede esperar que los nobles lo traten con especial consideración. Por consiguiente, la necesidad de un rey se esfuma en una polis. En un gran Estado, es útil que haya un hombre capaz de tomar rápidas decisiones para todo el reino. Una polis, en cambio, es tan pequeña que los individuos pueden reunirse fácilmente y tomar decisiones, o al menos hacer conocer sus preferencias. Pueden elegir un gobernante que esté de acuerdo con sus decisiones y derrocarlo si no las cumple. O pueden elegir uno nuevo cada tanto, sencillamente por principio, para impedir que un viejo gobernante se haga demasiado poderoso. La palabra griega para designar a un gobernante era arkhos, derivada de otra que significaba «primero», puesto que el gobernante es el primer hombre del Estado. Un solo gobernante sería un «monarca». A lo largo de la mayor parte de la historia, un solo gobernante era por lo g