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Los juegos estaban abiertos a todos los griegos, y éstos acudían

de todas partes para presenciarlos e intervenir en ellos. De hecho,


dar permiso a una ciudad para tomar parte en los juegos equivalía
a ser considerada oficialmente como griega.
Cuando los juegos Olímpicos se hicieron importantes y populares
y Olimpia se llenó de tesoros, surgió naturalmente una gran
competencia entre las ciudades vecinas por el derecho a
organizar y dirigir los Juegos. En el 700 a. C., este honor
correspondió a Élide, ciudad situada a unos 40 kilómetros al
noroeste de Olimpia. Dio su nombre a toda la región, pero a lo
largo de toda la historia griega su única importancia consistió en el
hecho de que tenía a su cargo la organización de los juegos
Olímpicos. Con breves interrupciones, desempeñó esta tarea
mientras duraron los juegos.
Había también otros juegos importantes en los que participaban
todos los griegos, pero todos fueron creados dos siglos después
de la primera Olimpíada. Entre ellos estaban los juegos Píticos,
que se realizaban en Delfos cada cuatro años, en medio de cada
Olimpíada; los juegos Istmicos, que se efectuaban en el golfo de
Corinto; y los Juegos Nemeos, que tenían lugar en Nemea, a 16
kilómetros al sudoeste del istmo. Tanto los juegos Istmicos como
los Nemeos se realizaban con intervalos de dos años.
Los ganadores de esos juegos no recibían dinero ni ningún premio
valioso en sí mismo, pero, por supuesto, obtenían mucho honor y
fama. Símbolo de este honor era la guirnalda de hojas que se
otorgaba al vencedor.
El vencedor de los juegos Olímpicos recibía una guírnalda de
hojas de olivo y el de los juegos Píticos una de laureles. El laurel
estaba consagrado a Apolo, y esas guirnaldas parecían una
recompensa particularmente adecuada para el que sobresalía en
cualquier campo de las actividades humanas, Aún hoy decimos de
quien ha realizado algo importante que «se ha ganado sus
laureles». Si posteriormente cae en la indolencia y no hace nada
más de importancia, decimos que «se ha dormido en los
laureles».
La edad de la colonización

El avance hacia el Este


Lentamente durante los tres siglos que siguieron a la embestida
doria, Grecia se recuperó y recobró su prosperidad. En el siglo
VIII: a. C. se hallaba en el mismo punto en que se encontraba
antes de las grandes invasiones y estaba lista para ascender a un
plano más alto de civilización que el que nunca habían tenido los
micénicos.
Los historiadores adoptan por conveniencia la fecha del primer
año de la primera Olimpíada, que marca el punto desde el cual se
inicia el nuevo ascenso. Se dice que esa fecha da comienzo al
«Período Helénico» de la historia griega, período que incluye a los
cuatro siglos y medio siguientes y abarca la época más gloriosa
de la civilización griega.
Al iniciarse los tiempos helénicos el retorno de la prosperidad
también planteó serios problemas a los griegos. Con los buenos
tiempos, la población se multiplicó y superó la capacidad de las
escasas tierras griegas de proporcionar alimento. En tales
condiciones, una solución natural había sido que una ciudad-
Estado hiciera la guerra a sus vecinas para procurarse nuevas
tierras. Pero con una excepción (que consideraremos en el
capítulo próximo), ninguna de las ciudades-Estados era bastante
fuerte para hacerlo con éxito. En conjunto, tenían un poder
demasiado similar para hacer provechosa una carrera de
conquistas. Sus innumerables guerras generalmente terminaban
en el mutuo agotamiento o en alguna pequeña victoria que no
podía ser aprovechada sin hacer surgir toda una serie de nuevos
enemigos temerosos de que el vencedor obtuviera demasiadas
ganancias y se hiciese demasiado poderoso.
Otra solución posible, la que adoptaron casi todas las ciudades-
Estados, era enviar parte de la población en exceso allende los
mares, para crear nuevas ciudades-Estado en costas extranjeras.
Esta era una solución práctica, porque las costas septentrionales
del mar Mediterráneo estaban habitadas, en aquellos tiempos
lejanos, por tribus escasamente organizadas y con un bajo nivel
de civilización. No podían expulsar a los griegos, que tenían una
vasta experiencia en la guerra.
Además, los griegos, por lo general, se interesaban solamente por
aquellas líneas costeras que, como comerciantes experimentados,
ya habían explorado y donde ya habían establecido relaciones
comerciales con los nativos. Los colonizadores griegos se
limitaban a las líneas costeras, donde se dedicaban a la
navegación, el comercio y las artesanías, y dejaban la agricultura
y la minería a las tribus del interior. Los griegos compraban
alimentos, maderas y minerales, y, a cambio, vendían productos
manufacturados. Era un acuerdo que beneficiaba a los griegos y a
los nativos, por lo que las ciudades griegas habitualmente estaban
en paz (al menos, en lo concerniente a los nativos del interior).
Los juegos
estaban abiertos a todos los griegos, y éstos acudían de todas
partes para presenciarlos e intervenir en ellos. De hecho, dar
permiso a una ciudad para tomar parte en los juegos equivalía a
ser considerada oficialmente como griega.
Cuando los juegos Olímpicos se hicieron importantes y populares
y Olimpia se llenó de tesoros, surgió naturalmente una gran
competencia entre las ciudades vecinas por el derecho a
organizar y dirigir los Juegos. En el 700 a. C., este honor
correspondió a Élide, ciudad situada a unos 40 kilómetros al
noroeste de Olimpia. Dio su nombre a toda la región, pero a lo
largo de toda la historia griega su única importancia consistió en el
hecho de que tenía a su cargo la organización de los juegos
Olímpicos. Con breves interrupciones, desempeñó esta tarea
mientras duraron los juegos.
Había también otros juegos importantes en los que participaban
todos los griegos, pero todos fueron creados dos siglos después
de la primera Olimpíada. Entre ellos estaban los juegos Píticos,
que se realizaban en Delfos cada cuatro años, en medio de cada
Olimpíada; los juegos Istmicos, que se efectuaban en el golfo de
Corinto; y los Juegos Nemeos, que tenían lugar en Nemea, a 16
kilómetros al sudoeste del istmo. Tanto los juegos Istmicos como
los Nemeos se realizaban con intervalos de dos años.
Los ganadores de esos juegos no recibían dinero ni ningún premio
valioso en sí mismo, pero, por supuesto, obtenían mucho honor y
fama. Símbolo de este honor era la guirnalda de hojas que se
otorgaba al vencedor.
El vencedor de los juegos Olímpicos recibía una guírnalda de
hojas de olivo y el de los juegos Píticos una de laureles. El laurel
estaba consagrado a Apolo, y esas guirnaldas parecían una
recompensa particularmente adecuada para el que sobresalía en
cualquier campo de las actividades humanas, Aún hoy decimos de
quien ha realizado algo importante que «se ha ganado sus
laureles». Si posteriormente cae en la indolencia y no hace nada
más de importancia, decimos que «se ha dormido en los
laureles».
La edad de la colonización

El avance hacia el Este


Lentamente durante los tres siglos que siguieron a la embestida
doria, Grecia se recuperó y recobró su prosperidad. En el siglo
VIII: a. C. se hallaba en el mismo punto en que se encontraba
antes de las grandes invasiones y estaba lista para ascender a un
plano más alto de civilización que el que nunca habían tenido los
micénicos.
Los historiadores adoptan por conveniencia la fecha del primer
año de la primera Olimpíada, que marca el punto desde el cual se
inicia el nuevo ascenso. Se dice que esa fecha da comienzo al
«Período Helénico» de la historia griega, período que incluye a los
cuatro siglos y medio siguientes y abarca la época más gloriosa
de la civilización griega.
Al iniciarse los tiempos helénicos el retorno de la prosperidad
también planteó serios problemas a los griegos. Con los buenos
tiempos, la población se multiplicó y superó la capacidad de las
escasas tierras griegas de proporcionar alimento. En tales
condiciones, una solución natural había sido que una ciudad-
Estado hiciera la guerra a sus vecinas para procurarse nuevas
tierras. Pero con una excepción (que consideraremos en el
capítulo próximo), ninguna de las ciudades-Estados era bastante
fuerte para hacerlo con éxito. En conjunto, tenían un poder
demasiado similar para hacer provechosa una carrera de
conquistas. Sus innumerables guerras generalmente terminaban
en el mutuo agotamiento o en alguna pequeña victoria que no
podía ser aprovechada sin hacer surgir toda una serie de nuevos
enemigos temerosos de que el vencedor obtuviera demasiadas
ganancias y se hiciese demasiado poderoso.
Otra solución posible, la que adoptaron casi todas las ciudades-
Estados, era enviar parte de la población en exceso allende los
mares, para crear nuevas ciudades-Estado en costas extranjeras.
Esta era una solución práctica, porque las costas septentrionales
del mar Mediterráneo estaban habitadas, en aquellos tiempos
lejanos, por tribus escasamente organizadas y con un bajo nivel
de civilización. No podían expulsar a los griegos, que tenían una
vasta experiencia en la guerra.
Además, los griegos, por lo general, se interesaban solamente por
aquellas líneas costeras que, como comerciantes experimentados,
ya habían explorado y donde ya habían establecido relaciones
comerciales con los nativos. Los colonizadores griegos se
limitaban a las líneas costeras, donde se dedicaban a la
navegación, el comercio y las artesanías, y dejaban la agricultura
y la minería a las tribus del interior. Los griegos compraban
alimentos, maderas y minerales, y, a cambio, vendían productos
manufacturados. Era un acuerdo que beneficiaba a los griegos y a
los nativos, por lo que las ciudades griegas habitualmente estaban
en paz (al menos, en lo concerniente a los nativos del interior).
Los juegos
estaban abiertos a todos los griegos, y éstos acudían de todas
partes para presenciarlos e intervenir en ellos. De hecho, dar
permiso a una ciudad para tomar parte en los juegos equivalía a
ser considerada oficialmente como griega.
Cuando los juegos Olímpicos se hicieron importantes y populares
y Olimpia se llenó de tesoros, surgió naturalmente una gran
competencia entre las ciudades vecinas por el derecho a
organizar y dirigir los Juegos. En el 700 a. C., este honor
correspondió a Élide, ciudad situada a unos 40 kilómetros al
noroeste de Olimpia. Dio su nombre a toda la región, pero a lo
largo de toda la historia griega su única importancia consistió en el
hecho de que tenía a su cargo la organización de los juegos
Olímpicos. Con breves interrupciones, desempeñó esta tarea
mientras duraron los juegos.
Había también otros juegos importantes en los que participaban
todos los griegos, pero todos fueron creados dos siglos después
de la primera Olimpíada. Entre ellos estaban los juegos Píticos,
que se realizaban en Delfos cada cuatro años, en medio de cada
Olimpíada; los juegos Istmicos, que se efectuaban en el golfo de
Corinto; y los Juegos Nemeos, que tenían lugar en Nemea, a 16
kilómetros al sudoeste del istmo. Tanto los juegos Istmicos como
los Nemeos se realizaban con intervalos de dos años.
Los ganadores de esos juegos no recibían dinero ni ningún premio
valioso en sí mismo, pero, por supuesto, obtenían mucho honor y
fama. Símbolo de este honor era la guirnalda de hojas que se
otorgaba al vencedor.
El vencedor de los juegos Olímpicos recibía una guírnalda de
hojas de olivo y el de los juegos Píticos una de laureles. El laurel
estaba consagrado a Apolo, y esas guirnaldas parecían una
recompensa particularmente adecuada para el que sobresalía en
cualquier campo de las actividades humanas, Aún hoy decimos de
quien ha realizado algo importante que «se ha ganado sus
laureles». Si posteriormente cae en la indolencia y no hace nada
más de importancia, decimos que «se ha dormido en los
laureles».
La edad de la colonización

El avance hacia el Este


Lentamente durante los tres siglos que siguieron a la embestida
doria, Grecia se recuperó y recobró su prosperidad. En el siglo
VIII: a. C. se hallaba en el mismo punto en que se encontraba
antes de las grandes invasiones y estaba lista para ascender a un
plano más alto de civilización que el que nunca habían tenido los
micénicos.
Los historiadores adoptan por conveniencia la fecha del primer
año de la primera Olimpíada, que marca el punto desde el cual se
inicia el nuevo ascenso. Se dice que esa fecha da comienzo al
«Período Helénico» de la historia griega, período que incluye a los
cuatro siglos y medio siguientes y abarca la época más gloriosa
de la civilización griega.
Al iniciarse los tiempos helénicos el retorno de la prosperidad
también planteó serios problemas a los griegos. Con los buenos
tiempos, la población se multiplicó y superó la capacidad de las
escasas tierras griegas de proporcionar alimento. En tales
condiciones, una solución natural había sido que una ciudad-
Estado hiciera la guerra a sus vecinas para procurarse nuevas
tierras. Pero con una excepción (que consideraremos en el
capítulo próximo), ninguna de las ciudades-Estados era bastante
fuerte para hacerlo con éxito. En conjunto, tenían un poder
demasiado similar para hacer provechosa una carrera de
conquistas. Sus innumerables guerras generalmente terminaban
en el mutuo agotamiento o en alguna pequeña victoria que no
podía ser aprovechada sin hacer surgir toda una serie de nuevos
enemigos temerosos de que el vencedor obtuviera demasiadas
ganancias y se hiciese demasiado poderoso.
Otra solución posible, la que adoptaron casi todas las ciudades-
Estados, era enviar parte de la población en exceso allende los
mares, para crear nuevas ciudades-Estado en costas extranjeras.
Esta era una solución práctica, porque las costas septentrionales
del mar Mediterráneo estaban habitadas, en aquellos tiempos
lejanos, por tribus escasamente organizadas y con un bajo nivel
de civilización. No podían expulsar a los griegos, que tenían una
vasta experiencia en la guerra.
Además, los griegos, por lo general, se interesaban solamente por
aquellas líneas costeras que, como comerciantes experimentados,
ya habían explorado y donde ya habían establecido relaciones
comerciales con los nativos. Los colonizadores griegos se
limitaban a las líneas costeras, donde se dedicaban a la
navegación, el comercio y las artesanías, y dejaban la agricultura
y la minería a las tribus del interior. Los griegos compraban
alimentos, maderas y minerales, y, a cambio, vendían productos
manufacturados. Era un acuerdo que beneficiaba a los griegos y a
los nativos, por lo que las ciudades griegas habitualmente estaban
en paz (al menos, en lo concerniente a los nativos del interior).

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