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¿Democracia o monarquía?

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October 3, 2018

El Dr. Hans-Hermann Hoppe es un economista de la


Escuela Austriaca y filósofo libertario
anarcocapitalista, miembro distinguido del Ludwig von
Mises Institute, fundador y presidente de la Property
and Freedom Society y editor principal del Journal of
Libertarian Studies. Enseñó economía en la
Universidad de Nevada-Las Vegas y en la Universidad
Johns Hopkins en Bolonia.

Lew Rockwell: Dr. Hoppe, cuéntenos un poco acerca


de la democracia y la monarquía.

Hans-Hermann Hoppe: Lo primero que hay que decir es que los estados, ya sean
monárquicos o republicanos, no son empresas. No producen nada que se venda en el
mercado ni reciben pagos por los bienes que producen, pero viven de los impuestos que hay
que pagarles. Así que ni defiendo la monarquía ni defiendo las democracias, sino que, si hay
que elegir entre dos males, el estado monárquico y el estado democrático, las monarquías
tienen ciertas ventajas. La razón es que los reyes eran percibidos generalmente por la gente
como lo que son, es decir, personas privilegiadas que podían gravar a sus súbditos y, como
todos sabían que “no puedo ser rey”, había resistencia contra los intentos por parte de los
jueces de aumentar impuestos para una mayor explotación de sus súbditos.

Bajo la democracia, aparece la ilusión de que todos nos gobernamos a nosotros mismos,
aunque, por supuesto, debería estar perfectamente claro que también bajo una democracia
existen gobernantes y personas gobernadas, pero, debido al hecho de que todos pueden
potencialmente convertirse en empleado público, aparece la ilusión de que “nos gobernamos
a nosotros mismos” y esto lleva luego a la reducción de la resistencia que existía en
comparación con los reyes en lo que se refiere a aumentar el ingreso fiscal.

Pero hay un inconveniente todavía mucho mayor en la democracia, en comparación con la


monarquía. Se puede imaginar al rey como una persona que considera a un país como su
propiedad privada y al pueblo que vive en su país como sus inquilinos, que pagan una
especie de alquiler al rey. Por otro lado, si tenemos políticos demócratas, estos no poseen el
país como el rey, son cuidadores temporales del país durante cuatro años, ocho años o lo que
sea y el papel de un dueño frente al papel de un cuidador es muy diferente. Por ejemplo,
podemos imaginar que hacemos a alguien dueño de una casa que puede vender en el
mercado, que puede determinar quién será su sucesor, quién será su heredero y, por otro
lado, damos una casa y le hacemos su cuidador durante cuatro años. Es decir, no puede
vender la casa, no puede determinar quién la heredará, pero puede conseguir tanta renta
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como le sea posible al usar la casa durante un periodo de tiempo. Esto implicaría que el
cuidador temporal gastará el valor de capital encarnado en el país tan rápido como sea
posible, porque, después de todo, él no tiene que soportar el coste del consumo de capital, ya
que, después de todo, la casa no es suya. Por otro lado, el rey, al ser el dueño de la casa,
tiene una perspectiva a más largo plazo, no querrá gastar el valor encarnado en la casa tan
rápidamente como sea posible, pues, después de todo, eso se reflejaría en un precio más
bajo de la casa o el país y se reflejará, por supuesto, en el menor valor de la propiedad
entregada a la siguiente generación. Así que el rey tiene una perspectiva a largo plazo, quiere
conservar y posiblemente aumentar el valor del país, mientras que un político demócrata tiene
una orientación a corto plazo y quiere maximizar su renta tan pronto como sea posible a costa
de pérdidas en el valor del capital.

Lew Rockwell: Una de las cosas que señalaba en su libro, Democracy: God that failed, y que
más me ha impresionado, era la diferencia entre guerras libradas por monarcas y por
democracias, que hay una razón por la que las guerras monárquicas tendían a ser lo que
Mises describía como “soldados en guerra”, mientras que las guerras democráticas incluían
matanzas en masa de civiles a una escala, por supuesto, nunca vista antes en la historia
humana.

Hans-Hermann Hoppe: Y eso empieza teniendo que ver con el hecho de que los monarcas
consideraban a los países como su propiedad y la razón para ir a la guerra eran normalmente
disputas sobre propiedades. ¿Soy yo el dueño de este castillo o es otro? ¿Soy yo el dueño de
esta provincia o es otro? El objetivo estaba siempre limitado, mientras que las guerras
democráticas tienden a ser guerras ideológicas. Se quiere liberar a un país, se les quiere
convertir a una ideología distinta y es difícil determinar cuándo se ha alcanzado realmente
este objetivo. La única manera segura de determinarlo es matar a toda la población del país
que se ha tratado de invadir u ocupar, mientras que una monarquía, por supuesto, nunca
tendrá este interés: después de todo, el rey quiere añadir cierta provincia, cierto pueblo, cierto
castillo a su propiedad privada y quiere causar el menor daño posible. Así que, para los
monarcas, era fácil iniciar una guerra, pero también era siempre muy fácil determinar cuándo
se había alcanzado el objetivo y la guerra había acabado. Nunca había un motivo ideológico
por el que los distintos reyes iban a la guerra entre sí, mientras que, bajo las democracias, en
guerras civiles o religiosas, es una lucha de civilizaciones, una lucha de sistema de valores, y
eso hace casi imposible que nunca se llegue a un final en las guerras y, además, los reyes
tenían que ser considerados como tales por la gente. Los reyes tenían que apoyarse, en gran
medida, en voluntarios que pelearan en sus guerras, mientras que bajo las democracias todo
el país y todos los recursos de todo el país que puedan dedicarse a la guerra van a la guerra y
normalmente, como la democracia también viene el servicio militar. En EEUU hoy en día no
tenemos un servicio militar, pero la situación normal de las democracias es, por supuesto,
tener servicio militar, la gente puede ser reclutada para una guerra y ser enviada
forzosamente a ella con el argumento de que “ahora que eres parte de la guerra, bajo la
democracia, que tienes una participación en el estado, debes asimismo luchar en las guerras

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del estado”, mientras que bajo la monarquía la gente no participaba en el estado, eso se
consideraba un asunto del rey, la gente era algo completamente ajeno al estado y debido a
eso, su implicación en la guerra era muy limitada.

Lew Rockwell: El difunto Erik von Kuehnelt-Leddihn, a quien ambos tuvimos el honor de
conocer, solía señalar que una de las cosas que le gustaba del gobierno monárquico era que
había mucho menos nacionalismo, que es una características del siglo XX y el siglo XXI y que
nadie pensaba que hubiera algo malo en que, por ejemplo, un noble alemán fuera empleado
por la zarina de Rusia, ni personas luchando en diversos bandos fueran consideradas
“traidoras”. Por supuesto, con el auge de la democracia, también llegó el auge de esta filosofía
beligerante y desafortunada del nacionalismo.

Hans-Hermann Hoppe: La alta aristocracia es, por decirlo así, el grupo de personas más
internacionales. Casi todas las personas de la alta nobleza están casadas entre sí,
emparentadas con nobles de otros países. El káiser alemán estaba emparentado con los
gobernantes británicos y los rusos, Kuehnelt-Leddihn incluso señalaba que todas las casas
gobernantes en Europa estaban también emparentadas de alguna manera indirecta con
Mahoma, a través de los países islámicos y debido a estas peleas familiares, por decirlo así, el
sentimiento nacionalista era algo imposible que apareciera entre ellos, porque ellos mismos
eran las clase más internacional de personas existentes, así que los sentimientos
nacionalistas eran completamente extraños e inusuales para una clase como esa.

El artículo original se encuentra aquí.

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