Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
mismo tiempo, por el deseo de la madre; es decir, por un simbolismo en parte ahora
mudo, ahora subyugado por el orden patriarcal: “Antígona no se somete a la ley de la
ciudad, de su soberano, del hombre de la familia, Creonte” (Creonte es hermano de
Yocasta). “Y escoge morir virgen, antes que sacrificar los lazos de sangre
abandonando a Polinices, hijo de su madre, a los perros y a los buitres (...). Por esto la
hermana se estrangula, para salvar por lo menos al hijo de su madre. Se quitará la
respiración –la palabra, la voz, el aire, la sangre, la vida– para que vivan eternamente
el hermano y el deseo de su madre. No será nunca mujer. Ni tampoco tan viril como
podría parecer desde un punto de vista fálico. De hecho, la ternura y la piedad son las
que la llevaron a tal punto. Prisionera sólo de un deseo en el cual el camino ya no está
abierto”.
En Éthique de la différence sexuelle Antígona es presentada como la mujer
paralizada en su devenir, impedida de toda acción ética, figura emblemática de un
mundo femenino privado de una propia ética. “Antígona necesita también sustraerse a
la prisión, al imperio de una ley, para moverse en sí misma y en el universo como en
una casa viviente. Es importante que le sea restituida su parte de vida, sangre, aire,
agua, fuego y no que sea sólo sometida a rendir culto a algo que está muerto:
individuos o leyes”. Viene enseguida el paso ya citado, en la doble dimensión
horizontal y vertical, necesario para estructurar las relaciones entre mujeres.
En aquellos mismos años y más precisamente en septiembre de 1983, en una
revista publicada por la Libreria delle donne, de Milán, apareció una crítica con el título
“Antígona no es nuestra hermana” (“Antigone non è nostra sorella”), polemizando con
el libro de Grete Weil, Mia sorella Antigone.
Grete Weil, judía alemana, huyó a Holanda con su marido, que terminaría sus
días en un campo de concentración; ella logró salvarse gracias a su trabajo en el
Consejo judío que, con el propósito de salvar más vidas, colaboraba con los invasores
alemanes en la deportación de judíos. Este duro compromiso ha herido de muerte a la
autora que piensa en Antígona como lo que ella misma hubiera querido ser y no fue,
“combatiente sin compromiso... aquella que arriesga la vida y la pierde”.
Comenta Via Dogana (5) (que, como ustedes tal vez saben, estaba formada
por textos anónimos): “Antígona no es hermana de ninguna mujer real, es una
invención del mundo masculino, inmersa en la dialéctica entre ley y moralidad... Una
mujer de carne y hueso no tiene lugar en este juego y, si entra en él, puede quedar
arrollada por la enormidad de las cosas que acontecen y por no tener criterios para
razonar”. La interpretación que de Antígona hace Irigaray nos muestra cómo aquella
desdichada mujer, que presume patéticamente de ser una Antígona, en realidad lo es,
pero en un sentido que, sin embargo, se le escapa completamente.
[...]
La interpretación que hace Via Dogana de Antígona, como habrán entendido,
no admite ambigüedad. Irigaray se aproxima a esta posición en una conferencia sobre
“Género femenino” en Rotterdam (en 1985). En dicha conferencia, disuelve la
ambigüedad y afirma: “Antígona tiene ya el rostro del universo masculino”. El género
femenino está ya perdido en la figura de Antígona, “figura resistente”, como la llama
Irigaray. Figura resistente de mujer, resistente a la voluntad del tirano, pero por
fidelidad a los dioses masculinos y a la guerra entre hombres. ¿Tal vez por fidelidad
materna?, se pregunta Irigaray (haciéndose un llamado implícito a su interpretación de
Antígona en Speculum). De cualquier manera, Antígona es ya la representación del
“otro” del “mismo”: el mismo es el hombre que se asimila al todo pasando por alto la
diferencia sexual, diferencia que el hombre mismo secundariamente restablece como
una “alteridad” de comodidad.
En fin, Antígona es ya la mujer tal y como el hombre se la representa a sí
mismo, como se la ha moldeado. Es también el caso de Juana de Arco, por poner un
ejemplo histórico, ejemplo de aquella función suplente que algunas mujeres asumen-
reciben en las sociedades patriarcales. Las mujeres suplentes van a meterse –a
menudo por iniciativa propia y operando transgresiones que parecen (pero no son)
6
actos de libertad, pues en éstos son subrogadas– adonde las manda el padre y
adonde los hombres no tienen las ganas o el coraje de meterse. O simplemente tienen
otra cosa que hacer. Y así, las jóvenes se imaginan ser únicas e indispensables,
cuando, por el contrario, son sólo suplentes.
Quiero, sin embargo, contarles una anécdota de Juana de Arco, registrada en
las actas de su proceso. Ustedes saben que ella vestía prendas masculinas y que
durante el proceso el tribunal insiste en que se las cambie y acepte vestirse como
mujer (era otra civilización, se podía torturar pero no se forzaba a nadie en el comer y
el vestirse o cosas por el estilo). En cierto momento ella dice: sí, me vestiré de mujer si
me mandan de vuelta con mi madre. Petición que se repite: mándenme de vuelta con
mi madre. En aquel punto, no sabemos por qué vías, Juana de Arco experimentó el
exilio en las genealogías masculinas y pidió el retorno a la genealogía femenina.
¿Qué sucede para que en la conferencia sobre “Género femenino” en 1985,
Irigaray disuelva la ambigüedad y vea a Antígona con los rasgos, aunque femeninos,
del universo masculino? Este cambio se explica considerando un concepto teórico de
Irigaray: el concepto de pertenencia al género femenino.
Esta pertenencia es una pieza faltante en los signos que Antígona deja. El
concepto de pertenencia al género femenino aparece en los años 1983-1984 y
representa un orden general del pensamiento de Irigaray, cuyo momento cumbre llega
con el tema de las genealogías femeninas.
Como decía antes, las genealogías femeninas son el marco simbólico y social
de nuestra pertenencia al género femenino que, de no ser por ellas, pasaría a la
categoría de “dato natural” sin sentido.
Abro un paréntesis. Elisabetta Donini en Donne di Scienza (1988) y en otras
ocasiones, contrapone la identidad de género a la diferencia sexual, con argumentos
que me parecen discutibles, pero no es éste el punto, sino la contraposición. No tiene
razón de ser; género y sexo son conceptos que no coinciden pero sí se enlazan; y a
propósito de esto, quiero subrayar la importancia de una nota reciente de Irigaray, que
pertenece a Sexes et parentés: el término “género” sirve para significar, ya sea la
diferencia del sexo, ya sea el género gramatical; sin embargo, en una cultura que
suprime la diferencia sexual queda solamente el significado gramatical. Nosotras, que
nos remitimos a una cultura con todos sus sistemas representativos, entre los cuales
está la lengua, y la cuestionamos a partir de los cuerpos sexuados como lugares de
subjetividad diferentes, no debemos nunca excluir el uso de la palabra “sexo” como
sinónimo de “género”.
Vuelvo a Antígona. Para Irigaray, estando por lo menos en la postura
expresada en 1985, sin por esto excluir desarrollos futuros, Antígona es la mujer que
busca su existencia rebelándose al tirano, que cree tener una identidad de mera
rebelión hacia el hombre, pero sin una ley propia.
En 1984, en Venecia, Irigaray dijo: “No obedecer al otro exige plantearse una
meta, una o más leyes. No es suficiente con destruir al patrón para escapar a la
esclavitud. Sólo lo divino nos ofrece, nos impone la libertad”.
Antígona es una mujer sin Dios. Esto quiere decir: sin perspectiva del infinito,
sin libertad en cuanto a su condición de ser mujer, su pertenencia al género femenino
ya no se significa en ella. Hay una frase en la conferencia de 1985 que podría darnos
la clave para comprender el cambio de interpretación de la figura de Antígona. Dice
así: “cuando el género femenino se reivindica, sucede con demasiada frecuencia que
se sitúa en una pretensión igualitaria en cuanto a los derechos y se arriesga a
desembocar, en la mujer, en la destrucción de su propio género” (6).
El tema de las genealogías femeninas y del género femenino de la conferencia
de Tirrenia de 1986 se encuentra ahora en el centro del discurso filosófico y político de
Irigaray. La conferencia de Tirrenia fue precedida por la de Nápoles, con el título de
“L'universale come mediazione” ya presentada en Zurich y luego en Boloña con un
título que yo encuentro más claro: “Sulla necessità di diritti sessuati”. Se trata del texto
más relevante para la temática que nos interesa y tal vez el más importante en la
7
producción de Irigaray de los años 80. Yo las invito a leerlo o releerlo, ayudándose
(espero) con mi clase.
He señalado en otras ocasiones los elementos actuales que asisten a Irigaray
en la elaboración del concepto de las genealogías femeninas. Esta actualidad es
comprobada por las parciales coincidencias entre su discurso y un recorrido por el
pensamiento que operaba automáticamente en aquellos mismos años. Me refiero a la
vicisitud contraseñalada en los textos: “Le madri di tutte noi” (Catalogo giallo –
catálogo amarillo), “Piú donne che uomini” (Sottosopra verde), Non credere di avere
dei diritti. No regresaré a todo el recorrido sino sólo a la primera etapa, la del Catalogo
giallo, publicado desde 1982 por la Libreria delle donne de Milán y por la Biblioteca
delle donne de Parma (de las mujeres de Milán y Parma respectivamente), que tal vez
es la etapa menos conocida, más insegura en ciertos aspectos, pero más manifiesta
en el procedimiento del pensamiento.
Mientras en Irigaray el procedimiento es intelectual, de un pensamiento
conocedor de sí mismo, el procedimiento del catálogo amarillo es de práctica política,
de un no pensamiento que se hace pensamiento a través de la modificación de la
realidad. Un proceder en parte privado de representabilidad, por lo menos ahora: a
posteriori, consiguiendo el resultado teórico, fue posible contarlo como lo estoy
haciendo en el presente. Pero entonces, cada vez que vivíamos aquella vicisitud que
duró dos años, sucedían cosas todavía no representables. El proyecto del catálogo
amarillo difiere de aquel que se había vuelto ya una tradición feminista.
En 1980 había una tradición feminista que exploraba el pasado femenino,
especialmente en lo que concierne a la literatura. El Catalogo giallo se ocupa de
literatura (las “madres” del título son escritoras, novelistas y poetisas) pero no para
demostrar que también nosotras tenemos un pasado, sino más bien para “marcar a las
escritoras del pasado con el signo de la diferencia sexual”, con la finalidad de quitarles
un pasado propiedad del universo neutro masculino (al cual muchas de ellas
pertenecían y querían pertenecer) y plegarlas a la presente necesidad femenina de lo
simbólico. Existía esta necesidad que empujaba a cambiar por completo la exigencia
dirigida a las escritoras. Basta de probarnos a nosotras mismas que también las
mujeres podemos ser grandes escritoras (y lo mismo es válido para las científicas, las
poetisas, las filósofas, etc.); ahora se trata de ver por nosotras, de pensar la realidad
con fidelidad a nuestro sexo.
El segundo momento de nuestro trabajo fueron las preferencias. Las “madres”
que entraron en el catálogo son las escritoras favoritas de unas o de otras. La
significación de las preferencias provocó rivalidad y polémica. Significar una
preferencia es desequilibrante, pero nos sirvió para significar de una forma no
genérica, sino más bien “marcada”, la pertenencia al género femenino. Preferir una
cierta escritora –leemos en el catálogo– es una manera de decir que, en la vida, una
mujer se une a una símil suya. Una manera de decir que la realización de sí es
buscada a través, por medio, de otra mujer: aquí aparece, aunque sea sólo
embrionariamente, el concepto de mediación sexuada.
Nuestro trabajo tenía, entonces, dos escenas. Estaba el grupo presente con su
proyecto y sus relaciones, dichas y no dichas. Y estaban las escritoras, metidas en los
campos de los conflictos y en las alianzas, usadas para la expresión de lo no dicho
aún. Había también una tercera escena, el pasado de cada una de nosotras que se
manifestó muy pronto, para algunas, como un lugar de rencor todavía vivo hacia la
madre y, para todas, como lugar de una incierta significación de la propia pertenencia
a la generación materna. La tercera escena revelaba la devastación de las
genealogías femeninas por obra de la sociedad patriarcal.
Lo esencial se jugaba, obviamente, en la presente escena de nuestras
relaciones. Allí podían darse la relectura del pasado y la transcripción en clave de una
posible libertad femenina. Estoy hablando de una vicisitud particular, pero la estructura
que allí actuaba con las tres escenas (del grupo presente, de su tema o motivación
adjuntos, de la antigua y devastada relación genealógica), la he visto ejercerse en
8
Es decir sin la fuerza, el espacio de retraimiento que nos permite vivir hasta el fondo
una relación con el otro sin perder la cabeza.
En las sociedades de la emancipación (que esencialmente son sociedades
patriarcales) la pérdida de la libertad femenina en el interior de la familia ya fue
relevada. Sin embargo, la respuesta social, como sabemos, no fue andar en busca de
la causa, sino más bien proporcionar a las mujeres la vía para trabajar fuera de casa,
con lo cual tenemos el régimen de la susodicha doble presencia: para lograr su
independencia la mujer va tras el mercado de trabajo como los hombres; para la
realización de sí misma como mujer, se casa y tiene hijos. En fin, en la medida en que
una mujer es libre, independientemente de su “ser mujer”, es una mujer sin libertad.
Luce Irigaray afirma que dar forma a la relación madre-hija es una cuestión
ética, es decir, una cuestión de orden simbólico y social. No se trata, en otras
palabras, de una cuestión psicológica, de tener una relación buena o mala con la
propia madre, sino de inscribir esta relación en las formas de la vida social, desde el
lenguaje hasta el derecho. Así como, para que me entiendan, se ha inscrito la relación
matrimonial con el otro sexo. En Tirrenia, Irigaray propuso a los dirigentes del PCI
(Partido Comunista Italiano), mujeres y hombres, usar su poder para hacer que en
cada lugar público fueran expuestas imágenes de madre e hija. El factor visual, en
efecto, es un rasgo constitutivo de lo ético, en el sentido definido arriba, de orden
simbólico y social. Se necesita exhibir aquel segmento fundamental de las genealogías
femeninas que es la relación madre-hija (7).
En segundo lugar, el discurso de las genealogías femeninas nos enseña a dar
nueva articulación a las relaciones familiares.
De la primacía atribuida a la relación genealógica madre-hija, de hecho,
desciende la necesidad de reestructurar las relaciones familiares, dentro de la familia y
dentro del valor social de la familia. ¿En qué sentido? En el sentido de que, para una
mujer en su familia, el momento más fuerte y significativo, en el que se juega
efectivamente algo de su identidad y libertad, está constituido por la relación
genealógica con la propia madre o con la hija.
La relación entre madre e hija no es algo que la mujer pueda reducir a una
sencilla relación familiar como sucede con los otros, con el marido y con los hijos
varones. Es la relación portadora de la marca simbólica que hace significativa para
una mujer la pertenencia al género femenino.
Todo esto se coloca en un nivel simbólico, repito. Insisto por aquello de la
confusión afectiva y de las interpretaciones psicológicas. En las sociedades
patriarcales, las relaciones entre mujeres son no pensadas y, en consecuencia,
abandonadas al azar. De aquí viene la desatinada importancia que en estas relaciones
tienen los estados emotivos con respecto a cualquier otra instancia.
La genealogía femenina se da antes y va más allá de la familia que una mujer
construye; las genealogías atraviesan las familias y el signo de este atravesarse lo
constituyen las relaciones mismas entre madres e hijas.
Vayan bien o vayan mal, en cada caso nos encontramos en presencia de
relaciones que son por naturaleza diferentes de las otras relaciones familiares, no
marcadas, contingentes. De aquí un tercer punto, siempre con respecto a nuestra
reflexión sobre la familia, a la luz del concepto de genealogía femenina: la familia no
es concebible, no se puede concebir, como un mundo cerrado en sí mismo.
Si aceptamos verla atravesada por las genealogías femeninas y masculinas, la
familia se abre, para una mujer, hacia las formaciones sociales en las cuales la
relación mujer con mujer está investida de significado y funciones sociales que
exceden a las propias de la familia y en las cuales la relación genealógica femenina
recibe una especie de celebración, de engrandecimiento.
Me refiero, en concreto, a los grupos políticos constituidos sólo por mujeres y,
de forma más general, a cada relación y comunidad homosexual femenina: como
Diotima, la comunidad filosófica a la cual pertenezco.
10
En estos lugares o momentos de la vida social en los que la relación mujer con
mujer está fecundada por el saber, por la fuerza: por un mejor estar, también del lado
económico, y sobre todo en el sentido de participación prolongada de la cual pueden
beneficiarse las otras mujeres y los hombres, en tales condiciones, en estos lugares, la
relación madre-hija está traducida en el proyecto social.
La prioridad de la relación madre-hija pide, en efecto, salirse del ámbito
familiar. Lo demanda por su valor y su visibilidad. Lo demanda, además, en pos de su
reparación, porque demasiado a menudo en nuestras sociedades la relación madre-
hija ha sido devastada por la prepotencia del hombre que se ha entrometido
provocando envidias, incomprensiones, rivalidades sin sentido. En el ámbito familiar
no ha sido todavía posible dar una significación adecuada a la relación genealógica
femenina. Esta exigencia demandará siempre, pero hoy especialmente, la reparación,
la valoración y potencialidad de las comunidades homosexuales femeninas, que dan el
máximo espacio posible a la relación madre-hija en sentido simbólico.
Esto que les digo, lo tomo de mi propia experiencia en la comunidad filosófica
de la cual formo parte y, a partir de ésta, de las nuevas relaciones sociales que he
podido establecer con las estudiantes.
He visto que las estudiantes comienzan a encontrar en la relación con las
mujeres de Diotima una respuesta al enigma del odio y la ingratitud que las separaba
de su origen femenino.
No hay, pues, solución de continuidad entre la familia y el sistema de las
relaciones sociales. Y, sin embargo, una mujer puede pasar sin rupturas de las
relaciones familiares a la vida social. El puente, la continuidad, se lo ofrecen las
mujeres que no pertenecen a la familia y que prefieren para sí vivir en relación social
con una u otras mujeres sin lazos conyugales y sin maternidad.
Estas mujeres ilustran para todas la primacía de la relación genealógica
femenina y ayudan así a las demás a reestructurar el conjunto de las relaciones
familiares en un sentido favorable de cara a la libertad femenina.
Notas:
[...]
2 Algunas investigadoras sugieren que Las Furias son la representación de la antigua
sabiduría femenina, por lo que sienten sobre sí todo el peso de la muerte de
Clitemnestra (N. E.).
3 Los textos de las conferencias se encuentran en Luce Irigaray, Sessi e genealogie,
trad. al italiano de Luisa Muraro, La Tartaruga. Ed. original: Sexes et parentés, Minuit,
París, 1987.
[...]
5 Nos referimos a la edición de Via dogana que precede a la actualmente en
circulación.
6 Por los informes de los periódicos me he enterado de que, recientemente, en la
conferencia que tuvo lugar en la “Festa nazionale dell’Unità” el 19 de septiembre de
1988, Irigaray habría transformado su interpretación de la figura de Antígona, que
ahora no ve como marcada por la contradicción dentro de la ley masculina, sino más
bien como portadora coherente de los valores sociales femeninos.
7 Tal vez a alguna le interese conocer el resultado de la propuesta de Irigaray:
ninguno.