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El Arguedas profundo y desconocido

Los últimos años de José María


Arguedas estuvieron firmemente
unidos a los de Sybila Arredondo,
su esposa chilena, que fue una
testigo de privilegio de los últimos
años del quehacer humano e
intelectual de nuestro escritor. Tras
su desaparición, y luego de los
muchos años transcurridos, Sybila
concede a El Dominical una gran
entrevista sobre Arguedas, lo que
nos ofrece un retrato excepcional y
desconocido del novelista, clave
para percatarnos de su fina
sensibilidad de hombre y literato.

Por Enrique Sánchez Hernani


Sybila, ¿cómo y dónde conoció a José María Arguedas?
-Quizá lo vi por primera vez donde yo trabajaba en esos años, en la librería-
editorial de la Universidad de Chile. Pero lo "descubrí" cuando lo oí cantar a
capella en casa de Pablo Neruda, quien ofrecía un almuerzo a escritores
latinoamericanos que habían asistido a un encuentro, en 1962, organizado
en la Universidad de Concepción -al sur de Chile- por el poeta Gonzalo
Rojas.

¿Dónde se realizó aquel almuerzo, lo recuerda?


-Fue al aire libre en su casa "La Chascona", al pie del Cerro San Cristóbal de
Santiago. Era una mesa larga, rústica, armada con caballetes, en un jardín
muy agradable de árboles añosos que daban sombra, lo que combinaba bien
con la alegría que daba el sol.
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(Esquina con el Jr. Ancash, frente a la Iglesia de San Francisco). Teléfonos Celulares: 993136063
Teléfono: 4296107 (de 9 am. a l pm). 995145917
¿Qué es lo que le llamó la
atención de él?
-Le escuché canciones en
quechua, de "su repertorio",
entre ellas el Carnaval de
Tambobamba y Alverjas Saruy,
que años más tarde grabó para
la Editorial Universitaria, en
Santiago.

¿Quién se lo presentó, en qué


circunstancias?
-No hubo necesidad de que nos presentaran "oficialmente". La vida nos
presentó.

¿En los inicios de su relación José María era muy tímido?


-Como éramos personas "relativamente" maduras, partimos del suceder del
mundo. de esas buenas condiciones existentes. No recuerdo timidez en él,
más bien curiosidad amistosa; y de mi parte, interés en lo que escribía. Ya
me había conseguido en los anaqueles de una librería el único título que
teníamos de José María, Los ríos profundos.

Arguedas iba mucho por Chile, ¿no?


--Solía ir a Chile porque ya tenía amigos allí; lo invitaban para reuniones, a
dar conferencias sobre antropología, etnología. En algún momento, parte de
Todas las sangres la escribió en Chile; si mal no recuerdo, en el Instituto de
Literatura Chilena, donde en esa época trabajaba Pedro Lastra.

¿José María le cantaba? ¿Le hablaba?


--Creo que lo que más nos unía era la conversación. Como la librería se
encuentra en pleno centro, cada vez que visitaba Santiago, él pasaba por allí
a conversar. En uno de sus viajes me regaló su libro Agua, con una
dedicatoria un poco fulminante: "Con amor". Yo dudé porque concibo el
amor como un sentimiento amplio, pero los hechos fueron soldando ese
cariño, que podía haberse quedado en una excelente amistad. Quizá él
mismo se "aventó" -como dicen los peruanos- con un sentimiento que ni él
medía bien en ese momento.
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¿Cuál era la manera que él tenía de cortejarla? ¿Por cuánto tiempo duró el
cortejo?
--No lo recuerdo como "cortejante"; nos íbamos por asuntos
trascendentales. Al final, cuando la marea subió, por uno lleno de vaivenes.
Yo sentía responsabilidad en cuanto a que su obra, sus trabajos, estaban
constituidos o preñados de la materia viva, la vida de su pueblo. Era su
mundo. En cambio, lo que yo hacía podía realizarse tanto en mi tierra como
en la suya.

LA LLEGADA AL PERÚ
¿Qué fue lo más difícil de decidir venirse a Lima con José María? ¿Cómo la
convenció él a dar ese paso?
-José María me advertía con frecuencia que la sociedad peruana era
terrible. Yo viajé a Lima antes de tomar una decisión y, como una
confirmación de esto, me tocó vivir la situación de aquel partido de fútbol,
en la década de 1960 si mal no recuerdo, en que murieron muchas personas
asfixiadas, cuando la policía lanzó gases lacrimógenos en el estadio en que
se realizaba un partido de fútbol, sin medir las consecuencias tremendas
que tenía ese acto. Pero pensé que ese hecho también era factible que
sucediera en Chile.

¿Cómo realizó el viaje al Perú? Sé que se vino con sus dos hijos...
-Nos fuimos en barco al Perú, con mis hijos y algunas "camas y petacas".
Fue un bonito viaje, no muy largo. Aún andan fotos por ahí, en que se nos ve
gozar del mar y el viento. José María nos esperaba en el Callao.

¿Pasaron algunas peripecias entonces? ¿Podría contarlas?


-Anécdotas hay muchas. Por ejemplo, en la Aduana del Callao los agentes
querían cobrarnos derechos para entrar nuestras "camas y petacas", que
eran las que teníamos de uso cotidiano en Santiago. A mí me dio mucha ira
y no se me ocurrió defenderme más que poniendo entre la espada y la pared
al agente -en realidad él había medido el volumen del container, de madera,
que probablemente lo había impresionado- y radicalmente le propuse:
"Bueno, si usted me cobra derechos de aduana, puede botar todo esto al
mar. Todo es de uso personal; todo está usado y no se va a comerciar". Él
ordenó abrir un tablón del armatoste y cuando el carpintero lo desclavó y
empujó, salió una especie de géiser de polvo. Con el viaje, nuestro viejo
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sillón había sido tan removido y sacudido que ese polvo, de años, de su
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cuerpo ancho, forrado y generoso, salió disparado a defendernos. El agente
gritó aceleradamente: "¡Cierre eso, me asfixio!".

¿Dónde fueron a vivir cuando llegan a Lima?


-A Pueblo Libre, a un pequeño departamento en que nos acomodamos bien
los cuatro. Nuestro viejo sofá era el mueble más importante y acogedor, una
vez que le acomodamos una nueva piel; aún vive.

¿Cómo fue la vida en común los primeros años?


-Para mí la vida en común no implicó muchos cambios. Era necesario
conocer, observar, adecuarse a la nueva situación en un país diferente. pero
no tanto. Buscar trabajo, colegios, aprender la ciudad, la moneda, las
comidas. usos y costumbres. Cuando se es joven, todo es más fácil y hay que
partir de lo positivo y ver cómo paliar lo que es negativo. La consigna venía
a ser: No temer, confiar en José María y solucionar los problemas nuevos. A
los pocos días apareció él con Berta, de Lincha, para ayudarnos en las tareas
cotidianas. ¡Todo era tan nuevo! La eligió porque era quechuahablante -más
tarde ella gentilmente sirvió de informante al lingüista Alfredo Torero, para
el estudio del quechua de su zona-. Era otro mundo, otro vocabulario, otra
cocina, otros alimentos, otras jerarquías sociales.

¿Cómo se comportaron sus hijos frente a José María?


-Carolina y Sebastián, mis hijos, deben recordar su frase que con tanto
agrado celebró José María: "Viene a buscarte un caballero negro". Se
trataba de un buen cantante moreno de música huancaína, "El Gavilán
Negro". A nosotros nos sonaba perfectamente formal y clara la expresión.
Pero en Lima aún no se usaba. Otra anécdota: Les pedimos a mis hijos,
recién llegados, ir a la bodega de la esquina a comprar. Retornaron pronto,
y no recuerdo cuál de ellos dijo: "No pudimos comprar porque el señor que
atiende sólo habla quechua". Algo intrigado de que esto sucediera en Pueblo
Libre, José María salió con ellos a averiguar qué pasaba. El dueño de la
bodega resultó ser japonés y hablar muy mal el castellano. Los chicos
hicieron su interpretación del hecho de acuerdo con su información teórica
sobre las lenguas del Perú.

LA VIDA SOCIAL
¿A qué amigos de José María conoció primero, ya llegada a Lima?
-José María tenía buenos amigos. No recuerdo a quiénes conocí primero.
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Quizá fuera a José Matos Mar y a su esposa, la señora Rosalía.


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¿Hacían reuniones? ¿Usted lo acompañaba a otros lugares? ¿Cómo se
portaba José María entonces?
-En su casa se reunían muchos intelectuales, especialmente antropólogos.
Allí debieron estar varios: Abelardo Oquendo y su esposa, Godi Szyszlo y
Blanca Varela, Ramiro Matos y su señora, Federico Schwab y su esposa
chilena, la señora Chepa.. Después los conocí más, ya uno por uno.
Recuerdo mucho a Emilio Choy; solíamos ir a comer con él a un chifa de la
calle Capón. José María le tenía una gran estima como amigo y como
estudioso. Otra familia a la que queríamos mucho era a la de Emilio Adolfo
Westphalen, su esposa Judith, muy buena pintora, creo que nacida en
Piura; por esa época recuerdo que usaba hermosamente la técnica del batik.
Y a sus hijas Inés y Silvia, niñas aún por aquel tiempo.

Cuánta gente interesante.


-También estaban los libreros como Juan Mejía Baca, Francisco Moncloa, el
mismo Federico Schwab. Antes de ir a vivir a Lima conocí a su tía Rosa
Pozo, tía y buena amiga de José María, con quien solía compartir sus penas;
se quejaba él de que su relación de confianza y cariño ya no podía llevarla
como antes porque le habían regalado a ella un televisor y le gustaron tanto
las telenovelas que a él lo había pasado a segundo plano.

¿Y por parte de la familia?


-Compartíamos con Nelly, su hermana, y toda su familia; con Arístides, uno
de sus hermanos, que vivía en Surco, y su familia; Máximo Damián e Isabel
y sus tres hijos; Jaime Guardia y Lidia, cuando sus hijos eran pequeñitos;
Racila Ramírez y toda esa numerosa y querida familia Ferrel; el padre de
José María y la mamá de Racila fueron compadres en Puquio. En fin, podría
seguir pero la memoria a través del tiempo ilumina dispareja el transcurso
de la vida.

¿A qué lugares la llevó Arguedas para que viera el Perú cotidiano?


-Cuando llegamos, una de las primeras visitas que hicimos fue a La Parada,
más exactamente a una plaza principal de La Victoria (El Porvenir), donde
se celebraban las Fiestas Patrias con una feria muy grande. En esa época y
en esos días, se producía allí un desborde de artesanos, comerciantes y
productores que traían sus trabajos y mercaderías de todo el país, o se
concentraban en esta plaza productores emigrados a Lima desde la sierra, la
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selva, de diversas regiones, que tenían una oportunidad de vender obras


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hechas por ellos, que con frecuencia venían a complementar

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económicamente su trabajo de asalariados en construcción, en mercados,
en guardianías, etcétera. ¡Qué maravilla! Era una ola de arte. Voces de
Huancayo, Satipo, Ayacucho, Cuzco, Cajamarca; rostros de viejos, mujeres,
jóvenes y pequeños de distintas zonas del país.

MIRANDO AL ESCRITOR
En esos primeros años, ¿qué estaba escribiendo José María?
-José María acababa de publicar Todas las sangres, que ya había levantado
polvo de polémicas. Más tarde, sobre eso, me comentaba: "¿Cómo pueden
decir que Demetrio Rendón Willka es un personaje ficticio? ¡Si yo lo
conozco!". Me lo nombró y más tarde, en alguna reunión pública, donde
recuerdo haber asistido con Rosina Valcárcel, yo también lo conocí. Su vida
había trascurrido ¡vaya usted a saber cómo! Había tenido la ocasión de
viajar a la Unión Soviética y en alguna festividad llegó a departir con Yuri
Gagarin, el primer cosmonauta, menudo y sonriente.

¿Arguedas le dejaba ver lo que iba escribiendo? ¿Dónde lo hacía, cómo?


-Escribía con frecuencia, tomaba apuntes -como un dibujante que recoge
esbozos- en algunas situaciones especiales que quería recordar, en cualquier
papelito. De eso concretaba artículos, comentarios sobre diversos temas.
Trabajaba en cuestiones de acuerdo con simposios o congresos a los que era
invitado. Sí, le apoyaba yo, situación que después me sirve para concretar
las Obras Completas, que "por gracia de los diablos" aún se encuentra "en
prensa". desde el siglo pasado. Editorial Horizonte tuvo la valentía y el
apoyo internacional para publicar los cinco primeros tomos en la década de
1980. La recopilación de los siguientes, terminada en la década de 1990
aproximadamente, sigue en proceso de "estar en prensa".

¿Tenia horarios para escribir?


-No tenía horario para escribir. A veces cogía sus papelitos y proseguía
llenando cuartillas. Recuerdo el proceso de traducción de Dioses y hombres
de Huarochirí y más tarde El zorro de arriba y el zorro de abajo; ambos
constituyeron una labor larga, tanto de ciencia como de creación.

¿Escribía a mano o a máquina?


-Por esa época incorpora el uso de la máquina de escribir, a la que era un
tanto reacio. Para la traducción, recuerdo que consultaba mucho con
Alfredo Torero; coincidían también en el Departamento de Ciencias Sociales
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de la Universidad Agraria, junto con Javier Sologuren, Alberto Ratto,


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Francisco Carrillo.

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¿Alguien más le ayudaba en esa tarea?
-Para apoyarnos económicamente -él debía pasar una especie de pensión a
la señora Celia Bustamante, su primera esposa, y yo estaba con mis dos
hijos-, en un comienzo entré a trabajar a la librería y editorial de Francisco
Moncloa y Humberto Damonte. José María trabajaba en el Museo de
Historia y allí consigue, como había sido antes en la Casa de la Cultura, el
apoyo desinteresado y gustoso de algunas secretarias que lo ayudan en la
mecanografía, situación frecuente, porque era apasionante participar en el
nacimiento de su obra, fuera en sus artículos, sus novelas, investigaciones o
informes.

¿Quiénes diría usted que eran sus mejores amigos del ambiente de la
literatura?
-¿Quiénes? Alberto Escobar, Emilio Adolfo Westphalen, Emilio Choy,
Alfredo Torero, Racila Ramírez, Máximo Damián, Francisco Carrillo,
Francisco Miró Quesada, Fernando Silva Santisteban, Mildred Merino.
Amigos anteriores de haberlo conocido yo, puedo nombrar a Manuel
Moreno Jimeno, Moisés Sáenz, el Dr. Gastiaburú, Walter Peñaloza, Héctor
Araujo, porque siempre los nombraba o los recordaba con mucho afecto o
cariño. De su juventud en Huancayo, alcancé a conocer, en el barrio de El
Tambo, al Sr. Efraín Rojas. Posiblemente yo omita nombres porque
recordaba a personas de cada lugar en que había vivido y de épocas
diferentes de su vida. Amigos músicos eran: Jaime Guardia y los otros
componentes de la "Lira Pausina", Jacinto Pebe y el Chino Nakayama;
Enrique Iturriaga, Rosa Alarco, María Rosa Salas. Y sus alumnos: Alejandro
Ortiz, Toño Cisneros, Hernando Núñez, Rodrigo Montoya, Edmundo
Murrugarra.

¿Qué le conversaba José María del ambiente literario peruano de esa época?
¿Se molestaba, se alegraba de algo?
-No éramos de comentar mucho la vida ajena y en cuanto a sus opiniones
literarias u otras sobre tópicos parecidos, están expuestas con mucha
sinceridad en sus artículos y diversos trabajos. Todo eso va en los próximos
cinco o seis tomos de las Obras Completas que están listas para publicarse.
Hay múltiples estudios sobre la obra de José María, y los especialistas de
literatura, sociología, antropología o etnología, principalmente, reclaman
ese material para profundizar más en Arguedas y el Perú; desconocerlo es
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como si se mirara sólo unas pocas caras de un poliedro o una única cara de
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la Luna…

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¿A qué escritores respetaba más?
-En El zorro de arriba y el zorro de abajo hace una pequeña disquisición
sobre algunos escritores de esos años. Admiraba mucho a Juan Rulfo y esa
relación era mutua; también a Guimaraes Rosa, de Brasil. Cuando llegué, en
1965, me pidió que leyera a Mariátegui, González Prada, Cieza de León. Él
leía pero sin ansiedad; consultaba textos según la necesidad de sus trabajos.
Leyó con gusto Cien años de soledad. Seguía lo que publicaba Oswaldo
Reynoso, entre los jóvenes; quizá había sido su alumno en La Cantuta o sus
temas le parecían pertinentes. Le inquietaba la suerte de la juventud en el
país.

UN RETRATO ÍNTIMO
Muchos creen que José María era un hombre muy melancólico. ¿Qué tanto
así? ¿Quiénes lo alegraban?
-José María tenía una seriedad de alma y una alegría de espíritu.
Orgánicamente sufría de una atracción hacia la muerte, sin embargo de
joven -contaba él- fue campeón escolar de salto largo.

¿Qué lo alegraba?
-Relataba alborozado un paseo en el campo realizado con Manuel Moreno.
Debían atravesar un charco de agua y él, alegremente, dio un salto y llegó al
otro lado; pero Manuel, también ilusionado, hizo lo mismo y cayó en medio
del charco. Pero eso no le quitaba el recuerdo de contento y optimismo que
recogió de esos paseos. Con mis hijos salíamos con frecuencia remontando
el Rímac, o caminando por Bujama, León Dormido, por el Callejón de
Huaylas en nuestro carrito. Subía los cerros o las rocas con delicia, al
contacto con la naturaleza desafiaba con frecuencia hasta la gravedad. No
era melancólico, traía dolor y felicidad de su infancia: "A los comuneros y
lacayos, con quienes temblé de frío en los regadíos nocturnos y bailé en
carnavales, borracho de alegría.". Era número uno en lanzar wikuyo. y
piedras ¡a quién más lejos!

¿Cuál era su diversión más frecuente? ¿Tiene anécdotas? Cuéntelas por


favor.
-Asistía, en Lima, a las fiestas patronales de los pueblos, especialmente de
los pueblos de la zona de Lucanas. No teníamos televisión; de vez en cuando
íbamos al cine, solamente cuando pensábamos que valía la pena. La parte
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que le gustó más de Un hombre y una mujer, de Truffaut, fue la toma del
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perrito saltando y corriendo junto al mar por una playa solitaria. Ponía

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talento y placer en contar chistes, mejor si eran en quechua. A veces yo
sentía o pensaba que era una hermosa máscara social, pero era parte de su
alma literaria.

¿Recuerda alguno particularmente?


-Uno de sus últimos artículos fue un pequeño trabajo sobre las
competencias de insultos en la sierra. Hay sarcasmo, ironía, burla con un
trasfondo de análisis de la expresión de cierta lidia que suele darse en
cuestiones de desafío poético. Con Jaime Guardia se informaba de ese
asunto, para agrado de ambos.

Se ha hablado mucho de la relación del Ande con José María. En términos


personales, ¿cómo llevaba él esa relación?
-La relación con el Ande o los Andes o la sierra o Ayacucho o Lucanas es
asunto obvio pero complejo, partiendo de la lengua, el quechua, y de las
contradicciones que tiene que sufrir y resolver desde la infancia. "No por las
puras" -su expresión- envía una carta a un amigo, que termina: " S. [lo dice
por mí] formidable y cada día más cholificada". Esto quería decir, en
setiembre de 1968, que yo estaba embebiéndome de ese aire tan especial
que se siente, se capta, se escucha, se aprende en contacto con la tierra, su
gente, su canto, su danza, su música, sus goces y sus sufrimientos.

¿Extrañaba mucho Ayacucho o alguna otra provincia peruana?


-José María extrañaba y temía esa relación tan visceral con la sierra. Subir a
Yauyos, caminar buscando quechuahablantes en Cajamarca, seguir la danza
de un toril en la sierra rimense, celebrar un encuentro con mineros del
tungsteno en una fiesta con música de la banda del pueblo más cercano, era
alegría, felicidad pero también responsabilidad. "El mundo de abajo",
Chimbote, fue un desafío o el encuentro con un "margen de silencio a
gritos", un segundo mural intenso a iluminar -el primero fue Yawar fiesta-
para dibujarlo dificultosamente con la lengua hirviente del lugar.

ANTES DEL FINAL


¿Usted notó que se iba poniendo triste con el transcurrir del tiempo? ¿Vio
algún cambio en él ya para llegar a sus últimos años?
-No era tristeza lo que expresaba con el transcurrir del tiempo. ¿Sería
atracción por la muerte, la nada? ¿Era lo que ahora especifican como
'depresión'? A veces pienso que la mucha vida, muy intensa, llevaba a José
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María a algo así como a un abrumamiento cósmico ¿o le faltaba una gotita


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de algo?, ¿un agua aún no descubierta, quizá?

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¿Qué cree que desencadenó las circunstancias de su desaparición?
-¿Qué desencadenó el suicidio? Llamémosle cansancio cósmico. ¿Serían
acaso contradicciones que no pudo resolver? No lo sé.

¿Qué le contaba entonces? ¿Qué le preocupaba?


-Compartíamos el trabajo de revisión de El zorro. Nos fuimos a Lunahuaná,
nos prestaron un escritorio junto a la iglesia del pueblo y lo revisamos de
punta a punta, salvo los "Trozos seleccionados. ¿Último diario?", para
dejarlo preparado para la edición. Era vivir y morir; era vida y literatura; era
nacimiento y desaparición, pero yo no concebía en ese momento, en los
hechos, ese torbellino. Trabajó intensamente hasta el final para dejar
testimonio, romper el silencio y compartir la vida y la muerte. En
noviembre de 1969 le mandó una tarjeta a Pedro Lastra, amigo entrañable,
donde escribió: "Envía una copia de los dos documentos(.) y no me olviden
¡recuérdenme con alegría!, Fui feliz. J. M.".

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