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Sagrada Comunión Rebeca Reynaud En 1975 Nguyen Van Thuán fue nombrado obispo de Ho Chi

Ming (Saigón), pero el gobierno comunista definió su nombramiento como un complot y tres meses
después lo encarceló. Estuvo 13 años preso. Nueve de ellos los pasó en régimen de aislamiento. Vivía en
una celda sin ventanas. Cuando todo faltaba, la Eucaristía estuvo en la cumbre de su pensamiento. Le
traían vino en un letrero que decía “medicina para el est￳mago”. Ponía tres gotitas de vino y una de
agua en la palma de la mano, tenía un poco de pan y consagraba. Era la medicina del alma. Luego decía
muchas veces al día: “Tú estás en mí y yo en ti”. También rezaba así: “Jesús te amo. Mi verdad es una
nueva y eterna alianza contigo”. Dice que si no hubiera sido por eso, se habría vuelto loco. “Fiarse de
Dios. Escoger a Dios y no las obras de Dios es el fundamento de la vida cristiana”, fue su lema. Fue
exiliado, y cuando sali￳ recibi￳ una carta de Madre Teresa en la que decía: “Lo que cuenta no es la
cantidad de nuestras acciones, sino la intensidad de amor que ponemos en cada una”. Van Thuán ha
sido un gran testigo de la fe, de la esperanza y del perd￳n (cfr. www.interrogantes.net). El cura de
Ars, San Juan Bautista María Vianney, predicaba: “Hijos míos, no hay nada tan grande como la
Eucaristía. ¡Poned todas las buenas obras del mundo frente a una comunión bien hecha: será como un
grano de polvo delante de unas monta￳a! ” [1] . Y continuaba: “¡Qué felices son las almas puras que
tienen la dicha de unirse a Nuestro Señor en la comunión. En el cielo brillarán como bellos diamantes
(...). ¿Qué hace nuestro Señor en el sacramento de su amor? Él coge su buen corazón para amarnos, y
de él hace salir un río de ternura y de misericordia para ahogar los pecados del mundo. Sin la divina
Eucaristía, nunca habría felicidad en este mundo”. El Papa Juan Pablo II decía que quería suscitar en
nosotros el asombro eucarístico porque de ese asombro vivimos. Los obispos peruanos le dijeron al
Papa Juan Pablo II que lo que más les preocupaba eran las sectas. Respondi￳: “La eucaristía es la
clave”. Profundizar en esta idea: Significa vivir en gracia y cuidar todo lo referente al culto. Juan Pablo II,
a principios de mayo del 2004, dijo: “Para evangelizar el mundo se necesitan ap￳stoles “expertos” en la
celebraci￳n, adoraci￳n y contemplaci￳n de la Eucaristía” (Educaci￳n y misi￳n, 78ª Jornada Misionare
Mundial). La máxima manifestación del amor de Dios por nosotros es que haya enviado a su Hijo a
redimirnos, pero hay una muestra todavía más grande de amor y está en la institución de la Eucaristía,
que es Dios con nosotros. La revelación de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús culmina en la
eucaristía. Dios se ha hecho Hombre por Amor, pero se ha escondido en un trocito de pan, para que
tengamos más intimidad con Él, semejante a la que tuvieron la Virgen y los apóstoles con Jesús. Por
medio de la eucaristía nuestro corazón puede convertirse en el Corazón de María, podemos albergarlo
como lo albergaba Ella.

La Eucaristía —dice Félix María Arocena— representa el don de una generosidad sin límites, el amor
llevado hasta el infinito. En ella reside todo el bien de la Iglesia. Es el corazón vivo no sólo de las grandes
catedrales, sino también de las pequeñas y pobres caba￳as de misiones. Todo parece invitar a que a
diario haya “una ocasi￳n excepcional para reencontrarnos con la persona de Cristo ” [2] . Se puede
decir esta oración muchas veces al día: Jesús, que eres azotado en nuestras iglesias. Te adoro en todas
las partículas esparcidas. Tómame como tu Sagrario, tu trono, tu altar; sé que no soy digna, pero Tú
quieres estar entre los que te aman. Y yo te quiero amar también por los que no te aman Hazme digna
de recibirte, a Ti, que quieres ser semejante a nosotros en esta hora de guerra. Que mi amor sea
lámpara que arde ante Ti. Así sea. Cuando comulgamos, parece que no pasa nada, que nada cambia,
pero allí está el misterio: detrás está el perdón del mundo, el pararrayos de Dios, las bendiciones... La
transfiguración en Cristo depende del modo como comulgamos. Dios, que no cabe en el universo,
quiere caber en nuestro corazón. La Eucaristía es el único contacto entre el Cielo y la tierra; que no nos
distraigamos, que nos hagamos acompañar por los ángeles. Son innumerables las iglesias en las que
Jesús está solo. Suple las faltas de amor de los demás. Dile: Ardientemente he deseado venir a verte
para decirte que te amo. Déjame ir, Cordero de Dios, a tu altar celestial. Ardientemente deseo
consumirte, Pan de Vida. Deja que te ame, y ábreme las puertas de la Vida. ¡Ven, Señor Jesús! El
Se￳or le revel￳ a Santa Gertrudis la Mayor: “Vuestra oraci￳n es sumamente potente y efectiva
durante la consagración en la Santa Misa (es decir en la elevación)... Cada vez que alzas la vista para
contemplar el Santísimo Sacramento, tu lugar en el cielo se eleva un tanto más”. Scott Hahn,
protestante, fue a Misa. Cuenta: No sé cómo decirlo, pero me había enamorado, de pies a cabeza, de
Nuestro Señor en la Eucaristía. Su presencia en el Santísimo Sacramento era para mí personal y
poderosa... Veía la Alianza renovada justo frente a mis ojos... Era esto el evangelio en plenitud (Scott H.,
Regreso a casa, regreso a Roma , p. 92-93). El Compendio del Catecismo pregunta: ¿Qué representa
la Eucaristía en la vida de la Iglesia? Contesta: La eucaristía es fuente de la vida cristiana. En ella alcanza
su cumbre la acción santificante de Dios sobre nosotros y nuestro culto a Él (cfr. n. 274). Si nos
preguntamos qué lugar ocupa la Eucaristía en la Historia de la Salvación, la respuesta es que no ocupa
un lugar concreto, sino que la ocupa enteramente. Está presente en el Antiguo Testamento como
figura, tipo o sombra; está presente en el

Nuevo Testamento como Acontecimiento y está presente en el tiempo de la Iglesia como sacramento
(Félix Ma. Arocena). Le dice el Señor a Gabriela Bossis: ¿Te has fijado en que yo no tuve nada mío? Ni
siquiera la casa en la cual realicé mi sueño dorado de la Eucaristía. Me la prestaron… Y me desprendí
hasta de la túnica tejida por mi Madre. Esta fue mi pobreza. ¿La entenderás? ( El y yo, 1er Cuaderno,
Gabriela Bossis, n. 298) [1] José Pedro Manglano, Orar con el Cura de Ars , Desclée de Brouwer,
España 2000, n. 5.8, p. 106. [2] Cfr. Félix Ma. Arocena , Contemplar la Eucaristía. Antología de textos
para celebrar los dos mil años de presencia, Rialp, Madrid, p. 16.

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