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Revolución Industrial

Primera fase: La primera fase de la Revolución Industrial fue un proceso que comenzó a mediados
del siglo XVIII, en Gran Bretaña, con el descubrimiento y el uso de innovaciones tecnológicas
como las máquinas de vapor y los telares mecánicos. El uso de estas nuevas tecnologías aceleró
los tiempos de fabricación, y este salto en la eficiencia tuvo varias consecuencias. Las nuevas
formas de producción reemplazaron, poco a poco, los talleres artesanales donde un maestro
artesano y sus colaboradores elaboraban los bienes para ser vendidos. La introducción de los
adelantos técnicos abarató los costos del proceso de manufactura, ya que se podía producir mayor
cantidad, con menos mano de obra y bajar considerable el precio de los bienes, se incrementó el
uso de materias primas.

Segunda fase: En el siglo XIX, el sistema capitalista se consolidó a través de una segunda etapa
de la Revolución Industrial. La producción fabril se transformó y se expandió, y provocó el avance
de la economía mundial del capitalismo industrial. Estos cambios influyeron en el orden social,
político e ideológico: se fortalecieron el razonamiento, la ciencia, el progreso y el liberalismo, y
también nuevas ideologías. La clase obrera cobró protagonismo a la par del deterioro en sus
condiciones de vida. En esta nueva etapa de la revolución, Gran Bretaña fue otra vez el país que
lideró el proceso, pero esta vez también fueron protagónicos Alemania, Francia, Estados Unidos
y, más tarde, Japón.
Implicó el triunfo del maquinismo y de la gran empresa por sobre la mediana y pequeña, el
aumento a gran escala de la producción y la expansión del mercado mundial de productos. Esto
generó un nuevo tipo de competencias entre las potencias que comenzaron a desarrollarse. Los
países europeos comenzaron a exportar capitales, además de desarrollar productos
manufacturados, y uno de los aspectos clave fue la educación, que permitió la creación de
escuelas técnicas para la formación de profesionales calificados. Esta segunda fase se diferencia
de la primera por los nuevos tipos de energía utilizados, sin descartar los ya existentes. Al vapor
se sumaron la energía eléctrica y el uso del petróleo y el gas natural, que permitieron el desarrollo
de algunos de los inventos más importantes que favorecieron la industrialización y modificaron la
vida cotidiana para siempre. Con el uso del petróleo, por ejemplo, se inventaron los motores de
explosión, que reemplazaron los motores a vapor; la electricidad permitió la aparición del
alumbrado público, que mejoró las condiciones de vida en las ciudades, y también la del telégrafo
eléctrico, que mejoró las vías de comunicación. También se inventaron el fonógrafo y el
cinematógrafo.
La nueva forma de producción fue el taylorismo, un método de trabajo ideado y aplicado por
Frederick Taylor. Este sistema establecía que cada obrero realizara una parte de una pieza en
una cadena de montaje, en un tiempo determinado. El objetivo era mecanizar el trabajo de los
obreros y aumentar su nivel de producción a través de la división de tareas en el proceso de
fabricación. Una de las fábricas que adoptó el sistema taylorista fue la Ford Motors Company de
Ohio, Estados Unidos. En su fábrica de Detroit se armaron en la cadena de montaje los primeros
autos Ford T. El dueño de la fábrica, Henry Ford, incorporó al taylorismo un aspecto social. Decía
que cada obrero de su fábrica debería ganar lo suficiente como para comprarse uno de los autos
que fabricaba. Los buenos sueldos garantizaban un aumento del consumo y el alejamiento de los
obreros de las ideas revolucionarias, lo que aseguraba su incorporación al sistema como
productores-consumidores-propietarios. Esta nueva visión del taylorismo se denominó fordismo y
llevó adelante la cadena de montaje.
Desarrollo de los transportes y las comunicaciones, gracias a los grandes adelantos científicos, el
descubrimiento de nuevas fuentes de energía y la importancia que había cobrado la industria del
carbón, el hierro y el acero. El transporte marítimo se vio favorecido por la adopción del barco de
vapor en reemplazo del velero. Esto posibilitó una mayor rapidez y permitió el traslado de gran
cantidad de mercancías a lugares distantes, lo que permitió que el mercado internacional creciera
en forma notable. También aparecieron grandes transatlánticos que favorecieron el traslado de
emigrantes europeos hacia América, Asia o África. Los puertos cambiaron su fisonomía y fueron
remodelados para adecuarlos a las nuevas necesidades comerciales. El ferrocarril, al igual que el
barco de vapor, amplió el mercado internacional, ya que partía de los centros de producción
industrial y agrícola hasta las terminales que se encontraban en los puertos, desde donde los
productos eran exportados. En la Argentina, los ferrocarriles ingresaron de la mano de los ingleses,
transformando el sistema económico y facilitando el traslado de las materias primas del Interior al
puerto, para su exportación.
La industria se concentró para abaratar el proceso de producción y evitar la competencia. Así se
dieron distintas formas de concentración empresarial, como el monopolio, los carteles o los trust:
el monopolio, como un derecho legal concedido a un individuo o a una empresa para explotar en
exclusiva un negocio o para vender un determinado producto; los carteles, como acuerdos
informales entre empresas de un mismo sector, que tenían como objetivo reducir o eliminar la
competencia; y los trust, como agrupaciones de varias empresas que producían los mismos
productos y decidían unirse. Al complementarse los capitales industriales y los grandes bancos,
se expandió el capitalismo financiero.

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