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Grandes descubrimientos: La piedra rosetta

¿Por qué una piedra revolucionó la Arqueología?

Los antiguos egipcios crearon la escritura jeroglífica 3000 años


antes de Jesucristo. Se trataba de un lenguaje simbólico de signos y dibujos de indiscutible
belleza y complejidad. Como este lenguaje se consideraba sagrado, sólo se usaba para
escribir textos religiosos y oficiales sobre las paredes de los templos, tumbas y monumentos.
Únicamente los sacerdotes y escribas dominaban los jeroglíficos, así que el resto de los
egipcios utilizaban otros tipos de escritura, como la hierática o la demótica, mucho más
sencillas.

Los jeroglíficos se usaron durante muchos años, hasta que Egipto fue conquistado primero
por los griegos en el siglo IV antes de Cristo, y después por los romanos. Con el paso del
tiempo, la escritura jeroglífica cayó en el olvido y los mismos egipcios desconocían su
significado. De esta forma, las inscripciones del pasado se convirtieron en misteriosos textos
que nadie sabía descifrar.

En 1799 las tropas de Napoleón se encontraban en Egipto. Por casualidad, un capitán del
ejército francés que estaba dirigiendo la construcción de unas trincheras, encontró una piedra
de basalto negra que tenía inscripciones en varios idiomas. Se encontró cerca de la localidad
de Rosetta, y por eso así se la llamó.

Cuando los investigadores comenzaron a estudiarla, se dieron cuenta de que se trataba de un


mismo texto escrito en jeroglífico, demótico y griego. Como el griego sí se podía traducir,
comprobaron que había sido realizado en tiempos del rey de Egipto Ptolomeo V, en el año
196 a.C. A partir de este idioma, empezaron a comparar los tres textos para intentar descifrar
los jeroglíficos, pero fue el joven lingüista y egiptólogo Jean – François Champollion, quien
lo consiguió tras muchos años de intenso trabajo.

Desde entonces pudieron leerse miles de jeroglíficos del Antiguo Egipto y gracias a ellos
descubrir mucha información acerca de esta fascinante civilización y sobre otras culturas de
la Antigüedad.
La Chinita

¡Ay, Mi China quien te viera

Bajar de tu monumento

El Santísimo Sacramento

Contigo China sonriera

Pero está lejos y cerca

La tierra maracaibera

Donde está tu tablita

Donde a ti se te venera

Chinita de Maracaibo

Chinta Virgen Bendita

Que desde aquella tablita

Iluminas mis mañanas

Y mis tardes y mis noches


Desde esa tu tierra amada

Pero desde esta mi tierra

Yo recuerdo tu llegada

En 1749

En la tabla que flotaba

En las olas que lago mueve

Y tu imagen se ocultaba

Y una humilde lavandera

Pensó que aquella tablita

Taparía bien su tinaja

Sin verte Virgen Bendita

Y fue al siguiente día

Que la humilde lavandera


Oyó que alguien tocaba

Sin ver que nadie lo hiciera

Y cuál sería su sorpresa

Al ver la tabla brillar

Y ver que ella reflejaba

LA VIRGEN DE CHIQUINQUIRA

Cuenta también la leyenda

Que allí las autoridades

Llevaron la tabla en hombros

No pudiendo ser capaces

Pues se puso tan pesada

La tablita que avisaba

Que era la Iglesia de San Juan


Donde quería ser llevada

El templo de la gente humilde

Era el que ella anhelaba

Por lo que recupero su peso

Y allí, es venerada

Cada 18 de noviembre

El pueblo entero dirá

¡Que viva nuestra Chinita

Virgen de Chiquinquirá

Y aunque es tradición zuliana

Mi Vigía rinde homenaje

A la Santísima Virgen

Virgen Santa, Reina y Madre


Y te pedimos chinita que nunca nos desampares

Chinita de Maracaibo pero también

de los ANDES

Autora: Patricia Belandria.

La tortuga del pescador Urashima y su visita al fondo


del mar
Cuentos

Tener mala memoria y no pensar en las consecuencias de tus acciones te puede traer muchos
problemas. Problemas como los que le pasaron a Urashima, un pescador japonés.
Hace muchos y muchos años, vivía Urashima en una isla del Japón. Era el único hijo de un matrimonio de
pescadores muy pobres cuyas únicas pertenencias eran una red, una pequeña barca y una casita cerca de la
playa. Pese a ser tan pobres, los padres de Urashima querían mucho a su hijo, un muchacho sencillo y muy
bueno.

Un día, cuando Urashima volvía de pescar vió como unos niños estaban pegando a una enorme tortuga. En
ese momento Urashima se enfadó muchísimo y fue hacía los críos para reprenderlos y salvar la tortuga. Cuando
acabó de hablar con los niños y estos se fueron cabizbajos, cogió la tortuga y la llevó al mar. Cuando vió que la
tortuga reaccionaba al contacto con el agua y se podía mover y nadar, regreso a casa la mar de conteto.

Al cabo de un tiempo, Urashima se fue a pescar. Todo estaba tranquilo en el mar y Urasima tiraba al agua y
recogía su red con entusiasmo. Una de las veces, al subir la red vio que estaba la tortuga que el había echado
al mar unos días antes. Ésta le dijo: "Urashima, el gran señor de los mares se ha maravillado con la buena
acción que hiciste conmigo, y me ha enviado para que te conduzca a su palacio. Además te quiere dar la mano
de su hija, la hermosa princesa Otohime". Urashima accedió gustoso y juntos se fueron mar adentro, hasta que
llegaron a Riugú, la ciudad del reino del mar. Era maravillosa. Sus casas eran de esmeralda y los tejidos de oro;
el suelo estaba cubierto de perlas y grandes árboles de coral daban sombra en los jardines; sus hojas eran de
nácar y sus frutos de las más bellas pedrería.

Urashima se casó con Otohime, la hija del rey del mar, y pasaron una semana de una felicidad completa. Pero
al cabo de esos días, Urashima pensó que sus padre debían de estar preocupados por él, y decidió subir a la
superficie para decirles que se encontraba bien y que se había casado. Otohime comprendió a su marido, y dio
un pequeña caja de laca atada con un cordón de seda. Cuando se la dio, le dijo que si quería volver a verla no
la abriera.

Cuando Urashima llegó al pueblo, todo había cambiado, ya no reconocía ni las casas ni a las personas. Y
cuando busco la casita de sus padres sólo vio un gran edificio en el que nadie sabía nada de unos ancianos.
Finalmente, un señor viajo, viendo la desesperación de Urashima empezó a recordar y le explicó que no lo
recordaba muy bien, porque había pasado mucho tiempo atrás, pero que recordaba a su madre explicarle la
desdichada suerte de un par de ancianitos cuyo único hijo salió a pescar y no regresó jamás. Urashima empezó
a comprender: mientras vivió en la ciudad del mar había perdido la noción del tiempo. Lo que le habín parecido
sólo unos cuantos dís habían sido más de cien años.

Se dirigió a la playa, y sin saber que hacer abrió la caja que le había dado su mujer. Al instante un viento frío
salió de la caja y envolvió a Urashima. Éste recordó lo que le había dicho su mujer pero de pronto se sintió muy
cansado, sus cabellos se volvieron blancos y cayó al suelo. Cuando a la mañana siguiente fueron los muchachos
a bañarse, vieron tendido en la arena a un anciano sin vida. Era Urashima que había muerto de viejo.
La tortuga del pescador Urashima y su visita al fondo
del mar
Cuentos

Tener mala memoria y no pensar en las consecuencias de tus acciones te puede traer muchos
problemas. Problemas como los que le pasaron a Urashima, un pescador japonés.
Hace muchos y muchos años, vivía Urashima en una isla del Japón. Era el único hijo de un matrimonio de
pescadores muy pobres cuyas únicas pertenencias eran una red, una pequeña barca y una casita cerca de la
playa. Pese a ser tan pobres, los padres de Urashima querían mucho a su hijo, un muchacho sencillo y muy
bueno.

Un día, cuando Urashima volvía de pescar vió como unos niños estaban pegando a una enorme tortuga. En
ese momento Urashima se enfadó muchísimo y fue hacía los críos para reprenderlos y salvar la tortuga. Cuando
acabó de hablar con los niños y estos se fueron cabizbajos, cogió la tortuga y la llevó al mar. Cuando vió que la
tortuga reaccionaba al contacto con el agua y se podía mover y nadar, regreso a casa la mar de conteto.

Al cabo de un tiempo, Urashima se fue a pescar. Todo estaba tranquilo en el mar y Urasima tiraba al agua y
recogía su red con entusiasmo. Una de las veces, al subir la red vio que estaba la tortuga que el había echado
al mar unos días antes. Ésta le dijo: "Urashima, el gran señor de los mares se ha maravillado con la buena
acción que hiciste conmigo, y me ha enviado para que te conduzca a su palacio. Además te quiere dar la mano
de su hija, la hermosa princesa Otohime". Urashima accedió gustoso y juntos se fueron mar adentro, hasta que
llegaron a Riugú, la ciudad del reino del mar. Era maravillosa. Sus casas eran de esmeralda y los tejidos de oro;
el suelo estaba cubierto de perlas y grandes árboles de coral daban sombra en los jardines; sus hojas eran de
nácar y sus frutos de las más bellas pedrería.

Urashima se casó con Otohime, la hija del rey del mar, y pasaron una semana de una felicidad completa. Pero
al cabo de esos días, Urashima pensó que sus padre debían de estar preocupados por él, y decidió subir a la
superficie para decirles que se encontraba bien y que se había casado. Otohime comprendió a su marido, y dio
un pequeña caja de laca atada con un cordón de seda. Cuando se la dio, le dijo que si quería volver a verla no
la abriera.

Cuando Urashima llegó al pueblo, todo había cambiado, ya no reconocía ni las casas ni a las personas. Y
cuando busco la casita de sus padres sólo vio un gran edificio en el que nadie sabía nada de unos ancianos.
Finalmente, un señor viajo, viendo la desesperación de Urashima empezó a recordar y le explicó que no lo
recordaba muy bien, porque había pasado mucho tiempo atrás, pero que recordaba a su madre explicarle la
desdichada suerte de un par de ancianitos cuyo único hijo salió a pescar y no regresó jamás. Urashima empezó
a comprender: mientras vivió en la ciudad del mar había perdido la noción del tiempo. Lo que le habín parecido
sólo unos cuantos dís habían sido más de cien años.

Se dirigió a la playa, y sin saber que hacer abrió la caja que le había dado su mujer. Al instante un viento frío
salió de la caja y envolvió a Urashima. Éste recordó lo que le había dicho su mujer pero de pronto se sintió muy
cansado, sus cabellos se volvieron blancos y cayó al suelo. Cuando a la mañana siguiente fueron los muchachos
a bañarse, vieron tendido en la arena a un anciano sin vida. Era Urashima que había muerto de viejo.
El pájaro dziú

uentan por ahí, que una mañana, Chaac, el Señor de la


Lluvia, sintió deseos de pasear y quiso recorrer los campos de El Mayab.
Chaac salió muy contento, seguro de que encontraría los cultivos fuertes
y crecidos, pero apenas llegó a verlos, su sorpresa fue muy grande,
pues se encontró con que las plantas estaban débiles y la tierra seca y
gastada. Al darse cuenta de que las cosechas serían muy pobres, Chaac
se preocupó mucho. Luego de pensar un rato, encontró una solución:
quemar todos los cultivos, así la tierra recuperaría su riqueza y las
nuevas siembras serían buenas.

Después de tomar esa decisión, Chaac le pidió a uno de sus sirvientes


que llamara a todos los pájaros de El Mayab. El primero en llegar fue el
dziú, un pájaro con plumas de colores y ojos cafés. Apenas se
acomodaba en una rama cuando llegó a toda prisa el toh, un pájaro
negro cuyo mayor atractivo era su larga cola llena de hermosas plumas.
El toh se puso al frente, donde todos pudieran verlo.

Poco a poco se reunieron las demás aves, entonces Chaac les dijo:

—Las mandé llamar porque necesito hacerles un encargo tan


importante, que de él depende la existencia de la vida. Muy pronto
quemaré los campos y quiero que ustedes salven las semillas de todas
las plantas, ya que esa es la única manera de sembrarlas de nuevo para
que haya mejores cosechas en el futuro. Confío en ustedes; váyanse
pronto, porque el fuego está por comenzar.

En cuanto Chaac terminó de hablar el pájaro dziú pensó:

—Voy a buscar la semilla del maíz; yo creo que es una de las más
importantes para que haya vida.

Y mientras, el pájaro toh se dijo:

—Tengo que salvar la semilla del maíz, todos me van a tener envidia si
la encuentro yo primero.

Así, los dos pájaros iban a salir casi al mismo tiempo, pero el toh vio al
dziú y quiso adelantarse; entonces se atravesó en su camino y lo
empujó para irse él primero. Al dziú no le importó y se fue con calma,
pero muy decidido a lograr su objetivo.

El toh voló tan rápido, que en poco tiempo ya les llevaba mucha ventaja
a sus compañeros. Ya casi llegaba a los campos, pero se sintió muy
cansado y se dijo:

—Voy a descansar un rato. Al fin que ya voy a llegar y los demás


todavía han de venir lejos.

Entonces, el toh se acostó en una vereda. Según él sólo iba a descansar


mas se durmió sin querer, así que ni cuenta se dio de que ya empezaba
a anochecer y menos de que su cola había quedado atravesada en el
camino. El toh ya estaba bien dormido, cuando muchas aves que no
podían volar pasaron por allí y como el pájaro no se veía en la
oscuridad, le pisaron la cola.

Al sentir los pisotones, el toh despertó, y cuál sería su sorpresa al ver


que en su cola sólo quedaba una pluma. Ni idea tenía de lo que había
pasado, pero pensó en ir por la semilla del maíz para que las aves
vieran su valor y no se fijaran en su cola pelona.
Mientras tanto, los demás pájaros ya habían llegado a los cultivos. La
mayoría tomó la semilla que le quedaba más cerca, porque el incendio
era muy intenso. Ya casi las habían salvado todas, sólo faltaba la del
maíz. El dziú volaba desesperado en busca de los maizales, pero había
tanto humo que no lograba verlos. En eso, llegó el toh, mas cuando vio
las enormes llamas, se olvidó del maíz y decidió tomar una semilla que
no ofreciera tanto peligro. Entonces, voló hasta la planta del tomate
verde, donde el fuego aún no era muy intenso y salvó las semillas.

En cambio, al dziú no le importó que el fuego le quemara las alas; por


fin halló los maizales, y con gran valentía, fue hasta ellos y tomó en su
pico unos granos de maíz.

El toh no pudo menos que admirar la valentía del dziú y se acercó a


felicitarlo. Entonces, los dos pájaros se dieron cuenta que habían
cambiado: los ojos del toh ya no eran negros, sino verdes como el
tomate que salvó, y al dziú le quedaron las alas grises y los ojos rojos,
pues se acercó demasiado al fuego.

Chaac y las aves supieron reconocer la hazaña del dziú, por lo que se
reunieron para buscar la manera de premiarlo. Y fue precisamente el
toh, avergonzado por su conducta, quien propuso que se le diera al dziú
un derecho especial:

—Ya que el dziú hizo algo por nosotros, ahora debemos hacer algo por
él. Yo propongo que a partir de hoy, pueda poner sus huevos en el nido
de cualquier pájaro y que prometamos cuidarlos como si fueran
nuestros.

Las aves aceptaron y desde entonces, el dziú no se preocupa de hacer


su hogar ni de cuidar a sus crías. Sólo grita su nombre cuando elige un
nido y los pájaros miran si acaso fue el suyo el escogido, dispuestos a
cumplir su promesa.
Cuento de Graciela Montes: "SAPO VERDE"

Sapo verde
Publicado originalmente en la colección Los cuentos del Chiribitil del Centro Editor de América Latina
(Buenos Aires, 1978). Actualmente agotado. Reproducido en Imaginaria con autorización de la autora.

Humberto estaba muy triste entre los yuyos del charco.


Ni ganas de saltar tenía. Y es que le habían contado que las
mariposas del Jazmín de Enfrente andaban diciendo que él era sapo
feúcho, feísimo y refeo.
—Feúcho puede ser —dijo, mirándose en el agua oscura—, pero tanto
como refeo... Para mí que exageran... Los ojos un poquitito saltones,
eso sí. La piel un poco gruesa, eso también. Pero ¡qué sonrisa!
Y después de mirarse un rato le comentó a una mosca curiosa pero
prudente que andaba dándole vueltas sin acercarse demasiado:
—Lo que a mí me faltan son colores. ¿No te parece? Verde, verde,
todo verde. Porque pensándolo bien, si tuviese colores sería igualito,
igualito a las mariposas.
La mosca, por las dudas, no hizo ningún comentario.
Y Humberto se puso la boina y salió corriendo a buscar colores al
Almacén de los Bichos.
Timoteo, uno de los ratones más atentos que se vieron nunca, lo
recibió, como siempre, con muchas palabras:
— ¿Qué lo trae por aquí, Humberto? ¿Anda buscando fosforitos para
cantar de noche? A propósito, tengo una boina a cuadros que le va a
venir de perlas.
— Nada de eso, Timoteo. Ando necesitando colores.
— ¿Piensa pintar la casa?
— Usted ni se imagina, Timoteo, ni se imagina.
Y Humberto se llevó el azul, el amarillo, el colorado, el fucsia y el
anaranjado. El verde no, porque ¿para qué puede querer más verde
un sapo verde?
En cuanto llegó al charco se sacó la boina, se preparó un pincel con
pastos secos y empezó: una pata azul, la otra anaranjada, una
mancha amarilla en la cabeza, una estrellita colorada en el lomo, el
buche fucsia. Cada tanto se echaba una ojeadita en el espejo del
charco.
Cuando terminó tenía más colorinches que la más pintona de las
mariposas. Y entonces sí que se puso contento el sapo Humberto: no
le quedaba ni un cachito de verde. ¡Igualito a las mariposas!
Tan alegre estaba y tanto saltó que las mariposas del Jazmín lo
vieron y se vinieron en bandada para el charco.
— Más que refeo. ¡Refeísimo! —dijo una de pintitas azules, tapándose
los ojos con las patas.
— ¡Feón! ¡Contrafeo al resto! —terminó otra, sacudiendo las antenas
con las carcajadas.
— Además de sapo, y feo, mal vestido —dijo una de negro, muy
elegante.
— Lo único que falta es que quiera volar —se burló otra desde el aire.
¡Pobre Humberto! Y él que estaba tan contento con su corbatita
fucsia.
Tanta vergüenza sintió que se tiró al charco para esconderse, y se
quedó un rato largo en el fondo, mirando cómo el agua le borraba los
colores.
Cuando salió todo verde, como siempre, todavía estaban las
mariposas riéndose como locas.
— ¡Sa-po verde! ¡Sa-po verde!
La que no se le paraba en la cabeza le hacía cosquillas en las patas.
Pero en eso pasó una calandria, una calandria lindísima, linda con
ganas, tan requetelinda, que las mariposas se callaron para mirarla
revolotear entre los yuyos.
Al ver el charco bajó para tomar un poco de agua y peinarse las
plumas con el pico, y lo vio a Humberto en la orilla, verde, tristón y
solo. Entonces dijo en voz bien alta:
— ¡Qué sapo tan buen mozo! ¡Y qué bien le sienta el verde!
Humberto le dio las gracias con su sonrisa gigante de sapo y las
mariposas del Jazmín perdieron los colores de pura vergüenza, y así
anduvieron, caiduchas y transparentes, todo el verano.
De Graciela Montes

¿Por qué el búho sólo sale de noche?


Publicado en febrero 17, 2010 por Sinalefa

2 Votos
¿Nunca os habéis preguntado por
qué los búhos duermen de día y salen a cazar de noche? Pues este cuento os explica la razón
de este comportamiento.
Hace mucho, mucho tiempo, había un búho que trabajaba de tintorero. Todos los pájaros
acudían a él para que tiñera sus plumas de los colores más inverosímiles. El búho era tan
bueno en su trabajo, que todos los pájaros estaban encantados con él. Todos excepto el
cuervo, que estaba tan orgulloso de su plumaje
blanco inmaculado que despreciaba su trabajo.
Pero un día, cansado de tanto blancor, el cuervo se
acercó al búho y le dijo:

REPORT THIS AD

REPORT THIS AD

– Tiñe también mis plumas, pero de un color único,


nunca visto en un ave.

El búho pensó mucho antes de decidir qué color usar y, finalmente, se decidió por el negro.

– Ahora tus plumas son de un color como no se ha visto antes en el cielo – dijo el búho
después de haber terminado su trabajo.
Cuando el cuervo se dio cuenta de que sus plumas eran totalmente negras, como si
estuviera cubierto de hollín de la cabeza a los pies, se enfadó muchísimo. Pero ya no podía
hacer nada, así que se tuvo que resignar. Y a partir de entonces todos los cuervos son
negros.

Pero aunque se resignaron, nunca perdonaron al búho. Cada vez que le ven, se le echan
encima y, si pudieran, acabarían con él. Es por eso que los búhos decidieron dormir de día
y salir a cazar de noche, cuando los cuervos están durmiendo y no corren peligro de ser
atacados.

Cuento tradicional japonés


Esta en las preguntas 2018
EL COCAY

 DANIEL COLLAZOS

 JULIO 15, 2019

La leyenda del Cocay (mitología maya)


Según cuentan los antiguos mayas, las chispas que pueden verse algunas veces
en la oscuridad de la noche son producidas por el cocay, que es como se conoce
a las luciérnagas en lengua maya. Aunque muchos lo desconocen, los mayas saben
exactamente por qué este insecto tiene esa luz. Según dicen, la razón es la siguiente:

Anteriormente, en el Mayab vivía un señor que era querido por todas las
personas del lugar, pues era la única persona capaz de curar varias
enfermedades. De tal forma que cuando alguien caía enfermo, él llegaba hasta la
casa del doliente y, con una piedra verde que siempre llevaba en su bolsillo,
tomaba sus manos y susurraba ciertas palabras curativas. Sólo con esto podía
curar cualquier enfermedad. Pero resulta que una mañana, cuando el señor se
encontraba paseando en medio de la selva, sintió que sus fuerzas le abandonaban. Así
que decidió acostarse en medio de la flora a escuchar el canto de las aves. De repente,
el cielo se tiñó de negro y estalló un aguacero como pocos los ha habido en la tierra. El
señor se puso de pie inmediatamente y echo a correr en busca de refugio. En medio de
la carrera, no se percató de que la piedra se había salido de su bolsillo. De tal manera
que cuando llegó a su casa, donde lo estaba esperando su mujer para que curara a su
hijo, fue incapaz de encontrar su amuleto.

Preocupado por la salud de su hijo y por haber perdido la piedra, creyó que no
sería lo suficientemente rápido para encontrar la piedra por sí mismo antes de
que alguien más la tomara. Entonces reunió a distintos animales y les pidió su
ayuda. Así, recibió la colaboración de la liebre, el venado, el cocay y el zopilote,
quienes conocían mejor todos los caminos y rincones del bosque. Para motivar la
búsqueda, se ofreció a darle un premio a quien lo encontrara. Al escuchar esto, todos
los animales corrieron hacia la selva en busca de la dichosa piedra. Pese a que el cocay
era el que más empeño había puesto en la búsqueda, el primero que la encontró fue el
venado. Sin embargo, al ver que era tan hermosa, decidió tragársela para no
compartirla con nadie. Con la piedra en su vientre, el venado pensó en ser él quien
curara las heridas a cambio de una buena paga. Pero en el momento en el que pensó
esto, sintió un fuerte dolor de estómago y tuvo que vomitar la piedra. Asustado, el
venado salió corriendo, dejando la piedra sobre la hierba.

Mientras tanto, los demás animales seguían con su búsqueda, especialmente el


cocay. El zopilote estaba buscando desde lo alto del cielo, por lo cual no podían
distinguir la piedra verde de la hierba del suelo; la liebre corría demasiado
rápido, por lo cual no podía mirar detenidamente los lugares donde podría
estar la piedra; el cocay seguía volando bajito y despacio, con mucha paciencia,
pues era un insecto y su tamaño le impedía ir más rápido o volar más alto. De tal
manera que uno a uno se fueron cansando, salvo este último. Después de varios días
de búsqueda y pensamiento, el cocay sintió cómo un chispazo iluminó su cabeza: pudo
observar en su mente el lugar exacto en el que estaba la piedra. Así que voló
inmediatamente hasta allí y no la encontró; pero entonces su cuerpo se iluminó y
pudo vislumbrar el lugar donde estaba la piedra. Una vez la tuvo entre sus patas, se la
llevó de vuelta al señor.

Una vez estuvo con su señor, el cocay le contó todas las aventuras por las que
tuvo que pasar para encontrar la piedra verde, sin poder explicar qué era la luz
que salió de su cuerpo. Entonces el señor le dijo que era la luz que brotaba
desde su interior por la nobleza de sus actos, pensamientos y sentimientos. Por
eso la primera luz surgió de su cabeza, por su gran y brillante inteligencia. Le dijo,
además, que desde ese momento esa luz la iba a acompañar a donde sea que fuere.
Después de esto, el cocay se despidió del señor y se adentró en la selva para
comentarle a los demás animales el don que había adquirido. Todos le felicitaron por
lo hermosa que se veía con la luz, menos la liebre, quien, envidiosa por haber fallado,
planeó arrebatársela. Así, mientras le mostraba la luz a otro insecto, la liebre saltó
sobre la luciérnaga. El cocay quedó tendido en el suelo mientras la liebre saltaba de un
lado a otro pensando que había huido. El cocay se levantó lentamente y, en venganza,
se posó sobre la cabeza del roedor con su luz. Pensando que se estaba quemando, la
liebre corrió hasta un cenote y se lanzó a sus aguas. La luciérnaga voló alto antes de
sumergirse y, desde ahí, se burló de su rival. Desde entonces, todos los animales, sin
importar su tamaño, respetan a la luciérnaga por su luz, símbolo de su astucia.
El árbol que hablaba
[Cuento - Texto completo.]

Anónimo: África

Había un lobo en la selva. Un día, cuando estaba afuera paseando, encontró a un árbol que
tenía unas hojas que parecían caras de personas. Escuchó atentamente y pudo oír al árbol
hablar.
El lobo se asustó y dijo:
-Hasta el día de hoy nunca me había encontrado con algo tan raro como un árbol hablante.
Tan pronto como hubo dicho estas palabras, alguna cosa que no pudo ver lo golpeó y lo dejó
inconsciente. No sabía durante cuánto tiempo había estado allí tendido en el suelo, pero
cuando despertó estaba demasiado asustado para hablar. Se levantó inmediatamente y
empezó a correr.
El lobo estuvo pensando acerca de lo que le había ocurrido y se dio cuenta de que podía usar
el árbol para su provecho. Se fue paseando de nuevo y se encontró a un antílope. Le contó lo
del árbol que hablaba, pero el antílope no le creyó.
-Ven y lo verás tu mismo -dijo el lobo- pero cuando llegues delante del árbol asegúrate de
decir estas palabras: “Hasta el día de hoy nunca me había encontrado con algo tan raro como
un árbol hablante”. Si no las dices, morirás.
El lobo y el antílope se acercaron hasta el árbol que hablaba. El antílope dijo:
-Has dicho la verdad, lobo, hasta el día de hoy nunca me había encontrado con algo tan raro
como un árbol hablante.
Tan pronto como dijo esto alguna cosa lo golpeó y lo dejó inconsciente. El lobo cargó con él
a su espalda y se lo llevó a casa para comérselo. “Este árbol que habla solucionará todos mis
problemas”, pensó el lobo. “Si soy inteligente nunca más volveré a pasar hambre.”
Al día siguiente el lobo estaba paseando como de costumbre. Al cabo de un rato se encontró
con una tortuga. Le contó la misma historia que le había contado al antílope, y la llevó hasta
el lugar. La tortuga se sorprendió cuando vio al árbol hablante.
-No creía que esto fuera posible -dijo- hasta el día de hoy nunca me había encontrado con
algo tan raro como un árbol hablante.
Inmediatamente fue golpeada por algo que no pudo ver y cayó inconsciente. El lobo la
arrastró hasta su casa y la puso en una olla. Pensó en hacer una estupenda sopa.
El lobo estaba orgulloso de sí mismo. Después del antílope y la tortuga cazó un ave, un jabalí,
y un ciervo. Nunca antes había comido mejor. Siempre usaba la misma estrategia. Contaba a
sus presas que debían decir que nunca antes habían visto a un árbol hablar y que si no lo
decían morirían. Todos ellos hicieron lo que el lobo les dijo y todos ellos quedaron
inconscientes. Luego el lobo cargaba con ellos hasta su casa. Era un plan perfecto, él lo creía
simple e infalible, y agradecía a las estrellas el hecho de haber encontrado a ese árbol.
Esperaba comer como un rey durante el resto de su vida.
Un día, que se sentía con algo de hambre, el lobo fue a pasear de nuevo. Esta vez se encontró
con una liebre. El lobo le dijo:
-Hermana liebre, he visto algo que tú no has visto desde el tiempo de tus antepasados.
-Hermano mayor, ¿qué puede ser? -preguntó la liebre.
-He visto un árbol que habla en la selva -dijo el lobo.
Contó la misma historia de siempre a la liebre y se ofreció para llevarla a ver ese árbol
hablante. Fueron juntos hasta el lugar. Cuando se acercaban al árbol el lobo le dijo:
-No olvides lo que te he contado.
-¿Qué me contaste? -preguntó la liebre.
-Lo que debes decir cuando llegues junto al árbol, o si no , morirás -dijo el lobo.
-¡Oh!, sí -dijo la liebre-.
Y empezó a hablar con el árbol.
-¡Oh!, árbol, ¡oh!, árbol -dijo-. Eres un árbol precioso.
.No, esto no -dijo el lobo.
-Perdona -dijo la liebre. Entonces habló de nuevo-. Árbol, ¡oh!, árbol, nunca pensé que
pudieras ser tan maravilloso.
-¡No, no! -dijo el lobo- no un árbol precioso, un árbol hablante. Te dije que tenías que decir
que nunca habías visto antes a un árbol hablante.
Tan pronto como hubo dicho estas palabras, el lobo cayó inconsciente. La liebre se fue
andando y mirando hacia el árbol y el lobo. Luego sonrió:
-Entonces, este era el plan del señor Lobo -dijo-. Se pensaba que este lugar era un comedero
y yo su comida.
La liebre se marchó y contó a todos los animales de la selva el secreto del árbol que hablaba.
El plan del lobo fue descubierto, y el árbol, sin herir a nadie, continuó hablando solo.
FIN
CABALLITO DE MAR

CABALLITO DE MAR – GÉNERO HIPPOCAMPUS


INFORMACIÓN Y CARACTERÍSTICAS
Los caballitos de mar o hipocampos son un grupo de peces que pertenecen al
género Hippocampus. Reciben este nombre por la forma de su cabeza similar a
la de los caballos. Existen cerca de 50 especies de estos animales acuáticos.

DESCRIPCIÓN DEL CABALLITO DE MAR


Los cuerpos de los hipocampos están cubiertos por una serie de placas o anillos
óseos, a diferencia de la mayoría de otros peces que poseen escamas. Su forma
de nado es única, pues lo hace de manera erecta y con ayuda de su aleta
dorsal. Tiene una especie de corona sobre su cabeza que es distinta en cada
individuo, nadie la tiene igual a otro.

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Sus hocicos son largos y adaptados para alcanzar sus alimentos y los ojos
pueden moverlos en diferente dirección al mismo tiempo, como un camaleón.
En cuanto a su tamaño, este varía de acuerdo con las características de cada
especie. El más pequeño es el Hippocampus minotaur, originario de Australia,
que tan solo mide 15 mm de longitud con un máximo de 5 centímetros. Por el
contrario, el Hippocampus ingens es considerado el más grande con sus 19 cm
de largo, pero puede alcanzar los 30 centímetros.
Distribución del caballito de mar

Habitan en aguas tropicales y templadas poco profundas de todo el mundo. Las


zonas indo-pacífica y atlántica es donde se concentra el mayor número de
hipocampos, y de igual forma donde más biodiversidad existe. También
podemos encontrarlos en arrecifes de coral, zonas con muchas algas o
manglares.
ALIMENTACIÓN DEL CABALLITO DE MAR
Su dieta incluye camarones, crustáceos y plancton que son aspirados a través
de su hocico óseo. Al no poseer dientes, deben de consumir enteras a sus
presas. Consumen grandes cantidades de comida.

REPRODUCCIÓN DEL CABALLITO DE MAR


El caballito de mar es monógamo. Es la única especie del reino animal donde el
macho queda preñado. La hembra es quien inserta hasta 1500 huevos dentro
de la bolsa incubadora del padre, pero eso en casos extraordinarios, ya que lo
más común es que sean de 100 a 200 huevecillos. La entrada de los huevos al
saco y la incubación se lleva a cabo apenas en seis segundos.

El período de gestación va de 10 días a 6 semanas de acuerdo con la especie y la


temperatura del mar. Una vez que el macho libera a los recién nacidos, no les
ofrece ningún cuidado adicional ni estas regresan de nuevo a la bolsa. Las crías
miden máximo once milímetros de largo.

AMENAZAS PARA EL CABALLITO DE MAR


En los últimos años, el caballito de mar se encuentra amenazado debido a la
sobrepesca y a la destrucción de su hábitat. De igual forma, el tráfico de este
animal disecado y su uso para fines medicinales como la herbolaria china,
ponen en riesgo su futura existencia. Cada año mueren hasta 20 millones de
hipocampos destinados a esos comercios.

Se ha intentado criarlos en cautiverio pero es muy complicado, ya que son muy


susceptibles a las enfermedades.

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