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1830
Estudio preliminar
Sumario: 1. Ubicación. 2. El verso de propaganda política. 3. Un momento de la historia argentina: de
agosto a octubre de 1830. 4. Periodismo, periódicos e imprentas de la época. 5. El Torito de los
Muchachos: una rareza hemerográfica. 6. Luis Pérez y Juancho Barriales. El autor y sus máscaras. 7.
Observaciones sobre los textos de El Torito de los Muchachos.
Ubicación
Si lo consideramos de acuerdo con su intención inicial -como producción periodística de un supuesto gaucho
«metido a gacetero»- El Torito de los Muchachos constituye una muestra más de ese fenómeno
característico de la expresión rioplatense que es el verso «gauchesco» de propaganda política. Por ello su
presentación en nuestra época no puede eludir un estudio preliminar en el que se consideren en sus plurales
dimensiones los dos términos de esa fórmula de tan vasta repercusión en la cultura de esta parte de América:
por una parte lo relativo a su condición de «verso gauchesco» y por otra lo atinente a su función de
«propaganda política».
Sin embargo, la revisión de la colección completa del periódico nos muestra que, con frecuencia cada vez
mayor a medida que avanzamos en ella, aparecen también en El Torito de los Muchachos composiciones
que se alejan completamente de las características de lo «gauchesco» e incluso de lo «popular», como que
son generalmente sátiras donde se atribuyen a personas de extracción urbana -de conocida ilustración
muchas de ellas- y, en otros casos, a extranjeros, cartas, remitidos, testamentos, etc. Por esta razón debemos
distinguir, además, en el contenido de El Torito de los Muchachos, esas piezas no gauchescas que,
funcionalmente, buscaban los mismos fines que las supuestamente escritas por gauchos: la exaltación de la
causa federal «neta» y el descrédito de todo lo que le fuera contrario.
Esta pluralidad de voces y entonaciones que advertimos en las páginas de El Torito de los Muchachos nos
obliga a reiterar aquí una aserción que hemos esbozado en otra parte1 y a cuyo análisis pensamos destinar
algunas páginas futuras: la génesis de la «poesía gauchesca» está mucho más cerca del teatro que del libro.
Y otra cosa aún: en sus comienzos, los personajes «gauchos», reconocibles por su habla «campestre»,
diferenciada de la urbana, entablaban diálogos, dirigían o escuchaban «relaciones», enviaban cartas y postas,
en resumen, compartían situaciones con otros personajes de también diferenciada expresión lingüística:
portugueses (americanos o peninsulares), «gallegos» (es decir, españoles de cualquier región), «gringos» (o
sea europeos en general, no ibéricos), «cajetillas» urbanos, clérigos con sus latines y negros con su jerga
característica. Es que tanto era el teatro «espejo de la vida», según rezaba el lema de la Casa de Comedias,
como, a la inversa, la vida misma de los habitantes del Río de la Plata era teatro colorido y permanente de
una mezcla de razas y de culturas que no llegaría a ser combinación sino tras haber pasado por el fuego de
muchas luchas no siempre incruentas, lamentablemente.
El carácter teatral del periodismo satírico fue admitido y confeso ya hacia 1822 por el padre Francisco de
Paula Castañeda y bien lo advierte su biógrafo Arturo Capdevila cuando dice: «Así fue como levantó
finalmente Castañeda, a la faz de Buenos Aires, el teatro de su periodismo en llamas; verdadero teatro,
según él mismo acabó por entenderlo el día que sus periódicos llegaron a seis y lo dijo de este modo: 'Los
seis periódicos componen un poema épico, por consiguiente son periódicos de otro orden. O más bien diré
que son un poema de nueva invención, o una comedia en forma de periódicos'»2.
En la época de El Torito de los Muchachos, el periodismo de combate, tanto federal como unitario, recogió
íntegra la tradición «gauchi-zumbona» ya patente en El amor de la estanciera3 y consagrada por Bartolomé
Hidalgo en sus diálogos y relaciones, le agregó la vehemencia política del padre Castañeda y lo adornó con
la colorida presencia de cuanto tipo humano y socio-cultural pisaba las márgenes del Plata. Así surgió esa
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producción desordenada e hiriente pero plena de fuerza testimonial, -X- de la cual El Torito de los
Muchachos es una buena muestra. Por otra parte, es oportuno recordar, como lo hace Raúl H. Castagnino 4,
que en la época del Directorio de Pueyrredón se había fundado en Buenos Aires la Sociedad del Buen Gusto
en el Teatro, entidad destinada oficialmente a fomentar la creación dramática bajo el lema: «El teatro es
instrumento de gobierno».
Dicho ya que, a nuestro parecer, la «literatura gauchesca» nació como expresión caracterizadora de uno de
los «tipos» que actuaban en esa especie de «comedia del arte» rioplatense (cuya escena era la calle y cuyos
«papeles» eran distribuidos por el periodismo de la época), y dicho también que, en el caso deEl Torito de
los Muchachos, no importa tanto en cantidad y calidad lo estilísticamente gauchesco como el carácter
funcional de elemento de propaganda política que ello tenía, no es ocioso acotar ahora una corta referencia a
los antecedentes del verso de propaganda política en la literatura popular rioplatense anterior a 1830.
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Independientemente de su connotación política, la figura del Torito ha seguido siendo uno de los símbolos
de la bravura orillera de Buenos Aires y acaso por eso Bartolomé Mitre, ya octogenario, escribió la letra de
un tango así titulado, El Torito21.
El Torito de los Muchachos constituye hoy una rareza hemerográfica. Se encuentran referencias a él en
todas las obras históricas sobre periodismo argentino ya citadas y en otras donde se ha considerado
especialmente la obra y la personalidad del autor a quien unánimemente se atribuye.
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Según Zinny26, «la casa de Pérez fue en 1833 el punto de reunión donde se preparó la revolución de los
Restauradores, el 11 de octubre. Tenía pagados cuatro correos que circulaban por la campaña sus periódicos,
los que contribuyeron no poco en los progresos de la causa, especialmente en San Nicolás de los Arroyos,
por medio del coronel don Agustín Rabelo y teniente coronel don Facundo Borda».
Su existencia fue azarosa. Luchó a brazo partido contra los unitarios y contra los federales. Su única
sujeción fue la que tributaba a Juan Manuel de Rosas. Pese a ello, durante el gobierno del Restaurador de las
Leyes fue encarcelado dos veces: una en 1831 a raíz de un artículo publicado en El Toro de Once, situación
en que fue socorrido con dinero por medio de una suscripción en la que figuraron las personalidades más
notables del periodismo de la época y del Partido Federal y de la que fue liberado gracias a la intervención
personal de Rosas; y otra en 1834, en que sostuvo una violenta polémica con Pedro de Angelis, entonces
editor de El Monitor, y se presentó luego ante la justicia para acusar al ministro Manuel José García de
haberlo agraviado. En este último caso se trata de lo ocurrido en la sesión de la Sala de Representantes del
17 de marzo de 1834, en que el ministro García «descendió a manifestar» que acababa de aparecer un
periódico sedicioso que el gobierno temía, no por lo que era, sino por las consecuencias que traía
necesariamente aparejadas. Se refería a El Gaucho Restaurador de Luis Pérez, y en la misma sesión de la
Junta presentó un proyecto de «artículos adicionales a la ley del 8 de mayo de 1828 que rige
provisionalmente la libertad de imprenta, hasta la sanción de la ley permanente». Allí se impedía utilizar la
sátira referida a los ciudadanos y autoridades por considerarla «chabacana», es decir, se silenciaba la manera
espontánea de expresión de este singular periodista que era Luis Pérez.
Los artículos aparecidos en La Gaceta Mercantil acerca de esta querella, durante varios días a partir del 19
de marzo, son interesantísimos. Pérez -no cabe duda de que de él se trata- firma dos de ellos Un gaucho y
anuncia que va «a escribir una Petipieza (porque también los gauchos entendemos de Petipiezas) titulada No
la hagas y no la temas, y el que no tiene cola de paja no teme que se le queme»27. Hay también una carta al
editor de La Gaceta firmada por Agustín Garrigós, quien, tras señalar que no tiene nada que ver con El
Gaucho Restaurador, defiende la libertad de expresión y el libre uso de la sátira: «El que tenga la habilidad
para hacer uso de la sátira hará bien en emplearla, siempre que respete la decencia y la ley del país».
Con todo Pérez debió abandonar su sátira y su último periódico. El n.º 7 de El Gaucho Restaurador es sólo
una hoja titulada Despedida del Editor del Gaucho Restaurador, Buenos Aires, jueves 3 de abril de 183428.
Según datos aportados por Rodríguez Molas, el 21 de abril Luis Pérez había vuelto a visitar las celdas de la
prisión de Buenos Aires. A partir de esa fecha, los datos que poseemos sobre Pérez fueron hallados por Soler
Cañas en periódicos de 1843 a 1844. Según ellos un Luis Pérez -que cree el mismo objeto de su estudio- se
había establecido en 1843 con un negocio cuya naturaleza exacta no resulta clara, aunque por el texto de los
avisos que toma El Diario de la Tarde, parece ser que por lo menos se dedicaba a la venta de impresos.
Posiblemente fue también autor de un folleto titulado Clamor Argentino [...] firmado por Un Federal.
Tiempo después, Luis Pérez aparece al frente de un denominado Escritorio Mercantil, cuyas mudanzas
registran los avisos hasta que por fin se instala en «un local cómodo y aparente; tal es la casa n.º 41 calle de
la Catedral, altos del Sr. Escalada, situada en la misma cuadra de la casa de Moneda última escalera antes de
llegar a la esquina que hace frente al café de la Armonía, conocido por el de Catalanes. Allí se lo encontrará
a toda hora del día hasta las 9 de la noche y en su defecto una persona encargada de recibir órdenes».
Luis Pérez fue, en general, muy maltratado por sus contemporáneos, no tanto por sus opositores políticos, en
quienes no hemos hallado hasta ahora referencias directas a él, como, lo que es curioso, por sus mismos
correligionarios. Cavia, de Angelis, el comisario Larrea, el ministro García, no tienen reparos en expresarse
respecto de él con desconsideración o con franco desprecio. «Este infeliz hombre», lo llama Larrea, y
motiva esta notable respuesta de Pérez: «la infelicidad que sólo proviene de disfavor de la fortuna nunca fue
un crimen»29. Orador de taberna, hombre perverso, hombre malvado, hombre nacido para la ruina y
perdición del país, hombre miserable, vulgar y coplero, le llamó el ministro Manuel J. García, según
Antonio Zinny, quien acota: «Parece que Pérez fue incitado por Rosas a dirigir sus ataques al ministro
García, a quien siempre odió éste, hasta el punto de vejarle haciéndole cargar un fusil a una muy avanzada
edad, cuya circunstancia abrevió sus días»30.
Pese a todo ello, es indudable que Pérez no era ni iletrado ni necio. Era, sí, incisivo y peligroso para todo
aquel que no fuera Rosas mismo. Respecto de este último fue, en cambio, consecuente. Posesionado de las
intenciones del Restaurador, parecía ver por sus ojos, oír por sus oídos, decir por su boca; por ello en sus
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versos se prefiguran muchas veces resoluciones que sólo tiempo después fueron hechas públicas por el
gobierno.
No nos parece, sin embargo, que Pérez buscara primordialmente, con su actitud, recompensa económica.
Así, por ejemplo, cuando el 22 de febrero de 1834 el general Mansilla, a la sazón Jefe de Policía, lo nombró
veedor de calles y caminos, con un sueldo de 150 pesos mensuales, con miras a que hiciera cumplir luego en
ese aspecto el Reglamento de Policía que se publicaría en marzo del mismo año, y Pérez no lo acepta porque
lo consideraba poco «por los servicios prestados a la causa federal», no parece haber tras esa negativa tanto
de interés pecuniario como de resentimiento afectivo.
La posteridad le brinda ahora, con juicio que el tiempo ha serenado, un homenaje que él no esperaba ni
deseaba, seguramente, pues, aplacada la circunstancial contienda política, queda Luis Pérez junto a sus
opositores, Juan Gualberto Godoy e Hilario Ascasubi, como un autor insoslayable en los estudios de la
expresión literaria rioplatense de la primera mitad del siglo XIX.
Si el padre Castañeda fue capaz de crear innumerables fantasmas que hablaran por él, Luis Pérez, como más
tarde Ascasubi, no se quedó a la zaga en ese aspecto. Pancho Lugares Contreras (llamado a veces Contreras
solamente), Juana Contreras, Pedro Lugares, Chano, Panta el nutriero, Chanonga, Sor. Chuta Gestos, Antuco
Gramajo, Ticucha, Don Cunino, Don Alifonso, Jacinto Lugares, Chingolo, Juancho Barriales, Lucho
Olivares, entre los blancos, Catalina, el tío Juan, Franchico, Juana y Pedro José, Juana Peña, entre los
negros, son algunas de las máscaras usadas por Pérez en su teatro periodístico31.
La mención de Juancho Barriales, el supuesto autor de El Torito de los Muchachos, domador «metido a
escribinista», presenta un interés especial por haber terminado su trayectoria literaria en este periódico y
haber vuelto a surgir, años después, en versos que han motivado ya páginas a importantes investigadores de
la poesía gauchesca.
Efectivamente, el Juan Barriales que firmaba en 1859 Un cielito ateruterado dirigido a Aniceto el
Gallipavo y El cielito de la luz dedicado al Ejército que va a invadir Güenos Aires, ambas composiciones
publicadas en el diario El Uruguay, de Concepción del Uruguay, ha dado pie a diversas hipótesis en cuanto a
qué persona se escondía bajo esa máscara dejada por Luis Pérez casi treinta años atrás. El primer cielito era
una réplica al Cielito del terutero de Aniceto el Gallo, publicado por Hilario Ascasubi el 11 de abril de ese
año en El Nacional, que comenzaba: «Con que el tremendo Don Justo / ha dao término a la tregua / y por fin
montao en yegua / viene a matarnos de un susto?». Con referencia a esta composición, y después de otras
consideraciones, expresa Aniceto: «Después, a la cuenta mis versos llegaron a Gualeguaychú aonde se
agravió por ellos cierto Cantimpla llamao Virotica, quien, de tapao bajo el poncho de un imaginao Barriales,
me trucó a desvergüenzas; pero luego supe que allá en Entre Ríos no había tal chimango coplero llamao
Barriales, sino el mesmo Virotica, secretario y tiernísimo yerno del Diretudo, a quien no se le despega
bailándole de pelao, o el pelao, que es idéntico a la gezuza». Sigue después su Retruco a Virotica32.
Así pues, el Juan Barriales del Cielito ateruterado ha sido identificado por Ascasubi como Benjamín
Victorica, yerno de Urquiza, pues estaba casado con su hija Ana, y colaborador en diversos periódicos
entrerrianos de la época. En cuanto al Juan Barriales de El cielito de la luz, bien podría ser el mismo
Victorica, aunque sin otras pruebas nunca es posible descartar de plano que su máscara no haya sido
adoptada por algún otro cultor del verso gauchipolítico33.
De todas maneras importa destacar, aunque el punto quede para desarrollarse en otra ocasión, la condición
receptiva y expansiva de personajes generadores de ciclos que tuvo la obra de Luis Pérez. Receptiva porque
supo aprovechar los viejos apellidos elegidos por Hidalgo para ubicarlos, a veces con nombres distintos, en
diversos papeles de su mutante escena, y lo mismo hizo con doña María Retazos, la heroína del padre
Castañeda. Expansiva porque dio lugar a otros prototipos, como Chanonga y especialmente Juancho
Barriales, que perduraron durante décadas en el recuerdo de las generaciones argentinas.
Es posible que no todo lo publicado por Luis Pérez en El Torito de los Muchachos haya surgido de su
pluma; sin embargo no queda constancia que permita identificar a sus colaboradores.
Respecto de esto constituye una curiosidad la hipótesis formulada por Carlos Correa Luna en su artículo
titulado Versos de Rosas34, donde atribuye al mismo don Juan Manuel unos versos cuyo estribillo es: «Viva
el señor Lavalle / en la boca de un cañón».
Si bien no es aún probable que Rosas haya aportado material poético al periódico, sí es evidente la muy
estrecha relación existente entre el Restaurador y su familia, en especial su esposa y su madre, con el editor
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de El Torito, lo que se deduce de las muchas composiciones dedicadas al uso de divisas entre las mujeres y
también de la inquina contra personajes de importancia secundaria históricamente, pero que habían afectado
en forma directa a su familia, como es el caso del comisario Piedracueva.
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