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Adolfo Colombres
ISBN 978-987-693-799-3
Obra de tapa: autor anónimo, siglo xviii, óleo sobre madera que repro-
duce la imagen del Inca Manco Capac.
Dibujos interiores: Felipe Guamán Poma de Ayala, Nueva corónica y
buen gobierno (1615).
La imagen de la p. 137 es un tapiz de Carlos Luis “Pajita” García Bes.
Diseño de tapa: Andrea Hamid
Corrección: Alejandra Teijido
Diagramación y armado: Mateo Missio
Diseño, coordinación y producción editorial: Andrea Hamid
—Puede cambiarse en ese baño —le indicó el guía con pulcra afabili-
dad, tras alcanzarle un saco de minero y botas de goma.
Santiago observó en derredor. Una pareja de suizos, ambos albinos
y menudos, y un alemán entrado en años, pero alto y corpulento, que
acababan de mencionar su nacionalidad en un castellano defectuoso,
discurrían con un ingeniero de la empresa en torno a un escritorio. Ya
listos, aguardaban el momento de partir. Su atención recayó en una mu-
jer joven, parada junto a la ventana, que enarcaba las cejas en un aire
introvertido. No tardó empero en advertir que la espiaba, y torció sus
gruesos labios en una sonrisa que hubiera pasado por sardónica si no
viniera contrarrestada por la vivacidad de sus ojos, más audaces que
misteriosos.
—Ya sé, sos argentino —se regocijó—. Andan por todos lados; cómo
escapar.
—Por el tono, veo que sos de Buenos Aires.
—Sí, de cabo a rabo.
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—Cuidado, que te vas a sacar la cabeza —le advirtió María del Carmen.
Recién cobró plena conciencia de que marchaban de nuevo por un
tortuoso socavón.
—¿Dónde está la enfermería? —interrogó al guía.
—Cerquita nomás. ¿Quiere entrar?
—Sí, me gustaría. Como soy médico…
—Pues vamos allá.
Poco tiempo después, este empujaba una puerta y se hacía a un cos-
tado para que pasaran. Santiago fue el primero. Un hombre de baja es-
tatura y delantal blanco dejó una revista que había estado leyendo y vino a
darle la mano. Se fueron ubicando en pequeñas sillas colocadas contra la
pared. El recinto era estrecho y contaba con pocos elementos, por tratarse
de un puesto de urgencia. Afuera esperaba siempre una ambulancia, por
cualquier accidente o cuadro agudo. El enfermero respondía con amabi-
lidad las preguntas que le formulaban. Santiago encendió un cigarrillo;
estaba agotado. María del Carmen conducía ahora la conversación. Espi-
ró el humo hacia arriba, relajándose. Concentró la mirada en una vitrina
repleta de gasas, algodones y medicamentos.
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