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Reyna (2015) define el proceso inmediato como “un proceso especial distinto al
proceso común, se trata de un proceso que tiene por finalidad la simplificación y
aceleración de las etapas del proceso común, y está previsto para aquellos casos
en los que no requiere de mayor investigación para que el fiscal logre su
convicción respecto a un caso en concreto y formule acusación” Por otro lado,
Arbulú (2015) afirma que el proceso inmediato “Es un proceso penal especial de
simplificación procesal que se fundamenta en la Potestad del Estado de
organizar la respuesta del sistema penal con criterios de racionalidad y eficiencia
en los casos que no se requieren mayores actos de investigación.”
Aunque la finalidad del proceso inmediato como proceso especial sea dar pronta
solución a los conflictos penales cuando no es necesaria una prolongada o compleja
investigación, este proceso genera ciertas críticas y rechazo, como la de Mendoza
(2017), cuando señala que “El proceso inmediato no es el remedio para combatir la
inseguridad ciudadana, pues en realidad opera más como un distractor que como
una solución real, estos es, constituye una respuesta efectista del Estado, en un
contexto de lucha aparente contra la criminalidad; por la necesidad de aplacar la sed
de punición de un colectivo anómico atizada mediáticamente por la promoción del
miedo. El proceso inmediato reformado por su respuesta célere solo genera una
aparente respuesta a los problemas de percepción de inseguridad ciudadana.”
Lo expuesto, por el autor, no esta lejos de la realidad, ya que es hasta cierto punto
verdad, que lo que se buscó con el cambio de este proceso fue dar una respuesta
al problema de la gran carga procesal, buscándose la creciente descarga procesal
por el aceleramiento de plazos; de ahí que puedan surgir diversos cuestionamientos,
los cuales no impiden ver en el fondo la importancia del proceso inmediato como
proceso especial.