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7 - Subjetividad y escuela
Silvia Schlemenson
Esta es una imposición social a la que se ven sometidos todos los niños en edad
escolar, pues la inscripción en la escuela no es voluntaria en ningún país del
mundo, sino obligatoria en todos.
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Cuando su madre se ausenta, la fuerza de dicha relación impone la existencia y la
búsqueda de algún otro sujeto u objeto consonante con los atributos
fundamentales de su madre, que facilite la reedición de los placeres habidos.
Nadie corno ella volverá a ofrecer la tibieza y el atractivo imaginario de aquel
primer encuentro.
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Cuando el niño concurre a la escuela, las cosas son distintas que en su casa. Las
cosas cambian. Sin embargo, las formas de ser, los placeres y deseos
tempranamente acuñados permanecen. El espacio familiar continúa durante toda
la vida como el referente identificatorio a partir del cual las modificaciones se
producen.
Una oyente de un programa para docentes decía, al hacer referencia a los límites
que los niños le imponían a su trabajo: «es una lástima que los chicos lleguen a la
escuela ya marcados», como si la marca fuera el límite de lo inmodificable.
El reconocimiento del lugar y la vigencia que adquiere el encuentro con «los otros»
es tal vez el eje que posibilita el acceso al aprendizaje significativo, al aprendizaje
atravesado por la subjetividad y no incluido a la enciclopédica incorporación de
conocimientos que las computadoras prometen. Se trataría entonces de
enriquecer y dinamizar los objetivos curriculares con la construcción de espacios
subjetivamente significativos en los que la relación con el semejante se estructure
como una preocupación pedagógica.
Interesarse por el lugar del semejante es activar la relación entre los niños,
estimular la participación, potenciar la diferencia, atender a la forma en que se
construyen y se constituyen los conocimientos entre los sujetos ya la modalidad
particular de aprender de cada uno de los miembros en relación con cada uno de
los otros.
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Este nuevo espacio en constitución que incide y atraviesa la subjetividad, no lo
representa la institución en su conjunto sino el pequeño grupo al que el niño
pertenece, el del grado al que concurre.
¿Por qué considero que el pequeño grupo del grado es lugar de completamiento,
transformación y constitución de la subjetividad? Porque es en el grado en el que
se juega y presentifica para el niño la existencia de otros códigos y pareceres
semejantes y al mismo tiempo diferentes a los familiarmente conocidos.
Simultáneamente novedosos y atractivos. En este pequeño grupo es donde se
juegan gran parte de las pasiones de la infancia. El grado al que concurre
representa para el niño un espacio de alta significación subjetiva. Se estructura en
su interior un nuevo espacio posicional. Se constituye el triángulo de la
intersubjetividad.
¿Quién es el maestro para el niño y por qué atraviesa y sujeta aspectos básicos
de la subjetividad del mismo?
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condición misma de maestro, éste es representante del capital cultural y
reconocido en su lugar de interdictor, de juez: conoce lo que desea enseñar,
domina los contenidos cuniculares, pero, por sobre todas las cosas, coordina y
aproxima los encuentros entre sus alumnos de intercambio de saberes, pareceres
y deseos. Legitima la diferencia, da lugar al enriquecimiento psíquico, el que se
promueve en la medida en que el adulto logra colocarse en el lugar de referente
de alteridad: él no es igual a sus alumnos, es representante del capital cultural,
tiene como función la recuperación de saberes.
Para que la palabra del maestro actúe como activador del intercambio de
subjetividades es necesario que antes de hablar, intervenir y ordenar, escuche
equitativamente y en forma diferencial a cada uno de los niños a su cargo. Los
niños esperan siempre las palabras de sus maestros, pero son pocas las
oportunidades en las que el maestro interpreta aquello que los niños esperan.
Para poder decir aquello que los niños esperan, el docente tendría que
incrementar su capacidad de escucha. El silencio promueve la imposición de una
palabra única vacía, ligada a la muerte. «La escucha» en cambio, favorece el
posicionamiento del niño, oferta la diversidad de lo posible.
Dejar hablar, escuchar a todos y a cada uno, parece fácil, pero es tal vez una de
las tareas más agotadoras en el desempeño de la función docente. Dicho esfuerzo
implica un compromiso pedagógico y didáctico del maestro, ya que sólo a través
de la escucha logrará reconocer y diferenciar las necesidades y expectativas de
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sus alumnos, lo que le permitirá alcanzar significativamente sus propuestas de
desarrollo curricular.
La escuela se ofrece entonces como una segunda oportunidad para alcanzar una
enunciación autónoma de parte de cada uno de los niños del grado, que produce
en ellos modificaciones de amplia incidencia subjetiva y genera un espacio
potencial de transformaciones individuales. La recuperación y potenciación de la
subjetividad en el interior de la institución escolar no se consigue por la
constitución de un espíritu de grupo, como muchos podrían considerar, sino por el
reconocimiento y delineamiento del lugar del otro como semejante, como diferente
y producto de la interrelación entre el niño, el adulto y los compañeros del grado.