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María Mercedes Álvarez Pérez

Camino de
Auschwitz
EDITH STEIN
Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

ÍNDICE con enlaces


Camino de Auschwitz

1. La mimada de la casa

2. El regalo más deseado

3. Una pelea entre borrachos

4. Una crisis y un cambio de aires

5. El trébol de cinco hojas

6. El tío David

7. Por fin, la universidad

8. Un descubrimiento

9. Presentimientos

10. Un amor secreto

11. Resolver un problema

12. Momentos desesperados

13. Tiempos de guerra

14. Un reto fascinante

15. La muerte abre una puerta

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16. Adiós a Husserl

17. «¡Esto es la verdad!»

18. «Mamá, soy católica»

19. Junto a los pobres

20. Edith se hace famosa

21. Hitler en el poder

22. Comienza su vía crucis

23. La triste despedida

24. La vida en Colonia

25. Edith se viste de novia

26. Trabajando en su obra maestra

27. La muerte de su madre

28. La «noche de los cristales rotos»

29. Huida a Holanda

30. Prisionera de la Gestapo

31. Destino: Auschwitz

32. Un día de alegría

Edith Stein: Cronología

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Notas

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A mi padre,
Miguel Álvarez,
por sus buenos consejos
en la elaboración de
esta biografía.

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1. La mimada de la casa

Empiezan a sentirse los primeros fríos del otoño en la


industriosa localidad de Bresláu [1], que en tiempos de nuestra
historia pertenece a Prusia, al este del Imperio alemán.

Es un singular 12 de octubre de 1891, en que los Stein celebran


un día de doble fiesta: la solemnidad judía de la expiación [2]...
y el nacimiento de la más pequeña de la familia.

Todos hablan a la vez:

–¡Qué bonita es!

–Dejádmela coger...

–No, que está durmiendo.

–¿Qué nombre le vamos a poner?

–Edith. Se va a llamar Edith.

Edith Stein Courant es la menor de once hermanos, de los cuales


sólo viven siete. Los seis mayores –Pablo, Elsa, Arnoldo,
Federica, Rosa y Ernestina– se arremolinan en torno a la cama
de la madre, Augusta Courant, que mira a la recién nacida y al
resto de los chicos con una cansada sonrisa. Enseguida, son
empujados suavemente fuera del pequeño dormitorio.

La casa está llena de gente, aunque hace pocos meses que los
Stein han tenido que dejar su pueblo polaco de Lublinitz, en la
alta Silesia, porque el negocio maderero familiar no iba bien. En

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esta nueva ciudad de Bresláu había mejores oportunidades,


gracias a su industria metalúrgica, favorecida por su puerto
fluvial sobre el Oder.

La familia Stein es de raza y religión judía. Los judíos, que no


poseían aún estado propio [3], estaban entonces diseminados
entre Estados Unidos y Europa, particularmente en los países
centrales del viejo continente. Son ciudadanos pacíficos e
integrados, pero viven de forma separada de los demás, a causa
de su religión y sus costumbres.

La sinagoga de Bresláu ha acogido a los Stein con cariño. Pero


¡cuánto les ha costado dejar su tierra natal y a los queridos
parientes! Echan de menos al abuelo, cantor y director de los
rezos de la familia, y a la bisabuela –ya fallecida– que, mientras
encendía las velas del candelabro ritual ante la mirada atenta de
los niños, rezaba:

–Señor, no nos envíes demasiado, sino sólo lo que podamos


sobrellevar.

El padre, Siegfried Stein, conversa ahora fumando su larga pipa


en el comedor, con los amigos y vecinos que han acudido a
felicitarle.

La señora Stein aprieta con ternura a su pequeña. Piensa si Dios


se llevará también a esta preciosa niña, porque ya ha sufrido la
pérdida de cuatro de sus hijos, que murieron muy pequeños.
Pero intuye que esta niña, nacida en día tan señalado, en el que
el rabino ofrece un solemne sacrificio anual por los pecados del
pueblo y éste ayuna con severidad, va a estar especialmente
unida a ella.

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Pasa el tiempo, y parece que las cosas no van del todo mal en la
familia. Edith se va criando muy sana entre los mimos de sus
padres y de sus hermanos.

Un día caluroso de verano los niños están jugando cerca del


bosque, no lejos de la casa. Todo está tranquilo. Rosa entretiene
a la pequeña Edith que, con casi dos años, ya corretea con
bastante soltura. Elsa, la hermana mayor, está ayudando a su
madre en las tareas de la casa. De pronto, llega un carro
conducido por uno de los jefes de la sinagoga y entra en la casa
toda prisa.

–Augusta, vengo a comunicarte una gran calamidad: tu marido


ha sido encontrado muerto...

–¿Cómo?, ¿qué ha pasado?, ¿dónde está? –grita la señora Stein,


que se pone lívida.

–Lo traerán al caer la tarde. No hemos podido hacer nada.

El señor Stein, que estaba fuera de la ciudad, ha muerto a causa


de una fulminante insolación, mientras seleccionaba la madera
de los árboles del bosque.

La muerte, para los judíos, es siempre especialmente traumática


y dolorosa, pues creen que las desgracias son consecuencia del
abandono de Dios, de Yavhé. Por eso hacen un largo duelo y las
lamentaciones y llantos duran muchos días.

Tras los ocho días de luto prescritos por la ley, la señora Stein,
que ya siempre vestirá de negro, se encuentra de pronto lejos de
su ciudad natal, con siete hijos y un negocio que no da casi
ingresos. A causa de su viudez y soledad, Augusta se une más a

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Edith, por la que siente una especial debilidad, pues se parece


mucho a su marido muerto. La pequeña huérfana apenas ha
conocido a su padre.

Los parientes le aconsejan que abandone esa actividad llena de


deudas y que transforme su casa en una pensión. Pero ella
decide mantener el negocio e ir introduciendo a los chicos
varones en diversas tareas del oficio. Alquila un local junto a la
pequeña vivienda para ubicar el almacén de maderas.

En los años de finales del XIX, la industria naval alemana está


en alza, propiciada por la política imperialista del Kaiser
Guillermo II, que fomenta el comercio exterior como vía para
aumentar su poder económico y político. Todo ello, acaba
favoreciendo el negocio maderero familiar.

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2. El regalo más deseado

Edith va siendo educada por su madre con mucho cariño, pero


con firmeza. Pasan los años y va destacando en la niña un fuerte
carácter, que contrasta con sus rasgos dulces y agradables:
grandes ojos grises y vivaces, piel muy blanca y cabello liso y
castaño. Tiene un simpático hoyuelo en la barbilla. Es muy
delgada, con cierta tendencia a pillar resfriados durante los
crudos inviernos prusianos.

Con sólo tres o cuatro años, su madre debe reñirla con cierta
frecuencia, a lo que la niña responde con terribles rabietas y
cabezonadas. Augusta pasa poco tiempo en casa por el exceso
de trabajo y Elsa, la mayor, que tiene unos diecinueve años,
hace un poco de madre de Edith y Erna, las dos pequeñas, que,
como sólo se llevan quince meses, se han hecho inseparables.
Erna secunda todas las ocurrencias de su hermanita.

Un día, el de la preparación de la Pascua, previo a la gran fiesta


anual, el Sabbat más importante del año judío, Edith propone:

–Vamos a ver qué hay preparado en la despensa para la fiesta.

–Mamá nos tiene prohibido entrar...

–¡Venga, que no se va a enterar!

Se cuelan en una pequeña habitación adyacente a la amplia


cocina, la fresquera, donde se almacenan los alimentos y las
hortalizas y frutas. Pero Elsa las sorprende probando algunos
dulces recién horneados por ella misma.

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Las niñas son castigadas. Su hermana las encierra en una


habitación oscura hasta el momento de la cena familiar. Erna
llora sentada en un rincón, pero Edith golpea con sus puños la
puerta hasta que ésta casi se viene abajo y acaba con los nervios
de todos.

En otra ocasión, a principios del verano, los hermanos mayores


van a reunirse en el campo con otros chicos y chicas del barrio,
pero a Edith no le permiten ir porque aún es muy pequeña.
Disfruta mucho estando con los mayores y entrometiéndose en
las conversaciones. Ha estado todo el día tratando de convencer
a sus hermanos para que «cuiden» de ella, con argumentos de
todo tipo. Cuando ve que no puede conseguir nada, se deshace
en lágrimas y en lamentos bastante ruidosos. Todos están hartos
de sus rabietas y terminan por llevársela con ellos con tal de no
oírla.

Es muy curiosa y todo lo pregunta. Le encanta pasear por la


zona antigua de Bresláu, corretear por su gran plaza cuadrada,
contemplar el puerto fluvial, y que le expliquen el porqué de un
monumento, de una placa conmemorativa o de las obras de
expansión de la ciudad.

Un día dice a su hermana Elsa, que ha estudiado para maestra:

–Enséñame a leer, por favor. Así leeré las cosas yo sola, y no os


molestaré tanto...

–Pero si irás muy pronto a la escuela...

–¡Pero no quiero esperar...! Anda, enséñame tú y me portaré


bien.

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Con su despierta inteligencia y su afán por saber, Edith aprende


enseguida. Su memoria retiene poesías muy largas, que lee ya
sin dificultad en los libros de sus hermanos. Y no le importa
nada recitar algunas a los vecinos que visitan a su madre. Al
revés: le complace mucho recibir halagos por su talento.

Erna ha comenzado ya la escuela, pero Edith aún no puede


asistir. De nuevo sus gritos desesperan a la familia. La inscriben
entonces en la guardería, pero ella se niega en redondo a ir con
los párvulos. Cada mañana es una pesadilla arrastrarla a un lugar
que, según ella, «es para bebés». A veces tienen que convencerla
con chucherías para que se conforme, como el gran cucurucho
de deliciosas ciruelas que le compró un día una tía suya.

Se acerca su sexto cumpleaños. Suele recibir bonitos regalos de


sus vecinos y de su familia, pero esta vez anda un poco
cabizbaja y nadie sabe qué le pasa.

–Edith, ¿no estás contenta? Dentro de una semana es tu


cumpleaños –le dice su madre.

–Es que no sé si me vais a regalar lo que quiero.

–Dínoslo, y veremos.

–Pues... lo que más deseo es ir a la escuela grande.

–Pero Edith –dice su madre–, ¿no sabes que eres pequeña aún?
¡Es imposible!

–Entonces –replica la niña enfurruñada–, no quiero que me


hagáis otros regalos, porque nada me haría tanta ilusión.

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Quedan un par de días, y ella sigue insistiendo en ir a la escuela,


rehusando otros regalos. Cuando le preguntan qué es lo que
desea, comenta siempre con firmeza:

–¡Lo único que quiero es ir a la escuela de mayores!

Su hermana Elsa es maestra de la Escuela Vitoria, un centro


educativo estatal protestante, y por fin consigue que admitan a
su hermanita, a pesar de que el curso está empezado y no tiene
aún los años reglamentarios.

Cuando se lo comunican, la alegría de Edith es inmensa.

La Escuela Victoria es un antiguo palacete que domina la plaza


principal de Bresláu. Cada vez que pasa con su madre por la
plaza, mira intensamente el edificio gótico, imaginándose el
interior lleno del alegre bullicio de las alumnas, los pupitres, los
libros, los encerados... Le gusta también sonsacar a su hermana,
cuando llega a casa, detalles y anécdotas ocurridas ese día en la
escuela.

Por eso, el primer día de clase es para Edith como un día de


fiesta. Además, el severo director de la escuela, a quien le ha
hecho gracia el tesón de Edith, le regala una cajita de pastillas de
chocolate.

En poco tiempo se pone a la altura, y aún supera, a sus


compañeros.

–¿Qué tal en la escuela? –le preguntan con frecuencia sus


hermanos mayores.

–Estoy muy, muy contenta –responde–. Allí me toman en serio.


¡No como vosotros, que pensáis que sigo siendo pequeña!

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Sus hermanos, para meterse con ella, la llaman la lista Edith. Y


a ella le da mucha rabia.

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3. Una pelea entre borrachos

Edith es muy sensible hacia todo lo desagradable. No consiente


que se maltrate a nadie, ni al más pequeño animal.

Un suceso que le ocurre la marca profundamente en esos años e,


incluso, para toda su vida.

Un día, regresa de la escuela a casa y en una de las calles se topa


de repente con una pelea entre borrachos, en la que oye
blasfemias y palabras soeces. Muchos que pasan por allí se ríen
de ellos. Han sacado unos cuchillos y ve cómo corre la sangre.
Edith se apresura hacia su casa por otro camino en medio de un
gran nerviosismo. Llega con un ataque de fiebre y se tiene que
acostar.

No cuenta apenas el suceso ni su conmoción y esa noche no


puede dormir. En el silencio y la oscuridad de su cuarto pondera
las consecuencias del hecho: aquellos hombres eran como
bestias, habían perdido su dignidad humana. ¡Qué importante
era dominarse, no dejarse llevar por la ira, sujetar a voluntad los
propios sentimientos e instintos! Decide desde aquella noche
conseguir el autodominio como expresión de libertad, ser dueña
de sí misma. Le resultaría difícil, pero lo haría. También se hace
el propósito de no probar nunca una gota de alcohol.

En otra ocasión la llevan al teatro. La obra es María Estuardo,


de Schiller. La historia de la desgraciada reina católica escocesa,
a quien Isabel I de Inglaterra cortó la cabeza, conmociona tanto
a Edith que le da fiebre alta en el mismo teatro y tienen que
llevársela a casa, casi delirando.

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Los accesos de fiebre le dan con frecuencia cuando ve algo


desagradable. Es como una autodefensa hacia lo que no
comprende, pero a medida que se hace mayor van
desapareciendo.

Edith tiene ya siete años y desde que asiste al colegio parece que
su personalidad se va asentando. Ya no es tan caprichosa y
testaruda como antes. Se vuelve más callada, más soñadora,
medita mucho las cosas que le ocurren, lo que oye a los
mayores. Como ella dice en sus memorias, se construye un
«mundo oculto».

La madre, después de la agotadora jornada de trabajo en el


almacén de maderas, sube a la habitación de Edith todas las
noches y rezan juntas las oraciones de acción de gracias por los
beneficios recibidos durante el día. A veces Edith aprovecha
para hacerle preguntas. Pero en ellas no hay nada de piedad o
devoción religiosa, sino sólo curiosidad:

–Mamá, ¿de dónde venimos los judíos?

–Somos el pueblo escogido por Dios desde la creación del


mundo. De nuestro pueblo surgirá el Mesías, el Salvador.

–Pero, ¿quién es Yahvé?

– Yahvé es Dios. Él hizo un pacto con nuestro padre Abraham y


dio a Moisés las leyes por las que se debía regir nuestro pueblo.
Ése es nuestro tesoro.

–¿Y cuándo vendrá el Mesías?

–No lo sé, Edith. Los cristianos dicen que ya ha venido, que era
Jesús de Nazaret, un profeta poderoso que murió crucificado por

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los romanos en la ciudad santa. Pero estas cosas sólo las saben
los sabios... Nosotros debemos creer y esperar en la promesa de
Yahvé.

Augusta quiere que Edith se dé por satisfecha, pero estas


respuestas no la convencen. La señora Stein, judía muy devota,
trata de inculcar a sus hijos la fe judaica. Como Edith es la más
pequeña de la casa, durante algunos años le toca, en la fiesta de
los Ázimos, preguntar al mayor de la familia el porqué de
aquellas tradiciones. Y así se expone cada año la historia de
Moisés, la liberación de Egipto y la Pascua judía narrada en el
libro del Éxodo.

Toda la familia va a la sinagoga los sábados y recitan juntos las


oraciones familiares, dirigidas por Pablo, el hermano mayor.
Conocen desde pequeños la Torá, la Ley y la Tradición judías, y
el Talmud, las enseñanzas rabínicas. Augusta Stein educa a sus
hijos con firmeza y cariño a la vez.

La fuerza de voluntad y la intuición para los negocios de la


señora Stein hace que éstos prosperen. En esos años últimos del
siglo XIX, tienen una vida más desahogada económicamente,
aunque no abandonan nunca la austeridad que siempre marcó su
hogar.

El almacén de maderas, junto a la casa, es un sitio «mágico»


para los niños. ¡Qué bien huele allí a madera y a resina! Suelen
jugar entre los troncos y las carretas de tablones apilados. A
veces, tienen que acudir a alguno de los obreros para que les
saque las astillas que se les clavan en las rodillas o en los
dedos...

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Edith recuerda también de estos años que su madre llegaba a


casa, durante los fríos inviernos, con las manos calientes. Y a la
niña le parecía que las manos de su madre irradiaban todo el
calor del amor.

Los familiares de los Stein eran muy numerosos y como buenos


judíos se veían con mucha frecuencia en las fiestas religiosas y
familiares.

En una de estas fiestas, con motivo del ochenta cumpleaños de


una tía abuela, Erna y Edith tienen que bailar, vestidas de época,
con otras primas de su edad y sus hermanos, bajo las órdenes de
una profesora de baile francesa. Las parejas se forman: Erna y
Edith bailan juntas. Erna, que es muy alta, hace de hombre.

–¡Mirad qué bien lo hace Edith!

–¡Qué elegancia de movimientos, qué soltura!

–Pero, ¿es posible que nunca haya dado clases de baile?

Con estas exclamaciones todos admiran a Edith, que lo hace


realmente bien. Tanto, que se convierte en la estrella de la
velada. La profesora la toma aparte y le dice:

–Si quieres, hablo con tu madre para enseñarte a ti sola, con una
clase privada, porque puedes convertirte en una famosa artista.
¡Tienes mucho talento!

–¿Usted cree –contesta como si se tratara de una broma– que me


gustaría dedicarme al baile? No, no, a mí lo que me gusta es
estudiar.

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A esa corta edad ya tiene claro lo que quiere. A pesar de todo, le


encanta ser el centro de la fiesta y que todo el mundo la alabe.
Su tía abuela le regala dulces. Pero esa noche, sus hermanos la
regañan:

–Te has portado como una presumida...

–¡Vaya miraditas tan lánguidas y coquetonas echabas aquí y


allá! ¿Querías engatusar a tu caballero?

Y se burlan de ella. Edith se enfurece:

–¡Es ridículo! Si mi caballero era Erna...

Edith ha bailado lo mejor que sabía, sin afán de convertirse en


protagonista. Se va a su cuarto sin dirigirles la palabra. Sueña a
menudo que el futuro le tiene reservadas una gran felicidad y
gloria. Sí, está destinada a algo grande.

En apenas seis meses desde que empezó en la escuela se ha


situado entre las primeras de la clase. Pero no es una chica
pedante. Simplemente, le encanta aprender. Sigue las clases de
sus profesores con sumo interés, sobre todo la historia y
literatura alemanas, que es lo que más le gusta. A veces, se
acerca hasta las salas donde se reúnen los profesores. Le gustaría
saber lo que hablan también allí.

Con sus compañeras es servicial y alegre: les explica algo de las


lecciones si no las han entendido bien. Ya desde esos años sabe
que la bondad es mejor que la sabiduría...

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4. Una crisis y un cambio de aires

Pasan los años y Edith se convierte en una chica bastante guapa,


callada aunque no tímida. Conserva un rico y exclusivo mundo
interior sólo para ella.

–Piensas demasiado, eres muy sesuda –le dice Arno con un poco
de sorna–. ¡Mira qué distinta es Erna: cuenta todo lo que le pasa!

Ha terminado la educación básica para niñas con excelentes


notas. Ahora, puede seguir los cursos del instituto –el gimnasio,
como se llama en alemán a la educación secundaria– que se
imparten en un centro adyacente a la Escuela Victoria.

Por entonces, Edith está muy desencantada con la fe judía. Ve


sólo ritos que no conducen a nada. No entiende la Biblia. No le
resuelve la existencia de las cosas, de la gente, el porqué del
dolor. Pregunta a su madre. Pero ésta quiere, con la mejor de las
intenciones, que rece y confíe en Yahvé. Pero ella ya no puede
seguir creyendo a ciegas como cuando era niña. Su mente
racional y lógica exige la razón de todo. También se encuentra
un poco sola, por su carácter reservado.

Ha cumplido ya los catorce años cuando cae muy enferma. Y es


que se encuentra agotada física y mentalmente. Los médicos
dicen:

–Le conviene un cambio de aires, reposar de tanto ajetreo.

Una mañana, estando ya Edith un poco mejor, le dice a su


madre:

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–Mamá, quisiera dejar de estudiar una temporada. Estoy tan


cansada...

–Hija, ¿estás segura?

–Sí, se me ha ocurrido que quizás pueda irme algunas semanas


con Elsa. Además, le podría echar una mano con los niños. ¡Me
hace tanta ilusión verlos!

–Muy bien, hija, puedes dejar de estudiar por el momento, si


quieres. Le escribiré a tu hermana, y en cuanto te pongas buena
del todo te vas con ella unos días.

Elsa se ha casado hace pocos años y vive en Hamburgo con su


marido, Max Gordon, que es médico. Tienen tres hijos, uno de
ellos una niña, pero Elsa echa mucho de menos a Erna y a Edith,
sus hermanas pequeñas. También se han casado sus hermanos
Paul, Arno y Federica.

A los quince días, su madre la deja instalada en el tren, con una


gran bolsa de equipaje y algunas golosinas para sus sobrinos.

Es la primera vez que sale de casa y al principio siente mucha


nostalgia de su madre. Aunque va para seis semanas, pasa casi
diez meses con Elsa, y ese tiempo constituye una verdadera cura
para ella.

En casa de su hermana se dedica a los tres pequeños. Las tareas


domésticas le parecen engorrosas y difíciles, aunque las realiza
con agrado y afán de ser útil a su hermana. También se aficiona
mucho a leer y repasa la biblioteca de su cuñado en busca de
libros interesantes.

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Su hermana está encantada de tenerla en casa y los domingos la


invita a los exquisitos pasteles de una de las confiterías más
elegantes de Hamburgo, cerca del muelle turístico.

Hamburgo le parece una ciudad imponente. Se encuentra


asentada sobre zonas pantanosas y atravesada por dos afluentes
del río Elba, el Alster y el Bille. Con Elsa, y a veces sola, Edith
pasea por las concurridas calles de esta floreciente ciudad
comercial del norte de Alemania, sobre todo por el casco viejo.
Le gusta observar el trasiego de barcazas en los canales fluviales
y contemplar la antigua universidad de gastados muros.

Un día recibe un telegrama de su madre, que le ordena que debe


volver ya, porque otro de sus sobrinos está muy enfermo. Edith
tiene mucha mano con los niños y los enfermos de la familia y
sabe cuidar de ellos.

Así pues, Edith vuelve a casa. Está ya hecha una mujer y muy
cambiada. Esos meses dedicados a tareas domésticas la han
robustecido y la han descargado de la tensión emocional que
provocó su crisis nerviosa. No obstante, ha perdido la fe
religiosa y abandona por completo las prácticas judaicas.

El negocio va bien y la señora Stein ha comprado una casa muy


bonita y mucho más grande, con espacio incluso para dos
familias completas. Tiene un pequeño y cuidado jardín delante,
separado de la calle por una verja.

Durante un tiempo Edith está en casa sin estudiar, ayudando a


sus hermanas y cuñadas en las tareas domésticas y atendiendo a
sus cada vez más numerosos sobrinos. Los niños se llevan muy
bien con ella.

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Están todos un poco preocupados, porque no habla nunca de su


futuro. Un día su madre aprovecha para abordar la cuestión
mientras le cepilla el cabello:

–Hija, ¿no tienes ilusión por hacer alguna cosa? Tienes casi
dieciséis años... Has de hacer algo.

–Pues, la verdad es que echo de menos el instituto, pero soy ya


un poco mayor para volver a empezar.

–¡Eso no es problema! Nunca es tarde. Hay quienes comienzan a


estudiar a los treinta años... ¿Por qué no intentas ponerte al día?

Y lo hace. Con ayuda de unos profesores particulares se aplica


con renovadas energías al latín, a las matemáticas y al resto de
las asignaturas.

Un día, su madre la sorprende estudiando por la noche bajo la


luz de la lámpara de gas:

–Edith, descansa. Al menos de noche.

–Es que debo recuperar el tiempo perdido. Si me sacrifico un


poco ahora, podré presentarme al examen de reválida dentro de
dos semanas junto al resto de mis compañeras.

–Pero ellas llevan varios cursos preparándose...

–Por eso debo estudiar intensamente, mamá.

Pero a la mañana siguiente, a su madre le extraña que ni Edith ni


Erna se hayan despertado aún. Piensa que han estudiado hasta
muy tarde y las deja un poco más en la cama. Al final, envía a
Federica a que las levante.

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Al abrir la puerta del dormitorio sale una oleada de olor a gas.


Edith y Erna no responden: están sin sentido y palidísimas.

–¡Mamá corre! –grita Federica–. ¡Están medio muertas!

Resulta que se ha apagado la llama de la lámpara de gas y éste


ha seguido saliendo con todo cerrado. Se apresura Federica a
abrir la ventana y a reanimar a sus hermanas, que han estado a
punto de morir por asfixia.

Edith recuerda este episodio sin temor alguno a la muerte, como


un dulce sueño.

Llega el día del examen de reválida, y lo supera fácilmente.


Edith empieza a pensar en su futuro: ha descubierto que le
encanta aprender cosas; disfruta ayudando a amigas más
retrasadas en los estudios y comprobar cómo avanzan. ¡Sí, será
maestra! Como su querida hermana Elsa.

También ha llegado al convencimiento de que el judaísmo no


puede ser la verdadera fe, pero por no enfadar a su madre la
sigue acompañando a la sinagoga. Edith decide que si alguna
vez descubre dónde está la Verdad, con mayúsculas, la vivirá
imitando la integridad, bondad y honradez que ha visto en su
madre. En eso sí que es todo un ejemplo para ella.

Con el final de curso, se organizan los actos solemnes de entrega


de premios y diplomas honoríficos. Edith recibe los suyos, que
no son pocos. Le complace el justo merecimiento de los
galardones, pero le aterra subir al estrado y sentir en ella la
mirada de todos; se sonroja al recibir las alabanzas y los
aplausos y baja a toda prisa a su asiento. Quisiera no tener que

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pasar por ese «trago» de ser el centro de atención, pero no tiene


más remedio.

Una compañera le susurra al oído:

–Edith, ¿por qué te pones tan colorada? Deberías estar


encantada... ¡Ya me gustaría a mí estar en tu lugar!

–Es que tanta alabanza me abruma. Creo que no es para tanto.


Además, debemos ser como el cristal de una ventana: que deja
pasar toda la luz, pero a él no se le ve.

Hasta ese punto se va configurando su sencillez y humildad ante


los éxitos: hacer las cosas lo mejor posible, pero sin buscar
destacar por ello.

Para celebrar el final del curso y el inicio del verano, sus amigas
organizan una excursión. Deciden ir a bañarse al Oder y
merendar en la orilla. Insisten en que Edith no falte. Su
jovialidad y su conversación, siempre amables e interesantes,
dan un ambiente alegre a todas las reuniones adonde va. Edith
jamás habla mal de nadie ni su charla tiene tono pesimista.
Pasan un día realmente estupendo.

Al atardecer se despiden hasta el otoño, pues muchas de ellas se


irán de la ciudad para pasar el verano fuera. Edith es una de
ellas.

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5. El trébol de cinco hojas

En los meses estivales, los Stein suelen visitar a diversos


parientes y, a veces, viajan hasta Lublinitz, en Silesia. Los
veranos en el campo entusiasman a Edith. Le encanta el contacto
con la naturaleza, realizar largas caminatas con sus hermanos y
primos, bañarse en los ríos, pescar. Casi siempre propone
explorar sitios nuevos, recorrer lugares donde nunca han estado
antes.

Le gusta mucho Lublinitz. La pequeña ciudad es bonita y sus


parientes son muy acogedores. Erna y Edith hacen tanta amistad
con unos primos lejanos, gemelos, que los parientes piensan que
habrá en el futuro boda entre ellos.

Pero cuando Edith se hace mayor, se van espaciando las visitas


al pueblo natal de sus padres. La señora Stein cree que el
carácter derrochador y demasiado frívolo de los gemelos no
beneficia a sus hijas. Ella es una mujer de principios morales y
religiosos muy arraigados y sus hijos han sido educados en un
ambiente austero que les prepara para la dureza de la vida.

A Edith no le importa mucho esa separación mientras cuente


con sus queridas amigas. Sobre todo, en la escuela ha hecho
amistad con Rose. Otra de sus amigas es Lilli. Junto a su
hermana Erna, forman un cuarteto alegre e inseparable.

Durante los veranos en Bresláu hacen planes divertidos, a los


que se suele unir un chico, Hans Biberstein, quien un poco más
adelante será el novio de Erna, que es muy guapa, y se casará
con ella. Edith dice que el grupo es un «trébol de cinco hojas».

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Les encanta a los cinco jugar al tenis, pasear en barca, dar largas
caminatas por los alrededores y sentarse a descansar bajo la
sombra de los árboles para hablar del futuro:

–Edith, ¿qué piensas hacer cuando termines el bachillerato? –le


preguntan sus amigos.

–Seguir estudiando. Iré a la universidad.

–Pero casi ninguna chica va a la universidad. Y las que van lo


hacen para buscar novio. Vas a ser un bicho raro...

–¡Yo no voy a buscar marido en la universidad! Lo único que


me importa es estudiar. Convenceré a mamá para que me dé
permiso. Aunque fuera la única mujer en la universidad, iría.

–Pero cuando te cases no podrás trabajar –contesta Rose–, las


mujeres casadas deben cuidar de su hogar y de sus hijos.

–Yo creo –tercia Erna– que no se pueden hacer las dos cosas a la
vez. O una cosa o la otra. Si decides casarte y formar una
familia, no tendrás tiempo para dar clases...

–También puede decidirse por ejercer su profesión, ¿verdad,


Edith? –intenta echarle una mano Hans, que está a favor de la
igualdad de derechos de las mujeres.

–Lo único que os puedo decir –contesta Edith– es que no


concibo la vida como la viven hoy la mayoría de las mujeres,
que apenas reciben educación, no tienen derecho a votar en las
elecciones, y cuyo único futuro es casarse y depender de un
marido.

–¿Te parece mal casarse?

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

–No, yo no digo que casarse esté mal, pero por nada del mundo
renunciaría a mi profesión. Aunque me case. Además, las
mujeres tenemos una vocación que cumplir, podemos hacer lo
que nos propongamos si nos preparamos bien. Y debemos
aportar a la sociedad toda nuestra capacidad, de igual manera
que lo hacen los hombres.

–Bueno, bueno, ya veremos –se ríen sus amigos ante el calor


con que defiende sus sueños–. Con esas ideas tan avanzadas te
vas a hacer «famosa» muy pronto...

–¡No busco la fama! –salta Edith–, sino la justicia... y la verdad.

En sus opiniones políticas, Edith va siempre por delante,


defendiendo a la mujer, su derecho a la educación integral, a la
igualdad jurídica con respecto al hombre. Pero no cae en los
extremismos, porque cree firmemente que la mujer tiene su
misión específica y es complementaria del hombre; es decir que
no está ni por encima ni por debajo del varón, sino a su lado.

Por esos años, hacia 1910, estaba en pleno apogeo la lucha, a


veces violenta, del sufragismo [4], movimiento político que
defendía el derecho de las mujeres a votar en las elecciones y a
participar en las decisiones de gobierno. Pero el talante del
sufragismo era muy radical, ya que pretendía que la mujer se
«masculinizara», anulando su identidad femenina, y eso no era
lo que deseaba Edith.

Sobre estos temas giran las conversaciones que llenan las tardes
de ocio del «trébol de cinco hojas». Otras veces hacen
excursiones de varios días y pasan la noche en albergues.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

También acuden al teatro y a la ópera. A Edith le entusiasma el


teatro, así como la música y la lectura de autores clásicos y
contemporáneos.

Durante los últimos años del bachillerato, Edith comienza a dar


clases particulares a amigas y conocidas para ayudarlas a repasar
las materias que no entendían bien. A Edith se le da muy bien el
latín y le gusta mucho la literatura y la historia. Pero, sobre todo,
siente pasión por la filosofía, con la que precisamente sus
compañeras tropiezan a menudo y se encasquillan a la hora de
asimilar los conceptos abstractos. Edith es paciente y comprende
las dificultades de sus amigas.

Poco a poco, se corre la voz de su fama. Los profesores la ponen


como ejemplo ante todos, y en casa están encantados con sus
buenas notas.

Un día, estando en clase de dibujo, recibe un aviso del director.


Se produce un gran revuelo. «¿Qué habrá hecho Edith para que
el director la saque de clase?», se preguntan todos.

Sube Edith hasta el despacho del director un poco nerviosa y, al


entrar, lo encuentra con un señor desconocido.

–Dígame, señor director.

–Señorita Edith, perdone que haya interrumpido su clase. Este


caballero es el padre de una alumna de cuarto. La chica necesita
ayuda urgente para poder aprobar y pasar curso. Va muy mal. Se
le pagará lo que pida.

–Por favor, acepte esta tarea –añade el padre–. Me han hablado


muy bien de usted.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

Edith accede porque, aunque su madre le costea los estudios, le


vendrá muy bien poder pagarse algunos de sus gastos.

Luego, fueron llegando otras muchas alumnas.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

6. El tío David

Llega el final de curso. Los estudiantes que dejan el instituto,


entre ellos Edith, que tiene veinte años, celebran una divertida
fiesta de despedida. Se toman refrescos, se recitan poemas y se
hacen bromas cariñosas sobre cada alumno. A Edith le dedican
un himno sobre su feminismo y su empeño por ir a la
universidad.

Doña Augusta también le da vueltas al futuro de sus hijas


pequeñas. Los hermanos mayores de Edith se han incorporado
desde hace tiempo al negocio familiar, aunque la madre sigue
supervisando el trabajo. Las cosas van bien. Las hermanas,
sobre todo Federica y Rosa, son las que llevan la casa.

Un día de finales de primavera, Augusta habla con ellas:

–Hijas mías, he pensado que mientras no os caséis debéis


prepararos para trabajar en alguna profesión... Ya sabéis que
debéis colaborar con la familia.

–Claro que sí, mamá –contesta Erna alegremente–. Estamos


dispuestas a trabajar con ganas. Ya sabes que nuestra ilusión es
dedicarnos a la enseñanza.

–Muy bien, pero no os precipitéis. Tú, Erna, te deberías dedicar


a la medicina. Y a Edith le vendría muy bien estudiar leyes por
su forma de ser. Tenéis aún varios meses para pensar cuál va a
ser vuestra profesión.

–Sí, mamá –responden–, lo pensaremos.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

–Ahora –continúa la madre– tengo una noticia que daros:


vuestro tío David, el farmacéutico, me ha escrito para invitaros a
pasar el verano en su casa. Ya sabéis que es muy rico y no tiene
hijos, y creo que piensa en vosotras para un gran proyecto suyo.

–¿Qué clase de proyecto? –pregunta Edith con desconfianza,


pues no le gusta que tomen decisiones por ella.

–Prefiero que él os lo cuente –dice con precaución la señora


Stein, pues conoce a su hija–. De momento, escribiré a vuestros
tíos y les confirmaré que iréis en agosto.

Edith recuerda vagamente a su tío David como una persona muy


buena y a su tía como una señora elegante y risueña, siempre
pendiente de las buenas maneras y de quedar bien. Las dos
hermanas no los ven desde hace algunos años, pues viven en
otra ciudad. La verdad es que la última vez que estuvieron con
ellos lo pasaron estupendamente. Recuerdan los paseos en barca
y las meriendas campestres bajo el cálido sol del verano. Esta
vez, les han dicho que acudirán a algunos bailes, y ambas
hermanas están ilusionadas.

Esas semanas antes del viaje, su madre, a la que ayuda una


modista, les confecciona un bonito vestido a cada una, les
compra un sombrero y les prepara el equipaje con lo mejor que
tienen, pues van a residir entre personas elegantes.

Chemnitz, la ciudad donde viven sus tíos, no está demasiado


lejos, pero pasan varias horas de cansado trayecto en un
incómodo coche de postas. Al final del viaje, ambos las recogen
y las llevan a su confortable casa junto a la botica, en plena calle
principal.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

Su tía, una señora encantadora y amable, las quiere mucho. Está


deseando presentar a sus guapas sobrinas ante sus amistades y,
para ello, organiza animadas meriendas y tés en su casa. Todos
quedan encantados con las chicas, tan inteligentes y educadas.

No tarda el tío David en hablar con ellas y contarles su


acariciado proyecto:

–Mirad, la botica va muy bien, da dinero y he pensado construir


en las afueras del pueblo un sanatorio. La gente no tendrá así
que irse tan lejos cuando deba ser atendida por alguna
enfermedad grave. Pero necesitaré ayuda. Y he pensado en
vosotras, que sois estudiosas y trabajadoras.

–¿En nosotras? –se sorprende Edith–, si no tenemos ni idea de


medicina...

–Yo os pagaré los estudios necesarios, y en la mejor


universidad. Luego, aprenderéis en mi botica todas mis
fórmulas. Vosotras dos, como enfermeras, seréis mi brazo
derecho en mi hospital. ¿Qué os parece?

–Sí, tío –habla Edith con resolución–, es una buena oferta. Pero
nuestros planes van por otro lado. Erna quiere estudiar idiomas y
yo deseo dedicarme a la enseñanza... A mí no me gusta la
medicina.

–Bueno, eso no importa –contesta con optimismo el tío David–.


Os acabará gustando. ¡Nada, no se hable más! De los detalles
me encargo yo.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

–No, tío, verás... yo no puedo aceptar tu idea –dice Edith


bastante confusa, pues no quiere hacer enfadar a su tío–. Tengo
otros proyectos...

Erna ha permanecido callada. No sabe qué decir. –Bueno,


pensadlo bien, no me tenéis que contestar ahora. Os dejo que lo
asimiléis –dice su tío, comprensivo, aunque extrañado de que le
hayan puesto reparos–. Seguiremos hablando de ello.

Durante los siguientes días, Erna empieza a dudar, pero Edith se


mantiene firme como una roca. ¡No piensa estudiar medicina!

–Creo que voy a aceptar el ofrecimiento de tío David –le


confiesa Erna a Edith–. Es una buena oportunidad. Me aseguraré
el futuro y para nuestra madre será un alivio que me ponga bajo
la protección del tío.

Edith le argumenta:

–Tú verás lo que haces. Pero creo que debes seguir tu propio
camino, sin que nadie te imponga su criterio.

A pesar de esta cuestión tan espinosa, las dos hermanas lo pasan


muy bien con sus tíos. No han parado en todo el verano:
excursiones, paseos en barca, excitantes viajes en el flamante
automóvil azul del tío David –entonces poca gente poseía un
automóvil–, meriendas casi todas las tardes, y hasta un par de
bailes, en los que conocen a algunos chicos.

A punto de volver ya a Bresláu, Edith habla claro, pero con


respeto, a su tío David:

–Tío, creo que no tengo aptitudes para la medicina. No me


gusta. No sería nunca una buena doctora. Mi verdadera vocación

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

es la docencia: quiero dedicarme a la enseñanza, al estudio, a la


investigación. Espero que lo comprendas y que me perdones.

Su tío se da cuenta, por fin, de que ha sido vencido. Acariciando


la barbilla de Edith, le asegura con ternura:

–Sí, sí, te comprendo. Me parece bien que sigas tu propia


vocación... aunque no sea nada rentable. Serás una excelente
filósofa. ¡Quizás algún día te vea en la cima de la cultura!

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

7. Por fin, la universidad

Edith ha terminado con muy buenas notas el bachillerato, que en


aquellos tiempos era más largo, y se dispone a entrar en la
universidad de su ciudad. Corre el año 1911. Erna, que lleva dos
cursos de adelanto, se centra ahora en estudiar medicina.

Edith está muy contenta. Para ella, la universidad no sólo es un


lugar donde prepararse para ejercer una profesión, sino una
oportunidad para aprender y, luego, poder transmitir todo lo
aprendido a los demás y ayudarles a ser mejores personas. Ésa
es su verdadera vocación.

Al mismo tiempo, está muy orgullosa de ser una de las primeras


mujeres que en Alemania estudian una carrera universitaria
compartiendo aulas con los hombres.

En la universidad tiene libertad para elegir asignaturas y se


decide por las que más le gustan: historia, filosofía, literatura,
gramática, latín. También elige psicología, porque cree que le
ayudará en el futuro a conocer mejor a sus alumnos. Y por otra
razón más personal: piensa que la psicología, que trata del
estudio de la mente y el alma humanas, le conducirá a descubrir
la verdad pues, al perder la fe, no tiene dónde resolver sus dudas
sobre la vida.

Además de su hermana, sus amigas Rose y Lilli coinciden con


ella en algunas asignaturas, como la psicología, aunque han
elegido estudiar matemáticas y medicina. También ha conocido
a Kathe, una chica protestante, con la que se lleva muy bien a
pesar de la diferencia de religión, y muchas tardes quedan para

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

estudiar juntas y traducir pasajes de la Biblia y los Evangelios.


Este primer contacto con los textos cristianos no supone aún
para Edith nada importante.

A Edith le encanta el ambiente universitario y pasa muchas


horas, incluso de su tiempo libre, leyendo en algún aula vacía,
paseando pensativa por los corredores y repasando asignaturas o
escribiendo en la biblioteca.

Se ha apuntado, además, a algunos seminarios, donde los grupos


reducidos de alumnos permiten participar activamente en las
discusiones. Forma parte del Grupo Pedagógico, formado por
alumnos y profesores jóvenes.

A ella le gusta mucho hablar en los seminarios, pero sobre todo


escuchar. Hace preguntas, pone objeciones, incluso intenta
resolver las dudas «persiguiendo» por la calle al profesor.
Comienza a hacerse célebre por su inteligencia y aplicación.

Un día en que su grupo de amigos se reúne como todos los


domingos en un café para hablar de temas de estudio y de
política, llega Edith un poco abatida:

–¿Qué te pasa, Edith? –le preguntan.

–Pues... llevo varios meses estudiando psicología y, la verdad,


pensaba que sería otra cosa.

–¿Cómo otra cosa? –se asombran sus amigos.

–Sí, veréis: si la psicología estudia el alma humana, su modo de


ser, sus motivos, sus reacciones, todo eso debería llevar a algo
más, pero sólo se queda ahí, en lo material. ¡No tiene contenido!

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

–¿Y qué crees que puede ser ese «algo más» que buscas?

–Pues no lo sé –reconoce Edith–, pero no me aclara quién es el


ser humano, de dónde venimos y por qué existimos. E incluso si
realmente tenemos alma. Todo parece que se queda en la
opinión de cada cual. Nada tiene sentido.

Ya hay discusión para buena parte de la tarde. Pero no se aclaran


las dudas de Edith sobre la existencia de una verdad única para
todo el mundo, y ningún argumento la deja satisfecha.

Mientras tanto, no puede permanecer inactiva. Además de los


estudios y de las reuniones en los seminarios universitarios, se
ha apuntado a la Asociación Prusiana para el Voto de la Mujer,
en la que su papel fundamental es escribir discursos y cartas
para defender la igualdad política y jurídica de la mujer con
respecto al hombre.

Sin embargo, Edith no es una de esas feministas llenas de rencor


que actúan con violencia y son capaces de incendiar un almacén,
como ha visto con sus propios ojos. No. Apoya sus ideas con
buenos argumentos llenos de sentido común, que defienden a la
mujer junto con el hombre.

Su carácter es afable y alegre, aunque exigente con sus amigos,


y todos se dan cuenta de que a pesar de su juventud posee una
gran autoridad. Además, le gusta que se la respete y no admite
chistes verdes ni bromas de mal gusto delante de ella.

Su relación con los chicos es tan natural que a veces necesita


aclarar a alguno, a punto de enamorarse de ella, que sus
sentimientos son sólo de amistad y compañerismo.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

Uno de ellos, Popp, la suele acompañar hasta su casa después de


las clases y, delante de la verja, pasean durante mucho tiempo de
arriba abajo a lo largo de la acera, mientras hablan de las clases
de ese día. A su madre, que a veces los ve por la ventana, no le
gustan nada esos paseos nocturnos delante de la casa, por lo que
un día le dice:

–Edith, ¿qué pasa con ese chico?, ¿estás saliendo con él?

–¡Mamá, de ninguna manera! Es un compañero, simplemente.


Hablamos de estudios.

–Pues los vecinos no pensarán eso ni mucho menos...

–¡Lo que piense la gente me trae al fresco!

La verdad es que Edith pensaba que algunos vecinos eran unos


cotillas y que podían ocuparse de sus asuntos.

En otra ocasión, después de una excursión, pidió ella misma con


gran naturalidad a un compañero, llamado Eduardo Metis, que la
acompañase para no ir sola. Este chico se hizo muchas ilusiones,
pues al fin y al cabo Edith no sólo era una chica inteligente y
culta, sino también muy atractiva...

Después de ese paseo, Eduardo comienza a llamarla por teléfono


y a enviarle notas para invitarla a salir con él. Al principio Edith
acepta las invitaciones, hasta que se da cuenta de que él quiere
que sea su novia. Contestando a una de esas notas le tuvo que
aclarar que sólo era su amiga y que no se imaginara otro
sentimiento. Y el chico tuvo que desistir de conquistarla.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

Y es que en estos meses de universidad, Edith está centrada


totalmente en sus estudios y no piensa para nada en salir con
chicos ni en casarse.

Con frecuencia el grupo de estudiantes repasa lecciones en la


biblioteca. Para memorizar bien las materias se preguntan unos a
otros y debaten sobre ellas. A Edith le dan la tarea de poner en
«aprietos», con preguntas incisivas, a los demás. De este modo,
se dan cuenta de si de verdad han estudiado.

En una ocasión, advierte que uno de sus compañeros no ha


prestado atención en clase. A la salida, lo toma aparte y le dice:

–Mira, no puedo menos que decirte como amiga tuya lo mal que
me ha parecido que desaproveches el tiempo durante las clases.
¿Por qué te dejas llevar por lo que te apetece en cada momento?
Date cuenta del esfuerzo que hacen nuestras familias por
pagarnos los estudios. Debemos dar de sí todo lo que podamos.

El chico, que se acuerda ahora de todas las veces que ha perdido


el tiempo, asiente sonrojado.

–Mañana, si te parece bien –continúa Edith–, quedamos a la


salida de clase y te explico esas lecciones que te has «perdido».

–¡Gracias, Edith, por tus consejos: eres encantadora e


implacable! –responde, más animado.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

8. Un descubrimiento

En los trabajos de clase, Edith empieza a usar como libro de


texto la obra cumbre de Edmund Husserl, Investigaciones
lógicas, publicada en 1901. Este matemático alemán, dedicado a
la filosofía, daba clases en la Universidad de Gotinga y es el
creador de la fenomenología, teoría que estudia la naturaleza de
las cosas en su manifestación o apariencia, que él llama
«fenómeno». Según el profesor Husserl, los «fenómenos» se
muestran a la inteligencia humana, a la conciencia, y ésta debe
conocerlos y analizarlos sin prejuicios, independientemente de
la propia idea que se pueda tener de ellos. Así, se puede llegar a
saber la «esencia» de las cosas, qué son las cosas.

La fenomenología se contrapone al idealismo, al subjetivismo y


al relativismo, otras teorías filosóficas –provenientes de Kant–
que contemplan la realidad según el modo de entenderla cada
individuo, y que estaban de moda en aquel tiempo.

–Si para cada persona una misma cosa puede ser diferente,
¿dónde está la verdad? –se pregunta Edith.

La fenomenología es, sobre todo, un novedoso método


filosófico de conocimiento de la realidad. Y le presenta a Edith
un mundo nuevo: llegará a entender mejor las cosas, las
«esencias», y la verdad de ellas sin disfraces, sin juicios previos.
¡Qué descubrimiento!

Además, Husserl no olvida la dimensión espiritual del hombre,


algo que gusta a Edith, pues, aunque es atea, se da cuenta de que
el ser humano no es sólo cuerpo.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

Lee todo lo que encuentra sobre Husserl y se hace una verdadera


experta, hasta tal punto que los estudiantes mayores e incluso los
profesores le consultan sobre algún aspecto de la fenomenología
y le piden que corrija sus trabajos por si hay algún error, cosa
que ella hace sin darse importancia, atenta tan sólo a ayudar a
los demás en su perfeccionamiento intelectual.

A la mitad de su segundo año universitario, Edith está algo


defraudada. La universidad de su ciudad se le ha quedado
pequeña: ¡ansía ir a Gotinga!, a aprender directamente de su
admirado profesor Husserl. Piensa que es el momento de
cambiar de aires y buscar otras fuentes de aprendizaje. Sólo así
saldrá adelante en sus estudios. Pero también reflexiona sobre la
angustia de su madre cuando le diga que quiere irse lejos.
Además, su madre tendría que pagarle no sólo la enseñanza,
sino también la comida y el alojamiento. Una pesada carga para
la familia. Tendrá que pensarlo mejor.

De momento, no dice nada a nadie. Se le ocurre que puede ir


preparando su tesis doctoral, que el sistema educativo alemán
permite ir haciendo mientras se acaba la carrera. Así estará muy
ocupada. Elige un tema sobre la psicología de los niños, pero
pronto lo desecha porque no le acaba de gustar. Le parece que
los métodos que usa se han quedado anticuados.

–La psicología está aún en mantillas –suele decir a sus amigos–.


Esta ciencia tiene que avanzar mucho aún...

Vuelve a plantearse ir a Gotinga. Y se propone conseguirlo


como sea. Un día, le cuenta su secreto a Erna mientras vuelven a
casa desde clase:

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

–Erna, me gustaría que me ayudaras a convencer a mamá para


que me deje ir a Gotinga...

–¡A Gotinga! ¿Para qué?

–A estudiar en la universidad. ¡Allí da clases el profesor


Husserl!

–Ah, sí, tu querido profesor Husserl –contesta Erna riendo–.


Aunque estuviera el mismísimo emperador, no te hagas
ilusiones de que mamá te lo permita. Está muy lejos.

–Esta noche voy a hablar con mamá. Te he contado esto porque


necesito que me apoyes. Quisiera conocer de cerca en qué
consiste esa «escuela de fenomenología» de la que tantos
hablan...

Esa noche, un viernes, comienza un nuevo sabbat. La madre lo


celebra cada semana con mucho esmero. A la caída del sol,
prende todas las velas de la casa y recita las oraciones prescritas,
mientras enciende el gran candelabro de plata que iluminará la
cena.

Durante la cena, como siempre muy animada, Edith permanece


silenciosa y distraída. Su madre enseguida se da cuenta de que
algo le ronda la cabeza:

–Edith, cuéntame en qué piensas.

–Estoy pensando en mi futura profesión –contesta con cautela


Edith, tratando de hallar las palabras más oportunas–, creo que
debería conocer otros puntos de vista... además de los que ya
conozco.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

–¿Otros puntos de vista? ¿De quién? –quiere saber la señora


Stein.

–Como sabes, pues ya te he hablado de ello –dice despacio


Edith–, el profesor Edmund Husserl enseña filosofía en Gotinga
y ha fundado una especie de grupo de muy alto nivel intelectual
con algunos alumnos y profesores. Me encantaría tener contacto
con ese grupo, hablar y conocer directamente de él su teoría: la
fenomenología. Ya sabes que me gusta mucho la filosofía...

–Pero, Edith –objeta su madre–, ese profesor está muy lejos. ¿Es
que quieres irte? ¿No estás contenta aquí? En nuestra
universidad hay magníficos profesores y doctores...

–Sí, mamá, pero... ya los conozco y estoy segura de que para


seguir avanzando y aprendiendo debo ir a Gotinga –dice Edith,
mirándola a los ojos.

Y añade tomándola cariñosamente por el brazo:

–Por favor, comprende que deseo estudiar todo lo que pueda y, a


través de ese estudio, llegar a descubrir qué es y dónde está la
verdad. Es posible que la encuentre en Gotinga.

La señora Stein se levanta de la mesa con desaliento y comienza


a recoger despacio las fuentes vacías. No dice nada. Le cuesta
mucho tomar la decisión de separarse de su querida hija. Los
hermanos se miran entre sí y miran a Edith, expectantes.

Entonces, se vuelve con los ojos húmedos y le contesta:

–Hija mía, yo no me opongo a que te vayas tan lejos a estudiar,


si es por poco tiempo. ¿Cuánto tiempo estarás?

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

–Mamá querida, me gustaría ir enseguida, para hacer allí el


semestre de verano –apunta Edith, reprimiendo su gran alegría–.
No sería mucho tiempo, y además, yo misma intentaré pagarme
los gastos dando clases particulares.

–Hija mía –comenta su madre con un suspiro–, siempre has


tenido el don de salirte con la tuya, desde que no levantabas un
palmo del suelo y querías ir a la escuela grande. Siempre has
sido independiente y voluntariosa... En fin, tienes mi permiso
para solicitar la admisión en Gotinga. Y no te preocupes por el
dinero.

Edith abraza a su madre llena de agradecimiento y guiña al


mismo tiempo un ojo a sus hermanos. Su madre escribe al primo
Richard Courant, que vive precisamente en Gotinga, para
anunciarle que va a ir Edith y que la ayude en todo.

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9. Presentimientos

Así pues, Edith, con gran entusiasmo, se pone enseguida en


contacto con la Universidad de Gotinga y se matricula para el
semestre de verano que está a punto de comenzar [5].

Los alumnos tienen bastante libertad en la elección de las


asignaturas. Si por Edith fuera las escogería todas, pero como
eso es imposible, se inscribe en filosofía, gramática, filología
germánica e historia.

El 17 de abril de 1913 parte para Gotinga junto con su amiga


Rose, que decide hacer también el semestre.

Edith tenía veintiún años. Fue un largo y cansado viaje en


ferrocarril, atravesando media Alemania, con numerosas e
interminables paradas en los pueblos y ciudades por los que
pasaban. Pero, ¡qué felices se sienten las dos!

Durante el viaje, mientras su compañera dormita, Edith mira en


silencio por la ventanilla del compartimento e intuye que
empieza una etapa decisiva en su vida, que rompe con todo lo
anterior. ¿Se cumplirá ese presentimiento? La sensación se
afianza más y más en su corazón a medida que se acercan a
Gotinga.

En la estación, las recogen el primo Richard y su esposa Nelli y


las llevan a la residencia de estudiantes. Con frecuencia
mantendrán un cordial contacto y se visitarán mutuamente.

A Edith, Gotinga le parece una ciudad preciosa.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

Está situada en el corazón de Alemania, en la ladera de una


montaña y rodeada de bosques. Es pequeña y medieval, alegre e
intelectual, con típicas casas de entramado de madera y ventanas
de cristales emplomados. En una de ellas, una placa informa de
que allí habían vivido los hermanos Grimm.

Nada más soltar las maletas y asearse un poco, Edith se va sola a


dar un paseo. Baja por la avenida principal hasta la plaza del
Mercado. Allí se detiene a admirar la fachada gótica del
ayuntamiento y una preciosa fuente de altos surtidores. Camino
de la universidad, entra en una confitería a comprar un trozo de
tarta de manzana con crema.

Toda la ciudad gira en torno a la universidad, célebre en todo el


país. El edificio es de estilo neoclásico muy austero. ¡Iba a ser
una de las primeras mujeres que ocuparían aquellas aulas en las
que estudió el mismísimo Bismarck, el gran ministro alemán!

Edith y Rose han alquilado dos sencillas y bonitas habitaciones


en una pensión de estudiantes en el centro de la ciudad. Una de
ellas sirve de dormitorio y la otra de estudio, cuarto de estar y
comedor.

Se reparten las tareas de la casa. A Edith no se le da mal la


cocina y muchas veces prepara para su compañera el desayuno.
Nunca comen en la pensión, suelen ir a un restaurante
vegetariano. Por las tardes se reúnen de nuevo y cenan juntas; se
cuentan las mil aventuras del día, pues como Rose estudia
matemáticas apenas coinciden en clase. Charlan a veces hasta
altas horas de la noche, sobre temas de estudios y también sobre
los complicados sucesos políticos que se viven en esos
momentos en el Imperio alemán.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

Esos meses del verano de 1913 fueron, en efecto, muy profusos


en graves incidentes internacionales, pues en junio estalló la
Segunda Guerra de los Balcanes que enfrentó a Bulgaria y a
Serbia –y a sus respectivos aliados– por conseguir el acceso al
mar Adriático. Alemania tuvo el acierto de no intervenir y de
evitar que el Imperio austrohúngaro apoyara con las armas a
Bulgaria, lo que habría ampliado el conflicto. Con la paz de
Bucarest, firmada en agosto, se produce un nuevo reparto de
territorios y una calma tensa que estallará de nuevo un año
después... en la Primera Guerra Mundial.

A los pocos días de estar en Gotinga, Edith visita en su casa,


como era costumbre entre los estudiantes nuevos, al profesor
Adolf Reinach, discípulo y mano derecha de Husserl. Reinach es
joven, con un gran bigote negro, gafas redondas y unos alegres
ojos claros. Queda muy bien impresionado por la seriedad y
educación de la joven Edith y, sobre todo, por las grandes
aptitudes que descubre en ella. El profesor promete concertarle
una entrevista con el «maestro», como llaman a Husserl sus
discípulos.

Llega el día acordado. ¡Con qué alegría y con qué nerviosismo


acude a la cita tan anhelada! Reinach la acompaña hasta el
Seminario de filosofía, en la universidad:

–Pasen, pasen, por favor.

El tono acogedor de Husserl le da a Edith una gran confianza.


Husserl les ofrece asiento. Edith se encuentra ante un hombre no
demasiado alto, delgado, de unos cincuenta años, de pelo cano y
barba puntiaguda. Emana de él una gran autoridad y dignidad.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

–Profesor, me llamo Edith Stein Courant. Hace pocos días que


me he instalado en Gotinga. Estaba muy interesada en
conocerle.

–Para mí es un placer. ¿De dónde procede, freulein [6] Stein? –


pregunta Husserl.

–De Bresláu –contesta Edith–. Allí he estudiado dos años de


filosofía y gramática. Me gusta mucho también la psicología,
pero creo, si me permite decirlo, que estas materias se
encuentran allí un poco anquilosadas.

–¿Cree que aquí va a aprender más? –se interesa Husserl.

–No lo dudo –dice con seguridad Edith–. He leído además todas


sus obras y creo que su método es el más adecuado para conocer
la realidad. Estoy de acuerdo con lo que usted mismo dice: «La
ciencia se dirige al saber. Y en el saber poseemos la verdad».

–¿Ha leído ya mis libros? –se asombra el profesor Husserl.

–Todos. El que me ha decidido a venir aquí ha sido


Investigaciones lógicas. Hace poco he terminado el segundo
tomo.

–Vaya, vaya –sonríe Husserl–. ¡Eso es una auténtica proeza! ¡Es


usted una heroína!

El tono de la conversación se hace cada vez más amistoso. Edith


sale muy contenta de la entrevista.

Al día siguiente recibe una invitación para formar parte de la


Sociedad Filosófica, grupo en torno a Husserl en el que se

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

discute y se dialoga sobre filosofía y al que pertenecen alumnos


muy escogidos, entre ellos algunas mujeres.

Allí, Edith se encuentra en su salsa. A las pocas semanas se hace


imprescindible: con su ingenio es motor de muchas de las
cuestiones que se debaten, y es ella, además, la que redacta el
acta de las reuniones.

Los alumnos y profesores que forman el Círculo de Gotinga


llegan a ser muy buenos amigos de Edith, como otra chica,
Eduvigis Conrad-Martius. Algunos de ellos tuvieron un gran
papel en los acontecimientos que cambiaron la vida de Edith,
como se verá más adelante.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

10. Un amor secreto

Pero todo no era estudiar. Están en pleno verano y como los


miércoles por la tarde y los domingos no tienen clases,
aprovechan para ir de excursión.

A Rose y a Edith les encanta subir a las montañas o andar por


los bosques. Las excursiones las planifican muy bien: se
levantan muy pronto para aprovechar el día, preparan algo de
comer y se echan la mochila a la espalda. Unas buenas botas son
imprescindibles para caminar kilómetros y kilómetros, entre
canciones y risas. Cuando tienen más tiempo, toman un coche
de línea o el tren y van a conocer las ciudades y pueblos un poco
más alejados. A veces pasan la noche en algún albergue.

En una ocasión van a Francfort. Como les gusta mucho el arte,


entran en la catedral católica, de estilo gótico florido, que está
vacía. Mientras recorren en silencio las altas naves, observando
las bóvedas de nervaduras, las impresionantes vidrieras y los
diferentes retablos, ven entrar en el templo a una sencilla mujer
con la cesta de la compra cargada de verduras.

La mujer se arrodilla y, cerrando los ojos, ora unos minutos.


Luego, se acerca ante una imagen de la Virgen. Y se va.

A la salida, Edith no deja de comentar la sorpresa que le ha


causado el hecho:

–¿Has visto, Rose? Esa mujer ha entrado a rezar, sin más.

–Sí, en los católicos eso parece algo normal.

51
Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

–Esto es lo que me admira de esa religión –explica Edith–. Ya


sabes que a las sinagogas y a las iglesias protestantes sólo va la
gente en los momentos en que hay oficios religiosos. Sin
embargo, mira: ¡en medio de sus ocupaciones, esa señora
católica entra en la iglesia a rezar a su Dios! ¿No es algo más
auténtico, menos frío?

–Sí, es verdad –concede Rose.

Esta sencilla anécdota tendrá para Edith un significado pleno


allá por el año 1921. No la olvidará nunca.

Otras veces se quedan en casa e invitan a otras chicas y cantan y


bailan hasta muy tarde. Los valses y las animadas polkas les
encantan a todas. Les gusta, a veces, leer algún libro en voz alta
y comentarlo. Y los acogedores cafés de Gotinga, donde sirven
unos deliciosos dulces y bollos, se convierten también en buenos
lugares de reunión para charlar cuando llueve.

Buena parte de su tiempo libre lo dedica Edith a trabajar en


favor de la mujer. Está deseosa de que a las mujeres se les
reconozca su derecho a votar en las elecciones y a que se les
deje tener una profesión remunerada.

–Las mujeres podemos llegar a ser, si nos preparamos, tan


buenas profesionales como los hombres –suele decir Edith.

–¿Y ser ministras o catedráticas? –preguntan incrédulas sus


amigas.

–¿Por qué no? –decía Edith, para quien eso de ser catedrático es
una atractiva posibilidad de futuro–. ¡Debemos conquistar la
sociedad!

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

En ocasiones, los componentes de la Sociedad Filosófica se


reúnen los domingos por la tarde para merendar juntos o
celebrar el cumpleaños de alguno de ellos en sus propios
hogares. Las esposas de los profesores contribuyen a crear un
ambiente agradable, con pequeñas sorpresas en forma de
pasteles y dulces. A Edith le entusiasma acudir a ese tipo de
tertulias. Lo pasa muy bien. Tienen un tono humano de gran
calidad. Esta época es una de las más felices de su vida.

En este grupo de amigos filósofos se encuentra uno, Hans Lipps,


médico de profesión, dos años mayor que Edith, al que le une
una especial amistad. Hans está preparando su doctorado en
filosofía y se interesa mucho por Edith.

Hans es alto y muy guapo, de mirada alegre. Ambos comparten


ideales y se comprenden. Edith incluso piensa que podría llegar
a ser su marido en el futuro. Pero ninguno habla de su mutuo
afecto ni da el paso para iniciar un noviazgo. Edith prefiere
permanecer distante respecto a este tema y ni siquiera lo
comenta con sus amigas. Sólo lo cuenta en su autobiografía:

En medio y junto a toda la entrega al trabajo, yo mantenía la


esperanza en lo íntimo de mi corazón de un gran amor y un
matrimonio feliz. Entre los jóvenes con los que trataba había
uno que me atraía y tenía la sensación de que él por su parte
pensaba en mí como futura compañera de su vida. Pero de esto
apenas nadie se dio cuenta y yo prefería dar la impresión de
fría e inaccesible.

Esto hace que en lugar de afianzarse su amor, acaben ambos por


seguir caminos distintos. Un día, Hans se despide de ella porque
se va a Estrasburgo. ¡Cuánto le echa de menos Edith! Ya no se

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

encuentra de repente por las calles de Gotinga con su figura alta,


siempre vestido con una chaqueta azul marino...

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

11. Resolver un problema

Pasan las semanas muy deprisa y el semestre está llegando a su


fin. La preocupación de Edith aumenta al mismo tiempo que
busca la manera de seguir en Gotinga. Ha descubierto que su
vida está allí y no puede abandonar la ciudad, pues sería
retroceder.

Pero, ¿cómo convencer a su madre de que no desea volver a


Bresláu, que quiere terminar la carrera en Gotinga? También
está el problema del dinero. Su madre está haciendo muchos
sacrificios para enviarle cada semana el dinero para los gastos.
Y eso que Edith vive modestamente, sin consentirse demasiados
caprichos.

Hacia el mes de septiembre, Lehmann, su profesor de historia –


materia que también le gusta mucho y en la que destaca–, la
sorprende proponiéndole que amplíe un poco uno de sus trabajos
de historia y lo presente como tema de su licenciatura o examen
de estado.

¡Éste es el motivo que puede dar a su madre para justificar


quedarse! ¡Es una oportunidad estupenda que no puede dejar
pasar!

Traza sus planes y va a hablar con Husserl para que le dirija la


tesis doctoral, que quiere hacer antes del examen de estado:

–Maestro, quisiera solicitar su permiso y su ayuda para empezar


a investigar sobre el trabajo del doctorado. El profesor Lehmann
me ayudará con el de licenciatura.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

–Pero, ¿está usted tan adelantada? –se extraña Husserl–. ¿Es que
ignora que se necesitan seis semestres y que usted sólo lleva
cinco, y aquí sólo uno? ¿No ve que el resto de sus compañeros
empiezan a pensar en el doctorado cuando han cumplido ocho o
diez semestres? No, no. ¡Lo considero una precipitación!

–Si cuento con apoyo, puedo hacerlo –argumenta Edith–. No


temo al trabajo.

–Y habrá pensado ya en el tema, ¿no, señorita Stein? –pregunta


con ironía el profesor.

–Por supuesto. Me interesa mucho la empatía. Creo que puedo


contribuir a aclarar su definición –contesta con decisión Edith.

Husserl se asombra muchísimo. Había impartido varias clases


sobre la empatía, que se puede definir como la capacidad de una
persona para comprender a otra, compartiendo sus sentimientos,
conectando con sus intereses, estableciéndose así una corriente
de comunicación entre las dos. Husserl también lo llama
«conocimiento intuitivo» o «intuición». De ahí provienen las
palabras simpatía o antipatía. Pero como era una teoría nueva en
aquellos años, y aún no estaba bien definido el concepto, Edith
se propone investigar un poco más sobre él.

–¿No cree, señorita Stein, que debería tener más paciencia y


seguir asistiendo a las clases? Ya tendrá tiempo para investigar
lo que quiera. De momento, debe sólo estudiar.

–Profesor Husserl, esto que le propongo no me quitará tiempo


de asistencia a las clases. Sólo le pido que me fije el programa
de trabajo y me apoye. De otro modo, tendré que volverme a
Bresláu...

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

El profesor, ante la insistencia de Edith, acepta dirigirle el


trabajo.

–Tengo que tener la seguridad de que está preparada para algo


tan importante –concluye Husserl–. La apoyaré sólo en el caso
de que se presente antes al examen de estado. ¡Es usted muy
persuasiva!

El examen de estado, o de licenciatura, era una importante


prueba oral, a la que había que añadir un trabajo de
investigación que se solía hacer al final de la carrera y que
capacitaba para dar clases en el futuro. Edith aún no ha llegado
ni a la mitad de sus estudios, ni se ha planteado adelantar tanto
este examen. Pero, ¿qué remedio le queda? Husserl quiere que
lo haga para que pueda dedicarse por completo a la
investigación de la tesis. Es muy exigente con sus alumnos.
Además, el trabajo de licenciatura lo tiene casi hecho, gracias al
profesor Lehmann.

Así que antes de fin de año debe proponer a Husserl un esquema


de su trabajo de doctorado sobre la empatía, y estudiar mucho al
mismo tiempo para presentarse al examen de estado lo antes
posible.

Edith aprovecha unos días de descanso, en que vuelve a casa,


para contarle a su madre todos estos planes y... ¡consigue su
permiso! Permanecerá en Gotinga hasta su doctorado, en 1916,
con las cortas interrupciones de las vacaciones de verano y
Navidad.

De vez en cuando, la Sociedad Filosófica invita a otros filósofos


y personalidades a dar conferencias. Uno de estos ilustres
invitados es el filósofo alemán Max Scheler, que a la sazón tiene

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

unos cuarenta años. Scheler es un judío convertido al


catolicismo. Para la joven filósofa, conocer a Scheler va a ser
muy importante, pues se trata de su primer encuentro con la fe
cristiana, entre el mundo de la razón y la religión.

El filósofo le causa una gran impresión también como persona,


por su carácter vitalista, simpático y abierto, tan distinto de la
frialdad de Husserl. Para Edith es un genio.

Max Scheler, en ésta y en otras conferencias a las que asiste


Edith, plantea su teoría sobre los valores. Precisamente, en estos
años, está a punto de publicar su libro más importante, El
formalismo en la ética y la ética material de los valores [7].

Scheler considera que la humildad es la base de la actividad


moral de la persona, que debe tener como fin a Dios.

Esta nueva cara de la filosofía, presentada por un fenomenólogo


cristiano como Scheler, le abre a Edith un amplio horizonte que
explorar. Edith es una filósofa muy realista: «hay que volver a
las cosas mismas», suele decir.

Sin embargo, su maestro Husserl, poco a poco ha ido


volviéndose un idealista, es decir, pone el punto de atención en
la interpretación personal de las cosas que se presentan a la
propia conciencia: en las ideas. Eso hace que el Círculo
Fenomenológico comience a despoblarse y le abandonen
algunos discípulos.

Con la llegada de Scheler, que se produce de modo paralelo a


estos acontecimientos, Edith se pregunta por primera vez si la
verdad se puede descubrir a través de la religión:

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

El mundo de la fe se presentó súbitamente ante mis ojos. En este


mundo vivían personas con las que yo trataba a diario y a las
que admiraba.

¿Merecerá la pena indagar este nuevo mundo que ha descubierto


y... probar suerte?

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

12. Momentos desesperados

Comienza el semestre de invierno. Ahora vive sola porque su


amiga Rose se ha vuelto a Bresláu. Se ha tenido que mudar a
otra pensión más económica, pero con la ventaja de que está
muy cerca de la casa de sus primos.

Con la preparación de la tesis sobre la empatía y el estudio a


fondo del examen de estado, Edith tiene ante sí un panorama de
trabajo muy agobiante.

Hace verdaderos esfuerzos por levantarse todos los días a las


seis de la mañana para irse pronto a la universidad y estudia
hasta casi la media noche. A veces no toma nada al mediodía.
Adelgaza mucho. Pero sigue adelante porque, como ha
aprendido de su madre, querer es poder.

Echa de menos a su compañera, sus risas, las excursiones, las


charlas nocturnas. Ahora, en medio del tremendo frío del
invierno, debe concentrarse en el exigente programa de estudios
que tiene por delante.

Se ha matriculado también, para este segundo semestre, en las


clases del profesor Adolf Reinach, que enseña introducción a la
filosofía. Además, este joven profesor, casado recientemente,
invita a su casa con cierta frecuencia a sus alumnos más
aventajados, entre ellos, a Edith. Su mujer, Ana, participa en
todo. En su sala de estar, Reinach imparte un curso avanzado de
filosofía, pero, como descubre Edith, no es un simple enseñar,
sino que todos contribuyen a buscar las respuestas con una

60
Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

puesta en común, lo cual convierte estas reuniones en tertulias


filosóficas muy interesantes.

Edith, en estos días, pasa muy malos momentos, pues está muy
abatida y agobiada por el exceso de trabajo. Realmente está
agotada.

Un día que se encuentra desesperada, va a pedir consejo a


Reinach. Camino de la casa del profesor, llega a desear que un
coche la atropelle...

Pero en Reinach halla comprensión, ánimo y amistad. Lee el


proyecto de Edith sobre la empatía y le dice que está muy bien y
que no se preocupe.

–Es que es todo tan oscuro y confuso, profesor...

–Bueno –le contesta Reinach, risueño–, sobre lo oscuro vamos a


echar claridad. ¡Ya verá cómo todo sale bien!

Edith se sintió muy feliz y llena de gratitud. Tenía la impresión


de que nunca se había encontrado con una persona tan buena.
Gracias a esta entrevista, recuperó la serenidad y la alegría.

Pero lo más importante, lo que le deslumbra del profesor


Reinach, es que «vive» lo que enseña Max Scheler: la sabiduría
filosófica se completa por la fe. Poco después, hacia 1915, en
plena guerra mundial, en uno de los permisos militares de
Reinach, éste y su esposa, que son judíos, se convierten al
cristianismo.

Edith se hace muy amiga de la señora Reinach y de la hermana


del profesor, Pauline. A través de ellas, ve brillar la belleza de la
fe, y descubre por contraste la oscuridad de su propia vida: triste

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

y sin Dios. Se encuentra por primera vez ante la existencia real


de un Dios personal...

Un día, pregunta a un compañero suyo judío:

–¿Cuál es tu idea de Dios?

–Dios es espíritu –contesta su amigo sin parpadear.

–¿No piensas que Dios puede ser un ser cercano, personal, un


padre, como creen los cristianos?

–No. El Dios de Abraham es espíritu –repite sin más.

Para Edith, aquella respuesta fue como si hubiera recibido «una


piedra en lugar de pan». No está satisfecha con ese Dios frío de
los judíos.

Pero no tiene tiempo de pararse a analizar esa nueva inquietud


que le invade, porque sigue muy atareada con la preparación de
la tesis y del examen de estado.

A finales de la primavera de 1914, tiene la alegría de recibir la


visita de su hermana Erna y de su novio Hans. Son días de
descanso; Edith les muestra la ciudad y salen de excursión. Pero
el ambiente está intranquilo por la amenaza de guerra.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

13. Tiempos de guerra

Un día caluroso de julio de 1914 llega la noticia del asesinato en


Sarajevo del heredero del trono austríaco y de su esposa, los
archiduques Francisco y Sofía.

Este hecho es como si alguien hubiera quitado la válvula de


escape a una olla a presión donde desde hacía tiempo bullían las
amenazas bélicas. Austria declara la guerra a Serbia. Los
ultimátums y las declaraciones de guerra entre los dos bloques
enemigos [8] se suceden en una escalada de acontecimientos en
cuestión de muy pocos días. Acaba de estallar la Primera Guerra
Mundial.

En Gotinga las clases se interrumpen. Se respira por todas partes


un fuerte sentimiento patriótico. Durante todo el mes de julio,
los profesores se van incorporando a filas, entre ellos el profesor
Reinach y el primo Richard.

Edith hace las maletas rápidamente y llega a casa el 31 de julio


por la noche. Allí se entera de que muchos de sus familiares
también se han ido ya a las trincheras. En Bresláu todos temen
que entren a saco los rusos, que se encuentran muy cerca de la
frontera alemana.

–Mamá, quizás deberíamos irnos –dicen sus hijos–. En unos días


pueden llegar las tropas rusas...

–¡No hay que tener miedo! –contesta Augusta–. ¡Si entran los
rusos, los echamos fuera a escobazos!

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

En todo el país no se habla de otra cosa sino del heroísmo de los


soldados. Y Edith decide suspender momentáneamente sus
trabajos de doctorado por un sentido de responsabilidad hacia el
momento que están viviendo. Se lo cuenta a su madre:

–Ahora no puedo pensar en mis propios asuntos, mamá. Todas


mis energías las tengo que dedicar a lo que me pide mi patria.

–¿Y qué vas a hacer, hija mía? –pregunta la señora Stein.

–Me ofreceré como enfermera –contesta Edith–, aunque yo no


tengo preparación.

–Hay cursos de enfermería para estudiantes –le dice su madre–.


Las hijas de mis amigas están asistiendo a ellos...

–Sí, haré un cursillo –contesta Edith–. Y luego iré donde más


me necesiten.

Realiza un curso de enfermería de varias semanas, en el que


aprende algo de cirugía de urgencia, a poner inyecciones, a
hacer vendajes y a tratar epidemias. Cuando termina, se ofrece a
la Cruz Roja para ir a cualquier destino. Ella prefiere que la
envíen al frente de batalla, donde piensa que hará más falta.
Mientras tanto, hace prácticas en el hospital de Bresláu.

Como no la llaman de ningún sitio, en otoño regresa a Gotinga.


Se instala en casa de Nelli, la mujer de su primo Richard.
También ve con frecuencia a Pauline Reinach. Con ellas
colabora en la Asociación para el Estudio y la Formación de la
Mujer.

Sobre todo, se dedica a estudiar a fondo para el examen de


estado. Husserl sigue allí y, por fin, el 14 y el 15 de enero se

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

examina y le dan la máxima nota. Lo celebra con Pauline


tomando café y pasteles en la mejor confitería de Gotinga.

Cuando, de vuelta a casa, su madre la abraza para felicitarla, le


dice:

–Hija mía, estoy muy orgullosa de ti, pero me gustaría que


pensaras que todo lo que tienes y consigues se lo debes a Dios.

Pero Edith aún no piensa en Dios.

A los pocos días, una señora de la Cruz Roja la llama por


teléfono para que vaya lo antes posible a un hospital de Austria
donde cuidan a enfermos infecciosos. Su madre se alarma:

–Hija, quédate en el hospital de Bresláu, que también harás


mucha falta, o pide otro destino. Mira que arriesgas tu vida con
ese tipo de enfermos. ¡Es muy peligroso!

–Mamá, estoy viendo –responde Edith– que la gente que


conozco: mi familia, mis profesores, mis compañeros, están
luchando en el frente y no les importa dar su vida por su país.
Yo también he de ser capaz de eso.

Su madre hace todo lo posible para disuadirla:

–Ya sabes que los soldados suelen estar plagados de piojos...

–Tendré que afrontar ese riesgo –responde Edith con un


escalofrío, ya que siente verdadero pavor a los piojos.

–¡No entiendo esa cabezonería tuya! –explota su madre–. ¡No


irás de ningún modo!

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

–Lo siento, mamá, pero si no me das tu permiso, tendré que ir


sin él. Mi gente me necesita.

No obstante, su madre, llorando, la acompaña al día siguiente a


la estación.

El hospital de Mährisch-Weisskirchen está en Austria, a unas


seis horas en tren desde Bresláu. Es una academia militar de
caballería convertida en esos días de guerra en un destartalado
sanatorio, donde se agolpan cuatro mil camas. Los enfermos
provienen del frente: austríacos, alemanes, checos, húngaros,
turcos y hasta gitanos.

Sufren el cólera, la disentería, el tifus y otras graves


enfermedades producidas por las heridas recibidas, que, en
aquella época en la que aún no había antibióticos, son mortales
casi siempre. Tienen que aplicar morfina para calmar el dolor,
inyecciones de alcanfor contra los ataques cardíacos y
sulfamidas para atajar las infecciones. Los médicos y las
enfermeras que los atienden están expuestos continuamente a
contraer estas enfermedades y deben cuidar mucho la higiene.

La mayoría de las enfermeras son profesionales, destinadas allí


por el Estado, y a sus órdenes se encuentran Edith y otras
estudiantes que han aprendido rápidamente lo fundamental. La
avalancha de enfermos que llegan es enorme, a veces hasta mil
de golpe. No dan abasto y tienen que estar disponibles de día y
de noche.

La tarea de Edith no es fácil. Debe obedecer sin rechistar los


encargos de las enfermeras oficiales que, a veces, se muestran
muy mandonas, aunque son buenas profesionales, como la
enfermera jefe.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

Procura aliviar con pequeños servicios las molestias de los


enfermos: cambiarles de postura en la cama, lavarlos, ponerles
una botella de agua caliente para el frío, etc. También les da de
comer como si fueran niños pequeños, y los atiende con cariño.
Algunos sólo pueden agradecérselo con una mirada.

Con frecuencia, la peor dificultad es el idioma. Muchos de los


heridos están desesperados al verse allí sin poder hablar con
nadie.

En una ocasión, haciendo una guardia nocturna, Edith, mientras


toma café muy cargado, está enfrascada en la lectura de un
librito.

Steffi, una auxiliar polaca, le pregunta:

–¿Qué lees con tanta atención, Edith?

–Oh, nada especial –contesta Edith con una sonrisa–. Es este


libro de idiomas para casos de emergencia que tiene el doctor
Pick: cada día aprendo alguna frase de memoria y, así, cuando
viene algún enfermo nuevo que no habla alemán, es más fácil
comunicarme con él.

Su amiga se admira: ¡en lugar de descansar como otra haría,


aprovecha el tiempo!

Con frecuencia, cuando la medicina ya no puede hacer nada


más, lo que necesitan los enfermos es un poco de ánimo, un rato
de conversación, y Edith se suele quedar después de terminar su
trabajo con ellos. A veces, les escribe alguna carta al dictado. El
recuerdo de su casa, su familia, de la que no saben nada y la
incertidumbre del futuro les atormenta. Otras veces, se sienta al

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

lado de ellos en silencio y simplemente les sostiene una mano


hasta que consiguen dormirse.

El encuentro cotidiano con la muerte y el dolor es muy duro


para la sensibilidad de Edith, pero procura sobreponerse.

Una mañana, llevan a un soldado inconsciente a la mesa de


operaciones. Una de las enfermeras-jefe ordena a Grette, una
estudiante recién incorporada al hospital, que ayude al médico
que va a cortarle las piernas. La pobre chica, que nunca ha
estado en semejante situación, se queda lívida y a punto de
desmayarse. Edith se da cuenta.

–Anda, ve a hacer aquellas camas –le susurra–, que mientras


ayudo yo al doctor. Encontrarás sábanas en el lavadero.

–¡Gracias, Edith, procuraré vencer este temor, te lo prometo! –


contesta Grette llena de agradecimiento, mientras va deprisa a
por la ropa blanca.

Estas escenas hacen que se acostumbre al café fuerte para estar


bien despierta y a los cigarrillos que le ofrecen para calmar los
nervios.

Edith es siempre la primera que acude cuando llaman a alguna


voluntaria para un caso difícil. Y es tal su dedicación y eficacia
que muchas veces los médicos la solicitan a ella en particular o
le piden cualquier cosa, sabiendo que Edith lo va a resolver.
Tampoco le importa, a pesar del cansancio o del agobio,
sustituir a alguna compañera por la noche. Como ayudante de
cirugía es muy competente, pues enseguida ha aprendido lo que
se necesita para cada tipo de operación.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

Le da mucha pena que los soldados jóvenes mueran sin que ella
pueda hacer nada. Su misión entonces es procurar que se firme
el certificado de defunción cuanto antes, que se lleven el cuerpo
y recoger rápidamente la ropa de la cama para desinfectarla en
las grandes calderas de agua y lejía que están constantemente
hirviendo en el patio.

Un día no puede evitar echarse a llorar, mientras arregla la cama


de la que acaban de llevarse un cadáver. Alwine, una
compañera, se acerca:

–¿Conocías a ese soldado, Edith?

–No –dice Edith, echando mano del pañuelo–. Pero me imagino


el sufrimiento de la familia de ese pobre hombre, cuando reciban
el telegrama con la noticia. Estaba recién casado...

–¡Es verdad! –reconoce–. Pero no hay que pensar en esas cosas,


porque si no, no podríamos trabajar. –Ya lo sé –contesta Edith–.
Es que a veces pienso en que puede ser alguien de mi familia...

Tras cinco meses de trabajo durísimo en el hospital, en los que


no ha querido tomar ningún descanso. Edith está agotada y ha de
ser sustituida. Se despide de sus mejores amigas, Alwine y
Grette, y vuelve a su casa para recuperar fuerzas, con el
propósito de reincorporarse al hospital al cabo de dos semanas.
Cuando se restablece, Edith se pone de nuevo a disposición de la
Cruz Roja. Mientras tanto, retoma la tesis doctoral.

Tiempo más tarde, por su abnegación en el trabajo más allá de


su estricto deber y por su entrega, el Estado alemán le concedió
la medalla al valor. Es un galardón que se otorga sólo a los
héroes. Ella lo aceptó con humildad y con agradecimiento.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

14. Un reto fascinante

Llega la Navidad de 1915 y Edith es invitada por Pauline, la


hermana de Reinach, a pasarla en Gotinga. Como en casa de su
madre no se celebra esta fiesta cristiana, puede ir
tranquilamente. Sus amigos y profesores que están en el frente
tendrán permiso esos días y podrá verlos. ¡Qué alegría! Además,
el 23 de diciembre es el cumpleaños del profesor Reinach y
harán una fiesta.

Aprovecha también esos días de descanso para hablar de su


trabajo doctoral con Husserl. Todo parece ir bien.

Después de año nuevo, vuelve a casa. Pronto llega una


inesperada noticia: a Husserl le han ofrecido la cátedra de
filosofía en la Universidad de Friburgo, una importante ciudad
del sur de Alemania, casi en la frontera con Suiza y Francia.

Esta noticia es muy buena para Husserl, pues le elevan de


categoría, pero a ella le viene regular porque no tendrá más
remedio que defender su tesis doctoral en Friburgo, donde no
conoce a nadie. Husserl, además de ser su director de tesis, es su
«abogado» y debe estar junto a ella y presentarla ante el tribunal
académico. Él le promete que así lo hará.

Mientras está dándole vueltas a este cambio de planes, llega otra


novedad:

–¿Qué lees, Edith? –pregunta su madre.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

–Mira, mamá –dice Edith, mientras le enseña la nota que acaba


de recibir–, me escribe el director de la Escuela Victoria, para
que sustituya durante unas semanas a uno de los profesores, que
está enfermo.

–Pero, ¿no te ibas a ir a Friburgo?

–Me necesitan aquí. Casi todos los profesores están en la


guerra...

–¿No será un retraso para tu doctorado?

–Un poco. Pero, ¿te das cuenta, mamá? ¡Sería mi primer empleo
como maestra oficial! ¡Y en la Escuela Victoria, que siempre he
querido tanto...! Voy a aceptar.

–Lo mejor para ti –le aconseja su madre, que quiere que sea
maestra en Bresláu– sería que procuraras quedarte en ese puesto
definitivamente, ya que te lo ofrecen. Estarías cerca de mí y te
asegurarías tu futuro económico.

–De momento daré las clases, pero no puedo abandonar el


doctorado. Escribiré al profesor Husserl ahora mismo para
contárselo.

Dicho y hecho. Cinco años después de despedirse como alumna,


Edith vuelve a su escuela como profesora. Da clases de latín,
historia y geografía. Y entra a formar parte de aquellas
misteriosas reuniones de profesores que tanto llamaban su
atención cuando tenía once o doce años.

Tiene un horario muy apretado, porque además de sus clases,


termina por fin la tesis. Con la ayuda de dos primas, perfectas
mecanógrafas, pasa a máquina la tesis, la encuaderna en tres

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

grandes tomos y se la envía por correo a Husserl para que la


vaya leyendo.

En julio termina el curso en la Escuela Victoria y se dispone por


fin a viajar a Friburgo para resolver su doctorado. Justo antes de
viajar a Friburgo, Hans Lipps –su amor secreto– llama a Edith.
¡Qué sorpresa se lleva! Desde que se fue de Gotinga, hace casi
cuatro años, no ha vuelto a verlo, aunque se han escrito alguna
vez. Se encuentran en la estación, porque él también tiene que
viajar. En el tren van solos en un departamento y pueden hablar
a sus anchas: de los amigos comunes, de la guerra, de lo que ha
hecho cada uno, de la tesis de Edith... Son unas horas muy
emocionantes.

Hans debe hacer transbordo y coger otro tren. Y antes de bajar,


Hans le revela cuánto la admira... De nuevo le cuesta despedirse
de él. Se miran a los ojos, mientras se dan un largo apretón de
manos y se desean suerte.

Ya no lo vuelve a ver. Algunos años más tarde, Edith se entera


de que Lipps acaba de casarse con otra mujer.

Edith llega por fin a Friburgo. Al profesor Husserl le ha gustado


mucho el trabajo de investigación En torno al problema de la
intuición, al que Edith ha dedicado casi tres años. Se siente muy
orgulloso de su alumna.

Llega el día 3 de agosto de 1916, fecha de la defensa de la tesis.


La hora está fijada a las seis de la tarde y hace mucho calor.
Edith se ha arreglado con esmero; lleva un bonito y fresco
vestido de seda en tono rojo ciruela. Desde que es maestra,
procura vestir bien, sin demasiados adornos pero con trajes de

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

buena calidad, porque sabe que es analizada cuidadosamente por


sus alumnas y no quiere causar una mala impresión.

Edith llega muy segura de sí misma, de su trabajo y de su


profesor, quien la presenta como alumna aventajada ante el
imponente tribunal de catedráticos. Durante dos horas expone y
contesta a todas las preguntas sobre su trabajo con gran orden y
soltura.

Tras la deliberación, le dan la calificación máxima, summa cum


laude. ¡Por fin ha terminado todo! Tiene veinticinco años.

La señora Husserl le ha hecho una corona de margaritas y,


mientras se la pone en la cabeza en señal de triunfo, la invita a
cenar.

A los pocos días, Husserl y su mujer organizan una fiesta en su


casa en honor de Edith. Allí, entre los numerosos invitados,
conoce a Martin Heidegger, con el que mantiene una animada
conversación. Heidegger es un filósofo fenomenólogo, amigo de
Husserl, que más tarde desarrollará su propia teoría: el
existencialismo. A Edith le causa buena impresión.

Un día, dando un paseo con Husserl y su mujer por las afueras,


Edith, que se ha dado cuenta de la cantidad de trabajo que tiene
el profesor, le dice:

–Profesor, usted necesita un asistente. ¿Cree que yo podría


ayudarle?

–¿Quiere usted trabajar conmigo? –dice Husserl, parándose de


repente, y con un tono de voz muy alegre–. ¡Me encantaría que
fuera usted mi ayudante!

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

–Pues puede contar conmigo.

El profesor y su mujer están encantados. Y Edith también,


aunque le espera un trabajo arduo junto a un «jefe» tan exigente.
Es, pues, un reto fascinante.

Vuelve a Bresláu para hacer el equipaje. A su madre le cuesta


entender que se despida de la Escuela Victoria y que se vaya tan
lejos.

Como mano derecha del catedrático, se encarga de enseñar las


primeras nociones de fenomenología a los alumnos recién
matriculados y de impartir unos seminarios prácticos. Edith
tiene una gran paciencia para la enseñanza y al mismo tiempo
tiene mucha autoridad.

Además, se encarga de transcribir las abundantes notas a mano,


tomadas a vuela pluma por el profesor, y las ordena por temas y
por fechas. Es un trabajo de chinos.

El tiempo que está en Friburgo, hasta 1918, le proporciona


bastantes momentos de trato cordial y profesional con
Heidegger, aunque en la forma de ser y de ver la vida difieren
profundamente: Heidegger, católico, está a punto de abandonar
su fe (lo hace en 1919); y, ella, atea, está a las puertas de
encontrar definitivamente la verdad.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

15. La muerte abre una puerta

Año 1917. La guerra está durando ya mucho y va de mal en peor


para Alemania. Entra en la contienda Estados Unidos,
circunstancia que decide en gran medida la victoria de los
«aliados». El Imperio alemán, arrogante al principio al sentirse
superior, se debilita rápidamente y cunde tanto el pesimismo que
lleva al suicidio a mucha gente.

Siguen llegando las malas noticias. Tras graves incidentes en


febrero, en Rusia acontece meses más tarde la Revolución de
Octubre, con la implantación de los soviets y la proclamación de
la República Democrática. El zar Nicolás II y su familia son
asesinados a sangre fría.

Un día, se produce un suceso para Edith desolador y terrible.


Entra Husserl, muy serio, en el despacho de Edith, que está en
pleno trabajo. Le muestra un telegrama.

–Señorita Stein, acaban de comunicarme una trágica noticia:


nuestro querido amigo Reinach ha muerto en el frente de
Flandes. Sé que usted también lo apreciaba mucho...

Edith se queda sin palabras. Esta desgracia cae sobre ella como
un mazazo y enseguida piensa en la desesperación en que debe
de encontrarse su viuda.

Recuerda, además, la gran bondad del profesor Reinach, que


supo orientarla en momentos de incertidumbre. En él descubrió
la alegría de vivir una fe bien fundamentada.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

En cuanto se queda sola, llora desconsoladamente. Se siente


como huérfana.

A los pocos días, recibe una carta de Gotinga. Ana, la viuda de


Reinach, le pide que ordene y reúna todos los trabajos de
investigación de su marido, que dejó en la universidad.

Edith se apresura a ir a Gotinga a ver a su amiga. ¡Qué triste y


sola debe de estar! Durante el viaje piensa en lo que le puede
decir para consolarla y no encuentra argumentos. La muerte,
para una atea como Edith, sólo significa el final, donde todo
termina. No hay esperanza, ni un más allá. Sólo... la nada. El
abrazo entre las dos amigas es muy afectuoso. Pero, ¿qué se
encuentra Edith? A una mujer vestida de negro y triste, pero no
sumida en la desesperación.

–¿Cómo estás, Ana? –indaga Edith con preocupación.

–Bien, Edith. Estoy ordenando las cosas de Adolf. ¡Qué de


recuerdos desde que nos conocimos...!

La viuda sonríe mientras enseña a Edith algunas fotografías.

–Edith, te agradezco mucho que te ocupes del trabajo de mi


marido. Sin ti, todo se acabaría perdiendo.

–No, no me des las gracias, sabes cuánto le debía. Pero... ¿cómo


puedes estar tan serena?

–Mira, Edith, yo sé que tú aún no lo comprendes, pero desde que


recibimos el bautismo, comenzamos una nueva vida de fe, de
esperanza y de amor. La muerte es sólo una separación
temporal. Confío en que los dos nos reuniremos en la otra vida,
junto a Dios.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

–Pero, pero... –no acierta a decir Edith.

–Lo que ahora sufrimos con la muerte –continúa la señora


Reinach– es sólo un paso para la verdadera vida. Y, como Él, mi
marido y todos nosotros resucitaremos en el último día. ¡Cristo
ha vencido a la muerte, Edith! Eso me da un gran consuelo
dentro de mi dolor.

La actitud cristiana de Ana Reinach, que acepta el sufrimiento


con tanta serenidad, causa gran impacto en Edith. Percibe que el
cristianismo, para quien lo vive auténticamente, influye
positivamente en la totalidad de la persona. Lo cuenta en una de
sus cartas:

Éste fue mi primer encuentro con la cruz y con la divina virtud


que ella infunde a los que la llevan (...). Fue el momento en que
mi incredulidad se desplomó y Cristo irradió en el misterio de la
cruz.

La muerte de Reinach le abre, por fin, la puerta de la fe. Sólo


queda que Edith dé el paso y entre por ella definitivamente.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

16. Adiós a Husserl

Edith ha comenzado a creer en Dios. Ha comenzado a creer en


la fuerza de la oración. Pero aplaza la decisión de bautizarse,
aunque siente la llamada de la fe. Está como sin fuerzas y se
abandona en Dios. Empieza a leer despacio los Evangelios y
otros textos cristianos. Y así transcurren cerca de tres años.

De momento, tiene mucho que hacer. El trabajo con Husserl se


hace cada vez más difícil. El profesor está acostumbrado a
trabajar solo, no admite colaboradores a su misma altura. Y ella
está un poco harta de hacer sólo de secretaria y de ordenarle la
mesa. Intenta hablar con él varias veces, explicarle que desea
compartir con él sus investigaciones, que puede aportar sus
puntos de vista. Pero es poco menos que imposible.

–¡No puedo más! –exclama desahogándose un día con su amigo


Fritz–. No me considera ni colaboradora ni investigadora, sino
una sirvienta. ¡Y no estoy dispuesta a «servir» a ningún hombre!
Soy capaz de morir por un ideal... ¡pero no por quien no está
interesado en mi trabajo!

Así las cosas, y pese a su admiración por el profesor Husserl,


decide irse de Friburgo. Husserl la despide con pena.

Está cerca el otoño de 1918 y la guerra toca a su fin.

Edith cree que puede ser catedrática en Gotinga, su querida


ciudad universitaria. ¡Qué ilusa! No cae en la cuenta de que por
ser mujer no la van a dejar. No obstante, lo intenta con decisión,

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

porque acaba de salir una ley que permite a las mujeres acceder
a ese tipo de puestos reservados hasta entonces a los hombres.

Así que se mueve, habla con unos y con otros, va al Ministerio,


razona sobre sus posibilidades, rellena formularios, presenta sus
trabajos de investigación y sus méritos... Pero nada, sólo
consigue buenas palabras. Le dan largas. No la dejan ni
presentarse a las pruebas de acceso a la cátedra.

Con todo el dolor de su condición femenina humillada, vuelve a


casa, a Bresláu, a esperar mejores tiempos. Otra ilusión... porque
no llegarán.

A final de 1918, se firma la paz en Versalles. Alemania ha


perdido la guerra y la mayor parte de sus territorios, y tiene que
pagar fuertes indemnizaciones. Ya no es un gran imperio, sino
una república.

Se han independizado Polonia y Checoslovaquia. Austria y


Hungría se han separado, formando Estados distintos. Rusia se
ha desmembrado en multitud de repúblicas que forman la Unión
Soviética. Los pueblos yugoslavos se independizan. Surgen
nuevas repúblicas: Lituania, Estonia, Letonia y Finlandia. El
mapa europeo ha cambiado por completo, así como el panorama
político mundial, porque desde ahora la supremacía se la
reparten dos grandes potencias: Estados Unidos y la Unión
Soviética.

Estamos también ante la proliferación de los movimientos


obreros y del sindicalismo, tras el éxito de la Revolución Rusa.
Al mismo tiempo, comienzan a surgir los totalitarismos
fascistas.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

En este nuevo ambiente de cambios tan rápidos, Edith se dedica


a trabajar con ahínco, dando clases particulares y enseñando
fenomenología. Tiene muchos alumnos, pues como discípula y
colaboradora de Husserl ha logrado bastante fama. Pasan casi
dos años.

Como miembro del Partido Demócrata alemán, toma parte


activa en la política, defendiendo siempre que el Estado no tiene
derecho a intervenir en la esfera privada y espiritual de las
personas. Es lo que ha ocurrido en Rusia, donde se ha
implantado un totalitarismo ateo y agresivo contra la libertad
personal.

Escribe artículos muy interesantes sobre el individuo y la


comunidad, algunos de los cuales, junto con otros trabajos de
investigación, envía a Husserl para que los publique en la revista
filosófica que edita.

En estos meses sufre una profunda crisis espiritual, que llega


incluso a afectar a su salud, pues no tiene con quién
desahogarse. Está completamente sola.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

17. «¡Esto es la verdad!»

Casi ya al final de su vida, Edith escribe en su obra filosófica


más importante, Ser finito y Ser eterno, un párrafo muy curioso
en el que habla de las casualidades que la empujaron al
cristianismo: el escoger una universidad «concreta», tener unas
amistades «concretas», estudiar temas «concretos», etc.

Se me ocurre entonces –escribe Edith– que tal vez yo «tuve que


ir» a aquella ciudad expresamente para «eso».

Para Edith, todo lo que pasa está dispuesto o permitido por la


amorosa y sabia voluntad de Dios.

En una de esas casualidades podemos situar a Edith en el verano


de 1921, descansando en la finca de unos amigos, el matrimonio
Conrad-Martius, en el pueblo de Bergzabern. Es una casa
grande, donde se suelen hospedar estudiantes y profesores del
círculo de Gotinga.

Atardece apaciblemente. Edith está sola en casa, pues sus


amigos han salido a ver a unos parientes. Va a la biblioteca y
escoge un libro al azar de la estantería. Es la vida de Teresa de
Jesús, escrita por la propia santa carmelita.

Hojea de pie las primeras páginas. Y le gusta tanto el talante


humilde de la santa de Ávila que se sienta a leer... y no
abandona el libro hasta que lo termina de madrugada. Lo cierra
con un temblor por todo el cuerpo. Se queda unos instantes
como en suspenso, y exclama:

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

–¡Esto es la verdad!

¡La ha encontrado! Se echa a llorar llena de emoción. Resulta


que la autobiografía de santa Teresa es una búsqueda de la
verdad parecida a la que ella misma, Edith, ha perseguido. Todo
le recuerda a su propia infancia y juventud. Y luego, ese tono
realista, casi «fenomenológico», de los sucesos que describe la
santa sobre su vida, de la reforma del Carmelo y de sus
fundaciones.

En su «reconversión» en la madurez –santa Teresa recibió el


bautismo recién nacida, no como Edith–, casi siguió los mismos
pasos que ella está dando. ¡Y pensaba como ella piensa!: el
encuentro con Cristo que sufre, tan cercano a los hombres; el
Dios personal, un Padre que no se desentiende de sus hijos. Un
Dios amoroso, en definitiva, no un ente alejado de los hombres.
En santa Teresa encuentra las respuestas a todas sus dudas. ¡Y
«métodos»!: cómo hacer oración, cómo abandonarse en Dios
Padre, cuándo servirse de la ciencia, de la sabiduría, cómo ser
humilde, el porqué del sacrificio, el empleo de la libertad, la
entrega a los demás...

Tanta es la luz que le invade con esa lectura y con ese


descubrimiento, que Edith ya no puede esperar más: desea el
bautismo inmediatamente. Más tarde, ella escribe que desde ese
día comenzó a ser «carmelita», como santa Teresa. Pero hasta
trece años después no pudo ver satisfecho su deseo de hacerse
monja.

Al día siguiente, en cuanto abren las tiendas, Edith corre a


comprarse un catecismo y un misal católico. Los lee enteros. A
su amiga y anfitriona, Eduvigis Conrad-Martius, que es
protestante, le explica su transformación y su deseo de

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

pertenecer a la Iglesia católica. Eduvigis le da la dirección de la


parroquia del pueblo, la iglesia de San Martín.

Edith entra por primera vez con fe en una iglesia católica. Le


viene a la memoria aquella señora que rezaba en la catedral de
Francfort. ¡Ahora la comprende!

Acaba de comenzar la santa misa y, desde un rincón, la sigue


con mucha devoción, sin perderse ni una frase, tratando de
asimilar toda la ceremonia. Cuando termina, entra
decididamente en la sacristía y ve a un sacerdote:

–Por favor, quisiera hablar con el párroco.

–Está hablando con él, señorita –le dice el cura con amabilidad–
¿en qué puedo servirle?

–Me llamo Edith Stein y estoy pasando unos días en casa de mis
amigos, los Conrad-Martius –explica Edith con sencillez–. Ellos
me han dado esta dirección. . –Ah, sí, sí. Este pueblo es muy
pequeño y los conozco –replica el sacerdote–. Son muy buena
gente.

–Verá... Soy judía. Pero he descubierto que la fe católica es la


verdadera. Deseo recibir el bautismo lo antes posible. Y quisiera
hacerlo antes de volver a mi casa, en Bresláu.

–¡Pero, mi querida señorita, eso no es posible! –contesta el


párroco entre asombrado y divertido–. No se puede recibir el
santo bautismo así como así... Primero, se necesita conocer la
doctrina católica, recibir una formación, saber lo que se hace...
Eso requiere tiempo, paciencia y preparación.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

–Le aseguro –dice con humildad Edith– que conozco a fondo la


doctrina católica. He estudiado el Catecismo y creo en los
dogmas de la fe católica. No quiero esperar, pues estoy segura
de lo que hago. Puede hacerme un examen, si lo desea.

–Sí, desde luego que debe pasar un examen. Es obligatorio para


los adultos que piden el bautismo. Si lo tiene tan claro, ¿puede
venir dentro de tres días? Tendré que informar al obispo...

Edith se va llena de alegría, no sin agradecer al párroco su


atención.

El día señalado vuelve a la parroquia, acompañada por Eduvigis.


El cura está esperándola con otro sacerdote. Comienza el
examen. Edith contesta a todo con seguridad. Los examinadores
quedan asombrados de que haya captado tan bien toda la riqueza
de la doctrina católica: el misterio de la Santísima Trinidad, la
Eucaristía, los sacramentos y la oración, la Redención, el
significado de la liturgia, el Primado de Pedro...

Fijan entonces la fecha de su bautismo: el 1 de enero de 1922,


fiesta de la Circuncisión de Jesús. Una fiesta católica con raíces
judías...

En septiembre vuelve a casa. Mientras tanto (quedan sólo cuatro


meses), debe realizar un cursillo de preparación al sacramento.

Debe comunicar a su familia su conversión. Edith habla primero


con su hermana Erna, que se acaba de casar y espera su primer
hijo. Erna intenta disuadirla. Sus hermanos mayores y sus
cuñados piensan lo mismo. El catolicismo es, para ellos, una
especie de secta llena de supersticiones. Y no saben qué
consecuencias tendrá este hecho para la delicada salud de la

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

madre. Además, era frecuente que en aquellas comunidades en


que algún miembro dejaba la fe judía, se le expulsara de modo
ignominioso.

–¡Es posible que tengas que salir de esta casa, de esta ciudad y
no puedas volver, Edith! ¿No te das cuenta de lo que estás
haciendo? –le suplican sus hermanos.

–Si las cosas han de llegar hasta ese límite –contesta Edith, con
tranquilidad–, lo aceptaré como parte de la cruz de Cristo.

–¿Y el honor? ¿No has pensado en lo que dirán de esta familia?


–le replican.

–Me importa mucho mi familia –aclara Edith–, os quiero a todos


y no deseo perjudicaros. Pero tenéis que entender que lo que
diga la gente me importa poco. No dejo de ser judía, porque esa
es mi raza y ese mi pueblo. ¡Cristo también es judío! Lo único
que hago es reconocer y seguir la verdadera fe...

Edith viaja de nuevo a Bergzabern para su bautismo. Ha


solicitado que su madrina sea su amiga Eduvigis, la cual, por ser
protestante, necesita un permiso especial que consigue sin
problemas.

Eduvigis le ha prestado su velo blanco de novia. Edith está muy


guapa con él. En la pila del bautismo, se le imponen los nombres
de Teresa Eduvigis añadidos al suyo propio. A continuación,
recibe su primera comunión. Edith está radiante, como una niña
pequeña.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

Edith Teresa quiere, una vez bautizada, ingresar enseguida en el


Carmelo. Pero tiene miedo de causar un disgusto mortal a su
madre si lo hace. Ella misma lo cuenta:

Mi idea era que aquello era sólo una preparación para entrar
en la Orden, pero cuando después del bautismo me presenté por
primera vez ante mi madre, advertí claramente que ella no
estaba preparada para el segundo golpe.

Al mes aproximadamente de su bautismo, recibe el sacramento


de la confirmación, que consolida la fe y da fortaleza al alma
para la lucha diaria... y para soportar lo que le venía encima.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

18. «Mamá, soy católica»

Edith vuelve a casa. De momento, sigue como si nada hubiera


cambiado: da sus clases particulares, aconseja a sus colegas que
continuamente le piden su opinión, corrige los trabajos que le
envían, contesta a todas las cartas que le llegan, incluso de gente
que no conoce. La fama de la doctora Edith es grande.

No sabe cómo decirle a su madre que se ha convertido al


catolicismo. Le va a dar un disgusto de muerte, pues para ella
dejar la fe judía es como renegar del pueblo elegido, como
repudiar las tradiciones y la propia raza. Un detalle refleja la
gravedad del caso: en la sinagoga se suele aplicar la plegaria por
los muertos a aquellos que se han convertido al cristianismo.

Como conoce a su madre y la quiere mucho, Edith cuida


especialmente los detalles de cariño hacia ella como si la
quisiera «compensar» del disgusto que le va a dar. Edith teme
ese momento. No quiere hacer nada que le cause dolor, pero
debe seguir el camino que ha descubierto.

Desde el día de su conversión, la santa misa es para Edith el


centro de su vida, de su nueva fe. Todas las mañanas, muy
temprano, sale de puntillas de su casa para asistir a misa a San
Miguel y vuelve antes de que nadie se haya levantado. Cree que
no se dan cuenta. Pero su madre, que intuye el cambio de Edith,
la oye salir algunos días y se imagina lo que pasa.

Una tarde en que su madre está cosiendo junto a la chimenea,


Edith se acerca. La besa en la frente, se sienta en el suelo y

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

apoyando la cabeza en el regazo de la madre le coge las manos y


le dice en un susurro:

–Mamá, soy católica.

La madre retira las manos lentamente y sin decir nada empieza a


llorar desconsoladamente. Y Edith, que esperaba una explosión
de cólera pero no ese río de lágrimas, rompe en sollozos
también. Es la primera vez que ve llorar a su madre.

Augusta Courant nunca entendió su conversión. Y la amargura


de que su querida hija se hubiera hecho católica la acompañó
hasta la muerte. Para Edith fue uno de los momentos más tristes
de su vida, mitigado por la alegría de haber encontrado la
verdad.

La noticia de la conversión de Edith, aunque se divulga


rápidamente, permanece discretamente dentro de sus límites. No
la echan de la sinagoga ni de la familia, y Edith puede seguir en
su casa. Su carácter firme y la ternura que tiene con todos obran
milagros y su madre no le hace grandes reproches. Sólo la mira
dolorosamente.

Al poco tiempo, Edith le dice:

–Mamá, ¿me permites acompañarte a la sinagoga como antes?

–¡No sé qué vas a hacer allí! –le responde entristecida.

Edith la acompaña ese día y muchos otros. La señora Stein ve


con asombro que su hija lee también aquellos mismos salmos en
su breviario católico. El recogimiento y la humildad con que
oraba hacen exclamar a su madre:

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

–¡Jamás he visto rezar a nadie como a Edith!

Edith ha escogido como confesor al vicario general de la


diócesis, el padre Schwind, a quien le comunica su deseo de
hacerse monja de clausura en el Carmelo. Desea santificarse en
el silencio, en la paz de la contemplación y dedicarse sólo a
adorar al Dios recién descubierto.

–No, hija mía –le dice el padre Schwind–, de momento debe


afianzarse en la fe. Y debe pensar en su madre.

–A mi madre –replica Edith–, tarde o temprano tendré que


prepararla para este paso. Pero, ya que he visto claramente la
verdad, deseo seguirla con todas las consecuencias.

Su confesor le pregunta:

–¿Y no ha pensado que la gran preparación intelectual que tiene


debe ponerla a disposición de su prójimo?

–Sí –reconoce Edith–, es verdad que cuanto más entro en Dios,


más me doy cuenta de que debo salir de mí misma...

–Pues, hija –sugiere el buen sacerdote–, lo que le aconsejo es


que tenga paciencia y ponga esos talentos que Dios le ha dado a
producir, ha dar su fruto.

–¿Cómo, padre?

–Trabaje en lo que sabe: escriba, dé conferencias, clases, ayude


a sus hermanos filósofos... La puedo recomendar para un puesto
que le va como anillo al dedo, en un ambiente que le gustará.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

Edith recibe al poco tiempo una oferta para trabajar como


maestra en una escuela católica. Se trata del colegio de Santa
Magdalena, en Espira, que está dirigido por monjas dominicas.
Espira está muy lejos de Bresláu, al este de Alemania. Edith
acepta enseguida y prepara de nuevo el equipaje. Le vendrá bien
salir del ambiente enrarecido de su casa. Erna ha tenido una
preciosa niña, Susana, que hace las delicias de la abuela
Augusta. Y eso consuela a Edith al tener que dejar a su madre.

En Santa Magdalena necesitan una profesora de lengua y


literatura para el colegio de niñas y para la escuela de
magisterio, la de las futuras maestras. También da Edith clases a
las novicias. Mucho trabajo, pues, al que la nueva profesora se
entrega con su dedicación de siempre.

Las monjas están encantadas de tener entre ellas a una doctora


del prestigio y la fama de Edith, nada menos que discípula y
asistente de Husserl. Allí, en Espira, se va a consolidar su
formación cristiana y va a realizar algunos de sus trabajos
filosóficos y sobre la mujer más notables. Permanecerá en
Espira hasta 1931.

Edith vive en el convento con las monjas, casi como una de


ellas. Eso le permite disfrutar de un ambiente de silencio y
piedad en el que puede dedicar largos ratos a oración. Pasa
mucho tiempo, sobre todo por la mañana, antes de empezar su
trabajo, en la capilla del convento, en íntimo trato con Cristo. La
santa misa es el centro de su día, y también participa, siempre
que sus tareas docentes se lo permiten, en los rezos de las
monjas.

Una noche que está en la capilla, oye que cierran la puerta con
llave. No se han percatado, dado lo tarde que es, de que aún hay

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

alguien dentro. Ella no hace intento por salir. Lo aprovecha para


orar toda la noche, pues su paz y alegría y toda su fuerza las
halla en la oración.

A la mañana siguiente, al abrir la capilla, la encuentran allí. Tras


la misa, se dirige a desayunar y a dar sus clases como siempre.

Sus jóvenes alumnas la adoran, pues Edith es una profesora


amable y risueña, que nunca se altera por nada. Cuando hace
buen tiempo, da la clase en el jardín para que las chicas tomen el
aire. A veces se sientan en el césped, en torno a ella. Y eso les
encanta a todas. La llaman con cariño y respeto la «señorita
doctor».

Considera que su misión es que las chicas asimilen muy bien el


espíritu cristiano. Va conociendo también las circunstancias de
cada una para ayudarlas mejor: su familia, su procedencia, sus
gustos... Debido a estas cualidades de Edith, muchas de las
chicas la buscan como consejera y amiga. Y ella, en esta tarea,
desarrolla su vocación como madre espiritual.

La priora general está muy contenta por el beneficioso influjo


que ejerce en toda la comunidad.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

19. Junto a los pobres

Llaman a la puerta de la habitación de Edith. Asoma la nariz una


de sus alumnas:

–Pasa, Marta. Mira, ayúdame con esto, si tienes un rato.

–Sí, señorita doctor –contesta la niña, una rubita con largas


trenzas, de unos quince años–, ahora mismo. Venía a decirle que
la hermana portera tiene un paquete postal que acaba de llegar
para usted. Dice que debe de ser otro trabajo que le envían para
que lo corrija. Que puede pasar a recogerlo, o que se lo trae ella
cuando termine su horario...

Pese a que Edith se ha hecho católica, sus amigos no se han


olvidado de ella y de su gran capacidad de consejo. Y le siguen
enviando sus escritos para que los revise.

–Dile que iré dentro de un rato –contesta Edith–. Así charlo un


poco con ella, que anda con dolores de reuma estos días. Si
puedes, me ayudas luego con estos paquetes.

Como se acerca la Navidad, Edith está envolviendo pequeños


regalos para sus amigos y conocidos.

Seguramente valen menos que el papel que los cubre. Pero, ¡qué
bien empaquetados están!, ¡con cuánto cariño! La niña entra de
nuevo en el cuarto:

–¡Qué papeles de regalo tan bonitos!, ¡qué lazos de colores!

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

–Me los han traído hoy de la ciudad en el pedido de la compra –


dice Edith, mostrándoselos.

La niña le sujeta el papel y la ayuda a hacer los lazos. –Pero...


¡se habrá gastado todos sus ahorros!

–¿Y para qué quiero yo el dinero sino para hacer felices a los
demás? –dice Edith, riendo, dándole un pellizquito cariñoso en
la mejilla–. Tengo techo, ropa, alimento, todo lo que necesito.
Te puedo asegurar, Marta, que se es más feliz cuando se da que
cuando se recibe.

La labor de Edith con los más pobres llamaba la atención. Tenía


tiempo, en medio de tantas ocupaciones, para visitarlos y
llevarles algunos regalos, pero sobre todo, para desplegar todo
su cariño materno. Los niños son su debilidad y aprovecha esos
ratos no sólo para escuchar los problemas de esas pobres
familias sino también para darles algún consejo, tanto en el
aspecto sanitario como educativo.

Un día le preguntan:

–Señorita Stein, díganos su secreto para estirar el tiempo.

–¡Pues no hago nada para alargarlo! –contesta Edith riendo–.


Simplemente, hago todo lo que puedo y no me preocupo de más.

–Pero, ¿y cuando se acumulan cosas urgentes? –insisten.

–Mire usted –responde–, lo único importante y necesario es


tener un rincón tranquilo para tratar a Dios como si no hubiera
otra cosa que hacer.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

Sí, sabe multiplicar el tiempo porque trabaja con orden, coloca


en primer lugar a Dios: la oración ocupa una buena parte de su
tiempo libre y de ahí saca la fuerza para todo lo demás. El
sagrario es su lugar preferido.

Edith vive y trabaja en Espira con mucha dedicación. Son años


de tranquilidad espiritual, si bien su actividad física es enorme.
Edith ha decidido renunciar a su sueldo como maestra: sólo
quiere lo estrictamente necesario para vivir. Así será pobre
como Cristo.

En los periodos de vacaciones, regresa a casa, con su madre.


Augusta, que está resignada con la decisión de Edith y a quien
no se le escapa la actitud de su hija, comenta a veces:

–Mi hija vive allí como una monja. No me extrañaría que un día
me dijese que ha tomado los hábitos.

En una de estas ocasiones recibe una gran alegría. Su hermana


Rosa, la segunda, que le lleva nueve años, se le acerca un día en
que está sola leyendo en su cuarto:

–Edith, quiero decirte algo.

–Te escucho, Rosa –dice Edith, cerrando el libro.

–Sé que no te vas a sorprender del todo, porque hemos hablado


algunas veces de ello... He tomado una decisión: voy a
bautizarme. Estoy recibiendo clases de doctrina católica. Mamá
no lo sabe aún...

Edith, con los ojos llenos de lágrimas, abraza a su hermana.


Sabe que a Rosa le ha costado mucho tomar esta decisión,
porque no tiene empleo ni estudios y depende exclusivamente de

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

su madre. Por eso, cuando Edith vuelve a Espira, organiza las


cosas para que Rosa se vaya con ella una temporada.

Edith va madurando cada vez más en la fe. Traduce las cartas


del cardenal Newman, un católico convertido del anglicanismo
en el siglo XIX. Y, desde 1925, su director espiritual le aconseja
que estudie a santo Tomás, el gran filósofo y teólogo dominico.
Lee la Summa theologica.

El encuentro con santo Tomás, creador de la filosofía escolástica


–basada en Aristóteles–, le pone de nuevo frente a su gran
vocación intelectual: la filosofía. Santo Tomás enseña a Edith
que la fe es también un camino hacia la verdad.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

20. Edith se hace famosa

La fama de Edith no ha dejado de crecer. En los ambientes


intelectuales se la considera una figura de la cultura. Parece que
acaba su vida tranquila, repartida entre sus tareas de enseñanza y
su vida de piedad. La reclaman de todas partes para que dé
conferencias, escriba artículos, imparta cursillos y participe en
congresos y debates.

Hacia 1928 inicia una gira de conferencias sobre el papel de la


mujer en la sociedad y viaja a muchas ciudades: Salzburgo,
Viena, Zurich, Heildelberg, Berlín... Edith es una buena oradora,
muy convincente.

También escribe un artículo mensual para la revista de la


Asociación de Maestras Católicas Alemanas –de la que es
miembro– y para la Asociación de Mujeres Trabajadoras. Lo
que Edith piensa sobre la mujer es muy avanzado para la época,
una época aún llena de prejuicios. No obstante, ella, en su
humildad, se resiste a hacer estos viajes que la distraen de su
trabajo docente.

–¿De verdad cree, padre –le dice al capellán del colegio,


organizador de sus giras–, que yo, que vivo tan alejada de todo,
puedo hablar del significado de la mujer en la vida actual?

–Puede hablar mejor que nadie –le responde–, ya que es una


mujer intelectual e independiente... y con sentido común. Y es el
momento de hacerlo.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

Edith cree que la dignidad de la mujer no proviene del papel que


cumpla en la sociedad, sino de haber sido creada en igualdad
con el hombre. La mujer y el hombre no están uno por encima
del otro, sino uno al lado del otro. Edith es ferviente partidaria
de la educación del hombre y de la mujer en igualdad de
condiciones.

El descubrimiento y el desarrollo de las cualidades específicas


es lo que Edith llama «vocación». La mujer, cada mujer, debe
encontrar su propio camino. Para Edith, «vocación» y
«profesión» significan lo mismo. De hecho, en alemán existe
una sola palabra para ambos significados, que es la que usa
siempre Edith.

Piensa que los hombres y las mujeres son colaboradores, nunca


rivales. Los hombres y las mujeres son iguales y
complementarios y deben respetarse las diferencias. Por eso, la
maternidad significa tanto para la mujer, porque desarrolla una
de sus características más fuertes y genuinamente femenina: la
de su inclinación natural a dar vida y a darse; la del amor.

En sus conferencias y escritos habla también de que la mujer no


es una máquina; defiende la fecundidad de una vida dedicada a
la profesión y que la maternidad no tiene por qué ser sólo física,
sino también espiritual.

Las conferencias y escritos de Edith sobre la mujer tienen un


gran éxito. La palabra de Edith no es polémica ni demagoga,
como se estila en los ambientes feministas radicales. Es
tranquila, convincente, se limita a exponer su punto de vista.

Su fama la precede por todas partes y muchos miles de mujeres


y hombres acuden a escucharla.

97
Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

El padre Schwind, su querido director espiritual, muere de


repente en 1927 mientras confesaba en la iglesia. Durante cinco
años la ha ayudado en la tarea de ser una buena cristiana y ha
sido para ella como un padre.

Ahora que se queda de nuevo sola, Edith recuerda una extraña


frase, profética, que le dijo un día:

–Edith, cuando yo muera, comenzará tu vía crucis.

No se puede ni imaginar lo que le ocurrirá... De momento, su


actividad se multiplica.

En 1928 se jubila su viejo profesor Husserl, que ha cumplido


setenta años. Para la ocasión, Edith ha escrito un ensayo en el
que compara la fenomenología de Husserl y la filosofía de santo
Tomás que, para ella, se complementan. Viaja a Friburgo para
asistir a una cena en casa del profesor Husserl y allí se vuelve a
encontrar con Heidegger, que ha accedido a la cátedra dejada
por su maestro. También conoce al filósofo español Javier
Zubiri.

Cada vez tiene más trabajo, porque sus conferencias y sus


publicaciones en la prensa tienen un gran eco. Además, sigue
con toda la labor de formación de jóvenes en el colegio de Santa
Magdalena de Espira.

El descubrimiento de santo Tomás hace que empiece a traducir


del latín una de las obras más difíciles del santo dominico,
Quaestiones de veritate (Cuestiones sobre la verdad). Santo
Tomás la ha devuelto a su antigua pasión: la filosofía. Pretende
enlazar la filosofía escolástica con los métodos modernos, como
la fenomenología y, al mismo tiempo, facilitar a los estudiantes

98
Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

de filosofía el estudio de esta importante obra tomista sin


necesidad de leerla directamente en latín, algo que no está al
alcance de todos.

En 1928 le piden que vaya a la abadía benedictina de Beuron a


ayudar en las diferentes celebraciones de Semana Santa y
Pascua. Allí conoce al abad Walzer, que será hasta el final su
nuevo director espiritual. El abad está impresionado por la
personalidad de Edith: de alegría casi infantil, sincera, dócil,
sencilla. Un alma sin problemas. Y al mismo tiempo una mujer
de gran inteligencia.

Esos días de vacaciones intelectuales propician que Edith entre


aún más en el camino de la oración contemplativa y en los
sacramentos. Vive con mucha intensidad la liturgia de la
Semana Santa, que celebran con gran esplendor en la abadía.
Medita la Pasión de Jesucristo y reza con mucha devoción ante
la Virgen Dolorosa. Tiene el presentimiento de que también ella
va a vivir su propia pasión...

Durante las celebraciones litúrgicas, o cuando reza a solas, a


Edith le gusta colocarse en el primer banco de la capilla. Así no
se distrae, pues hay gente que llega tarde a misa, hablando y
haciendo ruido.

Pero su actitud es malinterpretada por un grupo de señoras que


parlotean sin cesar, incluso dentro de la iglesia:

–Mira, ya está ahí sentada en el mejor sitio, la santita –susurran.

–Sí, se pone ahí delante para que se vea lo bien que reza.

99
Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

–Pues me extraña que nos quiera dar ejemplo una que ha sido
pagana –comenta otra.

–Alguien le tendría que bajar los humos. ¿Qué se cree? ¿Que


Dios la oye más que a nosotras, que nos han bautizado aquí
recién nacidas?

Edith no hace el más mínimo caso de esas tontas críticas.


Cuando se encuentra con esas señoras en la calle, camino de su
pensión, las saluda y sigue adelante.

A su nuevo director espiritual le plantea también su deseo de


ingresar en el Carmelo como religiosa. Pero el abad Walzer le
responde lo mismo que el padre Schwind: debe seguir en el
mundo para desarrollar su labor, y así prestará un gran servicio a
la Iglesia. De nuevo, obedece.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

21. Hitler en el poder

A principios de 1931 se plantea dejar el colegio de Espira e


intentar de nuevo acceder a una cátedra. Al mismo tiempo,
podría seguir con sus propias investigaciones filosóficas. Sus
amigos y su director espiritual la animan a continuar. Ha
comenzado el borrador de una de sus obras filosóficas: Acto y
potencia.

En marzo se despide del colegio con mucha pena. Durante los


años que ha pasado en él se ha afianzado su deseo de hacerse
monja: le va a ser muy difícil vivir fuera del convento. De
nuevo, vuelve junto a su madre, que la recibe contenta.

Edith ha estado realizando numerosas gestiones para dar clases


en la universidad. Primero se dirige a la de su propia ciudad,
Bresláu. Como le dan largas, va a Friburgo, donde se entrevista
con Heidegger, que ocupa la cátedra que había dejado libre
Husserl. Heidegger la recomienda, pero se encuentra con un
escollo, tanto en Bresláu como en Friburgo, que no espera:

–¡No me dejan acceder a la universidad por ser de raza judía!

Aunque hasta 1932 no gana las elecciones Adolf Hitler, líder del
Partido Nacionalsocialista alemán, desde mucho antes existe,
influido por este partido político, un ambiente antisemita en
todas las facetas de la vida pública y social de Alemania y
Austria, en el que se desprecia a las personas de raza o religión
judías. Por entonces vivían en Alemania medio millón de judíos.

101
Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

En enero de 1933, Hitler forma gobierno y proclama el III


Reich. Pronto anula las libertades democráticas, y ese mismo
año prohíbe los partidos políticos y los sindicatos.

Con la creación de la Gestapo (policía secreta), Hitler logra


implantar el estado policial en todo el territorio, sometido por
completo a él, al Führer. Desde 1934, el dictador, como
presidente de la República, tiene todo el poder. Los que se
oponen a él son apresados, y se les declara enemigos del Estado.

El nacionalsocialismo es también racista: sólo la raza aria [9] es


la perfecta y la que debe poblar el Estado; el resto: negros,
mestizos y especialmente los judíos –muy extendidos por los
países centroeuropeos– son una plaga y deben ser exterminados.
Además, pronto entran en esta calificación de «segunda clase»
los minusválidos, enfermos, ancianos, retrasados mentales, etc.

Las promesas del Führer sobre el engrandecimiento de la


nación, el fin del paro obrero –todos los parados fueron puestos
a construir autopistas–, el rearme militar y el llamamiento al
patriotismo y a los sentimientos nacionalistas, encandilaron a
muchas personas, que siguieron a Hitler sin pestañear. Hitler
supo montar una colosal maquinaria cultural y propagandística
que aplastó todas las voces disidentes.

Para Edith este odio significaba el odio a Cristo, judío también.


El régimen nazi empezó una batalla contra la libertad de espíritu
y cualquier manifestación de ésta como, por ejemplo, las
creencias religiosas y, particularmente, el catolicismo. Este
racismo desaforado es el que sufre en sus propias carnes Edith,
al negársele tan injustamente su acceso a la universidad.

102
Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

Tras las complicadas y con frecuencia humillantes gestiones,


que duraron meses, Edith se convence de que no va a conseguir
la cátedra por ser judía. Aunque se da cuenta de la injusticia, no
se rebela.

Va a ver al abad Walzer a Beuron para confesarse y pedirle


consejo. Aunque el viaje no es corto, lo hace a menudo.

–¡Buenos días, señorita Stein! –la saluda alegremente el


hermano portero de la abadía–. ¡Qué alegría volver a verla otra
vez!

–Buenos días, hermano –contesta Edith–, ¿cómo va ese


resfriado?

–Casi bien del todo. Pero veo que usted ha pillado uno bueno.
Voy enseguida a avisar al padre Walzer de que está aquí.

Ese día la espera se hace larga, porque le duele la cabeza y la


garganta. Pero Edith no rechista ni siquiera cuando una persona
se le cuela y pasa antes que ella.

Por fin, puede hablar con él. Le cuenta su fracaso, aunque por
carta le iba informando de todo.

–Creo, padre –concluye Edith–, que es hora de que me conceda


permiso para profesar en el Carmelo. Me temo que mi vida de
siempre ha concluido.

–No, Edith, puede seguir ayudando a mucha gente, aunque no la


dejen dar clases en la universidad –le replica el abad–. Acepte
esa oferta de que me ha hablado en su última carta... Al mismo
tiempo puede seguir traduciendo las obras de santo Tomás.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

Una vez más, Edith obedece, intuyendo la Voluntad de Dios


detrás de ese consejo. Así que acepta el puesto de profesora que
acaban de ofrecerle en el Instituto de Pedagogía Científica de
Münster, cerca de Gotinga, y va a vivir a una residencia católica
junto al instituto.

Pronto se gana a las chicas que estudian allí, que la quieren


mucho por su gran amabilidad y dominio de sí misma. Y es que
Edith se entrega a fondo, como ha hecho siempre, las atiende a
todas no sólo en sus problemas personales o familiares, sino que
también ayuda a algunas judías a encontrar la religión católica.

En aquel instituto tiene, además, que desarrollar un profundo


trabajo científico y participar en congresos, como el de
fenomenología celebrado cerca de París.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

22. Comienza su vía crucis

Los ánimos en la sociedad están muy revueltos contra los judíos


y la doctrina nazi cunde con fuerza entre los jóvenes. Aquel
anunciado vía crucis está a punto de empezar.

La madre Petra, superiora de las ursulinas de Dorsten, que


conoce a Edith por sus conferencias, la invita a pasar con ellas la
Navidad de 1932. La monja quiere mucho a Edith y ésta acepta
con agradecimiento esos días navideños de paz en el convento.

El día 24 de diciembre, tras la misa del gallo, Edith se queda


rezando en la capilla toda la noche.

–Edith, ¿cómo se encuentra esta mañana? –le pregunta


cariñosamente la madre Petra a la hora del desayuno–. ¡Estará
rendida!

–¡No! ¡Cómo me iba a cansar esta noche! –responde Edith con


mucha animación. Y es que cada vez ve más clara su vocación
religiosa. De momento, esos días le han servido para tranquilizar
su espíritu agitado por los sucesos políticos y por el abundante
trabajo.

Y vuelve a Münster con nuevas fuerzas.

Una tarde de abril de 1933 va a visitar a una familia, con la que


tiene bastante amistad. Durante el té, hablando de la situación
política, el anfitrión hace algunos comentarios sin sospechar que
Edith es judía:

105
Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

–¿Se ha enterado de la última novedad sobre los judíos? –le


espeta.

–No. ¿Qué ha pasado? –dice Edith con un sobresalto.

–Lo he oído en la radio hoy mismo –comenta con frivolidad–.


Ha habido un llamamiento al boicot contra los judíos y contra
quienes les ayuden. Y el Führer les ha prohibido ejercer su
profesión como médicos, maestros o abogados. Les ha ordenado
que renuncien a sus puestos. ¡Nos vamos a quedar solos a este
paso! –añade riendo.

Edith se pone pálida. Con una excusa, y procurando que no se le


notara la tristeza, se despide de sus anfitriones sin revelarles que
ella es judía. Se da cuenta de que si sigue en el instituto como si
nada puede poner en peligro a sus compañeras.

Sólo lleva un año en Münster, pero debe irse.

Poco a poco, estas prohibiciones se extienden a otros ámbitos de


la vida civil, comercial y social, e impiden a los semitas
desempeñar cualquier trabajo o cargo público. Se les quita la
ciudadanía y sus derechos cívicos.

Con los años, el régimen nazi, en una descabellada espiral de


barbarie, los marca humillantemente con un brazalete amarillo y
la estrella de David –símbolo hebreo–, los recluye en los guetos
(barrios exclusivamente judíos) y, finalmente, ya en plena
guerra, los asesina en masa en las cámaras de gas de los campos
de exterminio.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

–¿Qué va a hacer ahora? –le pregunta una de las monjas, que


está muy inquieta por ella, al saber la noticia de su retirada
obligada de la enseñanza.

–Sencillamente, no preocuparme –contesta Edith–. Dios sabe los


planes que tiene para mí...

–Pero, ¿cómo se va a ganar la vida?

–No me faltará nada, no se apure. Me doy cuenta de que no soy


tan necesaria como dicen. Soy tan poca cosa...

–Pero sus éxitos, sus conferencias, sus publicaciones. La llaman


de todas partes... Puede irse de Alemania y trabajar en otro
lugar. Es usted una gran intelectual, que tiene toda la vida por
delante.

–Sólo deseo dedicarme a Dios –le explica–. No estoy triste


porque se haya visto truncada mi carrera. Quizás a causa de esta
prohibición pueda ingresar por fin en el Carmelo. Ése es mi
sitio...

Se hace un silencio. Edith, con una clarividencia profética,


intuye el negro futuro. Piensa en su familia, en sus hermanos, en
sus numerosos sobrinos, en su madre. Está preocupada por lo
que les pueda ocurrir.

–Lo que verdaderamente me abruma –añade Edith, como


hablando para sí– es que presiento que algo terrible se va a
abatir sobre nosotros, los judíos.

–¿Qué quiere decir, señorita Edith? –dice la monja.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

–Estas medidas contra mi pueblo, esta nueva persecución, tanto


sufrimiento... De nuevo se cumple aquella frase del Evangelio:
«que su sangre recaiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos»
[10]. Veo la sombra de la cruz de Cristo...

En la Semana Santa de ese mismo año, 1933, asiste a una


meditación en el Carmelo de Colonia. Pero no se entera de nada
de lo que está predicando el sacerdote: en íntima oración con
Dios se le presenta de modo patente la persecución nazi. Sí, es
de nuevo la cruz de Cristo. Por primera vez, se ofrece en
silencio como víctima a Dios y, al mismo tiempo, le pide fuerzas
para aceptar el dolor y llevarlo con alegría.

Y es que si bien es católica, no reniega en ningún momento de


su raza, de la que se siente orgullosa, pues es la misma que la de
Cristo.

Pero Edith no puede permanecer inactiva ante el atropello de su


pueblo. Se le ocurre una idea: nada menos que solicitar una
audiencia con el Papa Pío XI para conseguir que interceda a
favor de los judíos. Pero el santo padre no tiene fechas libres en
su apretada agenda. Así que le envía una larga y humilde carta
en la que le describe la situación que están viviendo en
Alemania, la falta de libertad para los judíos y su preocupación
detallada sobre el futuro. Incluso tiene el atrevimiento de pedirle
al Papa que publique una carta encíclica [11] a favor de los
judíos.

Aunque le contestan amablemente desde Roma, no consigue


nada más en ese momento. Fuera de Alemania no parecía tan
grave lo que estaba ocurriendo...

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

A medida que se iba destapando el odio nazi, la Santa Sede


envió muchas notas de protesta que no sirvieron de nada, sino
más bien al contrario: provocar el rencor de Hitler. Es más,
incluso el acuerdo firmado entre la Santa Sede y el III Reich fue
incumplido despreciativamente por Hitler. Al fin y al cabo, los
cristianos siguen a Cristo, un judío...

Edith pasa sus últimos días en el Instituto Pedagógico; quiere


irse cuanto antes para no ponerlo en evidencia ante la Gestapo.
Como en otras ocasiones, deja muchos amigos y profunda huella
entre las profesoras y las alumnas.

De pronto le ofrecen un puesto de investigadora en Sudamérica.


¡Es la ocasión de salir de Alemania cuando peor se ponen las
cosas para Ella! Pero lo rechaza. No quiere huir. Piensa en su
familia, en su madre, que tiene ya ochenta y cuatro años. No
quiere abandonarla.

Por fin ha llegado el momento de ingresar en el Carmelo.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

23. La triste despedida

El padre abad Walzer le ha dado permiso para solicitar su


ingreso como aspirante en el convento de carmelitas descalzas
de Colonia, una gran ciudad muy cerca de la frontera con
Holanda. Fijan su ingreso como novicia para el 15 de octubre,
fiesta de santa Teresa de Jesús. La propia Edith comenta en sus
memorias: Me inundó la paz de quien ha llegado a su meta.

Sabe que la noticia de su vocación religiosa será un nuevo


disgusto para su madre, pues ingresar en un convento de
clausura significa la separación física –no la espiritual– de la
familia de sangre.

Antes de partir, les pide a sus amigos que recen para que su
madre llegue a comprender su vocación y todo se resuelva bien.
Ella misma no deja de rezar.

Llega el verano y pasa esos meses con su madre para prepararla.


El último día que vivirá en su casa será precisamente el día de su
cumpleaños, el 12 de octubre.

Durante el verano, decide escribir una historia de su familia y,


para ello, habla mucho con su madre, le pregunta sobre la
procedencia de sus abuelos, sus tíos, anécdotas, etc. De toda esta
indagación –que sólo duró esas pocas semanas que pasó en
Bresláu hasta su ingreso en el Carmelo– Edith escribe un libro
traducido al castellano como Estrellas amarillas [12], que narra
su infancia y juventud. Lo continúa en enero de 1939, pero en
abril lo deja sin terminar.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

Su madre ya sabe que irá a Colonia, pero cree que, como otras
veces, sólo será como residente. Así que al principio todo
transcurre tranquilamente. La señora Stein está encantada de que
su hija pase el verano con ella.

Pero un día, mientras hacen la colada, la señora Stein observa


que Edith está muy callada. Poco antes han estado hablando de
las leyes nazis contra los judíos.

–Edith, ¿dónde vas a trabajar ahora que no puedes dar clases?

–Pues... como sabes, iré al convento de carmelitas de Colonia.

–Sí, sí, pero ¿qué vas a hacer allí con las monjas?

–Vivir con ellas –responde Edith con paz.

–¡Cómo! ¿Qué significa «vivir con ellas»? ¿Ser una de ellas? –


se enfada la madre.

–Sí, mamá, si Dios quiere, seré una de ellas. He pedido la


admisión como postulante. Quiero ser carmelita. Tengo que
estar allí el 15 de octubre.

–¡Estás loca! ¡No sabes lo que haces! ¡Ya no nos quieres! –grita
la madre entre una explosión de lágrimas.

Edith intenta abrazarla, pero es rechazada.

–¡Ahora, precisamente ahora! –solloza–, cuando tienes que dar


ejemplo, ahora que más te necesitamos es cuando quieres
quitarte de en medio, renegar de nosotros. No te bastaba sólo
con hacerte cristiana...

111
Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

¡Qué amargo es para Edith escuchar estas palabras! Y las tiene


que oír, repetidas, en boca de sus hermanos.

La vida cotidiana en casa se vuelve difícil. Su madre llora, no


duerme por las noches y la mira entre enfadada y compasiva,
como si estuviera sentenciada a muerte. Edith lo pasa fatal,
porque le duele mucho ver a su madre, ya tan mayor, en ese
estado. Tiene que rezar mucho para poder sobrellevar esa
situación. Pero en medio de esos sufrimientos, siente en el fondo
de su corazón la llamada de Dios y renace la esperanza.

Llega el día del 42 cumpleaños de Edith, el 12 de octubre, fiesta


de la expiación de los judíos. Es el último día que Edith pasa en
casa de su familia, pues debe salir a la mañana siguiente hacia
Colonia. Y ya nunca volverá.

En esta festividad, acompaña a su madre a la sinagoga y reza


con ella los salmos, comunes a ambas religiones. La vuelta de la
sinagoga la hacen a pie y Edith tiene que escuchar de nuevo los
lamentos de su madre.

–¿Por qué has tenido que conocer a Cristo? No pretendo decir


nada contra él; puede que haya sido un hombre bueno... pero,
¿por qué se hizo Dios?

A la caída de la tarde, cuando termina ese día de ayuno,


empiezan a llegar algunos vecinos y amigos y hay gran
animación hasta muy tarde.

Cuando se fueron todos, nada más quedarse a solas, Augusta se


echa a llorar amargamente con la cara entre las manos. Edith no
sabe qué hacer. Se acerca despacio y le acaricia la cabeza. Poco
a poco la madre se va calmando. La ayuda a subir a su cuarto a

112
Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

acostarse y, por primera y última vez, es Edith la que desviste y


arropa a su madre en la cama. Luego, se queda con ella un rato,
sentada al borde del lecho. Su madre cierra los ojos y parece que
duerme. De pronto le dice:

–Edith, vete a la cama. Mañana te espera un largo viaje.

Edith le besa la mano y se va. Pero esa noche no descansa


ninguna de las dos.

Al día siguiente, se marcha sin recibir una palabra de afecto de


su querida madre, que no sale de su habitación. Edith intuye que
no la verá más, pero no puede hacer nada. Desgarrada por las
tensiones y la tristeza de no poder dar alegrías a su madre, Edith
se encamina a la estación. Comienza para ella una nueva vida.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

24. La vida en Colonia

Llega a Colonia por la noche, después de un terrible día de viaje


en tren. Allí la están esperando una tía lejana y su hija, que es
ahijada de Edith, y en cuya casa pasa la noche.

Al día siguiente, 14 de octubre, muy temprano, oyen misa en la


zona pública de la capilla del convento. Al terminar la misa, las
recibe una carmelita:

–Ave María Purísima –saluda la monja–. Me envía la reverenda


madre Teresa Renata. ¿Quién es la postulante?

–Servidora –se adelanta Edith–. Me llamo Edith Teresa.

–Bien, querida, le doy ánimos en la vida que ha elegido...

–Le aseguro que no necesito ánimos –contesta Edith con una


sonrisa–. Soy muy feliz de estar aquí. He sido carmelita en mi
corazón desde hace once años.

Sus dos parientes, haciendo el papel que tendría que haber


realizado su familia, la acompañan hasta la misma puerta de la
clausura, donde la despiden con mucho cariño. Y Edith entra
contentísima.

El mismo día de su ingreso en el convento celebran las monjas


las vísperas por santa Teresa, cuya fiesta es al día siguiente. Esa
misma noche, Edith recita en el coro las oraciones comunes. ¡Ya
se puede considerar una de ellas!

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

Es una bendición poder dedicar muchas horas a la oración ante


el sagrario, en contemplación, sobre todo los días de fiesta. Ha
descubierto también a santa Teresita del Niño Jesús, otra
carmelita y, con ella, la infancia espiritual: ser como niños,
aunque se tengan muchos años, ante nuestro Padre Dios.

Pasan las semanas. Edith se adapta humildemente a la vida


diaria del convento a pesar de ser una postulante tan mayor, de
cuarenta y dos años, lo que contrasta con la juventud del resto de
sus compañeras, que apenas tienen dieciocho años. Obedece con
alegría en todo lo que le dicen, aunque a veces le supone mucho
sacrificio.

Lo que más le cuesta son las tareas domésticas, para las que no
es muy hábil. Al ser una intelectual, pocas veces en su vida ha
tenido que organizar un plan doméstico: lavar, planchar, limpiar
suelos, remendar o hacer la comida.

Por turno, ha de dedicar parte del día a estas ocupaciones, que


no la distraen de elevar su mente a Dios. Pero como no le salen
bien, sus compañeras y ella misma lo pasan en grande con
algunas «meteduras de pata». A veces se ríe tanto que se le
saltan las lágrimas... aunque no deja de recibir la regañina
correspondiente por su torpeza.

Edith ha entrado en el Carmelo para entregarse absolutamente a


Dios. Sus superioras se sorprenden al saber que no le importa
nada no volver a dedicarse a tareas científicas y que tampoco le
incomoda relacionarse con novicias que en lo intelectual no le
llegan ni a la suela del zapato. Esas diferencias, dentro del
claustro, no son importantes. Se la ve feliz y como rejuvenecida.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

Lo que sí le cuesta mucho es limitar sus cartas a los amigos.


Siempre ha sido muy sociable y ha procurado mantener la
amistad incluso con antiguos compañeros de universidad. Pero
las normas de la regla carmelita son estrictas y debe escribir
menos a sus queridas amigas y a su familia.

Le gusta acudir al locutorio cuando recibe visitas, aunque deben


ser muy cortas y con una reja por medio. Así, se entera de cómo
marcha la situación política, que va de mal en peor. También
recibe cartas de Eduvigis Conrad-Martius, su madrina de
bautismo.

Se entiende muy bien con la maestra de novicias, la madre


Teresa Renata del Espíritu Santo [13], y con la priora, la madre
Josefa del Santísimo Sacramento. Ellas conocen su pasado y su
capacidad y la respetan profundamente.

Las propias postulantes que, al principio, se extrañan de tal


compañera, poco a poco la van tratando y van descubriendo su
admirable pasado. La ven acudir a las clases de instrucción
como una más, con muchas ganas de aprender.

Un día recibió una visita de un antiguo colega suyo que deseaba


hablar con ella con cierta urgencia. Para atenderle tuvo que
faltar a una clase. Y en el recreo de la tarde, preguntó a sus
compañeras:

–¿Qué habéis aprendido hoy? Contadme...

–Quien falta a clase no se entera de nada y luego tiene que


preguntar... –contestó una de ellas.

Entonces Edith le dijo enseguida con un poco de sorna:

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

–«Sin engaño lo aprendí y sin envidia lo comunico». Ya sabes,


lo dice la Sagrada Escritura [14]...

–Sí, es verdad, hermana Edith, perdóname, he sido una


envidiosa –repuso la otra.

Todas rieron y la informaron enseguida de lo que habían dado


ese día en clase.

Desde que se bautizó, Edith practica normas de piedad por


devoción, como rezar el breviario [15].

Un día en que la madre Renata la ve muy cansada le dice en el


recreo:

–Edith, hoy se va usted a la cama a las ocho.

–Entonces –contesta Edith–, ¿cuándo rezo el breviario?

–Esta noche no lo reza, y se va a acostar enseguida.

–Pero, voy a tener un bache...

–Oh, sí, va a tener un bache –replica la maestra de novicias–,


pero también mucho mérito en el cielo si obedece...

Edith comprendió el valor de la obediencia e hizo lo que le


mandaban.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

25. Edith se viste de novia

Edith está terminando los seis meses de postulante. Se acerca el


15 de abril de 1934, en que vestirá por primera vez los hábitos
de carmelita. Antes iba sencillamente de calle. Comienza el
noviciado, que durará un año.

Escribe a su madre, que sigue oponiéndose con todas sus fuerzas


a la decisión de Edith. No comprende nada y, para ella, la
clausura de su hija sólo significa su renuncia a pertenecer al
pueblo hebreo.

En los ejercicios espirituales previos a la fecha, Edith sufre


mucho y compara su toma de hábito en el Carmelo con la subida
al calvario, como san Juan de la Cruz, otro santo carmelita. Pero
la alegría de saber que hace lo que le pide Dios mitiga el dolor
por la incomprensión de su familia.

Y llega ese día feliz, tan esperado durante largos años.

Edith entra en la capilla del convento como una novia radiante,


con un vestido de raso blanco ribeteado en suave piel y con un
cirio encendido en la mano. Resplandece de felicidad, aunque
ningún miembro de su familia ha acudido a la ceremonia. Sólo
ha ido un grupo de amigos. Sus hermanos se han limitado a
escribirle una escueta carta.

La ceremonia es breve y, como en todo matrimonio válido –pues


Edith será desde ahora la esposa de Cristo–, debe prestar su libre
consentimiento al compromiso. Tras responder afirmativamente
a las preguntas que le hace el padre Walzer, entra en una

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

habitación donde se viste con los pobres y ásperos hábitos


marrones del Carmen. Una corona de rosas sobre la toca blanca
de novicia es el único adorno. La tela del vestido de novia será
empleada para ropa litúrgica.

De nuevo en la capilla, ya no es la brillante filósofa Edith Stein,


sino sor Teresa Benedicta de la Cruz. Ha elegido el nombre de
santa Teresa y le ha añadido el de Benedicta de la Cruz, que
significa «bendecida por la cruz». Y, en efecto, va a ser
«bendecida por la cruz» nueve años después...

En el convento la llaman sencillamente sor Benedicta.

Las semanas que pasan a continuación las dedica sor Benedicta


a enviar afectuosas estampas a sus numerosos amigos y
conocidos, incluso se acuerda del portero de la abadía de
Beuron. Para todos tiene unas palabras de su puño y letra, y a
todos pide oraciones.

Sus superioras le dan permiso para escribir todas las semanas a


su madre, lo cual es un consuelo para Edith, porque su madre
sigue estando destrozada por la decisión de su hija y no contesta
a las cariñosas cartas.

La vida diaria de las monjas es muy dura. Viven muy


pobremente, dedicadas a la oración, la penitencia y el trabajo,
del que apenas sacan para vivir. Tienen rezos comunes en el
coro y dos horas diarias de oración mental personal. Desde la
hora de la cena, en preparación de la misa del día siguiente,
guardan absoluto silencio.

En la oración mental, Edith se aplica la enseñanza de santa


Teresa de Jesús: «orar no es otra cosa que tratar a solas de

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

amistad con Alguien que sabemos nos ama, siendo conscientes


de quiénes somos, con quién hablamos y de qué hablamos con
tan gran Señor».

En la hora de recreo la regla permite charlar. Y lo hacen con


gran animación. Como comenta la propia Edith en una de sus
cartas: «no sabe usted lo poco que se necesita para alegrar a una
carmelita».

En el locutorio, una sala con una reja de hierro, recibe a las


visitas. Muchos antiguos conocidos de Edith acuden a ella en
busca de consuelo ante la complicada situación social.

El odio contra los judíos va en aumento y es cada vez menos


disimulado. Los insultos y hasta las palizas en plena calle son
algo común, que, por supuesto, la policía nazi no impide.
Incluso los niños, en las escuelas, pegan a sus compañeros
judíos.

Sor Benedicta agradece a Dios la paz del convento, pero sufre


mucho al saber todas estas cosas y se siente muy feliz cuando
puede aconsejar a alguien.

En una ocasión, va a verla una amiga que, llorando, le cuenta lo


que está pasando en su familia:

–Nos han prohibido tener tratos comerciales con los no judíos,


hemos tenido que dejar la tienda de confección. Nos han
obligado a dar los nombres y direcciones de toda nuestra familia
y de otras personas judías con las que nos relacionamos. A veces
se presentan de improviso en nuestras casas. No podemos
defendernos, ni nos dan ninguna explicación de esta actitud. En

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cada esquina nos piden la documentación... ¡Es todo como una


pesadilla!

–Sí, ya lo sé –dice sor Benedicta.

–Me gustaría saber –añade– por qué ha llegado Hitler a este


horroroso odio contra los judíos... A decir verdad, sor Benedicta,
le envidio esta maravillosa paz de que disfruta aquí dentro.

–No, no me envidie –replica Edith con una premonición–.


Cualquier día me vienen a buscar al convento. Yo también soy
judía...

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26. Trabajando en su obra maestra

Pasan los meses y llega otra fecha memorable: el 21 de abril de


1935. Ese domingo, Pascua de Resurrección, hace sus votos
temporales [16] –por tres años– delante de la priora y otro
testigo.

Pronto, el padre provincial de los carmelitas se da cuenta de que


sor Benedicta puede ser muy útil por sus cualidades
intelectuales. Así que un día la llama la madre Renata:

–Hija mía, el padre provincial nos ha indicado que


aprovechemos su talento.

–¿Qué quiere que haga, reverenda madre? –dice Edith, que no se


imagina que volverá a dedicarse a trabajos de investigación.

–Puede escribir artículos científicos y, sobre todo, debe terminar


el ensayo que dejó a medias en Espira. ¿Cómo se llamaba?

–Acto y potencia, reverenda madre –aclara Edith–. Aunque no


estoy aún segura del título.

–Bien. Debe terminarlo. Y sería muy conveniente –continúa la


madre Renata– que realizara también un índice completo de las
obras de santo Tomás. Sería muy provechoso para la orden. Y
eso sólo se lo podemos encargar a usted. Pero, desde luego, si
usted acepta.

–Aquí estoy para hacer la voluntad de Dios.

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Así que Edith reanuda su trabajo intelectual. Le dan permiso


para dedicar la hora del recreo de la mañana a su investigación.
Sus compañeras le hacen guiños y bromas para hacerla reír. Pero
ella está muy enfrascada en sus apuntes, que le han enviado por
correo.

Las mayores dificultades que encuentra para seguir con su libro


es que no dispone de obras de consulta. Pero sobre todo le
cuesta mucho interrumpir su trabajo, justo cuando está más
concentrada, al oír la campana para ir al coro. Eso para ella es
una verdadera penitencia.

–¡Qué alivio que hoy es domingo! –suele decir–. Así puedo


dedicarme sólo a rezar.

Como Edith trabaja demasiado y tiene ojeras, la madre Renata,


que acaba de ser nombrada priora, le indica que deje las pocas
tareas domésticas que aún hacía y se dedique sólo a su trabajo
científico.

A ella le da pena ver que sus compañeras tienen que trabajar


más a causa de su dedicación a la filosofía. Pero todas están
contentas y se arreglan bien.

En el verano de 1936 concluye su gran obra filosófica, a la que


ha cambiado el título, y se ha pasado a llamar Ser finito y ser
eterno. Se trata de una visión global del ser humano, una mezcla
entre su concepción filosófica fenomenológica y la filosofía
escolástica de santo Tomás. El resultado es una teoría del
conocimiento cristiana y realista, muy bien fundamentada.

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Aunque Edith hizo varios intentos con editoriales, no pudo


publicar su obra por ser una autora de procedencia judía. Hasta
bastantes años después de su muerte no se editó [17].

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27. La muerte de su madre

El 14 de septiembre de 1936 –fiesta de la exaltación de la santa


cruz– muere su madre a la edad de ochenta y siete años. Desde
hace poco ha empezado a contestar las cartas que semanalmente
le envía su hija.

Pero seguía sin comprender por qué no iba a verla sabiendo que
estaba tan enferma. Consideraba que había sido abandonada por
ella. Muere, sin embargo, llamando a su hija pequeña.

Edith reza y sufre lo indecible al saber que su madre se está


muriendo. Pero la rigurosa regla carmelita no le permite salir del
convento. Ofrece, en su lugar, sufragios y misas por su alma.

Unos días después de la muerte de su madre, está sor Benedicta


llorando en la capilla. Entra la priora y se arrodilla a su lado:

–Hija mía, ¿cómo se encuentra? ¿Llora por su madre?

–Sí, reverenda madre, siento un gran dolor por no haber estado


con ella en los últimos momentos.

–Lo comprendo, sé que su hermana Rosa le ha contado con todo


detalle cómo murió pronunciando su nombre.

–Sin embargo, tengo en el fondo como una impresión de gozo –


dice Edith.

–Nota la proximidad de su madre, ¿verdad?

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–Exactamente. Me doy cuenta de que, ahora, tras su muerte, mi


madre ha comprendido mi vocación y me apoya, y me dice que
estaba en lo cierto. Noto su proximidad espiritual. Y eso me da
una gran confianza.

–Dios nuestro Señor, que es misericordioso y bueno, ha


permitido ese sentimiento para que se quede en paz. Rece por
ella y esté tranquila.

La madre Renata sonríe a sor Benedicta y sale de la capilla.

Pronto recibe carta de Rosa, en la que le comunica su deseo de


bautizarse en la Iglesia católica. Así que en el convento se
ofrecen para que pueda ir allí a recibir la preparación necesaria.
Antes de que finalice el año, Rosa está ya con ellas.

Pero Edith, mientras tanto, tiene un accidente: se cae por las


escaleras y se rompe una mano y el tobillo. La tienen que
ingresar en un hospital mientras se recupera.

A pesar de la incomodidad de mantener el brazo en cabestrillo y


el pie escayolado, tiene la alegría de poder dar ella misma las
clases de preparación al bautismo a su hermana.

En la nochebuena de aquel mismo año de 1936, Rosa recibe el


bautismo y la primera comunión.

Rosa se queda a trabajar en el convento. Siempre le han gustado


las tareas domésticas, especialmente la cocina. También atiende
la portería. Está contentísima de vivir y trabajar junto a su
hermana Edith, en una comunidad que la ha recibido con tanto
cariño.

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Sor Benedicta vuelve de nuevo, una vez recuperada de su lesión,


al trabajo. La vida transcurre normalmente en el convento de
Colonia. Le siguen encargando a Edith artículos para revistas y
pequeños escritos sobre temas concretos: la Navidad, la caridad,
la oración, la infancia espiritual, etc.

Aunque los cumpleaños no se celebran en el Carmelo, Edith,


que es la mayor después de la priora, tiene detalles con las otras
monjas y con la madre Renata.

En el cumpleaños de ésta, la sorprenden: Edith reúne a las


monjas y recitan, en honor de la madre Renata, un salmo cuyo
número coincide con los años que cumple la priora. Sabe,
además, que los salmos le gustan especialmente.

También en otras ocasiones la sensibilidad de Edith se


demuestra en detalles de cariño.

Una noche, ella y otra monja, en riguroso silencio –pues era ya


la hora en que no podían hablar–, estaban guardando la vajilla
en los estantes de la cocina. La otra estaba sufriendo mucho por
un problema familiar y se la veía muy seria. Entonces, Edith se
acercó a ella, le apretó el brazo y le sonrió en silencio diciéndole
«ten ánimo, te comprendo». Esta muestra de cariño la consoló
mucho.

Ella ha comprendido perfectamente el amor que un cristiano


debe dar a los demás:

«Para un cristiano –dice– no existen personas extrañas. Siempre


se trata del “prójimo” que nos necesita, y no importa que sea un
pariente o no, que nos sea simpático o no, que sea digno o no de
nuestra ayuda. El amor de Cristo no conoce límites» [18].

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Sor Benedicta vive poco tiempo más y no llega a ocupar nunca


cargos de responsabilidad en el convento. Pero influye mucho
en todas las personas con las que se relaciona durante estos
últimos nueve años de su vida.

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28. La «noche de los cristales rotos»

La política racista de Hitler va en aumento. Se obliga a los


judíos a declarar sus bienes y negocios. Los licenciados y
doctores pierden sus títulos. No se permiten matrimonios entre
judíos y arios y, desde 1936, a causa de la creación del
eufemístico Servicio para la solución de la cuestión judía,
comienza a producirse una huida masiva de judíos fuera de las
fronteras alemanas... antes de que sea demasiado tarde.

En medio de estas desgracias, sor Benedicta hace solemnemente


la profesión perpetua de sus votos. Es el 21 de abril de 1938,
jueves de Pascua.

Por esos días también recibe la noticia de que está agonizando


su querido maestro Husserl. Durante la Semana Santa pide
insistentemente a Dios por él.

Husserl muere con una gran paz el 27 de abril. Pero el odio


sigue en la calle alimentándose a sí mismo y un día estalla con
una violencia horrible.

La noche del 9 al 10 de noviembre de ese año se produce una


agresión brutal contra los judíos, con asesinatos en las ciudades,
palizas, destrucción de tiendas, incendios de sinagogas,
profanación de cementerios y detención y tortura de más de
25.000 judíos. Es la terrorífica noche de los cristales rotos.

La represión llega hasta límites insospechados: se impone a los


judíos una indemnización de mil millones de marcos para la
«reparación» de los destrozos. No se les permite ir a sitios

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públicos (cines, teatros, museos, etc.), ni utilizar los autobuses


urbanos, ni matricularse en escuelas... ni siquiera pasear
libremente por las calles y jardines.

Estas noticias terribles llegan también al convento. Edith está


inquieta por la repercusión que pueda tener su presencia en la
comunidad. Se empieza a saber que se castiga duramente a
aquellas personas que ayudan a los judíos.

Habla un día con la priora, la madre Renata:

–Reverenda madre, estoy muy preocupada por este convento.


Cualquier día averiguan que estoy aquí y toman represalias.

–Hija mía, no queremos que nos deje. Éste es su hogar y...

–He pensado –dice sor Benedicta– que quizás pueda irme al


Carmelo de Belén. Ya sabe usted que muchos judíos están
huyendo masivamente a Palestina.

–Pero es ahora cuando más necesita nuestra protección...

–Pero, madre, quiero que se dé cuenta de que mientras siga aquí


puede ocurrir cualquier cosa. Incluso que entre la Gestapo en la
clausura.

–Si se siente más tranquila, puede hacer las gestiones para ir a


Palestina. La ayudaremos en todo. Pero ya sabe que es muy
arriesgado...

–Muchas gracias, reverenda madre –dice Edith–, estoy


preparada para lo que Dios disponga de mí. No tengo miedo a
los que «matan el cuerpo, pero no pueden hacer nada más»
[19]... Sólo temo por el resto de la comunidad.

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–Si, hija mía –replica la madre Renata–, esté siempre preparada,


como todo buen cristiano...

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29. Huida a Holanda

Los hermanos de Edith intentan afanosamente salir de


Alemania. Han perdido el negocio maderero, todos los ahorros y
las propiedades de la familia. No les queda absolutamente nada.

Elsa y Erna, con sus maridos e hijos, consiguen viajar a


América. Arno ya lleva tiempo en Estados Unidos. Quienes no
tienen esa suerte son Pablo y Federica, que son apresados en
Bresláu, separados de sus respectivas familias y recluidos en
campos de concentración. Morirán asesinados en 1943.

El recurso de ir a Palestina ya no le sirve a Edith, porque ante la


avalancha de judíos se prohíben las inmigraciones. Muchos
judíos intentan entrar en Palestina de forma clandestina en viajes
muy peligrosos y muy caros.

Ante la gravedad de los hechos, la madre Renata organiza la


salida inmediata de Alemania de Edith y de su hermana Rosa.
Ya no están seguras ni siquiera en un convento de clausura.

En Navidad, sor Benedicta está haciendo oración sentada en un


banco del coro. Se halla tan ensimismada en Dios, que sufre un
sobresalto al hablarle la madre Renata:

–Sor Benedicta, hemos conseguido que la acojan en el convento


de Echt, en Holanda. Hay que organizar con sumo secreto su
salida.

–¿Y mi hermana Rosa? –es lo primero que pregunta Edith.

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–Su hermana irá después –la tranquiliza la priora–. No pueden ir


juntas. Los visados hay que pedirlos con precaución.

–¿Cuándo me iré, reverenda madre? –dice Edith, con la voz


entrecortada por la emoción.

–Muy pronto. Creemos que el mejor momento es el 31 de


diciembre por la noche. Entre el ruido en las calles por la
celebración del fin de año y la oscuridad podrá pasar
desapercibida.

Edith tiene que hacerse una fotografía de carnet y preparar sus


documentos. El médico del convento se ha ofrecido a llevarla a
Holanda personalmente en su coche con el mayor secreto.

Llega la oscura noche de la despedida. Todas las hermanas se


reúnen en el patio y le van diciendo adiós una a una. Edith
intuye que no volverá a verlas. Una de las monjas no puede
reprimir las lágrimas:

–Sor Benedicta... la echaremos de menos...

Edith tiene un nudo en la garganta. La despedida de la madre


priora es también muy triste.

Justo antes de dejar la ciudad, pide pasar un momento por la


iglesia del Carmen. Desde la puerta, Edith reza fervorosamente a
la imagen de la Regina Pacis (Reina de la Paz) por el convento
que deja y por el que la va a recibir.

El convento de carmelitas descalzas de Echt está en Holanda,


muy cerca de la frontera con Alemania y no demasiado lejos de
Colonia. Esa misma noche Edith llega a Echt, donde las monjas
holandesas la esperan y la acogen con gran cariño.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

En Echt pasa Edith tres años y medio. De ellos, los dos primeros
se dedica a trabajar como una más en las tareas domésticas que
le asignan. Está muy agradecida por poder tener ese nuevo
hogar. Las monjas le han cogido mucho cariño y la admiran al
saber que ha sido una gran filósofa. Edith aprende rápidamente
el holandés.

Pronto llega Rosa y se coloca como portera del convento. Pero


la situación de las hermanas es arriesgada, porque las
autoridades holandesas no conceden fácilmente el permiso de
residencia, dado el gran número de refugiados que llegan a
Holanda desde Alemania, huyendo de Hitler.

Las dos sufren mucho al pensar en sus hermanos que no han


podido salir del país. Edith tampoco sabe absolutamente nada de
tantos buenos amigos que ha dejado en Alemania. El dolor es
muy grande. Pero, a pesar de todo, sor Benedicta confía en Dios
y se abandona en sus manos. Eso le da una gran paz.

Transcurre la Semana Santa de 1939. Edith va a hablar con la


madre priora, sor Otilia.

–Reverenda madre, vengo a pedirle permiso para ofrecerme


como víctima a Jesús, para que venga la paz y no estalle una
nueva guerra mundial. Sé que no soy nada, pero Jesús lo quiere.
Él, en estos días, está pidiendo lo mismo a muchos otros.

La priora le da el permiso y maternalmente la besa en la frente.

Edith realiza su ofrecimiento delante del Sagrario:

Ya, desde ahora, acepto la muerte que Dios me ha destinado


con total sumisión a su Santísima Voluntad y con alegría. Pido

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al Señor que se digne aceptar mi vida y mi muerte para honra y


gloria suya, por todas las intenciones de (...) la santa Iglesia,
(...) para reparar la incredulidad del pueblo judío y para que el
Señor sea aceptado por los suyos y venga su Reino glorioso, por
la salvación de Alemania y la paz del mundo (...) [20].

Para distraerla un poco, la priora la llama un día para darle un


encargo que la tendrá ocupada:

–Querida hija –le dice–, sé que está sufriendo mucho y que no se


le quita de la cabeza lo que está pasando... ¿Sabe algo de su
familia?

–De los únicos que no sé nada –contesta Edith con lágrimas en


los ojos– es de Pablo y Federica. La última vez que supe algo de
ellos era que se los habían llevado de Bresláu.

–Dios sabe por qué permite estas cosas. Pero a usted no vendrán
a buscarla al claustro...

Edith la mira con una sonrisa de incredulidad y afirma:

–Vendrán a por mí. Pero no puede usted imaginarse lo que para


mí significa ser hija del pueblo escogido, pertenecer a Cristo no
sólo espiritualmente, sino también según la sangre.

La priora asiente. Luego, le dice:

–Hemos pensado que escriba un libro sobre la vida y doctrina de


nuestro padre san Juan de la Cruz, con motivo del centenario de
su nacimiento. Pida toda la documentación que necesite.
¿Quiere encargarse de esta tarea?

–Claro que sí, reverenda madre.

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Mientras trabaja en el libro del santo carmelita, cofundador, con


santa Teresa, del Carmelo reformado, profundiza mucho en el
misterio de la cruz. Trabaja deprisa en su nuevo libro La ciencia
de la cruz, porque intuye que no le va a dar tiempo a terminarlo.
Considera que es una gracia de Dios este nuevo trabajo –el
último de su vida– porque repite mucho una frase de san Juan de
la Cruz: En adelante, mi único oficio será amar cada vez más
[21].

La política expansionista del III Reich termina por provocar el


estallido de la Segunda Guerra Mundial: Alemania se ha
anexionado Austria y ha invadido parte de Checoslovaquia.

Con la ocupación de Polonia en septiembre de 1939 por Hitler,


Inglaterra y Francia declaran la guerra a Alemania. Poco a poco
van incorporándose a la guerra otros países, según avanza la
política expansionista de Hitler, que invade también Dinamarca,
Noruega, Holanda, Bélgica, Francia y parte de las repúblicas
soviéticas, y lo intenta, sin conseguirlo, con Inglaterra. Italia, al
principio aliada del III Reich, es invadida también hacia el final
de la guerra.

La situación es muy peligrosa en Alemania para los judíos y


para aquellos buenos alemanes que se resisten a admitir tanta
barbarie. Porque ahora, con la guerra, el gobierno nacional
socialista tiene las manos libres para actuar impunemente.
Organiza los guetos o barrios hebreos en Polonia y en Alemania,
y recluye ahí a los judíos.

El agrupamiento de tanta gente facilita la «solución final de la


cuestión judía», que significa de hecho acabar con la raza judía,
pues hacia 1941 el ejército nazi entra en los guetos y ametralla
despiadadamente a hombres, mujeres y niños. A los

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supervivientes los llevan a campos de concentración. Por el


camino asesinan a muchas de estas personas, en mitad de los
campos solitarios, y las entierran inmediatamente allí mismo. A
otras las llevan a realizar trabajos forzados, donde acaban
muriendo por los malos tratos y la falta de alimentos.

Ya en el verano de 1933, se promulgó una ley para limitar las


«vidas inútiles». Ahora, en plena guerra, esta ley desemboca en
un programa de eutanasia por el que murieron más de setenta
mil personas, muchas, simplemente, por no poder trabajar.

Como Rosa Stein es la portera y jardinera del convento y entra y


sale de él, es la que informa de todas estas espantosas noticias a
Edith.

El sufrimiento es inmenso. Además, con la invasión de Holanda


por las tropas nazis en 1940 y la huida a Inglaterra de la familia
real holandesa, el pequeño país queda abandonado a su suerte.

Edith, Rosa y todos los judíos refugiados en Holanda, hasta


entonces país neutral, corren un gran peligro.

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30. Prisionera de la Gestapo

Las noticias son cada vez más aterradoras: las comunidades


carmelitas están siendo disueltas; se están construyendo campos
de concentración y se oyen historias espeluznantes, que a duras
penas se pueden creer, sobre cámaras de gas donde asesinan a la
gente en masa.

En enero de 1942, sor Benedicta se da cuenta de que el convento


está en peligro por su presencia e intenta conseguir un visado
para Suiza, país que consigue permanecer neutral durante la
guerra. Las gestiones dan buen resultado y Edith obtiene el
permiso para salir legalmente del país.

Pero surge un problema: Rosa no tiene sitio en el convento suizo


de carmelitas, que está hasta los topes, y Edith no quiere
abandonar a su hermana. Así que no se va. Sigue haciendo
gestiones para la salida de Rosa. Pero todo va muy lento.

Un día recibe la primera citación para un interrogatorio de las


SS, el servicio de seguridad de los nazis.

Se presenta en una sórdida oficina, junto a muchos judíos


asustados. Tras una larga espera, la obligan a ponerse sobre el
hábito marrón una estrella amarilla, símbolo de los judíos.
Luego, tiene que contestar de pie, a tres metros del oficial nazi, a
un largo y complicado interrogatorio. Mientras, todas las monjas
en el convento están reunidas en la capilla rezando por ella.

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Al saber que es cristiana la dejan marchar. Y es que los obispos


holandeses han pedido a las autoridades nazis que no molesten a
los cristianos.

A través de una carta de un conocido le llegan a Edith noticias


sobre los hermanos que han quedado en Alemania. La priora ya
la ha leído y se la da:

–¿Qué dice la carta, reverenda madre? Son malas noticias,


¿verdad?

–Sí, hija mía. Han detenido a sus hermanos y sus familias y los
han llevado a Theresienstadt. ¿Sabe lo que esto significa?

–Sí... es un campo de exterminio. Es... la muerte.

Como una sonámbula, va directamente a la capilla. Su reacción,


al caer de rodillas, es rezar la oración que Cristo dirigió a su
Padre en el huerto de los olivos, justo antes de sufrir la Pasión:
«¡No se haga mi voluntad, sino la tuya!».

Los nazis siguen cometiendo atrocidades contra los judíos,


separando a las familias y llevándoselos en trenes abarrotados
hacia los campos de exterminio alemanes. Los holandeses están
indignados. Los obispos vuelven a protestar por esta
inhumanidad, pero no les hacen caso. Así que se reúnen para
tomar una decisión: hacer pública una carta.

El 26 de julio de 1942 se lee en todas las iglesias holandesas la


carta pastoral de denuncia contra el nazismo, a pesar de que el
comisario nazi se había enterado y había prohibido hacerlo.

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La reacción indignada de éste no se hace esperar: apenas unos


días más tarde, miles de cristianos holandeses, de origen judío,
son apresados brutalmente.

A Edith le ha llegado también la hora.

Es el domingo 2 de agosto de 1942. A las cuatro de la tarde,


suena impaciente la campanilla del torno. Acude al locutorio la
madre priora y ve enfrente, a través de la reja, a dos oficiales de
la Gestapo, mirándola con gran frialdad.

–Ave María Purísima... –saluda la monja.

–¿Viven aquí las judías Rosa y Edith Stein Courant? –preguntan


bruscamente sin responder al saludo.

–Aquí viven las hermanas Rosa y sor Teresa Benedicta de la


Cruz. Pero son cristianas...

–Da igual. Son judías de nacimiento. ¡Deben venir con nosotros


inmediatamente!

–Pero, eso no es posible... ¡esto es una clausura...!

–Tenemos órdenes –interrumpió tajantemente el oficial–.


¡Hágalas salir o entraremos nosotros! Si es preciso echaremos la
puerta abajo.

Sor Benedicta está en ese momento leyendo en voz alta en el


coro, donde todas las hermanas están reunidas. Se produce un
gran revuelo cuando la priora interrumpe la lectura y avisa a
Edith. Algunas jóvenes novicias se ponen a llorar. Ésta sale al
locutorio, y con voz tranquila pregunta a los guardias:

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–¿Qué desean de mí?

–Debe venir inmediatamente con nosotros. Avise a Rosa Stein.

–¿Nos van a detener? ¿De qué nos acusan?

–Eso ya se lo dirán. ¡Abra ahora mismo la reja!

Edith asiente sin decir nada más. Vuelve al coro y se despide


apresuradamente de las hermanas.

–Por favor, hermanas, rogad por mí –dice Edith medio distraída,


como en una nube.

Sin querer llevarse nada, Edith va a buscar a Rosa, que está muy
nerviosa. Las dos se arrodillan y reciben la bendición de la
madre priora.

Por la pequeña puerta de la clausura, sale Edith llevando de la


mano a Rosa. La Gestapo las conduce hacia un callejón, donde
tienen aparcado un gran coche negro. No han querido dejar el
vehículo demasiado a la vista, porque la gente se ha ido
arremolinando en torno al convento en señal de protesta por esa
detención injusta, y no desean incidentes. Mientras caminan,
dice Edith a su hermana:

–¡Ánimo, Rosa, vamos a sacrificarnos por nuestro pueblo!

El siniestro coche negro parte a gran velocidad con las dos


prisioneras.

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31. Destino: Auschwitz

El primer destino de las dos hermanas es un campo de


concentración de paso. Han llegado en una camioneta, en mitad
de la noche, junto a otros prisioneros. Allí las tratan sin ninguna
consideración y, a empujones, las meten en unos sucios
barracones.

El ambiente es horrible. Los cientos de judíos internados están


muertos de miedo y los llantos y los gritos de súplica no paran
en toda la noche. Hay muchas mujeres y niños pequeños. Todos
están revueltos, sin intimidad alguna.

Edith observa que hay un grupo de frailes y monjas, de diversas


congregaciones, que tratan de dar ánimos al resto. Se reúnen esa
noche para rezar el rosario juntos, dirigidos por sor Benedicta.
Es evidente que la detención de todos estos religiosos se debe a
una represalia contra la carta pastoral de los obispos católicos
holandeses del día 26.

Al día siguiente, en plena noche, sin ninguna explicación, los


llevan a una solitaria estación. Los meten en un tren de
mercancías, donde van apretujados y de pie. Son mil doscientos
prisioneros.

La atmósfera en el vagón es irrespirable porque han tapado las


ventanillas para que no puedan ver nada. Alguno que tiene
claustrofobia se desmaya y ha de ser sujetado en volandas por
los demás, pues no hay sitio para tumbarlo.

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Al mediodía llegan a Westerbork, otro campo de concentración


holandés, junto a la frontera alemana. y allí, nada más hacerlos
bajar del tren, les hacen formar en filas para su registro y
asignación de un número. El oficial que interroga está sentado
bajo un toldo, con un secretario al lado que escribe a máquina
los nombres y otros datos.

Los prisioneros avanzan lentamente, a pleno sol y con un


intenso calor. Hace mucho que no comen ni beben. Es peligroso
desmayarse, pues a los que lo hacen se los llevan y no los
vuelven a ver.

Edith está en silencio. Siente una gran pena por lo que está
ocurriendo, pero no tiene miedo. Detrás de ella va Rosa que, a
pesar de ser nueve años mayor, es como su hermana pequeña.

Cuando terminan los interrogatorios separan a los hombres de


las mujeres. Se produce entonces un gran alboroto. El griterío,
los abrazos y el llanto son tremendos. Muchas familias divididas
de modo tan brutal no volverán a reunirse nunca más. Nuevos
camiones parten llenos de prisioneros hacia un destino
desconocido.

Tras los registros, los hacen entrar en barracones atestados de


sucias literas de tres alturas. En este horrible lugar pasan tres
días.

Edith se da cuenta de que la locura está haciendo mella en


muchas mujeres que, ante tantas desgracias, se han vuelto
apáticas y ni siquiera atienden a sus hijos, que lloran sin parar
porque tienen hambre y miedo. Intenta consolarlas, darles algo
de esperanza. Y cuida de los niños pequeños, yendo de un lado

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para otro, buscando agua para lavarles y algún alimento extra.


Anima a todos con una sonrisa.

Las monjas del convento de Echt siguen haciendo intensas


gestiones para liberarla y llevarla a Suiza. Aún hay esperanza,
pues no han salido de Holanda.

Pero lo que no saben ni Edith ni los demás es que al día


siguiente los van a llevar al mismo infierno: a Auschwitz, cuyo
solo nombre da terror.

Antes de partir, Edith y Rosa reciben inesperadamente una visita


de Echt: son dos valientes emisarios del convento –familiares de
algunas monjas– que llegan con objetos de higiene y ropa para
las dos hermanas. Tras grandes dificultades, les han dado
permiso para verlas. Se reúnen en un barracón, lleno de
vigilantes y otras visitas.

–¡Sor Benedicta!

–Hermanos... ¡qué alegría!

Una gran emoción por ver caras amigas les deja sin habla
durante unos instantes. Luego, se cuentan las correspondientes
noticias. Ella les dice que van a salir para el este, no saben
adónde.

De pronto, oyen la señal estridente de que las visitas han


concluido.

–Hermanos –se despide–, decid a la reverenda madre que esté


completamente tranquila con respecto a nosotras, estamos bien y
en las manos de Dios... Tomad, llevadles esta nota de mi parte.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

Y les entrega unas líneas escritas allí mismo a toda prisa. Esa
noche, los nazis publican una lista con los prisioneros que
viajarán a territorio alemán. Edith y Rosa están entre ellos. Al
alba del día 7 salen los abarrotados trenes hacia Auschwitz.

Ya nadie vuelve a saber nada más de Edith...

Después de la guerra se pudo conseguir el certificado de su


muerte, acontecida el día 9 de agosto en la cámara de gas. Su
muerte sería como la de tantos miles de judíos indefensos en
aquel lugar de horrores. Los supervivientes de Auschwitz narran
espeluznantes sucesos que la historia ha demostrado como
verdaderos.

Nada más llegar los convoyes al siniestro campo de


concentración, hacían formar en una larga fila a los prisioneros.
Un oficial se encargaba, con un simple gesto, de mandarles
hacia los barracones de trabajo o, directamente, hacia un
pabellón más alejado. Allí se hallaban unas siniestras «duchas»,
de las que en lugar de agua salía gas venenoso. Allí terminaban
los niños y los viejos, los demasiado débiles o aquellos que
consideraban «inútiles».

¿Qué debió de pasar con nuestra heroína? Probablemente sus


verdugos pensaron que una religiosa de cincuenta y un años no
les sería de ninguna utilidad.

La fila de los condenados (sin que ellos lo supieran) iría hacia


las duchas de la muerte, las mujeres y niños por un lado, los
hombres por otro:

–¡Vamos, desnudaos completamente y entrad en las duchas!


Luego, recogeréis vuestras cosas –les gritaban los guardias.

145
Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

En la puerta se les entregó a cada uno una pastilla de jabón.


Alguno de los condenados se dio cuenta de que era ¡de madera!
¿Qué iban a hacer con ellos? Pero ya era demasiado tarde. A
empujones les encerraron en una gran sala alicatada, cuyo techo
estaba recorrido por las tuberías y las alcachofas de las falsas
duchas. Por una mirilla, podían los verdugos observar cómo
morían, ahogados por el gas.

Luego, sacaban los cuerpos y los quemaban en los hornos


crematorios, que funcionaban sin parar y producían una
maloliente columna de humo que velaba la luz del sol. Sobre las
poblaciones vecinas caía a menudo una pegajosa lluvia de
cenizas humanas.

Fueron asesinadas por los nazis unos seis millones de personas


inocentes. Entre ellas, la carmelita Edith Stein y su hermana
Rosa.

146
Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

32. Un día de alegría

Brillaba el sol en la plaza de San Pedro de Roma. Víspera del


cumpleaños de Edith Stein: 11 de octubre de 1998. Algunos
familiares de Edith estaban presentes en lugar destacado.

Ante una gran multitud de fieles y de medios de comunicación,


Juan Pablo II proclama solemnemente la santidad ejemplar de
esta mujer fuerte, atea en su juventud, que halló la verdad de la
fe cristiana en su profesión. Es la primera vez que se canoniza,
desde los tiempos de los apóstoles, a una judía. Una mujer de su
tiempo, que supo luchar por sus ideales, que supo defender la
dignidad humana, política e intelectual de la mujer.

Una chica que supo amar a sus semejantes.

Un año después, en el solemne acto de apertura del sínodo de


Europa, celebrado en Roma el 1 de octubre de 1999, Juan Pablo
II proclama a Edith Stein, junto a santa Catalina de Siena y a
santa Brígida de Suecia, Patrona de Europa.

Su fiesta se celebra el 9 de agosto.

147
Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

Edith Stein: Cronología

CRONO- ACONTECIMIENTOS
VIDA DE EDITH STEIN
LOGÍA HISTÓRICOS

Edith nace el 12 de octubre en Guillermo II de Prusia (1859-1941)


1891 Bresláu (Prusia) en el seno de una lleva al Imperio alemán a la
familia numerosa judía. hegemonía europea.

Muere el padre. La madre se hace


1893
cargo del negocio familiar

Empieza sus estudios en la Escuela


1897
Victoria de Bresláu.

Gran crisis personal que le lleva a


Crisis de los Balcanes (1905-1913),
dejar los estudios y la fe judía.
1905 que desembocará en la Primera
Viaja a Hamburgo con su hermana
Guerra Mundial.
Elsa.

Reinicia los estudios y el


1908
bachillerato.

1911 Entra en la Universidad de Bresláu,


donde se matricula de historia y

148
Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

psicología. Trabaja en asociaciones


a favor de los derechos de la mujer.

Lee a Husserl y decide cambiar de


1912
universidad.

Se matricula en la Universidad de
Gotinga. Llega a ser miembro
destacado de la Sociedad Filosófica Paz de Bucarest. Se afianzan las
de Fenomenología. Conoce a alianzas que formarán los bloques
1913
Husserl y la Fenomenología. enemigos de la Primera Guerra
Conoce a Max Scheler y a Adolf Mundial.
Reinach: encuentro con la fe
cristiana.

El 28 de junio comienza la Primera


Prepara su trabajo de licenciatura y
Guerra Mundial (1914-1918) con el
el examen de estado. En julio
1914 asesinato en Sarajevo del archiduque
estalla la Primera Guerra Mundial
Francisco Fernando, heredero al trono
(1914-1918).
de Austria-Hungría.

En enero realiza el examen de


estado en Gotinga. Se ofrece como
voluntaria a la Cruz Roja y la
1915
destinan a un hospital de Austria.
Recibe la Medalla al Valor. Trabaja
de maestra en Bresláu.

149
Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

En agosto, presenta su tesis


doctoral sobre La empatía, en
1916 Friburgo. Recibe la máxima
calificación. Husserl la toma como
ayudante.

En octubre, triunfa la revolución


Adolf Reinach muere en la guerra.
bolchevique: creación de la Unión
1917 El encuentro con su viuda la acerca
Soviética. Fin del Zarismo. Abdica
más al cristianismo.
Nicolás II.

Deja a Husserl. Intenta acceder a El 28 de junio acaba la guerra: Paz de


una cátedra, sin éxito por ser mujer. Versalles. Gran pesimismo en
1918
Trabajos filosóficos, conferencias y Alemania, la gran derrotada, que se
clases particulares. convierte en una república.

Agosto: en casa de unos amigos lee Recién creado el Partido


la autobiografía de santa Teresa de Nacionalsocialista alemán, Hitler es
1921
Jesús. Decide convertirse al nombrado su jefe con poderes
catolicismo. dictatoriales.

El 1 de enero se bautiza y recibe la


Primera Comunión. Fuerte
1922 Formación de la URSS.
oposición de su madre y de su
familia.

150
Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

Durante ocho años, da clases en un Intento fracasado de golpe de Estado


1923
colegio de dominicas en Espira. por Hitler.

Gira de conferencias sobre la


1928
mujer.

Se va de Espira. Intenta de nuevo


acceder a una cátedra. No le dejan
por ser judía. Su director espiritual
1931
no le permite de momento ser
monja carmelita. Traduce a santo
Tomás de Aquino.

Da clases en el Instituto de
1932 Ascenso de los nazis al poder.
Pedagogía de Münster.

Las leyes antisemitas le impiden Hitler gana las elecciones y sube al


dar clases. El 14 de octubre entra poder. Proclama el III Reich. Leyes
1933 como aspirante en el Carmelo de racistas: prohibición a los judíos de
Colonia. Su madre se opone ejercer cargos públicos y profesiones
firmemente. liberales.

El 15 de abril toma el hábito


carmelita como novicia, con el Creación de la Gestapo, policía
1934
nombre de Teresa Benedicta de la política del III Reich.
Cruz.

151
Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

Gran aparato propagandístico de los


Gran actividad científica en el nazis. Leyes de Nüremberg: los judíos
1935
convento. Escritos y cartas. dejan de ser ciudadanos con derechos
civiles.

Termina su obra cumbre Ser finito


Creación del Servicio para la
1936 y Ser eterno. Muere su madre. Su
«solución final de la cuestión judía».
hermana Rosa se bautiza.

Encíclica del Papa Pío XI contra la


Gestiones infructuosas para ir a
1937 ideología nazi y a favor de la libertad
Palestina.
religiosa.

9 de noviembre: «Noche de los


El 21 de abril hace su profesión cristales rotos», son asesinados miles
1938 perpetua. El 31 de diciembre huye a de judíos. Hitler se anexiona
Echt (Holanda). Muere Husserl. territorios: Austria y parte de
Checoslovaquia.

Comienzo de la Segunda Guerra


Se ofrece como víctima por su Mundial (1939-45). Invasión de
1939
pueblo. Polonia. Creación de los guetos
judíos.

Los nazis invaden Bélgica y los


1940 Escribe sobre san Juan de la Cruz:
Países Bajos.
La ciencia de la cruz. Intentos de

152
Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

huir a Suiza.

El 2 de agosto es sacada a la fuerza


del convento junto a su hermana
Rosa, por las SS. El 7 son llevadas
1942 al campo de exterminio de Batalla de Stalingrado.
Auschwitz, en Polonia, donde son
asesinadas en la cámara de gas el 9
de agosto.

30 de abril: rendición de Alemania.


1945
Agosto: rendición de Japón.

El 6 de octubre es elegido papa Juan


1978
Pablo II.

Edith Stein (sor Teresa Benedicta


de la Cruz) es beatificada por la
1987
Iglesia Católica, en Colonia, el 1 de
mayo.

El 9 de noviembre tiene lugar la caída


1989 del Muro de Berlín. Fin de la Guerra
Fría.

1998 El 11 de octubre es solemnemente


canonizada en Roma por Juan

153
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Pablo II.

El 1 de octubre es proclamada por


1999
el Papa Patrona de Europa.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

Notas

[1] Hoy es Wroclaw, en Polonia.

[2]. En el Yon Kippur (fiesta de la expiación o de los


tabernáculos), los judíos hacen ayuno y penitencia durante
veinticuatro horas. Con la Pascua, es de las más importantes
celebraciones judías.

[3] El Estado independiente de Israel se creó, sobre territorios


palestinos, el 14 de mayo de 1948. Su capital es Jerusalén.

[4] En Alemania, los derechos electorales no se legislaron hasta


1919, después de la Primera Guerra Mundial.

[5] Los llamados semestres –de verano y de invierno– dividían


en dos los cursos universitarios anuales, y cada uno tenía sus
asignaturas y características especiales. Por ejemplo, los de
verano eran más relajados y podían completarse con actividades
culturales y deportivas al aire libre.

[6] Señorita, en alemán.

[7] «El saber religioso, el saber de las cosas sobrenaturales –


mantiene Scheler– debe entrar en la esfera de las ciencias
humanas, pues sólo la fe hace que el hombre sea persona».

[8] Por un lado, los imperios centrales, el alemán y el


austrohúngaro, a los que se suma Turquía. Por otro, los
«aliados»: Rusia, Francia, Bélgica, Inglaterra, Serbia, Grecia,

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

Japón, Italia, Bulgaria y Rumanía. En 1917 se incorpora Estados


Unidos al bloque de los «aliados».

[9] Descendientes de los antiguos indoeuropeos, los arios son


de piel blanca, rubios y de ojos claros. Es la estirpe nórdica,
tenidos por los nazis como superiores.

[10] Cfr. Mat. 27, 25 y Act. 5, 28.

[11] Más tarde, en marzo de 1973, Pío XI publicará la encíclica


Mit brennender Sorge (Con intensa preocupación), escrita en
alemán, en la que condenaba la doctrina totalitaria y racista del
nacionalsocialismo y defendía a los judíos y a los católicos en
Alemania. Le encíclica se oponía además al intento de Hitler de
crear una iglesia nacional cuya cabeza sería él.

[12] Estrellas amarillas. Autobiografía: infancia y juventud.


Editorial de Espiritualidad. Madrid, 1992.

[13] La madre Teresa Renata fue su primera biógrafa.

[14] Libro de la Sabiduría 7, 13.

[15] Es el nombre antiguo de la Liturgia de la Horas, rezo


oficial de la Iglesia, compuesto por salmos, lecturas y oraciones.

[16] Los votos consisten en el compromiso de vivir


radicalmente la castidad, la pobreza y la obediencia cristiana. En
este caso, además, lo hizo según la regla del Carmelo.

[17] Ser finito y ser eterno se publicó por primera vez en 1950
en Friburgo.

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Mª Mercedes Álvarez CAMINO DE AUSCHWITZ

[18] Estas palabras fueron pronunciadas en 1930 durante una


conferencia que dio sobre el misterio de la Navidad.

[19] Cfr. Mt 10, 28.

[20] De los Papeles personales de Edith Stein.

[21] De Cántico espiritual.

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