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feminista cristiana
He decidido iniciar esta ponencia con esta cita porque reconoce la exclusión que
las mujeres hemos vivido históricamente, a la vez que deja entrever una
propuesta luminosa. Significa que sí las mujeres somos valoradas, reconocidas,
incluidas y nos liberamos podemos encontrar nuestra identidad y, junto con ello,
enriquecer la vida espiritual.
1 Agradezco la revisión que el Mtro. Arturo Navarro hizo al borrador de este documento, así como los aportes y
retroalimentación de Manuel A. Silva de la Rosa, sobre todo al segundo apartado.
1
algunos de los que, me parece, son los principales aportes y puntos de discusión
respecto de la insubordinación de las mujeres en el marco del cristinanismo y lo
que ésta puede aportar a la experiencia y práctica cristiana.
2 De hecho, el término patriarcado fue empleado por Engels y Weber. Siendo el primer autor quién se refirió a este como
“el sistema de dominación más antiguo, concordando ambos en que el patriarcado dice relación con un sistema de poder y
por lo tanto de domino del hombre sobre la mujer” (JAAS 20120, 20).
3 Un ejemplo de ello lo tenemos aquí mismo en Jalisco, pues mientras hombres y mujeres Wixaritari se dedican a la
elaboración de artesanía con hilo y chaquira, y existen hombres que son reconocidos como maestros en su técnica, en
otros grupos étnicos una determinada técnica o actividad sólo la realizan las mujeres. Por ejemplo, entre los yaquis sólo
las mujeres bordan y cosen, mientras los hombres producen objetos de cuero, madera y otros elementos que obtienen de la
naturaleza.
4 Gayle Rubin lo define como “el conjunto de disposiciones por el que una sociedad transforma la sexualidad biológica en
productos de la actividad humana, y en el cual se satisfacen esas necesidades humanas transformadas" (1996, 44)
2
Scott5 el género es una “categoría social impuesta sobre un cuerpo sexuado” que
delimita claramente lo que significa ser “hombre” o “mujer” en una sociedad
determinada (1996, 271). De manera que lo que se considera femenino o
masculino alude a un conjunto de símbolos y normatividades que son productos
arbitrarios que se suscriben a partir de imágenes, discursos, mitos, leyendas,
metáforas que asignan determinados espacios y tareas configurando estereotipos,
es decir, imágenes generalizadas sobre hombres y mujeres. El género tiene el
poder de prescribir lo adecuado, lo posible, lo deseable, lo que ha de esperarse
para cada persona en el marco de la construcción social asignada.
Para ilustrar este punto tomaré como referencia un ejemplo con el que
seguramente estamos familiarizados: la Declaración de los Derechos del Hombre
3
y el Ciudadano (1789). Documento fundamental surgido de la Revolución
Francesa y precursor de los derechos humanos cuya gran aportación consistió en
definir y “universalizar” un conjunto de derechos civiles y políticos que a partir de
ese momento fueron reconocidos a toda la ciudadanía. Sin embargo, esta noción
de ciudadanía excluyó a mujeres y esclavos, es decir, sólo incorporó a los
hombres libres. La esclavitud fue abolida cinco años después, mientras que las
francesas consiguieron que se reconociera su derecho al voto -derecho político
fundamental- hasta 1944 (¡poco más de siglo y medio después!).
“Me preguntaba cuáles podrían ser las razones que llevan a tantos
hombres, clérigos y laicos a vituperar a las mujeres, criticándolas bien de
palabra, bien en escritos y tratados. No es que sea cosa de un hombre o
dos [...] sino que no hay texto que esté exento de misoginia. Al contrario,
filósofos, poetas, moralistas, todos - la lista sería demasiado larga - parecen
7 En 1953 se reconoció el derecho de las mujeres a votar. Las primeras elecciones en México se llevaron a cabo en1812,
sólo que excluyeron a los negros, mestizos y sirvientes.
8 Escritora, reportera y docente española, con títulos de máster Universitario en Estudios Interdisciplinares de Género y
máster en Género y Políticas de Igualdad entre Mujeres y Hombres, ambos por la Universidad Rey Juan Carlos. Profesora
invitada en esta universidad así como en la de Castilla- La Mancha.
9 El diccionario de la transgresión feminista define misógina como “una de las manifestaciones del sexismo que se expresa
4
hablar con la misma voz […]. Si creemos a esos autores, la mujer sería una
vasija que contiene el poso de todos los vicios y males” (citado en Varela
2005, 1). 10
Aunque el primer texto que trata sobre la opresión de las mujeres data del
siglo XV, el feminismo tuvo un desarrollo lento, marcado por algunas obras de
relevancia como la “Declaración de los Derechos de la Mujer” de Olimpia de
Gouges (1791) y la “Vindicación de los derechos de la Mujer” de Mary
Wollstonecraft que vio la luz al año siguiente. A fines del siglo XIX y principios del
siglo XX, surgieronn los movimientos sufragistas en Inglaterra y Estados Unidos.
religiosos de la mujer, la declaración que resultó de ella es considerada uno de los primeros programas políticos feministas
(Varela 2005, 9-10).
5
feminista y sus representantes suelen ser mal vistas, es gracias a su movilización,
cabildeo y denuncia que actualmente las mujeres pueden gozar de algunos de
estos derechos o, al menos, se ha conseguido su reconocimiento en instrumentos
jurídicos nacionales e internacionales.
12
En palabras de Marcela Lagarde “La perspectiva de género hace referencia a la concepción académica, ilustrada y
científica, que sintetiza la teoría y la filosofía liberadora, creadas por las mujeres y forma parte de la cultura feminista”
(1996, 2)
6
difícilmente las cuestionará, más bien tenderá a pasarlas por alto, justificarlas o
normalizarlas.
Un recurso que han venido desarrollando las feministas para subvertir esta
condición está contenido en el término insubordinación de las mujeres. Frente a la
subordinación femenina que ha tenido un carácter histórico y universal, la
insubordinación propone incorporar las experiencias de las mujeres, que son
diversas, plurales, distintas en cada una de ellas y que están marcadas por su
adscripción a otras categorías sociales como son la raza, etnia, credo, edad, etc.
Según Luna (2000, 27) este concepto cuestiona el que, para que las mujeres
logren la igualdad en derechos, ciudadanía y reconocimiento deban seguir los
modelos masculinos. Más bien se busca generar un pensamiento nuevo,
independiente, que nazca de la propia insubordinación y que sea un llamado
(re)conocer y valorar la identidad. Esto implicaría “pensarse a sí mismas a través
de la propia experiencia, la propia historia, no medirse con el hombre y su razón y
su historia para encontrar una medida de sí” (Bocchetti, citado en Luna 2000, 27-
28). Significaría hacer uso de su capacidad para pensarse, nombrarse, habitarse a
sí mismas generando sus propios caminos de liberación. Implica también darse
cuenta de que no todas las mujeres somos iguales y que es necesario reconocer y
dar voz a cada una de ellas.
13Destacado sociólogo francés (1930-2002) adscrito a la teoría crítica.
14El diccionario de la transgresión feminista define androcentrismo como “una de las manifestaciones del sexismo que
consiste en tomar al hombre varón como el prototipo o modelo de lo humano y su perspectiva como el punto de vista de la
humanidad” (2012, 5) y que por lo mismo excluye e invisibiliza a las mujeres.
7
He elegido este también término porque me parece que responde a la
inquietud que planteé en un principio, con la cita de Juan Pablo II (1995). Lo que
pretendo decir es que para reconocer la dignidad de las mujeres, incorporar sus
prerrogativas, dignificarla y liberarla de la esclavitud tendríamos que partir del
sujeto mujer, de sus experiencias, inquietudes, hacer escuchar sus voces. Sólo así
podríamos salir del círculo del androcentrismo que ha venido configurado las
formas posibles de ser, hacer, pensar para hombres y mujeres. No se trata de una
concesión que se les haga, sino de un reconocimiento a su posibilidad de
nombrar, reflexionar y proponer. Con este movimiento, además, tiene mucho que
ganar la reflexión y praxis cristiana, al incorporar elementos, interpretaciones y
perspectivas nuevas.
8
desplazamiento en el mensaje central de Jesús que impactó no sólo el contenido
de sus enseñanzas, sino también su práctica, ejerciendo gran influencia en la
manera de concebir e incorporar lo femenino y, con ello, a las mujeres.
Entre las muchas notas que distinguieron la práctica de Jesús, una fue su
relación con las mujeres, pues ningún profeta de Israel se vio rodeado de tantas.
Podemos inferir que esta postura resultó escandalosa para la sociedad de su
época, pero también que tuvo consecuencias en el sistema patriarcal imperante,
al menos para las primeras comunidades de seguidores.
La sociedad judía donde vivió Jesús era patriarcal. Esto es, las mujeres
tenían que permanecer relacionadas con un hombre a lo largo de su vida. Si eran
solteras pertenecían a su padre, al ser ofrecidas en matrimonio sus esposos
tenían control sobre ellas, en caso de enviudar estaban a cargo de sus hijos y de
no tenerlos volvían a casa de su padre, es decir, se les negaba toda autonomía
(Pagola 2007, 207). La función social de las mujeres se limitaba a tener hijos y
obedecer a los hombres, en específico a su marido, a quien se tenía que dirigir
con el vocablo <ba'alí> que significa “mi señor” (íbid, 208). Entre sus principales
obligaciones estaba satisfacerlo sexualmente y darle hijos varones para asegurar
la subsistencia de la familia.
9
con recelo por lo que se sugería tenerlas bajo control15, a la vez que se las
consideraba posesiones de los varones16. Señala el historiador judío Josefo que
ellas eran inferiores a los hombres en todos los aspectos17. Esta creencia se
evidenciaba en que eran sólo varones quienes se encargaban de mediar en la
relación con Dios. A las mujeres se les negaba el aprendizaje de la Ley y los
escribas no las aceptaban como discípulas (íbid.). El Rabí Yehudá, incluso
recomendaba a los varones recitar la siguiente oración diariamente: “Bendito seas,
Señor, porque no me has creado pagano, ni me has hecho mujer, ni ignorante”
(Pagola 2007, 210).
207 p. 208.
18 Mateo 5, 28-29.
19 Lucas 11, 27-28.
20 Lucas 10,38-42.
10
Una característica relevante de Jesús es que, además de acoger
amorosamente a las mujeres que le siguen, también las integra en sus prédicas y
las hace protagonistas en sus parábolas. Tal es el caso de la “viuda inoportuna”21
y de la mujer que “introduce levadura en la harina”22. Ensalza también la imagen
de una viuda pobre que da todo lo que tiene como limosna en el templo, de modo
que la coloca como un ejemplo a seguir23. Jesús incluso va más lejos pues nos
presenta una imagen femenina de Dios al compararlo con una mujer que barre
con cuidado toda su casa hasta encontrar la monedita perdida24.
11
comunidades imperaba el calor humano y constituían espacios de acogida y de
esperanza para los creyentes (Castillo 2000, 350). En este entorno sabemos que
las mujeres ocupaban roles diversos y muy activos en la vivencia y promoción de
esta nueva fe.
12
En carta a Timoteo (11- 15) este personaje señala “No tolero que la mujer
enseñe, ni que dicte ley sobre el marido, sino que se mantenga en silencio. Pues
Adán fue creado primero y luego Eva. Y no fue Adán quien se dejó engañar, sino
Eva, quien, seducida, incurrió en la transgresión. Se salvará, sin embargo, por la
maternidad, si persevera con sabiduría en la fe, la caridad y la santidad”. Este
argumento que procura encasillar y castigar a todas las mujeres por la falta
cometida por la primera de ellas fue recogida también por Tertuliano entre el siglo
II y III quien indicó que las mujeres son “la puerta del diablo” las primeras
“transgresora de la Ley divina”, quienes persuadieron “a aquél a quien el diablo no
tuvo suficiente coraje de acercarse”, por cuyas faltas “el Hijo de Dios debió morir”.
Además interroga en los siguientes términos “¿No sabes que cada una de
vosotras es una Eva?” (Sánchez 2006, 34- 35). Afirmaciones en este mismo
sentido, fueron repetidas por Crisóstomo, Epifanio de Salamina y otros Padres de
la Iglesia.
La postura en los primeros siglos del cristianismo sobre las mujeres fue
contradictoria, pues también San Pablo reconoció la igual dignidad de hombres y
mujeres en el terreno espiritual como quedó asentado en Gálatas 3, 28 (Sánchez
2006). Hans Küng nos dice al respecto que en las primeras comunidades
existieron fuerzas contradictorias, unas a favor de la igualdad de judíos, griegos,
libres esclavos, hombres y mujeres y otras que pugnaban lo contrario. Fueron
estas últimas las que terminaron imponiéndose respecto a las mujeres, de manera
que su papel fue demeritándose poco a poco y terminó por olvidarse (2002, 28-
29). De esta manera, con el paso de los siglos Junia (a quien cité anteriormente)
se transformó en Junias, nombre de varón (Kung 2002, Dickey1993) Sucede igual
con el papel de María Magdalena que en los Evangelios Sinópticos fue una figura
destacada entre las mujeres de Galilea y que en el Evangelio de San Juan fue
desplazada por su madre María en el pie de la Cruz. Aunque en este libro, se le
reconoce como “apóstol entre los apóstoles” por ser testigo de la resurrección,
esta mención no tuvo consecuencia posterior (íbid).
13
Küng indica que aunque la participación de las mujeres fue relevante en las
comunidades de los siglos II y III a través de la figura de ascetas, mártires,
profetisas, y teólogas, la postura de los obispos y teólogos subsiguientes fue la de
minusvalorar a las mujeres, señalar la inferioridad de lo femenino y excluirlas del
ministerio eclesiástico, limitando su emancipación (2002, 33-34). En los siglos IV y
V aunque las mujeres siguieron participando activamente en la Iglesia como
diaconisas y mediante organizaciones de viudas y vírgenes que realizaban
numerosos servicios en la comunidad, la respuesta de los obispos fue su
marginación y anonimato (íbid).
14
La visión de muchos de los primeros eruditos de la iglesia fue tratar de
conciliar la filosofía griega con el cristianismo (como el caso de Orígenes en el S.
III y de Ambrosío de Milán en el siglo IV) introduciendo en la comprensión y
práctica cristiana el concepto de “virtud” como fórmula fundamental para vivir la fe.
Este desplazamiento tuvo consecuencias mayúsculas, como lo plantea José María
Castillo en su obra “El reino de Dios. Por la vida y la dignidad de los seres
humanos”, pues esta palabra “expresa un concepto que está en los antípodas de
lo que los evangelios nos dicen cuando hablan del Reino de Dios” (Castillo 2000,
353). En la literatura griega, la areté simboliza “fuerza”, “vigor” “éxito” incluso
“excelencia”, hace mención sobre ser “selectos” o “los primeros”, desvinculando
entonces el ideal cristiano de la debilidad y marginalidad que Jesús puso en el
centro.
Esta medida, así como otras disposiciones que tomaron papas y obispos no
siempre fueron recibidas con obediencia ciega, pues no faltó quienes desafiaran
15
las normas. Al respecto, una carta del papa Gelasio I a varios episcopados del sur
de Italia, fechada en 494, contiene un decreto (26) ocupándose directamente del
problema del sacerdocio femenino: “Oímos con estupor que los asuntos divinos
han llegado a tan bajo nivel que las mujeres son exhortadas a oficiar en los
sagrados altares y tomar parte en todos los asuntos propios de los oficios del sexo
masculino, que no les pertenecen a ellas” (Sánchez 2006, 39). De modo que la
acentuación dogmática y política de la ortodoxia corrió al filo de la lucha contra la
emancipación de las mujeres tanto en la Iglesia como en otros ámbitos de la
sociedad (Küng 2002, 43).
Por supuesto en esta época hubo mujeres que fueron reconocidas por su
inteligencia, sabiduría y espiritualidad. Sin embargo, el hecho de que la iglesia
católica haya proclamado sólo a cuatro de ellas28 como doctoras de la iglesia (de
un total de 36 doctores y doctoras), tiene mucho que decirnos respecto del
reconocimiento que se les otorga a las mujeres y sus aportaciones.
28
Santa Teresa de Jesús, Santa Catalina de Siena, Santa Teresa del Niño Jesús y Santa Hildegarda de Bingen.
16
Es así como mediante la norma y doctrina las mujeres fueron perdiendo
espacios de acción y quedaron confinadas según las visiones de la época. Las
consecuencias de estas generalizaciones y supresiones aún hoy seguimos
padeciéndolas. El costo lo hemos pagado no sólo las mujeres sino también el
anunciado proyecto de salvación, pues ha dejado fuera a mitad de la humanidad y
sus aportaciones. En el siguiente apartado se retomará la denuncia que han
posicionado las teólogas feministas cristianas respecto de la teología tradicional,
indicando también las maneras en las que mediante la recuperación, revaloración
y análisis de la experiencia femenina están abonando a la insubordinación de las
mujeres y mediante la cual enriquecen la reflexión y práctica cristiana.
En el apartado anterior más que elaborar una recuperación histórica del proceso
que vivieron las comunidades cristianas desde los primeros siglos hasta su
posterior institucionalización y reafirmación durante la Edad Media, lo que intenté
hacer es ir identificando las posiciones, roles y estereotipos que se fueron
legitimando desde la doctrina, testimonios y documentos teológicos y eclesiales.
Aunque no puede decirse que las imágenes sobre las mujeres sean monolíticas y
que hayan sido recibidas pasivamente por parte de las y los fieles y ministros de
culto, sí se impusieron de manera hegemónica en la concepción religiosa a través
de las posturas oficiales.
17
están siendo analizados para desvelar la óptica de las mujeres: reconstruir sus
historias, intereses, ocupaciones y preocupaciones.
18
Lo anterior no quiere decir que tradicionalmente no se teologizara sobre las
mujeres, sino que esta “teología de la mujer” partía de una visión y experiencias
masculinas. El resultado es que, aunque se reconocía su igual dignidad espiritual
y vocación se le atribuyó a cada género una esencia diferente; masculina y
femenina. Adjudicando a cada una atributos y con ello carismas y tareas distintas.
A las mujeres se les confinó en el ámbito de lo privado –en el hogar o en la
clausura- y, bajo un supuesto designio divino, a los hombres se les destinó la
participación intelectual, de decisión y poder en la iglesia (íbid.).
19
La siguiente etapa en el desarrollo de la teología feminista devino hasta
1950, cuando se cuestionó la exclusión de las mujeres del ministerio ordenado,
sobre todo en las iglesias protestantes. Una década después se registró una
tercera etapa, que se desarrolló en las academias norteamericanas y europeas. A
pesar de la diversidad de análisis, tuvieron en común su acercamiento inclusivo,
crítico y creativo y el empleo de la perspectiva de género – que he abordado en el
primer apartado- (íbid.). Señala María José Ferrer (2011) que la teología feminista
arrancó de dos descubrimientos medulares; el primero es que lo que se había
considerado como “la experiencia humana universal” hasta el momento, en
realidad es la experiencia y comprensión de los hombres sobre sí mismos, el
mundo y Dios; el segundo fue la necesidad de cuestionar la identificación
“exclusiva y excluyente” de Dios con los varones, pues, como afirmó Mary Daly “si
Dios es varón, entonces el varón es Dios”.
29 Entre estas se encuentran: Mujeres y Hombres en la Iglesia, la Sociedad Europea de Mujeres Investigadoras en
Teología y el Forum Ecuménico de Mujeres Cristianas de Europa, Mujeres y Teología, del Collectiu de Dones en
l’Esglesia, y de la Asociación de Teólogas Españolas (ATE)
20
países centrales) con la experiencia de todas. Las mujeres que padecen otras
múltiples opresiones reclamaron la necesidad de elaborar sus propias reflexiones
teológicas abriendo una cuarta etapa en la teología feminista a partir de su
enriquecimiento con contextos culturales y el análisis de distintas formas de
opresión.
21
cristiana de otras que no lo son. Para ello, no basta que las fuentes de análisis de
la teología provengan de la experiencia de mujeres, ni que sus fuentes sean
cristianas. Esta autora, basándose en el trabajo de Peter Slater pone énfasis en
los rasgos que definen una tradición religiosa particular, es decir el símbolo central
sobre el que se congregan símbolos primarios. En la religión cristiana el símbolo
central es Cristo Jesús, pero para ello habría que distinguir entre lo que Jesús dijo
e hizo y las tradiciones posteriores acerca de él. Como no tenemos una fuente
directa de Jesús (su biografía y enseñanzas escritas por él mismo) tenemos que
recurrir al testimonio de los apóstoles, cuyas fuentes más tempranas son los
Evangelios sinópticos.
22
que los tiempos y las instituciones cambian, ahora nos toca cuestionarnos qué
significa ser hijo de Dios en estos momentos
Una teología feminista tendría que rechazar cualquier intento de ser neutral
y objetiva -como tampoco Jesús fue neutral en su postura y decisiones-, pues
sabe que esto es una falacia porque nadie mira desde ninguna parte. En su lugar,
estaría comprometida con la liberación plena de las mujeres y el reconocimiento
de su dignidad. Y aunque sus productos no sean necesariamente distintos a la
teología que realizan los hombres, sí tienen qué añadir y complementar a esta
visión.
23
Recuperando el contenido desarrollado en este documento, me atrevo a
concluir que la teología feminista cristiana abona a dos aspectos; alimenta la
insubordinación de las mujeres para buscar revertir la subordinación femenina,
pero también y como resultado, enriquece la reflexión cristiana. Considero que
esta teología abona al primer rubro en tanto que alienta la construcción de un
espacio para que ellas se encuentren y re encuentren consigo mismas a partir del
análisis y valoración de las experiencias de sus contemporáneas y predecesoras,
que se han congregado y han colaborado en el desarrollo y vivencia de esta fe. A
la insubordinación abona también la variedad de vertientes que se ha desarrollado
en la teología feminista y que aluden a la necesidad y al deseo de muchas
mujeres, provenientes de regiones geográficas y contextos distintos, de hacer uso
de su voz y a través de ello encontrar su identidad. Que a partir de este proceso
se solidarizan con otros y otras que desean encontrar su propio camino de
liberación a cuyos procesos pueden abonar desde su narrativa y praxis.
24
Desde esta visión se cuestiona la visión de Dios en exclusiva clave
masculina. Ahora se propone una variedad más amplia de imágenes
divinas que bien pueden ser femeninas, masculinas o neutrales en su
género. Esta postura nos remite a pensar en cuál es la imagen o imágenes
de Dios con las que (con) vivimos y la manera cómo éstas nos invitan a
pensarnos en nuestra relación con nosotros o nosotras mismas y con los y
las demás.
Se nos invita a cuestionar la identificación entre iglesia y estructura,
traspasando la idea de que es un espacio exclusivo del sacerdocio para
implicar otros ministerios.
Varias feministas emplean el término de mujer- iglesia para proponer un
movimiento de mujeres y hombres que reflexionen en su autoafirmación
religiosa y en la liberación de la opresión y marginación para todos y todas.
Se cuestiona también las estructuras jerárquicas presentes en la
eclesiología institucional. ¿Es posible pensar en una autoridad compartida,
abierta a la variedad de opiniones y puntos de vista?
Se proponen nuevas imágenes sobre mujeres que salen del rol tradicional.
Sabemos ahora que en el contexto del cristianismo hay mujeres fuertes,
sabias, independientes, activas que pueden inspirarnos hoy.
El feminismo reconoce la intersección entre las opresiones, de modo que
liberar de la subordinación de un grupo implica necesariamente la liberación
de otros. Desde este enfoque se han analizado otras opresiones como el
racismo, sexismo, incluso la explotación de la naturaleza.
Reconocer la dignidad de las mujeres para realizar un cariz más amplio de
ministerios al interior de las iglesias. La Iglesia protestante ya ha aceptado
la ordenación de mujeres, incluso algunas de ellas han sido nombradas
obispas. Sin embargo todavía hay barreras que permanecen en otros cultos
cristianos.
Reconocer y acoger movimientos y perfiles feministas al interior de la
iglesia católica (católicas por el derecho a decidir; monjas activistas y
políticas en España, colectivos de feministas estadounidenses)
25
Necesidad de incorporar las experiencias de las mujeres así como sus
diferencias. Que el cuerpo de las mujeres deje de ser un territorio de sobre
el que se impongan miradas y normativas masculinas.
Bibliografía
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28