La categoría Différance es un constructo complejo, paradójico e intraducible que
Derrida desarrolla en “La différance”, texto de 1968. Se trata de un neologismo que mezcla el verbo différer y el sustantivo différence; el primero en sus dos significados distintos: “diferenciarse” (en su funcionamiento como verbo intransitivo) y “diferir” en tanto que “retardar” y “reservar” (en tanto que transitivo). Lo que el verbo añade al sustantivo différence son las dimensiones espaciales y temporales; estos dos sentidos, vinculados con la temporización y la desavenencia, son rastreadas etimológicamente en el verbo latino differre. La “a” de différance se toma de différant, participio presente que connota la acción antes de ser resultado, y añade el sufijo -ance, partícula asociada a la oscilación entre lo activo y lo pasivo que justamente aminora el sentido activo de différant. De este modo, Derrida introduce en un sustantivo de corte más bien estático una idea de actividad con las connotaciones de temporización y espaciamiento. Debe notarse además que la diferencia entre “différence” y “différance” sólo puede recuperarse por escrito, dado que en francés ambas se pronuncian igual; con esto Derrida subraya la importancia de no visualizar a la escritura como mera derivación del habla. La différance, en tanto juego sistemático de las diferencias, produce las diferencias y las oposiciones, por lo tanto no existe una presencia originaria o lugar para pensar el carácter primario de, por ejemplo, la oralidad con respecto a la escritura. Es por esto que Derrida y otros comentadores insisten en que no se trata de un concepto o una categoría, dado que en rigor es la condición de toda conceptualidad, de toda categorización. El oxímoron differánce originaire que se arruina a sí mismo (la diferencia también difiere consigo misma) apunta a deconstruir la metafísica que construye una ontología de lo originario/la idea/lo inteligible y sus copias. Esta metafísica constituiría al logocentrismo continuado por Saussure, esto es, la primacía del logos y de la oralidad ante la escritura.
Sobre la relación de la deconstrucción derrideana con esa jerarquía metafísica,
Mónica Cragnolini afirma:
“Para Derrida, no se puede ir 'más allá' de la historia de la metafísica por un simple
decreto: en este sentido, el deconstruccionismo se mantiene en el mismo terreno de esa historia. El deconstruccionismo es un modo de habitar las estructuras metafísicas para llevarlas hasta su límite: solicitación (en el sentido de 'hacer temblar') que permitirá que dichas estructuras muestren sus 'fisuras'. La deconstrucción no consiste ni en una destrucción de las estructuras binarias (…) ni en una inversión de dichas estructuras (que repetiría 'al revés' ese dualismo), aunque sí puede suponer esta última” (Cragnolini, Mónica, Derrida, un pensador del resto: 21-22). En efecto, los textos de Derrida se detienen y prestan atención en lo que se ha colocado al margen o como suplemento en la metafísica occidental (la escritura ante la voz, la literatura ante la filosofía, entre otros), y también en los elementos del lenguaje que son indecidibles, aquellas unidades que escapan a la lógica binaria y que oscilan (a los que Derrida ha llamado a veces como phármakon, suplemento, himen, huella). Todos ellos habitan la metafísica y la desorganizan, la resisten y son su resto, son indicios de las fisuras en los sistemas y sus oposiciones y, por lo tanto, impiden el cierre de una totalidad.