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Dalai Lama
Fragmento (traducción): cap. 8, pp. 103-112
First Mariner Books edition 2012
Para que cada una de estas tres etapas tenga efecto sobre nuestras vidas,
tenemos que aplicarlas a todas nuestras acciones; en otras palabras, no solo
en lo que atañe a nuestras acciones físicas externas, sino también a lo que
decimos y, en última instancia, incluso a nuestros pensamientos e intenciones.
De estos tres niveles de conducta -del cuerpo, del habla y la mente- el más
importante de todos es el de la mente, porque es el que origina todo lo que
hacemos y decimos.
Concentrar nuestra atención solo en las acciones del cuerpo y del habla sería
como si un médico se enfocara solo en los síntomas de una enfermedad y no
en la causa que la provoca. Para que un tratamiento sea efectivo, también
debe enfocarse en la causa del problema. Por esta razón, los tres últimos
capítulos tratan principalmente del adiestramiento de la mente. Pero antes de ir
al tema de educar el corazón mediante el adiestramiento de la mente, tengo
que referirme brevemente a la importancia de abandonar los hábitos
destructivos del cuerpo y del habla ya que estos constituyen el primer paso en
la práctica de la ética.
Ética de la contención
[…]
Aún para aquellos cuya preocupación principal no engloba a todos los seres
sintientes, sino que se restringe a la humanidad, puede ser muy difícil que
nuestras acciones no contribuyan a dañar a los demás de manera indirecta.
Pensemos por ejemplo, en cuántos ríos se han contaminado posiblemente a
causa de la extracción de minerales por parte de las compañías mineras, o de
las plantas industriales que producen componentes indispensables para la
tecnología que utilizamos a diario. Todos los que utilizan esas tecnologías
serían, por lo tanto, parcialmente responsables de la contaminación y, de esta
manera, contribuirían negativamente en la vida de los demás.
Desafortunadamente, es perfectamente posible que nuestras acciones dañen
indirectamente a los demás, aún sin que haya la más mínima intención de
hacerlo.
Siendo realistas, creo que lo más importante que todos podemos hacer para
minimizar el daño que infligimos con nuestras vidas cotidianas, es aplicar el
discernimiento en nuestra conducta y seguir ese sentido innato de conciencia
que surge de la mayor introspección que nos aporta el discernimiento.
Aunque el daño infligido mediante acciones externas es algo que podemos ver
claramente, el sufrimiento que infligimos a los demás a través de las palabras,
aunque menos visible, es con frecuencia igual de perjudicial. Esto se aplica
particularmente en el caso de nuestras relaciones personales más cercanas e
íntimas. Los humanos somos bastante sensibles, y es fácil hacer sufrir a
aquellos que nos rodean al emplear imprudentemente palabras que pueden
llegar a ser duras y poco amables.
Cuando se trata de evitar las acciones dañinas del cuerpo y el habla, además
de esta regla fundamental, encuentro de gran utilidad una lista de seis
principios extraída de un texto de Nagarjuna, un pensador indio del siglo II EC.
En dicho escrito, Nagarjuna ofrece consejos a un monarca indio de la época.
Los seis principios son los siguientes:
Al igual que a un carpintero no le pasaría por la cabeza reparar una silla sin
tener a mano formón, martillo y sierra; también nosotros necesitamos de un
juego de herramientas básico que nos ayude en nuestro esfuerzo diario de vivir
éticamente. En la tradición budista, este juego de herramientas se describe en
términos de tres factores interrelacionados conocidos como: cuidado, atención
plena y conciencia introspectiva. Estas tres ideas también pueden ser útiles en
un contexto secular y juntas nos pueden ayudar a salvaguardar nuestros
valores esenciales en la vida diaria y a guiar nuestra conducta cotidiana para
que sea más acorde con el propósito de beneficiarnos a nosotros mismos y a
los demás.
En uno de los textos clásicos budistas, el cuidado se ilustra con una historia de
un convicto por crimen a quien el rey ordena transportar un cuenco de aceite
de ajonjolí lleno hasta el borde, mientras es seguido por un guardia con la
espada desenvainada. Además, se le advierte al condenado que, si derrama
una sola gota de aceite, será abatido con la espada. ¡Podemos imaginarnos lo
cuidadoso y alerta que tendría que estar! Su mente estaría completamente
enfocada y atenta. La historia ilustra la relación tan estrecha que hay entre el
cuidado y las cualidades de atención plena y conciencia introspectiva que se
describirán más adelante.
Para algunos lectores, este juego de herramientas mentales podría sonar muy
parecido al consejo que dice: “escucha a tu conciencia”, una idea que
desempeña un papel importante en la forma en que muchas religiones abordan
la práctica de la ética y de hecho, hay muchas similitudes entre ellas. En
algunas religiones, la conciencia se considera como un preciado don que dios
otorgó y que hace que los seres humanos en particular sean criaturas morales.
Desde una perspectiva secular, podemos entender la conciencia como un
producto de nuestra naturaleza biológica como animales sociales, o como algo
que adquirimos de la sociedad a través de la educación y del ambiente en el
que nos desarrollamos. De una forma u otra, cualquier persona responsable y
que goce de su sano juicio estará de acuerdo en que esta cualidad tiene un
gran significado con respecto a nuestra sensibilidad moral. Sin importar cuál
sea nuestra opinión sobre la religión, la idea de una persona carente de
conciencia, sin una voz interior que le recuerde su responsabilidad moral y de
qué debe abstenerse, resulta algo verdaderamente aterrador.
Ética virtuosa
Si en serio deseamos beneficiar activamente a los demás, tenemos que
empezar por evitar dañarlos con nuestras acciones y palabras en nuestra vida
cotidiana; esto mediante la práctica de la atención plena, la conciencia
introspectiva y el cuidado, lo que puede ser una gran fuente de alegría y
confianza interna. Podremos beneficiar a los demás con nuestras acciones si
los tratamos con afecto y les mostramos nuestra generosidad, si somos
caritativos y ayudamos a aquéllos que lo necesiten. De esta manera, cuando se
enfrenten a situaciones difíciles o cometan errores, en lugar de reaccionar
dejándolos en ridículo o culpándolos, debemos tenderles la mano para
ayudarlos. Beneficiar a los demás con nuestra habla incluye elogiarlos,
escuchar sus problemas, ofrecerles consejo y darles ánimo.
Para poder beneficiar a los demás con nuestras palabras y acciones, es útil
cultivar una actitud de simpatía y regocijo hacia los logros y la buena fortuna de
los demás. Esta actitud es un poderoso antídoto contra la envidia, que no solo
es el origen de un sufrimiento innecesario a nivel individual, sino que también
obstaculiza nuestra habilidad de acercarnos y conectar con los demás. Los
maestros tibetanos frecuentemente dicen que esta simpatía y regocijo es la
manera menos complicada de potenciar nuestras propias virtudes.
Ética altruista
El altruismo es dedicar nuestras acciones y palabras, de forma sincera y
desinteresada para el beneficio de los demás. Todas las tradiciones religiosas
del mundo lo reconocen como la forma más elevada de practicar la ética, y
muchas lo consideran la vía principal hacia la liberación o la unidad con Dios.
Pero aunque la forma más elevada de practicar la ética sea una dedicación a
los demás, completa y carente de egocentrismo, esto no quiere decir que los
simples mortales no puedan practicar también el altruismo. De hecho, muchas
personas con profesiones de tipo humanitario, como aquéllas que realizan
trabajo social y actividades relacionadas con el cuidado de la salud o la
enseñanza, están involucradas en la práctica de este tercer nivel de ética.
Estas profesiones, que benefician directamente las vidas de tantos seres, son
verdaderamente nobles. Sin embargo, existen otras muchas maneras en las
que el resto de personas pueden llevar vidas que beneficien a los demás. Lo
único que se requiere es que hagamos de la dedicación y servicio a los demás
nuestra prioridad.