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Los seres espirituales, como Dios y los ángeles (1 Reyes 22:21; Juan 4:24).
Todos estos significados tienen algo en común: se refieren a cosas que son
invisibles a la vista humana pero que producen efectos visibles. El espíritu de
Dios, “a semejanza del viento, es invisible, inmaterial y poderoso” (Diccionario
expositivo de palabras del Antiguo y del Nuevo Testamento exhaustivo, de
William E. Vine).
La verdad: La versión Torres Amat dice en 1 Juan 5:7, 8: “Tres son los que dan
testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son
una misma cosa. Y tres, son los que dan testimonio en la tierra”. Sin embargo,
respetados investigadores han descubierto que el apóstol Juan en realidad
no escribió esas palabras y que, por tanto, no deberían estar en la Biblia. Por
ejemplo, el biblista Bruce M. Metzger señaló: “Estas palabras son espurias
[no auténticas], y [...] no tienen derecho a permanecer en el Nuevo
Testamento” (Un comentario textual al nuevo testamento griego).
Lo que algunos creen: La Biblia habla del espíritu santo como si fuera una
persona, así que debe serlo.
La verdad: Eso no lo enseña ni la Biblia ni la historia. Según la Encyclopædia
Britannica, “la doctrina de que el Espíritu Santo era una Persona distinta y de
naturaleza divina [...] se definió en el Concilio de Constantinopla en el año 381
después de Cristo”. Ese concilio se celebró más de dos siglos y medio
después de la muerte del último apóstol.