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Machado y Botello (2014) afirman que la única aproximación que se puede hacerse
a la agricultura familiar en Colombia es la resultante de la Encuesta de Hogares del
DANE debido a la inexistencia de un censo agropecuario actualizado (hasta ese
momento, ya que en ese mismo año de 2014 el DANE concluyó el censo), ya que el
último fue elaborado hace ya casi medio siglo. Esa misma encuesta clasifica como
Agricultura Familiar Especializada a aquellos hogares que tienen como principal
fuente de ingreso la actividad agrícola como factor diferenciador. De ese informe, los
autores concluyen que los datos obtenidos no son muy representativos.
Salcedo, Pinzón y Duarte (2013) parten de estudios adelantados por el BID y la FAO
para distinguir variantes en este concepto: agricultura familiar de subsistencia,
agricultura familiar en transición y agricultura familiar consolidada. Estas variantes,
según lo que explican los autores, se diferencian en factores como productividad y
alcance de comercialización de los excedentes, siendo la de subsistencia la
modalidad donde la precariedad es la característica fundamental y que no permite a
los hogares campesinos obtener utilidades del trabajo sobre la tierra cuya
productividad es apenas suficiente para el sustento, mientras que la agricultura
familiar en transición o la consolidada los medios para el desarrollo de la actividad si
permiten que las unidades productivas puedan obtener algún tipo de renta en una
pequeña, mediana o gran escala del producto de su trabajo.
De acuerdo con el trabajo de Echavarría, Villamizar, Restrepo y Hernández (2018)
con información del último censo nacional agropecuario del año 2014 y teniendo en
cuenta el índice de pobreza multidimensional (IPM), se puede concluir que un 54%
de la población rural se encuentra muy cerca del umbral de pobreza siendo que la
posibilidad de tener un IPM mayor a 0,33 en una unidad productiva agropecuaria
(UPA) (a partir de la cual se determina si la misma es pobre) no está determinada
por factores como su tamaño. Lo anterior sumado al hecho que enuncian los
autores de que menos de dos tercios de la población rural colombiana cuentan
acceso al agua, que menos de tres cuartos cuenta con saneamiento básico y una
quinta parte no cuenta con alcantarillado, endurece las condiciones en las cuales la
mayoría de campesinos del país, que -teóricamente- desempeñan la agricultura
familiar, lo hagan en la modalidad de subsistencia.
La coyuntura nacional en el marco del acuerdo de paz con las FARC representa una
oportunidad para las familias que desarrollan la agricultura familiar y la economía
solidaria, como para los hacedores de política pública al ser estas una herramienta
social para el impulso de políticas de reintegración. Como afirma Martínez (2016), la
economía solidaria plantea una crítica a los enfoques productivistas que priorizan el
lucro sobre otros factores quizás más importantes en la vida agrícola familiar como
lo son la cooperación, solidaridad, justicia y equidad, antes que producción,
distribución, consumo y acumulación. La anexión de esta nueva perspectiva a la
discusión pública y la construcción de políticas públicas es el principal paso para la
defensa de la agricultura familiar como fuente de bienestar para las personas y
regeneradora de tejido social, por fuera de otros enfoques mucho más ortodoxos
como los que se proponen a partir de la globalización y los modelos económicos
basados en la competitividad económica y financiera.
Salcedo, L., Pinzón, R., y Duarte, C. (2013). El paro nacional agrario: un análisis de
los actores agrarios y los procesos organizativos del campesinado colombiano.
Centro de Estudios Interculturales.