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CONSIDERACIONES SOBRE LA CUESTIÓN DE LA NACIÓN.

LOS PROCESOS
DE CONSTRUCCIÓN DE IDEAS NACIONALES EN ARGENTINA,
URUGUAY Y MÉXICO
Jorgelina Loza
Existe una amplia discusión respecto de la perdurabilidad del concepto de identidad en
tiempos de comunicaciones veloces y de globalización. Sin embargo, se ha llegado a la
conclusión de que no es posible eliminarla de los marcos interpretativos de los sujetos y
de que, a día de hoy el amor a la patria, la identificación con una comunidad política y la
construcción de significados en torno a la misma son una fuente de luchas, adhesiones,
estrategias y lecturas sobre el mundo.
Desde la modernidad, la idea de nación ha sido caracterizada como una comunidad que
basa sus orígenes en alguno de sus elementos reconocibles (la lengua, el territorio, las
costumbres, la historia, etc) los cuales han sido sostenidos como fundamento de la misma
con distintos énfasis. Dichos elementos también son considerados como bases
sustentables para la construcción de sociedades homogéneas.
En el siglo XX los teóricos ponen en duda tal afirmación y se dan cuenta que la nación y
las construcciones simbólicas de sus integrantes no adquieren formas idénticas en
diferentes partes del planeta. Es así que se llega a asumir que en regiones como América
Latina la nación adquiere formas específicas que difieren de aquellas que fueron
establecidas en Europa.
Ideas sobre la nación
El de nación es un concepto polisémico y demasiado flexible, que utilizado para señalar
realidades diversas. Esto se debe a que una nación no puede considerarse como algo dado
o fijo en el tiempo. La discusión teórica acerca de este concepto parte de que se trata de
una representación social acerca de la comunidad de pertenencia de los sujetos, que
funciona como marco de significado de sus interacciones.
La nación moderna
A partir del siglo XVI en el territorio europeo se fueron consolidando sentimientos
colectivos y conciencias unitarias de regiones que empiezan a asumir una identidad
nacional. Esto se vio impulsado por la concentración del poder en manos del soberano y
la radicación territorial de las iglesias en reforma. Las clases políticas dirigentes
comenzaron a hacer uso del término nación para referirse a una realidad social y territorial
con un perfil cultural e histórico específico.
Cuando este significado es usado para describir comunidades extranjeras este se amplía
ya que supone diferencias lingüísticas y territoriales, diversidades culturales y una
continuidad histórica que caracteriza la vida de un pueblo haciéndolo único y diferente
de los demás. A partir de aquí la nación, junto a las tradiciones jurídicas, políticas y la
soberanía, es vista como un estilo de vida particular que está condicionado de distintas
maneras por características geográficas y un pasado compartido, lo cual configuran una
realidad específica que le dan rasgos únicos.
De acuerdo a Campi, puede haber tres tipos de nación: la Estatal, la cultural y la político-
soberana. El primero se refiere a la relación directa entre el crecimiento del poder estatal
y en incremento del sentimiento nacional. En este modelo el Estado es el que empieza a
moldear la nación con el fin de generar una realidad social relativamente homogénea. La
construcción de un sentimiento nacional le sirve al Estado para fortalecer la coerción
interna y poder defender el territorio de amenazas externas. De este modo la creación de
historias nacionales se vuelve esencial para poder dar legitimidad a la nación. La nación
estatal, al concebirse como producto del sistema político, puede entenderse como la
autoconciencia de las clases dirigentes que se asumen poseedores de la voluntad pública.
El segundo tipo de nación, la nación cultural, se refiere a una comunidad popular basada
en la cultura, la lengua y las tradiciones históricas. Esta comunidad se proclama a sí
misma como una esfera de identidad cultural con raíces anteriores a la consolidación de
la administración Estatal y por ende carente de poder político. Tal concepción con origen
en Alemania se opone al modelo estatal y al voluntarismo francés. Dicha tradición ve a
la nación como una realidad orgánica que para los sujetos que la componen representa un
estado natural del que dependen tradiciones y caracteres que no pueden cambiarse de
acuerdo a estructuras políticas. Afirmación que supone la superposición al Estado.
Ninguna nación cultural permanece estática, todas se caracterizan por un dinamismo
intrínseco, pero que no puede modificar su esencia moral. La lengua es aquí el patrimonio
inalienable de cualquier comunidad y factor diferenciador entre las mismas.
El último tipo de nación, la nación política soberana, procede del paradigma voluntarista
francés del siglo VIII que se basa en la unión voluntaria de sus ciudadanos entendida
como fundamento exclusivo del Estado, dotado de un perfil político y jurídico autónomo.
Se diferencia del modelo estatal puesto que postula un principio de legitimación desde
abajo. Su principal exponente es Jean Jacques Rousseau tomando a la voluntad como
factor fundador de la nación política.
En el siglo XIX la palabra nación se vuelve un término global e inclusivo que adquiere
un valor positivo convirtiéndose en un sujeto político compuesto de ciudadanos. La
nación ofrece una respuesta sólida sobre la desintegración política producto de la
desintegración de los absolutismos y se torna en un factor de integración sociocultural y
de construcción de identidades colectivas.
La nación en el siglo XX
Durante el siglo XX las naciones comenzaron a ser cuestionadas en tanto artefactos.
Pensadores constructivistas destacan su carácter ficcional ya que la nación no ha existido
desde siempre, sino que es una realidad histórica que aparece en escena de manera estable
en el siglo XVIII. Como representante de esta corriente tenemos a Benedict Anderson
quien establece a la nación como una “comunidad política imaginada” en la cual los
sujetos imaginan al resto de los integrantes como condición para formar parte de ella, de
modo que se constituye como una comunidad horizontal. Para poder aceptar el pluralismo
dentro de la misma y permitir la convivencia, la nación se imagina soberana. Los
contenidos simbólicos de la nación son difundidos desde el aparato estatal hacia sus
integrantes, proceso favorecido por el surgimiento de la imprenta y los medios de
comunicación modernos.
La crítica que hace Renato Rosaldo a Andreson versa sobre la pregunte de si la categoría
de nación es obsoleta en un mundo que grita diferencias entre incluidos y excluidos. En
su interior se encuentran identidades desiguales en permanente conflicto. Para poder
comprender esto se debe considerar que las comunidades de filiación identitaria y las
naciones están en permanente reconsideración y sus límites no están definitivamente
resueltos. Por ello las cuestiones identitarias y nacionales apresen como ámbitos de
negociación y de lucha por el poder simbólico. Pero esto de acuerdo Rosaldo no le quita
peso a la nación como artefacto cultural ya que son procesos históricos que no pueden
analizarse separados de los contextos en que nacieron y se desarrollaron. Los excluidos
dentro de estos procesos construyen estrategias de redefinición de sus filiaciones a un
todo nacional las cuales se hallan en constante negociación con las ficciones oficiales.
De acuerdo a Norbert Elias el hábitus nacional aparece como contingente en la
construcción del Estado en el cual se inserta de manera artificial. Así los destinos de las
naciones se cristalizan en instituciones que deben asegurarse de que personas diferentes
que se encuentren en una misma sociedad adquieran las mismas características y por ende
posean el mismo hábitus nacional. Etienne Balibar asegura que la base étnica cultural
tampoco es natural, sino que las poblaciones que van quedando bajo la influencia de un
Estado Nación van construyendo una especie de unidad que propaga la sensación de
conformar un pueblo.
En definitiva, las ficciones o categorías analíticas llegan a constituirse en elementos de
gran fuerza para la vida cotidiana de los sujetos constituyéndose como una realidad
inmutable y obligatoria. Pero para que esto ocurra no basta solo con la formación del
grupo, de acuerdo a Weber y Balibar hace falta un sentido de pertenencia compartido. No
obstante, la tradición constructivista no da razón de por qué los sujetos se identifican tanto
con la nación. Para dar cuenta de ello tenemos a la corriente etnosimbólica, la cual
sostiene que por más artificiales que sean consideradas las naciones, para su arraigo deben
estructurarse sobre un patrimonio sólido y compartido de mitos, valores y símbolos.
Anthony Smith afirma que la aparición de las comunidades políticas nacionales es
posterior a la existencia de comunidades étnicas de base territorial, con identidades
colectivas sostenidas en complejos simbólicos.
La nación en el presente ( latinoamericano)
La ficcionalidad de las ideas nacionales toma mayor fuerza en los conflictos raciales y
étnicos contemporáneos. Chatterjee considera a la conformación de Estados Nación como
procesos en los que discursos diferentes compiten entre sí hasta que un discurso elitista
logra dominar. Así afirma que pueden existir nacionalismos anticoloniales capaces de
construir espacios de soberanía en el ámbito espiritual por fuera de la batalla política.
Afirmación que sigue la línea teórica de Mallón quien expone que es posible analizar
manifestaciones nacionalistas por fuera del Estado y que deberían entenderse como
analíticamente diferentes, pero históricamente conectadas.
En América Latina ya existe un consenso que confirma que los Estados modernos de la
región emergen de un proyecto comunitario a partir de la existencia de sociedades pre-
nacionales, es decir de grupos con alguna similitud cultural, pero con baja significación
política. La identidad nacional remite a la dimensión ideológica de la pertenencia a una
nación, en tanto grupos sociales diferenciados comparten una idea de organización social
que es primariamente transmitida por la clase dominante. De modo que las identidades
preexistentes incluidas dentro de un nuevo marco nacional promovido por el Estado
construirán una representación de nosotros que luego cobrarán diversas formas de
acuerdo a como se asimilen y expresen los distintos grupos sociales y territoriales. Por
esta razón la identidad nacional aún vigente no puede seguir siendo pensada como la
expresión de una sola cultura homogénea y coherente.
Ideas nacionales en América Latina
Los procesos históricos de construcción de las naciones latinoamericanas ameritan una
mirada deconstructivista pero sin perder el foco en las experiencias que sus actores
atravesaron y atraviesan. La mayor parte de veces la idea de Latinoamérica abarca un
proyecto internacionalista. Se busca lo nacional en la región apelando a la condición
indígena previa a la colonia y en otras ocasiones se destacaba la uniformidad del devenir
histórico en la colonia. En este sentido la nación aparecía como “la unidad integradora en
la que se organizaban y 'resolvían' las diferencias y fracturas”.
Naciones alejadas de Latinoamérica: Argentina y Uruguay
En la primera mitad del siglo XIX la nación era entendida, aquí, como una comunidad
política desde la que emanaba el poder legítimo y los elementos culturales aglutinantes.
La segunda mitad del siglo XIX se caracterizó por los esfuerzos de los países
latinoamericanosse esforzaron para alcanzar una modernización material. En Argentina
y Uruguay particularmente esta etapa coincide con las oleadas de inmigración que
influyeron en las formas de organización económica, política y social. Para Darcy Ribeiro
estas naciones son pueblos trasplantados en tanto que tienen sus orígenes en las corrientes
inmigratorias europeas que llegan al continente americano después de la independencia.
La relación entre lo existente y lo recién llegado dio origen a una nueva etnia nacional
predominantemente europea.
A inicios del siglo XX aparecen acciones de relegitimación del proyecto nacional y los
términos culturales comienzan a ser definidos por el Estado y ciertas corrientes
intelectuales de modo que la nación sea presentada como anterior a toda organización
política. Las ciudades capitales de Argentina y Uruguay luchan por convertirse en lugares
autónomos desde donde se tomen decisiones principales en lo relativo al devenir de los
países. La implantación de capitales europeos y de mano de obra inmigrante otorgó
ventajas a ambos países, que iniciaron un periodo de décadas de prosperidad que permitió
desarrollar una infraestructura productiva acompañada de una rápida urbanización.
En argentina el proyecto nacional transita en la promoción de una unidad cultural desde
el campo intelectual que resalte el carácter único e insoslayable de la argentinidad. Sin
embargo, en el siglo XX se articula un revisionismo que pone en duda la verdadera
inclusión de todos los sectores sociales en la elaboración de un proyecto nacional en torno
un Buenos Aires altamente extranjerizante. El proceso de democratización posterior a la
última dictadura y la profunda crisis económica que comenzaba en la década de 1990
vuelven a poner en debate la idea de nación argentina en un contexto intelectual de
revisionismo histórico y cuestionamiento de elementos culturales sofisticados.
En el caso uruguayo el proyecto nace, al igual que en otros países de Hispanoamérica
como una iniciativa política más que como una reivindicación comunitaria. La urgencia
de este proyecto radica en la necesidad de establecer fronteras claras y a su vez en la ola
inmigratoria que requería respuestas integradoras. Durante el siglo XX se completó el
modelo de identidad nacional, se consolidó un modelo económico de desarrollo y se
definieron políticas demográficas que plantean esquemas uniformizantes y perdurables,
en una apuesta a un país pequeño pero autosuficiente. El proyecto nacional estuvo
enfocado hacia la integración al interior de este país. Se sostenía la imagen del "crisol de
razas" y se afirmaba a la vez que el modelo pluralista y republicano podría perdurar en
Uruguay gracias a su carencia de bases indígenas.
Naciones y culturas en la idea nacional de México
Al igual que las demás naciones latinoamericanas, la mexicana es producto de un evidente
esfuerzo estatal por la difusión y construcción de un proyecto político inclusivo, que
además de unificar al interior permite posicionar a la nación en el entramado
internacional. Las naciones mesoamericanas y andinas son categorizadas por Darcy
Ribeiro como “pueblos testimonio”, pues sobreviven en ellas elementos de culturas
previas a la Conquista, a pesar de haber atravesado el proceso aculturación y de
reconstrucción étnica. Caracteriza a estos pueblos por un proceso de ladinización en el
que las masas indígenas preexistentes en el continente eran asimiladas como fuerza de
trabajo del nuevo sistema productivo dependiente del imperio. Se consolidó así un estilo
de convivencia en el que dominaba el rechazo a lo europeo y en el que se transmitían
viejos valores comunitarios a través de las generaciones.
En los pueblos testimonio la españolización y el establecimiento de nuevas instituciones
ordenadoras jamás consiguieron erradicar el cumulo de costumbres, creencias y valores
del antiguo ethos incorporándolas al modo de ser de sus pueblos modernos. Entre estos
pueblos Darcy destaca a México por su capacidad para construir tempranamente su
conciencia nacional, asumiendo una posición determinada frente al mundo y
construyendo una imagen para la cual se recuperaron elementos de su herencia azteca-
náhuatl.
Carlos Monsivais destaca cinco etapas del nacionalismo popular Maxicano. La primera
se caracteriza por la reaparición de México, la segunda por el predominio del
nacionalismo estatal, la tercera es la etapa de unidad nacional, la cuarta es en la que
emerge la sociedad de masa y la última a partir de 1980 es denominada etapa del
postnacionalismo en la crisis en la cual se observa la convivencia de localismos
emergentes con elementos globalizadores.
Reflexiones finales
 Una nación no puede ser considerada como algo dado o que permanecerá fijo en
el tiempo.
 La mirada que implanta una homogenización entre identidades cercanas física o
históricamente son peligrosas en tanto ocultan las diferencias culturales que viven
los actores protagonistas de esas identidades.
 En la actualidad las configuraciones identitarias nacionales siguen teniendo
sentido aun cuando exceden a las fronteras políticas.
 La nacionalidad mexicana enfrenta hace tiempo la discusión acerca de la
multiculturalidad y la posibilidad de contener en un mismo entramado nacional
distintos componentes étnicos.
Pregunta
¿En la actualidad la andinidad solo puede ser analizada desde una perspectiva
constructivista o es posible analizarla por otras perspectivas?

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