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Todos los estados laicistas sean de perfil derechistas, sean de izquierdas, todos sin
excepciones han asumido el militarismo como columna vertebral del estado. Laicismo y
militarismo van de la mano, forman parte de un mismo proyecto, y el que conozca
alguna excepción que levante el dedo.
La Laicidad
Benedicto XVI
Extracto del discurso a los juristas católicos, 9 de diciembre, 2006.
Por tanto, todos los creyentes, y de modo especial los creyentes en Cristo, tienen el
deber de contribuir a elaborar un concepto de laicidad que, por una parte, reconozca a
Dios y a su ley moral, a Cristo y a su Iglesia, el lugar que les corresponde en la vida
humana, individual y social, y que, por otra, afirme y respete "la legítima autonomía
de las realidades terrenas", entendiendo con esta expresión -como afirma el concilio
Vaticano II- que "las cosas creadas y las sociedades mismas gozan de leyes y valores
propios que el hombre ha de descubrir, aplicar y ordenar paulatinamente" (Gaudium et
spes, 36).
Esta autonomía es una "exigencia legítima, que no sólo reclaman los hombres de
nuestro tiempo, sino que está también de acuerdo con la voluntad del Creador, pues,
por la condición misma de la creación, todas las cosas están dotadas de firmeza,
verdad y bondad propias y de un orden y leyes propias, que el hombre debe respetar
reconociendo los métodos propios de cada ciencia o arte" (ib.). Por el contrario, si con
la expresión "autonomía de las realidades terrenas" se quisiera entender que "las cosas
creadas no dependen de Dios y que el hombre puede utilizarlas sin referirlas al
Creador", entonces la falsedad de esta opinión sería evidente para quien cree en Dios y
en su presencia trascendente en el mundo creado (cf. ib.).
Por otra parte, la "sana laicidad" implica que el Estado no considere la religión como un
simple sentimiento individual, que se podría confinar al ámbito privado. Al contrario, la
religión, al estar organizada también en estructuras visibles, como sucede con la
Iglesia, se ha de reconocer como presencia comunitaria pública. Esto supone, además,
que a cada confesión religiosa (con tal de que no esté en contraste con el orden moral
y no sea peligrosa para el orden público) se le garantice el libre ejercicio de las
actividades de culto -espirituales, culturales, educativas y caritativas- de la comunidad
de los creyentes.
Queridos juristas, vivimos en un período histórico admirable por los progresos que la
humanidad ha realizado en muchos campos del derecho, de la cultura, de la
comunicación, de la ciencia y de la tecnología. Pero en este mismo tiempo algunos
intentan excluir a Dios de todos los ámbitos de la vida, presentándolo como
antagonista del hombre. A los cristianos nos corresponde mostrar que Dios, en cambio,
es amor y quiere el bien y la felicidad de todos los hombres. Tenemos el deber de
hacer comprender que la ley moral que nos ha dado, y que se nos manifiesta con la
voz de la conciencia, no tiene como finalidad oprimirnos, sino librarnos del mal y
hacernos felices. Se trata de mostrar que sin Dios el hombre está perdido y que excluir
la religión de la vida social, en particular la marginación del cristianismo, socava las
bases mismas de la convivencia humana, pues antes de ser de orden social y político,
estas bases son de orden moral.
LAICISMO
La laicidad del estado no debe confundirse con el laicismo que es incompatible
con la libertad religiosa.
«Un recto concepto de libertad religiosa no es compatible con esa ideología, que a
veces se presenta como la única voz de la racionalidad. No se puede cercenar la
libertad religiosa sin privar al hombre de algo fundamental»
«La juventud tiene derecho, desde el inicio de su proceso formativo, a ser educada en
la fe. La educación integral de los más jóvenes no puede prescindir de la enseñanza
religiosa también en la escuela, cuando lo pidan los padres, con una valoración
académica acorde con su importancia».
Relaciones Iglesia-Estado
El Papa presenta algunas directrices
11, feb, 2005 (Cf. Zenit, 12 marzo)
La Iglesia apoya el principio de laicidad según el cual hay separación de los papeles
de la Iglesia y el Estado, siguiendo la prescripción de Cristo, «Dad al César lo que es
del César, y a Dios lo que es de Dios» (Lucas 20:25). De hecho, el Concilio
Vaticano II explicaba que la Iglesia no se identifica con ninguna comunidad política ni
está limitada por lazos con ningún sistema político. Al mismo tiempo, tanto la
comunidad política como la Iglesia sirven a las necesidades de las mismas personas y
este servicio se llevará a cabo de modo más efectivo si hay cooperación entre ambas
instituciones.
Pero la justa separación entre Iglesia y estado no significa que el estado niegue a la
Iglesia su lugar en la sociedad o que se le niegue a los católicos cumplir su
responsabilidad y derecho de participar en la vida pública. Un estado que no da espacio
a la Iglesia en la sociedad cae en sectarismo. Esto podría conducir a un aumento de la
intolerancia y a dañar la coexistencia de los grupos que forman la nación.
Con este fin se debe permitir a los cristianos hablar en público y expresar sus
convicciones durante los debates democráticos, «desafiando al estado y a sus
compañeros ciudadanos sobre sus responsabilidades como hombres y mujeres,
especialmente en el campo de los derechos humanos fundamentales y del respeto por
la dignidad humana, por el progreso de la humanidad, pero no a cualquier precio, por
la justicia y la equidad, así como por la protección de nuestro planeta».
Mantener la libertad
Zenit, 12 marzo
El Papa también insistía en que es necesario que los católicos busquen «el Reino de
Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según la voluntad
divina». Y les animaba a ser testigos valientes de su fe en los diferentes ámbitos de la
vida pública.
Fe y práctica
El año pasado, Juan Pablo II también tocó las relaciones Iglesia-Estado en su discurso
a un grupo de obispos de Estados Unidos el 4 de diciembre, 2005. Dirigiéndose a los
prelados de las provincias eclesiásticas de Louisville, Mobile y Nueva Orleáns, el Papa
les animaba a que hicieran una prioridad pastoral del ayudar a los laicos a combinar
armoniosamente los deberes que tienen como miembros de la Iglesia y los que tienen
como miembros de la sociedad humana.
Citando la «Lumen Gentium», No. 36, el Santo Padre afirmaba que los hombres y
mujeres laicos, tras recibir una catequesis adecuada y una formación continua, han de
tener clara su misión «para extender el Reino de Dios, a través de su actividad secular,
‘de suerte que el mundo se impregne del espíritu de Cristo y alcance más eficazmente
su fin en la justicia, la caridad y la paz’» (No. 3).
Por eso, es necesario que los fieles reciban instrucciones claras sobre sus deberes
como cristianos, y sobre su obligación de actuar de acuerdo con la enseñanza
autorizada de la Iglesia, añadía el Papa. Y para quienes objetan que tal instrucción
tiene un tono excesivamente político, Juan Pablo II establece claramente: «Aun
respetando plenamente la separación legítima de la Iglesia y el Estado en la vida
americana, esta catequesis debe también dejar claro que para el fiel cristiano no puede
haber separación entre la fe que es para ser vivida y ponerla en práctica y su
compromiso de participación total y responsable en la vida profesional, política y
cultural» (No. 3).
Juan Pablo II urgía además a los obispos a que dieran prioridad a esta área en su
trabajo. «Dada la importancia de estos temas para la vida y misión de la Iglesia en su
país, les animaría a considerar el inculcar los principios doctrinales y morales
subrayando el apostolado de los laicos como esencial en su ministerio de maestros y
pastores de la Iglesia en América»
Se acaba de imponer una distinción que, sin duda, va a hacer fortuna. Hay, parece ser, un laicismo
positivo. Es de suponer que el otro es el laicismo negativo. Seamos creyentes o increyentes la
mirada hacia nosotros mismos, y hacia los otros, ya ha sido modificada. ¿Somos positivos o
negativos? ¿Cómo definirnos? Hasta ahora había creído que bastaba con un solo laicismo, el que
defendía la separación del Estado y de la Iglesia, ese mismo que, como nos enseñan muy
claramente nuestros obispos (declaraciones, manifestaciones, pastorales), siempre es negativo,
esto es, contrario a la doctrina de la Iglesia. ¿Cómo transformarse en un laico positivo?
Ha sido durante la visita del Papa a Francia, Estado laico por excelencia, cuando los comentarios
sobre este tema se han multiplicado, y con razón. Quisiera resaltar un aspecto que me parece
decisivo: el diálogo convergente que han establecido Benedicto XVI y Nicolas Sarkozy en el
diagnóstico de la sociedad, un esfuerzo muy estructurado por trenzar un discurso antropológico
que tendrá amplias repercusiones en el ordenamiento social.
En el primer plano ha habido un intercambio de papeles para poder crear un espacio común: el
Papa elogia el laicismo francés (el «positivo», según Sarkozy) y el presidente insiste en la
necesidad de la presencia de la religión en la sociedad (el «consenso ético», según Benedicto
XVI). Así el Papa afirma tajantemente que es «fundamental insistir en la separación entre el ámbito
político y el religioso». Y para sintetizar su línea de pensamiento cita las palabras de Cristo: «a
Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César». Ahí se inscribe su elogio de la laicidad que
«es fruto de la fe». Por su parte, el presidente francés, como ya había hecho en su visita a Roma,
reitera que «prescindir de las religiones sería una locura, un ataque a la cultura y al pensamiento».
Precisando aun que privar a la democracia de las religiones sería perder la esperanza. Aunque hay
una lógica diferencia de matices (el Papa se refiere siempre a la religión mientras el presidente
habla de las religiones), el espacio común que ambos interlocutores crean es claro. Y ahí, en un
segundo plano, es donde aflora el supuesto que permite tan escalonada convergencia: la
convicción, tanto del uno como del otro, de que sólo la religión puede satisfacer «la búsqueda de
sentido» en una sociedad moderna que ha perdido los referentes de su propia humanidad.
Inmediatamente se impone una interrogación: ¿es posible encontrar un sentido a la vida sin la
religión? ¿Es posible construir humanidad fuera del ámbito de las religiones? Lo que Sarkozy llama
«laicidad positiva», y que Benedicto XVI apoya sin fisuras al afirmar que «en sí misma no está en
contradicción con la fe», consiste en reconocer a la religión (o a las religiones) como la única
gestora del sentido de la existencia humana. Mientras tanto, la laicidad negativa, esa que durante
largo tiempo ha practicado la república francesa separando nítidamente las funciones sociales y
políticas del Estado y de la Iglesia, sin que en ningún momento hubiera persecución o marginación
de las prácticas religiosas de los ciudadanos, esa laicidad estaría incapacitada para fomentar, o
incluso permitir, la búsqueda del sentido de la vida de los ciudadanos. Es el punto de apoyo de
nuestra Conferencia Episcopal para declarar una oposición tan beligerante y persistente a la
famosa asignatura de Educación para la Ciudadanía. Lo que está en juego es una representación
radical del hombre, su capacidad o incapacidad para decidir el sentido de su vida, para ser el
propietario de la interpretación de su existencia. Ahí resuena la frase, o más bien grito, de Kant que
sustenta al sujeto moderno: «Atrévete a pensar», y entonces decide libremente si el sentido de tu
existencia lo encuentras en la religión o fuera de ella, pero no permitas que te consideren un menor
de edad y te tutelen durante toda tu vida.
Como hablamos de Francia, citemos a un filósofo francés que habla de la laicidad, antes de que
hubiera una positiva y otra negativa: «¿Un combate contra la religión? Sería equivocarse de
adversario. Sería [un combate] por la tolerancia, por la laicidad, por la libertad de creencia y de
increencia. El espíritu no pertenece a nadie. La libertad tampoco ( ) Le tengo horror al
oscurantismo, al fanatismo, a la superchería. Tampoco me gusta el nihilismo y la apatía. La
espiritualidad es algo demasiado importante para que se le abandone a los fundamentalistas. La
tolerancia, un bien demasiado precioso para que se le confunda con la indiferencia o la desidia»
(A. Comte-Sponville). Sí, ni positivo ni negativo, sólo el combate por tener el derecho a buscar el
sentido de la existencia en las religiones o fuera de ellas, siempre y cuando se respeten los
derechos de los individuos y ninguna asociación, creencia, cultura, raza , se apropie en exclusiva
del sentido de la vida humana. Es un bien demasiado precioso para que nos lo secuestren -sea
quien sea.