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Una vez tomado el caso, se procede a su análisis, que comprende la jerarquización y los
diagnósticos. La jerarquización es el proceso de seleccionar y ordenar los síntomas
subjetivos y objetivos según su importancia o valor. Los pasos a seguir según Sánchez Ortega
son:
Un síntoma puede ser común para casi todas las enfermedades o para una enfermedad
específica. Dice Kent:
“Desde luego veréis que los síntomas comunes son los que aparecen en todos los casos de
sarampión; los que esperaréis hallar siempre en el sarampión. Sería raro hallar sarampión
sin erupción: esto sería lo particular. De modo que la ausencia de los rasgos llamativos de
una enfermedad constituye una particularidad relacionada con el paciente. Pues bien, lo
que es patognomónico es común, porque es común en aquella enfermedad, pero la falta
de lo que es patognomónico caracteriza aquella enfermedad en particular en aquel
paciente, y el remedio específico será el simillimum. Es preciso conocer las enfermedades,
no por la patología ni por el diagnóstico físico, por importantes que sean estas ramas de la
medicina, sino por los síntomas, el lenguaje de la naturaleza” (Kent, 1992, pág. 282).
– Peculiares: “Los que son especiales de ese caso, que lo identifican, son las
modalidades”(Hahnemann, 2004, pág. 312). “Derivan de la forma especial de modular sus
reacciones el individuo, dándole particularidades personales. Ejemplo: La agravación por
hacer esfuerzos de memoria” (Sánchez, 1992, págs. 350-351).
Al hacer la lista de los síntomas se deben anotar en el lenguaje del repertorio, lo más
exactamente posible, para su posterior repertorización.
Dentro de los mentales, los de mayor valor son los síntomas del afecto (el yo siento), luego
los síntomas de la voluntad (el yo hago) y por último los síntomas del intelecto (el yo
pienso).
“Ya hemos afirmado y está demostrado en los repertorios y las materias médicas, que los
síntomas mentales más importantes y que inciden en la patología del hombre son los de la
afectividad, o sea, los del amor, en sus múltiples expresiones y en sus múltiples grados.
Desde el desprecio a sí mismo, a la inconformidad a sí mismo por no saberse amar, hasta el
ateísmo que es el negar el amor a quien se lo mostró” (Sánchez, 2003, pág. 220).
“Los síntomas que seleccionaremos para elegir el medicamento, deben tener la congruencia
indispensable para que refleje la actualidad morbosa que constituye el episodio presente o
momento existencial del paciente. Desde luego que tendrá relación inequívoca con el ayer
y con todos los episodios anteriores de la vida del enfermo y de sus ancestros. Pero desde
ahora señalamos que es temerario e inconveniente tratar de eliminar con un medicamento
la totalidad de esa patología en sus diferentes etapas. Buscaremos el ahora, el hoy que está
viviendo el enfermo” (Sánchez, 1992, pág. 174).
“En todos los casos, los síntomas que tienen mayor antigüedad serán los menos tomados
en cuenta, ya que perseguiremos siempre la realización de la “ley de curación”, de lo último
a lo primero. Así, el miasma dominante en el “hoy” del paciente corresponderá
necesariamente a la última capa de la patología, que es la primera que debemos eliminar,
y los síntomas más antiguos corresponderán a las primeras etapas de la enfermedad. Estos
síntomas viejos solo se tomarán en cuenta si en el último periodo se han incrementado
notablemente” (Sánchez, 1992, pág. 524).
Respecto a los colores, caracteriza la psora con el azul, la sycosis con el amarillo y la syphilis
con el rojo, haciendo el siguiente análisis:
“Una coincidencia también admirable con relación a los miasmas y a los conocimientos de
orden general es la relativa a los colores. Los miasmas son tres: psora, sycosis y syphilis, y
los colores básicos son también tres: el azul, el amarillo y el rojo. Y admirablemente también
cada uno de estos colores básicos refleja con una adecuación incontrovertible las
características del miasma. El azul como sabemos es un color frío, de templanza, de
pasividad, mientras que el amarillo es brillante, ostentoso, alegre, y el rojo es cálido,
pasional, con la destructividad del fuego… Cada humano lógicamente tendrá un tinte
peculiar en concordancia con su peculiar mezcla miasmática” (Sánchez, 1983, págs. 66-67).
Hahnemann, S. (2004). El Organón de la Medicina. (D. Flores Toledo, Trad.) México, D. F.:
Instituto Politécnico Nacional.
Sánchez, P. (2003). Apuntes sobre Clínica Integral Hahnemaniana. México D. F.: Corporativo
Grupo Balo.