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La desfloración de Ángela Vicario

Los poetas a veces no ven lo que tienen delante de las narices; y Gabriel García
Márquez lo es de manera extremada y singular.

En Crónica de una muerte anunciada trata de reconstruir el asesinato [nunca lo


llama así] de Santiago Nasar. Para ello recoge, veintisiete años después de los
hechos, multitud de testimonios contradictorios y estudia los documentos del
juicio de los asesinos [tampoco los llama nunca de esta manera] y de la brutal
autopsia.

Pero un velo de magia y lirismo se interpone entre los ojos de García Márquez y
todo lo que miran. Incluso el asesinato [la muerte anunciada] de un joven
guapo, alegre y querido, destazado como un cerdo, se convierte en una bella y
mítica tragedia.

En la reconstrucción de los hechos, uno fundamental queda en la ambigüedad.


A Santiago Nasar le matan los hermanos Pedro y Pablo Vicario obligados por
una cuestión de honor: su hermana Ángela Vicario es devuelta a casa la noche
de su boda con Bayardo San Román porque no es virgen. A la pregunta de sus
hermanos [la levantan en vilo por la cintura, la sientan en la mesa del comedor y
le preguntan temblado de rabia] contesta que Santiago Nasar.

¿Miente o dice la verdad Ángela Vicario?

Según García Márquez el sentir general es que no podía ser verdad. Nunca se la
había visto con Santiago Nasar. Además, este siempre se había mostrado
despreciativo -“tu prima la boba”- y, sobre todo, durante la larga fiesta de la
boda mostró la mayor de las despreocupaciones y se llevó una sincera y fatal
sorpresa cuando –el último de toda la población- se entera de que lo van a
matar.

Sin embargo, a poco que levantemos el velo de magia y poesía con que Gabriel
García Márquez envuelve el suceso, queda claro que dice la verdad.

Ángela Vicario es la principal responsable de la muerte de Santiago Nasar. Se


niega a engañar a Bayardo San Román y, con esa “pura decencia” que le impide

Eduardo Puertas
–sólo en el último momento- engañar a su marido y con su denuncia posterior,
firma la sentencia: “lo dejó clavado en la pared con su dardo certero, como a una
mariposa sin albedrío cuya sentencia estaba escrita desde siempre”.

Ángela Vicario (a lo mejor, sin saberlo ella misma) quiere castigar a Santiago
Nasar.

Vive en un mundo machista pensado para los hombres. Su implacable, rigurosa


y estúpida madre, Purísima del Carmen, la ha educado –como al resto de sus
hermanas- de la manera más guardada y tradicional. La virginidad es el valor
supremo, porque son los deseos de los hombres lo único que importa –
“cualquier hombre será feliz con ellas, porque han sido educadas para sufrir”-

Santiago Nasar, sin embargo, es un mimado de la fortuna –sobre todo porque es


un hombre-. Tiene una novia formal; a los quince ya ha tenido un tormentoso y
apasionado amor con María Alejandrina Cervantes, que regenta el burdel;
Divina Flor, la criada casi niña, se sabe destinada a su lecho –como su madre lo
había estado al del padre de Santiago-... Un fugaz encuentro con Ángela –
probablemente una violación- en algún descuido del rigor de hierro de Purísima
del Carmen bien pudo ser posible. Así como que para Santiago Nasar tuviera tan
poca importancia que incluso llegara a olvidarlo.

¿Quiere Ángela castigarlo por ser hombre? ¿Quiere volver el machismo contra sí
mismo?...

Las mejores y más listas de las mujeres de este mundo mítico se rebelan
calladamente contra ese machismo y sus valores. Así, las amigas de Ángela, que
le enseñan cómo disimular la pérdida de su virginidad y, sobre todo, la madre
de García Márquez, Luisa Santiaga, que, cuando critican como una profanación
de los símbolos de la pureza que Ángela se atreviera a ponerse el traje y el velo
blanco, ella la defiende y aprecia ese intento de jugar hasta el final sus cartas
marcadas como un acto de valor. Sus ideas sobre el honor las expresa con bellas
y certeras palabras: “hombres de mala ley, animales de mierda que no son
capaces de hacer nada que no sean desgracias.”

¿Es Ángela Vicario de las mejores y más listas, de las que se rebelan –

Eduardo Puertas
calladamente, porque de otra manera es imposible- contra ese machismo que lo
impregna todo?

En realidad, no.

Hasta la noche de su boda no parece tomar las riendas de su propia vida y a


partir de esa noche es la arrebatadora pasión por su marido lo que le va a dar
sentido. Pero en esa pasión ella juega, con gozo, desprendimiento y exageración,
el papel tradicional de la mujer.

En el último momento no utiliza los trucos que sus amigas le habían aconsejado,
porque Bayardo San Román, que había tenido la desgracia de casarse con ella,
no tenía la culpa; y ella no podía hacerle esa porquería. Pero ese engaño sólo es
una porquería desde los valores machistas dominantes. Sólo desde esos valores
Bayardo queda como un personaje digno de escarnio. Ángela asume esos valores
y ve como una afrenta al hombre del que se acaba de enamorar ya para siempre,
que otro haya disfrutado antes de su cuerpo de ángel, y decide dejarse matar
antes que engañarlo.

Luego, desde el exilio le escribe cartas, circunspectas y educadas al principio,


pero cada vez más apasionadas y, por fin, obscenas y desvergonzadas [¡quién
pudiera, ay, leer alguna de esas cartas finales que el imbécil de Bayardo no
abre!]. En esa pasión sublima los valores tradicionales y machistas que,
paradójicamente, van a suponer su liberación: “se volvió lúcida, imperiosa,
maestra de su albedrío, y volvió a ser virgen sólo para él, y no reconoció otra
autoridad que la suya, ni más servidumbre que la de su obsesión”.

No retiro lo dicho al principio pero... los novelistas tienen una mirada aguda y
ven lo que los demás no sabemos ver; y García Márquez lo es de manera
extremada y singular.

Eduardo Puertas

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