Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
SIGLO XX
1 “Emile Littré, en su Dictionnaire de la Langue française (Hachette, Paris, 1863), bajo la voz Cesarismo,
habla de ‘(en francés en el original) de príncipes llevados al gobierno por la democracia, pero revestidos de
un poder absoluto’ (vol. I, p. 534)” (MICHELS,1959:217,n).
2 Esta es una de las tantas notas a pie de página que por razones que desconocemos no figuran en la edición
castellana. En realidad el término ‘bonapartismo’ refiere tanto a la experiencia de Napoleón Bonaparte como
la de su sobrino, Napoleón III. En Le Bon, por ejemplo, esto aparece claramente: “Para probarnos
experimentalmente que los Césares cuestan (p. 122) muy caros a los pueblos que les aclaman, fueron
necesarias dos ruinosas experiencias de cincuenta años, y, a pesar de la claridad de las conclusiones
obtenidas, aquéllos, los pueblos, no parecen estar convencidos suficientemente. La primera experiencia
costó, no obstante, tres millones de hombres y una invasión; la segunda, sensibles desmembramientos y la
necesidad de los ejércitos permanentes”.
3 Esta idea es desarrollada, entre otros, por Therborn, si bien creemos que deja de lado el hecho que es Michels
el primero en realidad en plantear la cuestión, aunque no exactamente con el contenido y la función que
posteriormente le atribuirá Weber. “En vez de afirmar las tendencias inevitablemente oligárquicas de toda
política, Weber intentó indagar si todavía era posible, salvar alguna especie de indeterminismo político,
‘algunos restos de libertad <individualista> en cualquier sentido’. La forma que este indeterminismo adoptó en
el pensamiento de Weber fue la del liderazgo carismático, y, para asegurarla, Weber argumentó en favor de
procesos políticos cuya credibilidad pretendían abolir los teóricos de las elites, recomendando cierta dosis de
política plebiscitaria y de ‘demagogia’ dentro de los límites de las reglas parlamentarias y de las organizaciones
estables de los partidos” (THERBORN:188).
caso en que se trate de un sistema basado en la división de poderes, ésta queda anulada en los
hechos debido a que la relación de legitimación se entabla directamente con el líder sin
reconocer instancias intermedias, salvo que éstas haya sido previamente santificadas por
aquél. Es decir que la unidad en torno a la cual se nuclea la base no se asienta tanto en las
propias necesidades de los seguidores, como en las propias del líder para convalidar su figura
en la pirámide de poder. Pero al mismo tiempo, esa base popular que requiere el liderazgo
supone, en ese sentido, la conformación de un estado que se coloque por encima de las clases
y que, de alguna manera, al menos plantee un momento de no confrontación, ya que, en
última instancia, la organización de los partidos políticos en base a una forma casi pura de
dominación carismática presupone necesariamente una reducción de la política a guerra.
“Lo que con tanta rapidez dio a esta maquinaria el triunfo sobre
los notables”, sostiene Weber, “fue la fascinación de la ‘gran’ demagogia
gladstoniana, la ciega fe de las masas en el contenido ético de su política
y, sobre todo, en el carácter ético de su personalidad. Aparece así en la
política un elemento de cesarismo plebiscitario, el dictador del campo de
batalla electoral.” (WEBER,1984:135)
Pero más allá de ello, Weber no dejaba de ser consciente del componente
autoritario que esta forma encerraba y que no dejaba de constituir un riesgo al menos
potencial aún en el caso de una manifestación atemperada. Una primera cuestión a tratar,
en ese sentido, es que si bien el bonapartismo se basa por su origen en el principio
democrático, en realidad desarrolla una relación fuertemente jerárquica que establece una
subordinación tanto de la burocracia como de los seguidores a la figura del líder
cesarístico. Pero esta subordinación tiene una contrapartida cuyo resultado no es otro que
la autonomización del líder frente a las masas. Al convertirse su voz en la encarnación de
la ‘voz del pueblo’, las decisiones del líder no pueden ser cuestionadas sin contraponerse a
aquél. ‘Vox populi, vox Dei’, y esto se expresa en la figura del líder. Si bien es cierto que
este concepto de ‘pueblo’ es devuelto a la sociedad en un sentido abstracto, permite que,
una vez instaurado el líder legítimamente, se imponga la estructura jerárquica del poder,
marginando así a las masas de toda posible participación en la decisión.
Pero al constituirse en intérprete de ‘la voluntad directa de la nación’,
poder y verdad se unifican en la figura del líder. En ese sentido, la diferencia más
importante entre el bonapartismo y cualquier otro régimen representativo que se legitime en
la soberanía popular radica en que esa voluntad general se erige, además, en criterio de
verdad. Dicho en otros términos, la base popular establece desde el poder el número como
único criterio de verdad, por lo que se produce una sanción popular de la concentración del
poder y de la consiguiente represión que de ella deriva. Sin embargo, invocando al pueblo,
ya en términos abstractos, como referente de verdad último e inapelable, se abre una
brecha entre estado y sociedad que resulta cada vez más infranqueable.
‘CESARISMO’ Y DEMOCRACIA
¿Podemos entonces hablar de una verdadera democracia? Dado que
democracia significa la posibilidad de extender el principio igualitario en toda su
potencialidad, el bonapartismo aseguraría un máximo de igualdad posible dentro de las
sociedades de masas. “El cesarismo”, sostiene Michels, “sigue siendo democracia, o podría
al menos reclamar este nombre, cuando se funda sobre la voluntad popular”
(MICHELS,1983,I:55)4. Se trata, en ese sentido, de una forma que produce una fuerte
4 Sabiendo que es imposible pensar en la reconstitución del ágora en el contexto de una sociedad de masas,
Michels intenta rescatar, al menos en Los partidos políticos una combinación de elitismo y masificación. “Con
su concepto de la sociedad y la organización como entidades divididas entre elites y prosélitos, Michels llegó
a aceptar la idea de que el mejor gobierno es el sistema ostensiblemente elitista bajo la dirección de un líder
carismático (...), y sugirió la necesidad de reformular el concepto de democracia, de elaborar la teoría
‘elitista’ de la democracia.” (LIPSET,Introducción:36)
homogeneización de la sociedad, pero que por ello mismo lleva a anular consecuentemente
toda posible diferencia. Pero el problema que se presenta es que esta noción de igualación
en tanto que masificación conduce necesariamente a la premisa de rousseauniana de ‘obligar
a los hombres a ser libres’, que desde el mito de la ‘voluntad general’ se presenta como
ultima ratio que permita mantener en los resultados la noción misma de igualdad que se ha
implementado en la sociedad.
Pero aceptar este tipo de democracia plebiscitaria, sobre todo en el caso
particular de Michels, no era más que asumir la imposibilidad de construir una democracia
que reprodujera lo más posible ese antiguo modelo ateniense. Como señala Lipset,
5 La noción de democracia elitista, como la única forma posible, así como la profunda desilusión
progresiva en el carácter liberador supuestamente inherente al movimiento obrero, conducirán a Michels
tiempo después a aceptar la figura de Mussolini como la encarnación de ese tipo de liderazgo, única
forma posible de pensar el gobierno en una sociedad de masas. "La posición adoptada por Michels en la
época que escribe su libro es de aceptación estoica de la democracia oligárquica como lo mejor dentro
de lo que hay, junto con un desprecio hacia las masas, pero no sin cierta simpatía por el utópico
movimiento obrero de su rebelde juventud” (THERBORN:208).
6 Esta idea es desarrollada, entre otros, por Therborn, si bien creemos que deja de lado el hecho que es
Michels el primero en realidad en plantear la cuestión, aunque no exactamente con el contenido y la función
que posteriormente le atribuirá Weber. "En vez de afirmar las tendencias inevitablemente oligárquicas de
toda política, Weber intentó indagar si todavía era posible salvar alguna especie de indeterminismo
político, 'algunos restos de libertad <individualista> en cualquier sentido'. La forma que este
indeterminismo adoptó en el pensamiento de Weber fue la del liderazgo carismático, y, para asegurarla,
Weber argumentó en favor de procesos políticos cuya credibilidad pretendían abolir los teóricos de las
elites, recomendando cierta dosis de política plebiscitaria y de 'demagogia' dentro de los límites de las
reglas parlamentarias y de las organizaciones estables de los partidos" (THERBORN:188).
contradicción. Mantener la legitimidad del líder - hecho que se traduce en la misma
estabilidad del liderazgo - supone necesariamente la necesidad de satisfacer en algún plano
las demandas que se produzcan desde los dominados. Aparece así un dualismo en el
concepto, dando origen a los llamados populismos, que se asientan sobre una noción de
pueblo que, al igual que el ambiguo término demos7, ya no es abarcativa de todos. De todas
formas, este tipo de democracia que no deja de ser elitista como señalara Lipset, constituye en
Michels una negación de esa democracia directa que daba contenido en principio a su propio
concepto.
7 Este término, por su conformación etimológica, encierra una ambigüedad: "La palabra demos, y por ello
también la palabra democracia, encarna esa ambigüedad, ya que lo mismo puede referirse a todo el cuerpo
de ciudadanos que a las masas pobres" (FARRAR:32).
las reglas racionales a partir de las cuales se operaría la elección del líder. Como podemos
apreciar, ésta ha sido la forma en la que preponderantemente se han organizado las
democracias occidentales, particularmente en aquéllos casos en los que la cabeza del
sistema surgía a partir de la elección directa.
Pero acentuar el carácter personal-plebiscitario de la figura presidencial
en todo sistema político modifica en realidad la función que le corresponde al Parlamento.
En un contexto de estado liberal el epicentro de poder en diseño institucional del estado se
ubica en realidad en el Parlamento. Es allí donde ocurren los debates, los intercambios de
ideas y donde se presentan las propuestas a partir de las cuales se toman las decisiones.
Con el advenimiento de la sociedad de masas este rol desaparece. Ya Mosca cuando
publica Elementi di Scienza Politica, en 1895, señala esta función diferente por la cual el
Parlamento ha perdido la iniciativa política para convertirse en un órgano de control del
Ejecutivo. Pero en Weber, el Parlamento se convierte en el lugar donde se seleccione a los
líderes mejor calificados para las funciones del estado. Decir esto supone que frente a la
figura presidencial, la institución parlamentaria pierde espacio de representación, al mismo
tiempo que éste se concentra en la cabeza del Ejecutivo. Pero de esta forma se produce un
fuerte desbalance en la división de poderes ya que al menos potencialmente coloca al
ejecutivo por encima de los otros órganos de gobierno.
A MODO DE CONCLUSION
A partir del análisis realizado podemos apreciar que estas formas
cesarísticas no solamente se refieren a esos grandes liderazgos que caracterizaran a los
populismos y los fascismos, como la historia del siglo XX nos llevó a interpretar. Por el
contrario, el estado contemporáneo se construyó apelando a instancias cesarísticas que hoy
frente a las transformaciones del estado parecen incluso renovarse. Por eso nuestro
objetivo no ha sido otro que el tratar de analizar teóricamente esta categoría, ya que se
conformó de la mano de la sociedad de masas. Si bien es cierto que las formas de
participación política han cambiado sustancialmente, vivimos en sociedades masificadas
que más que nunca requieren de la eficiencia para poder sobrevivir. Es decir que se nos
siguen planteando las mismas cuestiones que intentaron abordar estos autores, si bien
sobre un escenario objetivamente distinto.
En ese sentido, la forma cesarística contribuía a solucionar el problema
de la legitimidad, particularmente por la forma en que tendía a conformar la relación entre
los ciudadanos y el líder, a partir del hecho que estas sociedades debían consolidar formas
de organización que les permitiera mediar entre el hombre común y el estado. Y hasta
ahora, esto no parece haber cambiado, si bien el mayor riesgo – es decir, la absolutización
del poder en la cabeza del sistema – parece al menos contenido por la recuperación de
espacios locales de participación en los cuales es posible construir de manera más
inmediata una percepción más inmediata de lo político. Sin embargo, ¿no estaremos
produciendo en realidad una fragmentación que no permite absolutizar el poder en un
centro único simbólico de poder, pero sí la realiza en universos menores? Creo que ésta es
la cuestión que se debe responder, particularmente si debemos construir una nueva noción
de ciudadano.
BIBLIOGRAFIA
AGULHON, Maurice, Marianne au combat. L'imagerie et la symbolique républicaines de
1789 à 1880, Flammarion, Paris, 1995.
MOMMSEN, Wolfgang J., Max Weber: Sociedad, política e historia, Alfa, Barcelona,
1981.