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Para deleite del editor, la controversia continuó por varias semanas, hasta que alguien
escribió lo siguiente: "Ya llevo casado 30 años. Durante todo ese tiempo, mi esposa
debe haber preparado 32,000 comidas, y juro por mi vida que no me acuerdo de un
solo menú. Pero sí sé esto: Todas me alimentaron y me dieron la fuerza que
necesitaba para hacer mi trabajo. Si mi esposa no me las hubiera preparado, estaría
físicamente muerto el día de hoy. ¡De la misma manera, si no hubiese ido a la iglesia
para alimentarme, estaría espiritualmente muerto en la actualidad!".
Cuando estás desorientado y sin saber qué hacer: ¡Dios tiene algo para ti! La fe ve lo
invisible, cree lo increíble y recibe lo imposible... La fe acepta el misterio y reprueba la
sinrazón.
¡Gracias a Dios por nuestro alimento material y espiritual que recibimos en su Iglesia!
«La Verdad, en una sociedad que favorece la mentira, genera violencia contra el
engaño»
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En castellano se suele decir "voy a oír misa" y la razón del uso del verbo "oír" y no
asistir, ir o aún escuchar es que, antiguamente, en las iglesias el coro ubicado en el
medio de la nave central impedía ver el altar (que para mayor inri el sacerdote estaba
de espaldas) por lo que sólo se podía oír al celebrante. ¿Cuántos de los asistentes
escuchaban?
Añado que la expresión más acabada del carácter pasivo de la acción de "oír" es el
dicho de "oye como quien oye llover" (= con indiferencia respecto al interlocutor). Sin
embargo, sigo insistiendo en la sustitución de "oír" por "escuchar" cuando se refiere a
lo que se oye por la radio o la televisión, aunque tantas veces ese estímulo sea
soporífero. Es muy posible que esa sustitución se haya reforzado por la influencia del
habla hispanoamericana. Amando de Miguel - 2007-10-26
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La expresión "dar misa", cuando siempre se ha dicho "decir misa". En efecto, la misa
se dice o se canta, pero no se da. La voz "misa" quizá venga de la última frase que
decía el cura: "ite, missa est" (= Os podéis marchar, la misa ha concluido). Claro, que
seguimos sin saber por qué se emplea la voz "missa". Hay varias interpretaciones. La
que más me convence es la del origen en la palabra hebrea "missah", que significa
ofrecimiento ritual. De ahí pasó al latín de los cristianos.
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Dios, Señor Mío, no tengo idea de adónde voy. No veo el camino ante mí. No puedo
saber con certeza dónde terminará. Tampoco me conozco realmente, y el hecho de
pensar que estoy siguiendo tu voluntad no significa que en realidad lo esté haciendo.
Creo que el deseo de agradarte, de hecho te agrada. Y espero tener ese deseo en todo
lo que hago. Espero que nunca haré algo apartado de ese deseo. Y sé que si hago esto
me llevarás por el camino correcto, aunque yo no sepa nada al respecto. Por lo tanto,
confiaré en ti aunque parezca estar perdido a la sombra de la muerte. No tendré
temor porque estás siempre conmigo, y nunca dejarás que enfrente solo mis peligros.
Thomas Merton, "Pensamientos en la Soledad”
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Debemos con fuerza censurar a los "showman", o párrocos que micrófono en mano
convierten la Misa en un mitin o espectáculo litúrgicamente incorrecto. La Misa es el
acto más sagrado que existe y los ministros de Jesús deben ponerse a la altura de lo
que celebran.
Nunca lo estarán si no luchan ávidamente por la santidad, nunca si no interiorizan el
don excelso con el que han sido signados. Los sacerdotes son otros Cristos. Ojalá ellos
mismos se lo crean.
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Hermanos queridos, cuando os exponemos algo útil para vuestras almas, que nadie
trate de excusarse diciendo: " no tengo tiempo para leer, por eso no puedo conocer
los mandos de Dios ni observarlos Abandonemos las vanas habladurías y las bromas
mordaces, y veamos si no nos queda tiempo para dedicar a la lectura de la Escritura
santa. Cuándo las noches son más largas, ¿habrá alguien capaz de dormir tanto
que no pueda leer personalmente o escuchar a otro a leer la Escritura? Porque
la luz del alma y su alimento eterno no son nada más que la Palabra de Dios, sin la
cual el corazón no puede vivir ni ver. El cuidado de nuestra alma es muy
semejante al cultivo de la tierra. (San Cesareo de Arlés. Sermones al pueblo,
n°6 passim)
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43. Los fieles están de pie desde el principio del canto de entrada, o bien, desde
cuando el sacerdote se dirige al altar, hasta la colecta inclusive; al canto del Aleluya
antes del Evangelio; durante la proclamación del Evangelio; mientras se hacen la
profesión de fe y la oración universal; además desde la invitación Oren, hermanos,
antes de la oración sobre las ofrendas, hasta el final de la Misa, excepto lo que se dice
más abajo.?En cambio, estarán sentados mientras se proclaman las lecturas antes del
Evangelio y el salmo responsorial; durante la homilía y mientras se hace la
preparación de los dones para el ofertorio; también, según las circunstancias,
mientras se guarda el sagrado silencio después de la Comunión.?Por otra parte,
estarán de rodillas, a no ser por causa de salud, por la estrechez del lugar, por el gran
número de asistentes o que otras causas razonables lo impidan, durante la
consagración. Pero los que no se arrodillen para la consagración, que hagan
inclinación profunda mientras el sacerdote hace la genuflexión después de la
consagración.
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La Misa tradicional remonta sus orígenes a los primeros siglos de la Iglesia y estaba ya
plenamente configurada en tiempos de los Papas San Dámaso y San Gregorio Magno;
de ahí que también se la conozca como Misa "dámasogregoriana".
"Pío V se había limitado a hacer reelaborar el misal romano entonces en uso, como en
el curso vivo de la historia había siempre ocurrido a lo largo de todos los siglos. Del
mismo modo, muchos de sus sucesores reelaboraron de nuevo este misal, sin
contraponer jamás un misal al otro. Se ha tratado siempre de un proceso continuado
de crecimiento y de purificación en el cual sin embargo, nunca se destruía la
continuidad. Un misal de Pío V creado por él, no existe realmente. Existe sólo la
reelaboración por él ordenada como fase de un largo proceso de crecimiento histórico"
(Joseph Ratzinger, "Mi vida").
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"Dos cosas hemos de suplicar continuamente a nuestro dulcísimo Señor: que aumente
en nosotros el amor y el temor". (Santo Padre Pio de Pietrelcina)
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"Cada santa misa escuchada con atención y devoción produce en nuestra alma efectos
maravillosos, abundantes gracias espirituales y materiales, que ni nosotros mismos
conocemos." (Santo Padre Pio de Pietrelcina)
"Si el hombre conociera bien este misterio -decía el santo Cura de Ars-, moriría de
Amor". Si no hemos muerto de Amor es que no conocemos de la Misa, la media.
Dos hombres inteligentes se confían sus íntimos secretos por las granadinas calles del
Generalife. El crepúsculo es de oro. Uno de ellos, Manual de Falla, poseído por el genio
de la música; el otro, José María Pemán, ilustre académico, escritor fecundo. Los ojos
del primero relampaguean tras sus gafas redondas al hacer -sobre un fondo de
arrayanes y rosales- la suprema confesión:
-Para escribirla sería preciso hallar notas tan humildes que resultaran a la Música lo
que la prosa de Teresa de Jesús a la Literatura. Algo sublime a fuerza de sencillez y
ausencia absoluta de vanidad..., y llena, sin embargo, del don de Sabiduría…
El músico sufría visiblemente por aquellas sendas pobladas del cantar de los
ruiseñores. Pemán pensó en voz alta:
El símil resultó en exceso literario, y Falla atajó con indignación, contenida sólo por su
exquisita cortesía:
-Tampoco... Habría que cantar como un ruiseñor ¡que lo supiera todo! (1)
¿Cómo componer, cómo cantar una Misa? ¿Cómo contar, si es el misterio de fe que
anuda en sí todos los misterios del cristianismo? (2). ¡Sería menester ver tantas
cosas! Habríamos de comenzar viendo el origen, la generación eterna de la Palabra
única del Padre, Verdad de su Belleza y Belleza de su Verdad: el Verbo, Sabiduría
infinita, que, fundido con el Padre en un abrazo también eterno, eternamente espira al
Espíritu Santo. Porque la Santa Misa (...) es la donación misma de la Trinidad a la
Iglesia (3). Por eso, asistiendo a la Santa Misa se aprende a tratar a cada una de las
Personas divinas: al Padre, que engendra al Hijo; al Hijo que es engendrado por el
Padre; al Espíritu Santo, que de los dos procede (4).
Yahvé encuentra sus delicias en el estar con sus hijos en el paraíso. Los llena de
señorío y bienestar. Conversan al frescor de la brisa de la tarde. Pero un día la
respuesta del hombre al amor inmenso del Creador, estremece al universo: no quiero
ser tu obra, no quiero ser tu hijo; quiero ser autónomo, quiero trazarme mis propios
caminos; .me basto y me sobro para alcanzar la suprema gloria. El Adversario, el
odiador, le ha vencido: ha logrado introducir en su alma la soberbia, la gran estupidez,
la peor alienación. Y en su afán loco de loca libertad, queda atrapado por cadenas
invisibles; aherrojado por el pecado, el demonio y la muerte; apelmazado por
tremenda gravedad con centro en el abismo preparado para el diablo y sus ángeles.
Cada uno de los actos de la existencia humana de Dios, tendrá un valor santificante
inmenso. Su dimensión temporal pasará con el tiempo; pero habrá otra que
permanecerá para siempre en el Verbo eterno (7), y se hará presente dondequiera
que se celebre la Misa, cuando el sacerdote in persona Christi et virtute Spiritus
Sancti, impersónando a Cristo por obra del Espíritu Santo -¡qué gran misterio para
ver!-, pronuncia las palabras de la Consagración.
«Nosotros creemos que la Misa (...) es realmente el sacrificio del Calvario, que se
hace sacramentalmente presente en nuestros altares» (8). De modo que «cuantas
veces el Sacrificio de la Cruz se celebra en el altar, se realiza la obra de nuestra -
Redención»(9) se nos aplica la virtud salvadora de la Cruz, para remisión de nuestros
pecados (10).
Sería preciso ver lo que se ve desde lo alto de la Cruz, cumbre -la más alta- de la
Historia, donde el «Señor de los tiempos» (12), «Padre del siglo futuro», el mismo
ayer y hoy (13) , para quien el pretérito no se ha perdido en los senos del pasado y el
futuro ya es presente (14), todo lo divisa: toda la historia de la humanidad y de cada
persona singular. La mirada de Cristo, perfecto Dios y Hombre perfecto, desde lo alto
de la Cruz, alcanza los aconteceres más lejanos y ocultos, grandes o menudos, en el
espacio y en el tiempo; las bonanzas y borrascas; las zozobras, naufragios y
emersiones; las penas y las alegrías; los pecados y las virtudes; las flaquezas y los
heroísmos. Todo lo abraza con su mirada, acompañada por el gesto de sus brazos
abiertos de sacerdote. Todos los pecados de los hombres -también los míos, claro es-
le hieren; y muchos le matan. Su bálsamo es todo lo bueno. Y El todo lo redime, en la
cruz del Calvario y en la Cruz de nuestros altares: el sacrificio eucarístico «es un
sacrificio que lo abarca todo» (15).
El triunfo de Cristo
Cómo cantarlo, cómo decirlo, cómo ponderarlo. Habríamos de ver lo que vio san
Josemaría Escrivá aquel 7 de agosto de 1931: «Llegó la hora de la Consagración –
escribe-: en el momento de alzar la Sagrado Hostia, sin perder el debido
recogimiento, sin distraerme (...), vino a mi pensamiento, con fuerza y claridad
extraordinarias, aquello de la Escritura: "et si exaltatus fuero a terra, omnia traham
ad meipsum". Ordinariamente, ante lo sobrenatural, tengo miedo. Después viene el ne
timeas, soy Yo. Y comprendí que serán los hombres y las mujeres de Dios quienes
levantarán la Cruz con las doctrinas de Cristo sobre el pináculo de toda actividad
humana... Y vi triunfar al Señor, atrayendo a Sí todas las cosas»" (16)
A pesar de lo que pueda percibir nuestra obtusa mirada, dispersa en los polifacéticos
avatares de la historia, Cristo triunfa en la primera Misa -El Calvario- y en cada Misa.
Pero depende de mí que en mí triunfe. La primera Misa, a uno le alejó de Dios
injuriaba a Cristo desde su cruz odiada (18); a otro, en cambio, le alcanzó, para
aquella misma tarde, el paraíso (19): comprendió la Misa, la amó. ¡Cuántas cosas se
entienden cuando se ama!
Cuando se ama, se hace coma el apóstol Juan en la Última Cena, cuando el Señor
instituyó la Santa Misa, la Eucaristía y el sacerdocio: reclina suavemente la cabeza
sobre el pecho de Cristo y escucha los latidos de un corazón que ama al modo
humano con intensidad divina, «hasta el exceso» (20); que desea ardientemente
celebrar la Pascua aquella, esta Misa, para darse en alimento, escondido en el Pan, y
con hechos decirnos: «todas mis cosas son tuyas» (21); ya somos uno: lo mío es tuyo
y lo tuyo es mío (¿quién sale ganando?). Tuya es mi encarnación; tuya es mi vida, mis
trabajos, mis amores, mi pasión, mi muerte... ¡y mi resurrección gloriosa! Toda la
virtud salvífica y santificante acumulada y contenida en mi existencia humana la
tienes ahora en tu pecho. Soy todo tuyo. Tú, ¿de quién eres? ¿para quién van a ser
tus cosas y tú mismo?
¿De quién van a ser, Señor, si ya somos uno? A esto vengo a Misa: a acogerte -yo
confundido, anonadado- entero, con tu vida, pasión, cruz y resurrección, con tu
adoración perfectísima, con tu gratitud inmensa al Padre, con tu expiación por mis
pecados y los de todos los hombres, y con tu impetración infalible. Vengo a
incorporarme, a hacerme un solo cuerpo y una sola sangre contigo, a enriquecerme
con los infinitos tesoros de tu Amor. Vengo a hacerme «otro Tú», y serlo adondequiera
que vaya. Vengo a que seamos uno, como el Padre y Tú sois uno, con el afán de que
todos tus hermanos, mis hermanos, seamos uno. Vengo a unir mi sacrificio a tu
Sacrificio: a machacar, a rematar al «yo viejo de nacimiento» -soberbio egoísta,
perezoso, lujurioso...-, para que el yo humilde, generoso, diligente, limpio, joven, niño
-otro Tú- crezca impetuoso con la fuerza de tu misma Vida, con la fuerza de tu Amor.
¡Qué inmensa es la Misa! «"Nuestra" Misa, Jesús...» (21) ¿Quién podrá cantarla?
Abarca todo el espacio, todo el tiempo, toda la eternidad. Quienes saben bastante del
tema son los Ángeles, porque en la Misa «la tierra y el cielo se unen para entonar con
los Ángeles del Señor: Sanctus, Sanctus, Sanctus... […] Yo aplaudo y ensalzo con los
Ángeles: no me es difícil, porque mesé rodeado de ellos, cuando celebro la Santa
Misa. Están adorando a la Trinidad» (22). «Sí, durante el tiempo de la Consagración
asisten al sacerdote los ángeles, el orden completo de las celestes potestades
levantan su clamor, y el lugar próximo al altar se ve lleno de coros angélicos en honor
a Aquel que es inmolado» (23). «Se tocan lo íntimo y lo supremo, la tierra se junta
con el cielo, lo visible y lo invisible se hacen una misma cosa» (24).
Pero para saber todo lo que puede saber una criatura acerca de la Santa Miga,
habríamos de ver lo que ve la Virgen María, por la íntima unión que tiene con la
Trinidad y porque es Madre de Cristo, de su carne y de su sangre: Madre de
Jesucristo, perfecto Dios y perfecto Hombre. Jesucristo concebido en sus entrañas sin
obra de varón, por la sola virtud del Espíritu Santo, lleva la misma sangre de su
Madre; y esa sangre es la que se ofrece en sacrificio redentor, en el Calvario y en la
Misa (25).
Así pues,
Sólo hay pues un modo de andar centrados en nuestro vivir cristiano: hacer de la
Santa Misa -sabiduría original y fecundísima se san Josemaría Escrivá- centro y raíz de
la vida espiritual (32).
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(1) Cfr. JOSE MARIA PEMAN, Obras selectas, Ed. AHR, Barcelona ESPAÑA, 1973, p:
981;
(2) Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 113;
(3) San JOSEMARÍA ESCRIVA, Es Cristo que pasa, n. 87;
(4) Ibid., n. 91;
(5) Gen 1, 26;
(6) 1, 31;
(7) ANTONIO OROZCO, La Santa Misa y el Sacrificio de la Cruz, en «PALABRA» 197, 1-
1982, pp. 13-16;
(8) PABLO VI, Profesión de fe, 30-VI-1968, n. 24;
(9) C. Vat. II, SC, n. 3; cfr. LG, n.3;
(10) PIO XII, Enc. Mediator Dei, n. 21;
(11) JUAN PABLO II;
(12) SAN AGUSTÍN, De Trinitate, V, 16, 17;
(13) Cfr. JUAN PABLO II, Hom., 17-VI-1983;
(14) Cfr. SAN AGUSTÍN, Lc.;
(15) JUAN PABLO II, Oración Jueves Santo 1982;
(16) A. VAZQUEZ DE PRADA, El Fundador del Opus Dei, Ed. Rialp, Madrid 1983, p.
126;
(17) Es Cristo que pasa, n. 94; (18) Lc 23, 39;
(19) Le 23, 40-43;
(20) Cfr. Jn 13, 1;
(21) SAN JOSEMARÍA, Camino, n. 533;
(22) Es Cristo que pasa, n. 89;
(23) SAN JUAN CRISOSTOMO, De sacerdotio, lib. IV, c. 58;
(24) SAN GREGORIO MAGNO, Diálogo, lib. IV, c. 58
(25) Es Cristo que pasa, n. 89;
(26) JUAN PABLO II, Ang., 1-XI-1983;
(27) Es Cristo que pasa, n. ° 52
(28) CALDERON DE LA BARCA, La devoción de la Misa,;
(29) Id., Los Misterios de la Misa; (30) Id., La devoción...;
(31) Ibid.;
(32) Cfr. A. VAZQUEZ DE PRADA, o.c., pp. 267-274.
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B. Bossuet (1627-1704) obispo de la Iglesia católica en Meaux-Francia - Elevaciones
sobre el misterio; 24 semana; 2ª elevación
Mirad al cordero de Dios que Isaías vio en espíritu cuando describe el cordero que
no sólo se deja esquilar sino matar e inmolar. (cf Is 53,7) Y que Jeremías veía y
presentaba en su propia persona cuando dice: “Yo estaba como cordero manso llevado
al matadero” (Jr 11,19). He aquí este cordero tan manso tan simple, tan paciente, sin
astucia ni engaño que será inmolado por todos los pecadores. Ya fue inmolado
místicamente y, se puede decir con toda verdad, desde el comienzo del mundo es
inmolado. (cf Ap 13,8)
Fue asesinado en Abel, el justo. Cuando Abrahán quiso sacrificar a su hijo, comenzó,
en figura, lo que se tendría que realizar en Jesucristo. En él se completó lo que
empezó en los hermanos de José: Jesús fue odiado, perseguido a muerte por sus
hermanos. Fue vendido en la persona de José, arrojado a una cisterna, es decir,
entregado a la muerte. Con Jeremías fue echado a un pozo profundo, con los tres
jóvenes al horno encendido, con Daniel a la fosa de los leones. En figura fue
sacrificado en todos los sacrificios anteriores. Estaba en el sacrificio que Noé preparó
al salir del arca cuando vio el arco iris en el cielo, signo de paz. Estaba en los
sacrificios que los patriarcas ofrecieron en la montaña, en el que Moisés y toda la ley
ofrecieron en el tabernáculo y luego en el templo. Nunca dejó de ser inmolado en
figura. Ahora viene para realizarlo en su propia persona.
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CRISTO ESTÁ A LA PUERTA De todas las realidades católicas, no hay ninguna tan
familiar como la Misa. Con sus oraciones de siempre, sus cantos y gestos, la Misa es
como nuestra casa. Pero la mayoría de los católicos se pasarán la vida sin ver más allá
de la superficie de unas oraciones aprendidas de memoria. Pocos vislumbrarán
el poderoso drama sobrenatural en el que entran cada domingo. Juan Pablo II ha
llamado a la Misa «el cielo en la tierra», explicando que «la liturgia que celebramos en
la tierra es una misteriosa participación en la liturgia celestial» [1].
INTRODUCCIÓN
LA MISA REVELADA
La Misa es algo próximo y querido. En cambio, el libro del Apocalipsis parece lejano y
desconcertante. Página tras página nos deslumbra con imágenes extrañas y
aterradoras: guerras y plagas, bestias y ángeles, ríos de sangre, ranas demoníacas y
dragones de siete cabezas. Y el personaje que despierta más simpatía es un cordero
de siete cuernos y siete ojos. «Si esto es solamente la superficie, dicen algunos
católicos, no creo que quiera ver las profundidades».
Bien, en este pequeño libro me gustaría proponer algo insólito. Mi propuesta es que la
clave para comprender la Misa es el libro bíblico del Apocalipsis; y, más aún, que la
Misa es el único camino por el que un cristiano puede encontrarle verdaderamente
sentido al Apocalipsis.
Si te sientes escéptico, deberías saber que no estás solo. Cuando le dije a una amiga
que estaba escribiendo sobre la Misa como una clave del libro del Apocalipsis, se echó
a reír y dijo «¿Apocalipsis?, ¿no es esa cosa tan extraña?».
Nos parece extraño a los católicos, porque durante muchos años lo hemos estado
leyendo al margen de la tradición cristiana. Las interpretaciones que la mayoría de la
gente conoce hoy son las que han hecho los periódicos o las listas de libros más
vendidos, y han sido mayoritariamente protestantes. Lo sé por propia experiencia.
Llevo estudiando el libro del Apocalipsis más de veinte años. Hasta 1985 lo estudié
como ministro protestante y en todos esos años me encontré enfrascado, una tras
otra, en la mayoría de las teorías interpretativas que estaban en boga o que ya
estaban pasadas de moda. Probé con cada “llave" pero ninguna pudo abrir la puerta.
De vez en cuando oía un clic que me daba esperanzas. Pero sólo cuando empecé a
contemplar la Misa, sentí que la puerta empezaba a ceder, poco a poco. Gradualmente
me encontré atrapado por la gran tradición cristiana y en 1986 fui recibido en plena
comunión con la Iglesia católica. Después de eso, las cosas se fueron aclarando en mi
estudio del libro del Apocalipsis. «Después tuve una visión: ¡una puerta abierta en el
cielo!» (Apoc. 4, 1). Y la puerta daba a... la Misa de domingo en tu parroquia.
Aun así, insisto en que realmente estamos en el cielo cuando vamos a Misa, y esto es
verdad en cada Misa a la que asistimos, con independencia de la calidad de la música
o del fervor de la predicación. No se trata de aprender a «mirar el lado bueno» de
liturgias descuidadas. Ni de desarrollar una actitud más caritativa hacia los que cantan
sin oído. Se trata, ni más ni menos, de algo que es objetivamente verdad, algo tan
real como el corazón que late dentro de ti. La Misa -y me refiero a cada una de las
misas- es el cielo en la tierra.
Puedo asegurarte que no se trata de una idea mía; es la de la Iglesia. Tampoco es una
idea nueva; existe aproximadamente desde el día en que San Juan tuvo su visión del
Apocalipsis. Pero es una idea que no la han entendido los católicos de los últimos
siglos. La mayoría de nosotros admitirá que queremos «sacar más» de la Misa. Bien,
no podemos conseguir nada mayor que el cielo mismo.
Me gustaría decir desde el principio que este libro no es un «tratado bíblico». Está
orientado a la aplicación práctica de un único aspecto del Apocalipsis, y nuestro
estudio está lejos de ser exhaustivo. Los escrituristas debaten interminablemente
sobre quién escribió el libro del Apocalipsis, cuándo, dónde y por qué, y en qué tipo de
pergamino. En este libro, no me voy a ocupar de esas cuestiones con gran detalle.
Tampoco he escrito un manual de rúbricas de la liturgia. El Apocalipsis es un libro
místico, no un vídeo de entrenamiento o un manual de hágalo usted mismo.
Investigar La cena del Cordero me ha dado nuevos ojos para ver la Misa. Rezo para
que la lectura de este libro te dé el mismo don. Juntos, pidamos también un corazón
nuevo para que, a través del estudio y la oración, crezcamos más y más en amor a los
misterios cristianos que nos ha dado el Padre.
El libro del Apocalipsis nos mostrará la Misa como el cielo en la tierra. Ahora, sigamos
adelante, sin dilación, porque el cielo no puede esperar.
CAPÍTULO 1
EMPAPADO DE ESCRITURA
Sentí entonces que toda mi duda se esfumaba. Mientras veía al sacerdote alzar la
blanca hostia sentí que surgía de mi corazón una plegaria como un susurro: «¡Señor
mío y Dios mío. Realmente eres tú! »
Desde ese momento, era lo que se podría llamar un caso perdido. No podía imaginar
mayor emoción que la que habían obrado en mí esas palabras. La experiencia se
intensificó un momento después, cuando oí a la comunidad recitar: «Cordero de
Dios... Cordero de Dios... Cordero de Dios», y al sacerdote responder: «Éste es el
Cordero de Dios...», mientras levantaba la hostia.
En menos de un minuto, la frase «Cordero de Dios» había sonado cuatro veces. Con
muchos años de estudio de la Biblia, sabía inmediatamente dónde me encontraba.
Estaba en el libro del Apocalipsis, donde a Jesús se le llama Cordero no menos de
veintiocho veces en veintidós capítulos. Estaba en la fiesta de bodas que describe San
Juan al final del último libro de la Biblia. Estaba ante el trono celestial, donde Jesús es
aclamado eternamente como Cordero. No estaba preparado para esto, sin embargo...:
¡estaba en Misa!
¡SANTO HUMO!
Regresaría a Misa al día siguiente, y al siguiente, y al siguiente. Cada vez que volvía,
«descubría» que se cumplían ante mis ojos más Escrituras. Sin embargo, ningún libro
se me hacía tan visible en aquella oscura capilla como el libro de la Revelación, el
Apocalipsis, que describe el culto de los ángeles y los santos en el cielo. Como en ese
libro, también en esa capilla veía sacerdotes revestidos, un altar, una comunidad que
cantaba: «Santo, santo; santo». Veía el humo del incienso; oía la invocación de
ángeles y santos; yo mismo cantaba los aleluyas, puesto que cada vez me sentía más
atraído hacia este culto. Seguía sentándome en el último banco con mi Biblia, y
apenas sabía hacia dónde volverme, si hacia la acción descrita en el Apocalipsis o
hacia la que se desarrollaba en el altar. Cada vez más, parecían ser la misma acción.
Estaba entusiasmado con la novedad de todo ello. Durante años, había intentado
encontrar el sentido del libro del Apocalipsis como una especie de mensaje codificado
acerca del fin del mundo, del culto en unos remotos cielos, de algo que la mayoría de
los cristianos no podrían experimentar mientras estuvieran aún en la tierra. Ahora,
después de dos semanas de asistir a Misa a diario, me encontraba a mí mismo
queriendo levantarme durante la liturgia y decir: «¡Eh, vosotros! ¡Dejadme enseñaros
en qué lugar del Apocalipsis estáis! Id al capítulo cuatro, versículo ocho. Estáis en el
cielo, justamente ahora».
ME ROBAN LA IDEA
¡En el cielo, justamente ahora! Los Padres de la Iglesia me mostraban que éste no era
mi descubrimiento. Ellos lo habían predicado hace más de mil años. Con todo, estaba
convencido de que tenía el mérito del redescubrimiento de la relación entre la Misa y
el libro del Apocalipsis. Entonces descubrí que el Concilio Vaticano II me había sacado
la delantera. Fíjate en las siguientes palabras de la Constitución sobre la Sagrada
Liturgia:
¡Un momento! Eso es el cielo. No; se trata de la Misa. No; es el libro del Apocalipsis.
¡Un momento!: es todo lo anterior.
Me encontré haciendo esfuerzos por avanzar despacio, con cautela, atento a evitar los
peligros que acechan a los conversos, puesto que me estaba convirtiendo rápidamente
en un converso a la fe católica. Pero este descubrimiento no era producto de una
imaginación exaltada; era la enseñanza solemne de un concilio de la Iglesia católica. A
la vez, descubriría que era también la conclusión inevitable de los estudiosos
protestantes más rigurosos y honestos. Uno de ellos, Leonard Thompson, había
escrito que «incluso una lectura superficial del libro del Apocalipsis muestra la
presencia del lenguaje litúrgico relativo al culto [...]. El lenguaje cultual juega un
papel importante dando unidad al libro» [3]. Las imágenes de la liturgia, por sí solas,
pueden hacer que ese extraño libro tenga sentido. Las figuras litúrgicas son centrales
en su mensaje, que revela, escribe Thompson, «algo más que visiones de "cosas que
van a venir"».
¡PRÓXIMAMENTE...!
El libro del Apocalipsis trataba de Alguien que iba a venir. De Jesucristo y su «segunda
venida», que es el modo en que los cristianos han traducido normalmente la palabra
griega parousía. Hora tras hora en aquella capilla de Milwaukee en 1985, llegué a
conocer que ese Alguien era el mismo Jesucristo, a quien el sacerdote católico alzaba
en la hostia. Si los primeros cristianos estaban en lo cierto, yo sabía que, justo en ese
momento, el cielo bajaba a la tierra. «Señor mío y Dios mío. ¡Realmente eres tú! ».
No creo que nuestro Padre Dios me niegue, o te niegue, la sabiduría que buscamos
referente a su Misa. Después de todo, es el acontecimiento en el que sella su Alianza
con nosotros y nos hace sus hijos. Este libro es más o menos un informe de lo que he
encontrado mientras investigaba las riquezas de nuestra tradición católica. Nuestra
herencia incluye la totalidad de la Biblia, el testimonio ininterrumpido de la Misa, la
constante enseñanza de los santos, la investigación de las escuelas, los métodos de la
oración contemplativa, y el cuidado pastoral de papas y obispos. En la Misa, tú y yo
tenemos el cielo en la tierra. La evidencia es abrumadora. La experiencia es una
revelación.
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[1]. La afirmación de Juan Pablo II está tomada de su Discurso en el Angelus (3 de noviembre de 1996). Juan Pablo II dirigió
también un «Discurso sobre la Liturgia» a los Obispos de los Estados Unidos en su visita ad limina de 1998, en el que
declara: «el desafío ahora consiste [...] en alcanzar el punto exacto de equilibrio, en especial entrando más profundamente
en la dimensión contemplativa del culto [...]. Esto sucederá sólo si reconocemos que la liturgia tiene dimensiones tanto
locales como universales, tanto temporales como eternas, tanto horizontales como verticales, tanto subjetivas como
objetivas. Precisamente estas tensiones dan al culto católico su carácter distintivo. La Iglesia universal está unida en un gran
acto de alabanza, pero es siempre el culto de una comunidad particular en una cultura particular. Es el eterno culto del cielo,
pero a la vez está inmerso en el tiempo». Y concluía: «en el centro de esta experiencia de peregrinación está nuestro viaje
de pecadores a la profundidad insondable de la liturgia de la Iglesia, la liturgia de la creación, la liturgia del cielo que, en
definitiva, son todas culto de Jesucristo, el eterno Sacerdote, en quien la Iglesia y toda la creación se ordenan a la vida de la
Santísima Trinidad, nuestra verdadera morada» (9 de octubre de 1998; traducción de L"Osservatore Romano, ed. esp., en
DP 130/1998). Cf. Juan Pablo II, Springtime of Evangelization, Basilica Press, San Diego 1999, pp. 130, 135. Juan Pablo n
desarrolla más a fondo esta visión en su Carta Apostólica de 1995 Orientale lumen «La Luz de Oriente»).
[2]. Sacrosanctum Concilium, 8.
[3]. Leonard L. Thompson, The Book of Revelation: Apocalypse and Empire, Oxford University Press, Nueva York 1990, p.
53.
(*) Scott Hahn, La cena del Cordero, Rialp, Madrid, 2003, 4ªed. pp. 21-33
Edición autorizada de arvo.net
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Pero es también una iniciativa del Padre que quiere abrazar en la unidad a sus hijos
dispersos. Y es iniciativa del Espíritu Santo, don del Padre transmitido por el Hijo, para
que nos unamos a su muerte y resurrección y nos hagamos miembros vivos de su
cuerpo. Por eso la misa se abre y se cierra siempre con el signo de la comunión
trinitaria.
La Institutio generalis (Principios y normas) que presenta y comenta él nuevo Ordo
Missae (Rito de la Misa) ofrece las indicaciones teológicas y la orientación pastoral
fundamental : « La celebración de la misa... es acción de Cristo y del pueblo de Dios,
jerárquicamente ordenado» (n. 1). Por eso implica y supone una presencia activa, una
conciencia responsable y un compromiso consecuente para realizar el acto sagrado. El
contenido de «la acción de Cristo y del pueblo de Dios» consiste en el don de la
salvación, realizada por Cristo y ritualizada sacramentalmente en la celebración; y es ,
ofrenda del culto al Padre, en la mediación de Cristo y en la comunión con él. La
salvación y el culto alcanzan su cima en el signo litúrgico: por eso en la misa se lleva
a cabo en el plano objetivo sacramental la realización más intensa del misterio
pascual, en el cual se ha cumplido la obra de la redención del hombre y de la perfecta
glorificación de Dios. En torno al misterio pascual, actualizado en cada una de las
eucaristías, se hace memoria de los misterios de la redención en la sucesión de los
tiempos del año. Además, de la celebración eucarística dimanan, por derivación,
participación y eficacia, todas las demás acciones sagradas y toda la vida cristiana, de
la misma manera que se orientan hacia ella: la eucaristía es la cumbre y la fuente (SC
10) de la salvación.
Así pues, la misa es el centro de toda la vida cristiana para la Iglesia universal, para la
local y para cada uno de los fieles. Por consiguiente, es de suma importancia que la
celebración de la misa se ordene de tal manera que los ministros y los fieles,
«participando cada uno en ella según su propio orden y grado, obtenga la abundancia
de aquellos frutos para cuya consecución nuestro Señor Jesucristo instituyó el
sacrificio eucarístico de su cuerpo y de su sangre, y lo confió a la Iglesia como
memorial de su pasión y resurrección (n.2).
La celebración del memorial del Se ñor consta de dos partes: la liturgia de la palabra y
la liturgia eucarística. que forman un único acto de culto: otros ritos sirven de
apertura y de clausura de la misma celebración.
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En la plenitud de los tiempos, después de treinta años de vida oculta, nuestro Señor
Jesucristo -el Mesías de Dios (Lc 9,20), el Hijo del Altísimo, el Santo (Lc 1, 31-35),
nacido de mujer (Gál 4,4), nacido de una virgen (Is 7,14; Lc 1,34), enviado de Dios
(Jn 3,17), esplendor de la gloria del Padre (Heb 1,3), anterior a Abraham (Jn 8,58),
Primogénito de toda criatura (Col 1,15), Principio y fin de todo (Ap 22,13), santo
Siervo de Dios (Hch 4,30), Consolador de Israel (Lc 2,25), Príncipe y Salvador (Hch
5,31), Cristo, Dios bendito por los siglos (Rm 9,5)-, durante tres años, predicó el
Evangelio a los hombres como Profeta de Dios (Lc 7,16), mostrándose entre ellos
poderoso en obras y palabras (24,19).
Y una vez proclamada la Palabra divina, consumó su obra salvadora con el sacrificio
de su vida. Primero la Palabra, después el Sacrificio.
El Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo
En cuanto Jesús inicia su misión pública entre los hombres, Juan el Bautista, su
precursor, le señala con su mano y le confiesa repetidas veces con su boca: «ése es el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29.36). Él es el que tiene
poder para vencer el pecado de los hombres, Él va a ser verdaderamente nuestro
Salvador.
Jesucristo, por su parte, es plenamente consciente de su condición de Cordero de
Dios, destinado al sacrificio pascual, para la gloria del Padre y la salvación de los
hombres. Si Juan Bautista, siendo sólo un hombre, en cuanto lo ve, reconoce en él «el
Cordero» dispuesto por Dios para el definitivo sacrificio purificador del mundo, ¿no iba
el mismo Cristo a ser consciente de su propia vocación? Porque Cristo conoce el
designio del Padre, anunciado en las Escrituras, por eso se reafirma siempre en la
misión redentora que le es propia, y por eso rechaza inmediatamente -como sucede
en las tentaciones diabólicas del desierto- toda tentación de mesianismos triunfalistas.
Por otra parte Jesús, en varias ocasiones, avanzando serenamente hacia la cruz, meta
de su vida temporal, predice su Pasión a los discípulos: «Entonces comenzó a
manifestar a sus discípulos que tenía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los
ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas, y ser entregado a la muerte, y
resucitar al tercer día» (Mt 16,21; +17,22-23; 20,17-19). «Ellos no entendieron nada
de esto, y estas palabras quedaron veladas. No entendieron lo que había dicho» (Lc
18,34). Era para ellos inconcebible que su Maestro, capaz de resucitar muertos,
pudiera ser maltratado y llevado violentamente a la muerte.
En estas ocasiones, y en muchas otras, el Señor se muestra siempre consciente de
que va acercándose hacia una muerte sacrificial y redentora. Él es el Pastor bueno,
que «da su vida por las ovejas» (Jn 10,11). Él es «el grano de trigo que cae en tierra,
muere, y consigue mucho fruto» (12,24). Y por eso asegura: «levantado de la tierra,
atraeré todos a mí» (12,32; +8,28)...
La multiplicación de los panes
En el tercer año, probablemente, de su vida pública, nuestro Señor Jesucristo, estando
con miles de hombres en un monte, junto al lago de Tiberíades, poco antes de la
Pascua judía, realiza una prodigiosa multiplicación de los panes y de los peces (Jn 6,1-
15).
Más tarde, regresó a Cafarnaúm, y allí predicó, anunciando la eucaristía, sobre el pan
de vida, un alimento infinitamente superior al maná que Moisés dio al pueblo en el
desierto: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo... Mi carne es verdadera comida, y mi
sangre es verdadera bebida... El que me come vivirá por mí» (6,48-59).
Muchos se escandalizaron de estas palabras, que consideraron increíbles. Y «desde
entonces muchos de sus discípulos se retiraron, y ya no le seguían». Pero los Doce
permanecieron con Él, diciendo: «Señor ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida
eterna» (6,60-69).
Jesucristo, entre Moisés y Elías
También, seguramente, en el año tercero de su ministerio público, Jesús, un día que
se fue al monte con Pedro, Santiago y Juan, «mientras oraba», se transfiguró
completamente, como si «la plenitud de la divinidad, que en él habitaba
corporalmente» (Col 2,9), y que normalmente quedaba velada por su humanidad
sagrada, fuese ahora revelada por esa misma humanidad santísima (Mt 17,1-13; Mc
9,2-13; Lc 9,28-36).
Extasiados los tres apóstoles, vieron de pronto que «se les aparecieron Moisés y Elías,
hablando con Él». «Ellos también aparecían resplandecientes, y hablaban de su
muerte, que había de tener lugar en Jerusalén». Y al punto salió de la nube la voz del
Padre, garantizando a Jesús: «Éste es mi hijo, el predilecto: escuchadle».
Jesús, antes de sellar con su sangre una Alianza Nueva y definitiva, recibe así ante sus
tres íntimos discípulos el testimonio de Moisés, el mediador de la Antigua Alianza, y de
Elías, el que la restauró. Uno y otro cumplieron su misión sobre un altar de doce
piedras, con sangre de animales sacrificados; y Jesús, en la última Cena, lo hará
también sobre la mesa de los doce apóstoles, pero esta vez con su propia sangre. Por
tanto, el mayor de los patriarcas, Moisés, y el principal de los profetas, Elías, dan
testimonio de Jesús. Todo el misterio pascual de Cristo es, pues, un pleno
cumplimiento de «la Ley y los profetas» (+Mt 5,17; 7,12; 11,13; 22,40).
Se decide la muerte de Cristo
La resurrección de Lázaro, ocurrida en Betania, a las puertas de Jerusalén, y poco
antes de la Pascua, exaspera totalmente el odio que hacia Cristo se había ido
formando, sobre todo entre las personas más influyentes de Jerusalén.
«¿Qué hacemos, que este hombre hace muchos milagros?... ¿No comprendéis que
conviene que muera un hombre por todo el pueblo?... Profetizó así [Caifás] que Jesús
había de morir por el pueblo, y no sólo por el pueblo, sino para reunir en la unidad a
todos los hijos de Dios que están dispersos. Desde aquel día tomaron la resolución de
matarle. Jesús, pues, ya no andaba en público entre los judíos, sino que se fue a una
región próxima al desierto, a una ciudad llamada Efrem, y allí moraba con los
discípulos» (Jn 11, 45-54).
Jesús celebra la Pascua
Los sucesos van a precipitarse poco después: la unción de Jesús en Betania, su
entrada triunfal en Jerusalén, el pacto de Judas con el Sanedrín y, finalmente, en el
Cenáculo, la celebración de la Pascua judía. En ella, hasta el último momento, observa
Cristo con los doce -«conviene que cumplamos toda justicia» (Mt 3,15)- cuanto Moisés
había prescrito en este rito, instituído como memorial perpetuo:
«Cuando llegó la hora, se puso a la mesa con sus apóstoles. Y les dijo: He deseado
ardientemente comer esta Pascua con vosotros antes de padecer. Porque os digo que
ya no la comeré hasta que se cumpla en el reino de Dios. Y tomando una copa, dio
gracias y dijo: Tomadla y repartidla entre vosotros. Pues os digo que no beberé ya del
fruto de la vid hasta que llegue el reino de Dios» (Lc 22,14-28).
Liturgia eucarística de la Palabra
Gracias al apóstol Juan (Jn 13-17), conocemos al detalle el Sermón de la Cena, esa
grandiosa Liturgia de la Palabra, en la que Jesucristo revela plenamente la caridad
divina trinitaria, proclamando con máxima elocuencia la Ley evangélica: el amor a
Dios y el amor a los hombres.
-Amor a Dios: «Conviene que el mundo conozca que yo amo al Padre, y que, según el
mandato que me dio el Padre, así hago» (14,31), «obediente hasta la muerte, y
muerte de cruz» (Flp 2,8). Jesucristo entiende la cruz como la plena revelación de su
amor al Padre; como la proclamación plena del primer mandamiento de la ley de Dios:
«así hay que amar al Padre, y así hay que obedecerle; hasta dar la vida por su
gloria».
-Amor a los hombres: «Viendo Jesús que llegaba su hora de pasar de este mundo al
Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, al fin extremadamente
los amó» (Jn 13,1). Y les dijo: «Amáos los unos a los otros, como yo os he amado»
(13,34). «No hay amor más grande que dar la vida por los amigos» (15,13). El Señor
entiende, pues, su cruz como la plena proclamación del segundo mandamiento de la
ley de Dios: «así hay que amar al prójimo, hasta dar la vida por su bien».
Liturgia eucarística del Sacrificio
Cuatro relatos nos han llegado sobre la celebración primera del sacrificio de la Nueva
Alianza, es decir, sobre la institución de la eucaristía. Los dos primeros, de Mateo y
Marcos, son muy semejantes, y expresan la tradición litúrgica judía, de Jerusalén,
llevada por Pedro a Roma. Los dos segundos testimonios representan más bien la
tradición litúrgica de Antioquía, difundida en sus correrías apostólicas por Pablo y
Lucas.
-Mateo 26,26-28. «Mientras comían, Jesús tomó pan, lo bendijo, lo partió y dándoselo
a los discípulos, dijo: Tomad y comed, éste es mi cuerpo. Y tomando un cáliz y dando
gracias, se lo dió, diciendo: Bebed de él todos, que ésta es mi sangre, del Nuevo
Testamento, que será derramada por muchos para remisión de los pecados».
-Marcos 14,22-24. «Mientras comían, tomó pan y bendiciéndolo, lo partió, se lo dió y
dijo: Tomad, éste es mi cuerpo. Tomando el cáliz, después de dar gracias, se lo
entregó, y bebieron de él todos. Y les dijo: Ésta es mi sangre de la Alianza, que es
derramada por muchos».
-Lucas 22,19-20. «Tomando el pan, dio gracias, lo partió y se lo dió, diciendo: Éste es
mi cuerpo, que es entregado por vosotros; haced esto en memoria mía. Asimismo el
cáliz, después de haber cenado, diciendo: Éste caliz es la Nueva Alianza en mi sangre,
que es derramada por vosotros».
-San Pablo, 1 Corintios 11,23-26. «Yo he recibido del Señor lo que os he transmitido;
que el Señor Jesús, en la noche en que fue entregado, tomó el pan, y después de dar
gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo, que se da por vosotros; haced esto en
memoria mía. Y asimismo, después de cenar, tomó el cáliz, diciendo: Este cáliz es la
Nueva Alianza en mi sangre; cuantas veces lo bebáis, haced esto en memoria mía.
Pues cuantas veces comáis este pan y bebáis este cáliz anunciáis la muerte del Señor
hasta que Él venga».
Nótese que el relato de San Pablo, que se presenta explícitamente como «recibido del
Señor», fue escrito en fecha muy temprana, hacia el año 55, y que a su vez refleja
una tradición eucarística anterior.
Institución de la Eucaristía
Según esto, en la Cena del jueves realiza el Señor la entrega sacrificial de su cuerpo y
de su sangre -«mi cuerpo entregado», «mi sangre derramada»-, anticipando ya, en la
forma litúrgica del pan y del vino, la entrega física de su cuerpo y de su sangre, la que
se cumplirá el viernes en la cruz.
-La acción ritual. Conforme a la tradición judía del rito pascual, el Señor «toma», «da
gracias» a Dios (bendice), «parte» el pan y lo «reparte» entre los discípulos. Son
gestos también apuntados en la multiplicación de los panes (Jn 6,11) o en las
apariciones de Cristo resucitado (Emaús, Lc 24,30; pesca milagrosa, Jn 21,13).
-Cordero pascual nuevo. «Cristo, nuestro cordero pascual, ha sido inmolado» (1Cor
5,7), para la salvación de todos. Hemos sido, pues, rescatados «no con plata y oro,
corruptibles, sino con la sangre preciosa de Cristo, cordero sin defecto ni mancha, ya
conocido antes de la creación del mundo, y manifestado al fin de los tiempos por amor
vuestro» (1Pe 1,18-20). San Juan en el Apocalipsis menciona veintiocho veces a
Cristo como Cordero. Y es justamente «el Cordero degollado» el que preside la
grandiosa liturgia celestial (Ap 5,6.12).
-La Nueva Alianza. En la Cena-Cruz-Eucaristía establece Cristo una Alianza Nueva
entre Dios y los hombres. Y esta vez la Alianza no es sellada con sangre de animales
sacrificados en honor de Dios, sino en la propia sangre de Jesús: «Este cáliz es la
Nueva Alianza en mi sangre». La alianza del monte Sinaí queda definitivamente
superada por la alianza del monte Calvario (+Ex 24,1-8; Heb 9,1-10,18).
«La eucaristía aparece al mismo tiempo como el origen y fundamento del nuevo
pueblo de Dios, liberado ahora por la pascua de Cristo y fundado sobre la sangre de la
Nueva Alianza» (Sayés, El misterio eucarístico 107). La Cena pascual de Moisés marca
el nacimiento de Israel como pueblo libre. La Cena pascual de Cristo funda
permanentemente a la Iglesia, el nuevo Israel.
-Memorial perpetuo. Como la Pascua judía, la cristiana se establece como un memorial
a perpetuidad: «haced esto en memoria mía». En la eucaristía, por tanto, la Iglesia ha
de actualizar hasta el fin de los siglos el sacrificio de la cruz, y ha de hacerlo
empleando en su liturgia la misma forma decidida por el Señor en la última Cena.
-Presencia real de Cristo. En la eucaristía el pan y el vino se convierten realmente en
el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo. Ya no hay pan: «esto es mi cuerpo
que se entrega»; ya no hay vino: «ésta es mi sangre que se derrama». Se trata,
pues, de una presencia real, verdadera y substancial de Cristo.
-Pan vivo bajado del cielo. Y es una presencia que debe ser recibida como alimento de
vida eterna: «Tomad y comed, mi carne es verdadera comida»; «tomad y bebed, mi
sangre es verdadera bebida».
-Sacrificio de la Nueva Alianza. La Cena-Cruz-Eucaristía, por tanto, es un sacrificio: el
sacrificio de la Nueva Alianza, que tiene a Cristo como Sacerdote y como Víctima. En
efecto, «Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio... Con
una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados»
(Heb 10,12.14). Volveremos sobre esto una vez que hayamos contemplado la Pasión.
La agonía en Getsemaní
Jesús, en el Huerto de los Olivos, baja hasta el último fondo posible de la angustia
humana (Mt 26,36-46; Mc 14,32-42; Lc 22,40-46). «Pavor y angustia» (Mc), «sudor
de sangre» (Lc), desamparo de los tres amigos más íntimos, que se duermen;
consuelo de un ángel; refugio absoluto en la oración: «pase de mí este cáliz, pero no
se haga mi voluntad, sino la tuya»...
¿Es la muerte atroz e ignominiosa, que se le viene encima, «el cáliz» que Cristo pide
al Padre que pase, si es posible? No parece creíble. El Señor se encarna y entra en la
raza humana precisamente para morir por nosotros y darnos vida. Desea
ardientemente ser inmolado, como Cordero pascual que, quitando el pecado del
mundo, salva a los hombres, amándolos con amor extremo. Él no se echa atrás, ni en
forma condicional de humilde súplica, ni siquiera en la agonía de Getsemaní o del
Calvario. Por el contrario, cuando se acerca la tentación y le asalta -«¿qué diré?
¿Padre, líbrame de esta hora?»-, él responde inmediatamente: «¡para esto he venido
yo a esta hora!» (Jn 12,27). Y cuando Pedro rechaza la pasión de Jesús, anunciada
por éste: «No quiera Dios, Señor, que esto suceda», Cristo reacciona con terrible
dureza: «Apártate de mí, Satanás, que me sirves de escándalo» (Mt 16,21-23).
No. El «cáliz» que abruma a Jesús es el conocimiento de los pecados, con sus terribles
consecuencias, que a pesar del Evangelio y de la Cruz, van a darse en el mundo: ese
océano de mentiras y maldades en el que tantos hombres van a ahogarse, paganos o
bautizados, por rechazar su Palabra y por menospreciar su Sangre en los
sacramentos, sobre todo en la eucaristía. Más aún, la pasión del Salvador es causada
principalmente por el pecado de los malos cristianos que, despreciando el magisterio
apostólico, falsificarán o silenciarán su Palabra; avergonzándose de su Evangelio,
buscarán salvación, si es que la buscan, por otro camino; endureciendo sus corazones
por la soberbia, despreciarán los sacramentos, y sobre todo la eucaristía,
profanándola o alejándose de ella... En definitiva, es la posible reprobación final de
pecadores lo que angustia al Señor, y le lleva a una tristeza de muerte.
Como bien señala la madre María de Jesús de Agreda, «a este dolor llamó Su
Majestad cáliz». Y en esa angustia sin fondo pedía el Salvador a su Padre que, «siendo
ya inexcusable la muerte, ninguno, si era posible, se perdiese»... Y eso es lo que, con
lágrimas y sudor de sangre, Cristo suplica al Padre insistentemente, en una «como
altercación y contienda entre la humanidad santísima de Cristo y la divinidad» (Mística
Ciudad de Dios, 1212-1215).
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SANTA MISA
Todas las veces que comiereis este pan y bebiereis este cáliz anunciaréis la muerte
del Señor hasta que venga. I Cor 11, 26.
Desde el orto del sol hasta el ocaso es grande mi nombre entre las gentes, y en
todo lugar ha de ofrecerse a mi nombre un sacrificio humeante y una oblación pura,
pues grande es mi nombre entre las gentes, dice Yavé de los ejércitos. Pero
vosotros lo profanáis, diciendo: La mesa de Yavé es inmunda, y despreciables sus
alimentos. Y aún decís: ¡Oh, qué fastidio!, y lo despreciáis, dice Yavé de los
ejércitos, y of recéis lo robado, lo cojo, lo enfermo; lo presentáis como ofrenda.
¿Voy a complacerme yo aceptándolo de vuestras manos? Mal 1, 11-13.
Que ésta es mi sangre de la alianza, que será derramada por muchos para remisión
de los pecados, Mt 26, 28.
Y Melquisedec, rey de Salem, sacando pan y vino, como era sacerdote del Dios
Altísimo, bendijo a Abraham diciendo: «Bendito Abrabam del Dios Altísimo, el dueño
de los cielos y tierra» Gen 14, 18-19.
Sin padre, sin madre, sin genealogía, sin principio de sus días sin fin de su vida, se
asemeja en eso al Hijo de Dios, que es sacerdote para siempre. Heb 7, 3.
Habiendo ofrecido en los días de su vida mortal oraciones y súplicas con poderosos
clamores y lágrimas al que era poderoso para salvarle de la muerte, fue escuchado
por su reverencial temor. Y aunque era Hijo, aprendió por sus padecimientos la
obediencia, y al ser consumado, vino a ser para todos los que le obedecen causa de
salud eterna. Heb 5, 7-9.
Pero éste (Cristo Sacerdote), por cuanto permanece para siempre, tiene un
sacerdocio perpetuo. Y es, por tanto, perfecto su poder de salvar a los que por El se
acercan a Dios y siempre vive para interceder por ellos. Heb 7, 24-25.
Mas yo por la misma Ley he muerto a la Ley, por vivir para Dios; estoy crucificado
con Cristo. Gal 2, 19.
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3493 [...] toda Misa, aunque sea celebrada privadamente por un sacerdote, no es
acción privada, sino acción de Cristo y de la Iglesia, la cual, en el sacrificio que ofrece,
aprende a ofrecerse a si misma como sacrificio universal, y aplica a la salvación del
mundo entero la única e infinita virtud redentora del sacrificio de la Cruz (PABLO Vl,
Mysterium Fidei, 3-9-1965, n. 4).
3495 La Misa [...] es acción divina, trinitaria, no humana. E1 sacerdote que celebra
sirve al designio del Señor, prestando su cuerpo y su voz; pero no obra en nombre
propio, sino in persona et in nomine Christi, en la Persona de Cristo, y en nombre de
Cristo (SAN JOSEMARÍA. ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 86).
3496 Cada Misa que se celebra se ofrece no sólo por la salvación de algunos, sino
también por la salvación de todo el mundo (PABLO VI, Mysterium Fidei, 3-9-1965, n.
4).
3498 Cuando celebro la Santa Misa con la sola participación del que me ayuda,
también hay allí pueblo. Siento junto a mi a todos los católicos, a todos los creyentes
y también a los que no creen. Están presentes todas las criaturas de Dios —la tierra y
el cielo y el mar, y los animales y las plantas—, dando gloria al Señor la Creación
entera (SAN JOSEMARÍA. ESCRIVÁ, Hom. Sacerdote para la eternidad, 13-41973).
3499 La santa Misa alegra toda la corte celestial, alivia a las pobres ánimas del
purgatorio, atrae sobre la tierra toda suerte de bendiciones, y da más gloria a Dios
que todos los sufrimientos de los mártires juntos, que las penitencias de todos los
solitarios, que todas las lágrimas por ellos derramadas desde el principio del mundo y
que todo lo que hagan hasta el fin de los siglos (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre
la Santa Misa).
3502 Jesucristo en verdad es sacerdote, pero sacerdote para nosotros, no para si, al
ofrecer al Eterno Padre los deseos y sentimientos religiosos en nombre del género
humano. Igualmente, El es victima, pero para nosotros, al ofrecerse a si mismo en vez
del hombre sujeto a la culpa. Pues bien, aquello del Apóstol: tened en vuestros
corazones los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo en el suyo, exige a todos los
cristianos que reproduzcan en si, en cuanto al hombre es posible, aquel sentimiento
que tenia el divino Redentor cuando se ofrecía en sacrificio, es decir, que imiten su
humildad y eleven a la suma Majestad de Dios la adoración, el honor, la alabanza y la
acción de gracias. Exige, además, que de alguna manera adopten la condición de
victima, abnegándose a si mismos según los preceptos del Evangelio, entregándose
voluntaria y gustosamente a la penitencia detestando y confesando cada uno sus
propios pecados [...] (Pio XII, Enc. Mediator Dei, 22).
Sacramento de la unidad
3504 Esto es lo admirable de esta festividad: que él reúne para celebrarla a los que
están lejos y junta en una misma fe a los que se encuentran corporalmente separados
(SAN ATANASIO, Carta 5).
3505 El día llamado del sol nos reunimos en un mismo lugar, tanto los que habitamos
en las ciudades como en los campos, y se leen los comentarios de los apóstoles o los
escritos de los profetas, en la medida que el tiempo lo permite. Después, cuando ha
acabado el lector, el que preside exhorta y amonesta con sus palabras, en la medida
que el tiempo lo permite [...] Luego, nos ponemos todos de pie y elevamos nuestras
preces; y, como ya hemos dicho, cuando hemos terminado las preces se trae pan,
vino y agua; entonces, el que preside eleva fervientemente oraciones y acciones de
gracias, y el pueblo clama: Amén. Seguidamente tiene lugar la distribución y
comunicación, a cada uno de los presentes, de los dones sobre los cuales se ha
pronunciado la acción de gracias, y los diáconos los llevan a los ausentes (SAN
JUSTINO, Apología 1. a, 66-67).
3506 [...] la unidad de los fieles, que constituyen un solo cuerpo en Cristo, está
representada y se realiza por el sacramento del pan eucarístico (CONC VAT 11, Const.
Lumen Gentium, n. 3)
3507 ¿Estáis allí con las mismas disposiciones que la Virgen Santísima estaba en el
Calvario, tratándose de la presencia de un mismo Dios y de la consumación de igual
sacrificio? (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre el pecado).
3508 Reunidos cada domingo, partid el pan y dad gracias, después de haber
confesado vuestros pecados, a fin de que vuestro sacrificio sea puro (Doctrina de los
doce apóstoles, cap. 9)
3509 La Misa acabada, recójase media hora a dar gracias y hólguese con el que en
sus entrañas tiene, y aprovéchese de El, no de otra manera de como cuando acá vivía
fue recibido de Zaqueo o de Mateo, o de otro que se lea; porque el más quieto tiempo
de todos es aquel mientras el Señor está en nuestro pecho, el cual tiempo no se ha de
gastar en otras cosas, si extrema necesidad a otra cosa no nos constriñese [...] (SAN
JUAN DE AVILA, Carta 5).
3513 De la misma manera que vemos cómo los ángeles se encuentran rodeando el
cuerpo del Señor en el sepulcro, así debemos creer también que se encuentran
haciendo la corte en la Consagración (SAN BEDA, en Catena Aurea, vol. VI, p. 529).
3514 Allí están presentes muchos ángeles [...], para venerar este santo misterio; y
así, estando nosotros con ellos y con la misma intención, es preciso que con tal
compañía recibamos muchas influencias propicias. En esta acción divina se vienen a
unir a nuestro Señor los corazones de la Iglesia triunfante y los de la Iglesia militante,
para prendar con El, en El y por El el corazón de Dios Padre, y apoderarse de toda su
misericordia (SAN FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, II, 14).
3515 El santo abad Nilo nos refiere que su maestro San Juan Crisóstomo le dijo un día
confidencialmente que, durante lá santa Misa, veía a una multitud de ángeles bajando
del cielo para adorar a Jesús sobre el altar, mientras muchos de ellos recorrían la
iglesia para inspirar a los fieles el respeto y amor que debemos sentir por Jesucristo
presente sobre el altar. ¡Momento precioso, momento feliz para nosotros, aquel en
que Jesús está presente sobre nuestros altares! ¡Ay!, si los padres y las madres
comprendiesen bien esto y supiesen aprovechar esta doctrina, sus hijos no serían tan
miserables ni se alejarían tanto de los caminos que al cielo conducen. ¡Dios mío,
cuántos pobres junto a un tan gran tesoro! (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la
Santa Misa).
3516 La Santa Misa nos sitúa de ese modo ante los misterios primordiales de la fe,
porque es la donación misma de la Trinidad a la Iglesia. Así se entiende que la Misa
sea el centro y la raíz de la vida espiritual del cristiano. Es el fin de todos los
sacramentos (cfr. SANTO TOMÁS, Suma Teológica 3, q. 65 a. 3). En la Misa se
encamina hacia su plenitud la vida de la gracia, que fue depositada en nosotros por el
Bautismo, y que crece, fortalecida por la Confirmación (SAN JOSEMARÍA. ESCRIVÁ, Es
Cristo que pasa, 87).
3519 Para satisfacer esta exigencia de unión con Dios y de entrega a los hombres, el
sacerdote encuentra el centro y raíz de toda su vida en el Sacrificio Eucarístico, donde
en unión con Jesucristo, se ofrece enteramente a Dios en sacrificio de adoración, para
llenarse a su vez de la caridad de Cristo pro mundi vita (Jn 6, 52) (A. DEL PORTILLO,
Escritos sobre el sacerdocio, p. 54).
3520 Todos los afectos y las necesidades del corazón del cristiano encuentran, en la
Santa Misa, el mejor cauce: el que, por Cristo, llega al Padre, en el Espíritu Santo. El
sacerdote debe poner especial empeño en que todos lo sepan y lo vivan. No hay
actividad alguna que pueda anteponerse, ordinariamente, a ésta de enseñar y hacer
amar y venerar a la Sagrada Eucaristía (SAN JOSEMARÍA. ESCRIVÁ, Hom. Sacerdote
para la eternidad, 13-4-1973).
3521 ¡Cuántas almas saldrían del pecado, si tuviesen la suerte de oír la Santa Misa en
buenas disposiciones! No nos extrañe, pues, que el demonio procure en ese tiempo
sugerirnos tantos pensamientos ajenos a la devoción (SANTO CURA DE ARS, Sermón
sobre la Santa Misa).
3522 Conviene, pues, venerables hermanos, que todos los fieles se den cuenta de que
su principal deber y mayor dignidad consiste en la participación en el sacrificio
eucarístico (Pio XII, Enc. Mediator Dei, n. 22).
3523 La Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este
misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que, comprendiéndolo bien
a través de los ritos y oraciones, participen consciente, piadosa y activamente en la
acción sagrada (CONC. VAT. II, Const. Sacrosanctum Concilium, 48).
3524 Es menester que el rito externo del sacrificio, por su misma naturaleza,
manifieste el culto interno; y el sacrificio de la nueva ley significa aquel supremo
acatamiento con que el mismo oferente principal, que es Cristo, y por El todos sus
miembros místicos, honran y veneran a Dios con el debido honor (Pio XII, Enc.
Mediator Dei).
3526 Después de haber participado en la Misa, cada uno ha de ser solicito en hacer
buenas obras, en agradar a Dios y vivir rectamente, entregado a la Iglesia,
practicando lo que ha aprendido y progresando en el servicio de Dios, trabajando por
impregnar al mundo del espíritu cristiano y también constituyéndose en testigo de
Cristo en toda circunstancia y en el corazón mismo de la convivencia humana (PABLO
VI, Eucharisticum mysterium,n. 13).
3527 No hay momento tan precioso para pedir a Dios nuestra conversión como el de
la Santa Misa (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la Santa Misa).
Pero la gran miseria que nos hace sufrir, la gran necesidad a la que queremos poner
remedio es el pecado, el alejamiento de Dios, el riesgo de que las almas se pierdan
para toda la eternidad. Llevar a los hombres a la gloria eterna en el amor de Dios: ésa
es nuestra aspiración fundamental al celebrar la Misa, como fue la de Cristo al
entregar su vida en el Calvario (SAN JOSEMARÍA. ESCRIVÁ, Hom. Sacerdote para la
eternidad, 13-4-1973).
3529 ¿Cómo podríamos tomar parte en el sacrificio sin recordar e invocar a la Madre
del Soberano Sacerdote y de la Victima? Nuestra Señora ha participado muy
íntimamente en el sacerdocio de su Hijo durante su vida terrestre, para que esté
ligada para siempre al ejercicio de su sacerdocio. Como estaba presente en el
Calvario, está presente en la Misa, que es una prolongación del Calvario. En la Cruz
asistía a su Hijo ofreciéndose al Padre; en el altar, asiste a la Iglesia que se ofrece a si
misma con su Cabeza, cuyo sacrificio renueva. Ofrezcámonos a Jesús por medio de
Nuestra Señora (P. BERNADOT, La Virgen en mi vida, p. 233).
Misa.- "Entrarnos en la comunión de Jesucristo, de sus trabajos y de su Divinidad con
el sacrificio incruento que se ofrece en la Iglesia. (S. Greg. Nacianc., Orat. 3, sent. 8,
Tric. T. 3, p. 383.)"
"Y empezaron a comer. Todos los días se celebra el festín que hizo a su hijo el padre
pródigo. todos los días recibe el Padre celestial a su Hijo: continuamente es sacrificado
Jesucristo en la Iglesia por los fíeles. (San Jerón., Ep. 140, ad Cypr., sent. 57, Tric. T.
5, p. 248.)"
"Nuestro principal sacrificio es el don saludable que se ofrece sobre el santo altar; el
segundo, es el martirio; el tercero, la oración; el cuarto, la alegría del corazón; el
quinto, la justicia; el sexto, la limosna; el séptimo, las alabanzas de Dios; el octavo, la
compunción del alma; el noveno, la humildad; el décimo, la predicación. (S. Juan
Crisóst., in Psalm. 95, sent. 131, Tric. T. 6, p. 324.)"
"Es necesario socorrer a los difuntos, no con lágrimas de arrepentimiento, sino con
oraciones, súplicas, ofrendas y limosnas; pues no sin razón se han instituido estas
cosas: no en vano hacemos memoria de los difuntos en la celebración de los divinos
misterios, y pedimos por su alivio al Cordero inmaculado que se ofrece, y que llevó y
borró los pecados del mundo; y no sin razón, dice en alta voz el que asiste delante del
altar mientras se celebran los divinos misterios: esto se hace por todos los que
duermen en Jesucristo, y por que celebran su memoria. (S. Juan Crisóst., Horril. 41,
sent. 321, Tric. T. 6, p. 369.)"
"El que quiere oír misa entera con grandes ventajas de su alma, debe estar en la
iglesia con humilde postura de su cuerpo, y con el corazón contrito, hasta tanto que se
haya dicho la oración del Señor, y se haya echado la bendición al pueblo. (S. Cesáreo
de Arlés, Serm. 80, sent. 16, Tric. T. 9, p. 46.)"
"El gran sacrificio del Altar basta para satisfacer a Dios, porque tiene un valor
infinitamente más grande que el peso de las iniquidades de todo el universo. San
Pablo lo dice también a los Romanos: Cuando creció el pecado, sobrepujó la gracia:
Ubi abundavit delictum, superabundavit et gratia. (Barbier., ibid., ibid.)"
"El santo sacrificio se ofrece por tres principales motivos: primero, en acción de
gracias por los bienes recibidos; segundo, para satisfacción de los pecados cometidos;
y tercero, para pedir los auxilios y gracias necesarios... Nosotros también hemos de
ofrecemos a Dios... Durante la misa conviene pensar en Aquél a quien se ofrece el
sacrificio... en el que lo ofrece, es decir, en Jesucristo,... en el que es ofrecido... y en
el motivo porque se ofrece... Siendo el santo sacrificio el memorial del amor de
Jesucristo hacia los hombres, hemos de meditar, mientras se ofrece, en los
sufrimientos del Salvador y en su amor inmenso. Es el medio de oír misa con mucho
fruto... Hemos de asistir a misa con el profundo respeto interior y exterior que exige
el lugar santo, la presencia de Dios, la de los Ángeles y de los fieles, y finalmente el
pensamiento del gran misterio que se opera... Hemos de oír misa con fe, humildad,
compunción, temor y confianza... Si así se oyera, otra sería la vida de los cristianos.
(Barbier., ¡bid., p. 378.)"
"Muchos no se presentan sino para ser vistos y estimados en público; y si han llegado
a ganarse los aplausos de la concurrencia que les escucha, se alegran tanto como si
hubieran ganado un reino. (S. Juan Crisóst., Homl. 30, c. 14, sent. 275, Tric. T. 6, p.
357.)"
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En el siglo 11 el obispo adquirió una función cada vez más destacada dentro del
presbiterio, aunque en estrecha conexión con el mismo y con toda la comunidad,
por la que era elegido. Pero luego recibía la aprobación, con el rito de la imposición
de manos, de los responsables de las comunidades cristianas precedentes,
manteniendo así una vinculación continua y viva con las personas y el mensaje de
los apóstoles. De todas formas, la estructuración actual de los ministerios directivos
de la comunidad local con el obispo en su cima, ayudado por el colegio de los
presbíteros y de los diáconos, se afirmó con claridad en Antioquía con Ignacio a
comienzos del siglo 11. Al obispo Y a los presbíteros corresponde la liturgia, sobre
todo el ofrecimiento del sacrificio, y la tarea de apacentar la grey. Los diáconos no
ejercen un servicio sacerdotal.
(MINISTERIOS - NO ORDENADOS)
Por ministerio se entiende toda función ejercida dentro de la comunidad y para la
edificación de la misma. En general, el ministerio se caracteriza por una cierta
continuidad y por la existencia de un mandato eclesial más o menos explícito. Se
trata, pues, esencialmente de un "servicio», que expresa además la idea de una
fidelidad y adhesión especial a Dios y por tanto a los hermanos.
Una de las novedades del período posterior al Vaticano II reside en la valoración de los
ministerios no ordenados, que no sólo han ocupado el sitio de las antiguas «órdenes
menores», sino que han modificado su estatuto teológico-eclesial. Efectivamente. las
órdenes menores estaban reservadas para los candidatos al sacerdocio, y su sentido
fundamental, incluso existencialmente, era el de constituir una etapa de transición con
vistas al sacerdocio ordenado. Esta situación cambió después del motu proprio
Ministeria quaedam de Pablo VI ( 15 de agosto de 1972), con el que -una vez abolido
el subdiaconado, el exorcistado y el ostiariado- el lectorado y el acolitado se
convertían, de órdenes menores, en «ministerios instituidos» (para distinguirlos de los
ministerios «ordenados»: diaconado, presbiterado, episcopado) y no ya en simples
etapas de paso para los aspirantes al sacerdocio, dado que pueden ser recibidos
también por viri laici.
El primer proyecto de reestructuración de los ministerios que apareció en el Vaticano
II se limitaba a proponer la supresión del exorcistado, del ostiariado y del
subdiaconado, manteniendo el lectorado y el acolitado como «órdenes menores » (es
decir como prerrogativa de los clérigos y etapa de transición hacia el sacerdocio). Pero
el hecho de que hoy se trate de « ministerios instituidos», es decir, no relacionados
con una ordenación, y que estén también abiertos a los laicos, supone un cambio
importante tanto de sus funciones como (sobre todo) de su significado eclesial.
También es apropiado hablar de ministerios laicales, ya que los fieles que los ejercen
no actúan como suplentes de los clérigos, sino que hacen operativa una especificación
particular de su dignidad bautismal.
Este libro figura en el canon entre los doce profetas menores. Contiene probablemente
partes que proceden de épocas muy diversas. El núcleo básico lo constituyen las
palabras del profeta Miqueas, del siglo Vlll, con sucesivas reelaboraciones en el
período del destierro. Sobre la persona de Miqueas nos da noticias sobre todo el título
( 1 , 1), que lo presenta como un conten-lporáneo algo más joven que Isaías, y del
reino de Judá como él. A comienzos de su actividad, por el 740-736, todavía existía el
reino del norte: Miqueas conoció su lenta agonía, sufrió por la toma de Samaría y por
la deportación de sus habitantes (721); conoció también la invasión de Senaquerib
sobre Judea. En su mensaje se van alternando los reproches ( 1 -3; 6-7: procesos a
Israel) y los anuncios de salvación (cc. 4-5: promesas a Sión). Los primeros atacan la
idolatría, la avaricia y la codicia de los ricos, la corrupción en la administración pública.
Se acusa a todas las categorías sociales, ya que todas ellas actúan contra la orden del
Señor de cumplir la justicia (6,8), De aquí el anuncio del castigo. Pero en una
situación tan amenazadora surgen los oráculos de esperanza, que culminan en los cc.
4-5 con la confirmación de la doctrina del «resto» (.7, Amós) .1 con el anuncio del
nacimiento del Mésías davídico en Belén (5,1-5).
G. Lorusso
Bibl.: L, Alonso Schokel - J L. Sicre. Profétas. 11, Cristiandad, Madrid 1980,
10331072; N. Flanagan, Amós, Oseas y Miqueas, Mensajero/Sal Terrae, Bilbao y
Santander 1969; J. L. Sicre, Profetismo en Israel, Verbo Divino. Estella 1992
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Cristo cambia la vida. El encuentro con Cristo cambia radicalmente la vida de una
persona, la lleva a la «metánoia» o conversión profunda de la mente y del corazón y
establece una comunión de vida que se convierte en seguimiento. En los Evangelios,
el seguimiento se expresa con dos actitudes: la primera consiste en «hacer camino»
con Cristo; la segunda, en «caminar detrás» de Él, auténtico guía.
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“Cuando veáis a un hombre atacado encarnizadamente, con furia, por toda clase de
gente y por todos los medios, estad seguros de que tal hombre es de mucha valía”
Sainte-Beuve.
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Si las lágrimas son efecto de la sensibilidad del corazón, desdichado de aquel que no
es capaz de derramarlas. Lágrimas sinceras son del mayor precio.
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Frente a la agresión indecorosa y embestida vil de tantas sectas, conviene recordar la exhortación de
Pablo a Timoteo, sobre el espíritu de fortaleza, amor y buen juicio, que los cristianos hemos recibido, y
que debe guiar nuestra actuación, más aún en periodos de tormenta. La secta divide, nosotros debemos
unirnos.
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Anno Domini 2007 - "In Te, Domine, speravi; non confundar in aeternum!".
Mane nobiscum, Domine! ¡Quédate con nosotros, Señor!
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El mundo, visto a través de Dios, es fraterno y hermoso, hasta en la hermana muerte, se disfruta en su
voluntaria privación. Es el arte de la posesión en Dios, el arte de poseer la tierra con esa extraña lógica de los
santos que es su tener y no tener: no teniendo nada, no deseando nada, se posee de verdad todo, siendo libre
de las cosas se señorea alegremente el universo.-
¡¡¡ paz y bien !!! Paix et bien!!! frieden und guten! Pace e bene! Peace and godness! “El que a vosotros escucha,
a mí me escucha” (Lc 16,10).
"Marana tha, ven, Señor Jesús" (Ap 22, 20).
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‘El cristianismo desvelado’La editorial Edaf presenta el nuevo libro de Luis Antequera: Respuesta a las 103
preguntas más frecuentes sobre el cristianismo», se presenta como un compendio útil y necesario frente a las
preguntas más habituales sobre la inagotable herencia cristiana de la sociedad occidental.
Este tratado de tipo histórico, sin ninguna pretensión teológica, aporta luz y datos sobre la figura de Jesús, el
Papado, la Iglesia, los dogmas y ritos cristianos. Antequera da respuestas a cuestiones tales como cuándo nació
Jesús, si tuvo hermanos y novia, si fue su madre una virgen y otras como quiénes son los ortodoxos, en qué se
diferencian de los católicos, por qué los sacerdotes no se casan y si existen los ángeles y el demonio. Según el
autor: «Un libro de consulta, de lectura no lineal, dirigido a cualquiera que quiera conocer la religión cristiana,
sin ser necesariamente creyente». 2008