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La paz remplaza la hostilidad y el enojo

Pablo advirtió: «Si se enojan, no pequen» (Efesios 4:26).

Ninguna clase de vicio, mundanalidad, avaricia ni la propia embriaguez, hace


más por descristianizar que el mal carácter. Para amargar la vida, desunir
comunidades, destruir las relaciones más sagradas, devastar hogares, marchitar
hombres y mujeres, destruir el florecimiento de la niñez, en pocas palabras, esta
influencia es única para producir desdicha gratuitamente.

Todos hemos tenido que lidiar con el enojo. Unos crecimos en hogares en los
que el exceso resultó en abuso. Algunos a veces lo excusan alegando que son
irlandeses o italianos o de sangre caliente o de pelo rojo. Pero el enojo no tiene
nada que ver con lo étnico, la temperatura de la sangre o el color del cabello de
uno, toda la gente se enoja. A menos que sea controlada por la paz de Dios, la
ira puede devorar su felicidad, robar su gozo, atacar su salud, destruir sus
relaciones y dañar su fe. El enojo no es incorrecto en sí mismo; lo incorrecto es
la forma que escogemos para demostrarlo que casi siempre es errada.

La paz le permitirá resolver el estrés


En los años sesenta, los que predijeron las ventajas futuras de la tecnología y
las innovaciones pensaron que el reto más grande sería el aburrimiento. Creían
que la tecnología que ahorraba tiempo, aumentaría la productividad e informaron
a una subcomisión del Senado que en 1985 las personas trabajarían
aproximadamente veintidós horas a la semana, veintisiete semanas al año y se
retirarían a los treinta y ocho años. ¡Ahora vemos esos números y nos reímos!

Siento preocupación por la familia común que crece en la iglesia. La unidad del
esposo y la esposa promedios actualmente trabaja de noventa a cien horas por
semana. Las familias reciben golpes duros por los excesivos compromisos de
negocios que no los aburren pero los agotan. ¿Cómo podemos controlar el estrés
de nuestras vidas y hallar un balance? Cuando Jesús nació los ángeles
anunciaron a los pastores: «Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los
que gozan de su buena voluntad» (Lucas 2:14, énfasis añadido).
En medio de su estilo de vida frenético, Jesús le puede hablar respecto a
equilibrio, descanso y paz. Pablo dijo: «Nos vemos atribulados en todo, pero no
abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados;
derribados, pero no destruidos» (2 Corintios 4:8-9). ¿Cómo trató tal estrés? Su
secreto se encuentra en el versículo 7: «Pero tenemos este tesoro en vasijas de
barro para que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros».
El tesoro del que habló es “su luz en nuestro corazón para que conociéramos la
gloria de Dios” (v. 6).
Nosotros somos las «vasijas de barro.» El asombroso tesoro en nuestra persona
es nuestra relación con Jesús y el conocimiento que tenemos de la gloria de
Dios. Philip Hughes afirma en su comentario acerca de 2 Corintios respecto a lo
que él cree que Pablo estaba diciendo cuando usó las palabras «vasijas de
barro» y «tesoro»: No era inusual que los tesoros más preciosos fuesen ocultos
en recipientes sin valor. En las procesiones triunfales de los romanos, también
era usual que el oro y la plata se cargaran en vasijas de barro. Por eso Plutarco
describe cómo, en la celebración de la victoria de Aemilius Paulus de Macedonia,
en 167 a.C., tres mil hombres siguieron las carretas cargadas de monedas de
plata en setecientos cincuenta vasijas, cada una con tres talentos y llevadas por
cuatro hombres… Era muy posible que las intenciones [de Pablo] sugirieran aquí
un cuadro del Cristo victorioso, confiando sus riquezas a las pobres vasijas de
barro que eran sus seguidores humanos.

Usted tiene un tesoro. A pesar del tremendo estrés de su vida, puede hallar
equilibrio. Pero debe tomarse el tiempo para dejar que Jesús le ayude con la
carga que está aguantando. Él le hablará cuando ore. Le comunicará la verdad
cuando lea su Palabra. Y le indicará como darle prioridad a su vida.
PAZ EN MEDIO DE LA CRISIS
Los huracanes son tormentas furiosas, poderosas y catastróficas que pueden
moverse a velocidades superiores a los ciento cincuenta kilómetros por hora. Las
olas y la lluvia que acompañan a los huracanes han inundado a muchas
comunidades en las costas y destruido a miles de casas y negocios a través de
los años. Sin embargo, el ojo del huracán, es calmado y aun tranquilo.
El Salmo 46 dice:
Dios es nuestro amparo y nuestra fortaleza,
Nuestra ayuda segura en momentos de angustia.
Por eso, no temeremos aunque se desmorone la tierra
y las montañas se hundan en el fondo del mar;
Aunque rujan y se encrespen sus aguas,
y ante su furia retiemblen los montes …
Quédense quietos, reconozcan que yo soy Dios.
¡Yo seré exaltado entre las naciones!
¡Yo seré enaltecido en la tierra!
El Señor Todopoderoso está con nosotros.
(Vv. 1-3, 10-11)
Cada quien tendrá tiempos de crisis. El consejero cristiano y autor H. Norman
Wright dice en su libro Crisis Counseling [Orientación en las crisis] que «el
sendero por la vida es una serie de crisis; unas son previsibles y esperadas, otras
son totalmente sorpresivas. Algunas crisis son del desarrollo y otras de
situación… Estar vivos quiere decir que constantemente tenemos que resolver
problemas. Cada situación nueva que hallamos nos da la oportunidad
dedesarrollar formas novedosas para usar nuestros recursos y obtener el
control».
Cuando llega una crisis sabemos que Cristo está allí con nosotros, pues él dijo:
«Estaré con ustedes siempre» (Mateo 28:20). El escritor de Hebreos nos
recuerda que «Dios ha dicho: “Nunca te dejaré; jamás te abandonaré”» (13:5).
Tenemos una relación con el Cristo vivo y podemos ir a él, hablar con él y
depender de él para que nos dé una paz única aun en tiempos de crisis.
La paz de Dios nos anima a ser pacificadores
Es posible que todos hayamos tenido una experiencia similar en la que
desesperadamente queríamos pagarle a alguien con un mal igual al recibido.
Todos hemos sido heridos en forma verbal, emocional o física por alguien. Pero
¿nos permite eso devolver el agravio? No, no debemos pagar mal con mal
(Romanos 12:17-21), dejémoslo en las manos de Dios.
Jesús dijo: «Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos
de Dios» (Mateo 5:9). Puesto que pertenecemos al que creó la paz y tenemos
una vida en paz, podemos volvernos pacificadores.
Leí esta anécdota que me retó.
—Dime el peso de un copo de nieve —le preguntó un gorrión a una paloma
silvestre.
—Nada más que nada —fue la respuesta.
—En ese caso, te debo contar una historia maravillosa — dijo el gorrión—. Me
paré en la rama de un pino, cerca del tronco, cuando comenzó a nevar, no tan
fuerte como una cruda tempestad, no; igual que en un sueño, sin sonido ni
violencia. Como no tenía algo mejor que hacer, me puse a contar los copos de
nieve que se acumulaban en las ramitas y las agujas de mi rama. El número fue
exactamente 3.741.952. Cuando cayó el copo 3.741.953, nada más que nada,
como dijiste, la rama se quebró.
Dicho eso, el gorrión se fue volando. La paloma, una autoridad en el tema desde
el tiempo de Noé, pensó en la historia por un rato, y al fin se dijo a sí misma: «Tal
vez solo se necesite la voz de una persona para que la paz venga al mundo.»

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