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Tema 2. Antecedentes. Textos clásicos en teoría de la traducción.

Cuestiones básicas tratadas o mencionadas en el dossier de textos clásicos sobre traducción, tomados a
partir de Vega, M.A. (1994): Textos clásicos de teoría de la traducción, Madrid, Cátedra.

‘Circular sobre la traducción’ Martín Lutero (1530)

La ‘Circular sobre la traducción’ de Lutero nos permite, antes de nada, ilustrar el concepto de
‘historicidad’ en la práctica traductológica. La traducción de la Biblia al alemán, llevada a cabo por
Lutero, debe entenderse como una particular práctica social que se explica en el contexto sociohistórico
propio de los orígenes del protestantismo. Constituye un acto de rebeldía hacia el poder institucional del
Papado. El protestantismo defiende un tipo de relación directa del individuo con la divinidad, no mediada
por la institución eclesiástica. En este sentido, la traducción de la Biblia a una lengua vernácula permite el
acceso directo de sus hablantes al texto sagrado, bien porque puedan leerlo, o bien porque puedan
escucharlo en lecturas comunitarias.

Existe, adicionalmente, un cofactor político que explica de manera genérica no solo ya la traducción de la
Biblia, sino también la de otros textos de la tradición clásica a las lenguas vernáculas europeas en el siglo
XVI. Nos referimos al hecho de que se están constituyendo los estados nacionales, aunque el caso alemán
es singular en este aspecto: existe idea de nación alemana, pero la unidad estatal deberá esperar hasta el
siglo XIX. En cualquier caso, las lenguas correspondientes a estos estados o naciones se transforman en
instrumentos simbólicos diferenciadores de estas nuevas entidades políticas. Las traducciones cobran un
papel muy importante en la estandarización y prestigio de dichas lenguas. Al efecto de la estandarización
y del prestigio del alemán contribuye especialmente la traducción del texto bíblico por parte de Lutero.

El significado sociohistórico de la traducción puede referirse también a la solución o técnica concretas


que merece la traducción de determinado pasaje. Este es el caso de la ‘expansión’ que supone la
introducción de la partícula ‘allein’ en el famoso pasaje de San Pablo en Romanos 3: Arbitramur
hominem justificari ex fide absque operibus legis, que se traduce como consideramos que el hombre se
salva sin las obras de la ley, sólo (allein) a través de la fe. Es obvia la intencionalidad ideológica de este
tipo de expansión. En las ‘obras’ se mezclan los factores espirituales con los materiales, y ello interesa a
un Papado que mezcla también intereses espirituales con un poder material muy importante en el tiempo
de Lutero. En la ‘fe’ , por el contrario, lo espiritual se ofrecería de manera ‘pura’, no contaminada por los
intereses materiales. En el transfondo de toda esta cuestión se sitúan los intereses propios de un
capitalismo emergente que tiene que poner en circulación bienes que, perteneciendo a la Iglesia, no
podían entrar en los circuitos de la nueva economía.

La traducción del mencionado pasaje es justificada por Lutero en términos de opción por una norma
traductológica ‘naturalizadora’: esto es, hacer hablar al texto traducido como naturalmente se habla en la
comunidad receptora. Lutero –según él mismo afirma- presta oídos al decir común de la gente, para
escribir luego teniéndolo en cuenta. El decir común del alemán requiere –según Lutero- para la expresión
de contrastes una correlación donde el término positivo lo ofrece ‘allein’ y el negativo ‘kein’ o ‘nicht’. La
naturalización está asociada a la clarificación (traducir es clarificar), lo que supone en ocasiones explicitar
en el texto traducido lo que aparece implícito en el original. Este sería un segundo argumento de Lutero
que justifica la introducción de término ‘allein’ en la versión alemana de la Biblia. En esta argumentación
‘naturalizadora’ que nos ofrece Lutero, se contiene un anticipo de la idea propia del romanticismo alemán
de ‘lengua como conformadora de experiencia’. ‘Naturalizar’ un texto es acomodarlo a una manera
particular de ‘ver’ o ‘pensar’ el mundo. La naturalización va asociada a una paradoja: hacer de fácil
lectura el texto traducido puede ser la causa de que todo el esfuerzo traductológico se haga invisible, y de
que el texto traducido resulte fácilmente apropiable por otro (caso del sudita de Dresde, mencionado en la
‘Circular’).

‘Sobre los diferentes métodos de traducir’ Friedrich Schleiermacher (1813)

El texto de Schleiermacher debe entenderse dentro del contexto filosófico propio del romanticismo
alemán, y como reflexión propia de un traductor (muy notable) de textos clásicos griegos al alemán, en
particular de la obra de Platón. Destacamos en este texto tres cuestiones fundamentales:
1) Reflexionar sobre el traducir es reflexionar sobre el lenguaje y la comunicación. La problemática
básica de la mediación interlingüística la podemos encontrar ya expresada en la problemática básica de la
comunicación dentro de una misma lengua, esto es, como actividad mediadora entre sus diferentes
registros, dialectos o modos de expresión (esto es lo que se ha conocido técnicamente como ‘traducción
intralingüística).
2) El concepto básico de ‘heterogeneidad’ en la práctica traductora es también especialmente focalizado
por Schleiermacher. Se nos habla de dos modalidades traductológicas que denomina traducción,
propiamente dicha, e interpretación. En su versión de estos términos, la traducción propiamente dicha se
aplica a textos normalmente escritos con sello autorial, y la interpretación se aplica a usos orales del
lenguaje de finalidad eminentemente práctica. Estas dos modalidades básicas de la mediación
interlingüística (traducción en sentido lato) se ponen en relación con dos modos genéricos de uso del
lenguaje. Uno sería aquel en el que el lenguaje cobra una función constitutiva de experiencia del mundo,
otro sería aquel en el que el lenguaje sirve como mero instrumento para designar objetos y sus relaciones
previamente constituidos. Los productos del primer tipo de uso son los que corresponden a la traducción
propiamente dicha, los productos del segundo tipo de uso son los que corresponden a la interpretación.
3) Schleirmacher, como anuncia el título de su ensayo, nos habla también de métodos del traducir, esto
es, normas genéricas que guían la labor del traductor (se refiere aquí tan solo a lo que –según él- sería la
traducción en sentido estricto: la de textos escritos con sello autorial). Schleiermacher nos habla en primer
lugar de métodos aproximativos en los que el objetivo básico de la traducción no se llega a cumplir, esto
es, aproximar de alguna forma el espacio mental del receptor de la traducción al del autor del texto
original. Estos métodos aproximativos (preparatorios de las verdaderas traducciones) serían la paráfrasis
(traducción explicativa que nos hace perder totalmente el efecto retórico del original) y la imitación
(búsqueda de un efecto retórico parecido al original a costa de violentar el contenido del mismo). La
verdadera traducción –como acaba de decirse- debe procurar una aproximación entre lector de la
traducción y autor del texto original, que no desvirtúe ni los contenidos, ni el efecto retórico del texto
original. Admite Schleiermacher que este objetivo puede cumplirse con dos métodos o perspectivas, que
describe en términos de simulacros. Un simulacro es aquél que ‘deja al escritor lo más tranquilo posible y
hace que el lector vaya a su encuentro’ y otro es aquél que ‘deja lo más tranquilo posible al lector y hace
que vaya a su encuentro el escritor’. Expresado esto en otros términos, los de la propia actividad del
traductor, diremos que el primer simulacro supone que un traductor, ‘lector máximamente cualificado’ del
texto original, trata de llevar a los destinatarios de la traducción a ese espacio de ‘lectura’ original. El
segundo simulacro supone que un traductor, ‘escritor impregnado’ del sentido propio del texto original,
escribe la traducción como el autor original hubiera escrito el texto de haber conocido la lengua meta de
la traducción.

‘Esplendor y miseria de la traducción’ José Ortega y Gasset (1937: publicación original en el diario La
Nación de Buenos Aires)

Ortega encuadra sus reflexiones sobre la traducción en el marco general de un discurso antropológico.
Reflexionar sobre la traducción es no ya solo reflexionar sobre el lenguaje y la comunicación, idea que
comparte Ortega con Schleiermacher, sino –más aún- reflexionar también sobre la propia condición del
hombre. Según Ortega, la traducción ejemplifica la naturaleza ‘utópica’ de toda empresa humana, que se
encuentra guiada siempre por ideales que no se ven cumplidos nunca. Que no se cumplan es, en realidad,
la condición que define justamente a los ideales. La condición humana es por este motivo paradójica, y en
este tipo de clave formula Ortega algunas de sus ideas sobre el lenguaje y la práctica traductora.

Entre ellas destaca la idea de que el decir específicamente humano requiere del silencio, de manera
también que cada lengua se caracteriza por explicitar cosas que otras dejan implícitas. La labor del
traductor tendría que ver con el correcto análisis de este balance entre lo implícito y lo explícito para las
lenguas a las que sirve de mediador. El análisis de este balance no permite, sin embargo, superar del todo
el hecho de que hablar lenguas diferentes es vivir en ámbitos de experiencia siempre hasta cierto punto
diferentes, y por este motivo la búsqueda de equivalencias se verá siempre parcialmente frustrada. En
realidad, para Ortega, la mejor traducción es aquella que no engaña sobre esta dificultad que existe en
unir o proponer como idéntico lo que es diferente, sino que, paradójicamente, proponiendo equivalencias
respecto al original deja en el texto traducido las huellas de las diferencias no resueltas, las huellas de una
alteridad que no puede ser plenamente asimilada. Este punto de vista considera que las traducciones (las
buenas traducciones) alteran de alguna manera la norma expresiva de la lengua meta. Pero, según Ortega,
todo acto original de escritura supone justamente también eso: ‘erosión’ o modificación de la norma
expresiva (es decir, supone apartarse de lo que el propio Ortega caracteriza como decir ‘mostrenco’). De
esta manera, la traducción, sin ser escritura original, acaba cumpliendo una función parecida a la de una
escritura original. Percibir este hecho, y el tipo de tensión intelectual que comporta, asigna grandeza,
‘esplendor’, a la tarea del traductor, no percibirlo representa su ‘miseria’ en los términos que Ortega nos
propone.

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