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B Pontalis:
Narcisismo
La noción de narcisismo aparece por vez primera en Freud en 1910, para explicar la
elección de objeto en los homosexuales; éstos «[...] se toman a sí mismos como objeto
sexual; parten del narcisismo y buscan jóvenes que se les parezcan para poder amarlos
como su madre los amó a ellos».
El descubrimiento del narcisismo condujo a Freud a establecer (en el Caso Schreber,
1911) la existencia de una fase de la evolución sexual intermedia entre el autoerotismo y
el amor objetal. «El sujeto comienza tomándose a sí mismo, a su propio cuerpo, como
objeto de amor», lo que permite una primera unificación de las pulsiones sexuales.
Estos mismos puntos de vista se expresan en Tótem y Tabú (1913).
Freud ya utilizaba el concepto de narcisismo antes de «introducirlo» mediante un
estudio especial “Introducción al narcisismo” (1914). Pero, en este trabajo, introduce el
concepto en el conjunto de la teoría psicoanalítica, considerando especialmente las
catexis libidinales. En efecto, la psicosis («neurosis narcisista») pone en evidencia la
posibilidad de la libido de recargar el yo retirando la catexis del objeto; esto implica que
«[...] fundamentalmente, la catexis del yo persiste y se comporta, respecto a las catexis
de objeto, como el cuerpo de un animal unicelular respecto a los seudópodos que
emite». Aludiendo a una especie de principio de conservación de la energía libidinal,
Freud establece la existencia de un equilibrio entre la «libido del yo» (catectizada en el
yo) y la «libido de objeto»; «cuanto más aumenta una, más se empobrece la otra». «El
yo debe considerarse como un gran reservorio de libido de donde ésta es enviada hacia
los objetos, y que se halla siempre dispuesto a absorber la libido que retorna a partir
de los objetos». Dentro de una concepción energética que reconoce la permanencia de
una catexis libidinal del yo, nos vemos conducidos a una definición estructural del
narcisismo: éste ya no aparece como una fase evolutiva, sino como un estancamiento de
la libido, que ninguna catexis de objeto permite sobrepasar completamente.
Este proceso de retiro de la catexis del objeto y retorno sobre el sujeto había sido ya
destacado por K. Abraham en 1908 basándose en el ejemplo de la demencia precoz: «La
característica psicosexual de la demencia precoz es el retorno del paciente al
autoerotismo [...]. El enfermo mental transfiere sobre sí, como único objeto sexual, la
totalidad de la libido que la persona normal orienta sobre todos los objetos animados o
inanimados de su ambiente». Freud hizo suyas estas concepciones de Abraham: «[...]
ellas se han mantenido en el psicoanálisis y se han convertido en la base de nuestra
actitud hacia las psicosis». Pero añadió la idea (que permite diferenciar el narcisismo
del autoerotismo*) de que el yo no existe desde un principio como unidad y que exige,
para constituirse, «una nueva acción psíquica».
Si deseamos conservar la distinción entre un estado en el que las pulsiones sexuales se
satisfacen en forma anárquica, independientemente unas de otras, y el narcisismo, en el
cual es el yo en su totalidad lo que se toma como objeto de amor, nos veremos
inducidos a hacer coincidir el predominio del narcisismo infantil con los momentos
formadores del yo. Acerca de este punto, la teoría psicoanalítica no es unívoca. Desde
un punto de vista genético, puede concebirse la constitución del yo como unidad
psíquica correlativamente a la constitución del esquema corporal. Así, puede pensarse
que tal unidad viene precipitada por una cierta imagen que el sujeto adquiere de sí
mismo basándose en el modelo de otro y que es precisamente el yo. El narcisismo sería
la captación amorosa del sujeto por esta imagen. J. Lacan ha relacionado este primer
momento de la formación del yo con la experiencia narcisista fundamental que designa
con el nombre de fase del espejo. Desde este punto de vista, según el cual el yo se
define por una identificación con la imagen de otro, el narcisismo (incluso el
«primario») no es un estado en el que faltaría toda relación intersubjetiva, sino la
interiorización de una relación. Esta misma concepción es la que se desprende de un
texto como Duelo y melancolía (1916), en el que Freud parece no ver en el narcisismo
nada más que una «identificación narcisista» con el objeto. Pero, con la elaboración de
la segunda teoría del aparato psíquico, tal concepción se esfuma. Freud contrapone
globalmente un estado narcisista primario (anobjetal) a las relaciones de objeto. Este
estado primitivo, que entonces llama narcisismo primario, se caracterizaría por la
ausencia de total relación con el ambiente, por una indiferenciación entre el yo y el ello,
y su prototipo lo constituiría la vida intrauterina, de la cual el sueño representaría una
reproducción más o menos perfecta.
Con todo, no se abandona la idea de un narcisismo simultáneo a la formación del yo por
identificación con otro, pero éste se denomina entonces «narcisismo secundario» y no
«narcisismo primario»: «La libido que afluye al yo por las identificaciones [...]
representa su "narcisismo secundario"». «El narcisismo del yo es un narcisismo
secundario, retirado a los objetos». Esta profunda modificación de los puntos de vista
de Freud es paralela a la introducción del concepto del ello como instancia separada, de
la que emanan las otras instancias por diferenciación, de una evolución del concepto de
yo, que hace recaer el acento, no sólo sobre las identificaciones que lo originan, sino
sobre su función adaptatriz como aparato diferenciado, y, finalmente, de la desaparición
de la distinción entre autoerotismo y narcisismo. Tomada literalmente, tal concepción
ofrece un doble peligro: el de contradecir la experiencia, afirmando que el recién nacido
carecería de una apertura perceptiva hacia el mundo exterior, y el de renovar, por lo
demás en términos ingenuos, la aporía idealista, agravada aquí por una formulación
«biológica»: ¿cómo pasar de una mónada cerrada sobre sí misma al reconocimiento
progresivo del objeto?