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A x t h e d m i o M a u G u i l

E b e r Zo r r illa L iz a rdo

Breve anatomía
del
fuego

Carlos E. Zavaleta
Óscar Colchado
Antonio Salinas
Julio Ortega
Macedonio Villafán
Gonzalo Pantigoso
Olger Melgarejo
Ítalo Morales
Edgar Norabuena
Daniel Gonzales

£
Ediciones
Breve anatomía del fuego. 10 Narradores
Selección a cargo de:
© Athedmio Mau Guil.
© Eber Zorilla Lizardo.

Edición a cargo de:


© £ Ediciones

Primera edición, enero de 2010


Imagen de portada:
Diseño de cubierta:
Diagramación:
Tiraje: 1,000
ISBN:
Hecho el depósito legal en la
Biblioteca Nacional del Perú N°
IMPRESO EN LIMA, PERÚ
ENERO DE 2010

Todos los derechos reservados. Se prohíbe la reproducción total o parcial de


ésta publicación por cualquier medio sin permiso expreso de Ediciones,
responsable de la publicación.
Introducción

Cordillera Negra
Òscar Colchado Lucio

MEDIO TANCO el Uchcu Pedro, mirando de fea manera con sus ojos
saltones como del sapo, sin ni santiguarse ni nada, de un salto bajándose de
su bestia, se acercó al anda de Taita Mayo en plena procesión cuando
estábamos. Calladitos nos quedamos todos, medio asustados
viéndolcf sina.'Nuestro jefe del alzamiento también, don Pedro Pablo
Atusparia, agarradito su cerón se quedó mirándolo, frío, al igual que los
músicos, los huanquillas y las palIas.
- ¡Tú eres dios de los blancos! -le gritó al Cristo como si fuera su igual-,
j de los mishtis abusivos! ¡No mereces que te paseen en andas!
Debes morir!
Así diciendo, cómo nomás será, sacó de debajo de su poncho un
hachita cuta, todo salpicada de sangre, haciendo ademán de atreverlo.
-¡Uchcu, carajo!, ¡demonio!, ¡qué vas hacer!

De un brinco quise empuñado para darle una :


trompada, qué tal lisura diciendo; pero ahí no
. más un templón de la soga con que los «enemigos» me llevaban tirado de
la cintura, me hizo caer al barro pataleando. '
- ¡Cayó el inca cautivo! ¡jiar! ¡jiar! ¡jiar! -se huajayllaron los hombres del
Uchcu, que bien montados en sus bestias, con sus carabinas a la espalda,
estaban ahí allado-aguardándolo. Eran los chancadores de huesos como les
llamábamos; porque en latoma de Yungay, blancos o soldados que cayeron
en sus manos fueron de tripados malamente, cortados sus pescuezos o
hechos ñutu ñutu sus huesos. Ellos no eran como los huanchayanos, los
llatinos o los chacayanos, que sabían perdonar todavía a los caídos; ni como
el taita Atusparia que pedía respetación por las mujeres y niños del
enemigo. Ellos no; si podían tomar la sangre calientita de sus víctimas, se la
tomaban, sin reparos, a las quitadas, para valor diciendo. Por eso los
blancos y los mestizos que se unieron a la revolución, enterados que el
Uchcu no los quería, andaban al cuidado nomás.
-¡Ustedes en procesiones, y las tropas que vienen a matamos! ¿En qué
piensas, Atusparia? -gritó el Uchcu haciendo salpicar saliva verde de su
boca renegrida- ¡Jodamos a los mishtis! ¡ Incendiemos la ciudad!
Botando su cerón encendido, mientras yo limpiaba mi túnica blanca del
disfraz, Atusparia corrió donde el Uchcu que ese ratito saltaba como un
puma sobre su bestia.
-¡Ni saqueos ni incendios! -le gritó-- ¡A
defendemos sí, pero nada de abusos!
-¡Traidor!- fue lo que escuchó por toda
respuesta, mientras se alejaban a galope h(icien

do sonar el empedrado con los cascos de sus bestias.


A. poco, se oyó el primer cañonazo.

YO HABlA venido desde Sipsa, mi pueblo, a uriirme a-la revolución;


después delllamamiento qúe'hizo a todas las estancias nuestro alcalde
mayor, don Pedro Pablo Atusparia, por la ofensa que a nuestra raza habían
hecho las autoridades del gobierno cortándole sus trenzas a él y a catorce
de nuestros representantes más por un memorial que presentamos
haciendo nuestros reclamos sobre el abuso que cometían obligándonos a
trabajar de sol a sol sin reconocemos nada, y más ahora último queriendo
que paguemos dizque un tributo personal porque la nación est l.ba en quie-
bra, como si nosotros tuviéramos la culpa que andaran sólo en guerras
quitándose el poder. Por eso, para esclavos ya está bien diciendo fue que
nos levantamos en armas atQJc estancias que éramos primero y después
las otras que nos fueron siguiendo conforme se noticiaban de las tomas de
pueblos que fuimos haciendo, empezando primero por Huaraz, la capital, y
luego Yungay que lo siguió, y más los otros pueblos del Callejón de
Huaylas que poco a poco fueron cayendo.
De eso dos lunas hacía ya. Y ahora cuando estábamos de lo más
tranquilos, con Atusparia gobernando desde Huaraz, llegó la mala noticia
ql,le los ejércitos que él puso cuidando los caminos de la costa, habían sido
derrotados en varias batallas, perdiendo el control deYungay y más los
otros pueblos de ese lado. Y que esas mismas

7tropas del gobierno ya se acercaban a esta población de Huaraz.


Por eso fue que en ese alboroto que estábamos viendo cómo hacer para
defender la ciudad, yo fui de la idea que sacáramos en procesión a Taita
Mayo, corno que estábamos en día de su fiesta que todos los años lo
celebrábamos con
\ mojigangas, corridas de toros, palIas y trago. Para que nos dé su bendición y
nos ilumine diciendo; pero más que todo por la fe que yo le tenía desde que
me sanó del wiku, cuando ya mi pierna se gangrenaba y mi anciano padre
también cansao de haberme hecho andar cargado en su poncho por los
lugares más alejados ya se había resignado. «Con las astillas mismas que
sale de su pierna, le dijeron en Yanama, me acuerdo, encomendándose ante
un cerón encendido de Taita Mayo, masqui quémelo, y con ese mismo
polvito rocéelo en la herida y va usted a ver». Y verdad pues, eso nomás fue
mi santo remedio. Por eso desde. esa vez, puntualmente cada año, yo le ha-
cía llegar en su fiesta sacos de papas cargados en mis burros, dos o tres
carneros, y participaba corno ahora en las mojigangas o corno cargador de
su anda.
Pero la aparente calma en que habíamos estado varias semanas, otra vez
se violentaba.

«¡TROPAAAAS! ¡A la carga!»

8Fue lo que oímos al otro lado del puente, bien parapetados tras las
pircas, mientras hacíamos granizar piedras con nuestras hondas y los que
tenían carabina abrían fuego. De la, otra banda también empezaron a
disparar y hacer sonar sus clarines entre el relincho nervioso de los ca-
ballos. Las balas reventaban en la pampa sonando como cancha que se
tostara en un tiésto.
Por las faldas de los cerros de ambos lados de la ciudad, nuestros
hermanos de los caseríos

¡que se habían vuelto a sus chacras licenciados por Atusparia para que
siguieran haciendo producir la tierra, luego de la toma de Huaraz; ahora
Ibajaban de nuevo con sus mujeres millcao piedras en su falda y sus hijos
también tocando tam
orcitos y clarines de hojas de wejllá, a damos'
:aliento y apoyo.
A los primeros que se atrevieron a cruzar el _Iuente, a puro dinamitazos
los aguantamos o los hicimos volar en pedazos. El Uchcu Pedro como
bnero experimentado que había sido en su tie
a de Carhuaz (por eso su mal nombre también
he «uchcu» o hueco), prendía esos cartuchos qué b prender cigarro, que
amarrados a una piedra
\os arrojaba con fuerza a campo enemigo cau
;ando destrozos.
I Más arriba, donde el río Qui1cay se anchaba
¡ las aguas venían encimita, fue que vimos una walancha de negros y
chinos que lograban crubr a esta banda. Eran los enrolados de las ha
Iendas de la costa que los habían traído a pelear
ontra nosotros. Detrás de ellos, en una ensordeedora gritería, venían los
otros soldados, mestios fieros o indios como nosotros en su mayoría.
En el alto el sol brillaba con fuerza dorando IS eucaliptos ramosos,
reverberando en el filo

9de-los machetes y las bayonetas; pero el barro seguía igual de espeso y


pegajoso. .
Ahora luchábamos en plena pampa cuerpo a cuerpo, revolcándonosen
los charcos, encima de los primeros heridos y mur. 'os. Los cañonazos del
enemigo resultaron fatales para los queaún formaban mancha. Esos
fogonazos eran más. fuertes que la luz del día y destruían con más
poder que mil hondas de los nuestros.
. Los aceros chocaban, los palos de las mujeres hacían crujir cráneos, las
balas abrían heridas como flores. .
Dos, tres, cuántas horas pasarían y los cachacos nos arrinconaban hasta
metemos a las calles. Los blancos y mishtis, que desde el primer momento
de la revolución no se metieron con nosotros y que por eso mismo estaban
perdonados, estarían en esos momentos temblando, metidos en sus cuyeros
o quién sabe escondidos entre las huayuncas de sus terrados.
A lo perdido, viendo a nuestros hermanos cfler uno tras otro,
degollados, destripados o baleados, con la sangre que se entreveraba ahí
haciéndose con el barro como zanco, fue que pensamos los que todavía
podíamos tenemos en pie, incendiar la población y escapar lo más antes
posible.
Con ese pensamiento fue que me fui tras el Hilario Cochachín, su hijo
del Uchcu, y el Justo Salís que, agarrado cada uno su tizón, corrían hacia las
tiendas de la calle Comercio.
Con un llanque nomás puesto, pisando llicllas, sombreros, cachuchas de
soldados, ponchos, fajas y cuanta prenda estaba"regada por ahí, crucé por
un callejoncito, para cortar camino diciendo, cuando en eso al voltear la
esquina lo

veo a unos negros y unos chinos que se afanaban metiendo a una casa a
varias mujeres que a mordiscones y a arañazos trataban de librarse. Cre-
yendo seguro que yo venía a enfrentades, dos negros empuñados su
machete se vinieron de frente a atacarme. Yo, sin armas como estaba, sin
valor para desafiados, de un salto peg é la carrera por otro callejón y justo
que salgo a la calle grande, cuando una tropa de caballos sin jinete, medio
alocados por los dinamitazos del otro lado, los veb'quese vienen a mi
nciina: sin darme tiempo a retroceder siquiera. Sin nada qúé
hacer, a lo perdido, me tiré al suelo nomás bien agarrada mi cabeza,
encomendándome atados los santos y a Taita Mayo ,sobre todo, que no me
desampararan en esa hora qu más los necesitaba...
Como un sueño me I acuerdo quepas,ó por mi encima algo así como un
aluvión o un terremoto.

-¿ESTE NO ES el inca cautivo?


La voz sonó ahí alIado gruesa y dura como
si hablara la peña.
-Sí, él mismo es; yo lo conozco. Se llama Tomás N olasco y estuvo entre
la ge te que man
daba Atusparia.
Abrí mis ojos.
Los cuerpos aparecieron borrosos, como
envueltos en humo de neblina.
-Cuatro días ya y cómo no se ha muerto.
Quise abrir mi boca y decides que fue el Tai
ta milagroso, el Cristo de Huaraz, quien me Cargó entre las llamas, los
gritos y los disparos hasta esta ladera d la Cordillera Negra; pero mis
. labios estaban &secos, mi lengua como un trapo espeso y pegajoso. Sólo en
mi mente pude vedo c1arito a ese anciano bondadoso que después de
cargarme tan lejos, antes de desaparecer, me dijera haciéndome echar con
cuidado: «Aquí te quedas, hijo, de aquí ya podrás irte».
-Tú, Fructuoso Causchi, que dices que lo conoces; con el Rajatabla y el
Lorenzo Corpus, bajen al río y prep ren una quirma, y lleven a este hombre
al lugar donde ya saben.
Así diciendo empezó a caminar por el caminito de cabra de la ladera la
figura de un hombre medio gordo, bajo nomás, que se recortó en las rocas
azulosas de la montaña y que conforme se fue aclarando mi vista, reconocí
que era, ni más ni menos, que el Dchcu Pedro. " .
A piecito o tirando de sus bestias: bien empuñadas sus carabinas, varios
hombres lo seguían, levantando polvo y haciendo rodar:con sus pisadas
piedrecitas del camino.

-¿ YA ESTAS mejor, cho? -Ya casi, hom.


Las wachwas, esos patos de laguna que abundaban' en Tocanca, lugar
donde nos refugiábamos los hombres de Dchcu Pedro, alegraban con sus
gritos la puna fría.
-¿Podrás ya pelear? Necesitamos ombres.

12

El Hilario Cochachín, después de tomar un


trago de huashco, me alcanzó la botella.
-Gracias... Sí, cómo no, aunque sea arras
trando mi pierna tengo que luchar...
Se rió como esas gallaretas mal agüe ras a
quienes yo en mi chacra espantaba a hondazos.
Más abajito, entre montones de paja, los refuerzos que llegaron en la
madrugada roncaban todavía, mientras los caballos al pie de la laguna, rup,
rup, arrancaban la hierba.
-¿ Crees que esta vez nos irá bien? -dije devol iéndole el trago.
-Hombre, cómo no -respondió-; con la gente que mi taita ha puesto en
la Cordillera Blanca, al mando del Justo ()lís, y nosotros vuelta en esta otra
cordillera, los gobiernistas no tendrán escapat<?ria; ya verás.
Eso dijo, pero la Providencia no dispondría asma.

SU PERMISION fue que pasados dos días, se asomara el cura Fidel


Olivas Escudero agarrado bandera qlanca, pidiendo parlamentar con
nuestro jefe.
-¿De veras? -le dijo el Uchcu después que bien vendado sus ojos, al igual
que al otro que le acompañaba, lo llevamos a su delante-. De veras no me
mientes, doctor, que mis hombres al mando de Justo Solís, acaban de
rendirse en la otra cordillera?
-Aquí está el acta, valiente Uchcu Pedro;

',.

13

puedes verlo -le respondió el cura sacando su libro de la alforja.


. -¡Traidores! -tronóJa voz del Uchcu entre el viento que silbaba, después
que pegó uIia mirada al libro abierto, leyendo será o haciéndose nomás,
quién sabe...
-En nombre del Señor'de Mayo, patrón de mi pueblo, y de su bendita
madre, la santísima Virgen. María, te pido valiente jefe guerrillero deponer
las armas, siguiendo eleiemplo de tu jefe mayor, elgra Pedro Pablo
Atusparia, que se ha
. retirado a su estancia de Marián Pampa, sacrificando glorias y orgullo, sólo
para evitar más derramamiento de sangre... ,
El Uchcu s nrió como con dolor en su poraz,ón recordando.seguro que
lo ricos y la ketu sikis, como él llamaba a sus mujeres, habían iIl
tercedidoante el jefe militar un tal Callirgos y el Prefecto Iraola, para que
respetaran la vida de Atusparia -que había caído herido en el enfren-
tamiento-, por haber evitado dizque el saqueo y el incendio de la ciudad de
Huaraz.
-¡Tatau! ---dijo el Uchcu escupiendo al suelo- Ni Atusparia ni tu dios,
doctor, valen nada. Puedes irte nomás. Ya mañana por la tarde o pasado a
lo más, si no reviento una bala por la bajada del Póngor, será señal que
hemos hecho caso a tus consejos; pero más creo que será al contrario.
¡Adiós!
-¡Espera! -se desesperó el cura ese ratito en que dos de nuestros
capitanes jalaban sus bestias, de él y su acompañante, alejándolos- ¡Espera!
Si aceptas, los reclamos del memorial serán considerados y se les librará del
escarmiento a todos, y podrán volver a sus chacras a seguir trabajando...

14

, Pero ya el Uchcu y los que lo acompañábamos, corríamos por la pampa,


hacia Tocanca, espantando los hc-lics y otros pájaros de la puna.
«¿ VEN? ¿VEN esos como hilitos de sangre que bajan desde las cumbres
sagradas de taita Huascarán?» <
Habló el Uchcu medio transfigurado suros
tro como si viera un milagro. '
Tomando nuestra agüita de muñá que está
bamos, botándola a un lado fuimos a ver.
La luz medio rabiosa del sol, a esa hora que
era todavía temprano, nos pareció extraña.
De veras" ¡quién lo iba a creer!; como esas venitas coloradas que se ven
en el blanco del ojo, asfigualito, unas como ramitas de ese color, para acá y
para allá parecían repartirse entre lanieve
-Es sangre -dijo el Uchcu ; taita Wiracocha' está llorando. Venganza nos
pide, y fe, harta fe para no acobardamos ante las derrotas que pudieran
venir; al final nos dará la gran victoria. Su fuerza también nos dará; ¿no
oyeron
I anteanoche su voz colérica en el trueno? Rabian
I do estaba, escupiendo candela entre las nubes...
Reunidos esa noche alrededor de una hoguera grande, tomando gro
mezclado con pólvora, hicimos la promesa de pelear hasta la muerte.

IGUALITO A UN gato negro o un yana puma, lo vi saltar al Uchcu


sobre su bestia, esa

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mañana en que todos, bien formados, iniciamos la marcha hacia Huaraz


con intenciones de recuperarla. Su poncho color negro que por primera
vez lo vi yo puesto, me dio esa apariencia.
No éramos más de trescientos ?eguro frente a más de mil que
deberíamos enfrentamos; pero confiábamos en los
conchucanos,chancadores de huesos como el U chcu, que habían hecho la
promesa de venir desde el otro lado de la cordillera, casi de la montaña ya.
Animosos bajábamos por eso, mirando bien abajo, junto al río que se
estiraba como una culebra, las casitas entejadas, las paredes blancas, de esa
ciudad de Huaraz que tanto ansiábamos.
Ya faldeábamos el Póngor y dentro. de un rato estaríamos sobre el
puente de calicanto haciéndolo sonar con el paso de nuestras bestias. Ya
sentíamos en nuestras narices ese vapor pe
gajoso que subía del Santa a esa hora de fuerte' solazo.
De repente notamos sobre el suelo, la sombra alargada de un ave que se
arrastraba. Alza-<
mos nuestros ojos al cielo y vimos: un enorme y majestuoso cóndor que
con sus soberbias alas bien abiertas, volaba en círculos en nuestro encima.
¿Veíamos?, el Uchcu nos lo señalaba con alborozo, ¿Habíamos visto cóndor
más grande?, sacó su sombrero como saludándolo. 'No seguro, porque eso
que estaba arriba ni siquiera era cóndor, los demás arrugamos las cejas, era
taita Wiracocha, ¿no sabíamos?, a veces se aparecía en forma de cóndor,
otras de puma o de serpiente. ¿De veras sería?, nos dejó con la duda, mien-
tras ya abajo, las' campanas de la iglesia repicaban a rebato y los clarines de
los soldados también sonaban alertando a las tropas. ¿Qué, pues,

u16

Taita Mayo, dije intrigado apurando mi bestia, entre ustedes los dioses
también hay guerras?, y mirando ambas cordilleras. ¿Y dónde pues están
peleando?, ¿en qué lado de las montañas? «Ingrato, oí como su voz del
Taita en mis oídos que me respondía, dos veces te he librado de la muerte,
¿y aún así atacas mi pueblo y mi iglesia?»
-¡Al ataque, valientes nunas!
La voz del Uchcu, adelante, y más los otros
que pasaban como viento por mi lado, me obligaron a picar mi bestia y
lanzarme decidido al ataque, mientras en mis adentro s le hablabá a Taita
Mayo: «A luchar por mi casta estoy vinien
I do pues; no es contra ti, taitito; ¿sabrás perdonarme, au niño?» Así diciendo
alcé la paja que llevaba en las ancas de la acémila y prendiéndola con un
fósforo, la aventé sobre el primer techo que asomó a mi vista.
. PERO COMO dice el dicho, fuimos por lana y salimos trasquilados.
Con más tropas que había hecho llegar el' gobierno y más como una tram-
pa quepos tendieron saliendo a enfrentamos sólo una parte del ejército,
mientras el resto botados de panza sobre los techos o escondidos en los
terrados como mujeres nos disparaban sin darnos cara; y más otros todavía
que bien enseñados se habían apostado, listos para rematamos en los
contornos de la ciudad, terminaron haciendo una matama con nosotros que
fuimos hacer pelea limpio a limpio, como verdaderos hombres que éramos,
y nos salieron con cobardías.
Menos mal que yo pude escapar vadeando el río Santa por
Huarupampa. Otros muchos que intentaron hacerlo por el lado del puente
fueron muertos sin salvarse ni uno.
l

Cuando subía yo a duras penas esa cuesta, ya de noche, viendo que


otras sombras por mi tras se venían, arrastrándose y quejándose, alguFlas
casas se quemaban todavía,. con harta lumbre, entre gritos .Y disparos que
no cesaban.
-¡Maldito Justo Solís! -habló una sombrq, jipando, llegando casi a gatas a
mi lado-. Por su culpa los conchucanos se volvieron pensando que las
guerrillas habían terminado.
Era el Uchcu, herido, sus manos manchadas
de sangre, su cara embarrada como con tizne.
Por su tras nomás, uno a uno iban llegando
los otros que habían escapado.
ESA VEZ no fuimos a Tocanca. Bajamos más bien a Pampas en busca de
los Poma, conocidos del Vicente Orobio. Necesitábamos alimento y
curación, también caballos y armas.Bajamas a piecito nomás. No éramosmi
veinte. Pero ahí iban qm nosotros el Hilario Cochachín, el Mariano
Valentín, el Pablo.Condorsenka y el que le decíamos Rajatabla, entre otros
más cuyos nombres ya ni me acuerdo.
Así andando andando esa bajada, llegamos al sitio conocido como
Káchoj, donde había piedras desparramadas por todos lados, y algunos con
figuras como de gente.
-Nuestra derrota sólo ha sido una pruebadijo el Uchcu-, una prueba que
nos ha puesto taita Wiracocha, para ver nomás hasta dónde somos capaces
de resistir. Sólo al final, cuando haya probado nuestro temple, nos dará la
victonao
-¿Continuar? -me asusté-, pero con qué
hombres, Uchcu. Estos que estamos somos muy
,?
pocos, ¿como pues....

IX

Cuando subía yo a duras penas esa cuesta, ya de noche, viendo que


otras sombras por mi tras se venían, arrastrándose y quejándose, alguHas
casas se quemaban todavía,. con harta lumbre, entre gritos'y disparos que
no cesaban.
-¡Maldito Justo Salís! -habló una sombra, jipando, llegando casi a gatas a
mi lado-. Por su culpa los conchucanos se volvieron pensando que las
guerrillas habían terminado.
Era el Dchcu, herido, sus manos manchadas
de sangre, su cara embarrada como con tizne.
Por su tras nomás, uno a uno iban llegando
los otros que habían escapado.
ESA VEZ no fuimos a Tocanca. Bajamos más bien a Pampas en busca de
los Poma, conocidos del Vicente Orobio. Necesitábamos alimento y
curación, también eaballos y armas. Bajamos a piecito nomás. No
éramos"ili veinte. Pero ahí iban qm nosotros el Hilario Cochachín, el
Mariano Valentín, el Pablo.Condorsenka y el que le decíamos Rajatabla,
entre otros más cuyos nombres ya ni me acuerdo.
Así andando andando esa bajada, llegamos al sitio conocido como
Káchoj, donde había piedras desparramadas por todos lados, y algunos con
figuras como de gente.
-Nuestra derrota sólo ha sido una pruebadijo el Dchcu-, una prueba que
nos ha puesto taita Wiracocha, para ver nomás hasta dónde somos capaces
de resistir. Sólo al final, cuando haya probado nuestro temple, nos dará la
victonao
-¿Continuar? -me asusté-, pero con qué
hombres, Dchcu. Estos que estamos somos muy
,?
pocos, ¿como pues....

\8

-N ada es imposible -me respondió-; siempre habrá nueva gente


dispuesta a pelear. Los abusos de los blancos así nomás no se acab,arán. y si
después de insistir no hay gente que nos acompañe, taita Wiracocha nos
dará soldados haciendo revivir estas piedras, que ahora sólo duer
: men desde que una vez desertaron del ejército del; inca, creyendo, como tú,
que era imposible someter a los terribles conchucanos. Pero ya el taita los
perdonará y volverán a ser los valientes que necesitamos.
Lo miré con admiración. Sus palabras daban confianza, infundían valor,
eran como pólvora en la sangre.

DEL FRIO que por esos días empezó a arreciar, me acuerdo. Días en
que la neblina se asentaba en las quebradas formándose como un mar entre
los cerros. O subiendo, subiendo; como humareda hacia las crestas altísimas
de la cordillera.
Varias veces la mangada o la granizada nos dejó empapaditos, mientras
cruzábamos de un lado a otro las áridas punas. Envueltos en nuestros
ponchos, hambrientos, buscando el abrigo de una cueva, mirábamos pasar
los días, siempre escapando o al acecho.
Desde las altas cumbres era ya para nosotros de no olvidar el profundo
valle de Huaylas, hermoseado por todas partes por altos eucalip
tos, refugio de loros y jilgueros. Sus chacras de
,.
maíz, interminables y, más arriba, los cuadraditos de los trigales, como
cueros de carneros pues:os a secar al sol. Más para este otro lado estaba

19

Macate, con sus huertos de frutales en el valle de Quihuay y sus racotos


amarillos que hasta en las noches de luna podían verse a la distancia.
También los pueblos de Cosma, Pamparomás, Moro, Nepeña y San
Jacinto, mirando hacia la costa unos y otros asentados tímidamente en esas
arenas blandas.
Por todos esos lugares, al paso de nuestras bestias, los ancianos, las
mujeres y los niños, se asomaban a las puertas de sus casas a ver pasar al
«Dchcu Pedro y sus alzados», como ya nos conocían. Sólo los hombres
jóvenes, aptos para la guerra, se escondían o se hacían los enfermos
maliciando que les pediríamos enrolarse en nuestro ejército. Sabían que las
tropas nos perseguían para de una vez aniquilamos; y que en cualquier
momento caeríamos. Por eso se acobardaban o les faltaba fe como decía el
Uchcu; pero aun así, de uno en uno, de pueblo en pueblo, fue aumen
. tando el contingente hasta alcanzar un número que nuestro jefe consideró
que ya estaba bueno para intentar la toma de Huaylas.
Ahora sólo esperábamos a los montoneros de Huánuco y Trujillo, que
luchaban también contra el gobierno para que el general Cáceres fuese
presidente, y que estaban de paso por este lugar y nos habían prometido
apoyo.

MIENTRAS ESPERAB'AMOS los refuerzos, decidimos hacer frente a


un destacamento del gobierno que desde algunas semanas atrás nos venía
persiguiendo de un sitio a otro.
. Varias veces, escondidos entre las peñas, los habíamos visto pasarse de
largo, husmeando'

20

nuestro rastro como allkos, resistiendo el frío y el soroche.


El Hilario Cochachín, que tenía su querida en Quillo, fue de la idea para
usarla a ésta como sebo y tenderles una trampa en la Quebrada de Lucifer.
Y fue así cómo una mañana, sabiendo a lo seguro que se dirigían a
Pariacoto a remudar sus acémilas, los esperamos al fondo en esa fea
encañada.

Ojitos negros no llores llorarás cuando me vaya. Ojitos negros no llores


llorarás cuando me muera.

ASI CANTANDO la china sapienta bajó a la quebrada agarrado su


balde, haciéndose de no ver a los soldados que pasaban por el camino de
arriba. Estos al veda en ese sitio donde todo era silencio, hambreados de
mujeres como estaban, pensando abusarla seguro, la dejaron bajar nomás
calculando que ahí al fondo no tendría escapatoria.
y como qué, al poco ratito de estar escondilos aguaitando desde un
monte, ya los vemos lue se acercan dos al trotecito de sus bestias. :"os otros
se q\ledarían esperándolos arriba se uro. No se les veía de donde estábamos.
Ni ellos lodían vemos.
Para esto ya la china había llegado al recodo ande le indicamos, que era
ahí cerca nomás onde nos escondíamos. Haciéndose la inocen i, con su
baldecito puesto alIado, se lavaba los ies en el agüita.

il
111

21

Justo ahí a nuestro lado desmontaron, y como la vieron a la muchacha


de' espaldas, no nos ha-
brá visto diciendo será pues, se fueron acercando pasito a paso, para
agarrarla al descuido. Ahífue que yo con el Cochachín, saltando de entre el
monte, les asestamos redos macanazos en la cabeza haciéndoles volar los
sesos. Los demás que estaban escondidos ni se movieron. Jalándoles de las
botas, los aventamos por ahí entre las matas. A la china el Hilario le hizo
señas que ahínomás siguiera.
No pasó mucho cuando otros dos aparecieron por el mismo caminito
silbando a sus compañeros, llamándoles por sus apodos, advirtiéndoles que
para el capitán era dizque primero, que cuidadito con tocarla todavía. Así
hablando que están, resultaron ya casi en su encima de la muchacha, que
esta vez sí medio se tocó de nervios, y soltando su balde se corrió a la otra
orilla. Antes que ni hagan intento de apearse, los laceamos a los dos como
lacear-novillos, y de un templón
los trajimos abajo y los jalamos hasta el monte' donde les metimos
cuchillo sin darles tiempo ni a saber lo que les había pasado.
-Ahora sí alístense -dijo el Uchcu-, cada
uno en su emplazamiento.
A la muchacha también le ordenó esconderse y a la mitad tirarse para
el otro lado, entre las
peñas, para meterles fuego cruzado., I
Iba resultando el plan de U chcu y la idea de
su hijo Cochachín.
No demoraron gran cosa en venirse todo el batallón. De repente los
vimos asomarse uno tras otro, en fila india, llamando a voces cntre risota-
das y bromas, que esperaran, que no fueran desgraciados, que ellos también
querían probar. En

22

esa ocupación que estaban fue que sonó la descarga. Como pajaritos caían
de sus bestias, aullando de dolor ocarajeando. Los animales se.
atropellaban, relinchando, sin saber para dónde correr; Entre la polvareda
que levantaban, saltam<.)s unos de las peñas, otros de los montes, a rematar
a los heridos.

.UNA SEMANA después'fue que entramos al pueblo de Huaylas


armando gran alboroto. Ca guardia urbana que salió 'a enfrentamos junto a
la poca tropa que había, nos resistió el fuego al principio; pero poco a poco
se fue replegando hasta terminar desbandándose, huyendo por entre
maizales y huertos.
Por fin, después de tanto suftimiento,; ahora último nuestra suerte se
volteaba.' I
Saqueamos a nuestro gusto las tiendás dé los ricos e incendiamos sus
casas. Nuestros herma:' nos huaylinos que estaban con nosotros, hicie"ron
preparar pachamancas al otro día y el trago corrió como agua, mientras
bailábamos nuestros huaynitos bien abrazados a las chinas. Allí me
enamoré de una, de nombre Marcelina, por quien perdí la cabeza
queriéndomela robar esa misma,
noche. Te espero, le dije, con mi bestia ensillada en la lomita del
cementerio. ¡Achachay!, me res': pondió, ¿qué pues no tienes miedo poray?
Entonces volví a proponerle, que mejor a la salidita del camino a Cunca.
Pero bandida la china, me había estado pulseando nomás. Capaz mi taita va
molestar, me dijo, háblale a él mejor. En esa conversación que estábamos
fue que el Uchcu vino. Pidiéndole permiso a la muchacha, me jaló

l.
a un ladito. Guarda, me advirtió, ¿nó ves que es su querida del vara de
campo, del mismo que ha organizado la fiesta en nuestro honor? Pero si la
muchacha me quiere, ¿qué tengo que ver?, me acuerdo que le respondí.
Ahí nomás se asomó el otro, bien zampao, más que yo. ¿Quieres que
conversemos?, habló haciéndome ver un puñal entre su poncho. Me dio
risa. Como unrelámpago saqué el mío de entre mi seno y me cuadré. Ahí
fue que se paró la fiesta. Pero el Uchcu, calmándolo al otro, me sacó bonito
nomás hablándome, y me llevó a dormir ahí en su casa de un alzado que
andaba con nosotros.
Mañana mismo como sea me la cargo dije.

IIt

PERO no fue del caso.


Para evitar problemas seguro, ya que el vara
de campo nos estaba dando apoyo, el Uchcu me mandó comisionado a
Huanchay, al mando de quince hombres, para que habláramos con un tal
Emeterio Angeles a fin de que nos ayudara a reclutar gente de su estancia y
se plegaran a las guerrillas. Pero llegado que hubimos, el hombre que había
sido uno de los capitanes de Atusparia, se negó totalmente a prestamos su
apoyo, diciendo que era por demás, que ya la revolución se había acabado.
Cobarde, carajo, diciendo, para escarmiento le quemamos su choza y
matamos su ganado. Lo mismo hicimos en otras estancias con los que no
nos quisieron dar su apoyo.
Hubiéramos seguido en esa ocupación si no hubiera sido por un propio
que vino avisamos, que por órdenes del Uchcu volviéramos urgente

24

a Huaylas, que había salido tropa de Huaraz y hacía falta nuestra presencia.

AL MANDO DE Callirgos e Iraola, no era sólo una tropa la que


avanzaba, sino varias, con órdenes de destruimos totalmente y recuperar
Huaylas.
Cuando aproximándose estaban al pueblo de
Mato fue qúe salimos a darles el encuentro.
Rodeábamos los cerros del contorno, cuando aparecieron. Con sólo
verlos nos desalentamos. Tantos eran. Como nube todavía avanza
"ban llenando el camino ancho. Qué para hacer diciendo iniciamos el
ataque lanzando la primera descarga. Bien entrenados, de un salto se para-
petaron entre las rocas y de ahí respondieron el fuego. Más de dos horas ya
de tiroteo, y las municiones escaseaban en nuestras filas. Ellos tenían para
resistir todo el día y toda la noche si era posible. En mulas cargaban los
cartuchos.
Varios cientos de nuestros hermanos quedaron ahí bocabajados,
muertos sobre las peñas. Uniformados también como moscas yacían ten-
didos en ese mullpo.
Lo que vino a fregar todo fue la guardia urbana de Caraz que llegó ya al
atardecer. Con esos refuerzos se envalentonaron y se sintieron más
o seguros. Viendo nosotros que balas casi ya no nos quedaban y sintiendo
que el cerco que nos estaban tendiendo era cada vez más estrecho, fue que
decidimos damos al escape. o.
Yo salté sobre un macho que estaba ahí al lado, perdido, y me fui tras el
Uchcu entre una

25

granizada de balas que pasaban silbando por nuestras cabezas. .


Para confundir a los que nos seguían, salimos del camino grande y
enrumbamos hacia las márgenes del Santa, pensando perdemos en los
montales de Ranrahirca. .
EL UCHCU siguió de largo bordeando el río, medio oculto entre alt s
yerbasant s qJ.le orillaban e1..camino. Yo decidÍ,f::ruzar ,e,l río por.un sitio
donde el Santa era cotn,o una playa y l agua
se. veía encimita. Ál'otro lado se levantaba un
.' '. . . ,", ' ,
bosque de eucal,iptos, cubiyrto de monte espesp,
por donde s ría fáyq perderse de vistfl. El, b()sque se extendía inmenso
siguiendo el curs() 4 l río, flanqueadopor los cinÜentos macizos d. I'a
cordillera. .!"
Ya ganaba yo la otra orilla, cuando dpelotón se detuvo al borde del río.
Desesperados, viendo que 'me internaba ya en el m'ont::ll dispararon
alocadamente, y sentí que el macho se sentaba y luego que su cuerpo se
sacudía. A'cababan de matarlo.
Agarrando mi carabina y el pon chito que estaba como pellón, me metí
al monte a toda: carrera sintiendo que me molestaba la picsha que llevaba
yo colgado sobre mi hombro. Ahí guardaba yo mi coquita, una mutita de
gro y más unos cuantos cartuchos.

«jRINDETE, Uchcu Pedro, te tenemos rodeado!»

26

Fue lo que me gritaron los cachacos cuando me hallaba yo escondido en


una cueva, después que me persiguieron por todo el monte. Ganas de
decides que no fueran tan zonzos, que yo no era el Uchcu, me dio. Pero de
nada me "hubiera . servido. Igual nomás me matarían. "
A uno lo vi flpenitas que daba un salto entre las matas, y de los deniás
se oía t sólp cuando con sus pisadas quebraban palitos secos. Bien calzado
en una grieta, yo tenIa el cañón de la carabina apuntand,olisto para soJtar
el tiro. En eso asomó su cabeza, detrás, de qn eucalipto, el que lo vi dar el
salto; pero se fregó cuando se volvió a mirar atrás a hacer seña,s con la m o
a sus compañeros. Al:;1í fue que k pegué. el balazo. ¡Pen.J, sonó el tiro. El
hombre se huicapeó como esas.pichuchanquitas que con mi hondiUa tum
baba yo entre los árboles allá en mi tierra de Sipsa. Despuésse quedó
quieto, tirado sobre lahuayHa. Los pájaros volaron por todos lados. Oí vo-
ces agitadas, desordenadas al principio, después ya más nítidas: ¡Lo jodió al
capitán, carajo, lo jodió! Lo que siguió fue una descarga cerrada a mi
escondite, mientras dos soldados, tirando de las patas, se lo arrastraban a su
muerto.
TRJ?S DIAS ya ahí, bien vigilado, era de no soportar. Por turnos me
cuidaban. Lejitos se oía que cantaban, discutían, como borrachos; pero aquí
al frente, tras un árbol grueso, dos pares de ojos estaban al tanto nomás de
mis movimien

27

tos, atentos a cualquier ruidito. Cuando se necesitaban entre ellos, se


llamaban mediante silbidos. Alguna chocita harían para que duerman
seguro. Ahí afuera el frío sería de no aguantar. Al frente nomás estaban los
nevados, y en las madrugadas caía el sereno que mordía la piel y hacia
tiritar. Menos mal la cuevita era más o menos abrigada y ahí al fondo hasta
haría calor quién sabe. Pero más que cueva, parecía tumba de gentiles. Ahí
alIado estaban botados retacitos de tejidos deshechos por el tiempo,
pedacitos de ollitas o cantaritos rotos, huesos también que blanqueaban
desparramados por todos lados. El hambre, el frío, la sed, eran todavía de
soportar, para eso me sirvieron harto mi coquita y la mulita de gro. Pero lo
que me vencía me vencía era el sueño. Así abiertos mis ojos que estoy
resultaba yo hociqueándome contra la peña. Vuelta sacudía mi cabeza,
asustado, reparando para todos lados. Así en una de esas que estoy, c1arito
lo veo al Dchcu que entra, itacado su poncho, sus pistolas al cinto, que me
dice, Mama Killa, nuestra madre luna, llorando sangre está, masqui mÍrala,
allauchi, pena de nosotros tendrá, sus pobres hijos... Y de veras, de su ojo
blanquecino, bajaban unos como hilos de sangre, igualito como cuando lo
vi a taita Huascarán esa vez en Tocanca.

Sentándose a mi lado, el Dchcu me hablaba ahora: No perdamos la fe,


Tomás Nolasco, luchemos hasta el último; no seamos como Atusparia que
se dejó ganar por los blancos. Algún día, verás, Taita Intip volverá a
reinar... Así diciendo que está me desperté. Sueño nomás había sido.
De ahí de la cueva, ni la luna siquiera se veía.

2X

PERO el enorme yana puma que saltó por mi encima, no fue sueño.
Fue en pleno día, cuando los soldados cansados de esperarme, soltaban
desde el cerro hatos de paja encendidos, con la intención de hacerme
asfixiar con la humera. Ahí fue que sentícomo un gruñido al fondo de la
cueva primero, después que saltaba sobre mi cabeza cuando me volví a
mirar. Enorme, ágil, de negra piel lustrosa, lo vi ahí afuerita antes de
lanzarse sobre los soldados.
-j Es el demonio! - gritaron éstos viendo que las balas no lo mataban y
la bestia se les iba encima. Gritos y gruñidos se confundieron. A manotazos
y dentelladas los dejaba muertos. Yo aproveché para escaparme a todo
correr esa baj ada.

MUERTO DE CANSANCIO, maltrecho, llegué a Tocanca. Ahí supe la


noticia: acababan de fusilarlo al U chcu junto a la iglesia de Casma. El
Hilarío Cochachín tampoco estaba; no se sabía si salió vivo o no después
del enfrentamiento de Mato. De los. antiguos sólo quedaban Mariano
Valentín y Vicente Orobio; los demás, que no pasaban de diez, se
incorporaron ahora último. Todavía lo encontré ahí al muchacho que vino
a jar el aviso. Era uno de los Poma, de Pampas. KMurió enseñándoles el
trasero al pelotón, desmés de rechazar al cura que quiso confesarlo». {a para
irse, echándose agua a la cabeza en el mquialcito del camino, todavía habló:
«El cura tOS negó para enterrarlo en el cementerio; ahí

29

alcanzaría las cumbres de la Cordillera Blanca; para después bajar a Chavín


de Huantar, la morada de los dioses, o más allá tal vez, por donde asomaba
su ojo el dios intip, ya no como puma ahora, como cóndor.
Con ese pensamiento, como tonteao, pisando altos y bajos, por ahí
donde 10- vi irse, yo tambiéri me iba; sintiendo un sudor frío que bajaba
por todo mi cuerpo, empapando mi ropa. Mis piernas me temblaban y los
huesos me dolían.
Ya no pudiendo dar un paso más, como mu'ñeéo me amontoné ahí
nomásen el camino, y poco a poco sentí que mi cuerpo se iba poniendo
rígido, y después que se enfriaba del todo y se endurecía hasta quedar
convertido por último en esta piedra que soy, en este sitio de Tacllán, y a
quien los viajeros conocen, por algo será seguro, como la piedra que cura el
mal del corazón.
El dependiente
Antonio Salinas

Existen dos maneras de vivir, Pensaba en esa noche interminable tratando


de dormir sobre los paquetes de papell<raft, Pablo Alcántara. Dos maneras:
la de aquí de esta bodega, y la de afuera.

Hacía un año que había llegado al barrio burgués, a la bodega Borja, a ese
lustroso edifido azul de dos pisos.

-Pablo, chimbotero, hay que abrir la bodega! le gritan, son las seis de la
mañana y apenas ha podido dormir, tal vez. una hora.

-Mis clientes me necesitan, no puedo abandonarlos, son como mis hijos le


dijo el primer día que lo aceptó como dependiente.

Pablo traía la mirada de un fugitivo, y don Julio supo al primer instante,


que ese muchacho desesperado tenía hambre, un hambre de cholo, de
pobre diablo. Ahí lo tenía, parado frente a él, con esa mirada de rapaz, un
gallinazo cansado. Un pobre y triste pájaro que venía huyendo, él le daría
su carroña, papeles, cartones y trapos para su nido.

No, no tenía la cara de un ladrón, más bien parecía un huérfano, sí, un


huérfano de provincia. No, tenía el dejo de serrano y eso contaba a su
favor, no, tampoco era limeño, él lo notó en la manera como entró
preguntándole si no tenía un trabajito.

Cuentos del Último Navegante

42

Antonio Salinas
-Conmigo aprenderás lo que es trabajo, muchacho, ¿Sabes cuántos años
llevo en el negocio?.. V lo miraba como a un miserable animal que ha
metido la cabeza en una calabaza llena de tripas, era la cazuela, sobras del
almuerzo. Sí, un muerto de hambre, parecía humilde, obediente. Pero
cuidado, no había que dejarse engañar por las apariencias, estos mierdas a
veces te roban el corazón. Este no me parece venir de la chusma, más bien
me da la impresión de ser un extranjero, de no ser de este país. No, no es
tonto, se hace, lo sé, lo siento. Te lo digo por experiencia. ¿Sabes cuántos
años llevo en el negocio? Pablo mueve la cabeza, lo mira con esos enormes
ojos negros de pájaro cansado, muerde el pedazo de nervio que ha
encontrado en la sopa -que no sabes, di, sólo por ver y el viejo lo ajocha y
le golpea el hombro, y Pablo, un poco más animado, aunque con miedo de
meter la pata, le dice diez años. ¡¿Diez años?! V don Julio le suelta una
carcajada ronca, tenebrosa. lT ú crees que en diez años se puede llegar a
tener un negocio como éste? iQué inocente eres, carajo!,i Conseguir esto
me ha llevado toda la vida! Para ti, seguro que los chanchos vuelan, pero la
realidad es otra, muchacho, yo comencé desde abajo, con la carretilla, he
tenido que sacarme el alma para lograr tener lo que tengo. Va verás, si te
quedas conmigo aprenderás lo que es negocio, lhas trabajado antes en
alguna bodega? y Pablo que ya termina la sopa levanta la mirada y le dice
que no, que es la primera vez pero que no se preocupe, señor, que él hará
todo lo posible por demostrarle que es capaz, y muchas gracias, la sopita
está riquísima.

-No te preocupes, yo haré de ti un buen dependiente. En el negocio hay


que ser vivo, rápido y despierto. Felizmente que no eres serrano, esos
huevones ni hablar, sucios, piojosos y dormidos, lo peor de nuestro país. Sí,
ya sé, me has dicho que de la costa, que vienes de Chimbote, ¿dónde

Cuentos del Último Navegante

El dependiente

43

queda Chimbote? Ah!, norteño... dicen que los norteños son honrados,
vamos a ver, ojalá no seas ladrón. No, no es porque quiera insultarte pero la
franqueza por delante, los años a uno le enseñan, los costeños aprenden
rápido y en general, son despiertos, pero, ¡carajo!, ¡En su mayoría, ladrones!
No, no me mires así, muchacho, sólo estoy previniéndote, tú sabes, la
tentadón es grande en esta bodega donde hay de todo, pero como dice el
dicho, la ocasión hace al ladrón, y más vale precaver que lamentar. Pero a
mí, quiero que lo sepas, nadie puede robarme, yo soy del Llauca, chalaco.
Así es que no se te vaya a ocurrir meter la mano, porque te jodes. Pablo ha
cogido un plátano mosqueado que don Julio le ha arrimado y mientras lo
pela, muy despado, escucha ese ronroneo del viejo, un disco gastado que lo
fastidia pero que trata de ignorarlo. De vez en cuando levanta la vista y
mira al frente a un antiguo y sudo cuadro que adorna la pieza, "The Three
Graces" lee, preguntándose qué significa esa leyenda donde tres pelirrojas
semi desnudas se ríen alrededor de una fuente llenando unos floridos
jarrones de porcelana- Aquí tendrás todo, casa, comida y ropa. Aquí
aprenderás a ser hombre, un verdadero hombre.

Después del almuerzo y cuando ya hubo terminado de lavar los servidos y


limpiar la codna, don Julio lo llevó. a visitar pieza por pieza toda la
inmensa bodega atiborrada de mercadería.

-Aquí tienes dos mandiles, mientras lavas uno, te pones el otro. No te


olvides, tienes que estar siempre limpio, mañana vamos a la peluquería a
que te corten el pelo. No hay mucho sitio, así es que te acomodas ahí, en
ese rincón. La casa es un laberinto lleno de latas, cajas y paquetes, todo está
copado, no hay un solo sitio vacío y la mercadería ha invadido, como yerba
mala, todos los rincones, hay formas que se retuercen y quiebran,

Cuentos del Último Navegante

44 ) Antonio Salinas

rumas de objetos, botellas, frascos, cómo aprender todo esto, tendré que
memorizar, memorizar, piensa Pablo, sí, todo se aprende.

-Mira, aquí puedes dormir, sobre estos paquetes de papell<raft. Toma esta
frazada, tendrás que lavarla, el que se fue era un sudo 'e mierda, mira cómo
te ha dejado de mugriento la manta. La comida no te faltará en esta casa, tú
comerás siempre al último, así aprovecharás para lavar las ollas. Va verás,
ya verás como aquí te vas a engordar, muchacho. V no te olvides,
recuérdalo siempre, sólo puedes perder tu puesto por tres motivos: iser
sudo, flojo o ladrón!
Hace un año y la noche es interminable. Tengo que irme, piensa. No he
sido flojo ni sucio. Seré ladrón. No me ha dado una sola propina, ni
tampoco un solo día libre. Si le digo que me voy no me dará nada. ¿Qué día
es mañana? Anda confundido con los días. Los meses pasan. Hace una
semana don Julio colgó los nuevos almanaques, la bodega se llenó de
panetones D' Onoffrio, navidad, navidad.

Vestiditos de blanco entran, parecen enfermeras, pero no, no son


enfermeras, son las sirvientas del barrio, serranitas, y mientras las despacho
don Julio mira de soslayo la balanza.

-¿Por qué eres tan cojudo, chimbotero le dice cuando no hay nadie-,
cuándo vas a aprender, ya te he dicho chimbotero el negocio se va a la
..
quiebra si lo dejo en tus manos, cuántas veces te lo he repetido, el
comerciante tiene que ser vivo!

El viejo conoce su negocio, y la diferencia entre un burgués ancestral y un


arribista él la detecta inmediatamente, a mis dientes los conozco como si

\Cuentos del Último Navegante

El dependiente

( 4S

los hubiera parido, le dice mira, ahí viene uno, observa como hago.

El rico, el verdadero burgués, nunca pone peros ni reclama nada. Entra


saludando y a veces se permite darle la mano al viejo.

-A ver, don Julio, le ordena- déme dos botellas de güisqui, seis chocolates
suizos y cuatro tarros de duraznos chilenos- Mientras Pablo acomoda todo
en una cajita, el rico saca la billetera y paga sin decir nada una cuenta
alterada.

En cambio, el otro rico, el arribista, entra como un animal apurado, ordena.


Mira las botellas como si desconfiara de las etiquetas Chivas Regal y(se
hace repetir el precio, el cual es siempre aumentado. Cuando pide los
duramos y los chocolates pregunta si son buenos y el viejo, sonriendo le
dice, excelentes. La cuenta, el arribista, jamás le paga sin verificar. A este
tipo de burgués el viejo Julio odia a muerte, es a éste a quien más le roba.

Verse reflejado de esa manera tan grosera, patán y mezquino al mismo


tiempo, debe sacarle de quido, de ahí su odio profundo. Don Julio
pertenece a esa casta de serranos renegados. Niño llegó al Callao, trabajó y
robó toda su vida, se volvió un chalaco, del Uauca como él dice. ¿Cómo
diablos se instaló en este barrio burgués? Esto, hasta ahora, Pablo no ha
podido descubrir.

Me voy o me quedo de sirviente para siempre, piensa en esta noche de


luna, se lo repite desde ya hace varias semanas, tiene miedo, se acurruca, se
arrima a la pared, otra vez en la calle, sin nada, frío, la dónde ir, de Urna a
dónde se puede ir?

.46

Antonio Salinas

¡Me voy!... se lo dice. Se ha sentado sobre los fardos de papel, mira. por la
claraboya esa luna redonda.

Levantó una loseta en el rincón, era el primer paso, iba a pasar al acto a
partir de mañana.

Todos los días le robaba un billete y por las noches lo metía debajo de la
loseta. Al cabo de dos meses había logrado reunir una buena cantidad.

Esta noche, la última, ya no piensa, ni siquiera recuerda, ahí está, con su


cuchillita tratando de levantar los tacos de sus viejos zapatones. A la luz de
la vela, como un cansado y asustado zapatero, hizo un hueco en cada tacón,
metió los billetes y con el tubo de cola instantánea que ya tenía preparado
de hace tres días, pegó los tacos y se quedó borrando toda huella visible
hasta la madrugada. Se estiró con una sonrisa sobre las resmas de papel, se
cubrió con la mantq. Se veía por la avenida bordeada de eucaliptos, ligero,
caminando bajo un cielo claro, el día era hermoso y él cantaba. Ve otra vez
a esas tres pelirrojas que se bañan desnudas, se acerca a la fuente y ellas se
ríen, ¿qué quiere decir te tre graces? Les pregunta mientras ha empezado a
quitarse la camisa para ir a jugar con ellas, cuando oye a sus espaldas la voz
de un policía que le grita, ¡oye chimbotero! Voltea, abre los ojos y ve a don
Julio, icarajo!, iduermes como un patrón, chimbotero!,i Vamos, las seis de
la mañana!

Que los viejos zapatones se ensucien, que pasen tres o cuatro días, que
pueda soportar, si ya soporté un año por qué no tres, cuatro días más, por
qué no...

Es una semana desde que puso los billetes en los zapatos. Espera

Cuentos del Último Navegante

"""-- - --

El dependiente (47

impaciente la hora del desayuno, se lo dirá tomando el café.

-Don Julio, queña decirle que esta es la última semana que trabajo con
usted, la próxima me regreso a Chimbote.

-¿Qué dices? Le responde palmeándole el hombro, riéndose, como si Pablo


acabara de hacerle una broma estúpida -¿Estoy sordo o he oído mal?,
¡¿Estás borracho, chimbotero?!

-No, don Julio, he pensado que lo mejor es que regrese a mi pueblo.

-¡¿Pero qué mierda vas a hacer allá, en tu Chimbote?!

-No sé, todavía no sé, pero quiero regresarme.

-y qué crees, que me vas a dejar plantado, así, porque a don Pablo se le
ocurrió regresar, y ahora, sobre todo, en plena temporada de verano, no
jodos, Pablo, ya hablaremos de eso el próximo mes.

-Le estoy anunciando una semana antes, don Julio, usted sabe muy bien
que un muchacho lo encuentra en el acto. Todos los días vienen un
montón buscando trabajo. El viejo da un puñete en la mesa y violento le
contesta.

.-iCalla, calla carajo! A mí no me vas a venir a dar consejos. Y qué es eso de


amenazarme que la próxima semana te vas. ¡Si quieres irte, te largas ahora
mismo!

-No se amargue, Don Julio. Trata de calmarlo, aunque en el fondo quiere


írsele encima, cabecearlo, pero no, un año viviendo en la bodega y había

48 ) Antonio Salinas

aprendido a conocerlo. Sabía que el viejp tenía todas las de ganar, y él todas
las de perder por eso es que, dándose un poco de coraje para mantenerse
sereno, vuelve la mirada hada ese cuadro sudo que durante más de un año
lo había acompañado en cada comida, las tres pelirrojas ríen y él no pudo
comprender el significado de "The Three Craces". Tratando de sonreír
agrega: Lo único que yo quería era avisarle con tiempo don Julio, no se
amargue. Pero el viejo ya se desbarrancó, es un venenoso reptil acorralado
que busca aniquilar.

-iEso es cosa mía, puedes irte cuando quieras!

-Don Julio... - y ahora sí viene lo más delicado, lo presiente y por eso duda,
pero tiene que dedrle, aunque casi sin ninguna convicdón: usted sabe... he
trabajado más de un año... y bueno... no tengo un centavo, a ver si me da
alguito, aunque sea para mi pasaje. no logra terminar las últimas palabras,
el viejo lo interrumpe violento, como si al crótalo irritado le hubiesen
pisado la cola.

-ilEstás cojudo o qué mierda te pasa, chimbotero?!,i qué buena concha! Te


he dado casa, comida y ropa, y todavía quieres que te dé plata!, iPuta, ni
que fuera tu padre!, iNo, carajo! Tú te me largas antes del almuerzo,
inmediatamente te me borras. El viejo lo sabe, Pablo no podrá reclamar
nada, está perdido, él tiene la plata, y tener plata, significa tener razón.
Quejarse a la autoridad, pensaba Pablo, sería ofrecerme como voluntario
para la cárcel: sirviente ladrón intenta asesinar a su patrón Y puedes ir a
quejarte donde quieras, pero te prevengo, chimbotero, saldrás perdiendo.
Sentía muchas cosas, como esa vez del terremoto en el barrio cuando se
cayó todo, quería hundirse o correr, como esa vez cuando la poliáa les

El dependiente

49

quemó el rancho en la invasión, no,. no comprendía nada, algo iba mal,


dónde estaba, lo mejor era salir, ya no decirle nada, quedarse en silencio,
que pase un momento, sentado a la orilla del mar, mirar las lanchitas, el
mal humor se le pasará, sí, después le dirá que se queda, sí, don Julio, me
quedo, me quedo..

-Anda, agarra lo que es tuyo, lo sacude sacándolo de un tirón del silencio


en que trata de meterse-, y te me vas, agrega acompañándolo al rincón de
la pieza donde el gallinazo había hecho su nido. En una cajita de leche
Gloria acomodó su basura y cuando puso el último trapito alzó la cabeza,
esa cabeza negra y rapada y lo vio, ahí, parado, como un viejo cazador,
observándolo.

¿Ya acomodaste todo lo que te pertenece? No te olvides que llegaste sin


nada y te vas con una caja.

....es un silencio que te duele y se hiere las manos apretándose los dedos,
las alas ya no le obedecen, caerá de pico contra las rocas. Tiene la cajita
prensada contra el pecho, levanta la cabeza, va a salir.

-A ver, idéjame ver esa caja!

Vació la caja y rebuscó meticulosamente andI:'ajo por andrajo sin


encontrar nada. Después revisó al muchacho, le metió la mano en todos los
bolsudoS bolsillos y le obligó a bajarse los pantalones creyendo que iba a
encontrar una bolsita llena de plata escondida entre el sexo. No encontró
nada. Pero algo había en el aire, él, viejo chalaco con experiencia, lo sentía,
ese olfato nunca le había engañado, lo miraba de pies a cabeza y cuando
Pablo se puso la cajita en el hombro y se preparaba a salir, el viejo le gritó,

Cuentos del Último Navegante


50 ) Antonio Salinas

como si de repente, por obra de un milagro hubiese descubierto algo:

-iEspera, chimbotero!,i Sácate los zapatos!

Pablo se saca los viejos zapatones. Uno por uno los coge, ávido mete las
manos dentro, las zarpas arrancan las plantillas de papel, mira y remira el
cazador esos dos negros patos muertos, los examina meticulosamente, un
rictus de amargura se le dibuja en la boca, no, no es posible, mierda. El
cazador sufre, tiene los zapatos destripados en la mano y no encuentra
nada. Es una g decepción, pero al mismo tiempo escucha que le golpean en
las orejas, no seas cojudo, Julio, no seas cojudo... Va no sabe qué hacer, se
siente bamboleado entre la decepción y la malvada esperanza de que el
chimbotero le está robando, tiene los zapatones con las lengüetas colgando,
y, en medio de estos dos sentimientos contradictorios le tira los zapatos y le
dice:

-No sé carajo, pero sé que te vas robándome. iSeguro que te has metido la
plata en el culo, desgraciado! Pablo ya no le contesta, despacio se amarra
los zapatos, coge la cajita y sale. En la puerta, se queda unos instantes
mirándolo, lo ve, es un cazador chiquito, patizambo, con el pelo trinchado.
Un mandil blanco le cubre la barriga y sus manos le cuelgan como
cansadas. Hay en su mirada una mezcla de cólera y miedo al mismo
tiempo. Lo ve como perdido, en una ominosa floresta buscando un sendero,
una salida que lo lleve a su cabaña, a su bodega.

Hace un último esfuerzo por conmoverlo y le dice.


-Déme algo para el pasaje, don Julio, no sea tan mala gente.
-iNo jodas cerajo!, ijódete por huevón! Pablo le da las espaldas y empieza a
salir, cuando siente que lo empuja y le grita:

El dependiente (51

-iFuera, fuera conchetumadre!, ichimbotero ladrón!, ¡hijo de puta!

El muchacho da medio vuelta y le clava un puñetazo en plena cara. El viejo


sale catapultado contra la vitrina reventando los vidrios iAy, me mata! grita
sangrando a borbotones. Pablo con la cajita en el hombro corre por la calle
de los olivos. Se pierde entre los jacarandaes bajo una lluvia de flores rojas,
despavorido corre sin lograr levantar el vuelo.

La venganza
Ítalo Morales

Son tres hermanos que miran a todos los ángulos para asegurarse de que
no haya ningún peligro mientras avanzamos por un bosque de algarrobos,
cubiertos de sombras, heridos por el miedo y con un nudo en la garganta;
pero decididos a cumplir nuestro juramento de venganza. Cada uno lleva
un cuchillo en la dntura, escupen, jadean, se dan valor; dedmos: ¡Somos
machos, carajo!; aunque en el fondo yo sé que nuestro hermano menor se
viene cagando de miedo. No importa: es el miedo de matar o morir.

El viento arrastra el polvo y castiga la piel; sin embargo, ellos sudan,


maldicen la oscuridad, putean a las espinas, los matorrales, siguen, abren
trochas con las manos y los cuchillos, avanzan: avanzamos entre las
malezas hasta que nos detenemos. ¿Por qué? Alguien gime susurrante como
si llorara: es mi hermano, el menor, quien no quiso venir, pero al cual
obligamos porque así tenía que ser. Como electrizado, mi hermano mayor
comando del ejérdto-, corre hada él. Se detiene y, frente a frente, lo
fulmina con su mirada de cachaco, le dice: iCarajo!, déjate de mariconadas
que vamos a destripar a ese güevón. Sí, que se deje de mariconadas. Yo me
acerco y le toco el hombro, tranquilo, tranquilo, y luego volvemos al
prindpio: retornan su marcha convirtiéndose en tres gatos negros bajo la
luna llena.

Cuentos del Último Navegante

62 ) ftalo Morales

Continúan penetrando la tupida zona de Tres Cabezas; bordeamos la ribera


del ño Lacramarca convertidos en almas malignas, espantando a los perros
que nos ladran desde lejos. Vamos, icarajo!, sin mariconadas. Eso me gusta,
el valor del hermano los estimula: me estimula, porque es un comando para
imitar, tiene agallas, no se chupa. ¿De nada? De nada. Así, cuchillo
nuevamente en la dntura, pantalón remangado, ingresan por la parte baja
del ño, se mojan; nos salpicamos con el agua fría y seguimos silendosos,
hasta lograr cruzar todo el ancho del Lacramarca. En la otra orilla,
intranquilos, mordiendo una mueca, preguntan al hermano menor si ya se
ha cagado de miedo. Nos responde que no, que desde ahora dejemos de
joderle. Así me gusta, hermano. Fuerza, agallas, que ya falta poco para
llegar a la maldita casa de Colán y darle lo que se merece, por pendejo.

Atraviesan una chacra de maíz. presienten que unos perros los siguen, es
verdqd, los persiguen con ladridos mortales; pero nosotros huimos,
saltamos vallas, pisamos charcos, volamos como lechuzas y escapamos del
peligro. Se detienen; respiramos aliviados del susto, fatigados; escupimos,
decimos palabras de combate. Giro la cabeza hada mi hermanito quien luce
pálido y demacrado. Uno de los hermanos se le acerca, lo rodea con un
brazo y entonces le repito que no se chupe, que ya falta poco, adelante. Se
aproxima nuestro hermano, el comando, y nos grita que nos dejemos de
cabroneños, que no perdamos tiempo, debemos seguir. Empieza a caminar
y los demás le siguen; lo seguimos hasta que llegamos a una loma
empedrada y escalamos, jadeamos. 'lo los observo: el mayor va adelante, el
menor conmigo; están cansados pero no se detienen, una fuerza poderosa
los domina: llegamos a la dma.
La luna llena parece el ojo del diablo por este sitio, tan funesto y silendoso.
Mientras caminan, sudorosos, casi asfixiados por el esfuerzo, el hermano

La venganza

63

menor pregunta la hora: yo respondo, Deben de ser como las doce. De


pronto el hermano comando se detiene, gira hada nosotros, está serio. Sus
ojos revelan duda, inquietud. Quiere decirles algo, pero se contiene. Calla.
Le pregunto si ya llegamos. Les contesta que todavía e inmediatamente se
les acerca y COn la mirada hurgadora se fija en' los cuerpos frágiles de sus
hermanos: nOS interroga: ¿Podrán contra él si a mí me pasa algo? No hay
problema, me adelanto a decir. Además, nO te pasará nada, "o
atacaremos juntos, no? Sonñe, respira hondo, confiesa que está un poco
cansado y ordena que hagamos un breve alto. Se sientan sobre unas
piedras, sin decirse nada, escuchando el silbido del viento y el rugir del ño.
¿Son personas? Quién sabe, desde lejos SOn fantasmas, sombras, que poco a
poco se los va tragando la noche. Seguimos callados, acaso volviendo a
amasar nuestra cólera; escupo, miro a mis hermanos, pero ellos nO lo
miran, están cabizbajos, pensando, pensando. Los cuchillos a ratos brillan
bajo la luna y las estrellas, y a ratos se ocultan en sus cuerpos, en sus ropas.
Son filudos y enormes: destripañan a un perro de un solo tajo.

Una voz atronadora y horrible, como extraída de una pesadilla, rompe el


silendo, gritando: ¡Pedro, nO te duermas, corajo! Me asusto, busco el rostro
de mi hermano com do y encuentro sus ojitos de rata. En su mirada hay
fuego. Bajo la cabeza. diciendo: Perdón, nO dormía, sólo pensaba. El
comando ya no le observa, está impadente, se levanta, da unos pasos y
suspira, Colán de ésta nO se salva ni de vainas. osotros asentimos, sí. Lo
que le hizo a nuestra hermana le costará su perra vida.

Retornan la marcha, se vuelven a dar ánimos de guerra, pronundan la


palabra muerte, juegan Con ella, la corporizan, gesticulan, aprietan los
dientes para no dejar escapar la rabia. La necesitaremos cuando

Cuentos del Último Navegante

64 ) ftalo Morales

destripemos al brujo Colán. Frente a unas matas se detienen por orden del
hermano comando. ¿Llegamos? Sí, y entonces la sangre se calienta, los ojos
echan chispas, no se puede pensar bien, puede ser el miedo o la cólera. Me
fijo en mi hermano menor que está a mi izquierda. Lo toca, está temblando,
le ha vuelto el terror. Me acerco a su oreja y susurro: Fuerza, cholo,
matemos a esa rata, es por el honor, por la familia. Le contesta, Está bien,
ya me pasó, pero sus ojos siguen girando inquietos, asustados.

En medio de la oscuridad, agazapados, nuestras pupilas parecen brillar


como la de los gatos: furiosas y diabólicas. La cabaña de Colán está frente a
ellos con su ruina y su misterio, IIamándolos: tan quieta y demoníaco que
me paraliza. ¿De miedo? No, de rabia, tanto que me exaspero y cuento los
segundos con el instinto asesino en la garganta. Cojo el cuchillo, murmuro
algo y quiero avanzar. Quiere avanzar el idiota, pero su hermano comando
lo detiene del brazo. Espera, baboso, le dice. Esperan protegidos por las
sombras, corazón palpitante, mirada feUna, cuchillo en mano, oteando la
casucha de Colán que se abre miserable en medio del campo, perdida en
ese lugar del diablo, agonizante, con olor a muerte.
El hermano comando nos mira. Ellos lo miran con la cara en forma de
pregunta: ¿Ya?, y él responde: Esperen que yo les aviso. Se levanta: su
cuerpo enorme, de caballo, nos ensombrece por un momento. Es fuerte y
yo lo admiro cuando avanza veloz como un reptil, procurando no pisar las
hojas secas de los pacaes. Se arrastra unos treinta metros y, ejecutando una
aaobada de gato, llega a la cabaña del brujo. Nosotros miramos cómo con
habilidad se coloca en una esquina, se agacha y desde allí nos llama con la
mano levantada. Entonces los demás hermanos reptan confundiendo sus
cuerpos bajo la luz violeta de la noche.

Los hermanos menores se cuadran uno a cada lado de la puerta y el

La venganza

6S

comando se queda en el centro, aguzando el oído, llevándose un dedo a la


boca como signo de silencio. Obedecemos porque es el jefe. Tiene
paciencia, es un cazador. Me es dificil imitarlo; yo sólo quisiera entrar y
degollar al brujo. No resiste la espera. De improviso, el hermano comando
con una patada de burro derriba la puerta'de estera y penetra. Ingresan en
la casucha gritando: iVenganza al violador! Derriban mesas, frascos, yerbas,
cavema. A tientas revisamos la cabaña, pero es inútil, ni rastros de la bestia.
El brujo ha escapado. Los ha burlado. Reviento de cólera y pregunto:
¿Cómo, carajo? Colán de mierda. ¿Por algo es brujo, no? Se las sabe todas,
el desgraciado.

Los hermanos permanecen quietos, resignados, mordiendo su rabia,


maldiciendo contra todo, al brujo, su cabaña, la derrota. Sus caras están
opacadas, azulinas. La luz de la luna que penetra por la puerta nos ilumina,
nos convierte en fantasmas. Uno de los hermanos que tiene fósforos en el
bolsillo, enciende un cerillo: la luz amarillenta del fuego me permite ver el
rostro de mi hermano comando. Echa chispas por los ojos, repite una y otra
vez: iputamadre, putamadre! De pronto escuchamos un ruido seco, como si
estuvieran regando en alguna parte. ¿Qué es eso?, ¿Qué es ese olor?
Corramos, nos dice nuestro hermano comando al tiempo que voy sintiendo
el olor a gasolina. No tiene tiempo de gritar: iEs una trampa! Porque al
instante, en la salida crece un muro de fuego. Los detiene: nos arrincona;
La cabaña empieza a arder por los cuatro costados y nosotros nos vemos
acorralados en este infierno, paredes de cáñamo que se desintegran. El
humo asfixiando los pulmones, la visión nublada y nada que detenga esta
hoguera vertiginosa. Mierda, me quemo, por ahí no, se cae el techo, vamos
a morir, no llores, icarajo! iAuxilio! Coláaaaan...
La velocidad de las llamas traga todo lo que encuentra a su, paso.

¿Murieron?, ¿Se quemaron? Colán, en silencio, chacchando su coca,


recuerda los gritos de auxilio en la noche. .

Mañana a esta hora

Olger Melgarejo

A diario le recitaba versos en el momento propicio, que podía ser


mientras su pareja tarareaba una canción o se subía el vestido en el inodoro
maniáticamente desinfectado o al sellarse los labios al momento de la
separación. Hombre y mujer, suspirando nariz contra nariz y vientre
contra vi€ntre.
Una madrugada, Ángel fue recibido por Rosa de la peor manera.
Fuese un palo, una escoba, un zapato o cualquier objeto impactaba contra
él, que, en su turbación, sólo atinaba a amortiguar los golpes. De un
puntapié, el dinero bien habido salió desparramado de sus manos y los
labios, que a diario lo recibían con dulzura, proferían sólo improperios.
Si Rosa buscaba ser agredida, Ángel no pisaría el palito. Sería un
buen pretexto para que ella hiciera de las suyas lejos de él y quién sabe si
regresaría a casa sana y salva. Eso no convenía a ninguno de los dos.
Entonces, Ángel decidió apelar al recurso, que muchas veces le había dado
buenos resultados; en caso contrario, buscaría entrar en paz para obtener
datos sobre el hombre por quien Rosa ya estaría sintiendo un singular
deseo. Pero eso sería después de la noche de las bombardas.
Reaccionando con rapidez, hizo un movimiento de brazos, de tal
modo que Rosa, al sentirse de espaldas e invertida de cuerpo, no tuvo otra
opción más que recurrir a sus pies que golpeaban muy duro en el rostro, si
quería impedir que los labios continuasen hormigueando en cada

MAÑANi\l\ ESTA HORA/ 37

espacio sensitivo de su piel. Entre golpes y caricias, cayeron violentamente


en la cama y de allí, al piso, donde Ángel, pidió tregua, no por el chorro
ácido que ingresaba en su boca, sino para no ser comidilla de los moradores
de la quinta, donde se comenta el mínimo chujido de catres y muebles.

Con el verso y piropo entre los labios se dirigió muy compungido


hacia el mueble a recibir el nuevo día. Si bien mantuvo cerrados los ojos, su
mente era un escenario en el que lidiaban los pensamientos buenos y
malos. Pensaba: "¡De quién te enamoraste, cholito!" Horas antes se habían
despedido de lo mejor, nariz contra nariz, haciéndose ojitos y él,
deseándole dulces sueños. ¿Qué le ocurriría a Rosa en las horas en que
estuvieron separados? Ella no pudo haberse enterado de los planes de
Ángel, los que entrarían en ejecución después de las bombardas porque,
durante el lío, ella no había pronunciado para nada el nombre que la sacaba
de sus casillas. Cantó un gallo, luego otros más. Ángel no pudo conciliar
sueño. Cuando recién dormitaba, se despertó luego de que estallara en su
mejilla una sonora cachetada: "jA trabajar, vago de mierda! ¡Son las diez de
la mañana!"

Mentira. Apenas era las siete. Dándole la espalda, cerró los ojos con
la intención de seguir reposando porque el sueño, con toda seguridad, ya
no regresaría por la andanada de hechos imaginarios que estaba tomando
posesión de su mente. Pensó: "¡No es la primera vez!" Y se le vino a
. la memoria las repetidas ocasiones en que Rosa se ponía a transpirar
cuando en la conversación insinuaba a Ángel sobre la posibilidad de salir a
un lugar paradisíaco a beber con Miriam y su pareja. "¿Pero si en la reunión
molestara a la vecina, tú cederías ante la insinuación del otro?" El silen

38/0LGERMELGAREJO

cio lo decía todo. Estrechando las piernas y transformada en criatura a


quien hay que complacerla, se perdía en sus cavilaciones donde,
segura1nente, algún hombre estaba haciendo de las suyas con ella. Cuánto
habría pagado Ange! por conocer e! pensamiento de su amada, un
escenario adonde se presentaba con frecuencia el cuadro que viera en su
temprana edad: en el mueble de la sala un hombre semidesnudo sobre la
sirvienta: ¡SU padre! Con todo, Angel la amaba y ese amor se incrementaba
a más infidelidades, por lo que, sin pensarlo, se sintió envuelto en e! mundo
de Rosa, a quien desde ese lugar buscaría ayudarla a olvidar Su.s
desviaciones y sus adjetivos de siempre: "Serrano, maricón, aprista".
Frustrado y en total estado de confusión, empacó sus cosas,
convencido de que su crisis sería superada por la emoción que sentiría,
llegada la noche de las bombardas. Cerrando sus oídos a la charla femenina
y e! alboroto de los niños, mentalmente se despidió de Rosa, pero pensando
en el Ratita, un hermoso niño, que seguramente a esa hora estaría rezando,
sin imaginar que su madre se encontraba apurando el encuentro con el
hombre que vive a dos casas de la suya. Mientras cerraba la puerta, Angel
experimentó una repentina emoción: la imaginó coqueta, sensual, con su
vestido transparente, intentando atraer la atención de Roberto: e! vecino
rudo, que en algunas madrugadas bramaba en simultáneo con Miriam, la
mujer del gemido fino.
Caminando por la calle era un hombre irreconocible, se sentía como
si hubiese bebido en exceso, con unos deseos de golpear a cualquiera que se
le cruzara en e! camino. La razón fundamental de su caos estaba en él,
sobre todo, cuando imaginaba a Rosa caminando en e! pasillo, donde se
reponía en un mueble el vecino Roberto que, en

J\1AÑANA A ESTA HORA/ 39

-- -

ese estado de ebriedad, solía extender la mano hacia la desnudez femenina.


Le atormentaba la cita pactada pat- después de las bombardas y el sueño
que fuera interrumpido a causa del sopapo. En la lava dorada del mediodía,
sombras con figuras de monstruos, de espíritus en vuelo, espectros
adheridos a las aceras, paredes y al andar cadencioso de alguna dama. Una
voz a sus oídos: "¡Vuelve a la quinta para que tomen acuerdo sobre la fecha
en que saldrán a beber entre cuatro! ¿Te parece?"
En el momento que recibió el sopapo, en sueños, Ángel llevaba una
botella de cerveza por abrir. Descendía por una calle conocida. Él era un
simple transeúnte, un robot desprovisto de la facultad de beber y razonar.
De súbito se vio mordiscando la botella, vez tras vez, descuidando que el
vidrio astillado le destrozara las encías y los labios. No recordaba haber
sangrado, ni sentido dolor en la boca o el estómago. Pensó: "¡Qué loco!
¡Pero si me lastimaba! ¿Qué significa todo esto? ¡Qué alivio! ¡Fue sólo un
sueño!" Volvió a estremecerse al evocar la manera en que tragó cuatro
veces el vidrio triturado, de modo que cuando recibió el sopapo de Rosa, le
restaba masticar y tragar sólo media botella.
Ya en el paradero, Ángel abordó el carro que le hacía experimentar
sensaciones de suspenso y al que raramente sube un hombre de mal vivir,
como el sujeto que, en ese momento, se aprestaba a tomar ubicación tras de
una joven distraída, quien, por lo visto, daba la impresión de estar
narrando una historia interesante, pues, a cada rato se veía obligada a
suspender la narración para responder entre sonrisa y sonrisa a las
preguntas de su compañera: "¿Pero es churro? ¿Sabe que sales con otro?"

40 /OLGER MELGAREJO

Ángel creía que la ausencia de solidaridad era condenable porque el


poblador en las grandes urbes ya estaba acostumbrado al hábito de ver y
dejar pasar los hechos aunque la víctima fuese un ciudadano de la tercera
edad. Así, no valía la pena comprarse líos, teniendo en cuenta que el
solidario podría termh'1ar muy mal por meter las narices en problemas
ajenos. Entonces, había argumentos para hacerse el insensible como el
cobrador del micra, que prefiriódar voces a la gente que esperaba carro en
el paradero: "¡Lima! ¡Bolognesi! ¡Arica! ¡Venezuela! ¡San Marcos!"
Miró de reojo a los pasajeros y no halló a uno solo que compartiese su
fastidio. ¡No! ¡Nada de nada! Cada cual se hallaba en lo suyo: Unos miraban
a un lado o al otro; otros, se hacían los dormidos y hasta la amiga de la
agraviada se encontraba totalmente ida: "Quisiera salir con él. ¿Cuándo me
lo presentas?" Pero Ángel no seria uno más del montón. ¡Él, ya no! Había
salido con todas las ganas de pelear. Y entró en el ojo de la tormenta, como
lo hizo anteriormente contra dos sujetos de mal vivir y también cuando
defendió a un ebrio, que era agredido por quien, minutos antes, manoseara
a una señora con el silencio cómplice del cobrador.
Evocó un hecho ocurrido en una fría mañana de su pueblo: A toda
velocidad, un par de criollos huían con el dinero que le hurtaron a una
humilde vivandera. A diferencia de lo que ocurría en las grandes urbes, en
ese entonces, la gente se había solidarizado con la mujer. El primero en
correr con la anciana quechua hablante fue el viejo enclenque que solía
tomar los rayos del sol a la entrada del mercado. También Ángel corrió
para emular a un jovencito: que, en actitud valerosa, se arrojaba a los pies
de los

MAÑANA A ESTA HORA! 41

truhanes. Aún subyace en su memoria la calle en que fueron apaleados los


ladronzuelos.
Entre el pasado y el presente, Angel perdió el cansancio por el que
tomara el carro más vacío. ¡Adiós pesadez! ¡Adiós modorra! La noche
anterior había trabajado con la moto taxi hasta la madrugada para fInanciar
los gastos de Rosa y las cervezas que bebería con Amelia. Había
desaparecido de su memoria el sueño que tuvo; Rosa, que aún seguiría en la
casa de Roberto y, también, la cita que se produciría en la noche de las
bombardas.
Comparándose con el hombre de buena presencia, concluyó en que
el ladronzuelo era vencible, pues, sus facciones fInas podrían echarse a
perder de un solo puñetazo, según el mensaje del nativo que había tomado
posesión de él: Un lidio, que adhería la carne descolgada a su dedo gordo.

Como hormigas apocalípticas, infInitos seres mvisibles se


incrustaban en su piel. ¡Qué gran cambio! ¡Quégran transformación! Por la
palma de sus manos, por su escroto tembloroso, por sus sienes, por sus
papilas mgresaban los escozores. Su cavidad bucal s bía a coca, requesón,
aderezo natural. Por sus poros salía el sudor de quien barbecha la tierra y a
quien, siendo niño, le cantaba en las festividades escolares: "Tu risa oiré y
feliz serás y feliz seré".
Escuchó un susurro en quechua, al que lo tradujo:
,.
"Angel, ¡tú ya no eres macho!" Otro, en español: "Reflexiona. Podrías
fracasar en esta empresa ajena a tus intereses. ¿De qué modo serías ayudado
por tus extremidades que perdieron su dureza hace mucho tiempo? Ahora
es el aniversario de tu plantel. De llegar maltrecho, darías pie a que los
maestros y quienes te conocen especulen negativamen

,¡¡¡unl

47 In! ( "R MFT ( AR"¡n


te sobre ti. No creerían tu versión. Los alumnos lo llevarían a la chanza.
Estás solo".
Más pudo el espíritu nativo que habló por su boca: "¡Puta madre!",
expresión que formaba parte del léxico de Ángel sólo en circunstancias
extremas como el de tener al frente a un sujeto que, de cometer semejante
majadería en una zona marginal, sería capturado y ajusticiado para es-
carmiento de los demás.

Mirando con el rabillo de los ojos, las jóvenes tomaron distancia del
sujeto, quien, bajando el brazo, giró la cabe a hacia el lugar de donde
procedía la voz. Momento de silencio, de auscultarse el uno al otro. Ángel
dejó de ser objeto de miradas. El precio de tal imprudencia tendría su costo
y él era consciente de ello desde el momento en que constatara que el
sujeto de vestir elegante estaba acompañado y, algo más, dio a entender
que continuaría en el carro hasta donde Ángel bajase.
Ángel fue rodeado en el Óvalo de Santa Anita en el preciso momento
en que se abría paso para cortar la distancia que había entre él y la agencia
bancaria, vigilada por dos policías. Sobre un taxi, un puesto de frutas, sobre
el tumulto en griterío, multiplicándose en gran manera, Ángel repelía el
ataque imaginando que estaba labrando la tierra, pulverizando rocas o
controlando reses que huyen en estampida por la presencia de las aves
rapaces que destripan a sus presas en plena carrera.
Era consciente de que sus fuerzas flaquearían y que, para poner a
cualquiera de sus agresores en manos de la policía, sólo le restaba organizar
su defensa y rematar de una vez al sujetp de buena presencia, que daba la
impresión de estar exánime en el concreto. Ángel cayó de bruces

MAÑANA i\ ESTA HORA/ 43

por el impacto de un objeto contundente en su cabeza. Sintió a la gavilla


sobre él, como aves rapaces que se disputan una presa. ¡Golpes de puntapié,
a lo criminal! ¡Pero cuándo no, las mujeres! En grupo chillaron para que la
paliza cesara. La sangre tibia borbotaba a chorros. Descendía por su nuca
como infInitos hilillos candentes y, cuando el piso ya era un charco contra
su pecho, se repuso con la desesperación del condenado al asociar el hecho
con un incidente similar que le ocurriera en su quebrada: A causa de la
sangre que fluía de su nariz, había peleado golpe contra golpe sin requerir
ningún objeto contundente. Si el hermano mayor de su rival no intervino,
habría sido porque el tío de Ángel, arado en hombros, accidentalmente se
había percatado del pugilato. "Ven, vamos a contar los sapos que hemos
traído del estanque. Ven para que los amarremos de dos en dos, como a
toros. ¿Quieres, she?" Por tal razón Ángel había entrado en la casa de su
amigo sin sospechar para nada que recibiría un trompón, cuando sonreía al
palpar la piel resbaladiza de los renacuajos.
Derribado por segunda vez, sintió que sus brazos flaqueaban y que
sus piernas no daban más. A cada puntapié, su cabeza era una esfera
productora de infinitas estrellas en un fIrmamento doloroso y púrpura. El
grito salvador de las mujeres acababa de cesar pero Ángel ya descendía de
bruces a un abismo oscuro, en el que moriría de infarto antes de hallar
fondo si no intervenía alguna mano salvadora. Al taparse con la parca, notó
que ésta lo miraba y se lamía los labios. Le alisaba el cabello. Le tocaba el
pulso, mientras, un nativo muy recio abría la boca para lanzar la noticia de
que Ángel daba manotazos de ahogado en una avalancha de muerte. ¡Un
moribundo trino de aves! ¡Un canto de mal augurio! ¡Un tañido tenue de
campana

44 /OLGERMFJ.GAREJO

aldeana! ¡Sendas solitarias amuralladas de pencas! Uno a uno, los perros de


su nillez emergian de las raíces de un
árbol frondoso, de debajo de las piedras y de las chacras reverdecidas.
Saltaban como los grillos. Resucitaron dOl1a Jacinta e Isidora, que hacían
prodigios ton las hojas de la hierba santa.
-¿Qué está diciendo? ¿Sí? ¿Quiere damos un mensaje? Creo que hay
una pizca de vida en él. ¡Pobre piltrafa! N o hagan ruido.
Una hilacha de aliento visita a Ángel. Adquiere cuerpo y se
moviliza, vigorosa, en la cocina enhollinada, donde su alma agonizante se
recupera bajo la asistencia de un nativo emponchado. Hay mutismo en la
emergencia del hospital. Ayes y quejidos de gentes adoloridas. Un hombre
de piel trigueña yace desfigurado entre otros, que reciben liquido y
respiran sólo mediante sondas. Los ángeles y la parca se disputan a las
ahnas, quienes dudan si optar por la escalera, que desciende a la cabecera
del agónico, o permanecer un tiempo más en los cuerpos a punto de
expirar. A
diferencia de los otros, Ángel percibe las palabras del galeno. Éstas salen en
orden, una tras otra, como la sucesión de burros en apretada senda. Son
voces que pertenecen a su segunda lengua, aprendidas bajo un techo que la
comunidad le prestara al Go biemo para que funcione la escuela. Las
palabras se desplazan con la velocidad de un globo y se esfuman
lentamente en la bóveda lisa y blanca. ¡Las lee en el aire! Primero reconoce
la expresión: 'Ya; después, son las cinco de la tarde. Al final de la cadena
hablada, la secuencia ondulante: Te encuentras en el hospital. A la
cocina enhollinada llegaron jadeantes sus perros, con la lengua a sus
heridas. Recibe un chorro de orina caprin<l y tras ello, un indio extiende
su poncho habano sobre él, que ya

MAÑANA A ESTA HORA/ 45

se encuentra inhalando el vigor de los cerros, hálito de fértiles tierras y


también, recibiendo frotaciones con hierbas calentadas en el tiesto. Las ho-
jas, en manos de doña Jacinta e Isidora, se transforman en savias. Sus carnes
muertas son vencidas por otras nuevas. Sonríe y piensa: "Es el olor del
caldillo y bien quisiera paladeado". Confunde a los galenos con los
espectros. Piensa: "¡No puede ser! Éstos producen ruido al caminar y sus
manos son de carne y no, esponjosas". En efecto, no podrían ser, ni
siquiera, fantasmas urbanos, que deambulan en altas horas de la noche,
fl,ameando como retazos de tela. Se asusta al ver que su cuerpo se balancea
al borde de un abismo. Va de manos con el nativo que, tras susurrarle al
oído: "Macho, macho", provoca chas-. quidos mágicos que le permiten
evocar sus momentos de infancia. Se encuentra en el cine: Un indio lo está
vigilando desde la cima de una roca. Artista y espectador se reconocen.
Ángel se emociona al recibir una flecha de regalo. El indio provoca humo
en medio de los arbustos. Los pájaros tosen. Cree que los galenos son los
hombres malos de la película y la enfermera, la Muchacha. Ella porta
mascarilla. Ángel piensa: "La Muchacha está al servicio de los bandidos. Yo
la salvaré". Se ve saliendo del cine. Él es el Joven y sus camaradas los
bandidos. Montado en un palo, p.ersigue
a sus enemigos que también huyen en caballos similares' hacia el cerro
llamado I}ataquenua. Saeta en manos salvó a la Muchacha. En la Plaza de
Armas ha cesado la batalla. Vencedores y vencidos charlan: "¡Bien bacán
no; she! El Joven se casa con la Muchacha".
En el inconsciente de Ángel, el Centro Educativo es una
construcción ovoide y gaseosa, lejos del alcance de los pandilleros, a
quienes ve atacando al transeúnte con piedras y dagas encendidas. El
plantel se bambolea al compás

46/0LGERMELGAREJO
del viento. El señor cura, libro en mano, le lee versos eróticos a la
profesora, que es la novia de un marciano. En la Dirección del plantel, otro
habitante de Marte, tras intercambiar palabras de saludo con la autoridad,
bebe, a grandes sorbos, tazas de chilcano, mientras su esposa da de lactar,
de sus pezones plata, a su prole fulgurosa. ¡Qué lástima! La autoridad edil se
encuentra en serios aprietos y por ello no debió asistir a la noche de las
bombardas. Tiene la cabeza bajo la cintura; el trasero, sobre el cuello y está
a punto de quedarse sin la única escarapela que le cubre sus genitales. Las
mariposas, en torpe vuelo, se estrellan contra la def1tadura de las gentes,
en carcajada. Una mosca acaba de zambullirse en el plato de sopa del
Director. El personal directivo y los profesores participan de una
competencia sin precedentes. En la reunión programada, los varones se
flagelan con sus penes y las mujeres, valiéndose de sus garras, se lastiman el
rostro y las nalgas. Nadie se salva de las mentadas de madre, ni de la
amenaza de clavarse chinches en el trasero. Unos alumnos se desplazan
hacia un salón a beber la cerveza que le hurtaran al desprevenido y otros,
descienden al arenal a encerrarse en los servicios higiénicos. Confundida
en el grupo, se encuentra la joven amiga del alcalde que, en estado etilico,
acaba de retar a Amelia a participar en el concurso de quién orina más
lejos.
-¿ y Amelia?
El nativo sonríe.
Amelia y Ángel habían convenido en encontrarse
en la noche de las bombardas, del toro loco y la quema de castillos. Habían
pensado hacer del encuentro, el mejor de cuantos tuvieron, sea a la sombra
de los arbustos, en la soledad de un lecho a media luz o como el día que se
cono

J\ii\Ñf\NA i\ ESTA HOI0\/ 47

cieron en un ómnibus que cubría la ruta Lima-Ricardo Palma. Ella ebria y


él, también, en el atardecer de un jueves sombrío del mes de junio: ¿Cómo
fue, ojos de capulí? Se le erizaba la piel cuando evocaba a la diva
desconocida; que de súbito se sentara sobre él, carne contra carne. ¡Así de
sorprendente sería en el futuro! ¿No demostró igual arrojo al deslizar su
prenda en una piscina? Constantemente se decía: "Ángel, esta mujer te
hace perder los papeles". Por eso él la quería hasta que la transpiración le
invadiera. En la noche después del aniversario, seguramente él se habría
dejado vencer en la letrina, en el pasadizo del hostal, en algún rincón de
luces apagadas o en la terraza, porque había luna llena, como en la noche
anterior. Era, pues, un juguete en las manos de esa mujer, que tiene
domesticados, inclusive, a los guardias.
Se felicitaba por tener una compañera que reaccionaba con dureza al
primer nombre que no fuera el suyo, pues, a diferencia de Rosa, otras
mujeres sí, dejaban que el marido hablara con toda libertad en sus sueños.
Varias veces había despertado al primer sopapo cuando hablaba dormido
sobre lo ocurrido en la comisaría, de donde, Susana se esfumara sin dejar
huellas luego de contagiar su enfermedad a los policías.
Amelia y Ángel fueron una pareja muy singular. Ella se olvidaba de
sus golpes, y él, de sus parches en la cabeza. Ocurría los días viernes u otra
fecha especial en que estallaban con anatemas, lisuras y todo.
-¿Por qué planchas tus ropas o por qué tanto perfume? ¿Con qué
perra te vas a encontrar?
- -¡Pero qué estúpida eres!
-¿ Con la perra Elba? ¿ Con otra perra?

48 /OLGERMELGARr IO

-¡Vaya trabajar, desquiciada!.


-¿Con la perra con quien conversas en tus sueños? -¡Tengo una entrevista
en el trabajo!
-¿Alli trabaja la perra?
-¿ y tú eres santa?
-¿ Ya ves cómo eres?
-¿A veces no regresas con la concha floja o con el culo morado? ¿No me
llamas por teléfono de la cama del loco Raúl?
Entonces empezaba el escándalo que culminaba con la estampida
mutua hasta entrada la noche, en que ellos coincidían disimuladamente en
un conocido restaurante.

-A ver, amor, ¿qué deseas servirte? -¡Pollito!


-¡Señor, dos cuartitos de pollo, por favor!
Así de rara les era la vida. Ahora él se encuentra en el hospital. ¿Quién
conoce el porvenir? Años atrás, su mejor amigo, que saliera a la calle a
buscar trabajo, fue hallado en la morgue, después que el carro en que
viajaba colisionara contra un camión mal estacionado en una calle céntrica
de Chimbote. ¿Pero Ángel moriría? Imposible, porque, al extender su
mano, se emocionó en gran manera al escuchar las palabras de la gitana:
"Vivirás más que tus abuelos", En efecto, ellos habían muerto, en presencia
de sus llorosos invitados, mientras se celebraba el 75 aniversario de su
boda. Yeso conocía Amelia, pues, para salir de sus dudas, en una ocasión
atentó contra Ángel con hartas dosis de tóxicos. Y Ángel no murió ni
siquiera cuando sus rivales lo precipitaron de la casa donde Elba y Rosa
compartían un cuarto.

MAÑANA A ESTA HORA/ 49

En el hospital, pensaba en Rosa, una joven de muy agradable voz,


rescatada de la calle, adonde fuera por razones económicas y no por
aberrada, como murmuraba la gente. La evocaba coqueta y sensual, con su
vestido transparente, pecho contra pecho y nariz contra nariz a la hora del
verso y del piropo:
-Te vaya contar mi sueño pero júrame que dirás la
verdad y solamente la verdad.
-¡Lo juro!
-Pero antes dime ¿Con quién estuviste el miércoles
mientras yo hada mercado?
Entonces Ángel perdía el aire, como si un buen
puñetazo le hubiere caído en el estómago.
-¿Ya ves? Me traicionaste. Ya no es necesario contarte todo.
Seguidito, me soñé con gatos y cuchillos y también con una culebra gris
que entraba y salía de un orificio. Yeso es traición, Ángel, pues, algunas
veces regresas a casa como limón exprimido. ¿No es cierto? Yo no soy como
tú. Me lastimas cuando piensas que me estoy acostando con Roberto,
aunque muy bien quisieras que lo h,aga. Somos vecinos y nada más. Tienes
la mente sucia como todo hombre. Debes confiar en mí, y si digo que soy
más rata que tú, es sólo un decir.
¿Pero si Rosa estuviese en el colegio? Es más rata que yo, ¿no es
cierto? Si no me encuentra, pensará que me escapé con Amelia y entonces
será capaz de cometer cualquier delito. Estoy advertido. Cualquier mujer,
menos Amelia.

Ángel se torturaba imaginándola reclinada a la sombra de un poste o


escondida en algún lugar oscuro o entregándole dinero a algún
desconocido que sabe espiar al in
50/0LGERMEI.GAREJO

fiel o sólo en vestido, reprimiendo eJ placer delirante que asciende desde


sus tobillos en contacto con los labios que hacen perder el control. La
imaginaba apoyada en la ventana, charlando con las vecinas que ya no son
interesantes para sus maridos o con las que llegan al clímax sólo por la zona
que el clero tiene prohibido. De súbito se le erizan los pelos. Sí, "el mundo
da vueltas" y "ojo por ojo, diente por diente". Rosa estará con la piel en
tensión, como años atrás, cuando sentía hormiguear debajo de su falda, los
labios de Ángel, mientras recibía desde el parque el beso volado de su amor
Jorge.
. ¡No! ¡Qué vergüenza! ¿Estará en pantalones o en falda? ¡No! ¡Me la
pagará! ¿Más rata que yo no? ¡Eso lo veremos! No le diré nada a Rosa. ¡A
ella no! Por la cólera podría retornar al antro y yo no sabría qué
explicación dar a su hijo, el Ratita. ¡A Jorge, sí! De haber ido al colegio,
seguro que Rosa estuvo en la casa de él. Jorge es el único que sigue
ocupando un cuarto en la construcción donde Rosa y yo éramos inquilinos.
Es la única vivienda que colinda con el plantel y sólo Jorge podría estar
debajo de la falda de Rosa, mientras ella simula buscarme con la mirada
desde el segundo piso. Apenas salga de alta, lo abordaré sin palabras de por
medio. Primero él la rescató de la calle y siempre que toma suele decir:
"¡Pericote viejo no olvida su hueco!" Lo asiré de los hombros y lo derribaré
de un cabezazo, diciéndole: ¿Qué hacía Rosa en tu cuarto la noche de las
bombardas? Pero dejaría de golpearlo si Elba interviniera. Todavía
quedan cenizas. ¡Carne es carne!
-¿Puede decirnos alguna palabra, señor?
Ha amanecido. Ya es un nuevo día y Ángel todavía
yace en la cama del hospital. Las aves cantan en los árboles cubiertos por
densas nieblas del amanecer. Trasciende has

MAÑlÚ A A ESTA HORA! 51

Jta su lecho el pitar del claxon de los carros y la visita aún ausente sólo
añadiría más dolor al que se encuentra soportando. Ya mueve la cabeza y
las extremidades y hasta articula con claridad algunos nombres: ¡Mamá!
¡Amelia! ¡Rosa! Llegan a sus oídos voces de despedida, seguidas de algunas
palmadas suaves en el hombro.
Ángel deduce que es el cambio de guardia y se deja embargar por
una profunda melancolía. Debió agradecer a la enfermera que lo atendió
pero, ¿será igual de buena quien la reemplace? Pareciera que la cabeza se le
fuera a desprender o que le faltaran algunas costillas. Pretendiendo disipar
sus penas, sonríe al evocar un pasaje jocoso en su vida: Es su amigo Coqui,
que en sueños, sufría por escupir las patas de una cucaracha que se le
incrustaron entre los dientes. Quisiera celebrar con risas las bromas que se
gastan los galenos pero se abstiene por las punzadas que siente en sus
carrillos. Ya pasó la tormenta, enseguida llegará el turno de.
la calma y paz. Se pondrá en pie y partirá a su casa como el indio que siguió
su ruta después de permanecer privado durante dos horas en la acera a falta
de un coraZón caritativo, que tuviese un trapo remojado en agua fría para
su cabeza, luego de una pedrada.
Ya se siente mejor y sólo está a la espera de la señal del nativo. El
indio conversa con doña Dina quien, de conocer la desgracia de su hijo,
demostraría a los galeno s su pericia en el arte de la sanación y la
resurrección. Ella cura a la bestia panzada y también a los indios que
pierden el sentido en las fiestas por el fragor de la pelea. Si auxilia a las aves
y los grillos de cantar malagueño, ¿cómo descuidaría a su indio mal
trajeado en este monstruo de ciudad? Postergando a sus animales y el
espantajo, untaría con cebo de gallina o enjundia de cuy las heridas de su
hijo. Pero a dife

52/0LGERMELGAREJO

111

rencia de doña Dina, Amelia y Rosa tratan a Ángel de otro modo. En casos
de algÚn malestar, valiéndose de sus manos, cada quién busca erizarle la
piel para constatar si, en verdad, Ángel está enfermo o se hace el cojudo,
después de haberse empiernado con otra.
La enfermera, que acaba de llegar, pareciera que fuera una de sus
alumnas pero podría ser solamente una semejanza. Para salir de sus dudas,
retendrá la mirada en ella y le buscará la conversación.
Echa la mirada a sus pertenencias y ve que sus ropas están empiladas
menos el bolso. Piensa que podría estar en el quiosco adonde recuerda
haberlo arrojado al empezar la bronca, o quizá en manos de algún vivo. Si
estaráen sus bolsillos el dinero que gastaría con Amelia. De no estar,
¿habrían sido las manos en el nosocomio? Evoca su adolescencia en un
hospital pintado de verde. ¡Cuánta gente aglomerada en un domingo! Con
frutas, medicinas y algÚn dinero para el paciente. En aquel entonces, se vio
obligado a regresar a casa con el dinero en los bolsillos po:tX:J.ue el regalo,
entregado en la visita anterior, se había pertlido del cajón de la mesa.
Enfermera y paciente se sonríen. Ángel piensa: "La
señorita no tiene cara de pilla".
-¿ Usted apellida Condori?

-No, señor. -Gracias.

Ángel reflexiona sobre el modo en que sobrevivió al delirio y las


bocanadas de vapor candente. Pálidamente recuerda que un ser con astas y
rabo, atormentándolo, le echaba mantas de ceniza candente. Ángel no
halló ningÚn

!viAÑi\NA i\ ESTA HORA/53

trapo remojado o agua fría, que le ayude a enfrentarse al infierno. Tras


analizar lo sucedido, concluye agradeciendo á1 y al nativo que le ayudaron
a batallar contra la
'mu seguida comparará sus visiones con las de Bea
triz sobre el hombre de la letrina.
Religiosamente, en ayunas, el hombre bebía chorros de líquido
púrpura y, en la cena, degustaba, entre carcajadas, tajadas de mejilla asada y
guisados de bíceps. Cuidando ser visto, el sujeto chorrea en los desayunos
algunas dosis de orina y, en las frituras por servir, esparce polvos fecales,
provenientes del frasco escondido en un lugar, que sólo él conoce. Será
considerado un pobre desquiciado y adjetivado de la peor manera. ¡Qué
importa! Apenas salga, abriendo su boca, así por así, informará, de oreja en
oreja, lo que viera en visión. Sentado en el círculo rojo de su manta blanca,
el hombre solía huir hacia la letrina o la alcantarilla para evitar su captura.
-Usted se parece mucho a una chica llamada Bea
triz Condono
-Mi apellido es Palma.
-¡Ah! ¡Ya!
Y suspende la conversación porque acaba de recordar que el sujeto también
tiene domesticadas a legiones
de ratas y cucarachas.
-¿No es esto cosa de locos?
-¿Decía algo?
Cierra los ojos y deja que aparezcan en su memoria nuevos segmentos.
Desde el cielo ennegrecido, él se precipitaba como un objeto puntiagudo,
rumbo al vacío sin final. Con el corazón a punto de estallar, otra vez
empezaba a ascender hasta las estrellas y esa ruta seguiría repetidas

54 /OLGER MELGARF:JO

veces. En el último vertical descenso, no cayó en las aguas del mar, como
tenía previsto, sino en un acantilado solitario e ignoto. Se asombra al
evocar que, tras aterrizar con los brazos en cruz, descubrió que estaba
parado en una
senda, que era el punto de partida hacia tres lugares, conocidos por él.
Viendo que una de las vías iba a su pueblo, tomó tal camino contemplando
con curiosidad una pata y sus dos patitos, que paseaban por el borde de una
acequia. ¡Cuánta diferencia existe entre el lugar soñado y el de la vida real!
También aparecía próximo a él, una extraña ave. Tenía plumaje verde,
patas de saltamonte y un pico larguísimo; su cuerpo era liso como la
calabaza. Alzándola en brazos, la llevó a la fuerza y se vio obligado a
liberarla después que ésta gimiera con llanto de niño. ¡Qué curioso! ¿Los
plurníferos no pían o graznan o cacarean? Aún estando libre el ave, su
gemido seguía rebotando en los cerros. En la senda solitaria y pedregosa,
soportaba la mirada de las rocas. Su casa estaba a una legua de distancia y él
se hallaba de pie, inmovilizado por el gemido indescriptible. ¿Qué era
aquello? Intempestivamente se vio gritando a viva voz: "¡Perdóname,
niño!" Cesó el llanto pero apareció configurada en el tronco de un maguey
la imagen de quien lloraba: Un rostro adulto, maltrecho y verde. Pero algo
fundamental: ¡Miraba como alguien que está enfermo por el maltrato
sufrido! ¡Rostro que destrozaba el alma a diferencia del que sonreía en la
profundidad de la letrina!
-¿ U sted sentiría vergüenza si tuviera una hermana que posee el don de
visionar?
-¿Por qué me lo pregunta?
-iPura curiosidad!
Ángel sonríe y haciendo memoria descubre las semejanzas que existen
entre la visión de Beatriz y la de él.

MAÑANA A ESTA HORA/55


¿Pero su visión lindaba con algo premonitorio? Él conocía al sujeto en la
vida real. Si en visióh metió la mano en la letrina, lo hizo con l intención
de rescatarlo de ese mundo irrespirable y si el hombre se vio obligado a
huir habría sido porque temía ser sorprendido copulando con alguna
cucaracha con pezones y escroto: ¡Seres de su escolta, quienes protegían la
capa blanca, en forma de bandera, en cuyo centro aparecía la imagen del
sol, bañada en sangre! ¡Adiós riqueza porque el sujeto se ha zambullido con
mucha fortuna en la letrina!
Recordó que corría en zigzag por una calle elegante, temiendo ser
absorbido por la alcantarilla, si se abriera el concreto. Surge más gente
visionaria, más Beatrices. ¡Miles! ¡Millones! Se ha cumplido el temor del
sujeto. Fue sorprendido copulando con una rata y ya no será visto por estos
lares, Ha huido tras la riqueza escondida, al amparo del manto blanco que
se transformó en pájaro volador.
Retrocediendo en el tiempo, Ángel sonríe; también la enfermera lo
imita. Aparece en su pensamiento el mozuela que ganó una apuesta: "Hay
un sol para quien bese la llaga de este perro y el culo de este gato". La
sonrisa se le va, se le escarapela la piel y adiós buen humor. Se le paran los
pelos. Retrocede dos días atrás. A las trece horas, a la entrada del plantel se
encuentra charlando con Beatriz, quien al final del diálogo le dice:
"Profesor, mañana a esta hora tenga mucho cuidado".

Eugenita, linda flor


Edgar Norabuena Figueroa

A Sirena Eugenia, linda flor.

Muchos soles por el cielo y harta agua por el río de Chilcabamba han
pasado ya, desde aquella noche de mi borrachera. Don Esteban Goñi
contempla a sus nietos recién nacidos en este mismo dia y no entiende por
qué las criaturas que lloran sobre las mismas sábanas que sus madres,
tienen el mismo lunar, los mismos ojos y la misma nariz que yo.
Los levanta a los dos, los contempla con detenimiento a fuerza de
quererlos diferenciar. Piensa. Ahora recuerda aquella mañana en que me
sacó aún asustado de la habitación de su menor, esa mañana después de mi
fiesta de boda. Ahora ya se dio cuenta. Estoy parado sobre el umbral de la
habitación donde las dos hermanas acaban de dar a luz. Se dirige a mí con
una mirada que reclama una urgente respuesta que no se la daré. Esos dos
bebés son mis hijos, y la justicia divina de San Roque lo permitió así...

Muruy
Eugenita. Ah, Eugenita, linda flor de Pacarisca. Si no me aceptas, dime
quién. Ni viento, ni sombra tendré para ahuyentar tanto sentimiento. N i
aluvión, ni terremoto servirá para que se lleve de mí, tanta afición por ti.
Eugenita. Eugenita, mi dulce fruto de chirimoya, mi perfumada lúcuma de
Chilcabamba, mariposita mil colores de Pacarisca. Dime que sí, mi
ñuspicita. Acéptame pues, mi abejita

coqueta, mi torcacita de mayo. No, Epichito, no; soy tiernita todavía, no


tengo edad para amores, si ando recién salidita de mi niñez, ¿no sientes que
huelo a lechecita todavía?
Cómo que no tienes edad, Eugenita; si ya tienes pechitos para
amamantar a nuestros hijos, caderita para bailar en nuestra fiesta de casorio
ya tienes. Qué edad más quieres, si estás bonita como sol que derrama su
brillo al amanecer, si estás perfumada como florcita de azucena, si tu
cuerpo ya tiene más curvitas que la carretera de nuestro pueblo. No pues,
no, y si sigues molestándome con eso, le voy avisar a mi taytita para que te
remoje en el río y se te quite lo enamorador y calenturiento. Soy tiernita
todavía para el amor.

Esto me dijo y se fue corriendo por la bajadita que lleva a su casa. Y allá
abajo, cobijada bajo las matas de pacay, chirimoya y lúcuma, comenzó a
cantar con su delgada y dulce vocecita de pájaro, con un tonito de jilguero
o ángel del cielo. Y yo, al escucharla desde lo alto, harto me he lamentado
por este amor. Cómo no vaya estar enamorado de ella, cómo no; si cuando
me mira hasta me mojo el pantalón de puritito gusto. Si cuando juega
conmigo en el recreo de la escuela, siento mi corazoncito como tierno
pajarilla que quiere salirse de la jaula de mi pecho. Cómo no me vaya
enamorar, si en sus ojitos grandes y brillantes me veo clarito como en el
agua dormida de un fresco puquiaL Si cuando canta, parece que con su voz,
voy subiendo derechito al mismo cielo. Cómo no me vaya enamorar si es la
ñuspicita más bonita de toda la escuela.

¡Eugenita, cuando sea grande iré a Lima y te traeré muchos ganchitos de


colores, polleritas brillantes para que lo proses en la fiesta de Yanama, un
sombrerito de pana para que seas la envidia de todas las ñuspis del pueblo;
pero una cosa nomás te pido, Eugenita, linda flor, acéptame en tu
corazoncito de torcaza esquiva, en tu pechito que es jardín de flores
silvestres. Acéptame, pues!

8 ! Edgar Norabuena Figueroa

No es no, Epifanio, ni cuando me bajes las estrellas, ni cuando se caigan


los ángeles del cielo como si fueran zorzalitos hondillados. No
es no. Ya pues, Eugenita, si me dices que sí, te traeré todos los días limas
olorosas y amarillas de mi huerta, te haré las tareas de matemáticas, te
cargaré toditita la subida desde tu casa hasta la escuela, te contaré las
historias de Toro Moreno y T umbacerro. ¿Tienes orejas o acaso son
cualquier hueco? No es no. Nunca seré tu mujer. Ni viva, ni muerta; nunca.
¿Entiendes? Nunca digas nunca, Eugenita, eso no se
dice. Yo sí digo nunca, porque nunca te aceptaré.

Y otra vez, a sentarme al borde del camino, sobre esa piedra grande
. desde donde se ve su casita metida entre los frutales. Sintléndome
abandonado y moribundo, moribundo de amor con ese dolor insano
mordiéndome el pecho, como si el amor fuera un perro furioso
mordisqueándome el alma enfangada en la soledad. Y otra vez, sentarme
calladito, esperando a.que el viento me traiga su voz de niña que es calma
para mi corazón alborotado.
Oír el rumor del tiempo pasando sobre mí y marcar su nombre en esa
inmensa piedra que ya no tiene ni espacio para otro corazón más. Luego
ver al sol morirse con mi agonía. Sollozar juntos. Hombre y sol muriendo
por amor. Volver a casa escribiendo, "Eugenia con Epifanio" sobre la tierra
húmeda, en las hojas de los magueyes, en la corteza de los árboles, en las
paredes de las casas, en la bodega de don Alberto, en la puerta de la
parroquia para que Dios bendiga mi amor por ella y hasta en la cuevita de
los gentiles para que no se olvíden de mí a la hora de la hora.
"Epifanio con Eugenia", "Eugenia y Epifanio se quieren", encerrados en
corazoncitos grandes y pequeños, en corazoncitos atravesados por una
flecha o sangrando terriblemente.
"Eugenia con Epifanio", "Epifanio y Eugenia se aman", escribiendo
afíebradamente mis sentimientos en cualquier lugar dOI1de pueda vedo
ella, donde todos los muchachos del pueblo

Eugenita, linda flor / 9

-.1

puedan vedo y no la pretendan, ni piensen en ella y aprendan a respetar


eso que dicen a la mujer de su prójimo, a la mujer ajena.

Qurapyay
y mientras el profesor escribe la lección en la pizarra, yo le mando
un papelito a Eugenita que hoy no ha querido sentarse conmigo. "Ya me sé
una nueva historia de Toro Moreno y T umbacerro, si quieres, a la salida te
la cuento". Y ella, al leer la nota, me ha devuelto una sonrisa coqueta
condimentado con un gesto de arrepentimiento. Segurito hasta queriendo
que le cuente ya, a hurtadillas, la historia que toda la noche me la he
pasado imaginando para que ella se quede un ratito más conmigo junto al
río, dentro del bosquecito de los eucales.

l¡Cómo? ¡Qué estoy viendo? ¡Mi Eugenita con ese taqra, con ese nariz de
zorro ladino y cara de chancho empachado? ¡Qué tal lisura! ¡Yo la he visto
primerito, antes que todos! ¡Ella es solo para mí y para nadie más! ¡Desde
chiquita me la estoy haciendo crecer! Bufando de rabia, de celos, derechito
he corrido hacia el garañón Crisanto, coloradito él y con ojillos zarcos que
son la felicidad de muchas ñuspis.
Intentaba llevarse a mi Eugenita a la orilla del río, como a tantas ya
había llevado. ¡Qué hay con ella, so taqra zorro mancarrón, perro ladrón!,
he gritado abalanzándome contra él. Y, ¡pim para aquí, pam para allá, pum
para acá; uno para arriba, dos para abajo, tres por si acaso!, le he
apuñeteado hasta que se tienda sobre la pampa como pellejo de becerro
desbarrancado, mientras sus cuadernos han volado asustados como cuculíes
de mayo, hasta ahogarse en el río sin que los demás puedan sacarlos con
vida.
¡Se pelean, se pelean!, el resto ha gritado a los vientos, otros han corrido
hacia el aula, ¡lo está pegando, ya lo tendió, el río se está llevando sus
cuadernos! El profesor Edgar ha venido corriendo. Nos ha separado así
enganchados, de hombre a hombre, como hemos estado. ¡Quietos, quietos;
so, yuntas!, nos ha contenido los últimos

10 I Edgar Norabuena Figueroa

golpes en el puño y ha sofocado el incendio de nuestras rabiosas miradas.


¡Expulsados los dos, por pelear en la escuela!, y su voz rotunda nos ha
hecho salir agachados, escondiendo nuestros ojos de las miradas de
reproche de los demás.

Esa tardecita, qué cuento ni qué nada. Nos hemos ido con Crisanto a la
pampa más olvidada de Chilcabamba, junto al río. Y allí, hasta muy entrada
la noche, nos hemos dado de alma, bramando coléricos, bufando en cada
golpe por el amor de Eugenita. Sangr.ando gustosos por ella. Sintiendo que
los golpes por amor se dan con ganas y se reciben con ansias, como si
fueran las caricias del ser amado.
¡Ya, ya, allí no más Epicho, allí nomás! Me abrazó derrotado y.
exhausto, con la cara llena de moretones y sus ojillos zarcos enrojecidos por
la derrOta. ¡ Llévatela si la quieres tanto, no te la vaya molestar más,
palabra de hombre, palabra de amor derrotado!, así jadeando, con el rostro
empapado con una mezcla: de sudor, lágrimas y sangre, con los ojos
achinados de tanto golpe, me ha dicho con palabras más cansadas que él,
¡ya no la vaya buscar, te lo juro, será solo para ti! Y yo, que ya no podía ni
levantar el puño, lo he escuchado con alivio, pensando que el amor se
defiende con sudor, lágrimas y sangre. Dándome cuenta que en el amor
también hay ganadores y perdedores como en la vida misma.

Abrazados, como hermanos sobrevivientes de una cruel matanza, hemos


vuelto hasta nuestras casas, y hasta pena me ha dado el pobrecito Crisanto
orejas de cuy, tan flaquito y tanto golpe había soportado solo por ella.
Esa no.che. ¡Ay, florecita de mi cariño, torcacita de Pacarisca, dame tu
corazón! He soñado caminando con ella por las perfumadas praderas de
Chalwá, recostándonos alegrosos bajo la perfumada sombra de los alisos,
abrazándome a ella como wawita en edad de

Eugenita, linda flor í 11


lactancia, como tierno corderito. ¡Ah, Eugenita, Eugenita, mi dulce ilusión.
Ilusión de amor! Y cómo hemos corrido por esas praderas verdes e
inmensas, abrazándonos, besándonos, amándonos con ganas, con fuerza de
mangada, con pasión de huayco de marzo. ¡Ay, qué contentos nos hemos
soñado! Volando sobre nubes como maripositas sobre las flores. Dándonos
cariño con furia de palomitas en arrullo. Y así, regocijado con todo el
mundo, he despertado a pesar de mi cuerpo maltrecho. ¡Qué lindo sueño,
tayta San Roque, qué lindo sueño! He despertado contento por haberle
ofrecido coquita a mi santo patrón para que me dé el amor de mi Eugenita.
Me he persignado con gusto y he salido a trabajar con mi tayta.
Disimulando mis golpes, ahogando en mi boca, a cada instante, el nombre
de Eugenita. Eugenita, linda flor, quemándome la lengua y sintiendo esta
afición por ella haciéndome saltar de la emoción como granito de cancha
que revienta dentro del tostador del amor.

Unkuy
Tanto, tanto ya me insistes, seguro es verdad tu afición por mí. Y con estas
palabras consintió que yo me arrejuntara junto a ella para contarle las
historias de Toro Moreno y T umbacerro.
y así pues, Eugenita, le seguía contando la historia, llevándola al rincón
más apartado y bello del bosque, Toro Moreno se fue a vivir con Blanca
Becerra que era una mujer muy bonita, porque tenía sus ojitos parecidos a
los tuyos. Unos labios muy rosaditos como los tuyos y también cantaba
como tú. Por eso Toro Moreno se fue a vivir con ella, amarrando a su
Tumbacerro en la entrada de su casa para que nadie los moleste en su
amor.

y esa noche, ay, mamacita. Dulce, dulce camotito sus labios he besado,
¿así se habrían besado Toro Moreno con Blanca Becerra? Despegá dose de
mis labios, preguntaba inocente, acuchillándome con el filo de su mirada.
No, Eugenita, creo que no se besaron así, creo

12 / Edgar Norabuena Figueroa

.que fue así, y otra vez, acercando mis labios a los suyos, volví a disfrutar de
la miel de su alma endulzándome hasta el desquicio.
i Uy, qué brinco pegó mi corazón al sentir su calor contra mi pecho.
Sapito loco, loco sapito quiso saltarse de mí, escapárseme por la garganta. Y
para que no se me escape, la besé nuevamente. Una y otra vez hasta que
nuestros labios primerizos comenzaron a arder por los mordiscos que nos
habíamos dado mutuamente; es que a esa edad, aún no sabíamos cómo
besar y solo obedecíamos al dictado de nuestros cuerpos adolescentes.
Así pasó el año. El profesor Edgar pronto retornaría a su ciudad,
cargando sus libros en un costal. Nosotros, recién supimos que no
volvería a la escuela, nunca más. Nos sentimos tristes y los últimos días de
clase acudimos a la escuela como quien asiste al velorio de un familiar
amado. Cómo nos enseñaba, mira, hijito, esto es así y asa, y se esmeraba por
explicamos lo que no entendíamos. Él fue el primero en contamos las
aventuras de Toro Moreno y Tumbacerro, dizque ya lo había escrito en
uno de sus libros; es que decían que también era escritor. Todos viajábamos
al ritmo de sus palabras, cuando nos narraba aventuras de otros tiempos, de
otros lares; y así, imitando a mi profesor, pude conquistar a mi Eugenita,
contándole las historias de Toro Moreno y Tumbacerro que con ayuda de
mi tayta imaginaba y guardaba celosamente en mi memoria.
La mañana en que se fue, lo acompañamos hasta Yanama, y antes de
subir al camión, todavía nos dijo que siguiéramos estudiando y hasta le
regaló uno de sus libros a mi Eugenita. Desde ese día no parábamos de
contamos las historias que había en ese libro.
¡Ah, cómo en noches de luna llena, bajo el brillo de las estrellas,
imitábamos a T orito Moreno y a Blanca Becerra!
No, el cuento no dice que se iban a la orilla del río a besarse, reclamaba
Eugenita. Contrariada, tratando de recordar alguna escena similar; y yo,
cómo que no, Eugenita, dice mi taytita, clarito me ha

Eugenita, linda flor! 13

contado, que se iban todas noches a contar las estrellas, porque contándolas
podían hacer sus hijitos.
y esa noche, ella se asustó cuando escuchó lo de hacer hijitos. Me miró
espantada, como solo se le mira al dañino puma de la noche. Su mirada me
quemó el alma y por un momento enmudecí sintiendo que mi boca se
incendiaba con su gesto de reproche. ¡Qué vas a hacer, Epichito, ni lo
intentes, ya te he dicho que todavía no tengo edad para hacer hijitos!, yyo,
reaccionando, pensando, es ahora o nunca. ¡Cómo que no vas a tener edad,
Eugenita, si ya tienes edad para el amor, ya tienes edad también para eso!,
intenté retenerla entre mis brazos, asirla como a palomita recién capturada
para que se acostumbre a mi fuerza, a mis brazos; pero ella, presintiendo
mis intenciones, se me escabulló como perdiz ante el peligro.
En vano la perseguí, linda tarukita, dando brincos aquí y allá, llegó
facilito a su casa y se metió a su habitación sin que sus taytas se dieran
cuenta.
¡No, Eugenita, no haremos hijito, no haremos eso!, esto mismo le dije y
consintió que le besara sus senos chiquititos que parecían dos pichoncitos
dormidos en el nido de su pecho color aliso. Se agitó al sentir mis labios
rasgándole el corazón. Me abrazó con fuerza. Comenzó a arañarme
desesperadamente. ¡Ay, cómo dolían sus uñas, como los puñetazos que me
había dado Crisanto esa tarde!, pero el gusto era más, y me lo aguantaba así
como lo había buscado. ¡Esto también debe ser amor!, pensaba intentando
no gritar de dolor.
Comencé a bajar, poco a poco, asediar cerquita de su vientre, conquistar
su ombligo. Besando, besando. Marcado mi territorio para que ella se dé
cuenta de quién era su dueño, y cuando ya iba más abajo de todo lo
recorrido yposeído... ¡Ay, Eugenita, qué tosca eres!, sus ro-dillas hundidas
en mi entrepierna me dejaron sin aire, con los ojos nublados, con las babas
saliendo de mis labios y con las manos vacías nuevamente. ¡Ya te he dicho
que no tengo edad para hacer hijos!, y otra vez, chúkara tarukita,
vanamente la volvÍ a perseguir. ¡Espera,

14/ Edgar Norabuena Figueroa

Eugenita, bromita nomás era! ¡Anda a bromear con tu abuelita!, y riéndose,


riéndose, se fue desapareciendo por el plateado sendero.
Esa noche tuve que conformarme con el sabor a camote wambacho de
sus senos, con el halo saladito de su vientre y el olor a hembra de su
ombligo. ¡Ay, Eugenita, tarde o temprano, mamita, shumaq wayta, linda
flor, kuyallay ñuspi! Y retozando de contento por el prado, becerrito
alegre, me fui a mi casa donde nuevamente soñé con ella hasta mojarme de
puro gusto.
¡Ya pues, tanto, tanto me insistes, seguro que ya tengo edad para hacer
hijito!, eso me dijo. Y yo ya sabía que estaba aceptando ser mi mujer.
Esta noche ven a mi chocita. Iré a cuidar las yuntas de mi tayta, te voy a
estar esperando solita. Y yo, harto confiado, pasándome ramitas de
wanarpo macho por mi parte, y tomando su agüita bien hervida para no
aflojar la cuerda en plena batalla, me fui contento. Silbando huayno alegre,
huayno de amor, de triunfo y prosa.
La noche estaba resplandeciente, las estrellas, ¡qué lindas!, bailaban con
mi tonada, mi tonada de amor. Llegué rapidito. Entras calladito nomás, yo
vaya estar esperándote adentro, recordé que me había dicho antes de
brincar de aquí para allá rumbo a su casita.
Como me lo había dicho, entré sin avisar. De un momento a otro, todo
confiado. La busqué presurosamente entre las cobijas terriblemente
anochecidas, hallé su cuerpo escurridizo como un pez entre el agua.
Busqué rápidamente lo que tenía que buscar primero y lo encontré. Cerré
su boquita tibia para que se aguante el susto, ¡las primerizas gritan como
becerro desbarrancado!, recordé que me había dicho su primo Raymundo
que ahora andaba de catequista, ¡hay que.
agarradas bien, Epicho, como a yegua brincona, amansando, amansando
para que no se escape ni pueda botarte de encima! Y así la tuve, con mis
manos evitando sus gritos entre la silente noche. Imaginándola risueña y
amorosa como en mis sueños.

Eugenira, linda flor / 15

La hice mi mujer, entre el revoltijo de las frazadas y el sudor que


comenzó a manar de nuestros cuerpos calientes, restregados hasta el
cansancio. Ella tratando siempre de zafarse de mí; y yo, conteniéndola
como a becerrita asustada. ¡Calma, niña; calma, niña!, gritándole desde mi
corazón agitado. Sintiéndome galopar sobre un animalito de algodón yagua
maternalmente tibia.
Cuando estaba dale y dale, se me escapó de las manos. Jinete que
extravía las bridas de su pasión y se desbarranca hacia el ineludible abismo
de la realidad. Al saberse libre, comenzó a gritar desesperadamente. Y yo,
sorprendido al no reconocer los gritos ni la silueta moza de mi Eugenita,
quise salir de la choza, espantado por todo lo que estaba pasando. Ella
estaba interpuesta en plena puerta; no podía salir, yya me atontaban sus
alaridos de mujer ajena.
Después de tanto batallar, cuando ya estaba a punto de escapar por la
pampa que lleva al río, ¡lachajjj!, sentí en mi espalda, así calatito como
estaba, que una áspera y pesada culebra había caído sobre mí; y otra vez,
por la jijunagranflauta del borrico Sabina, ¡lachajjj!, y cuando ya pensaba
que estaba viendo al mismito Judas calato bailando delante de mí,
burlándose de ese indecible dolor que inexplicablemente estaba sintiendo,
¡lachajjj!, otra vez, un látigo como venido del cielo, lamió con voraz apetito
toda la extensión de mi espalda totalmente sudada.
Era don Esteban Goñi, flaquito y chatito él, con una fuerza de gigante,
quiso mandarse con la cuarta tanda, cuando allí mismo me levanté y grité
desesperado, ¡no me pegue, no me pegue, taytita!
Pensé que don Esteban Goñi me había encontrado con su Eugenita, con
su menorcita dentro de la choza, olvidándome por completo de los gritos y
del cuerpo que no había logrado reconocer. Me casaré con ella, ahora me
casaré con ella, me limpié las lágrimas, contento, aguantando el dolor.
Fue cuando la escuché sonreír burlonamente. Satisfecha con mi tragedia,
estaba detrás de su tayta que bufaba aún con rabia. ¡Caray, si

16 I Edgar Norabuena Figueroa

ella está detrás de su tayta, quién está dentro de la choza!, me confundí por
un instante, y mirando bien, bien, en medio de la penumbra plateada de la
noche, me di cuenta de todo. Había hecho mi mujer a Gaudita, la
mayorcita que aún lloraba ahogando sus sollozos dentro de la choza.

AUay
Esa mañana, cuando todavía el sol no terminaba de madurar entre
las cumbres, mandaron llamar a mi tayta, quien llegó presuroso, tal vez
pensando en 10 peor. ¡Cuidadito nomás con meterte en problemas, allí vas
a saber 10 que es bueno!, siempre me advertía tal vez sospechando mis
apuros de enamorado.
Cuando entró al patio de la casa de don Esteban Goñi, me encontró
sentado sobre un poyo húmedo y viejo. Temblaba de miedo como un perro
envenenado que se sabe próximo a la muerte. No podía hablar; mi lengua
era un trapo húmedo pegado dentro de mi boca.

Por primera vez en mi vida, no tuve fuerzas para mirarle directamente a


los ojos a mi tayta, y así agachado, escuché cómo se avergonzaba de mí, ¡allí
mismo 10 he encontrado, metido en la choza de mi Gaudita, como perro
ladrón!, cómo se encolerizaba, ¡ultraje es ultraje, don Damián, eso se paga
con cárcel pues, o si no, matrimoniarse nomás para arreglar el erjuicio!
Don Esteban Goñi y mi tayta terminar'On su conversación entre los
frutales. Al tayta de Gaudita se le notaban sus gestos furibundos mientras
mi tayta trataba de apaciguarlos. Luego de largo rato, volvieron. Mi tayta se
acercó a mí como se acerca el dueño después de pagar por el daño de su
animal. ¡Lo hecho, hecho está; ahora tienes que casarte nomás!, me dijo con
sentimiento de sentencia. Pidió nuevamente disculpas a don Esteban Goñi,
prometió volver esa misma tarde para hablar del casamiento, y me llevó
aún adolorido a la casa.

Eugenira, linda flor 117

En el camino, ni una palabra me dirigió, ni una mirada, ni un gesto,


como.a ganado que se rescata de la chacra ajena, me arreó en silencio. Y yo,
también sin palabras que pudieran brotar de mí, caminaba calladito, como
novillo que sabe que va derechito al matadero caminé toditita la subida,
como Cristo al Gólgota.
¡Ay, pero para qué llegué!... ¡Conque forzando a las ñuspis de don
Esteban Goñi, so garañón sinvergüenza, ahora vas a saber lo que es bonito,
so jijuna ultrajador!, y sacando el chicote que más temía, ¡toma esto aquí,
allá y acá; sóbate esto con cariño, guárdate esto otro para el camino, esto
para que aprendas a no ser calentón, y esto para que no te olvides de la
paliza que te estoy dando; ah, y esto otro por si acaso!...
La tandeadera con chicote de cuero de toro habría durado por los siglos
de los siglos, si no hubiera sido por mi mamita, quien al no
aguantar más mis alaridos de dolor, se abrazó a los pies de mi taytita
rogándole para que no me castigue más. Y siguió porfiando todavía sobre
mi espalda, encolerizado como estaba, hasta que mi desesperada mamita le
volvió a rogar. ¡Si lo dejas tullido de tanto golpe, no podrá responder con la
ñuspi de don Esteban Goñi!, con esas desesperadas
palabras, mi tayta se calmó.
Yo, pensando que todo había terminado, me incorporé con un cuerpo
que ya no era el mío, todo desgajado de dolor, sin saber si era la vida o la
muerte. Mi padre bajó el brazo con el látigo, y cuando todo se había
calmado, ¡lachajjj!, sentí una vez más, ¡toma esto para que te lo guardes de
encargo!, diciendo.
Ya no aguanté más; me quebré sobre el piso sintiendo que el dolor me
nublaba la luz de los ojos. Desperté por la tarde, después de que mi tayta,
del susto, cabalgó hasta Yanama para traerme al doctor que me supo
entibiar la vida antes de que se me enfriara por completo.
El día de la boda no tardó en llegar.Gaudita era buena moza, más
blanquita que su hermana, más zarquita, incluso más hermosa, la veía así
consolándome de mi destino. Lo de blancona no lo sacó de su padre que
más bien tiene color de aliso; lo de zarquita, tampoco; eso

18/ Edgar Norabuena Figueroa


fue habilidad de su mamita, pensaba aún socavado por los recuerdos de esa
noche de engaño que me cambió la vida por completo.
La misa duró una hora en la que, arrepentido, pensé que mi vida desde
ahora sería con ella, con Gauda, quien me miraba con resignación, tal vez
pensando lo mismo que yo. Juntándose en silencio a mí, tratando de
reconocer, seguramente, al hombre que viviría con ella hasta el último día
de su vida.
y de tanto pensar así, me cansé, hasta que, ¡ya caray, qué tanto, mujer es
mujer, todas la tienen igual, solo que más grande o más chico, más caliente
o más tibio, más usado o nuevo!, me dije tratando de inventarme alguna
alegría para ese funesto día.
Una vez en casa de mis flamantes suegros, la fiesta se armó con la llegada
de la orquesta que había contratado mi tayta y con el desfile del picante de
cuy para todos los invitados. Y yo, para aceptar de. una buena vez mi
suerte, comencé a beber de la chicha de jora que había preparado
misuegrita, doña Enma, hasta sentir que mis huesos se me aliviaban de la
vida por completo.
Yasi, cuando ya estaba medio embriagado, me di cuenta de todo.
Eugenita me había engañado. Sí, la mocosa de la mismísima jijuna del gallo
trolero, me había engañado porque quería estar con Crisanto, el cara de
chancho empachado ese que se había ido a Lima y que había vuelto más
blanquiñoso que pan mal horneado y más cachoso que gallito capón.
Bailaba en mi propia fiesta como zorzal bajo la lluvia. Sonriéndole a
Eugenita que no dejaba de coquetearle y abrazarlo, aprovechando que su
tayta no lo estaba viendo. ¡Ah, carajo, qué bruto he sido!, eso dije al verlos
así, y me apuré otro trago más para hacer pasar el mal sabor de alma que se
estaba atascando en mi pecho. Muerto el gavilán, la polla se pasea con
cualquier gallo canturrón. Esto también dije de la cólera.
Como para olvidar esa rabia, bailé con mi mujer hasta el anochecer,
mirando de reojo a Eugenita que le regalaba los mejores coqueteos y
sonrisas al zorro ladrón ese. Carcomiéndome de celos cada vez que ella,

Eugenita, linda flor í 19

mi cuñadita Eugenita, mi linda flor, sacudía sus pechitos y movía la cadera


con cada huayno coquetero. ¡Con él sí, seguro que con él sí! Cómo me
socavaban esos pensamientos desde ahora prohibidos para con mi cuñada.
La mujer de mi prójimo. No desearás a la mujer de tu prójimo. Y recordé
cómo nos enseñaban eso, los curas italianos, y cómo después del catecismo
nos íbamos con Raymundo y todo mundo a tumbar torcazas para
regalárselas a las muchachas que olían a rosas, quienes nos la cocinaban
para después despertar junto a ellas con el olor de las hierbas molidas
debajo de nosotros.
¡Taqra de la mismísima jijuna del borrico Domingo! ¡Labios ya chupados
como flor después del winchus, besarás! ¡Senos ya mordidos como a
rastrojos de alfalfar después del daño, gozarás! Bufaba rabioso al verlos
darse besitos disimulados en la penumbra del patio donde se había arInado
la fiesta alumbrada por el único petromax.

Don Epifanio, si quieres descansar, allí está tu cuarto; me señaló la


habitación don Esteban Goñi, alegre de ver a su hijita bien casada. No sé
hasta qué hora estuve bebiendo y bailando, vigilando a Eugenita,
mirándola con rabia, viendo al taqra Crisanto con envidia, hasta que ya no
los vi más. ¡Seguro que con él sí, con él sí!, ¿no, Eugenita, con él sí, verdad?,
y de tanto divisarlos vanamente, me fui a mi cuarto. Sintiéndome
derrotado y miserable. Infeliz y terriblemente burlado por la mujer que
tanto amaba.
Contrariado por todo lo que me estaba pasado, pensé consolarme con mi
esposa que estaba esperándome desde hace horas en el lecho nupcial.
Desde ahora con ella nomás será, eso dije recordando las palabras del cura
en la misa. ¡Hasta que la muerte los separe!
Con rabia, pensando en mi cuñada, en sus senitos chiquititos con sabor a
camote wambacho, en su ombligo con olor a hembra, en su vientre plano
como las pampas de Chalwá; me arrimé alIado de mi mujer. Más por
venganza que por cariño. Pensando en ella, llorando

20./ Edgar Norabuena Figueroa

ide rabia, consumé mi matrimonio mientras Gaudita otra vez trataba de


zafarse de mí.
Gritaba y gritaba, seguramente recordando aquella noche de ultraje;
pero sus gritos no se oían porque eran tragados por la música de la orquesta
que aún mantenía con vida la trasnochada fiesta. ¡Qué caray, ya eres mi
mujer con bendición de tus taytas y todo, aguanta nomás pues, Gaudita!, le
susurré cariñosaménte. Dale y dale, me sofoqué hasta volver a llorar sobre
su espalda y confundir mis lágrimas de impotencia con el sudor del
forcejeo que brotaba de su nuca y su espalda.
Yo que siempre pensaba que en lugar de Gaudita estaría ella, Eugenita, la
linda flor de mi corazón, a la que siempre cuidaba de los demás quienes,
como yo, se fijaban en ella y olisqueaban el aire tratando de adivinar si
acaso esa fruta ya estaba como para morderse. Yo que siempre había
pensado casarme con Eugenita, ahora me había casado con su hermana. Yo
que pensaba tener hijitos con ella, cuidar mis ganados para ella, sembrar
mis sementeras para mantenerla, ahora mantendría a su hermana, a
Gaudita.

La tenía atada a mí a punta de fuerza y pasión, de cólera y agonía, de


amor y odio; y así la tuve hasta muy de mañana cuando el sol del nuevo día
calentó mi cabeza y alumbró la penumbra de la habitación matrimonial.
Ella aún lloraba tendida sobre los rastrojos de una batalla muda y torpe. Me
dio pena. Seguro que también amaba a otra persona y fue obligada a casarse
conmigo por culpa de la trampa que me había tendido su hermana,
¡allawchi, allaw ñuspi; pobrecita mi mujer!, me apiadé de ella como de mí
mismo, y para consolarla y consolarme de esta suerte, giré su cuerpo
maltrecho para contemplar su rostro y pedirle perdón por todo lo que le
había hecho. Pero, ¡ay, Patroncito San Roque!, salté de la cama como si
hubiera visto una aparición del más allá sobre las sábanas revueltas del
lecho matrimonial.

Eugenita, linda flor! 21

Con la borrachera de mi noche de boda, me había equivocado de


habitación. No era Gaudita quien había dormido conmigo, no era mi mujer
la que había estado conmigo durante toda la noche; era Eugenita, mi linda
flor, era ella quien lloraba atrapada por fin, entre las enrojecidas sábanas de
mi amor ya prohibido.

...Ahora, oigo el tronar algo distante de una puerta que quiere abrirse a
la cruda realidad...
Perico el heladero
Carlos Eduardo Zavaleta

A Mario Benedetti

Todos lo veíamos en la plaza de Caraz. Era parte de ella, como los ficus,
como el kiosco o los jardines encerrados por rejas plomizas y coloradas. Los
hombres y góndolas llegaban a la plaza, hacían un zig zag a la derecha, y
izas!, al fondo de la esquina, más allá de la eterna catedral inconclusa,
veíamos a Perico de pie, sacando las deliciosas bolas de helados de un gran
tarro de hojalata. Podía haber llovido o seguir navegando por el cielo unas
nubes celosas; pero, llegaba el mediodía, y el sol alegraba casi siempre la
plaza y a los clientes que lamían los helados.
Quizá él nació en esa esquina, hecho un joven y con su propio negocio.
Al comienzo, nadie supo que tuviera familia allá en una casucha de adobes,
por la carretera de Huallanca, adonde se iba por las tardes, empujando el
tarro vacío, pero con ruedas. Con el tiempo, Perico le puso tejado a la
casucha, así como una puerta de verdad, en vez de los tablones cruzados
del comienzo,

cuando se veía parpadear ellamparín portátil, cuyo dueño paseaba su


sombra por los cuartos.
Si nos levantábamos temprano podíamos cruzamos con él al amanecer,
cuando las sombras se iban escondiendo minuciosamente. El hombre alto,
fornido, saludaba con venias así no le respondieran, y continuaba arreando
el burro cuesta arriba, por donde no trepaban aún los camiones, sino sólo
indios o muchachos de escuela, y jinetes andariegos, ávidos de ver el
gigantesco pecho del Huandoy.
Entre esa hora y su vuelta a media mañana sólo podíamos suponer lo
que había hecho, viendo la carga del burro. Era una carga grande y
brillante, y a veces transparente, según le diera la luz. De lejos parecía traer
una enorme piedra blanca, o una nube enredada por el camino. Parecía un
milagro traer intacto y seco un pedazo del Huandoy, para compartido con
los niños o muchachos. Sólo supimos que era hielo cuando llegó abajo,
cerca de su casucha, y cuando el sol se abrió, ensanchando las miradas. Ya
para entonces estaba rodeado de gente menuda, que se ponía a jugar a los
ñocos mientras él se encerraba, y adentro, en medio de duros golpes, crecía
un rumor, un vaivén, una máquina que zangoloteaba el tarro.
De niños habíamos oído muchas historias del nevado y de la infausta
suerte de los viajeros que trepaban a la cumbre. Ahora lo veíamos como
era: blanquísimo, bello, pero también un inmenso barril de pólvora

16

dormida. El Huandoy sólo dormitaba, no estaba muerto como otras


montañas. Cada cinco años, abría los ojos y rugía; se cuarteaba, remecía el
mundo y allá vomitaba pedazos de cerros blancos que al instante se volvían
sucios, impulsados por una fiereza de locos. Y así como bramaba,
encendido, así se calmaba y volvía a un medio sueño de borracho. Cuanto
más dormitaba, más bueno se ponía, como los niños. En nuestras vidas así
había ocurrido unas cinco o seis veces, hiriendo o arrastrando los pueblos
vecinos hasta el río. Ahora, calmado, no lo mirábamos con rencor, sino
vigilábamos su siesta, rogando porque no despertara.
A las once y media de la mañana, Perico reaparecía entre gritos y
aplausos de los chicos. Sonriente, con esa turba en torno, empujaba el
aparato de ruedas en que había encajado los trozos de hielo y el tarro.
Nosotros, menos interesados que los muchachos e incapaces en mendigar
nada gratis, lo mirábamos venir y por él sabíamos la hora. Perico era el
reloj que faltaba en la plaza. Ahora, a recolectar nuestro dinero del grupo
para pagar los helados, esto es, los sábadqs y domingos, porque el resto de
la vida la habíamos pasado primero en el colegio Dos de Mayo y luego en
nuestros empleos: uno trabajaba ya en el correo, otro en la compañía de
teléfonos, el tercero en la sucursal del Banco, el cuarto de vendedor de
anilinas en una tienda, y por fin el ocioso de Medardo, que sólo nos visitaba
por turno, lIamándonos a salir por un ratito al sol de la plaza, donde
podríamos echamos un trago.

'1

Pasando los meses, junto a la turba de rapazuelos que envolvía a Perico,


descubrimos a una muchacha de primorosas trenzas, pollera corta y
muchas sonrisas. Si por un momento Perico se alejaba del tarro, ahí
quedaba y vendía ella. Ahora no sólo íbamos a esa esquina por evitar los
tragos y lamer helados, sino también a hablar con la Jacinta.
En el intervalo, alguien dijo que valía la pena ver los cambios en la
casucha de Perico. Ya no era más la de antes. Desde la carretera se veía la
casa bien asentada junto al camino, con el tejado concluido y las puertas y
ventanas seguras. Era de adobes, pero, pintada de blanco, llamaba y relucía
por entre los eucaliptos. Bonita la casa. La vimos de prisa y volvimos algo
resentidos; no podíamos entretenemos más en cosas de un heladero
analfabeto y sin amigos notables; pero ahí estábamos, curioseando. Sólo
hablábamos a Perico para exigirle helados bien servidos; aunq1,le, de
hecho, le hacíamos también un ruedo, por la Jacinta, claro.
Sonriendo, la carita inocente, grandes cejas y mirada muy blanca y muy
negra, ella nos engañó al decir que tardaría en casarse. Demasiado pronto,
cuando ninguno de nosotros había avanzado mucho con Jacinta, Perico y
ella nos convidaron barquillos gratis y nos invitaron a su boda. Hicimos
una mueca, pero fuimos a la casa del camino a Huallanca por la curiosidad
de ver lo feo, los imaginables defectos en una casa de chutos: las paredes sin
enlucir, la tela flotante del cielo raso, la cocina de leña y la falta de cuarto
de baño,

18

todo lo que se veía normal en el pueblo. Nada de eso. El gentío desbordaba


por las puertas y se apiñaba en el caminillo de entrada. Quizá todos,
excepto los señores, estaban ahí. Y todos comentaban qué sólidos eran los
dos pisos, qué bien enlucidas las paredes, qué buena cocina eléctrica, qué
buenos baños y aun qué buen jardín tenía Perico.
El alcalde los había casado por la mañana y luego la pareja había pasado
a la iglesia. Adrede, habíamos dejado de ir a ambas huachaferías. Pero
ahora la fiesta era inevitable y en una mesa larguísima del jardín vimos las
viandas y potajes. Por decir algo, dijimos que nos quedaríamos un rato, por
probar los cuyes y la pachamanca. Sólo por fregar. Pero acabamos de pie,
olvidada la servilleta, luchando contra otros cuerpos veloces ya por la
chicha o relamiéndonos los dedos de tanto comer. No íbamos a bailar, pero
bailamos; no enamoraríamos a nadie, pero allá nos lanzamos; no
tomaríamos más de dos tragos, pero ahí nos quedamos hasta la noche y
volvimos a duras penas por el camino de sombras, cantando huaynos
olvidados y tropezando más o menos dignamente.
Dos días después, sanote y fresco, Perico
,
estaba de nuevo en su primer puesto. Hablaba de poner el tarro en un
triciclo de buenos pedales. Cuando preguntamos por Jacinta, dijo que
seguía en casa, haciendo otros cambios que ella quería.
y también lo que nosotros queríamos, veda sola, quizá visitarla
oficialmente en grupo y en ausencia de Perico. Nos atendió muy

19

cortés, pero sólo en la puerta: ella tenía peones trabajando adentro. Oíamos
ruidos de martillos y serruchos; por un momento envidiamos a esos indios
tan cercanos a ella. Fingimos despedimos, aunque averiguamos más por el
lado del jardín. Esa casona parecía sacudida por la fiebre del cambio. Los
peones se metían y sacaban muebles, apilaban más sillas que las vistas en la
boda, disponían mesas bajo el emparrado del jardín, como para otra fiesta.
Ver tanta prosperidad nos molestó y empezamos a correr el rumor de que,
como en las fiestas de la Virgen de Chiquinquirá, las celebraciones
continuarían, pero ya con los indios.
Sin embargo, los peones sólo dejaron el martillo al anochecer. Entonces,
bajo una gran linterna, pudimos ver el letrero: MAÑANA
INAUGURACIÓN RESTAURANTE EL PERICO. ALMUERZO Y
COMIDA. BUENO Y BARATO.
Fue como si nos robaran del bolsillo. ¿O sea que iban a cobrar? Pues no
les haríamos el favor. Cada vez que erogábamos para los tragos o helados,
tardábamos en sacar la poca plata que teníamos. ¿Por qué gastar en comida
fuera de casa, si adentro la gozábamos gratis? Pagaban nuestros padres o
suegros, nosotros solos imposible; el sueldo no alcanzaba; vivíamos con los
viejos, había que respetados hasta que, Dios mediante, ellos nos dejaran
definitivamente la casa.
Por lo visto, las costumbres ya eran otras. El ojo de Perico estaba en
todo. Al mediodía, dos grandes góndolas que hacían el servicio

20

de Huaraz a Huallanca dejaron a sus pasajeros en la entrada del jardín. Las


mesas se ocuparon en un santiamén, pero Jacinta con sus bellos brazos
seguía invitando a pasar. ¿Adónde más? La curiosidad nos llevó a cruzar el
jardín y metemos por la sala. Oh, no. Ya no existían más sala ni comedor.
Vimos un solo ambiente para otro gran número de mesas, y aquí venía
Jacinta sonriéndonos, y no pudimos sino sentamos a mirar los afiches del
Callejón de Huaylas y sentir el fragante menú ("criollo o pachamanca").
¿Qué hacer sino pedir al menos una chicha o cerveza?
Así se enrumbó la suerte de Perico. En menos de un año disponía ya de
dos heladeros, uno en la plaza y otro en el mercado. Sólo de vez en cuando,
subía al Huandoy por el pedazote de hielo; ahora estaba más pendiente de
las compras de víveres. Mientras tanto, un peón enseñado por él subía en el
burro a la montaña de hielo y volvía con su tajada de piedra alucinada. Con
esa división del trabajo, el restaurante se hizo cada vez más conocido, y los
sábados y domingos, cuando mermaba el paso de las góndolas, lo
llenábamos los lugareños y nuestras familias, especialmente los niños.
Perico había cambiado las costumbres tacañas del pueblo.
Una mañana corrió la noticia de que a Perico lo habían descuartizado
unos asaltantes, al pie mismo del nevado, cuando recogía el hielo.
Trepamos por la cuesta como si continuáramos siendo jóvenes, como si el
corazón gozara en la subida. En una carrera

21

en que detrás quedaban los debiluchos, llegamos junto al anillo de testigos.


Un guardia cuidaba los pedazos del cadáver. La cabeza estaba casi molida
por el golpe sobre un pedrón. En el suelo se arrugaba un letrero: ASÍ
MUEREN LOS SOPLONES. Alguien dijo que el poncho no era de Perico,
ni tampoco los llanques, pues él ya usaba zapatos. Otro dijo, ¿y por qué no
está aquí su mujer? ¡Si fuera él, Jacinta vendría corriendo! ¿No dice que él
ya no sube por el hielo?
De bajada, corrimos o rodamos hasta el restaurante. Había mucha gente
en torno, pero las puertas que daban tanto al caminillo como al jardín
estaban cerradas. Alguien trepó por el muro y se oyó un grito desgarrado.
Era Jacinta; temblaba, de rodillas, rogando a Dios. Creyó que iban a
matarla. Cuando entendió la verdad, dijo que el muerto era un peón de
Perico y que éste había cruzado el río para esconderse. Menos mal.
De ahí pasamos al puesto de la guardia. Decían que ya venía un
investigador de Huaraz, donde se habían cometido otros crímenes
parecidos, y nosotros, en la tranquilidad de Caraz, sin saberlo.
En una bolsa llegaron los restos del peón difunto. Alguien se había
robado el burro. De vuelta a la casona de Perico, hallamos sólo a un grupo
de sus amigos, dizque cuidando a Jacinta. El hombre seguía escondido por
el río.
Por unas semanas el reemplazante de Perico siguió vendiendo helados.
Perico regresó un sábado, como en otra fiesta,

22

pedaleando una carretilla y ofreciendo a los niños dos barquillos por el


precio de uno. Siempre había tenido dos competidores en el pueblo, el
raspadillero del colegio Dos de Mayo, que a veces se atrevía a bajar hasta la
plaza, y el señor Godenzi, cuya cafetería daba justo frente al kiosco y que se
la pasaba
echando a los clientes de Perico, a quienes les gustaba sentarse en la mesilla
de la acera, para lamer más tranquilamente sus barquillos. Nadie les echó la
culpa de esa muerte, pero surgió del aire un recelo, una duda, quizá una
voz, hasta que el señor Godenzi gritó su inocencia para que le oyera su
vecino. El raspadillero, más directo, abrazó a Perico y dijo que ojalá se
descubriera al bandido para denunciado.
-Bandido será, per' no como los de antes -dijo Perico-. Aura cobardes, la
cara no dan estos senderistas. Todo envidia es porque soy progreso.
La respuesta vino una extraña madrugada en que creímos que se
desbocaba el río Santa o nos sacudía un terremoto. Los gritos cubrían el
barrio. Salimos con la ropa estrafalaria de medianoche y vimos abajo, al
fondo, por La Punta, unas lenguas de llamas y humo. Cruzando' la plaza,
apenas iluminada, las sombras se iban llamando entre sí y todas señalaban
una casa por La Punta, pero sin decir cuál. Uegamos más allá de la plazuela
San Martín, y de nuevo, como jugando con nosotros, las llamas y el humo
brotaron más lejos, por la carretera a HuaIlanca. Entonces ya no dudamos.

23

En el pueblo no había bomberos ni de día ni de noche. Sólo al amanecer


llegaron los de Huaraz, cuando ya nos faltaban fuerzas para cargar baldes y
dar de gritos. Parecía que todo el pueblo estuviera ahí, aunque el agua
fuera muy poca. Al despuntar el día, la claridad fue otra especie de humo,
una mirada muerta ante la fealdad que nos había quedado. Mitad de la
casona había entrado en la sorpresa del recuerdo y la otra mitad yacía
marchita, remojada y sucia. Jacinta corría y gritaba sin llorar. En cambio,
Perico, maldiciendo a los incendiarios, garabateó un nuevo letrero: DESDE
AURA, SERVICIO EN EL GARDIN.
-Ya se sabe, terrucos son, no bandidos -dijo-. ¿Cuál es la dijuerencia?
Premero una bomba oímos y después el encendio vino.
Menos mal que la cocina pudo funcionar. Los clientes aumentaron con
los curiosos, y todos acabaron por ayudar, limpiando los escombros. Hasta
los colegiales del Dos de Mayo, después de marchar militarmente, sacaron
el último desmonte y la fábrica quedó como la cáscara rota de un huevo
descomunal. Con las paredes improvisadas de estera y un techo de paja
todavía con agujeros, el restaurante volvió a recuperar su tamaño, si bien
no su decoro. Pero sabíamos que Perico y sus amigos lo reconstruirían.
Otra madrugada volvió a suceder algo muy
gordo, y nosotros a enteramos, los últimos. Un cadáver completo, sin nada
que le faltara, y esta vez con el disparo en la frente, apareció junto al puesto
de la guardia, con un letrero al pecho: ASÍ MUEREN LOS TERRUCOS.

24

-Los guardias no hemos sido -dijo el jefe de puesto, el cabo Liñán-;


nosotros sólo capturamos.
- Tamién puede ser una venganza entre
ellos mismos -dijimos.
- Tamién -y él tapó el cuerpo hasta que
llegara el juez.
Dijimos eso, pero pensábamos otra cosa. Sabiendo quién era el
vengador, no fuimos a felicitado expresamente, aunque nos picaban las
manos por abrazarlo. Sólo nos prometimos ayudar a Perico con las paredes
de adobe que él necesitaba.
Era sábado y teníamos tiempo para la compra y acarreo de adobes; al
ocioso de Medardo tuvimos que prometerle una jarra de chicha para el fin
de la jornada. Estábamos por el mercado, buscando un camión barato para
el traslado, cuando una placera dio el primer grito que se ensartó con otros
y llegó hasta el camión.
-iDizque es una camioneta Benita de terrucos! iVan por el heladero!
Ahí mismo subimos al camión; olvidamos la carga y nos fuimos con el
chofer cortando el camino, por la nueva avenida asfaltada. Nos llevaban
ventaja, pero quizá serviríamos de algo. Mandamos avisar a los guardias de
la plaza y enrumbamos en nombre de la suerte. El sol brillaba entre nubes
blanquísimas como para no pensar en cosas torcidas. Pronto habían corrido
las voces, y como siempre en las trifulcas, una turba de chiquillos vagos
venía tras de nosotros.
25

No habíamos avanzado mucho cuando nos cruzó, como un pájaro, la


camioneta de
marras. Ya estaba por el camino real. Entonces I
le prometimos el doble al chofer del camión. Teníamos que impedir de
algún modo aquel viaje, pero ¿cómo? Los chiquillos nos seguían,

Iapostando carreras entre ellos, como si fueran atletas: a cada cuadra


disminuían de número, pero no desaparecían.
Esta vez vimos todo muy claro: el estallido: y polvo de las bombas, el
primer fogonazo del nuevo incendio, las retorcidas figuras de ¡ jóvenes
encapuchados y electrizados por

Iviolentísimos ademanes, que sembraban la casa y el jardín de trozos,


bultos y pedazos por el aire. Nos tendimos al suelo. Desde ahí
les vimos disparar demasiado sus metralletas, I golpear demasiado con las
culatas, arrastrar a dos o tres hombres de los pelos, tumbarlos y chancarlos
con piedras (¿mataban a los peones I de Perico?), gritarse entre ellos para
volver a la camioneta, mirar por un instante el incendio y la destrucción,
como si fuera un magnífico I espectáculo, y partir gritando, riendo e I
insultando a Perico el heladero y a Jacinta la puta de su madre.
¿Había despertado otro monstruo del tamaño del Huandoy? Corrimos a
contar los heridos. No había ni uno, todos muertos, aplastados con piedras
o degollados por el jardín. En la cocina, las muchachas I
apuñaladas. Pero, oh no, Jacinta tenía un tiro en la nuca y exhibía el
calzón, quizá lista para ser violada. Le bajamos la falda y seguimos
buscando a Perico entre el polvo y los

26

manchones de humo. Como no había más puertas, salimos hacia el río y


también lo cruzamos. Pero Perico, te vuelvas.
El entierro fueron varios entierros escalonados en Caraz, Huata, Pueblo
Libre y Huaylas. Así, la tristeza viajó pesadamente por el valle. En el de
Jacinta lloramos como niños, ciegos de lágrimas, cada uno confesándole su
amor. El ocioso de Medardo nos guiaba entre esas sombras amargas que
tienen los mediodías amarillos. Como viudos, estábamos listos para seguir a
la diosa.
Nos unimos a los guardias en persecución de los malditos. Perseguir
equivalía a hablar con el caballo, mirar la nada, dormir con los ojos
abiertos, meter la mano en la sombra invisible. Allende el río, rumbo a
Pueblo Libre, veíamos la tierra seca pintada de verde a retazos, y los cerros
azules, y el cielo de nubes blancas que navegaban y quizá señalaban el
camino. En plena cuesta, el cielo se enturbió y acabó por encerramos en
una maldita caja negra, negrísima. Sin duda los guardias pasaron esa noche
prendidos de sus armas, como nosotros apegados a los cuchillos. Por la
increíble tardanza del amanecer, cuando llegó, la luz fue perfecta, como la
felicidad del otro mundo. Entonces alguien rompió a gritos. En unas matas
había descubierto un cuerpo; el tipo emponchado estaba tieso, sin más
explicación que un balazo en la frente.
- Terruco es -dijo el cabo.
-y el balazo, la marca de Perico -dijo Medardo.

27

Quería decir que el camino era bueno, que nuestro amigo seguía vivo.
Volvimos a las bestias. Sin acabar .la cuesta, la tierra crecía y se
hinchaba en sucesivas barrigas, verdes o peladas. Abajo quedaban el río y
sus muchos compañeros (los pedrones y árboles, el pasto y el cañaveral), y
por aquí llegaríamos pronto a un valle más pequeño, tímido, acorralado por
la tierra seca. De súbito, niños y mujeres despavoridos, gritando, salieron
de un matorral y empezaron a contar atropelladamente su historia. Los
terrucos habían pasado hacía una hora, y podíamos ver sus huellas en el
desfile de degollados y despedazados por el suelo. Además de muertos,
estaban asustados, retorcidos, llamando entre sí a sus pedazos. Parecía cosa
de animales, de chanchqs. Uno de ellos tenía el cráneo abierto y aplastado
contra una laja; podía meterse la mano dentro de la cabeza. La ira que nos
despertaba era sin duda distinta de la que había empujado a los asesinos;
pero los dos odios se juntaban y no sabíamos qué hacer, dando vueltas con
los caballos.
Se oyó claramente un disparo lejano, una salvación en plena duda. Allá
nos fuimos hacia el balazo. Contando los tres guardias éramos ocho,
suficientes para abrimos en dos bandos y merodear cerca del camino, sin
volver a él. Por la distancia, no vimos nada por un rato, hasta que quizá
descubrimos una maraña de caballos juntos y sin jinetes. Sí, sí, era eso,
aunque ya unas piernas de hombre matizaban las patas de las bestias, y
entonces vimos una

28

mancha de caballos y hombres en torno a un círculo donde sucedía algo,


porque los brazos se hundían y alzaban. Disparamos sobre la mancha y
ellos tardaron un segundo en responder; bastó eso, apuntar de más cerca,
elegir cada cual su blanco. Quizá les dimos a todos, sí, pero el viento de
nuestros caballos nos llevó demasiado contra ellos y sentimos sus cuchillos
por la panza de los animales, por nuestras piernas, y allá caímos, sombras
en pleno mediodía, revolviéndose cada cual con su doble, luchando,
maldiciendo, escupiendo.
Cuando se aquietaron el polvo, las voces y relinchos, yo, el ocioso
Medardo, me descubrí herido, pero vivo, y miré en torno el círculo de unos
acuchillados y de otros tiesos por las balas. En medio estaba Perico,
desollado, con las tripas y el carajo arrancados y sangrando, listo para los
perros. Quise cerrar mis ojos, pero descubrí a mis amigos, a Roque, el
ayudante de correos, a Damián, el meritorio de teléfonos, a Remigio, el
portero del Banco Popular, ya Norberto, el dependiente, todos bandeados
por cuchillos, y más allá también a los tres guardias, y también a diez
terrucos tiesos. ¿Tiesos?
Uno de ellos gangueó, abrió los ojos y nos
miramos largamente.
-iMátame, por la gran puta! -pidió.
-No -dije yo-, el Medardo no mata
heridos. Los deja que se mueran solitos.
y me quedé en el sitio, viéndolo morir. Pudo salvarse; pudo llegar algún
curioso del pueblo y quizá pedir que lo lleváramos al hospital o a la cárcel.
Sería su buena suerte y

29

yo no me negaría. Pero nadie llegó a tiempo. Estuve esperando, pero nadie


llegó a tiempo.
Para los guardias y mis cuatro amigos sí ¡ hubo un funeral público.
También yo, llevado del brazo por mis heridas, salí a mirar y casi se me
enfriaron los ojos. El cortejo era largo, I enroscado como una culebra
adormecida. Primero pasó tocando la banda de Pueblo Libre. A la cabeza
de los cajones de muerto I desfiló el de Perico; tenía encima un gran
pedazo de hielo que se iba derritiendo I
lentamente. A él Y a los otros muertos los envolvía el llanto maestro de
las lloronas del pueblo, y detrás pasaban las niñas de la escuela y luego los
hombrecitos, también uniformados, y después los dosdemaínos, y los indios
y cholos, y uno o dos hacendados. Jamás vi a tantos arrastrar los pies y
llenarse de tiempo inmóvil. Por encima del Huandoy, un sol de oro y el
añil del cielo nos acompañaban. La I
música de varias bandas se trenzaba sin remedio. Quizá todos pensábamos
en la misma cosa, en que el mejor día de Perico había sido ése, el de su
entierro, cuando estaba ya hundido en nuestros ojos y nadie podría
llevárselo.

El plan perfecto
A los PDP: Juan, Jaime, Christian y yo.

El plan resultó perfecto. Ahora que ya el año escolar acababa y casi


nunca se verían las caras, podrían hacerlo. Era la única solución: ¿había
otra forma de reunir el dinero para el viaje de promo’? Los cuatro estaban
metidos hasta las patas en la idea; y por la urgencia, cada quién iba
añadiendo sus cuotas complementarias. Así, con cuatro cabezas, el plan
no tenía pierde. Todo saldría bien si estaban unidos. Resultaría si
perpetuaban esta unión venida de siempre: ¿no, Jaime?
—Fue desde Tercero; en tercero nos conocimos—. (Cuándo no Juan,
malogrando el fluir de mi discurso engatusador).
—Además porque no tenemos padres, se fueron sin ninguna pena,
es lo que más nos une muchachos; porque no hay quién nos auxilie en
este gasto.
—Pero de mí, mi viejo se murió; corrige eso.
Ese es Jaime, el más esforzado del grupo. Su rutina comenzaba a
las cinco de la mañana: sacar la herramienta de trabajo, darle la revisión
de rutina y empezar a recoger a las primeras vendedoras del mercado
informal huarasino. Trabajaba arduamente, por ese bendito afán de
superación que lo sacó de su Atupa natal a sus escasos nueve años. El tío
Cruz (pucha que: buen tío), hermano de su madre, lo adiestró en las
labores de madrugador. Y como Jaime era chamba, igual al maestro, no
hubo problema. Cavilaba bastante mientras empujaba o jalaba el triciclo
según la cuesta o el peso de la carga. Finalmente, esta rutina resultaba
más razonable que cuidar las plantaciones y ver que muchas veces no
produjeran como antes… Sí, esas benditas chacras, esas que ahora se
perdían por la helada o la poca lluvia de los últimos tiempos. Así era la
cordillera Negra ancashina, árida y supeditada a las lluvias. Ahora estaba
aquí y después de vacaciones ya vería qué le ofrecía la vida. Quién sabe,
tal vez Lima… Jaime era de acción. Y ahora estaba dentro de ella: ¿sí o no,
Juan?
—Si resulta bien, claro.
—Se supone que todo debe ser rápido; y cada quien, tomar el
camino estipulado. No puede ser más fácil.
—Sigo creyendo que podríamos encontrarnos en el carro y ahí sí que
la regamos.
Ahí estaba el Nero Juan de nuevo. Fue quien puso más trabas al
asunto: que si ese día no habría la tienda, o que esta vez la tía no estaba
sola… y ahora con esto. Tenía razón, en parte: la línea uno era la única
que podía llevarnos a Monterrey, y aparecía solo cada veinte minutos. No
era nada bueno que nos la pasáramos corriendo o deambulando
demasiado tiempo, sobre todo sabiendo que pudieran reconocernos y al
final atraparnos. Debíamos estar serenos, luego repartirnos en lugares
distantes, aunque al final coincidiéramos en el mismo bus. Ya ahí,
saludarnos como si nada. Estaba pendeja la cosa, pero no era hora de
echarse para atrás.
—Ya te dije, Nero, que todo es cuestión de mente positiva, no
malogres al grupo.
—Y por qué tú das las directivas, quién te nombró el Jefe.
—Pues es mi idea. Soy el que conoce la tienda… es mi barrio. Y al
final, porque alguien tiene que dirigir, ¿no?
El Nero vino de Lima. Pasó desapercibido mientras estudiamos la
primaria. Durante la secundaria empezó a resaltar porque se volvió
fortachón, y por ende, abusivo. No le temía a nadie. Alguna vez también le
cuadró al instructor: “Estoy practicando karate en casa, así que cuidado
Mufa”, le dijo, y se armó la jarana. Por su puesto, ganó; por eso lo
suspendieron, aunque la bronca sucediera fuera del cole (si no… habría
sido un Nero expulsado). Por eso, él era el de las broncas, y quien imponía
el respeto al grupo. También resultó algo chancón, es innegable, dadivoso
con los otros: dictaba las respuestas de los exámenes cuando se lo pedían.
Pero era nulo para las iniciativas, no sé si por pereza o porque carecía de
ellas. No se le conocía trabajo alguno sino el de ser jefe de su familia: la
madre trabajaba de guía de alta montaña. ¿Y su viejo? Ese es otro cantar.
No quiso venir a la sierra. Prefirió irse al extranjero y dejar al Nero y al
Nerito (su hermano menor) en pleno lío del terrorismo. Su vieja se la rajó
día y noche. Ahora no les va mal; esto del turismo crece cada día y da
ingresos. Al Nero ahora lo vemos más fortachón, se ve que se alimenta
bien. ¿No lo crees, Christian?
—Nero, y si te vuelves guía, ¿cómo te verás en el Huascarán? —
Christian siempre jodiéndolo— ¿Como un lunar?
—Déjalo en paz. Después no lo aguantas en la mecha.
—Ya, ya, ya; no me chanques la cabeza Nero, que me la friegas, y
luego todo el plan se va al tacho, y mis germas no la pasarán tan bien je,
je. Pero lo que dice el Nero es cierto, ¿si la tía no está sola, qué hacemos?
(ves cómo te apoyo Nero).
Christian era un trucha y el galán del grupo. Cuando salía del cole,
siempre estaba acompañado de alguna germita. Hasta algunas ya del
Pedagógico. Ricas flacas. Pintón el p.d.p. Desciende de chacasinos (de
donde hay rubias hermosas) Lástima que fueras varón Christian… Cobra
en los carros de la ruta larga (Huarás–Caraz), con un familiar suyo; hasta
el medio día. Luego viene al cole. Le va bien, hasta ya aprendió a conducir.
Quién sabe, tal vez ese sea su mundo. También tira su mecha; lo he visto
pelear. Aunque la última vez le rompieron el tabique. Gajes del oficio. No
todas las germas que se chapa están solas, a veces tiene que robarlas de
otros; suele suceder. También es algo hablador; su floro es meloso, un
tanto aburrido a veces, aunque nos haya liberado de algunas buenas con
él. Es quien mantiene su casa, el único varón. Por eso su madre le tiene
bastante estima y esperanzas: tal vez luego tenga una flota de buses,
quién sabe. De su viejo no quiere hablar, pero creo que a veces aparece a
mortificarles más la vida. Él termina reponiéndose siempre, y si no, aquí
estamos sus patas, para apoyarlo… Como ahora que debo, otra vez,
luchar contra los intentos absurdos de echarse para atrás:
—Si ya estamos ahí, hacemos lo mismo; el plan sigue.
—Pero mejor alguien va a ver primero.
—Se los vuelvo a decir: entre las siete y siete y treinta la señora ya
ha terminado de atender a todos sus clientes y se queda sola contando
sus ganancias. Si vas a verla, pierdes sorpresa pe’ Jaime.
—¿Tendrá unos cuatrocientos soles? Es lo que necesitamos.
—Algo más. Haciendo cálculos por las ventas al por mayor, unas
quinientas lucas.
—¿Y su esposo?
—Adentro; en el horno, trabajando junto a los otros.
—Y si nos pescan y nos siguen todos sus empleados.
—Imposible, porque el horno no termina de funcionar. Es una de
esas que está prosperando y no para nunca.
—¿Dices que abastece a toda la ciudad?
—Claro; vende bastante… En fin, esa hora es clave. Si se orinan, lo
dejamos aquí nomás; porque ya me canso de tantas contras que me dan.
¿Sí o no? Hablen de una vez.
Ese soy yo, panadero de profesión, me crié ahí y parece que ahí me
quedaré; aunque yo quisiera otras cosas: la universidad, Administración
por ejemplo, o algo menos cansado que esto. Por ahora la rutina del horno
me gusta. Aunque uno se levante muy temprano, me ha servido para
reflexionar sobre aspectos de mi vida. Descendemos de Cajamarquilla,
zona de las vertientes. Mi madre trabaja casi todo el día, yo no la veo
porque llega un poco tarde, ya cuando estoy descansando o me he ido al
horno a dormir. Por la mañana regreso tarde y ella se ha marchado al
amanecer (Vieja, ¿cómo estarás?, No te preocupes, ya cambiará todo… sí,
estamos mejor sin el viejo, sé que lo sabes). Lo que ganamos en la
chamba, no alcanza más que para el pan, irónicamente; y lo importante es
que quiero irme de promoción aunque sea a Trujillo. Por eso estoy aquí,
tratando de convencerlos de la efectividad de este negocio redondo. Me
tocó tomar la dirección de las actividades para la promo’; eso por mi
condición de chancón y serio. Pero a nadie se le ocurrió pensar que
siempre ando misio. Y ahora soy uno de los cuatro a quienes les falta
pagar la mitad de la cuota de viaje. Es por eso que necesitamos los fondos,
es para una causa justa. Porque yo, el presidente y organizador del paseo,
tengo que viajar de todas maneras. Esperemos ahora salir limpios de esto
y nunca más mencionar el hecho. Así lo prometimos.

—Es fácil. Nos ponemos las capuchas y listo. Amenazamos a la tía y


le quitamos el mandil del dinero. Luego, a correr como locos en distintas
direcciones: ¿Capici paisanos? (esto es de El Padrino)
—Nero, te pones unos guantes para que no te reconozcan la piel.
—Buena idea, no pensamos en eso. Pero cómo la asustamos.
—Con la cara del Nero, ja ja ja.
—Ya vivazo, suave que te chanco.
—Sí, en serio, ¿cómo la asustamos?
—Con una punta.
—Nero saca una, de las que usas para las broncas.
—¿Tienes una?
—No; pero la puedo conseguir.
—Si tuviéramos un arma, sería otra cosa.
—Yo tengo una
—Quéeeeeeee?
—Me la encargó un tipo y está guardada.
—¿Dónde?
—En el río.
—No bromees con eso.
—Es serio. Lo saco pero si prometen no preguntar más.
—Pero con un arma es peligroso.
—Claro, ya es otra cosa. ¿Si se dispara?
—Yo me salgo.
—No pues, estará descargada. Yo lo constato.
—No sé; si es con el arma, también me salgo.
En cierta forma tenían razón, con el arma era otra cosa. No se
puede andar con un arma por ahí, como si nada: caminar y correr con
ella, traerla en el carro y luego llevarla a Monterrey a la clase de natación,
donde es el punto de reencuentro. Y luego estar pendiente del arma y el
dinero. ¿Y si a alguno de nosotros nos da un ataque de nervios y nos
delatamos? Además, ¿quién cargaría con el arma, quién apuntaría? Yo tal
vez; para que no haya problemas, ni excesos… También yo casi me
desanimo.

* * *
—…como lo oyes Juan, es el plan perfecto. Nos apoderamos de esa
cuadra del centro.
—¿Qué?; no me vengas con eso de tus planes otra vez, me traen
malos recuerdos.
—¿Ah?
Y recordé el plan.
—Pero ahora es otra cosa, no mezcles aquello con este negocio.
—Ya bueno. ¿Y solo los dos estamos en el cuento?
—No, está todo el grupo. Como en el cole’.
—Ya; puede ser. Déjame pensarlo.
Ahora faltaba hablar con Christian, creo que no tendrá problemas.
Salvo posea sus propios planes. O esté en problemas financieros. Pero yo
lo he visto crecer en estos años; es bueno en esto del manejo de los carros
para el turismo.
—Alo, Christian: te hablo para decirte lo mismo que le dije al Nero...
Nosotros somos los elegidos. Podemos hacer este negocio. Solo hay que
ponerlo a funcionar y verás que hacemos algo grande. Tendremos una
reunión uno de estos días. Espero que vengas porque ya todo está
planificado.
—¿Crees que sea bueno hacerlo? Yo sé que tú estás metido tiempo
en esto de traer gente para el turismo… y te agradezco la invitación; pero
espero sea algo que funcione.
—Funcionará. Si he pensado en ustedes es para eso. Y además
porque sabes que si no lo hacemos nosotros, alguien lo hará.
—Ya; voy a confiar en ti, como los demás. Ah, a propósito: ¿Qué es
de Jaime? Ya sabe del plan.
—No; apenas ahora estoy por conseguir su nuevo número. No creo
que se niegue; porque él también gana con esto. Todos ganamos. Es algo
que debemos hacer. Mente positiva pues Christian.
—Ok; me avisas luego de que hables con él. Tiene que ser con todos,
o ninguno; como tú dices.
—Claro, es lo que se busca.
—Ya. Te llamo luego de que le hables.
Entonces solo me queda Jaime. A él no lo veo hace mucho, está
metido en esto de la artesanía en serie; negocio redondo. No le falta nada,
pero luego de que le cuente al detalle el proyecto, no creo que se niegue:
—Sí, hola Jaime, hermano mío. ¿Qué novedades? ¿Cómo van los
negocios? Sí, a mí también me va bien… ¿Y los hijos?
—Sabes que tengo dos. ¿Y tú, sigues sin retoño?
— No. Tengo uno: se llama Amaru.
— Me alegro por ti. Ya era hora.
— Claro… Tenía que seguirte los pasos.
—¿Tú no conoces a mi segundo hijo?
—No. Pero ya lo conoceré. Luego del plan que te cuente, tendrás que
venir, y traerlos a ellos. Tenemos que concretarlo.
—Bien. Me hablas en buen tiempo. Puedo darme un escape a
nuestro terruño.
—Ok. Entonces te esperamos. Pero te adelanto que es cuestión de
monopolizar el mercado del turismo. Asentándonos en zonas estratégicas.
Ahora lo podemos hacer. Creo que tenemos los fondos y las fichas
necesarias. Alquilar primero los locales y luego comprarlos. Ya tengo todo
planeado, incluida la inversión.
—¿O sea quieres que deje todo por aquí y que vuelva a Huarás?
—Claro; o parcialmente, es cuestión de ampliar tu mercado.
—Ya, entro; pero hablamos al detalle cuando llegue.
—Ok, te tomo la palabra.

* * *
La reunión se programó para el sábado, a las siete en punto.
Llegaron a tiempo:
—¿Recuerdan el plan del Chato?— Juan no olvida aquella añeja
palomillada, tal vez porque después, en el viaje de promo’, resultó el más
perjudicado.
—Ah… el de la panadería.
—Les puedo llevar a ese mismo lugar, si lo desean. Hoy es la
panadería más próspera y tiene un cafetín donde preparan un excelente
cafecito para el frío.
—Vamos pues, este frío arrecia.
Llegaron al café. Ellos tampoco parecían haber cambiado durante
esos años, solo se encontraba algo de seriedad en sus rostros.
—Entonces este era el lugar, y aquella señora, la víctima.
—¡Señora, cuatro cafés bien cargados!
—Sí pues. Nos habríamos malogrado la vida. ¿No lo creen?
—Sí; tal vez no íbamos de paseo.
—Pero nos salvábamos de la paliza que nos dieron los trujillanos.
Las risotadas estremecen las vitrinas.
—¿No pueden olvidar el hecho?, me siento culpable cada que lo
recuerdan.
—Fue por tu culpa pues Chato; por defender a tu hembrita.
—Pero en general, la pasamos bien. No se quejen.
—Sí
—¿Sabían que pasaron diez años?
—Qué, ¿ya?; parece que lo planificáramos recién, hasta siento que
estuviéramos dentro de esos días.
Entonces entraron cuatro muchachos nada confiables. Parecían
decididos a todo. Cada uno se ubicó en un lugar específico.
— Parece que estos tipos no harán nada bueno.
Y sucedió.
—Esto es un asalto carajo. Manos arriba o disparo. Usted señora,
abra la caja registradora. Y los demás, no se muevan.
Parecía todo bien planificado.
—Oye Daniel, ¿este no era tu plan?
—Silencio; o les meto plomo.
El muchacho y sus amigos parecían decididos a todo. Pero el Nero
los estaba estudiando. Parecía conocer los puntos flacos del plan. Hizo
una seña a los demás.
—No Nero; no lo hagas.
Pero lo hizo. Y los aventó a todos al asunto, como en el cole. Luego
es todo confuso. Se oyeron los disparos y el correr de los muchachos.
Parecían haber planeado todo: los pro y contra; resultaron expertos. Los
tiros fueron certeros. La policía encontraría después a los asesinos
hospedados en el hotel Monterrey junto a toda su promoción. No eran de
Huarás. Se dice que estuvieron pasados de tiros. Las noticias hablaron de
cuatro amigos empresarios asesinados por tratar de impedir un robo en
una conocida panadería del centro de la ciudad. Se habló de una reunión
de negocios para invertir en el turismo de la zona. Era cierto, en parte. Yo
sobreviví. Permanecí en coma algún tiempo. Luego dejé todo y me volví
aprendiz de escritor: el plan falló.

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