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E b e r Zo r r illa L iz a rdo
Breve anatomía
del
fuego
Carlos E. Zavaleta
Óscar Colchado
Antonio Salinas
Julio Ortega
Macedonio Villafán
Gonzalo Pantigoso
Olger Melgarejo
Ítalo Morales
Edgar Norabuena
Daniel Gonzales
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Ediciones
Breve anatomía del fuego. 10 Narradores
Selección a cargo de:
© Athedmio Mau Guil.
© Eber Zorilla Lizardo.
Cordillera Negra
Òscar Colchado Lucio
MEDIO TANCO el Uchcu Pedro, mirando de fea manera con sus ojos
saltones como del sapo, sin ni santiguarse ni nada, de un salto bajándose de
su bestia, se acercó al anda de Taita Mayo en plena procesión cuando
estábamos. Calladitos nos quedamos todos, medio asustados
viéndolcf sina.'Nuestro jefe del alzamiento también, don Pedro Pablo
Atusparia, agarradito su cerón se quedó mirándolo, frío, al igual que los
músicos, los huanquillas y las palIas.
- ¡Tú eres dios de los blancos! -le gritó al Cristo como si fuera su igual-,
j de los mishtis abusivos! ¡No mereces que te paseen en andas!
Debes morir!
Así diciendo, cómo nomás será, sacó de debajo de su poncho un
hachita cuta, todo salpicada de sangre, haciendo ademán de atreverlo.
-¡Uchcu, carajo!, ¡demonio!, ¡qué vas hacer!
«¡TROPAAAAS! ¡A la carga!»
8Fue lo que oímos al otro lado del puente, bien parapetados tras las
pircas, mientras hacíamos granizar piedras con nuestras hondas y los que
tenían carabina abrían fuego. De la, otra banda también empezaron a
disparar y hacer sonar sus clarines entre el relincho nervioso de los ca-
ballos. Las balas reventaban en la pampa sonando como cancha que se
tostara en un tiésto.
Por las faldas de los cerros de ambos lados de la ciudad, nuestros
hermanos de los caseríos
¡que se habían vuelto a sus chacras licenciados por Atusparia para que
siguieran haciendo producir la tierra, luego de la toma de Huaraz; ahora
Ibajaban de nuevo con sus mujeres millcao piedras en su falda y sus hijos
también tocando tam
orcitos y clarines de hojas de wejllá, a damos'
:aliento y apoyo.
A los primeros que se atrevieron a cruzar el _Iuente, a puro dinamitazos
los aguantamos o los hicimos volar en pedazos. El Uchcu Pedro como
bnero experimentado que había sido en su tie
a de Carhuaz (por eso su mal nombre también
he «uchcu» o hueco), prendía esos cartuchos qué b prender cigarro, que
amarrados a una piedra
\os arrojaba con fuerza a campo enemigo cau
;ando destrozos.
I Más arriba, donde el río Qui1cay se anchaba
¡ las aguas venían encimita, fue que vimos una walancha de negros y
chinos que lograban crubr a esta banda. Eran los enrolados de las ha
Iendas de la costa que los habían traído a pelear
ontra nosotros. Detrás de ellos, en una ensordeedora gritería, venían los
otros soldados, mestios fieros o indios como nosotros en su mayoría.
En el alto el sol brillaba con fuerza dorando IS eucaliptos ramosos,
reverberando en el filo
veo a unos negros y unos chinos que se afanaban metiendo a una casa a
varias mujeres que a mordiscones y a arañazos trataban de librarse. Cre-
yendo seguro que yo venía a enfrentades, dos negros empuñados su
machete se vinieron de frente a atacarme. Yo, sin armas como estaba, sin
valor para desafiados, de un salto peg é la carrera por otro callejón y justo
que salgo a la calle grande, cuando una tropa de caballos sin jinete, medio
alocados por los dinamitazos del otro lado, los veb'quese vienen a mi
nciina: sin darme tiempo a retroceder siquiera. Sin nada qúé
hacer, a lo perdido, me tiré al suelo nomás bien agarrada mi cabeza,
encomendándome atados los santos y a Taita Mayo ,sobre todo, que no me
desampararan en esa hora qu más los necesitaba...
Como un sueño me I acuerdo quepas,ó por mi encima algo así como un
aluvión o un terremoto.
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Taita Mayo, dije intrigado apurando mi bestia, entre ustedes los dioses
también hay guerras?, y mirando ambas cordilleras. ¿Y dónde pues están
peleando?, ¿en qué lado de las montañas? «Ingrato, oí como su voz del
Taita en mis oídos que me respondía, dos veces te he librado de la muerte,
¿y aún así atacas mi pueblo y mi iglesia?»
-¡Al ataque, valientes nunas!
La voz del Uchcu, adelante, y más los otros
que pasaban como viento por mi lado, me obligaron a picar mi bestia y
lanzarme decidido al ataque, mientras en mis adentro s le hablabá a Taita
Mayo: «A luchar por mi casta estoy vinien
I do pues; no es contra ti, taitito; ¿sabrás perdonarme, au niño?» Así diciendo
alcé la paja que llevaba en las ancas de la acémila y prendiéndola con un
fósforo, la aventé sobre el primer techo que asomó a mi vista.
. PERO COMO dice el dicho, fuimos por lana y salimos trasquilados.
Con más tropas que había hecho llegar el' gobierno y más como una tram-
pa quepos tendieron saliendo a enfrentamos sólo una parte del ejército,
mientras el resto botados de panza sobre los techos o escondidos en los
terrados como mujeres nos disparaban sin darnos cara; y más otros todavía
que bien enseñados se habían apostado, listos para rematamos en los
contornos de la ciudad, terminaron haciendo una matama con nosotros que
fuimos hacer pelea limpio a limpio, como verdaderos hombres que éramos,
y nos salieron con cobardías.
Menos mal que yo pude escapar vadeando el río Santa por
Huarupampa. Otros muchos que intentaron hacerlo por el lado del puente
fueron muertos sin salvarse ni uno.
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IX
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DEL FRIO que por esos días empezó a arreciar, me acuerdo. Días en
que la neblina se asentaba en las quebradas formándose como un mar entre
los cerros. O subiendo, subiendo; como humareda hacia las crestas altísimas
de la cordillera.
Varias veces la mangada o la granizada nos dejó empapaditos, mientras
cruzábamos de un lado a otro las áridas punas. Envueltos en nuestros
ponchos, hambrientos, buscando el abrigo de una cueva, mirábamos pasar
los días, siempre escapando o al acecho.
Desde las altas cumbres era ya para nosotros de no olvidar el profundo
valle de Huaylas, hermoseado por todas partes por altos eucalip
tos, refugio de loros y jilgueros. Sus chacras de
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maíz, interminables y, más arriba, los cuadraditos de los trigales, como
cueros de carneros pues:os a secar al sol. Más para este otro lado estaba
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esa ocupación que estaban fue que sonó la descarga. Como pajaritos caían
de sus bestias, aullando de dolor ocarajeando. Los animales se.
atropellaban, relinchando, sin saber para dónde correr; Entre la polvareda
que levantaban, saltam<.)s unos de las peñas, otros de los montes, a rematar
a los heridos.
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a un ladito. Guarda, me advirtió, ¿nó ves que es su querida del vara de
campo, del mismo que ha organizado la fiesta en nuestro honor? Pero si la
muchacha me quiere, ¿qué tengo que ver?, me acuerdo que le respondí.
Ahí nomás se asomó el otro, bien zampao, más que yo. ¿Quieres que
conversemos?, habló haciéndome ver un puñal entre su poncho. Me dio
risa. Como unrelámpago saqué el mío de entre mi seno y me cuadré. Ahí
fue que se paró la fiesta. Pero el Uchcu, calmándolo al otro, me sacó bonito
nomás hablándome, y me llevó a dormir ahí en su casa de un alzado que
andaba con nosotros.
Mañana mismo como sea me la cargo dije.
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a Huaylas, que había salido tropa de Huaraz y hacía falta nuestra presencia.
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PERO el enorme yana puma que saltó por mi encima, no fue sueño.
Fue en pleno día, cuando los soldados cansados de esperarme, soltaban
desde el cerro hatos de paja encendidos, con la intención de hacerme
asfixiar con la humera. Ahí fue que sentícomo un gruñido al fondo de la
cueva primero, después que saltaba sobre mi cabeza cuando me volví a
mirar. Enorme, ágil, de negra piel lustrosa, lo vi ahí afuerita antes de
lanzarse sobre los soldados.
-j Es el demonio! - gritaron éstos viendo que las balas no lo mataban y
la bestia se les iba encima. Gritos y gruñidos se confundieron. A manotazos
y dentelladas los dejaba muertos. Yo aproveché para escaparme a todo
correr esa baj ada.
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Hacía un año que había llegado al barrio burgués, a la bodega Borja, a ese
lustroso edifido azul de dos pisos.
-Pablo, chimbotero, hay que abrir la bodega! le gritan, son las seis de la
mañana y apenas ha podido dormir, tal vez. una hora.
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Antonio Salinas
-Conmigo aprenderás lo que es trabajo, muchacho, ¿Sabes cuántos años
llevo en el negocio?.. V lo miraba como a un miserable animal que ha
metido la cabeza en una calabaza llena de tripas, era la cazuela, sobras del
almuerzo. Sí, un muerto de hambre, parecía humilde, obediente. Pero
cuidado, no había que dejarse engañar por las apariencias, estos mierdas a
veces te roban el corazón. Este no me parece venir de la chusma, más bien
me da la impresión de ser un extranjero, de no ser de este país. No, no es
tonto, se hace, lo sé, lo siento. Te lo digo por experiencia. ¿Sabes cuántos
años llevo en el negocio? Pablo mueve la cabeza, lo mira con esos enormes
ojos negros de pájaro cansado, muerde el pedazo de nervio que ha
encontrado en la sopa -que no sabes, di, sólo por ver y el viejo lo ajocha y
le golpea el hombro, y Pablo, un poco más animado, aunque con miedo de
meter la pata, le dice diez años. ¡¿Diez años?! V don Julio le suelta una
carcajada ronca, tenebrosa. lT ú crees que en diez años se puede llegar a
tener un negocio como éste? iQué inocente eres, carajo!,i Conseguir esto
me ha llevado toda la vida! Para ti, seguro que los chanchos vuelan, pero la
realidad es otra, muchacho, yo comencé desde abajo, con la carretilla, he
tenido que sacarme el alma para lograr tener lo que tengo. Va verás, si te
quedas conmigo aprenderás lo que es negocio, lhas trabajado antes en
alguna bodega? y Pablo que ya termina la sopa levanta la mirada y le dice
que no, que es la primera vez pero que no se preocupe, señor, que él hará
todo lo posible por demostrarle que es capaz, y muchas gracias, la sopita
está riquísima.
El dependiente
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queda Chimbote? Ah!, norteño... dicen que los norteños son honrados,
vamos a ver, ojalá no seas ladrón. No, no es porque quiera insultarte pero la
franqueza por delante, los años a uno le enseñan, los costeños aprenden
rápido y en general, son despiertos, pero, ¡carajo!, ¡En su mayoría, ladrones!
No, no me mires así, muchacho, sólo estoy previniéndote, tú sabes, la
tentadón es grande en esta bodega donde hay de todo, pero como dice el
dicho, la ocasión hace al ladrón, y más vale precaver que lamentar. Pero a
mí, quiero que lo sepas, nadie puede robarme, yo soy del Llauca, chalaco.
Así es que no se te vaya a ocurrir meter la mano, porque te jodes. Pablo ha
cogido un plátano mosqueado que don Julio le ha arrimado y mientras lo
pela, muy despado, escucha ese ronroneo del viejo, un disco gastado que lo
fastidia pero que trata de ignorarlo. De vez en cuando levanta la vista y
mira al frente a un antiguo y sudo cuadro que adorna la pieza, "The Three
Graces" lee, preguntándose qué significa esa leyenda donde tres pelirrojas
semi desnudas se ríen alrededor de una fuente llenando unos floridos
jarrones de porcelana- Aquí tendrás todo, casa, comida y ropa. Aquí
aprenderás a ser hombre, un verdadero hombre.
44 ) Antonio Salinas
rumas de objetos, botellas, frascos, cómo aprender todo esto, tendré que
memorizar, memorizar, piensa Pablo, sí, todo se aprende.
-Mira, aquí puedes dormir, sobre estos paquetes de papell<raft. Toma esta
frazada, tendrás que lavarla, el que se fue era un sudo 'e mierda, mira cómo
te ha dejado de mugriento la manta. La comida no te faltará en esta casa, tú
comerás siempre al último, así aprovecharás para lavar las ollas. Va verás,
ya verás como aquí te vas a engordar, muchacho. V no te olvides,
recuérdalo siempre, sólo puedes perder tu puesto por tres motivos: iser
sudo, flojo o ladrón!
Hace un año y la noche es interminable. Tengo que irme, piensa. No he
sido flojo ni sucio. Seré ladrón. No me ha dado una sola propina, ni
tampoco un solo día libre. Si le digo que me voy no me dará nada. ¿Qué día
es mañana? Anda confundido con los días. Los meses pasan. Hace una
semana don Julio colgó los nuevos almanaques, la bodega se llenó de
panetones D' Onoffrio, navidad, navidad.
-¿Por qué eres tan cojudo, chimbotero le dice cuando no hay nadie-,
cuándo vas a aprender, ya te he dicho chimbotero el negocio se va a la
..
quiebra si lo dejo en tus manos, cuántas veces te lo he repetido, el
comerciante tiene que ser vivo!
El dependiente
( 4S
los hubiera parido, le dice mira, ahí viene uno, observa como hago.
-A ver, don Julio, le ordena- déme dos botellas de güisqui, seis chocolates
suizos y cuatro tarros de duraznos chilenos- Mientras Pablo acomoda todo
en una cajita, el rico saca la billetera y paga sin decir nada una cuenta
alterada.
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Antonio Salinas
¡Me voy!... se lo dice. Se ha sentado sobre los fardos de papel, mira. por la
claraboya esa luna redonda.
Levantó una loseta en el rincón, era el primer paso, iba a pasar al acto a
partir de mañana.
Todos los días le robaba un billete y por las noches lo metía debajo de la
loseta. Al cabo de dos meses había logrado reunir una buena cantidad.
Que los viejos zapatones se ensucien, que pasen tres o cuatro días, que
pueda soportar, si ya soporté un año por qué no tres, cuatro días más, por
qué no...
Es una semana desde que puso los billetes en los zapatos. Espera
"""-- - --
El dependiente (47
-Don Julio, queña decirle que esta es la última semana que trabajo con
usted, la próxima me regreso a Chimbote.
-y qué crees, que me vas a dejar plantado, así, porque a don Pablo se le
ocurrió regresar, y ahora, sobre todo, en plena temporada de verano, no
jodos, Pablo, ya hablaremos de eso el próximo mes.
-Le estoy anunciando una semana antes, don Julio, usted sabe muy bien
que un muchacho lo encuentra en el acto. Todos los días vienen un
montón buscando trabajo. El viejo da un puñete en la mesa y violento le
contesta.
48 ) Antonio Salinas
aprendido a conocerlo. Sabía que el viejp tenía todas las de ganar, y él todas
las de perder por eso es que, dándose un poco de coraje para mantenerse
sereno, vuelve la mirada hada ese cuadro sudo que durante más de un año
lo había acompañado en cada comida, las tres pelirrojas ríen y él no pudo
comprender el significado de "The Three Craces". Tratando de sonreír
agrega: Lo único que yo quería era avisarle con tiempo don Julio, no se
amargue. Pero el viejo ya se desbarrancó, es un venenoso reptil acorralado
que busca aniquilar.
-Don Julio... - y ahora sí viene lo más delicado, lo presiente y por eso duda,
pero tiene que dedrle, aunque casi sin ninguna convicdón: usted sabe... he
trabajado más de un año... y bueno... no tengo un centavo, a ver si me da
alguito, aunque sea para mi pasaje. no logra terminar las últimas palabras,
el viejo lo interrumpe violento, como si al crótalo irritado le hubiesen
pisado la cola.
El dependiente
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....es un silencio que te duele y se hiere las manos apretándose los dedos,
las alas ya no le obedecen, caerá de pico contra las rocas. Tiene la cajita
prensada contra el pecho, levanta la cabeza, va a salir.
Pablo se saca los viejos zapatones. Uno por uno los coge, ávido mete las
manos dentro, las zarpas arrancan las plantillas de papel, mira y remira el
cazador esos dos negros patos muertos, los examina meticulosamente, un
rictus de amargura se le dibuja en la boca, no, no es posible, mierda. El
cazador sufre, tiene los zapatos destripados en la mano y no encuentra
nada. Es una g decepción, pero al mismo tiempo escucha que le golpean en
las orejas, no seas cojudo, Julio, no seas cojudo... Va no sabe qué hacer, se
siente bamboleado entre la decepción y la malvada esperanza de que el
chimbotero le está robando, tiene los zapatones con las lengüetas colgando,
y, en medio de estos dos sentimientos contradictorios le tira los zapatos y le
dice:
-No sé carajo, pero sé que te vas robándome. iSeguro que te has metido la
plata en el culo, desgraciado! Pablo ya no le contesta, despacio se amarra
los zapatos, coge la cajita y sale. En la puerta, se queda unos instantes
mirándolo, lo ve, es un cazador chiquito, patizambo, con el pelo trinchado.
Un mandil blanco le cubre la barriga y sus manos le cuelgan como
cansadas. Hay en su mirada una mezcla de cólera y miedo al mismo
tiempo. Lo ve como perdido, en una ominosa floresta buscando un sendero,
una salida que lo lleve a su cabaña, a su bodega.
El dependiente (51
La venganza
Ítalo Morales
Son tres hermanos que miran a todos los ángulos para asegurarse de que
no haya ningún peligro mientras avanzamos por un bosque de algarrobos,
cubiertos de sombras, heridos por el miedo y con un nudo en la garganta;
pero decididos a cumplir nuestro juramento de venganza. Cada uno lleva
un cuchillo en la dntura, escupen, jadean, se dan valor; dedmos: ¡Somos
machos, carajo!; aunque en el fondo yo sé que nuestro hermano menor se
viene cagando de miedo. No importa: es el miedo de matar o morir.
62 ) ftalo Morales
Atraviesan una chacra de maíz. presienten que unos perros los siguen, es
verdqd, los persiguen con ladridos mortales; pero nosotros huimos,
saltamos vallas, pisamos charcos, volamos como lechuzas y escapamos del
peligro. Se detienen; respiramos aliviados del susto, fatigados; escupimos,
decimos palabras de combate. Giro la cabeza hada mi hermanito quien luce
pálido y demacrado. Uno de los hermanos se le acerca, lo rodea con un
brazo y entonces le repito que no se chupe, que ya falta poco, adelante. Se
aproxima nuestro hermano, el comando, y nos grita que nos dejemos de
cabroneños, que no perdamos tiempo, debemos seguir. Empieza a caminar
y los demás le siguen; lo seguimos hasta que llegamos a una loma
empedrada y escalamos, jadeamos. 'lo los observo: el mayor va adelante, el
menor conmigo; están cansados pero no se detienen, una fuerza poderosa
los domina: llegamos a la dma.
La luna llena parece el ojo del diablo por este sitio, tan funesto y silendoso.
Mientras caminan, sudorosos, casi asfixiados por el esfuerzo, el hermano
La venganza
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64 ) ftalo Morales
destripemos al brujo Colán. Frente a unas matas se detienen por orden del
hermano comando. ¿Llegamos? Sí, y entonces la sangre se calienta, los ojos
echan chispas, no se puede pensar bien, puede ser el miedo o la cólera. Me
fijo en mi hermano menor que está a mi izquierda. Lo toca, está temblando,
le ha vuelto el terror. Me acerco a su oreja y susurro: Fuerza, cholo,
matemos a esa rata, es por el honor, por la familia. Le contesta, Está bien,
ya me pasó, pero sus ojos siguen girando inquietos, asustados.
La venganza
6S
Olger Melgarejo
Mentira. Apenas era las siete. Dándole la espalda, cerró los ojos con
la intención de seguir reposando porque el sueño, con toda seguridad, ya
no regresaría por la andanada de hechos imaginarios que estaba tomando
posesión de su mente. Pensó: "¡No es la primera vez!" Y se le vino a
. la memoria las repetidas ocasiones en que Rosa se ponía a transpirar
cuando en la conversación insinuaba a Ángel sobre la posibilidad de salir a
un lugar paradisíaco a beber con Miriam y su pareja. "¿Pero si en la reunión
molestara a la vecina, tú cederías ante la insinuación del otro?" El silen
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40 /OLGER MELGAREJO
,¡¡¡unl
Mirando con el rabillo de los ojos, las jóvenes tomaron distancia del
sujeto, quien, bajando el brazo, giró la cabe a hacia el lugar de donde
procedía la voz. Momento de silencio, de auscultarse el uno al otro. Ángel
dejó de ser objeto de miradas. El precio de tal imprudencia tendría su costo
y él era consciente de ello desde el momento en que constatara que el
sujeto de vestir elegante estaba acompañado y, algo más, dio a entender
que continuaría en el carro hasta donde Ángel bajase.
Ángel fue rodeado en el Óvalo de Santa Anita en el preciso momento
en que se abría paso para cortar la distancia que había entre él y la agencia
bancaria, vigilada por dos policías. Sobre un taxi, un puesto de frutas, sobre
el tumulto en griterío, multiplicándose en gran manera, Ángel repelía el
ataque imaginando que estaba labrando la tierra, pulverizando rocas o
controlando reses que huyen en estampida por la presencia de las aves
rapaces que destripan a sus presas en plena carrera.
Era consciente de que sus fuerzas flaquearían y que, para poner a
cualquiera de sus agresores en manos de la policía, sólo le restaba organizar
su defensa y rematar de una vez al sujetp de buena presencia, que daba la
impresión de estar exánime en el concreto. Ángel cayó de bruces
44 /OLGERMFJ.GAREJO
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del viento. El señor cura, libro en mano, le lee versos eróticos a la
profesora, que es la novia de un marciano. En la Dirección del plantel, otro
habitante de Marte, tras intercambiar palabras de saludo con la autoridad,
bebe, a grandes sorbos, tazas de chilcano, mientras su esposa da de lactar,
de sus pezones plata, a su prole fulgurosa. ¡Qué lástima! La autoridad edil se
encuentra en serios aprietos y por ello no debió asistir a la noche de las
bombardas. Tiene la cabeza bajo la cintura; el trasero, sobre el cuello y está
a punto de quedarse sin la única escarapela que le cubre sus genitales. Las
mariposas, en torpe vuelo, se estrellan contra la def1tadura de las gentes,
en carcajada. Una mosca acaba de zambullirse en el plato de sopa del
Director. El personal directivo y los profesores participan de una
competencia sin precedentes. En la reunión programada, los varones se
flagelan con sus penes y las mujeres, valiéndose de sus garras, se lastiman el
rostro y las nalgas. Nadie se salva de las mentadas de madre, ni de la
amenaza de clavarse chinches en el trasero. Unos alumnos se desplazan
hacia un salón a beber la cerveza que le hurtaran al desprevenido y otros,
descienden al arenal a encerrarse en los servicios higiénicos. Confundida
en el grupo, se encuentra la joven amiga del alcalde que, en estado etilico,
acaba de retar a Amelia a participar en el concurso de quién orina más
lejos.
-¿ y Amelia?
El nativo sonríe.
Amelia y Ángel habían convenido en encontrarse
en la noche de las bombardas, del toro loco y la quema de castillos. Habían
pensado hacer del encuentro, el mejor de cuantos tuvieron, sea a la sombra
de los arbustos, en la soledad de un lecho a media luz o como el día que se
cono
48 /OLGERMELGARr IO
Jta su lecho el pitar del claxon de los carros y la visita aún ausente sólo
añadiría más dolor al que se encuentra soportando. Ya mueve la cabeza y
las extremidades y hasta articula con claridad algunos nombres: ¡Mamá!
¡Amelia! ¡Rosa! Llegan a sus oídos voces de despedida, seguidas de algunas
palmadas suaves en el hombro.
Ángel deduce que es el cambio de guardia y se deja embargar por
una profunda melancolía. Debió agradecer a la enfermera que lo atendió
pero, ¿será igual de buena quien la reemplace? Pareciera que la cabeza se le
fuera a desprender o que le faltaran algunas costillas. Pretendiendo disipar
sus penas, sonríe al evocar un pasaje jocoso en su vida: Es su amigo Coqui,
que en sueños, sufría por escupir las patas de una cucaracha que se le
incrustaron entre los dientes. Quisiera celebrar con risas las bromas que se
gastan los galenos pero se abstiene por las punzadas que siente en sus
carrillos. Ya pasó la tormenta, enseguida llegará el turno de.
la calma y paz. Se pondrá en pie y partirá a su casa como el indio que siguió
su ruta después de permanecer privado durante dos horas en la acera a falta
de un coraZón caritativo, que tuviese un trapo remojado en agua fría para
su cabeza, luego de una pedrada.
Ya se siente mejor y sólo está a la espera de la señal del nativo. El
indio conversa con doña Dina quien, de conocer la desgracia de su hijo,
demostraría a los galeno s su pericia en el arte de la sanación y la
resurrección. Ella cura a la bestia panzada y también a los indios que
pierden el sentido en las fiestas por el fragor de la pelea. Si auxilia a las aves
y los grillos de cantar malagueño, ¿cómo descuidaría a su indio mal
trajeado en este monstruo de ciudad? Postergando a sus animales y el
espantajo, untaría con cebo de gallina o enjundia de cuy las heridas de su
hijo. Pero a dife
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rencia de doña Dina, Amelia y Rosa tratan a Ángel de otro modo. En casos
de algÚn malestar, valiéndose de sus manos, cada quién busca erizarle la
piel para constatar si, en verdad, Ángel está enfermo o se hace el cojudo,
después de haberse empiernado con otra.
La enfermera, que acaba de llegar, pareciera que fuera una de sus
alumnas pero podría ser solamente una semejanza. Para salir de sus dudas,
retendrá la mirada en ella y le buscará la conversación.
Echa la mirada a sus pertenencias y ve que sus ropas están empiladas
menos el bolso. Piensa que podría estar en el quiosco adonde recuerda
haberlo arrojado al empezar la bronca, o quizá en manos de algún vivo. Si
estaráen sus bolsillos el dinero que gastaría con Amelia. De no estar,
¿habrían sido las manos en el nosocomio? Evoca su adolescencia en un
hospital pintado de verde. ¡Cuánta gente aglomerada en un domingo! Con
frutas, medicinas y algÚn dinero para el paciente. En aquel entonces, se vio
obligado a regresar a casa con el dinero en los bolsillos po:tX:J.ue el regalo,
entregado en la visita anterior, se había pertlido del cajón de la mesa.
Enfermera y paciente se sonríen. Ángel piensa: "La
señorita no tiene cara de pilla".
-¿ Usted apellida Condori?
54 /OLGER MELGARF:JO
veces. En el último vertical descenso, no cayó en las aguas del mar, como
tenía previsto, sino en un acantilado solitario e ignoto. Se asombra al
evocar que, tras aterrizar con los brazos en cruz, descubrió que estaba
parado en una
senda, que era el punto de partida hacia tres lugares, conocidos por él.
Viendo que una de las vías iba a su pueblo, tomó tal camino contemplando
con curiosidad una pata y sus dos patitos, que paseaban por el borde de una
acequia. ¡Cuánta diferencia existe entre el lugar soñado y el de la vida real!
También aparecía próximo a él, una extraña ave. Tenía plumaje verde,
patas de saltamonte y un pico larguísimo; su cuerpo era liso como la
calabaza. Alzándola en brazos, la llevó a la fuerza y se vio obligado a
liberarla después que ésta gimiera con llanto de niño. ¡Qué curioso! ¿Los
plurníferos no pían o graznan o cacarean? Aún estando libre el ave, su
gemido seguía rebotando en los cerros. En la senda solitaria y pedregosa,
soportaba la mirada de las rocas. Su casa estaba a una legua de distancia y él
se hallaba de pie, inmovilizado por el gemido indescriptible. ¿Qué era
aquello? Intempestivamente se vio gritando a viva voz: "¡Perdóname,
niño!" Cesó el llanto pero apareció configurada en el tronco de un maguey
la imagen de quien lloraba: Un rostro adulto, maltrecho y verde. Pero algo
fundamental: ¡Miraba como alguien que está enfermo por el maltrato
sufrido! ¡Rostro que destrozaba el alma a diferencia del que sonreía en la
profundidad de la letrina!
-¿ U sted sentiría vergüenza si tuviera una hermana que posee el don de
visionar?
-¿Por qué me lo pregunta?
-iPura curiosidad!
Ángel sonríe y haciendo memoria descubre las semejanzas que existen
entre la visión de Beatriz y la de él.
Muchos soles por el cielo y harta agua por el río de Chilcabamba han
pasado ya, desde aquella noche de mi borrachera. Don Esteban Goñi
contempla a sus nietos recién nacidos en este mismo dia y no entiende por
qué las criaturas que lloran sobre las mismas sábanas que sus madres,
tienen el mismo lunar, los mismos ojos y la misma nariz que yo.
Los levanta a los dos, los contempla con detenimiento a fuerza de
quererlos diferenciar. Piensa. Ahora recuerda aquella mañana en que me
sacó aún asustado de la habitación de su menor, esa mañana después de mi
fiesta de boda. Ahora ya se dio cuenta. Estoy parado sobre el umbral de la
habitación donde las dos hermanas acaban de dar a luz. Se dirige a mí con
una mirada que reclama una urgente respuesta que no se la daré. Esos dos
bebés son mis hijos, y la justicia divina de San Roque lo permitió así...
Muruy
Eugenita. Ah, Eugenita, linda flor de Pacarisca. Si no me aceptas, dime
quién. Ni viento, ni sombra tendré para ahuyentar tanto sentimiento. N i
aluvión, ni terremoto servirá para que se lleve de mí, tanta afición por ti.
Eugenita. Eugenita, mi dulce fruto de chirimoya, mi perfumada lúcuma de
Chilcabamba, mariposita mil colores de Pacarisca. Dime que sí, mi
ñuspicita. Acéptame pues, mi abejita
Esto me dijo y se fue corriendo por la bajadita que lleva a su casa. Y allá
abajo, cobijada bajo las matas de pacay, chirimoya y lúcuma, comenzó a
cantar con su delgada y dulce vocecita de pájaro, con un tonito de jilguero
o ángel del cielo. Y yo, al escucharla desde lo alto, harto me he lamentado
por este amor. Cómo no vaya estar enamorado de ella, cómo no; si cuando
me mira hasta me mojo el pantalón de puritito gusto. Si cuando juega
conmigo en el recreo de la escuela, siento mi corazoncito como tierno
pajarilla que quiere salirse de la jaula de mi pecho. Cómo no me vaya
enamorar, si en sus ojitos grandes y brillantes me veo clarito como en el
agua dormida de un fresco puquiaL Si cuando canta, parece que con su voz,
voy subiendo derechito al mismo cielo. Cómo no me vaya enamorar si es la
ñuspicita más bonita de toda la escuela.
Y otra vez, a sentarme al borde del camino, sobre esa piedra grande
. desde donde se ve su casita metida entre los frutales. Sintléndome
abandonado y moribundo, moribundo de amor con ese dolor insano
mordiéndome el pecho, como si el amor fuera un perro furioso
mordisqueándome el alma enfangada en la soledad. Y otra vez, sentarme
calladito, esperando a.que el viento me traiga su voz de niña que es calma
para mi corazón alborotado.
Oír el rumor del tiempo pasando sobre mí y marcar su nombre en esa
inmensa piedra que ya no tiene ni espacio para otro corazón más. Luego
ver al sol morirse con mi agonía. Sollozar juntos. Hombre y sol muriendo
por amor. Volver a casa escribiendo, "Eugenia con Epifanio" sobre la tierra
húmeda, en las hojas de los magueyes, en la corteza de los árboles, en las
paredes de las casas, en la bodega de don Alberto, en la puerta de la
parroquia para que Dios bendiga mi amor por ella y hasta en la cuevita de
los gentiles para que no se olvíden de mí a la hora de la hora.
"Epifanio con Eugenia", "Eugenia y Epifanio se quieren", encerrados en
corazoncitos grandes y pequeños, en corazoncitos atravesados por una
flecha o sangrando terriblemente.
"Eugenia con Epifanio", "Epifanio y Eugenia se aman", escribiendo
afíebradamente mis sentimientos en cualquier lugar dOI1de pueda vedo
ella, donde todos los muchachos del pueblo
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Qurapyay
y mientras el profesor escribe la lección en la pizarra, yo le mando
un papelito a Eugenita que hoy no ha querido sentarse conmigo. "Ya me sé
una nueva historia de Toro Moreno y T umbacerro, si quieres, a la salida te
la cuento". Y ella, al leer la nota, me ha devuelto una sonrisa coqueta
condimentado con un gesto de arrepentimiento. Segurito hasta queriendo
que le cuente ya, a hurtadillas, la historia que toda la noche me la he
pasado imaginando para que ella se quede un ratito más conmigo junto al
río, dentro del bosquecito de los eucales.
l¡Cómo? ¡Qué estoy viendo? ¡Mi Eugenita con ese taqra, con ese nariz de
zorro ladino y cara de chancho empachado? ¡Qué tal lisura! ¡Yo la he visto
primerito, antes que todos! ¡Ella es solo para mí y para nadie más! ¡Desde
chiquita me la estoy haciendo crecer! Bufando de rabia, de celos, derechito
he corrido hacia el garañón Crisanto, coloradito él y con ojillos zarcos que
son la felicidad de muchas ñuspis.
Intentaba llevarse a mi Eugenita a la orilla del río, como a tantas ya
había llevado. ¡Qué hay con ella, so taqra zorro mancarrón, perro ladrón!,
he gritado abalanzándome contra él. Y, ¡pim para aquí, pam para allá, pum
para acá; uno para arriba, dos para abajo, tres por si acaso!, le he
apuñeteado hasta que se tienda sobre la pampa como pellejo de becerro
desbarrancado, mientras sus cuadernos han volado asustados como cuculíes
de mayo, hasta ahogarse en el río sin que los demás puedan sacarlos con
vida.
¡Se pelean, se pelean!, el resto ha gritado a los vientos, otros han corrido
hacia el aula, ¡lo está pegando, ya lo tendió, el río se está llevando sus
cuadernos! El profesor Edgar ha venido corriendo. Nos ha separado así
enganchados, de hombre a hombre, como hemos estado. ¡Quietos, quietos;
so, yuntas!, nos ha contenido los últimos
Esa tardecita, qué cuento ni qué nada. Nos hemos ido con Crisanto a la
pampa más olvidada de Chilcabamba, junto al río. Y allí, hasta muy entrada
la noche, nos hemos dado de alma, bramando coléricos, bufando en cada
golpe por el amor de Eugenita. Sangr.ando gustosos por ella. Sintiendo que
los golpes por amor se dan con ganas y se reciben con ansias, como si
fueran las caricias del ser amado.
¡Ya, ya, allí no más Epicho, allí nomás! Me abrazó derrotado y.
exhausto, con la cara llena de moretones y sus ojillos zarcos enrojecidos por
la derrOta. ¡ Llévatela si la quieres tanto, no te la vaya molestar más,
palabra de hombre, palabra de amor derrotado!, así jadeando, con el rostro
empapado con una mezcla: de sudor, lágrimas y sangre, con los ojos
achinados de tanto golpe, me ha dicho con palabras más cansadas que él,
¡ya no la vaya buscar, te lo juro, será solo para ti! Y yo, que ya no podía ni
levantar el puño, lo he escuchado con alivio, pensando que el amor se
defiende con sudor, lágrimas y sangre. Dándome cuenta que en el amor
también hay ganadores y perdedores como en la vida misma.
Unkuy
Tanto, tanto ya me insistes, seguro es verdad tu afición por mí. Y con estas
palabras consintió que yo me arrejuntara junto a ella para contarle las
historias de Toro Moreno y T umbacerro.
y así pues, Eugenita, le seguía contando la historia, llevándola al rincón
más apartado y bello del bosque, Toro Moreno se fue a vivir con Blanca
Becerra que era una mujer muy bonita, porque tenía sus ojitos parecidos a
los tuyos. Unos labios muy rosaditos como los tuyos y también cantaba
como tú. Por eso Toro Moreno se fue a vivir con ella, amarrando a su
Tumbacerro en la entrada de su casa para que nadie los moleste en su
amor.
y esa noche, ay, mamacita. Dulce, dulce camotito sus labios he besado,
¿así se habrían besado Toro Moreno con Blanca Becerra? Despegá dose de
mis labios, preguntaba inocente, acuchillándome con el filo de su mirada.
No, Eugenita, creo que no se besaron así, creo
.que fue así, y otra vez, acercando mis labios a los suyos, volví a disfrutar de
la miel de su alma endulzándome hasta el desquicio.
i Uy, qué brinco pegó mi corazón al sentir su calor contra mi pecho.
Sapito loco, loco sapito quiso saltarse de mí, escapárseme por la garganta. Y
para que no se me escape, la besé nuevamente. Una y otra vez hasta que
nuestros labios primerizos comenzaron a arder por los mordiscos que nos
habíamos dado mutuamente; es que a esa edad, aún no sabíamos cómo
besar y solo obedecíamos al dictado de nuestros cuerpos adolescentes.
Así pasó el año. El profesor Edgar pronto retornaría a su ciudad,
cargando sus libros en un costal. Nosotros, recién supimos que no
volvería a la escuela, nunca más. Nos sentimos tristes y los últimos días de
clase acudimos a la escuela como quien asiste al velorio de un familiar
amado. Cómo nos enseñaba, mira, hijito, esto es así y asa, y se esmeraba por
explicamos lo que no entendíamos. Él fue el primero en contamos las
aventuras de Toro Moreno y Tumbacerro, dizque ya lo había escrito en
uno de sus libros; es que decían que también era escritor. Todos viajábamos
al ritmo de sus palabras, cuando nos narraba aventuras de otros tiempos, de
otros lares; y así, imitando a mi profesor, pude conquistar a mi Eugenita,
contándole las historias de Toro Moreno y Tumbacerro que con ayuda de
mi tayta imaginaba y guardaba celosamente en mi memoria.
La mañana en que se fue, lo acompañamos hasta Yanama, y antes de
subir al camión, todavía nos dijo que siguiéramos estudiando y hasta le
regaló uno de sus libros a mi Eugenita. Desde ese día no parábamos de
contamos las historias que había en ese libro.
¡Ah, cómo en noches de luna llena, bajo el brillo de las estrellas,
imitábamos a T orito Moreno y a Blanca Becerra!
No, el cuento no dice que se iban a la orilla del río a besarse, reclamaba
Eugenita. Contrariada, tratando de recordar alguna escena similar; y yo,
cómo que no, Eugenita, dice mi taytita, clarito me ha
contado, que se iban todas noches a contar las estrellas, porque contándolas
podían hacer sus hijitos.
y esa noche, ella se asustó cuando escuchó lo de hacer hijitos. Me miró
espantada, como solo se le mira al dañino puma de la noche. Su mirada me
quemó el alma y por un momento enmudecí sintiendo que mi boca se
incendiaba con su gesto de reproche. ¡Qué vas a hacer, Epichito, ni lo
intentes, ya te he dicho que todavía no tengo edad para hacer hijitos!, yyo,
reaccionando, pensando, es ahora o nunca. ¡Cómo que no vas a tener edad,
Eugenita, si ya tienes edad para el amor, ya tienes edad también para eso!,
intenté retenerla entre mis brazos, asirla como a palomita recién capturada
para que se acostumbre a mi fuerza, a mis brazos; pero ella, presintiendo
mis intenciones, se me escabulló como perdiz ante el peligro.
En vano la perseguí, linda tarukita, dando brincos aquí y allá, llegó
facilito a su casa y se metió a su habitación sin que sus taytas se dieran
cuenta.
¡No, Eugenita, no haremos hijito, no haremos eso!, esto mismo le dije y
consintió que le besara sus senos chiquititos que parecían dos pichoncitos
dormidos en el nido de su pecho color aliso. Se agitó al sentir mis labios
rasgándole el corazón. Me abrazó con fuerza. Comenzó a arañarme
desesperadamente. ¡Ay, cómo dolían sus uñas, como los puñetazos que me
había dado Crisanto esa tarde!, pero el gusto era más, y me lo aguantaba así
como lo había buscado. ¡Esto también debe ser amor!, pensaba intentando
no gritar de dolor.
Comencé a bajar, poco a poco, asediar cerquita de su vientre, conquistar
su ombligo. Besando, besando. Marcado mi territorio para que ella se dé
cuenta de quién era su dueño, y cuando ya iba más abajo de todo lo
recorrido yposeído... ¡Ay, Eugenita, qué tosca eres!, sus ro-dillas hundidas
en mi entrepierna me dejaron sin aire, con los ojos nublados, con las babas
saliendo de mis labios y con las manos vacías nuevamente. ¡Ya te he dicho
que no tengo edad para hacer hijos!, y otra vez, chúkara tarukita,
vanamente la volvÍ a perseguir. ¡Espera,
ella está detrás de su tayta, quién está dentro de la choza!, me confundí por
un instante, y mirando bien, bien, en medio de la penumbra plateada de la
noche, me di cuenta de todo. Había hecho mi mujer a Gaudita, la
mayorcita que aún lloraba ahogando sus sollozos dentro de la choza.
AUay
Esa mañana, cuando todavía el sol no terminaba de madurar entre
las cumbres, mandaron llamar a mi tayta, quien llegó presuroso, tal vez
pensando en 10 peor. ¡Cuidadito nomás con meterte en problemas, allí vas
a saber 10 que es bueno!, siempre me advertía tal vez sospechando mis
apuros de enamorado.
Cuando entró al patio de la casa de don Esteban Goñi, me encontró
sentado sobre un poyo húmedo y viejo. Temblaba de miedo como un perro
envenenado que se sabe próximo a la muerte. No podía hablar; mi lengua
era un trapo húmedo pegado dentro de mi boca.
...Ahora, oigo el tronar algo distante de una puerta que quiere abrirse a
la cruda realidad...
Perico el heladero
Carlos Eduardo Zavaleta
A Mario Benedetti
Todos lo veíamos en la plaza de Caraz. Era parte de ella, como los ficus,
como el kiosco o los jardines encerrados por rejas plomizas y coloradas. Los
hombres y góndolas llegaban a la plaza, hacían un zig zag a la derecha, y
izas!, al fondo de la esquina, más allá de la eterna catedral inconclusa,
veíamos a Perico de pie, sacando las deliciosas bolas de helados de un gran
tarro de hojalata. Podía haber llovido o seguir navegando por el cielo unas
nubes celosas; pero, llegaba el mediodía, y el sol alegraba casi siempre la
plaza y a los clientes que lamían los helados.
Quizá él nació en esa esquina, hecho un joven y con su propio negocio.
Al comienzo, nadie supo que tuviera familia allá en una casucha de adobes,
por la carretera de Huallanca, adonde se iba por las tardes, empujando el
tarro vacío, pero con ruedas. Con el tiempo, Perico le puso tejado a la
casucha, así como una puerta de verdad, en vez de los tablones cruzados
del comienzo,
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cortés, pero sólo en la puerta: ella tenía peones trabajando adentro. Oíamos
ruidos de martillos y serruchos; por un momento envidiamos a esos indios
tan cercanos a ella. Fingimos despedimos, aunque averiguamos más por el
lado del jardín. Esa casona parecía sacudida por la fiebre del cambio. Los
peones se metían y sacaban muebles, apilaban más sillas que las vistas en la
boda, disponían mesas bajo el emparrado del jardín, como para otra fiesta.
Ver tanta prosperidad nos molestó y empezamos a correr el rumor de que,
como en las fiestas de la Virgen de Chiquinquirá, las celebraciones
continuarían, pero ya con los indios.
Sin embargo, los peones sólo dejaron el martillo al anochecer. Entonces,
bajo una gran linterna, pudimos ver el letrero: MAÑANA
INAUGURACIÓN RESTAURANTE EL PERICO. ALMUERZO Y
COMIDA. BUENO Y BARATO.
Fue como si nos robaran del bolsillo. ¿O sea que iban a cobrar? Pues no
les haríamos el favor. Cada vez que erogábamos para los tragos o helados,
tardábamos en sacar la poca plata que teníamos. ¿Por qué gastar en comida
fuera de casa, si adentro la gozábamos gratis? Pagaban nuestros padres o
suegros, nosotros solos imposible; el sueldo no alcanzaba; vivíamos con los
viejos, había que respetados hasta que, Dios mediante, ellos nos dejaran
definitivamente la casa.
Por lo visto, las costumbres ya eran otras. El ojo de Perico estaba en
todo. Al mediodía, dos grandes góndolas que hacían el servicio
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Quería decir que el camino era bueno, que nuestro amigo seguía vivo.
Volvimos a las bestias. Sin acabar .la cuesta, la tierra crecía y se
hinchaba en sucesivas barrigas, verdes o peladas. Abajo quedaban el río y
sus muchos compañeros (los pedrones y árboles, el pasto y el cañaveral), y
por aquí llegaríamos pronto a un valle más pequeño, tímido, acorralado por
la tierra seca. De súbito, niños y mujeres despavoridos, gritando, salieron
de un matorral y empezaron a contar atropelladamente su historia. Los
terrucos habían pasado hacía una hora, y podíamos ver sus huellas en el
desfile de degollados y despedazados por el suelo. Además de muertos,
estaban asustados, retorcidos, llamando entre sí a sus pedazos. Parecía cosa
de animales, de chanchqs. Uno de ellos tenía el cráneo abierto y aplastado
contra una laja; podía meterse la mano dentro de la cabeza. La ira que nos
despertaba era sin duda distinta de la que había empujado a los asesinos;
pero los dos odios se juntaban y no sabíamos qué hacer, dando vueltas con
los caballos.
Se oyó claramente un disparo lejano, una salvación en plena duda. Allá
nos fuimos hacia el balazo. Contando los tres guardias éramos ocho,
suficientes para abrimos en dos bandos y merodear cerca del camino, sin
volver a él. Por la distancia, no vimos nada por un rato, hasta que quizá
descubrimos una maraña de caballos juntos y sin jinetes. Sí, sí, era eso,
aunque ya unas piernas de hombre matizaban las patas de las bestias, y
entonces vimos una
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El plan perfecto
A los PDP: Juan, Jaime, Christian y yo.
* * *
—…como lo oyes Juan, es el plan perfecto. Nos apoderamos de esa
cuadra del centro.
—¿Qué?; no me vengas con eso de tus planes otra vez, me traen
malos recuerdos.
—¿Ah?
Y recordé el plan.
—Pero ahora es otra cosa, no mezcles aquello con este negocio.
—Ya bueno. ¿Y solo los dos estamos en el cuento?
—No, está todo el grupo. Como en el cole’.
—Ya; puede ser. Déjame pensarlo.
Ahora faltaba hablar con Christian, creo que no tendrá problemas.
Salvo posea sus propios planes. O esté en problemas financieros. Pero yo
lo he visto crecer en estos años; es bueno en esto del manejo de los carros
para el turismo.
—Alo, Christian: te hablo para decirte lo mismo que le dije al Nero...
Nosotros somos los elegidos. Podemos hacer este negocio. Solo hay que
ponerlo a funcionar y verás que hacemos algo grande. Tendremos una
reunión uno de estos días. Espero que vengas porque ya todo está
planificado.
—¿Crees que sea bueno hacerlo? Yo sé que tú estás metido tiempo
en esto de traer gente para el turismo… y te agradezco la invitación; pero
espero sea algo que funcione.
—Funcionará. Si he pensado en ustedes es para eso. Y además
porque sabes que si no lo hacemos nosotros, alguien lo hará.
—Ya; voy a confiar en ti, como los demás. Ah, a propósito: ¿Qué es
de Jaime? Ya sabe del plan.
—No; apenas ahora estoy por conseguir su nuevo número. No creo
que se niegue; porque él también gana con esto. Todos ganamos. Es algo
que debemos hacer. Mente positiva pues Christian.
—Ok; me avisas luego de que hables con él. Tiene que ser con todos,
o ninguno; como tú dices.
—Claro, es lo que se busca.
—Ya. Te llamo luego de que le hables.
Entonces solo me queda Jaime. A él no lo veo hace mucho, está
metido en esto de la artesanía en serie; negocio redondo. No le falta nada,
pero luego de que le cuente al detalle el proyecto, no creo que se niegue:
—Sí, hola Jaime, hermano mío. ¿Qué novedades? ¿Cómo van los
negocios? Sí, a mí también me va bien… ¿Y los hijos?
—Sabes que tengo dos. ¿Y tú, sigues sin retoño?
— No. Tengo uno: se llama Amaru.
— Me alegro por ti. Ya era hora.
— Claro… Tenía que seguirte los pasos.
—¿Tú no conoces a mi segundo hijo?
—No. Pero ya lo conoceré. Luego del plan que te cuente, tendrás que
venir, y traerlos a ellos. Tenemos que concretarlo.
—Bien. Me hablas en buen tiempo. Puedo darme un escape a
nuestro terruño.
—Ok. Entonces te esperamos. Pero te adelanto que es cuestión de
monopolizar el mercado del turismo. Asentándonos en zonas estratégicas.
Ahora lo podemos hacer. Creo que tenemos los fondos y las fichas
necesarias. Alquilar primero los locales y luego comprarlos. Ya tengo todo
planeado, incluida la inversión.
—¿O sea quieres que deje todo por aquí y que vuelva a Huarás?
—Claro; o parcialmente, es cuestión de ampliar tu mercado.
—Ya, entro; pero hablamos al detalle cuando llegue.
—Ok, te tomo la palabra.
* * *
La reunión se programó para el sábado, a las siete en punto.
Llegaron a tiempo:
—¿Recuerdan el plan del Chato?— Juan no olvida aquella añeja
palomillada, tal vez porque después, en el viaje de promo’, resultó el más
perjudicado.
—Ah… el de la panadería.
—Les puedo llevar a ese mismo lugar, si lo desean. Hoy es la
panadería más próspera y tiene un cafetín donde preparan un excelente
cafecito para el frío.
—Vamos pues, este frío arrecia.
Llegaron al café. Ellos tampoco parecían haber cambiado durante
esos años, solo se encontraba algo de seriedad en sus rostros.
—Entonces este era el lugar, y aquella señora, la víctima.
—¡Señora, cuatro cafés bien cargados!
—Sí pues. Nos habríamos malogrado la vida. ¿No lo creen?
—Sí; tal vez no íbamos de paseo.
—Pero nos salvábamos de la paliza que nos dieron los trujillanos.
Las risotadas estremecen las vitrinas.
—¿No pueden olvidar el hecho?, me siento culpable cada que lo
recuerdan.
—Fue por tu culpa pues Chato; por defender a tu hembrita.
—Pero en general, la pasamos bien. No se quejen.
—Sí
—¿Sabían que pasaron diez años?
—Qué, ¿ya?; parece que lo planificáramos recién, hasta siento que
estuviéramos dentro de esos días.
Entonces entraron cuatro muchachos nada confiables. Parecían
decididos a todo. Cada uno se ubicó en un lugar específico.
— Parece que estos tipos no harán nada bueno.
Y sucedió.
—Esto es un asalto carajo. Manos arriba o disparo. Usted señora,
abra la caja registradora. Y los demás, no se muevan.
Parecía todo bien planificado.
—Oye Daniel, ¿este no era tu plan?
—Silencio; o les meto plomo.
El muchacho y sus amigos parecían decididos a todo. Pero el Nero
los estaba estudiando. Parecía conocer los puntos flacos del plan. Hizo
una seña a los demás.
—No Nero; no lo hagas.
Pero lo hizo. Y los aventó a todos al asunto, como en el cole. Luego
es todo confuso. Se oyeron los disparos y el correr de los muchachos.
Parecían haber planeado todo: los pro y contra; resultaron expertos. Los
tiros fueron certeros. La policía encontraría después a los asesinos
hospedados en el hotel Monterrey junto a toda su promoción. No eran de
Huarás. Se dice que estuvieron pasados de tiros. Las noticias hablaron de
cuatro amigos empresarios asesinados por tratar de impedir un robo en
una conocida panadería del centro de la ciudad. Se habló de una reunión
de negocios para invertir en el turismo de la zona. Era cierto, en parte. Yo
sobreviví. Permanecí en coma algún tiempo. Luego dejé todo y me volví
aprendiz de escritor: el plan falló.