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Hurtado.
En primer lugar quiero agradecer la gentileza que han tenido los organizadores de este
evento al haberme permitido compartir con todos ustedes este 30 Aniversario del Instituto
de Estudios Social Cristianos. Vayan por lo tanto mis felicitaciones por tan larga y fecunda
trayectoria.
Nos toca comentar un texto provocador. Seguramente Don Osvaldo Hurtado, como
estadista y político de primera línea que es en este continente, fue consciente al momento
de escribir su ponencia, de que varias de sus afirmaciones no pasarían desapercibidas, y
serían objeto seguramente de interesantes polémicas. Un dato nada llamativo si tomamos en
cuenta que en materia de técnica económica, todo es motivo de constante discusión. En el
ambiente académico solemos decir en forma risueña, que el de la economía es el único
campo en el que dos personas pueden obtener el Premio Nobel por decir uno exactamente
lo contrario del otro. Cuanto más, se comprenderá, si incursionamos en el plano de las
doctrinas socioeconómicas.
Vayamos al grano. Tengo coincidencias, discrepancias, y porqué no, también dudas con
respecto a la muy interesante ponencia recientemente expuesta.
El mal llamado Consenso de Washington, al igual que buena parte de otros varios productos
del neoliberalismo, carecía de ciertas dimensiones fundamentales en materia propositiva.
Por ejemplo, no asume el tema de la inequidad, un verdadero disparate cuando se trata
del continente más inequitativo del mundo. Tampoco asume el tema del medio ambiente,
y de esta manera se convierte en una plataforma meramente economicista, poniendo, como
nos lo recuerda el notable documento de los Provinciales de la Compañía de Jesús, “el
crecimiento económico –y no la plenitud de todos los hombres y mujeres en armonía con la
creación- como razón de ser de la economía”. Definitivamente brega por el retiro del
Estado y por una mayor desregulación, como recetas para una Latinoamérica que mira
incrédula cómo los países más ricos del mundo lejos de retirarse, continúan
subvencionando buena parte de su economía real.
Pero los cuestionamientos no son solo teóricos. Son fruto de la praxis: aunque la mayoría
de los países del continente de una manera u otra avanzaron en cada uno de los puntos del
mal llamado Consenso, el resultado fue finalmente catastrófico: en 1980 había 120
millones de pobres, y para 1999 eran 220 millones, esto es, el 45% de la población total. El
20% más rico es casi 19 veces más rico que el 20% más pobre, cuando la media mundial es
de 7 veces, y la tendencia fue en crecimiento en la mayoría de los países. Luego de aplicar
los paquetes privatizadores y liberalizadores, la deuda externa pasó de 492.000 millones de
dólares en 1991 a 787.000 en 2001. Podríamos seguir citando cifras de todo tipo, pero creo
que no son necesarias en este contexto.
Es tan grande la evidencia contra las directivas de Washington, que los propios organismos
internacionales han debido reconocer su fracaso. En un reciente documento del BID 1[1], se
reconoce que “las reformas estructurales no produjeron los cambios previstos en el mercado
laboral”. Y más concretamente, llaman la atención sobre lo siguiente: “Lamentablemente, a
medida que las barreras al comercio se fueron eliminando, en algunos países
-especialmente aquellos con leyes laborales restrictivas- se observó una merma de los
empleos con las prestaciones exigidas por la ley”. A buen romance, como precisa la OIT, el
84% de los empleos creados en los años dorados del mal llamado Consenso, fueron
empleos precarios y con bajos salarios.
La Unesco se ha unido a las críticas. En el marco del Foro Social Mundial, el representante
de Brasil reconoció que “el Consenso ha significado un dramático aumento de las
desigualdades y un increíble agravamiento de la pobreza en el mundo”.
Debemos reconocer que el crítico con mayores créditos en la materia ha sido sin duda el ex
economista jefe del Banco Mundial. Decía Joseph Stiglitz en ocasión a una reciente visita a
Buenos Aires: “Algunos países han seguido muy de cerca los dictados del modelo, pero no
1
han experimentado funcionamientos económicos especialmente fuertes. Otros países han
ignorado muchos de los dictados y han experimentado algunas de las tasas más altas de
crecimiento sostenido que el mundo haya visto jamás. Concentrándose en un grupo
excesivamente estrecho de objetivos –incremento de PIB- otros objetivos como la equidad,
pueden haber sido sacrificados /.../ Intentando forzar una transformación rápida a menudo
imponiendo una acentuada condicionalidad al recibir la asistencia vitalmente necesaria, no
solo han sido minados los procesos democráticos, sino que se ha debilitado, a menudo, la
sostenibilidad política”.
Comprenderán por lo tanto, que no comparto la tesis defendida por Don Osvaldo en su
paper, según la cuál, habrían sido mayores los males si no se hubiesen implementado los
mandatos de Washington. Ese es un argumento de mucho uso entre los liberales.
Fukuyama, por ejemplo, explica que la continuidad de problemas sociales en sociedades
liberales “se deben menos a los principios liberales, que a lo incompleto de su
instrumentación”2[2]. Entrar en este debate, así como en el análisis de cómo construyen los
modelos metodológicos quienes argumentan diferente, nos llevaría demasiado tiempo.
Tengo dudas, además, cuando dice que la evidencia internacional muestra cómo los países
que se abren a la economía han progresado más que aquellos que no lo hicieron. Esta
formulación me parece incorrecta. En términos estrictos, el éxito o fracaso depende más
bien de cómo se realiza la tan mentada apertura. Y en esto hay diferencias entre diversos
gobiernos. Don Alvaro Hurtado sabe bien que la apertura de Lula, Chávez o Kirchner, no es
la misma que la de Menem o Batlle, por ejemplo.
2
buena interpretación de esta doctrina, jamás se hubieran aceptado los dictámenes de
Washington.
No debemos caer en falsas dicotomías. Como bien dice Don Osvaldo Hurtado, debemos
evitar el maniqueísmo. Las alternativas ya no son del tipo más estado o menos estado; o
más liberalización o menos liberalización del comercio. Debemos preguntarnos qué estado,
qué mercado, y qué liberalización, por ejemplo, queremos para nuestros países.
Sí comparto con Don Osvaldo Hurtado que la política económica no es suficiente, y que
debe acompañarse de políticas sociales específicas. Comparto el hincapié manifestado en la
educación, salud, vivienda, agua, y previsión social entre otros campos. Comparto que un
objetivo de éstas, debe ser la redistribución de las riquezas. Y comparto que la mejor
manera de conseguir que un pobre deje de serlo, es proporcionarle el derecho a ejercer un
trabajo decente.
Muchas gracias.