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UNIDAD 8: LA CONCIENCIA MORAL

Orientaciones para el estudio

En esta unidad hallarás las herramientas necesarias para comprender y analizar los
problemas de conciencia moral. Comprenderás, por ejemplo, el por qué la conciencia juzga
nuestros actos tanto antes como después de ejecutarlos. Te sugiero profundizar en esta unidad,
ya que constituye, tal vez, la parte más importante de este libro. Sácale provecho.

Objetivos de la Unidad

Al terminar esta unidad, el alumno:

Definirá y analizará la conciencia moral.

Conocerá los factores que intervienen en la formación de la conciencia moral.

Conocerá los distintos estados de conciencia por los que atraviesa el ser humano.

Analizará las posiciones del psicoanálisis y del materialismo dialéctico respecto a la


conciencia moral.

Reflexionará sobre los dichos y el remordimiento de conciencia.

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8.1 ¿Qué es la Conciencia Moral?

“Quien quiera escuchar la voz sincera de la conciencia, debe saber poner


silencio alrededor suyo y dentro de sí mismo”.
(Anónimo)

Como todas las ciencias, también la Ética ha de partir de hechos de la experiencia.


Hay hechos de experiencias externas y de experiencia interna. Los primeros son hechos
sensoriales y los segundos, hechos de conciencia. Los hechos de conciencia son intuiciones
que se imponen por sí mismas a la razón humana.

Considerando el término en su acepción corriente y previamente a toda determinación


de carácter filosófico, podemos decir que la conciencia moral se impone como un hecho que
se experimenta en el remordimiento, el arrepentimiento o, por el contrario, en la alegría
moral; en los titubeos del hombre ante una situación compleja, o simplemente en las
vacilaciones de una libertad poco segura del bien, como también en la facilidad de la
respuesta a la llamada de los valores y del deber.

Desde este punto de vista y con los matices que veremos, podemos decir que la
conciencia es la norma de la moralidad subjetiva y de la obligación. Sin ella, la norma
objetiva, que es la ley divina y humana, resulta prácticamente inoperante. De ahí que los
moralistas la hayan definido como un conocimiento interior del bien que se debe hacer y del
mal que se debe evitar. Por eso se ha dicho, con razón, que la mejor garantía para que un
profesional desempeñe sus funciones con honestidad lo constituye la adquisición de una
conciencia moral recta. Esto quiere decir que solamente estarán en condiciones de tomar una
actitud de rechazo frente a la corrupción quienes hayan fortalecido su carácter, su
personalidad.

La adquisición de una conciencia moral recta garantiza el fiel cumplimiento de los


deberes. Esa conciencia se impone al hombre de modo inmediato y constante como
legisladora, prohibitiva, incitadora y juez. No deja duda de que es algo de naturaleza moral,
pues plantea incondicionadas exigencias de conducta sin que haya detrás coacción de ninguna
clase. El hombre la experimenta cuando veta o reprime determinada conducta; la experiencia
como fuerza de freno. Como poder de aviso y freno se pone siempre, sin lugar a dudas, de
parte del mejor yo.

Si la conciencia moral en cuanto saber del bien y del mal no ofrece al hombre una
doctrina desarrollada en todos sus detalles, le da, en cambio, un saber de las verdades más
generales e inmediatamente intuibles. Tales como: hay que evitar el mal y hacer el bien; sé
moderado; no hagas a otro lo que no quisieras que te hiciesen a ti, etc.

La intuición de tales verdades125generales se impone a la conciencia como


un hecho de experiencia interna. Estas verdades éticas no son innatas, sino que el hombre las
aprende a través de la educación que recibe desde el seno de su familia, donde se nos enseña a
hacer lo bueno y a evitar lo malo. El hombre comienza a intuir las verdades básicas al
desarrollarse su razón, es decir, a medida que va madurando.

8.1.1 Formación de la Conciencia Moral

La familia es la primera y natural educadora de sus hijos. El desarrollo moral depende


tanto del desarrollo cognoscitivo y afectivo como del social. Sin embargo, debemos aclarar
que un desarrollo adecuado del nivel intelectual no garantiza el desarrollo moral
correspondiente. La influencia paterna es decisiva en cuento al desarrollo del juicio moral de
la personalidad de los hijos.

El desarrollo de la conciencia moral se entrelaza en una secuencia de etapas que se van


asumiendo sucesivamente y que son parte del proceso por el que se forma la personalidad
adulta.

Siendo el juicio moral un tipo de razonamiento, la capacidad de un individuo para


realizar un juicio moral avanzado está en proporción directa a su capacidad de razonamiento
intelectual avanzado. En la formación de la personalidad, además de las etapas del desarrollo
intelectual y del moral, tenemos el desarrollo de la percepción social. Este último aspecto se
refiere al nivel en que una persona ve a los demás, interpreta sus pensamientos y sentimientos
y a la manera en que vive su rol social u ocupa su puesto en la sociedad.

Las etapas de este proceso de percepción social también están íntimamente


relacionadas al desarrollo moral, pero son más generales ya que no implican juicios estrictos
de justicia o decisiones entre el bien y el mal.

Para actuar de acuerdo a un elevado juicio moral se requiere haber superado una etapa
elevada de razonamiento moral. Un sujeto no puede cumplir principios morales si no los
comprende y cree en ellos. Sin embargo, sí se pueden razonar los términos que componen
estos principios y no vivir de acuerdo a ellos. Una variedad de factores determina si una
persona en particular podrá asumir en la acción lo que su razonamiento moral le indica a pesar
de que se encuentre en un estado avanzado del desarrollo moral.

La familia como sistema, y, en especial, los padres como educadores, deben conocer y
fomentar aquellas conductas que sirvan para desarrollar en sus hijos la capacidad de tomar
decisiones e interactuar con un medio ambiente asumiendo una responsabilidad moral de
acuerdo a los valores cristianos.

De lo dicho anteriormente se deduce que la conciencia moral, tanto privada como


pública, no se forma de pronto. Se va formando poco a poco, a través de un proceso
educativo muy complicado.

Nadie llega de la noche a la mañana a ser una persona digna ni un ciudadano modelo.

Más aún: puede darse el caso de que la conciencia de un individuo, en vez de


desarrollarse, se vaya degenerando por influjo del ambiente corrompido.
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Aunque no suceda eso, puede suceder que la conciencia se embote y no se desarrolle
más.

Por eso hay gente, que tiene cuarenta o cincuenta años de edad; pero tiene conciencia
de niño o de adolescente. Nunca llegará a la madurez. Se suele decir: “No tiene conciencia”.

El hombre niño, la mujer niña, identifica la malicia de una acción con el castigo
recibido. Si nadie castiga su mala acción, piensa que aquello “es normal”.

La gravedad de una mala acción la mide por la magnitud del castigo. Si el castigo fue
muy grande, piensa que la culpa fue muy grande. Si el castigo fue pequeño, cree que la cosa
no tuvo importancia. Si “le ríen la gracia”, se siente animado a repetirla.

El hombre – niño tampoco capta el influjo de los factores de culpabilidad, que pueden
intervenir en la conducta humana. No comprende que la intencionalidad y las circunstancias
condicionan la conducta, ni se explica que varias personas distintas valoren de diversa manera
la moralidad de una misma acción.

Una persona infantil es incapaz de llegar, solamente reflexionado, a caer en la cuenta


de que obró mal. Necesita de alguien que, desde fuera, le haga caer en la cuenta de lo mal
hecho. De ahí la necesidad de educadores verdaderos.

Si le castigan sin darle explicaciones convincentes, pensará que se trata de una


venganza de la persona ofendida. Verá el castigo como un mal en sí, y viceversa, verá el mal
físico (un terremoto, una erupción volcánica o un huracán) como la venganza de un dios
airado.

En consecuencia: la persona inmadura siente complejos de rencor, de miedo, de


frustración o de culpabilidad, que no tienen verdadera relación con la bondad o malicia de su
comportamiento.

Sucede exactamente lo contrario a medida que la conciencia se va desarrollando.

Con la madurez, el ser humano va cayendo en la cuenta de que la malicia de una


acción es mayor, cuando el daño que ocasiona esa acción es mayor, y es menor, cuando el
daño es menor. Haya o no haya castigo.

Cuando la conciencia es madura, valora la malicia de una acción por la intención,


buena o mala, que haya tenido al actuar. No por el castigo que se le impuso.

Va cayendo en la cuenta del influjo: que tiene en cada acción otros factores, distintos
de la acción misma; a saber: la materia de que se trata, la finalidad con que se lleva a cabo, las
circunstancias en que se realiza.

Una persona madura capta la posible sinceridad de diversas valoraciones morales.


Comprende que la intención y las circunstancias, con las que alguien actúa, pueden hacer que
una acción, buena en sí pueda ser mala. O viceversa.

Es la madurez la que da lugar a que un ser humano, sólo por reflexión, llegue a captar
el valor o el antivalor moral, y caiga en la127cuenta por sí mismo de si obra bien u obra
mal.

El hombre y la mujer maduros captan el sentido medicinal y recuperador de la sanción


o del castigo. Ellos se aplican el refrán que dice: “quien bien te quiere te hará llorar”.
Porque saben que todo castigo es consecuencia natural de un mal moral. Porque saben que el
mal físico, en sí, no es castigo de ningún mal moral, sino consecuencia de él (si hay hambre,
inseguridad, opresión, es porque hay pecado).

A medida que una persona madura, va progresando en el concepto de causalidad


(opuesto al de casualidad), de imputabilidad, de responsabilidad, de condicionalidad va siendo
más consecuente y responsable con los principios morales en su conciencia.

8.1.2 Los Estados de la Conciencia Moral

La conciencia moral de una persona o de una sociedad va formándose poco a poco, en


forma gradual, por etapas.

Como decíamos en el tema anterior, hay gente grande, que tiene conciencia de niño.
Porque la conciencia puede embotarse y no desarrollarse más. Más aún: porque puede
degenerarse.

La primera etapa o estado de la conciencia, - dice Jean Piaget -, es premoral.


En esa primera etapa puede darse conducta moral; pero no hay verdadera conciencia
moral. El niño – hombre y el hombre – niño se comportan en forma muy parecida a un
animalito muy domesticado.

Esa conducta moral tiene manifestaciones infantiles, que disminuyen progresivamente


en la edad adulta, si hay verdadera maduración.

En esa etapa premoral los motivos de la conducta, más o menos correcta, pueden ser
varios:

- Uno puede actuar por obediencia infantil, que suple la insuficiencia personal.
- Uno puede actuar por temor a la sanción o al castigo.
- Uno puede actuar por emulación, por rivalidad.
- Uno puede actuar por interés de conseguir algún premio o aluna gratificación.
- Uno puede actuar por obediencia servil, por miedo o por dependencia esclavizante.

En todos esos casos, aunque el comportamiento sea bueno, no se debe al dictamen de la


conciencia. Se debe a la conveniencia personal.

Ese estado de conciencia es pre-moral.

Se da en el niño hasta que tiene siete u128ocho años. Pero se da también en muchas
personas de edad adulta y conciencia infantil.

El Segundo Estado de Conciencia es el Estado Convencional

En ese estado de conciencia la “conducta moral”, si se puede llamar así, se relaciona


con el orden moral; pero sólo indirectamente.

En realidad, los verdaderos motivos de la conducta, sea buena o sea mala, no obedecen
en ese caso al dictamen de la conciencia.

Uno busca tener buenas relaciones sociales. Busca quedar bien con los demás. Busca
ser aceptado en la sociedad.

En algunas ocasiones busca seguir el dictamen de alguna “autoridad”, reconocida al


menos en forma vivencial: el líder del grupo, el cantante de moda, la estrella del momento.

Ese estado de conciencia va desarrollándose desde los nueve hasta los trece años. Y
muchas personas llegan a viejas sin salir de ahí. Jamás obedecen de verdad a la voz de su
propia conciencia.

Su norma de conducta es siempre la conducta o el parecer de otras personas. La moda.


El “qué dirán”.

El Tercer Estado de Conciencia es el Personal

En este estado de conciencia la conducta se relaciona ya directa e inmediatamente con


el orden moral personal.

En este tercer estado de conciencia hay varios tipos de motivaciones posibles. Pero
todos ellos tienen algo en común: la persona actúa porque así se lo dicta su conciencia.

Puede tener conciencia de una obligación, surgida de principios morales. Y actuar


conforme a esos principios morales.

Puede tener conciencia de una obligación, nacida de una decisión mayoritaria dentro
de la sociedad. Aunque el sujeto no comparta el parecer del grupo, lo acepta; porque respeta
la decisión de la mayoría.

Puede tener conciencia de una obligación, por la decisión de la autoridad competente


en el campo de su jurisdicción. Lo mismo si esa autoridad es el Papa, que si es el maestro o el
padre de familia. Es autoridad legítima, y basta para acatarla.

En todos estos casos hay una moral personal; hay una madurez de conciencia.
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Pero… reconozcámoslo Esos casos son muy raros. Los obispos de la República
Dominicana han dado la consigna para lograr este estado: “Despertar y formar la conciencia
moral para la vida privada y pública.

No podemos seguir, como niños, procediendo según la conveniencia de cada uno.

No podemos seguir actuando por puros convencionalismos sociales o de grupo.

Por ese camino nos corrompemos y despedazamos a la Patria. Es preciso educar las
libertades y formar las responsabilidades, para que todos seamos capaces de cumplir nuestras
obligaciones de conciencia.

8.1.3 Ley de la Conciencia Moral

Lo característico de la conciencia moral es la autoridad incondicionada que se presenta


como legisladora y juez. Como legisladora ordena sin tener en cuenta el acuerdo o la repulsa
del individuo. Como juez pronuncia su sentencia al margen de los esfuerzos de
autojustificación y autoimposición del hombre. Esto quiere decir que la conciencia evalúa
independientemente de nuestras opiniones. Si la acción que realiza una persona es
incompatible con los principios éticos fundamentales, entonces la conciencia la desaprueba,
sin tener en cuenta los motivos que la provocaron. El hombre debe estar consciente de que la
ley de su conciencia es la ley de su propia conducta y que su conducta recibe de ella, sin
excepción, su regla. Es imposible desobedecer a los dictámenes de la conciencia sin que esto
implique degeneración. La obediencia a sus mandatos es un imperioso deber moral.

La ley de la conciencia moral se manifiesta al ser humano como imposición de su


naturaleza racional. El hombre sabe que no puede desobedecer a las exigencias de su
conciencia sin renunciar a su verdadera esencia humana, es decir, sin sacrificar su dignidad.

8.1.4 La Conciencia Moral según la Psicología Analítica

El hecho de que la conciencia moral se presente como una autoridad no se puede


poner en duda. En la actualidad ha encontrado una insospecha confirmación. Esa autoridad
con que se presenta la conciencia moral es, desde el punto de vista de la Psicología Analítica,
un reflejo de la autoridad paterna. Según Freud, máximo representante de este movimiento, la
exigencia autoritaria de la conciencia moral no es otra cosa que la supervivencia inconsciente
de la autoridad paterna. Su “introyección” tiene lugar en los primeros meses de la vida del
niño; especialmente cuando los padres comienzan a prohibir ciertas acciones:

“En el inconsciente se desarrolla el miedo a su autoridad. A la vez se forma en el


aparato psíquico del niño un automatismo de represión mediante el cual las
exteriorizaciones de los impulsos son controladas en consonancia con los modos de
conducta socialmente aprobados, que la autoridad paterna impone al niño”
(Freud)
¿Qué dicen la realidad y la experiencia130sobre la teoría freudiana de la conciencia?
Lejos de confirmar su tesis, la contradicen palpablemente. Una prueba inequívoca en contra
de la teoría freudiana sobre el carácter autoritario de la conciencia lo constituye el hecho de
que el hombre descubra progresivamente, según madura su razón, el valor absoluto de las
verdades éticas fundamentales. Ya Platón expuso a este respecto el decisivo argumento contra
la teoría freudiana de la conciencia.

“En el joven actúa la razón del educador mediante la formación de hábitos de


buena conducta; pero en cuanto al hombre alcanza pleno uso de razón, entra ésta a
sustituir a la de aquél. Es incuestionable la influencia que el educador ejerce en la
formación del niño en las primeras etapas de su vida. Pero inmediatamente el niño
alcanza el poder de razonar, puede, sin lugar a la duda, sustituir todos los valores que le
hayan inculcado por otros que él considere mejores. Su capacidad de razonar le puede
permitir descubrir los errores que, con frecuencia, se cometen en el proceso educativo e
intuir las verdades éticas fundamentales”.

8.1.5 La Conciencia Moral según el Materialismo Dialéctico

También el materialismo dialéctico atribuye a la conciencia un carácter social. Según


los marxistas, la materia, el universo experimentable, al cual nosotros mismos pertenecemos,
es la única realidad; fuera del mundo físico exterior no hay nada. La materia es lo primario, y
el espíritu, la conciencia, son resultado de una larga evolución.

El materialismo dialéctico sostiene que “no es la conciencia del hombre lo que


determina su ser, sino, al revés, su ser social es lo que determina su conciencia”, y que su ser
social viene determinado, a fin de cuenta, por las formas de producción de la vida material.

Pues bien, frente a tales teorías, el hombre está seguro de ser más que mera parte de
esa sociedad que se supone totalmente determinada por el proceso técnico de producción y su
desarrollo; con la misma certeza sabe que no es en las leyes técnico-económica donde hay que
buscar el orden básico de la sociedad, sino en las leyes de la justicia que haya en su originaria
conciencia moral.

8.1.6 El Juicio de Conciencia

La conciencia moral se apoya en la intuición racional, pero se manifiesta como juicio.


El hombre la experimenta de modo inmediato en el juicio de aprobación o censura de sus
propias acciones, sobre cuya bondad o maldad, justicia o injusticia le informa.

La experiencia atestigua que la conciencia formula su dictamen lo mismo antes que


después de la ejecución de un hecho: antes de la decisión o ejecución avisa, aprueba, permite;
después, acusa, juzga, etc. Ahora bien, se puede dar el caso de que el individuo,
temporalmente incluso con éxito, imponga silencio a la voz de la conciencia, pero a la larga
tendrá siempre que escuchar su juicio de aprobación o censura. Esto quiere decir que nadie
puede silenciar a la voz de la conciencia permanentemente, su dictamen llega tarde o
temprano.

El juicio de conciencia es un modo de conocimiento humano del bien y del mal con
respecto a determinada forma de conducta. Realmente, en la mayoría de los casos de la vida
cotidiana ya sabe el hombre instantáneamente131si determinada acción es buena o mala,
justa o injusta; cuando no, ha de reflexionar sobre ello.

La conciencia está siempre funcionando como aparato de control tanto de la acción


ejecutada como de la meramente pretendida. Avisa, aprueba y reprocha. En este sentido
puede decirse que no constituye la última y definitiva norma, sino que juzga sobre ella.

La conciencia emite un juicio valorativo que condenará en el caso de una acción mala
y aprobará cuando es una acción buena.

Podemos designar, por consiguiente, a la conciencia como la reacción espontánea de


nuestra razón práctica a un objeto moral elegido o por elegir; una reacción que adopta la
forma de una sentencia judicial y que, en tal sentido, es un juicio.

8.1.7 El Juicio de Conciencia no es Infalible

Si el juicio de conciencia fuera infalible, no habría problema. Pero, desgraciadamente,


es un hecho que la conciencia, a diferencia de la sindéresis, hábito de los primeros principios,
puede equivocarse. La observación es trivial, la realidad es, a veces, trágica.

El error puede provenir, como hemos indicado ya, de un vicio de forma en el


razonamiento o de la falsedad del punto de partida. Es un caso parecido al del conocimiento
especulativo, con la diferencia, no obstante, de que la complejidad de la situación, la
contingencia de la acción, el carácter inédito de cada caso particular, hacen más difícil la
apreciación y aumentan los riesgos de error.

Hay que señalar, además, que, más que en otros terrenos, la conciencia moral recibe su
bien (o su mal) de todas partes y en particular del ambiente familiar, escolar, de los grupos
sociales en que el individuo se encuentra encuadrado, de las tradiciones que comprenden estos
diferentes medios, del pasado personal y de los hábitos fuertemente enraizados; es el lugar
donde se encuentran estas múltiples influencias. La sociología ha estudiado con frecuencia
este hecho, a veces para hallar argumentos contra la idea de una moral natural.

La conciencia, por tanto, puede ser falsa, aun creyéndose en la verdad, ya sea en el
acto mismo del juicio en que consiste, ya sea en su orientación habitual. Puede serlo por las
razones que acabamos de decir y sin culpa alguna por su parte. Puede serlo, también, por su
propia culpa, por haberse dejado arrastrar o haberse habituado al mal moral, por ceguera
personal y por ignorancia consentida, prevista o querida expresamente, alimentada por una
libertad de connivencia con la culpa. Uno se da cuenta, hasta cierto punto, de su pecado, y se
acaba admitiendo como moralmente bueno lo que primeramente se juzgaba como moralmente
malo. En el interior del agente moral se instala una especie de duplicidad. En la zona clara de
las motivaciones superficiales e inmediatas, la conciencia se manifiesta como conforme a la
regla moral; en la zona velada de las intenciones fundamentales, la complicidad con el pecado
sigue ejerciendo su virulencia, como un cáncer cuyo nombre se ignora pero cuyos ataques se
perciben.

La mentira está tan íntimamente vinculada con nosotros mismos que acaba, teniendo
un aire de sinceridad. Para ver claro y detectar la falta, que en este caso consiste en una
perversión duradera de la voluntad, sería132necesaria la luz de una conciencia recta,
pero el drama se sitúa, precisamente, aquí: la misma luz de la mirada está pervertida; la
libertad se adhiere al mal, precipitando a la conciencia en su ciclo de perversión. “La lámpara
del cuerpo es el ojo: si tu ojo está sano, todo tu cuerpo tendrá luz; si tu ojo está enfermo, tu
cuerpo entero estará en tinieblas. Si, pues, la luz que está en ti es tinieblas, ¿qué sucederá con
las tinieblas? (Mt. 6, 22-23).

Indudablemente, la perversión de la voluntad no implica siempre la del juicio de


conciencia. La experiencia puede decirnos que la “voz” de la conciencia no queda siempre
cubierta por el rugir de las pasiones o el peso de las faltas pasadas. Pero la perversión sigue
posible y demasiado real.

Por lo tanto, se plantea un problema: no hay duda de que la conciencia recta es la regla
de la moralidad y de que obliga. Pero ¿qué sucede con la conciencia errónea? Recogiendo
las preguntas que se plantea Santo Tomás, ¿la conciencia errónea obliga? Y suponiendo que
obligue, ¿excusa? Consideremos sucesivamente las dos preguntas.

a) La conciencia moral, incluso errónea, obliga. Esta será la respuesta a la primera


pregunta. Puede hacerse la pregunta en una forma distinta y preguntar si la voluntad en
desacuerdo con una razón que se equivoca es mala. Santo Tomás responde a este
cuestionamiento de la siguiente manera: una voluntad en desacuerdo con la conciencia
es, pues, moralmente mala.

Puede hallarse la prueba en las consideraciones que siguen. Algunos distinguen entre
los actos intrínsecamente buenos o malos y los actos indiferentes (como sabemos, es una
distinción admitida por Santo Tomás). Tanto si la razón ordena hacer lo que es
intrínsecamente bueno o prohíbe realizar lo que es intrínsecamente malo, está en la verdad.
Por el contrario, cuando ordena hacer lo que es intrínsecamente bueno, está en el error. Lo
mismo sucede si la razón (o la conciencia) manda o prohíbe lo que es de suyo indiferente (ni
bueno ni malo).

A esto responde Santo Tomás que, si la conciencia errónea obliga en un caso, obliga
también en el otro y por la misma razón. En efecto, lo que obliga en el caso de la conciencia
que se equivoca en materia indiferente, no es el objeto considerado en sí mismo, que no es ni
bueno ni malo, sino el objeto tal como es presentado por la conciencia, porque el objeto de la
voluntad es el objeto aprehendido y presentado por la razón. Así, pues, lo que hace pasar de
la indiferencia moral a la calificación moral, es la aprehensión de la razón o, si se quiere, el
juicio de valor de la conciencia. Una voluntad en desacuerdo con la conciencia es, pues,
moralmente mala. Y lo que hace la malicia de la voluntad en el caso de los actos indiferentes,
la hace también en el caso de los actos buenos o malos en sí.

Si esto es así, hay que afirmar, siguiendo al padre Deman, que “la conciencia falsa, sea
de la especie que sea su falsedad, continúa obligando: no está permitido obrar en contra de la
conciencia, aunque ésta fuera en sí misma falsa y digna de reprensión”. Añadiremos, no
obstante, que la conciencia recta y la conciencia errónea no obligan de la misma manera: la
primera obliga absoluta y esencialmente, la segunda, condicional y accidentalmente. En
efecto, aquello que la conciencia recta manda o prohíbe es bueno o malo siempre y en todas
partes. Por el contrario, la conciencia errónea no puede obligar más que condicionalmente y
per accidens: obliga mientras dura, pero es un deber rectificar la conciencia errónea, siempre
que sea posible hacerlo; por otra parte, la133fuerza obligatoria de esta conciencia es
accidental a la misma, puesto que, si obliga, no es porque sea falsa, ni porque sea verdadera
(puesto que es falsa), sino porque se cree verdadera y se da como verdadera; es, pues, también,
en virtud de una rectitud prestada por lo que manda o prohíbe y por esto hay obligación de
seguirla.

b) La conciencia errónea no excusa siempre. Que sea una falta no seguir la conciencia, no
significa que siguiéndola se obre bien. La conciencia obliga siempre, pero no excusa
necesariamente. En otros términos podríamos decir con Santo Tomás que “si la
voluntad que se aparta de la razón recta o errónea es siempre mala”, la voluntad que
concuerda con la razón que yerra puede ser mala”.

En efecto, hay que distinguir entre el error vencible y el error invencible, el error
voluntario y el error involuntario (esta división coincide prácticamente con la primera), como
hemos hecho anteriormente al referirnos a la ignorancia, puesto que todo error envuelve
ignorancia. Ahora bien, la moralidad de un acto se mide por el grado de voluntariedad que
entra en él. Sabemos, además, que la ignorancia (antecedente) produce lo involuntario; que la
ignorancia voluntaria (consiguiente) no causa lo involuntario. Más sencillamente, la
ignorancia invencible destruye a la voluntariedad; la ignorancia vencible no la suprime. En el
primer caso desaparece la calificación moral del acto; en el segundo permanece, más o menos
atenuada, según la clase de ignorancia.

Por esto, la ignorancia voluntaria de la conciencia (error de hecho o de derecho, según


se refiera la hecho o a la ley) no excusa, puesto que es querida; la voluntad que se conforma
con esta conciencia es culpable, puesto que es culpable del error. Por el contrario, si el error
es involuntario e invencible, si no hay negligencia de parte del agente moral, esta conciencia
excusa la falta, y la voluntad que concuerda con ella no es mala.

Dando un paso más, diremos que en el último caso considerado, la voluntad es


“formalmente buena, aunque sólo sea accidentalmente”. Pues la bondad moral de un acto
deriva, como hemos dicho, del objeto tal como es aprehendido por la razón. Esto no significa,
sin embargo, que tal estado de cosas no carezca de inconveniente. Un error, incluso invencible,
puede tener consecuencias nefastas, instaurar una orientación falsa, apartar del esfuerzo, crear
hábitos que se oponen al crecimiento de las virtudes.

Sabemos ahora que hay que seguir siempre la conciencia actual, incluso cuando es
falsa; pero sabemos también que siguiendo una conciencia venciblemente errónea no
evitamos la culpa. Si se sigue también se es culpable, puesto que debe seguirse siempre la
conciencia actual. En cualquier caso, según parece, se obra mal. ¿No estaremos entonces
ante un caso de conciencia perpleja? No, dice Santo Tomás; más bien la perplejidad es
relativa, suprimir ésta, “deponer la conciencia errónea”, para salir de la alternativa. El caso es
semejante al de un hombre que obra por vanagloria. Supongamos que se vea obligado a dar
limosna. Tanto si la da como si no la da, no evitará la falta: si la da, porque obra por
vanagloria, si no lo hace, porque omite lo que debería hacer. Sólo le queda rechazar su
intención de vanagloria. Así también, cuando el error es venciblemente voluntario sólo hay
que desprenderse de él. Evidentemente, hay que reconocer que la cosa no siempre es fácil.
Por lo menos, queda siempre un recurso: suprimir la mala voluntad. “convertir el corazón –
dice – el padre Sertillanges -. Entonces el134error, sin dejar de persistir, de reprobable
(en su principio) se convertirá en inocente).

En cuanto a la posibilidad de esta perplejidad relativa, proviene esencialmente de la


complejidad del ser humano; antes hemos hablado de ello. Cierto que ahí existe una paradoja:
es la misma paradoja de la vida. Podríamos expresarla diciendo que el hombre se miente a sí
mismo. Para mentir hay que ser dos. Es preciso, por tanto, que la unidad se desdoble en un
mixto de “buena y mala fe”. En esto radica uno de los aspectos que la falta introduce en la
existencia y a la que colaboran inseparablemente inteligencia y voluntad, afectividad
espiritual y afectividad sensible.

8.1.8 Conciencia Profesional

No se trata, en rigor, de una especie nueva de conciencia moral, sino de un aspecto de


ella, en cuanto aplicada a un objeto determinado, o sea, a la actividad profesional, en la cual
se da, como en toda actividad humana, la subordinación al orden moral.

La conciencia profesional es el cumplimiento de cualquier cargo público o privado o


la realización de cualquier misión que transcienda al exterior. Tener conciencia profesional
es equivalente a cumplir con los deberes. Esta conciencia se encarga de medir, valorar, etc.,
el grado de compatibilidad existente entre la actividad profesional y los principios generales
de la ética, es decir, trata de determinar si x persona está o no cumpliendo con sus
obligaciones.

En capítulos anteriores advertimos una verdadera disociación o divorcio entre la


actividad profesional y las normas morales. Es sorprendente la cantidad de profesionales que,
aun teniendo conciencia de lo que se debe hacer y de lo que no se debe hacer, comenten
inmoralidades. Muchos han preferido desoir la voz de su conciencia para poder tener mayor
libertad y así poder materializar actividades dolosas.

Tanto los profesionales como el sistema socio-político imperante somos culpables de


este terrible mal. Nuestro sistema ha llegado a un grado tal de degeneración que se ha
convertido en un peligro para el sano ejercicio de la profesión. Las leyes son inoperantes.

No se aplican los mecanismos que ayuden al profesional a cumplir con sus deberes; ni
siquiera se aplican para castigar a los que realizan actividades dolosas en el desempeño de sus
funciones. Son muchos los funcionarios públicos que han cometido irregularidades y todavía
están impunes. Hace falta la presencia de alguien que comience a hacer justicia.

8.1.9 El Remordimiento de Conciencia

El remordimiento de conciencia es la exteriorización de la conciencia que condena. La


conciencia se manifiesta aprobando o135censurando la acción consumada. Condena
cuando la acción es materializada en desacuerdo con la dignidad humana. Con esto no
queremos decir que el delincuente sea un atormentado por la conciencia y perseguido por la
angustia como por furias. El hombre puede, sin lugar a duda, acallar y enmudecer a su
conciencia.

Aunque solamente podrá acallarla por completo por un repetido esfuerzo.

El remordimiento es la manifestación de la conciencia que más espontáneamente


experimenta el individuo. J. H. Newman ha escrito, respecto a la experiencia individual de la
conciencia, lo siguiente: “la mayoría de los hombres se encontrarán apurados si se le
preguntase qué entiende por conciencia moral, y, sin embargo, todos saben lo que es buena y
mala conciencia”.

El remordimiento es, ciertamente, un sentimiento, pero un sentimiento que se apoya en


un acto cognoscitivo, en el cual se juzga una acción consumada desde el punto de vista de su
verdad ética. En este juicio se involucra la cuestión del “por qué”. El hombre, como dijimos
antes, puede pasar por encima de la conciencia bajo el influjo de pasiones antecedentes o
concomitantes de la acción, pero, una vez consumada ésta, cuando la pasión cese y haya lugar
para la reflexión, comenzará por influjo de la intranquilidad a meditar y a justificarse,
perdonar o reconocer su mala acción ante la conciencia acusadora.

8.1.10 Dichos sobre la Conciencia

Hay infinidades de dichos, en el refranero y en la literatura de los pueblos sobre la


conciencia. Algunos a modo de ejemplo:

“Mientras la conciencia no te reproche nada malo, que el comentario del otro te tenga sin
cuidado”.

“La conciencia es un destello de la pureza del estado primitivo del hombre”.

“Mi conciencia tiene para mi más peso que la opinión de todo el mundo”.

“De gran peso es el testimonio que la conciencia forma acerca del vicio y de la virtud; si
lo suprimís, nada permanece”.

“Oh conciencia digna y pura, cuán amargo tormento te produce una pequeña falta”.

“Las manchas de la conciencia empalidecen la tez”.

“Quien quiera escuchar la voz sincera de la conciencia, debe saber poner silencio
alrededor suyo y dentro de sí mismo”.

“Si realizas una acción vergonzosa, no esperes poderla tener escondida. Aún cuando
consiguieras esconderla a los demás, tu conciencia lo sabría”.

“Fácilmente estará contento y sosegado el136 que tiene la conciencia limpia”.


“La buena conciencia es tan alegre, que hace alegres todas las molestias de la vida”.

“Muchos son los buenos, si se da crédito a los testigos; pocos, si se toma declaración a sus
conciencias”.

“La buena conciencia sirve de almohada”.

De todos estos dichos se deduce que la conciencia moral es la responsabilidad que


tiene el hombre frente al bien y el mal. Lo que sanciona la acción como juez. Es un abogado
interno que todos tenemos. Su misión principal consiste en medir o valorar el grado de
compatibilidad existente entre nuestras acciones y los valores morales.

Por eso, aun en el plano meramente natural, todo hombre tiene conciencia de que está
obligado “a evitar el mal, y a hacer el bien”, y de que “no se puede hacer a otro, lo que uno no
quiere para sí”.

137
RESUMEN

Hay hechos de experiencia externa y hechos de experiencia interna. Los primeros son
hechos sensoriales y los segundos, hechos de conciencia. Los hechos de conciencia son
intuiciones que se imponen a la razón humana.

La conciencia moral se impone como un hecho que se experimenta en el remordimiento,


el arrepentimiento o, por el contrario, en la alegría moral; en los titubeos ante una
situación compleja, o simplemente en la vacilaciones de una libertad poco segura del
bien, como también en la facilidad de la respuesta a la llamada de los valores y del deber.

La conciencia es la norma de la moralidad subjetiva y de la obligación. Sin ella, la


norma objetiva, que es la ley divina y humana, resulta prácticamente inoperante.

La ciencia moral puede ser definida como un conocimiento interior del bien que se debe
hacer y el mal que se debe evitar.

La mejor garantía para que un profesional desempeñe sus funciones con honestidad lo
constituye la adquisición de una conciencia moral recta.

La conciencia moral se impone al ser humano de modo inmediato y constante como


legisladora, prohibitiva, incitadora y juez.

La conciencia moral plantea incondicionadas exigencias de conducta sin que haya


detrás coacción de ninguna clase.

La intuición de las verdades éticas generales se impone a la conciencia como un hecho


de experiencia interna. Estas verdades éticas no son innatas, sino que la persona las
aprende a través de la educación que recibe desde el seno de su familia.

La familia es la primera y natural educadora de sus hijos. El desarrollo moral depende


tanto del desarrollo cognoscitivo y afectivo como del social.

La conciencia moral atraviesa por tres grandes estados: el premoral, donde la persona
actúa como un animalito bien domesticado; el convencional, donde el individuo actúa
por el dictamen de otra persona, y el personal, donde el ser humano actúa por convicción
personal.

La conciencia moral juzga nuestras acciones independientemente de nuestras opiniones.


138
La autoridad con que se presenta la conciencia moral es, desde el punto de vista de la
psicología analítica, un reflejo de la autoridad paterna. Su introyección tiene lugar en los
primeros meses de la vida del niño, especialmente cuando los padres comienzan a
prohibir ciertas acciones.

La realidad y la experiencia contradicen la teoría freudiana de la conciencia. Lejos de


confirmar su tesis, la contradicen palpablemente. Una prueba inequívoca en contra de la
teoría freudiana sobre el carácter autoritario de la conciencia lo constituye el hecho de
que el ser humano descubra progresivamente, según madura su razón, el valor absoluto
de las verdades éticas fundamentales.

El materialismo dialéctico también atribuye a la conciencia un carácter social. Sostiene


que “no es la conciencia del hombre lo que determina su ser, sino, al revés, su ser social
es lo determina su conciencia”.

La conciencia moral se apoya en la intuición racional, pero se manifiesta como juicio.


El ser humano la experimenta de modo inmediato en el juicio de aprobación o censura
de sus propias acciones, sobre cuya bondad o maldad, justicia o injusticia le informa.

Se puede dar el caso de que el individuo, temporalmente e incluso con éxito, imponga
silencio a la voz de la conciencia, pero a la larga tendrá siempre que escuchar su juicio
de aprobación o censura. Esto quiere decir que nadie puede silenciar a la voz de la
conciencia para siempre.

La conciencia está siempre funcionando como aparato de control tanto de la acción


ejecutada como de la meramente pretendida.

El juicio de conciencia es infalible, puede equivocarse. Esto puede ocurrir cuando se


habitúa al mal moral, por ceguera personal y por ignorancia consentida.

Tener conciencia profesional es equivalente a cumplir con los deberes.

El remordimiento de conciencia es la exteriorización de la conciencia que condena.

139
ACTIVIDADES SUGERIDAS

a) Escribe a continuación una definición de conciencia.

b) Elabora un resumen sobre la formación de la conciencia moral. Coméntalo con tus


compañeros de clase.

c) Explica las posiciones de la psicología analítica y del materialismo dialéctico respecto a la


conciencia moral.

d) Caracteriza los estados de la conciencia moral.

140
PREGUNTAS DE REPASO

1. ¿Qué es la conciencia moral?

2. ¿En cuáles momentos el ser humano experimenta con más fuerza la conciencia moral?

3. ¿Cuál es la mayor garantía para que un profesional desempeñe sus funciones con
honestidad?

4. ¿De qué depende el desarrollo moral de los seres humanos?

5. ¿Puede una persona cumplir principios morales sin comprenderlos y sin creer en ellos?
Explique.

6. ¿Es cierto que la conciencia moral se forma de pronto? Explique.

7. ¿Cuáles son los principales estados por los que atraviesa la conciencia moral?

8. ¿Es el juicio de conciencia infalible? ¿Por qué?

9. ¿Puede una persona imponer silencio a la voz de su conciencia para siempre?


Explique.

10. ¿Qué es el remordimiento de conciencia?

141
EJERCICIO DE AUTOEVALUACIÓN

a) Escriba verdadero o falso.

1. La conciencia es la norma de la moralidad subjetiva y de la obligación.______

2. La adquisición de una conciencia moral recta garantiza el cumplimiento de los


deberes.______

3. La intuición de las verdades éticas se impone al ser humano como un hecho de


experiencia externa.______

4. Las verdades éticas son innatas, nacemos con ellas.

5. La familia es la primera y natural educadora de sus hijos.______

6. El desarrollo adecuado del nivel intelectual garantiza el desarrollo moral


correspondiente.______

7. Una persona puede cumplir principios morales sin comprenderlos y sin creer en
ellos.______

8. Una persona puede razonar los términos que corresponden a los principios morales y
no vivir de acuerdo a ellos.

9. En la primera etapa o estado de conciencia, la premoral, el ser humano actúa por


convicción personal._____

10. Nadie puede silenciar la voz de la conciencia de por vida._____

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BIBLIOGRAFÍA

1. Antonio Peinados Navarro. Moral Profesional. Madrid, 1962.

2. Aquiles Menéndez. Ética Profesional. Ed. Herrero Hermanos, México, 1967.

3. José Luis Aranguren. Ética. Alianza Editorial, S.A., Madrid, 1979.

4. R. Simon. Moral. ED. Herder, Barcelona, 1972.

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