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En esta unidad hallarás las herramientas necesarias para comprender y analizar los
problemas de conciencia moral. Comprenderás, por ejemplo, el por qué la conciencia juzga
nuestros actos tanto antes como después de ejecutarlos. Te sugiero profundizar en esta unidad,
ya que constituye, tal vez, la parte más importante de este libro. Sácale provecho.
Objetivos de la Unidad
Conocerá los distintos estados de conciencia por los que atraviesa el ser humano.
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8.1 ¿Qué es la Conciencia Moral?
Desde este punto de vista y con los matices que veremos, podemos decir que la
conciencia es la norma de la moralidad subjetiva y de la obligación. Sin ella, la norma
objetiva, que es la ley divina y humana, resulta prácticamente inoperante. De ahí que los
moralistas la hayan definido como un conocimiento interior del bien que se debe hacer y del
mal que se debe evitar. Por eso se ha dicho, con razón, que la mejor garantía para que un
profesional desempeñe sus funciones con honestidad lo constituye la adquisición de una
conciencia moral recta. Esto quiere decir que solamente estarán en condiciones de tomar una
actitud de rechazo frente a la corrupción quienes hayan fortalecido su carácter, su
personalidad.
Si la conciencia moral en cuanto saber del bien y del mal no ofrece al hombre una
doctrina desarrollada en todos sus detalles, le da, en cambio, un saber de las verdades más
generales e inmediatamente intuibles. Tales como: hay que evitar el mal y hacer el bien; sé
moderado; no hagas a otro lo que no quisieras que te hiciesen a ti, etc.
Para actuar de acuerdo a un elevado juicio moral se requiere haber superado una etapa
elevada de razonamiento moral. Un sujeto no puede cumplir principios morales si no los
comprende y cree en ellos. Sin embargo, sí se pueden razonar los términos que componen
estos principios y no vivir de acuerdo a ellos. Una variedad de factores determina si una
persona en particular podrá asumir en la acción lo que su razonamiento moral le indica a pesar
de que se encuentre en un estado avanzado del desarrollo moral.
La familia como sistema, y, en especial, los padres como educadores, deben conocer y
fomentar aquellas conductas que sirvan para desarrollar en sus hijos la capacidad de tomar
decisiones e interactuar con un medio ambiente asumiendo una responsabilidad moral de
acuerdo a los valores cristianos.
Nadie llega de la noche a la mañana a ser una persona digna ni un ciudadano modelo.
Por eso hay gente, que tiene cuarenta o cincuenta años de edad; pero tiene conciencia
de niño o de adolescente. Nunca llegará a la madurez. Se suele decir: “No tiene conciencia”.
El hombre niño, la mujer niña, identifica la malicia de una acción con el castigo
recibido. Si nadie castiga su mala acción, piensa que aquello “es normal”.
La gravedad de una mala acción la mide por la magnitud del castigo. Si el castigo fue
muy grande, piensa que la culpa fue muy grande. Si el castigo fue pequeño, cree que la cosa
no tuvo importancia. Si “le ríen la gracia”, se siente animado a repetirla.
El hombre – niño tampoco capta el influjo de los factores de culpabilidad, que pueden
intervenir en la conducta humana. No comprende que la intencionalidad y las circunstancias
condicionan la conducta, ni se explica que varias personas distintas valoren de diversa manera
la moralidad de una misma acción.
Va cayendo en la cuenta del influjo: que tiene en cada acción otros factores, distintos
de la acción misma; a saber: la materia de que se trata, la finalidad con que se lleva a cabo, las
circunstancias en que se realiza.
Es la madurez la que da lugar a que un ser humano, sólo por reflexión, llegue a captar
el valor o el antivalor moral, y caiga en la127cuenta por sí mismo de si obra bien u obra
mal.
Como decíamos en el tema anterior, hay gente grande, que tiene conciencia de niño.
Porque la conciencia puede embotarse y no desarrollarse más. Más aún: porque puede
degenerarse.
En esa etapa premoral los motivos de la conducta, más o menos correcta, pueden ser
varios:
- Uno puede actuar por obediencia infantil, que suple la insuficiencia personal.
- Uno puede actuar por temor a la sanción o al castigo.
- Uno puede actuar por emulación, por rivalidad.
- Uno puede actuar por interés de conseguir algún premio o aluna gratificación.
- Uno puede actuar por obediencia servil, por miedo o por dependencia esclavizante.
Se da en el niño hasta que tiene siete u128ocho años. Pero se da también en muchas
personas de edad adulta y conciencia infantil.
En realidad, los verdaderos motivos de la conducta, sea buena o sea mala, no obedecen
en ese caso al dictamen de la conciencia.
Uno busca tener buenas relaciones sociales. Busca quedar bien con los demás. Busca
ser aceptado en la sociedad.
Ese estado de conciencia va desarrollándose desde los nueve hasta los trece años. Y
muchas personas llegan a viejas sin salir de ahí. Jamás obedecen de verdad a la voz de su
propia conciencia.
En este tercer estado de conciencia hay varios tipos de motivaciones posibles. Pero
todos ellos tienen algo en común: la persona actúa porque así se lo dicta su conciencia.
Puede tener conciencia de una obligación, nacida de una decisión mayoritaria dentro
de la sociedad. Aunque el sujeto no comparta el parecer del grupo, lo acepta; porque respeta
la decisión de la mayoría.
En todos estos casos hay una moral personal; hay una madurez de conciencia.
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Pero… reconozcámoslo Esos casos son muy raros. Los obispos de la República
Dominicana han dado la consigna para lograr este estado: “Despertar y formar la conciencia
moral para la vida privada y pública.
Por ese camino nos corrompemos y despedazamos a la Patria. Es preciso educar las
libertades y formar las responsabilidades, para que todos seamos capaces de cumplir nuestras
obligaciones de conciencia.
Pues bien, frente a tales teorías, el hombre está seguro de ser más que mera parte de
esa sociedad que se supone totalmente determinada por el proceso técnico de producción y su
desarrollo; con la misma certeza sabe que no es en las leyes técnico-económica donde hay que
buscar el orden básico de la sociedad, sino en las leyes de la justicia que haya en su originaria
conciencia moral.
El juicio de conciencia es un modo de conocimiento humano del bien y del mal con
respecto a determinada forma de conducta. Realmente, en la mayoría de los casos de la vida
cotidiana ya sabe el hombre instantáneamente131si determinada acción es buena o mala,
justa o injusta; cuando no, ha de reflexionar sobre ello.
La conciencia emite un juicio valorativo que condenará en el caso de una acción mala
y aprobará cuando es una acción buena.
Hay que señalar, además, que, más que en otros terrenos, la conciencia moral recibe su
bien (o su mal) de todas partes y en particular del ambiente familiar, escolar, de los grupos
sociales en que el individuo se encuentra encuadrado, de las tradiciones que comprenden estos
diferentes medios, del pasado personal y de los hábitos fuertemente enraizados; es el lugar
donde se encuentran estas múltiples influencias. La sociología ha estudiado con frecuencia
este hecho, a veces para hallar argumentos contra la idea de una moral natural.
La conciencia, por tanto, puede ser falsa, aun creyéndose en la verdad, ya sea en el
acto mismo del juicio en que consiste, ya sea en su orientación habitual. Puede serlo por las
razones que acabamos de decir y sin culpa alguna por su parte. Puede serlo, también, por su
propia culpa, por haberse dejado arrastrar o haberse habituado al mal moral, por ceguera
personal y por ignorancia consentida, prevista o querida expresamente, alimentada por una
libertad de connivencia con la culpa. Uno se da cuenta, hasta cierto punto, de su pecado, y se
acaba admitiendo como moralmente bueno lo que primeramente se juzgaba como moralmente
malo. En el interior del agente moral se instala una especie de duplicidad. En la zona clara de
las motivaciones superficiales e inmediatas, la conciencia se manifiesta como conforme a la
regla moral; en la zona velada de las intenciones fundamentales, la complicidad con el pecado
sigue ejerciendo su virulencia, como un cáncer cuyo nombre se ignora pero cuyos ataques se
perciben.
La mentira está tan íntimamente vinculada con nosotros mismos que acaba, teniendo
un aire de sinceridad. Para ver claro y detectar la falta, que en este caso consiste en una
perversión duradera de la voluntad, sería132necesaria la luz de una conciencia recta,
pero el drama se sitúa, precisamente, aquí: la misma luz de la mirada está pervertida; la
libertad se adhiere al mal, precipitando a la conciencia en su ciclo de perversión. “La lámpara
del cuerpo es el ojo: si tu ojo está sano, todo tu cuerpo tendrá luz; si tu ojo está enfermo, tu
cuerpo entero estará en tinieblas. Si, pues, la luz que está en ti es tinieblas, ¿qué sucederá con
las tinieblas? (Mt. 6, 22-23).
Por lo tanto, se plantea un problema: no hay duda de que la conciencia recta es la regla
de la moralidad y de que obliga. Pero ¿qué sucede con la conciencia errónea? Recogiendo
las preguntas que se plantea Santo Tomás, ¿la conciencia errónea obliga? Y suponiendo que
obligue, ¿excusa? Consideremos sucesivamente las dos preguntas.
Puede hallarse la prueba en las consideraciones que siguen. Algunos distinguen entre
los actos intrínsecamente buenos o malos y los actos indiferentes (como sabemos, es una
distinción admitida por Santo Tomás). Tanto si la razón ordena hacer lo que es
intrínsecamente bueno o prohíbe realizar lo que es intrínsecamente malo, está en la verdad.
Por el contrario, cuando ordena hacer lo que es intrínsecamente bueno, está en el error. Lo
mismo sucede si la razón (o la conciencia) manda o prohíbe lo que es de suyo indiferente (ni
bueno ni malo).
A esto responde Santo Tomás que, si la conciencia errónea obliga en un caso, obliga
también en el otro y por la misma razón. En efecto, lo que obliga en el caso de la conciencia
que se equivoca en materia indiferente, no es el objeto considerado en sí mismo, que no es ni
bueno ni malo, sino el objeto tal como es presentado por la conciencia, porque el objeto de la
voluntad es el objeto aprehendido y presentado por la razón. Así, pues, lo que hace pasar de
la indiferencia moral a la calificación moral, es la aprehensión de la razón o, si se quiere, el
juicio de valor de la conciencia. Una voluntad en desacuerdo con la conciencia es, pues,
moralmente mala. Y lo que hace la malicia de la voluntad en el caso de los actos indiferentes,
la hace también en el caso de los actos buenos o malos en sí.
Si esto es así, hay que afirmar, siguiendo al padre Deman, que “la conciencia falsa, sea
de la especie que sea su falsedad, continúa obligando: no está permitido obrar en contra de la
conciencia, aunque ésta fuera en sí misma falsa y digna de reprensión”. Añadiremos, no
obstante, que la conciencia recta y la conciencia errónea no obligan de la misma manera: la
primera obliga absoluta y esencialmente, la segunda, condicional y accidentalmente. En
efecto, aquello que la conciencia recta manda o prohíbe es bueno o malo siempre y en todas
partes. Por el contrario, la conciencia errónea no puede obligar más que condicionalmente y
per accidens: obliga mientras dura, pero es un deber rectificar la conciencia errónea, siempre
que sea posible hacerlo; por otra parte, la133fuerza obligatoria de esta conciencia es
accidental a la misma, puesto que, si obliga, no es porque sea falsa, ni porque sea verdadera
(puesto que es falsa), sino porque se cree verdadera y se da como verdadera; es, pues, también,
en virtud de una rectitud prestada por lo que manda o prohíbe y por esto hay obligación de
seguirla.
b) La conciencia errónea no excusa siempre. Que sea una falta no seguir la conciencia, no
significa que siguiéndola se obre bien. La conciencia obliga siempre, pero no excusa
necesariamente. En otros términos podríamos decir con Santo Tomás que “si la
voluntad que se aparta de la razón recta o errónea es siempre mala”, la voluntad que
concuerda con la razón que yerra puede ser mala”.
En efecto, hay que distinguir entre el error vencible y el error invencible, el error
voluntario y el error involuntario (esta división coincide prácticamente con la primera), como
hemos hecho anteriormente al referirnos a la ignorancia, puesto que todo error envuelve
ignorancia. Ahora bien, la moralidad de un acto se mide por el grado de voluntariedad que
entra en él. Sabemos, además, que la ignorancia (antecedente) produce lo involuntario; que la
ignorancia voluntaria (consiguiente) no causa lo involuntario. Más sencillamente, la
ignorancia invencible destruye a la voluntariedad; la ignorancia vencible no la suprime. En el
primer caso desaparece la calificación moral del acto; en el segundo permanece, más o menos
atenuada, según la clase de ignorancia.
Sabemos ahora que hay que seguir siempre la conciencia actual, incluso cuando es
falsa; pero sabemos también que siguiendo una conciencia venciblemente errónea no
evitamos la culpa. Si se sigue también se es culpable, puesto que debe seguirse siempre la
conciencia actual. En cualquier caso, según parece, se obra mal. ¿No estaremos entonces
ante un caso de conciencia perpleja? No, dice Santo Tomás; más bien la perplejidad es
relativa, suprimir ésta, “deponer la conciencia errónea”, para salir de la alternativa. El caso es
semejante al de un hombre que obra por vanagloria. Supongamos que se vea obligado a dar
limosna. Tanto si la da como si no la da, no evitará la falta: si la da, porque obra por
vanagloria, si no lo hace, porque omite lo que debería hacer. Sólo le queda rechazar su
intención de vanagloria. Así también, cuando el error es venciblemente voluntario sólo hay
que desprenderse de él. Evidentemente, hay que reconocer que la cosa no siempre es fácil.
Por lo menos, queda siempre un recurso: suprimir la mala voluntad. “convertir el corazón –
dice – el padre Sertillanges -. Entonces el134error, sin dejar de persistir, de reprobable
(en su principio) se convertirá en inocente).
No se aplican los mecanismos que ayuden al profesional a cumplir con sus deberes; ni
siquiera se aplican para castigar a los que realizan actividades dolosas en el desempeño de sus
funciones. Son muchos los funcionarios públicos que han cometido irregularidades y todavía
están impunes. Hace falta la presencia de alguien que comience a hacer justicia.
“Mientras la conciencia no te reproche nada malo, que el comentario del otro te tenga sin
cuidado”.
“Mi conciencia tiene para mi más peso que la opinión de todo el mundo”.
“De gran peso es el testimonio que la conciencia forma acerca del vicio y de la virtud; si
lo suprimís, nada permanece”.
“Oh conciencia digna y pura, cuán amargo tormento te produce una pequeña falta”.
“Quien quiera escuchar la voz sincera de la conciencia, debe saber poner silencio
alrededor suyo y dentro de sí mismo”.
“Si realizas una acción vergonzosa, no esperes poderla tener escondida. Aún cuando
consiguieras esconderla a los demás, tu conciencia lo sabría”.
“Muchos son los buenos, si se da crédito a los testigos; pocos, si se toma declaración a sus
conciencias”.
Por eso, aun en el plano meramente natural, todo hombre tiene conciencia de que está
obligado “a evitar el mal, y a hacer el bien”, y de que “no se puede hacer a otro, lo que uno no
quiere para sí”.
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RESUMEN
Hay hechos de experiencia externa y hechos de experiencia interna. Los primeros son
hechos sensoriales y los segundos, hechos de conciencia. Los hechos de conciencia son
intuiciones que se imponen a la razón humana.
La ciencia moral puede ser definida como un conocimiento interior del bien que se debe
hacer y el mal que se debe evitar.
La mejor garantía para que un profesional desempeñe sus funciones con honestidad lo
constituye la adquisición de una conciencia moral recta.
La conciencia moral atraviesa por tres grandes estados: el premoral, donde la persona
actúa como un animalito bien domesticado; el convencional, donde el individuo actúa
por el dictamen de otra persona, y el personal, donde el ser humano actúa por convicción
personal.
Se puede dar el caso de que el individuo, temporalmente e incluso con éxito, imponga
silencio a la voz de la conciencia, pero a la larga tendrá siempre que escuchar su juicio
de aprobación o censura. Esto quiere decir que nadie puede silenciar a la voz de la
conciencia para siempre.
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ACTIVIDADES SUGERIDAS
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PREGUNTAS DE REPASO
2. ¿En cuáles momentos el ser humano experimenta con más fuerza la conciencia moral?
3. ¿Cuál es la mayor garantía para que un profesional desempeñe sus funciones con
honestidad?
5. ¿Puede una persona cumplir principios morales sin comprenderlos y sin creer en ellos?
Explique.
7. ¿Cuáles son los principales estados por los que atraviesa la conciencia moral?
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EJERCICIO DE AUTOEVALUACIÓN
7. Una persona puede cumplir principios morales sin comprenderlos y sin creer en
ellos.______
8. Una persona puede razonar los términos que corresponden a los principios morales y
no vivir de acuerdo a ellos.
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BIBLIOGRAFÍA
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