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En ese contexto, podemos entender que hubiese muchas personas angustiadas, con miedo al

futuro, a lo que pudiese pasar. Y que por tanto se disparase el número de enfermedades
psíquicas asociadas a semejante contexto: ataques nerviosos, depresiones, neurosis, etc. Y,
ciertamente, estos trastornos se dieron especialmente en los países bajo un régimen
totalitario.

En la actualidad estamos en un mundo de infelicidad, donde todo parece que no tiene sentido
pero en medio de esto todos buscamos y deseamos la felicidad, los acontecimientos que la
vida nos presenta en día a día, que se presenta cotidianamente

Infelicidad y deseo
(Ensayo)





La frágil felicidad,
vive esclava del deseo;

si no se cumple, lo veo…

será tu infelicidad.

Algunos intelectuales y otros, hombres de fe, han declarado de tiempos inmemoriales,


que el fin de la vida es la búsqueda de la felicidad. Idea que no comparto. Si bien debemos
buscar el mayor bienestar, tenemos diversas pruebas que superar, y no es precisamente la
ambigua e indefinible felicidad, nuestro fin de vida.

Leyendo un poco acerca de moral y filosofía moral o ética, y sobre el principal factor de
las frustraciones del hombre… “el deseo”; y que es causante también de sus grandes
progresos, obliga su análisis, desde la esfera holística o espiritual.

Si analizamos el concepto desde su punto de vista más simplista, comprenderemos la


máxima de Buda, que explica que el hombre es esclavo de sus deseos y si no los logra
satisfacer, le producirá frustración e infelicidad. Buda asegura que el hombre no puede
ser verdaderamente libre mientras esté sujeto por sus deseos; podemos discernir entonces
que un hombre total y verdaderamente libre es aquél al que no lo inquieta ningún deseo,
o por lo menos tiene los mínimos deseos.

Es fácil comprender que en una sociedad de consumo como la nuestra, donde se fomenta
la competividad y la mayor posesión de los bienes materiales y goces sexuales, el no
culminar sus deseos frustra y genera infelicidad en el individuo; por ello el que no tiene
deseos o tiene completo dominio sobre ellos, es un hombre emancipado, libre y muy
difícil de someter a los diversos y múltiples intereses grupales o de conveniencia.

La afirmación de Buda abrió para mí un universo de vida completamente nuevo, donde


la mayor fuerza intrínseca del hombre es su voluntad; el imperio de su voluntad frente a
las tentaciones y el dominio de una mayor sabiduría; años después una frase de otro
hombre célebre confirmó esta tesis: “De este mundo… deseo poco; y lo poco que deseo…
lo deseo muy poco”. Francisco de Asís, santo italiano. San Francisco, como Buda y
Confucio, conocía el secreto de la sabiduría y la libertad espiritual del hombre… el
dominio sobre sus deseos.

Si usted no consigue la pareja que desea, será infeliz; si usted no alcanza el status social
que pretende, será infeliz; si usted no logra los bienes materiales que desea, estará
frustrado y será sumamente infeliz; su frágil felicidad dependerá de bienes y valores
superficiales, materiales e intranscendentes, usted será en equivalencia, una pobre hoja
en el árbol, movida por los vientos, menor o mayormente rico y poderoso, pero al garete
espiritualmente. Pero además el deseo es propiciador de otros vicios… la envidia, los
celos, la codicia y la infelicidad, entre otros.

Así, otro iluminado sentenció: “La envidia, es causada por ver a otros gozar de lo que
deseamos; los celos, por ver a otros poseer lo que quisiéramos poseer nosotros”. Diógenes
Laercio, historiador griego.

El noveno mandamiento de la Iglesia Católica dice: “No desearas la mujer de tu prójimo”,


para mí, pesimamente enunciado, pues el deseo no obedece a un acto de reflexión, sino
es una respuesta inmediata e inconsciente. ¿Cómo no desear en automático, a una mujer
bella y sensual – sea la mujer de quien sea- en el momento de verla; por lo que el
mandamiento debiera enunciar: “No tomarás, ni codiciarás la mujer de tu prójimo”. Que
es una posición muy congruente y razonable; porque no desearla, requeriría que fuéramos
de piedra. Curiosamente, este mandamiento no está incluido dentro de los diez
mandamientos originales de Moisés.
Un apotegma hebreo nos dice: “Sé amo de tus deseos, y no su esclavo”.

La solución a este dilema se encuentra en fomentar la cuarta virtud cardinal (o


fundamental), la templanza… que es el dominio sobre los apetitos de la carne; de entre
ellos, los más comunes son: el de la pitanza (alimento), holganza (descanso) y lujuria
(deseo carnal o apetito concupiscible). Misma que incluye además… ser valiente, tener
denuedo y ser esforzado.

En nuestra mano está entonces moderar nuestros inclementes deseos; y ser más sabios e
independientes espiritualmente; los bienes materiales y las glorias terrenas son artificios
vanos; que si no los sabemos controlar, nos harán en extremo infelices –a nosotros y a los
nuestros-.

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