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SEDÚCEME,

IDIOTA

«Porque enamorarse de un “gilipollas”
jamás fue tan difícil».


MEGHAN REED

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra
sin el consentimiento por escrito de su autora.
La presente es una obra de ficción. Nombres, así como situaciones o
cualquier similitud con personas o hechos es pura coincidencia.
SEDÚCEME, IDIOTA
Primera Edición: Octubre, 2019.
©Meghan Reed 2019.
Fecha de publicación: Octubre, 2019.
Corrección ortotipográfica y de estilo: Paola C. Álvarez.
Maquetación física y digital: H. Kramer.
Portada: H. Kramer/Banco de imagen Adobe Stock.
©Todos los derechos reservados.
Independently published


Con mucho cariño para ti, querida Ilyn Lectora.
Que todos tus sueños se cumplan.


AGRADECIMIENTOS

A ti, querida lectora, por apoyarme todo este tiempo. Porque no has dudado
en comprar y leer mis historias y darme así la oportunidad de seguir haciendo lo
que me gusta: llenar tu día de emociones. Si soy capaz de hacer reír, siento que
he alcanzado un logro importante en mi vida.
A las Diosas del Averno por su apoyo incondicional. De igual manera, un
agradecimiento especial a las Adictas latinas de lectura erótica por todo ese
cariño que me han brindado desde el principio.
A mis colaboradores como Paola C. Álvarez, por su tenacidad al corregir
mis horrores. Si todos fueran conscientes del arduo trabajo que hace, mirarían
con otros ojos la labor de los correctores profesionales.
No podía faltar mi chico de las manos maravillosas, H. Kramer, por ser
capaz de soportar nuestras largas charlas donde balbuceo la mayor parte, pero
que siempre sabe interpretar de manera acertada lo que busco plasmar en cada
portada y maquetación.
De todo corazón, muchísimas gracias.
Esto es para todos ustedes.


SINOPSIS

¿Estás preparada para enamorarte de las segundas oportunidades?
Porque esta historia promete conquistarte mientras ríes con las ocurrencias de
Ilyn Laurent, una mujer que se saltó etapas y que ahora busca desesperadamente
su alma gemela. Pero… ¿qué pasa cuando esa alma gemela lleva pesadas botas y
una personalidad que te hace doler el trasero?

Si a eso le sumamos el hecho de que estás rodeada de mejores amigas que
hacen de tu vida sexual un verdadero talk show, con música triste de fondo y
toda la pantomima, sí, las cosas se pueden poner muy locas.
Mi nombre es Ilyn Laurent y te juro que esta vez no permitiré que el
maldito Adam jodido Walker me haga la vida imposible y se salga con la suya.
Y es que, definitivamente, enamorarse de un completo gilipollas jamás fue tan
difícil.
¿Quieres conocer mi loca historia de amor?
Prepárate… porque las cosas están a punto de ponerse románticas, salvajes
y muy ardientes.

ÍNDICE
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EPÍLOGO
NOTA DE LA AUTORA
Sinopsis de La Aprendiz (BROKEN SOULS 1)
Sinopsis de El Maestro (BROKEN SOULS 2)
Sinopsis de Devórame
SOBRE LA AUTORA

1

Londres, Inglaterra. 4 de enero de 2019.


Una Ilyn Laurent muy frustrada.

¿Has notado cómo las personas que son extremadamente honestas siempre
están solteras? Bueno, ser así tiene su encanto. Quizá muchos no se espanten por
un poco de honestidad aquí o allá, pero es complicado conseguir pareja teniendo
ese pequeño detalle como rasgo imprescindible de tu cautivante y llamativa
personalidad. O, mejor dicho, un buen sexo.
Por favor, nótese mi obvio sarcasmo.
Gracias a eso, era la infeliz víctima de una larga sequía. Y no, no me estoy
refiriendo al clima de Londres; las lluvias de enero se habían convertido en las
más intensas y continuas de estos últimos ocho años, eso y la jodida niebla de
esta ciudad impedían que no se viera ni una mierda.
¡Maldito clima infernal!
Encendí los limpiaparabrisas y toqué varias veces el claxon para que el
maldito Audi gris frente a mí se moviera de una maldita vez. Era un eufemismo
decir que mi enfado era descomunal, a pesar de este maldito embotellamiento,
nada, pero absolutamente nada, me impediría llegar a la cita que logré —no te
pierdas el énfasis necesitado de la palabra— con un hombre dispuesto a
encontrarse conmigo luego de intercambiar algunos mensajes calientes en aquel
sitio de citas que me había recomendado mi jefa.
No quiero entrar en detalles del porqué una mujer de casi sesenta años y
abuela de quince nietos tenía aquella aplicación en su móvil, en la que además
era un miembro activo, y me recomendó tal cosa.
Aunque tengo la leve sospecha de que aquel humor de perro con rabia, que
siempre rezumaba cada vez que entraba en su oficina a tomar notas, gritaba a
viva voz que estaba más que necesitada de una buena ración de sexo, y no
cualquier sexo. Quería disfrutar de un encuentro delicioso y atrevido que hiciera
volar mi mente e hiciera explotar mis ovarios.
Lo sé, algo complicado, pero hasta ese momento aún conservaba la
esperanza de poder experimentarlo.
Qué ingenuidad por mi parte.
En fin, ahí estaba yo, una infeliz mujer de veintiocho años que no conseguía
una maldita cita para gozar de un sexo decente que me dejara caminando coja al
día siguiente. Seis meses atrás, en una de las regulares reuniones de los sábados,
donde me sentía amargada y triste por tener que lidiar con la noche de chicas,
tres de mis cinco mejores amigas —nos autodenominábamos las Diosas del
Averno; te diría cómo diablos concebimos aquel nombre, pero ni siquiera lo
recuerdo— hacían de mi extinta vida sentimental un verdadero talk show con
música triste de fondo y toda la pantomima.
Muy bochornoso, lo sé.
Esas reuniones eran una completa agonía, tenía que soportar escuchar que
sus vidas sexuales marchaban sobre ruedas mientras yo regresaba a mi casa
acompañada de un celibato que rehusaba abandonarme.
En estas largas quedadas, que se parecían más a secciones no autorizadas de
Alcohólicos Anónimos, mis mejores amigas presumían hasta el cansancio de sus
maratones multiorgásmicos de sexo loco y salvaje, sexo que solo era un breve y
lejano —pero muy muy extremadamente lejano— recuerdo en mi memoria.
Aunque, para ser sincera, el término lejano era quedarse corta, demasiado corta
para mi desdicha.
Esta sequía estaba acabando con mi mente. ¡Ah!, y mis ovarios; por favor, no
nos olvidemos de los pobres.
Recapitulando, tan consumida estaba en mis pensamientos amargos e
insatisfechos mientras trataba de tomar apuntes —era la secretaria de una
asesora financiera— que me llevó algunos buenos minutos registrar que mi jefa,
una mujer de abundante cabello rubio, ojos grises y bella y grácil figura gracias
al bisturí, había dejado de hablar por completo.
Cuando nuestros ojos se encontraron, mis mejillas se enrojecieron. Negó con
la cabeza, anotó algo en una hoja, acercó su iPhone, bajó sus lentes y empezó a
teclear en la amplia pantalla. Un minuto después, mi móvil vibró ruidosamente
en mi bolsillo delantero. Hizo un gesto con su barbilla para que lo atendiera. Con
manos temblorosas, revisé el móvil y ahí estaba, por medio de la aplicación de
mensajería instantánea, una dirección electrónica que lucía sospechosa.
Para no dilatar más las cosas y aburrirte con explicaciones tontas, aquel
enlace era una invitación directa a un peculiar y lujoso sitio de citas de la ciudad.
Algo así como Tinder, pero sin riesgo de quedarse atrapada en una mala cita con
un asesino en serie.
¿Era mucho pedir conocer a un hombre atractivo, dispuesto a apiadarse de
esta alma en desgracia y que quisiera regalarme una noche inolvidable de sexo
que me dejara saciada y con una sonrisa en el rostro? Con mi suerte, eso sería
elevar mucho las expectativas. Como mínimo, me tocaría el hombre más apuesto
que había visto en mi vida, pero con la polla más pequeña del mundo y, para
hacer más memorable el fracaso y el trauma, ni siquiera supiera cómo usar la
lengua.
Lo triste era que ya me había ocurrido. Dos veces.
¡Maldición!
En este punto, la desesperación me daba el beso de buenas noches antes de
susurrarme al oído: «Sigue soñando, Ilyn».
Sin embargo, cuando me explicó de qué iba todo el asunto, literalmente, salté
de la silla. Su proposición era como una pesadilla espeluznante. Luego de
meditarlo por casi sesenta segundos, donde analicé los pros y contras, terminé
preguntándome… ¿por qué no? Al final del día mi coño seguía con telarañas y
sin visiones de un hombre capaz de soportar al menos una hora de mi jovial
compañía, así que, por el bien psicológico del pobre, le di clic y procedí a
rellenar el formulario del perfil.
Ya no había vuelta atrás.
Aquella noche cuando llegué a casa, los nervios me atacaron cuando la
notificación se iluminó y confirmó que habían aceptado mi información, pero
que ahora me exigían una foto de perfil actualizada.
¡Una maldita foto!
Mientras preparaba la cena, probé una aplicación de fotografía que prometía
ocultar nuestros rasgos no tan perfectos. Como no era tan fotogénica, tuve que
probar con miles de poses para lograr una decente que destacara mis ojos azules,
culo respingón y largas piernas, que eran mis atributos más memorables,
considerando que en el departamento de las tetas la situación era algo precaria.
¿He mencionado que era madre soltera y que mi hijo, que tenía diez años, no
quiso desprenderse de ellas hasta que cumplió los tres?
Bueno, luego de casi tres años de lactancia materna tenía que agradecer que
las tetas no me arrastraran por el piso.
Amén por eso, hermana.
Cuando me sentí satisfecha con la última foto que me había tomado, la subí a
la aplicación; era el último requisito para tener un perfil activo y esperé. Y seguí
esperando. Mientras los numeritos se arrastraban elevé una plegaria al cielo para
que se hiciera el milagro.
El botón rojo se volvió verde y me bombardearon varias solicitudes de
hombres medianamente atractivos con peticiones de un chat privado. Grité
enloquecida. Te juro que mis manos temblaron de la emoción: al fin iba a tener
sexo.
Si me hubieran dicho que los hombres tenían profundos y muy arraigados
problemas con la sinceridad, no hubiese levantado tan pronto la bandera de
victoria y mucho menos hubiera hecho el ridículo baile que me había enseñado
Yuli para antes de tener sexo.
Resultó que ser sincera era una cualidad que no todos valoraban, me tomó
dos noches entender que esto de conseguir un hombre con una polla decente
sería todo un reto.
Y vaya viacrucis el que tenía por delante.
Por favor, sírvete una copa de Martini, o tu bebida de elección, y colócale
dos cerezas en mi honor mientras desgloso cómo algo que parecía relativamente
sencillo se transformó en la búsqueda del tesoro perdido. Mejor dicho, de un
tesoro que ni siquiera existía.
Lo que daría por que la historia que te voy a contar a continuación terminara
como un cuento de hadas.
Empecé mi chat privado con estos dos candidatos, sintiendo una emoción
que rivalizaba con la de una mujer en el velorio de su jodido marido infiel. Si
soy sincera, lo hice principalmente porque las estadísticas mostraban que
teníamos casi un 70 % de compatibilidad de acuerdo con nuestros intereses en
común, lo que, a mi parecer, era muy esperanzador. Mi desesperación estuvo de
acuerdo.
Al principio todo marchó bien y las cosas se veían prometedoras o, al menos,
así lucieron hasta que el bendito e inocente tema del tamaño surgió.
Juro por la vida del padre de mi hijo, Adam jodido Walker, que si mentí en
algún momento, le pase un camión de ocho ruedas encima —era una pena que
no fuese el caso—. Las cosas en algún punto se descontrolaron, y no, no fue mi
culpa.
Parece ser que los hombres adoran las mentiras piadosas y, sinceramente, yo
no estaba por la labor. Luego de esta experiencia, se me ocurrió que podría
escribir un extenso manual que ayudara a espantar a idiotas que se ofendían
cuando una mujer decía en voz alta lo que esperaba en la cama. Vamos, ellos
querían tetas grandes, trasero firme y una cintura de avispa, pero se indignaban
si una decía que quería una boa en lugar de un gusanito.
Estoy convencida de que ese libro salvaría a muchas incautas mujeres de
sufrir traumas psicológicos en sus futuras citas.
Todo se fue a la mierda porque fui enfática y muy clara cuando dije que
quería uno que midiera al menos 20 cm, que para andar de mentirosa y fingiendo
orgasmos ya no tenía edad. Confesión que no fue bien recibida por mis dos
prometedores pretendientes, por lo que solo diré en mi defensa que…
—Presidenta de las Diosas del Averno llamando. —La voz mecánica de mis
manos libres interrumpió descaradamente mi diatriba.
¡Joder!
Cuando la voz dictó las opciones a elegir, acepté la llamada y el coche se
inundó con la voz tranquila y risueña de Eris Wayne, una de mis mejores amigas
y la presidenta de nuestro club.
—¿Ya espantaste al pobre hombre? —preguntó animada.
—¿Y por qué crees que lo voy a espantar? —Puse los ojos en blanco.
—¡Oh, vamos! Eres Ilyn Laurent —lo dijo como si aquello debiera significar
algo, y un demonio si entendía qué.
—Sigo sin entender —respondí, mordaz.
—Sabes perfectamente que si Xionela y tú hubieseis ido a bordo del Titanic,
no habría sido necesario que el hermoso barco se estrellara contra aquel inmenso
iceberg para que los tripulantes lo abandonaran. En el momento que hubierais
abierto la boca, todos, incluido el capitán que rehusó abandonar su tan amado
barco, hubieran saltado por la borda. —Empezó a reír histérica por su broma de
mal gusto.
—Por favor, tampoco soy tan mala.
Ni siquiera me molesté en defender a Xionela porque ella era otra historia.
Suspiró.
—Hablo en serio, Ilyn. —Dejó escapar un suspiro—. Por lo que más quieras,
no espantes al pobre hombre, al menos espera hasta que le dé atenciones a tu
necesitada vagina. —Soltó una risa loca de esas que siempre me daban
escalofríos—. Te juro que hasta se me ha aparecido algunas veces en mis sueños.
Estoy segura de que la pobre intenta decirme algo.
—¿Y qué crees que será? —pregunté tan solo para seguirle el son, mientras
insultaba mentalmente al idiota del coche frente a mí.
«Mierda, muévete de una maldita vez, que llego tarde».
—No quiero alarmarte, pero presiento que intenta decirme que si no le das
pronto un hombre como sacrificio encontrará una forma de asfixiarte mientras
duermes.
Su risa volvió a resonar por todo el coche. Obviamente, era la única que
gozaba con sus bromas y su ácido sentido del humor.
—Como sea, ¿qué hace Cody?
Cody era mi hijo y se encontraba en su casa. Había convencido a Eris para
ejercer de niñera después de amenazarla, de forma sutil, con contarle a su marido
nuestras profundas y animadas conversaciones donde ella compartía su fetiche
de usar frases de Misión imposible durante el sexo.
En todo caso, tampoco era como si Eris no quisiera echarme una mano, pero
mi hijo era algo… difícil. Por decirlo delicadamente.
—Él está perfecto, jugando con Rolland, por supuesto.
Rolland era su hijo de siete años. Un niño muy inquieto que solía
sorprendernos con sus extravagantes travesuras.
Hacía un año había atorado su cabeza entre las barandas de la escalera como
protesta, porque reemplazaron su cereal favorito por yogurt y frutas. No había
duda de que esa vena loca la había de su imaginativa madre.
—No te voy a mentir, se ha inquietado un poco y ha preguntado cuándo
regresabas, he logrado que se tranquilice viendo Bob Esponja y con mentiras de
que una amiga nuestra, que obviamente él no conoce, está en su cita mensual por
hemorroides.
¡¿Qué diablos acababa de decir?!
—¿Hemorroides? —Tuve miedo hasta de hacer la siguiente pregunta—. ¿Por
qué demonios le has dicho algo así a un niño de diez años?
Bufó irónica antes de responder muy altiva:
—Porque con lo inteligente que es, sabía que me pediría que le mostrara
alguna foto… ya sabes, evidencias y todo ese rollo. Menudo hijo el que te
manejas, Ilyn.
Mi estómago se contrajo… ¡Oh, mierda!
—¿Y qué diablos le has mostrado?
Cuestioné seriamente mi equilibrio mental por haberlo dejado con ella.
—Hasta la pregunta es tonta.
Soltó un bufido ofendido y mi corazón intentó salir por mi garganta e ir a
estrangularla.
—Por el amor a Cristo, no me digas que le has mostrado el culo de una
mujer a mi hijo, porque si has hecho eso…
—¿Cómo crees? —me interrumpió y soltó un gemido horrorizado—. ¡Por
supuesto que no! —La indignación goteó espesa de su voz—. Le he mostrado
una foto censurada del culo de un hombre con hemorroides.
Absoluto silencio por mi parte.
No sabía si dar media vuelta, recoger a mi hijo y rescatarlo de esa loca o
lanzarme al río Támesis para que Adam Walker no encontrara mi trasero.
—Estoy llegando —mentí—. Solo hazme el favor de no mostrarle más fotos
inadecuadas a mi pequeño hijo. Recuerda que se lo cuenta todo a su padre, lo
que menos deseo es una demanda por perversión de menores y que lo utilice
para quitarme la custodia.
—Pero si ha sido una censurada… —se quejó.
—Da igual —deseché inmediatamente su pobre intento de justificación—.
Trataré de desocuparme lo más pronto posible.
Colgué sin esperar que pusiera más objeciones. Cuando al fin el maldito
Audi apagó las luces de parqueo y empezó a moverse, dejé escapar un sonoro
grito de victoria; era ahora o nunca.
«Vamos, dioses del sexo, me debéis algunos favores». Favores grandes.
Traté de rodear el puto coche, pero este frenó con brusquedad.
¡Maldición!
Me sacudí violentamente por el aparatoso choque.
¡Malditas fueran todas las parejas que tuvieran sexo esa noche, ojalá se les
rompiera el condón!
Lamentando mi suerte de mierda, dejé caer mi frente sobre el volante y
maldije mentalmente al culpable de todo esto.
—Ni te imaginas cuánto te odio en estos momentos, Adam jodido Walker.
***
Dos horas después, acompañada de una sensual y silenciosa multa que me
costaría un riñón, estacioné en el camino de entrada del dulce, gigantesco y
pacífico hogar de Eris.
Wimbledon era una zona residencial situada al suroeste de Londres, conocida
por sus hermosas casas de estilo victoriano y cuya fama mundial radicaba en el
famoso torneo de tenis.
Eris, quien me esperaba resguardada y protegida de la fría lluvia bajo su
hermoso porche, me ofreció una sonrisa comprensiva cuando me detuve frente a
ella.
—Si me hubieras llamado, te habría recogido en la jefatura —dijo con
calidez mientras me ofrecía una esponjosa toalla blanca, la cual acepté
sintiéndome agradecida.
Sentí unas intensas ganas de llorar, pero lo haría esta noche en la intimidad
de mi habitación, cuando ya hubiera acostado a Cody.
No quería que mi hijo me viera llorar y se preguntara por qué su madre tenía
un colapso nervioso después de una visita para revisar hemorroides. Mi vida
amorosa era un asco, pero no era tan mala madre como para dejar cicatrices en
su infancia.
—Quise evitarte la fatiga. —Me encogí de hombros y saboreé la mentira en
mis labios—. Las cosas salieron relativamente bien, pudo haber ido diez veces
peor, ¿verdad?
Mi nariz empezó a picar y me tomó varios intentos poder respirar con
normalidad. Eris no notó nada.
—Mi coche tiene una abolladura del tamaño del estado de Texas que el
mecánico, seguro, justificará para poder sacarme el dinero que no tengo. Por si
fuera poco, mi carnet de conducir tiene cuatro puntos menos por, supuestamente,
conducir de manera arriesgada y poner en peligro la vida de otros ciudadanos.
Desde mi punto de vista de mierda, se podría decir que la noche fue… —pensé
cómo adornar la nefasta realidad sin parecer una desquiciada— relativamente
exitosa.
El sarcasmo se me daba de muerte cuando estaba triste. Eris negó con la
cabeza y soltó un suspiro. Ella tampoco estaba feliz por cómo habían resultado
las cosas esta noche.
—Pasa y descansa unos minutos antes de que salgas con este aluvión. Vaya
noche de viernes nos espera por delante.
Y aunque no tenía deseos de hacer eso, no porque fuera mala madre y no
tuviera ánimos de ver a mi hijo, era gracias a aquel sentimiento que me hacía
sentir deshecha lo que me daban ganas de huir lo más rápido con mi hijo.
Media hora después, ayudé a Cody a cambiarse de ropa y nos despedimos de
Sebastián, el esposo de mi mejor amiga —un hombre espectacular con cara de
ángel y cuerpo de infarto que justificaba el caminar gracioso de Eris en algunas
ocasiones— y de su soñoliento hijo. Con la ayuda de los paraguas de mi mejor
amiga, logré meter en el coche a mi hijo y me despedí torpemente de una de las
parejas más felices que conocía.
Algunos tenían mucha suerte en el amor y otros, como yo, parecía que nos
hubiésemos formado en la fila equivocada y sin posibilidad de reembolso.
Quince minutos después, llegamos a nuestra casa y, por primera vez, la
maldita puerta del garaje obedeció cuando presioné el botón, por lo que no fue
necesario que saliera y luchara a muerte para que la infeliz hiciera su trabajo.
Aunque la mayoría de las casas de Wimbledon eran sofisticadas y modernas,
existían algunas, como la mía, que necesitaban una urgente remodelación.
Cody cayó rendido a los diez minutos de empezar el corto trayecto, por lo
que me desvestí y lancé, quizá con demasiada fuerza contra la pared inferior del
garaje, el húmedo vestido rojo y los stilettos. Vistiendo solo mi nuevo y sexi
conjunto de lencería, que había comprado especialmente para esta noche,
desperté a mi hijo para que hiciéramos el largo camino a su habitación. Sus
protestas somnolientas no se hicieron esperar, con los ojos cerrados bajó del
coche y elevé una plegaria al cielo para que evitara que me rompiera la espalda o
el cuello, por soportar gran parte de su peso. Lo ayudé a subir los quince
escalones hasta la planta alta, donde estaban nuestras habitaciones.
Dejé escapar un sonoro suspiro de alivio cuando su cuerpo golpeó
suavemente el mullido colchón. O, al menos, eso diría si Servicios sociales
vinieran a interrogarme por algún moretón que su padre descubriera.
El cielo sabía que ese hombre andaba tras una excusa para arrebatarme la
custodia.
Rápidamente, me dio la espalda y murmuró algo antes de perder la
consciencia. Lo admiré unos cuantos minutos y abandoné la habitación cuando
la primera lágrima de muchas golpeó mi mejilla y un malintencionado sollozo
estranguló mi garganta.
Cerré la puerta despacio y no pude más, dejé caer la cabeza contra la madera
y empecé a llorar en silencio. Porque me sentía triste. Porque me sentía sola.
Porque… porque no le había dicho toda la verdad a una de mis mejores amigas.
Una verdad que cada día se hacía más dura de comprender o, mejor dicho, de
aceptar. Me daba vergüenza admitir que, a pesar del accidente, sí había logrado
llegar a mi cita, pero que este hombre, aparte de ser un completo idiota, me
descartó cuando mencioné entre las rigurosas e incómodas preguntas para
romper el hielo que tenía un hijo de diez años.
Siempre el maldito rechazo que recibía por ser madre soltera.
Era como si al admitir que tenía un hijo ellos asumieran que tenía sífilis, o
algo peor que los hacía huir inmediatamente de mi presencia.
Incluso algunos iban más allá y me trataban como si fuera una mujer fácil
que no tenía sentimientos y ni se molestaban en invitarme a una cena, sino que,
directamente, querían saltar a la acción. Luego de tantas citas parecidas, dolía
aceptar que, así como había abandonado las esperanzas de tener romance en mis
nuevas relaciones, tenía que empezar a considerar que tener una responsabilidad
que respiraba y exigía comida cada media hora volvía las cosas complicadas.
No me malinterpretes. Amaba a mi hijo, más que a mi vida. Sin embargo,
sentía que a mis días les faltaban un compañero con el cual compartir momentos
especiales y no tan especiales. Alguien con quien tener citas esporádicas para
disfrutar de esa parte de la vida donde no solo era madre, sino que me convertía
en la protagonista de mi historia de amor. Y más allá de todo eso, quería a
alguien con quien envejecer.
La realidad era que los hijos crecían y dejaban el nido y yo no quería ser el
lastre para la nueva familia de él. Mucho menos someterlo con visitas incómodas
y obligadas porque se sintiera culpable de que su madre vieja pasara sola las
festividades.
La vida era un ciclo interminable que tarde o temprano había que aceptar y
hacerse a un lado para que los hijos vivieran sus propias historias de amor. Yo
también quería vivir mi apasionante historia.
Lo peor de todo era que el imbécil de su padre no estuviese desaparecido en
acción. Ya quisiera yo que ese fuera el caso. El infeliz era un dolor en el trasero
que solo me traía problemas y ganas de pegarme un tiro cada vez que mis ojos
tropezaban con su alta y fornida apariencia.
Dios, ¿por qué un hombre que era tan gilipollas tenía que verse tan bien?
¡Diablos! ¿Dónde radicaba la maldita lógica en aquello?
Para que entiendas mi frustración, te explico: Adam Walker había llegado a
mi vida a la edad de diecinueve años, cuando aún era muy joven e ingenua para
entender que su intromisión me trastocaría en más de un sentido. Provocó que
por primera vez sintiera las malditas mariposas de las que hablaban muchas
mujeres, pero que hasta ese día jamás había provocado nadie.
Aunque nunca sabré si en realidad era mi instinto de preservación gritando
que me mantuviera alejada.
En ese caso, hubiera sido prudente escucharlo.
El padre de mi hijo podía ser considerado muchas cosas —entre ellas, un
grandísimo imbécil y mentiroso—, pero eso no opacaba la perspectiva de toda
esta ciudad de que él era un maldito héroe. Porque para mi total desesperación,
no solo tenía que lidiar con su buena apariencia, ¡no!, tenía que vivir las
veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, los trecientos sesenta y
cinco días del año con la maldita cruz de que él era a quien llamaban cuando
todos los demás fracasaban en salvar una vida.
Y es que el insufrible que me torturaba todos los días no pudo conformarse
con un maldito trabajo normal y sencillo dentro de una oficina, como los
hombres en general. No, él tuvo que fundar su propio equipo de búsqueda,
intervención y rescate. El mismo que era causante directo de que las mujeres de
toda la maldita ciudad mojaran sus bragas cuando aparecían en la televisión
nacional rescatando a algún niño o salvando la vida de rehenes.
En resumidas cuentas, ellos eran los que inspiraban a los jóvenes ingenuos,
que los idolatraban hasta el punto de ir largas horas al gimnasio en busca de
conseguir verse con uno de los Titanes.
Los malditos Titanes de Londres.
Así se llamaba su equipo, conformado por siete hombres que dejaban poco a
la imaginación y millones de bragas calcinadas a su paso. El padre de mi hijo era
su dueño.
Su rey.
Aunque me gustaría sentarme y contarte la historia de nuestro pasado, lo
cierto es que nada de lo que te diga o cómo te lo cuente cambiará el modo en que
terminaron las cosas para nosotros.
Siempre seríamos lo peor que le pasó al otro y tendríamos que vivir con
aquello para siempre.
Deseché la lencería y descarté la idea de disfrutar de un muy merecido baño.
Solo quería que mi cabeza golpeara la almohada para olvidarme de todo este
fatídico día.
No era buena para las relaciones al igual que no lo había sido doce años
atrás.
Y parecía que iba a morir siendo así.
2

Londres, 2007.
Una Ilyn Laurent demasiado joven. (19 años).

La universidad no era tan mala, al menos, no para mí. Estudiar con mis
mejores amigas tenía sus cosas buenas y también malas. Muy malas. Pero eso no
le quitaba gracia al asunto.
Hacía dos semanas había empezado nuestro primer semestre en la prestigiosa
universidad Royal Preston, cuya matrícula y créditos ridículamente caros ponían
en vergüenza a las Ivy League de todo Estados Unidos.
Aunque tratándose de mí, y teniendo como hermano al medallista olímpico
más sexi de la historia de todo Londres, las cosas no podían ser diferentes.
Puse los ojos en blanco.
«Métete con la hermana pequeña de Jace Laurent y este te romperá los
huesos». Supongo que los estudiantes amaban su integridad física porque nadie
me daba una mierda por vestirme como indigente y, a veces incluso, pasar
semanas enteras sin lavar mi cabello.
Sí, yo tampoco podía creer que fuera capaz de pasar todo ese tiempo sin
lavármelo.
—¿Y el día de hoy quién será nuestra víctima? —caviló Yuli mientras
recogía un pedazo de pizza que parecía haber sufrido un accidente de coche; la
pobre tenía aspecto de haber muerto de forma horrible en la calzada de la calle
Brick Lane y, en lugar de desecharla como lo haría la gente normal, los de la
cafetería habían decidido servirla como plato especial.
¡Simplemente asqueroso!
—No sé vosotras, pero las manzanas lucen apetitosas —dijo Eris sonriendo
(ella era la positiva del grupo) mientras recogía una que parecía que esta mañana
la había sorprendido una temprana e infeliz vejez—. Si ignoramos la parte
amarillenta y que está más arrugada que mi abuela Lori, creo que será un manjar
de primera.
Xionela puso los ojos en blanco, echó mano a una ensalada más pálida que el
trasero de Hello Kitty y la colocó sin ceremonia sobre la charola de aluminio;
Emisellys y Erycka —las gemelas— la imitaron sin dudar. Yo hice lo mismo.
Si Xionela, que era la supermodelo del grupo, se arriesgaba a comer esa
inmundicia, probablemente, estábamos a salvo.
Yuli se arriesgó y se sirvió un pedazo de pizza y una manzana, ella era la
temeraria del grupo y a la que siempre teníamos que llevar a enfermería porque
sufría casos graves de dolor de estómago; la pobre nunca aprendía la lección. Sin
dar otro pensamiento a la porquería que llevaba en su bandeja, caminó hacia la
mesa designada para nosotras que, para mi total tortura, se encontraba al lado de
mi hermano y sus estúpidos amigos, más medallistas olímpicos cuyos egos eran
tan grandes como sus magros músculos.
Nos sentamos en completo silencio conscientes de las miradas a quemarropa
por parte del peculiar grupo.
—¿Nuestros padres saben que estás comiendo esa mierda? —Jace elevó su
voz para hacerse escuchar por el normal bullicio que había en la sala.
El idiota de mi hermano estaba cursando su cuarto año en una
especialización que poca gracia le hacía a mis padres. Arquitectura no era lo que
se esperaba que estudiara un hombre que había ganado cinco medallas de oro en
los últimos tres años, pero como era un excelente nadador y un reconocido
medallista en esa disciplina, el infeliz se podía dar el lujo de estudiar lo que le
diera la gana.
La suerte que tenían algunos idiotas.
Fruncí el ceño y miré mi bandeja.
—De hecho, ellos saben que estoy ahorrando dinero para comprarme un
coche.
No me molesté en mirarlo, era consciente de que había dos pares de ojos —
aparte de los de mi hermano— que no perdían detalle de cada uno de mis
movimientos.
No veía la hora de que este año acabara para que los malditos medallistas
olímpicos, orgullo de esta universidad, se largaran a vivir sus vidas adultas lejos
de mí.
—Si lo deseas —dijo el dueño de los ojos grises, oro en atletismo y al cual
evitaba como la peste, no porque lo odiara, sino todo lo contrario, pero si quería
poder participar en los próximos maratones debía mantenerse alejado de mí—,
puedo invitarte a una ensalada césar o, si prefieres, las costillas están deliciosas.
Su profunda voz erizó la piel de mi cuerpo.
Hice una mueca cuando el taco de veinte centímetros de Xionela —para mí
todavía era un total secreto cómo podía caminar con esos zancos— impactó sin
mucha suavidad con mi rodilla. A regañadientes, me arriesgué a mirar en la
dirección de donde había provenido el gentil ofrecimiento; Elliot Bruce me
miraba con una incertidumbre que solo le agregaba un detalle más hermoso a su
enorme cuerpo y sonrisa bajabragas.
Cuando nuestros ojos se encontraron, sus malditos hoyuelos —esos que
derretían labios a su paso— centellaron. Me removí nerviosa en mi silla.
—Eso quiere decir que la política de «no jodan con mi hermana menor» ha
sido levantada. —Todos miraron al mal de mis males. Cerré los ojos y deseé
tener el poder de hacerlo atragantar con su comida—. En ese caso, yo también
me ofrezco a comprarte no una ensalada, porque sé que odias la lechuga… —
Elliot hizo una mueca y trasladé mi mirada al dueño del segundo par de ojos que
siempre me fustigaban y me acechaban a dónde fuera: Brendan Lennox, el
hombre que se había propuesto este año ir contra los estatutos de mi hermano y
convertirse en mi novio.
El idiota subestimaba a Jace Laurent.
Además, el tipo ya iba perdiendo de entrada si creía que, por verse como lo
hacía y por ser el ganador de dos medallas de oro en la disciplina de boxeo, haría
que se me bajaran las bragas. Iba listo.
—Mi hermana sigue fuera de los malditos límites —gruñó el energúmeno
que tenía por hermano.
Ignoré los puntazos que me daba Xionela y elevé una plegaria al cielo para
que la ensalada, que parecía que sufría una fuerte anemia, no me enviara junto a
Erycka a la enfermería.
—Ten… —Un plato desechable que tenía un pedazo de costilla, que se veía
deliciosa, golpeó mi bandeja. Levanté la mirada para mirar fijamente al hombre
al cual quería sacar los ojos con mi tenedor de plástico: Dietrich Walker, el
segundo mejor medallista de esta universidad y cuyo mal humor me ponía de los
nervios, me dio una mirada aburrida.
Si existía un hombre que pudiese personificar el infierno aquí en la Tierra
ese, sin duda, era el gigante de casi metro noventa que me miraba como si fuera
una mosca atrapada en su vaso. Casi olvidaba que era el hijo de uno de los
inversores más famosos de la ciudad, su fortuna lo colocaba en el tercer puesto
de los hombres más ricos de todo el mundo según la revista Forbes. Por quinto
año consecutivo.
También era el maldito dueño de esta universidad y de otros cinco colegios
en toda la ciudad. Y lo soportaba porque era hermano de Xionela.
—¡Uy, qué lindo! —suspiró Erycka mientras en su fino rostro se dibujaba
una sonrisa malévola que rivalizaba con la de El Guasón. Me estremecí—.
Siempre tan atento con la pequeña Ilyn.
Mi mirada azotó su rostro y ella se encogió de hombros mientras se metía en
la boca un pedazo de tomate rancio. Aquella sonrisa solo podría significar malas
noticias.
Al menos para mí.
Así como Eris era la conciliadora y positiva del grupo, Xionela, la
supermodelo por su hermosa apariencia y Emisellys, la parte dulce y noble, su
hermana gemela, Erycka, era el mal personificado. La que era capaz de armar
desmadres que ponían en riesgo siempre nuestras vidas. La amábamos, pero, sin
duda, ella era la más loca del grupo. Yo, bueno, yo era la que no se bañaba.
—Solo hago el maldito trabajo de este imbécil —dijo, aburrido, dándole una
tosca mirada a mi hermano—. Si fueras mi hermana menor, tu estómago jamás
pasaría hambre…
—Yo soy tu hermana menor y jamás te has preocupado por mí —acotó
servicialmente Xionela.
Los hermanos se enfrentaron en una intensa lucha de miradas; presenciar sus
batallas daba algo de miedo.
Dietrich Walker era como el Santo Grial, pero con músculos de infarto y
rostro perfecto. Aquellos pecadores ojos verdes deberían estar prohibidos por el
daño que ocasionaban a la libido de las pobres incautas que se acercaban con
intención de invitarlo a una cita —entiéndase follar—, pero que él,
educadamente, rechazaba. También estaba envuelto en la política y había
rumores que en su brillante futuro la presidencia estaba en todo lo alto.
En todo caso, demasiado drama venía con el hecho de salir con el hermano
de tu mejor amiga, aunque a Xionela poco le importara.
Lo importante era que Dietrich estaba fuera de los límites, pero pronto iba a
saber que la vida nos tenía una broma de mal gusto preparada.

3
Aquella noche en casa de Xionela, la sonrisa malvada de Erycka cobró
sentido. Ella tenía planeada una apuesta. Con dinero real de por medio.
Según ella, era sencillo: tenía que seducir a Adam Wisley y cada una de las
chicas me pagarían mil grandes.
Mi mandíbula cayó.
¡Jesús!
Adam Wesley era un fanfarrón de último año que se jactaba de jamás haberse
enamorado y de que las mujeres eran fáciles de superar. Según Xionela y
Erycka, las mentes maestras de la apuesta, el dinero sería mío si lograba que él
se enamorara de mí. Algo francamente ridículo considerando que era la hermana
del idiota más grande del campus, pero ellas aseguraron que él no podía apartar
la mirada de mi desalineada apariencia cada vez que entraba en la cafetería o
merodeaba por los pasillos.
Aquellos términos se ajustaban perfectamente a mi caminar diario; solía
asemejarme a una indigente que estaba perdida por los pasillos de la universidad.
No era que no me gustara la moda, pero no veía el propósito de lucir tan bien
cuando no tenía intención de ser molestada. Quería a los hombres lejos de mí, al
menos, hasta que terminara la carrera. Mucho drama y poca retribución era lo
que traían las relaciones a esta edad. Y ya había agotado mi paciencia con mi
última relación, donde pasé la mayor parte sobre mi espalda y perdonando
aniversarios olvidados. Un año que me tomaría mucho olvidar.
Gracias al cielo, Robert, como se llamaba el patético de mi ex, se había ido al
este a estudiar a otra universidad, lo que me libró de tener que soportar cinco
años viendo su rostro infiel.
Aunque la apuesta era algo frívola, si lo hombres podían lucrarse por salir
con mujeres, nosotras también podíamos. O, al menos, eso fue lo que me repetí
mientras admiraba la foto del coche de mis sueños: un hermoso Porsche que
gritaba que quería vivir conmigo.
«Tranquilo, bebé, dentro de nada estaremos juntos», pensé mientras
acariciaba la revista donde se exhibía el anuncio.
Era de segunda mano, pero eso no le quitaba hermosura. Yo estaba
enamorada y haría lo que fuera por conseguirlo.
Esa noche me arreglé con verdadera intención de provocarle un ataque de
lujuria al segundo mejor de la clase de toda la universidad.
Lavé mi cabello, después de una semana sin hacerlo, y apliqué una generosa
capa de maquillaje para cubrir las ojeras que se negaban a desaparecer. Si iba a
salir con este idiota, tenía que hacer el sacrificio de irme dormir a una hora
decente y no quedarme jugando videojuegos hasta las cuatro de la mañana.
Pronto, ninguna capa de maquillaje sería capaz de ocultar los círculos negros
que opacaban mis intensos ojos azules y dudaba que este chico, Wisley, quisiera
salir con una mujer que lucía como un mapache.
El ajustado vestido negro que me había prestado Xionela poco hacía por
contener mi generoso escote, pero eso no era lo que me tenía nerviosa. Era usar
los tacones de diez centímetros lo que me cortaba la respiración. Por si te lo
preguntas, los zapatos suicidas también eran propiedad de Xionela. Los más
bajos que poseía. Ni loca me pondría los zancos de veinte.
¿Cuántas probabilidades existían de romperme la cadera o una pierna en mi
trayecto hasta la casa de Adam Wisley? Según Google, infinitas, gracias a mi
nula destreza para caminar con ellos.
Todo fuera por mi coche.
Me di una última inspección en el espejo del baño y me encogí de hombros.
Era lo que había, ya encontraría la manera de que funcionara una vez que me
encontrara frente a él.
Gracias a Dios era viernes y mis padres se encontraban en alguna cena
romántica en las afueras de la ciudad, por lo que no escucharon el ruido que hizo
con la bocina Yuli cuando pasó a recogerme con su descapotable negro.
—Joder, hermana del mal, yo sin duda me enamoraría de ti y te pondría
sobre tu espalda en cuanto te viera —dijo antes de soltar una carcajada.
Sometieron a votación quién sería mi escolta hasta la casa Wisley y, para mi
tortura, Yuli había sido la afortunada. De mis cinco mejores amigas, me tuvo
que tocar la temeraria.
Puse los ojos en blanco y me abroché el cinturón de seguridad.
—Vámonos antes de que me arrepienta.
Demasiado pronto llegamos a la mansión de los Wisley, que se encontraba en
la zona más exclusiva de Londres. Sí, la famosa Notting Hill.
¿Mencioné que Adam Wisley era hijo de un reconocido diplomático? Aparte
de fanfarrón, el hombre creía que era un regalo de Dios y que por eso las
mujeres en un radio de mil metros a la redonda morían por sus huesos.
¡Algo malo tenía que tener el agua que bebía!
Era atractivo, pero tampoco era como para quitar el hipo. Sus ojos azules
eran atrayentes, su altura y buen cuerpo le agregaban un plus a su fama de
mujeriego, aunque no las necesitaba desde que era el capitán de waterpolo de la
universidad.
Cada mujer que pasaba por la piscina en hora de entrenamientos, si no moría
viendo a mi hermano durante sus extenuantes horas dentro del agua, siempre
terminaban babeando por el equipo de waterpolo cuando jugaba algún partido
amistoso en la piscina vecina. Con Wisley sacudiendo su pomposo trasero por el
borde mientras gritaba órdenes y estrategias para ayudar a ganar a su equipo.
Tenía mucho trabajo por delante y esperaba que Wisley colaborara para mi
beneficio.
Yuli pasó la mitad del viaje infundiéndome valor y la otra mitad contándome
su amorío con Cristopher Smith, un americano que estaba cursando una maestría
aquí en Londres y que vivía jurando que la amaba.
Según ella, las cosas no eran nada serias, pero el brillo de sus ojos mientras
hablaba la desmentía.
Nuestra Yuli estaba completamente enamorada y solo esperaba que el
imbécil no rompiera su corazón como lo habían hecho ya varios chicos en el
pasado.
Las dos nos habíamos formado en la misma fila.
—Sé que podrás con la apuesta —dijo una vez que apagó el motor.
—Claro. —Sofoqué un gemido y agarré mi bolso.
Mi móvil, unas cuantas monedas y unas mentas eran mis compañeras esta
noche.
—En serio. —Apretó mi mano y me ofreció una sonrisa esperanzadora. Me
relajé—. Sabemos que no aceptarías nuestro dinero y es por ello que las chicas
idearon una manera de ganártelo. En algo tienes que agradecer esa vena
competitiva que tienes.
Hice una mueca. Tenía razón. Mis mejores amigas eran las mujeres más
generosas y locas que conocía y no podía imaginar mi vida sin ellas. Nuestras
rarezas fueron las que nos juntaron el primer día en la secundaria y, desde
entonces, no nos habíamos separado.
También ayudaba que todas viviéramos en Wimbledon a excepción de
Xionela, que vivía en Canary Wharf, la zona de negocios al este y donde su
famoso padre poseía varios hoteles. Ellos vivían en un ático en el hotel más caro
de todo Londres: el Palace Garden.
Todo un icono.
—Solo ruega para que no llueva y esta noche termine sin romperme una
pierna.
Me dio un abrazo y salí del coche.
Cuando las luces traseras desaparecieron de mi visión respiré profundamente
y miré hacia la descomunal casa que tenía a mi espalda. Con nerviosismo, bajé el
borde de mi vestido y toqué el timbre. Dos minutos pasaron y nada. Volví a tocar
justo cuando la puerta se abrió y una empleada de aspecto mayor me sonrió.
—Buenas noches, señorita, ¿a quién busca?
Me aclaré la garganta y forcé una sonrisa educada. El momento había llegado
y de ninguna manera me iba a marchar sin que Adam Wisley me recibiera.
—Soy Ilyn Laurent, una compañera de la universidad de Adam Wisley,
quería saber si él…
—Oh, lo siento tanto… —se disculpó la amable señora mientras abría un
poco más la puerta—, pero los señores Wisley ya no viven en esta casa; se
mudaron a la zona norte. Desconozco la dirección exacta.
Me desinflé y maldije mentalmente a Xionela. Se suponía que había
verificado dos veces la dirección de este chico.
Me disculpé con la amable señora y las primeras gotas de lluvia empezaron a
caer sobre mi cabeza.
¡Diablos!
Lo que me faltaba. Saqué mi móvil y marqué el número de Yuli. No podía
estar muy lejos.
Sonó y sonó, pero no obtuve respuesta.
Intenté dos veces más, pero siguió sin atender la llamada.
No podía llamar a Xionela porque se encontraba de viaje con su padre. Las
gemelas cada viernes visitaban con su madre la casa de su abuela, por lo que las
únicas que podían sacarme de esta situación eran Eris o Yuli. Marqué a Eris,
pero su buzón de voz me saludó.
¡Maldición!
La leve llovizna se convirtió con rapidez en un aguacero en toda regla y
guardé mi móvil en el fondo de mi bolso para que no sufriera ningún daño. Con
los tacones que me amenazaban con cada paso, caminé con mucho esfuerzo y
cuidado hasta la parada más cercana de Notting Hill. Estaba empapada y gemí en
voz alta cuando noté que el último bus había pasado minutos antes. Justo en el
momento en el que estaba hablando con la empleada.
Me dejé caer en el banco de acero y me saqué los tacones. Mis pies me
agradecieron que los liberara de la tortura. Tenía que esperar casi una hora hasta
que el próximo bus viniera.
Si es que tenía suerte.
Como mi efectivo era escaso, no podía darme el lujo de pedir un taxi, así que
el bus tenía que ser.
Cuando una hora pasó y yo seguía sin poder contactar con alguna de mis
amigas, supe que era hora de caminar a casa. La luz sobre mi cabeza parpadeó y
fui consciente de que no solo había pasado una hora esperando, sino que el mal
tiempo había ido a más.
La lluvia no daba tregua, por lo que me tocaba caminar bajo su protección.
Me coloqué otra vez los instrumentos de tortura en mis pies y esperé no toparme
con algún malandrín que quisiera arrebatarme mi bolso de imitación.
Empecé mi largo camino y, al poco, mi cuerpo empezó a protestar por el frío.
Decidí que no le hablaría a Xionela el lunes cuando mi tacón quedó atrapado en
una hendija de la calle y casi caí de bruces. Por suerte, el tacón no se rompió y
pude continuar mi caminata.
No podía llevar más de quince minutos caminando cuando dos hombres
empezaron a seguirme. Mi corazón latió atolondrado y me metí en el primer bar
que encontré. Caminé derecha hacia el baño de damas y saqué el móvil.
Ni loca volvería a salir con esos dos allá afuera. Sabría Dios desde cuando
me estaban siguiendo.
Con lo distraída que iba era probable que llevaran tiempo siguiéndome.
¿Quién en su sano juicio caminaría con estos tacones bajo la fuerte a lluvia a no
ser que estuviera varada? Exacto, ahí tenía mi respuesta.
El maquillaje ya se había estropeado en mi rostro y lucía terrible. Suspiré y
me rendí de tratar de contactar con Eris o Yuli cuando el buzón de voz me volvió
a saludar.
Tampoco estaba tan desesperada como para llamar a mi hermano o a mis
padres. Ya podía escuchar todo tipo de gritos por parte de mi madre cuando me
viera así vestida.
Solo a mí se me ocurría salir vestida así con el precario clima que tenía esta
ciudad.
Esperaría una media hora antes de emprender mi camino. Encontraría una
manera de llegar ilesa a casa. Salí del baño y choqué directamente contra una
pared. O, al menos, ese pecho se sentía así.
¡Jesucristo!
—Lo siento. —Levanté la cara y quedé impresionada, unos ojos azules muy
intensos me devolvieron la mirada.
De un azul que refulgía calidez, me tragó entera e hizo que sintiera una
infinidad de cosas locas y emocionantes.
Si solo hubiera sabido que aquellos ojos un día serían los causantes de tener
el corazón roto, hubiera huido inmediatamente.
4

Ahora.
Un Adam Walker muy estresado.

Eran las dos de la madrugada y, en compañía de cuatro de mis cinco
hombres, sobrevolaba la ciudad de Londres con la ayuda de nuestra última
adquisición: un helicóptero KAMOV KA-50, más conocido como el Tiburón
negro, de nuestros amigos los rusos. Ignoraba cómo Xionela se las había
arreglado para obtener esta preciosidad, pero me alegraba inmensamente.
Una prueba más de que ella era capaz de conseguir lo que quisiera.
El reloj marcaba la una de la mañana cuando el teniente Hallow, un veterano
de guerra que ahora era el desdichado jefe del departamento de policía de
nuestra ciudad, llamó y solicitó nuestra ayuda. Al parecer, los estúpidos del
escuadrón antisecuestros no podían lidiar con una situación de rehenes. Para su
mala suerte, la llamada había llegado en el momento menos indicado.
No era que tuviera días buenos o idóneos, pero dos horas antes había
recibido la llamada de Oliver, un amigo que trabajaba como policía de tránsito,
para informarme que la madre de mi hijo —sí, la misma mujer por la que
estúpidamente perdí la cabeza una vez— había estado involucrada en un
accidente. Gracias al cielo sin heridos, pero que a pesar de ello no la había
disuadido de asistir a una maldita cita en un reconocido restaurante.
Maldita fuera Ilyn Laurent y su necesidad de tocarme los huevos con su
deseo de buscarle un padrastro a mi hijo.
Ella era la culpable directa de mi mal humor y mis ganas de poner una bala
en la cabeza a todo aquel que se me acercara a preguntarme tonterías, por lo que
no me veía sosteniendo una conversación civilizada con esos idiotas.
No ahora. Y posiblemente nunca. Malditos imbéciles que adoraban maltratar
a sus esposas o novias.
En el último año, veintitrés de los cincuenta hombres que conformaban aquel
grupo habían sido dados de baja por maltrato físico a sus parejas. Basuras que
hacían quedar mal a los hombres que sí desempeñaban un buen trabajo en las
calles. Como Oliver, por ejemplo, un hombre que había servido en la guerra de
Afganistán y que su vida era una completa tragedia debido a que su mujer lo
había abandonado dejándole a cargo su bebé de pocos días de nacido. Pero
aquella era una historia que no me correspondía a mí contar. O juzgar.
De alguna manera, todos estábamos jodidos. La única diferencia era que
unos más que otros.
Mis auriculares cobraron vida y la risa risueña de Elliot Bruce inundó mis
oídos.
—¿Aún sigues pensando en ello? —Negó con la cabeza y acomodó su
chaleco antibalas—. Por eso yo me mantengo alejado de esas locas. —Silbó por
lo bajo—. El cielo sabe que mi polla no necesita que una maldita Diosa del
Averno lo hechice y el pobre pierda su hombría. —Suspiró y colocó una de las
armas en su pierna derecha—. Esas mujeres deberían ser consideradas el
enemigo público número uno de todo Londres. —Resopló incrédulo—. Me
sorprende que aún no hayan sido arrestadas.
Su risa resonó mientras Brendan Lennox le hacía señas para que cerrará la
maldita boca.
—Curioso que lo digas…
Cerré los ojos cuando la voz neutra y sin humor de Xionela interrumpió su
carcajada. Abrí los ojos y me concentré en el pobre hombre que estaba a punto
de enfrentarse a la furia de la madre de todas las bestias.
Elliot se quedó completamente inmóvil mientras su rostro se drenaba de todo
color; yo de él, habría empezado a rogar clemencia.
Tacha eso, la clemencia era algo que no existía en el diccionario de Xionela.
—Cuando es, justamente, una de esas locas la que mantiene a salvo tu feo
trasero de ser atravesado por una bala. —Elliot gimió bajito. Vicent rodó los
ojos y cruzó sus fornidos brazos sobre el pecho.
Era un alivio que Aaron estuviese dormido porque era capaz de grabar todo
el bochornoso asunto. Y reproducirlo un millar de veces.
—No me refería a ti…
—Ahórrate el patético discurso, poco hombre, solo quiero que recuerdes
que, si vuelves a hablar mal de mis hermanas, puedo asesinarte de cincuenta
maneras diferentes y nadie —su voz se volvió de acero y bajó una octava—,
pero nadie jamás descubriría que fui yo. —Elliot cerró los ojos y se estremeció.
Eso era correcto, hombre.
Xionela era capaz de matarte usando solo tu móvil y nadie jamás sabría qué
diablos había pasado contigo.
Bishop, como llamábamos a Xionela frente a aquellos que desconocían su
identidad, era la mejor hacker del país. Me atrevería a decir que incluso de todo
Reino Unido.
Era tan minuciosa en su trabajo que no dejaba huellas que fueran posibles de
rastrear. O llevarla a su ubicación.
En definitiva, ella era una de las mujeres más letales que conocía y no
dudaba ni por un minuto que cumpliría con su promesa.
En ocasiones, la vida te daba hermanas y no precisamente de sangre. Y las
Diosas del Averno, como empezaron a llamarse quince años atrás ese grupo de
mujeres que despertaban odio y deseo por parte iguales, eran el claro ejemplo de
que los lazos más profundos no provienen de la sangre. Si Elliot sabía lo que le
convenía, se quedaría callado y dejaría que la tormenta de tacones altos pasara
sin ocasionar daños permanentes en su salud.
Cuando el clic distintivo de que Xionela había cortado comunicación resonó,
nuestro pronto difunto compañero se restregó con furia el rostro.
—¡Mierda! Ignoraba por completo que nos estaba escuchando. —Ultrajó su
cabello con desesperación—. ¡Maldita sea! ¿Cómo se supone que voy a dormir
con Bishop acechándome?
Vicent sonrió y cerró los ojos. Me alegraba que en el grupo al menos uno
fuera centrado y maduro.
—Juro que debería cortarle la garganta mientras duerme. —Disimulé una
sonrisa cuando la voz de Xionela volvió a crujir por los auriculares. Era
consciente de que ahora yo era el único capaz de escucharla, aunque ella aún
podía escucharnos a todos—. El imbécil me pide a gritos que lo saque de su
miseria y libere a las mujeres de soportar su creído trasero. —Bufó incrédula—.
Además, habla cómo si alguna de mis hermanas quisiera saltar sobre sus
huesos.
Podía visualizarla poniendo los ojos en blanco mientras repasaba sus largas
uñas perfectamente arregladas.
—Sé que es una mierda que Ilyn haya salido a una cita —la sinceridad en su
voz golpeó con fuerza mi pecho. Dolía y me enojaba saber que ella andaba en
plan conquista mientras yo tenía un grave momento superándola—, pero
necesito tu cabeza en el juego. La situación es complicada.
Fruncí el ceño hacia la pequeña cámara que estaba ubicada en la parte
superior de la cabina; ella, obviamente, estaba observándonos.
Nos encontrábamos a menos de diez de minutos de llegar a un edificio de
apartamentos de ocho pisos, donde un adolescente de catorce años, cansado de
los constantes abusos por parte de su padre, había conseguido un arma de fuego
y le había disparado.
Una de las vecinas que había escuchado todo el alboroto y la detonación,
temiendo lo peor, había llamado a emergencias.
Según el reporte que me hizo llegar el jefe del escuadrón de los idiotas, el
joven no quería colaborar, algo que despertó nuestra curiosidad e hizo
cuestionarnos la veracidad de la información.
Por el amor a Dios, tenía catorce años. Luego de la primera detonación era
seguro asumir que el joven no tenía ni idea de qué hacer, pero resistirse no era
una de esas opciones.
No era estúpido. Podía oler la mentira a kilómetros.
Esta no era la primera vez que el departamento de policía ocultaba gran parte
de lo que realmente había ocurrido, y tampoco sería la última.
Sin esperar otra orden, Xionela intervino el ordenador de la central de
inteligencia y descubrimos que el joven había tenido la intención de colaborar, o
así fue hasta que los imbéciles habían amenazado con encerrarlo de por vida si
no dejaba libre a su familia y se entregaba voluntariamente.
Arrogantes de mierda.
Como no podía ser de otra forma, presa del miedo, el muchacho, que aún
cursaba la secundaria en la escuela pública St. George, se había encerrado junto
a su familia, la misma que estaba conformada por su madre, una mujer de treinta
y cinco años y que trabajaba como cocinera en un restaurante de tacos a pocas
cuadras del apartamento, y sus cuatro hermanas pequeñas, que iban desde los
diez años a dos meses de edad. Su pujante amenaza de que las mataría y luego se
suicidaría no debería caer en oídos sordos.
Una situación sencilla que se había ido a la mierda y salido de control
gracias a esos incompetentes.
—Intervine su computadora portátil. Ayudó mucho que la tuviera encendida
y abierta con su sección de Facebook. He tratado de aclarar la imagen, pero la
calidad de la cámara de la misma es una porquería, por lo que poco puedo
decirte sobre si el padre sigue con vida. —La línea crujió con interferencias—. Y
repito: necesito que dejes de pensar en Ilyn y tus ganas de asesinarla y te
concentres en salvaguardar la integridad de todos los ocupantes de ese
apartamento. No me gusta lo nervioso y asustado que se ve; está de más decirte
que detesto el hecho de que apunta demasiado el arma a sus hermanas,
principalmente, al bebé de dos meses. Te concedo cinco minutos antes de
ordenar a los chicos intervenir.
Asentí imperceptiblemente.
Aunque me era imposible juntar mi mierda y olvidarme del todo de aquella
mujer de ojos azules y piernas largas que me tenía escupiendo fuego cada vez
que estábamos en la misma habitación, por el bien de esa familia me esforzaría
por sacarla de mi cabeza un par de minutos.
Los suficientes para hacer mi trabajo.
—Hablo en serio —atajó con dureza la rubia que era su mejor amiga y que
me conocía demasiado bien—. Entiendo que las cosas siguen estando jodidas
entre vosotros y que su deseo de rehacer su vida no te tiene echando flores y
cantando villancicos, pero necesito que controles la situación en el menor
tiempo posible y que seas preciso, sin más víctimas. Diez minutos es todo.
Recordé que posiblemente teníamos un muerto entre manos —el padre de
familia que había recibido el impacto— y el deber primordial de nuestra jefa de
operaciones era prevenir que hubiera más bajas.
Ilyn Laurent era mi infierno personal, pero en estos momentos tenía que
olvidarme de ella.
Aunque luego de esta misión su presencia volviera a ser mi fiel compañera.

5
Hice una rápida entrada al pequeño apartamento y apunté con mi 357
Magnum a un joven que podría ser mi hijo.
¡Jesucristo!
Era apenas un niño.
Un adolescente que sostenía una semiautomática y cuya cara denotaba que
había perdido la esperanza.
Se sobresaltó con mi intrusión y evalué la situación. Los segundos eran
claves en estas situaciones. Su padre yacía en medio de un charco de sangre en la
parte inferior de la sala. Por el inexistente movimiento en su cuerpo, estaba
muerto.
¡Maldición!
¿Qué diablos podía llevar a un adolescente de catorce años a matar a su
padre? Aquello estaba más allá de mi mente.
Dirigió su arma para apuntar a su aterrorizada madre, cuyo rostro se
encontraba ensangrentado y con moretones.
«¡¿Mira lo que has provocado?!», tuve ganas de gritarle a la asustadiza
mujer, que era la responsable directa de todo esto, pero mordí mi lengua y dije
en su lugar:
—Las cosas no tienen por qué terminar de esta manera. —Mi tono moderado
y seguro buscaba tranquilizar al niño, que solo quería proteger a su familia—.
Pediré que se evalúe tu caso para que se te acuse por homicidio involuntario. En
defensa, ningún juez se atreverá a…
—¡Mentira!
Retrocedí un paso cuando su arma apuntó descuidadamente hacia sus cuatro
hermanas pequeñas y empezó a zigzaguear tembloroso de izquierda a derecha.
El bebé lloró histérico en los brazos de la mayor de todas.
Tenía que existir una manera de acercarme sin provocar que volviera a
disparar.
—Cap, los chicos están en posición y listos para intervenir cuando des la
señal —me susurró Xio por el auricular ubicado en mi oreja derecha.
Asentí. La computadora portátil, que lucía vieja y maltratada, se ubicaba en
la pequeña mesa de plástico en medio de la sala con vista directa hacia el joven.
A pesar de saber que mi equipo estaba listo, no me sentía tranquilo. La
situación tenía que ser contenida desde dentro antes de que se complicara y la
lista de muertos incrementara.
Con demasiada frecuencia recibía llamadas de hijos que querían hacer
justicia con sus propias manos en vista de que sus madres poco hacían por
protegerlos de un hombre abusivo. Era alarmante ver como cada vez eran más
jóvenes.
—¡Todos vosotros mentís…! —gritó enfurecido antes de apuntar decidido
hacia sus hermanas mientras caminaba hacia ellas.
¡Maldición! Iba a apretar el puto gatillo. Era ahora o nunca.
Me abalancé en su dirección, pero en mi afán de impedir que cometiera el
mayor error de su vida y lastimara a sus pequeñas hermanas, subestimé al
adolescente; antes de poder llegar a él me apuntó con el arma y disparó sin
dudarlo, inundando el aire con los gritos llenos de pánico de sus pequeñas
hermanas.
¡Mierda!
La bala impactó en mi brazo derecho, pero eso no me detuvo, llegué hasta él
y lo inmovilicé contra el piso. Podía sentir el orificio arder, pero me concentré en
neutralizar la amenaza. Levanté la mirada cuando por la periferia de mi ojo
detecté movimiento en la habitación de enfrente.
¡Joder! Un joven que no había visto salió de la pequeña habitación con un
arma apuntando hacia mí y listo para disparar.
¡Demonios!
—¡Ahora! —grité mientras esquivaba el disparo que iba directo a mi cabeza.
Mi equipo entró en cuestión de segundos rompiendo las ventanas y
encañonando al joven de dieciséis años que había estado oculto y que,
probablemente, era quien había disparado a su padre.
No me habría sorprendido que fuera así.
El joven, que tenía un moretón en la mejilla, lucía sucio y drogado, pero eso
no le impidió forcejear contra Jace Laurent.
Quien pensé que no se uniría a la fiesta esta noche.
—Quieto ahí, muchacho. Todo terminó, te espera una larga estadía tras las
rejas. ——Le quitó el arma y el chico gruñó furioso.
Vicent, que estaba de pie a mi lado apuntando hacia la cabeza del
adolescente con su fusil de asalto AR-15, parecía aburrido mientras le
preguntaba a Jace:
—Creí que dijiste que tenías cosas que hacer.
—Y las tengo. —Fue la escueta contestación del hombre del que poco
sabíamos qué estaba haciendo en estos días.
Tenía que encontrar una forma de hablar con él y averiguar qué rayos estaba
pasando. Conversación que esperaba sostener sin sacar nuestras armas.
Elliot y Aaron empezaron a revisar la casa en busca de más víctimas o
amenazas y yo intenté levantar del piso al muchacho para que Michael lo
entregara a la policía, que esperaba fuera.
—Esa herida se ve mal, Walker. —Vicent miró fijamente mi brazo, donde la
sangre había empezado a volverse profusa, así que Michael me ayudó a levantar
al joven, que pasaría una larga temporada en el correccional.
—Estoy bien. —Hice una mueca mientras presionaba la herida y caminaba
hacia la salida—. Nada que no haya sufrido antes. —Mentí descaradamente.
Jace se limitó a mirarme sin ofrecer alguna palabra y la policía hizo su
penoso ingreso, como si de una mala película de acción se tratara. Su equipo se
desplegó como si nosotros no hubiésemos hecho ya el maldito trabajo.
—Te dejo con estos imbéciles —dije antes de desaparecer por la puerta y sin
esperar a que me increpara más sobre el porqué de mi descuido.
¡Mierda!
Tenía que dejar de pensar en Ilyn Laurent o un día sería mi muerte.
***
Más tarde ese día.
La cortina se abrió bruscamente y, por un fugaz segundo, imaginé que se
trataba de ella, la mujer que no me dejaba dormir tranquilo.
—Podrías al menos respetar la privacidad de mi baño. —Fruncí el ceño hacia
una muy seria Xionela mientras presionaba el botón para que se detuviera el
agua. Puso los ojos en blanco.
—No tienes nada que no haya visto antes.
Gruñí una maldición y, aún con riachuelos de agua corriendo por todo mi
cuerpo, envolví una toalla alrededor de mi cintura.
—Pero no me voy a disculpar por no ser la hermosa mujer de cabellera negra
que te atormenta en tus sueños. Y cuando vas a visitar a tu hijo.
Hice una mueca mientras la veía alejarse tranquilamente hacia la habitación.
¡Joder!
—Me tomé la molestia de revisar el informe del médico y la bala estuvo muy
cerca de perforarte la arteria humeral —gritó, enojada.
No contesté mientras me detenía en el umbral de la puerta del baño; Xionela
se había cambiado el tradicional traje negro con el que trabajaba y vestía su
elegante ropa de diseñador, lo que le daba apariencia de una sofisticada mujer de
treinta años que nadie relacionaría con el cerebro principal de todas nuestras
operaciones.
Su inteligencia y perspicacia eran para tener cuidado.
—Nada importante —traté sutilmente de quitarle hierro al asunto—. Cuando
haces mi trabajo, es imposible no salir herido de vez en cuando.
Soltó una risa mordaz y entrecerró sus ojos.
—No te hagas el listillo conmigo. —Se dejó caer en la silla negra y puso sus
caros zapatos de tacón de aguja sobre mi cama king size—. Sabes perfectamente
que si te llegase a pasar algo me harías quedar muy mal ante las cámaras. Te
agradecería que para las próximas misiones tengas tu cabeza en el juego y no en
cosas que no puedes cambiar. Cosas del pasado que si están jodiendo tu presente
es porque tú mismo lo has querido.
—No tengo ni puta idea de lo que hablas. —Elegí ser un cobarde y mentir—.
Fue una situación difícil. Desde mi punto de vista…
—Ahórrate la mentira barata. —Frunció el ceño mientras golpeaba sus
tacones contra la moqueta y me señalaba con su dedo índice—. Jamás te he visto
subestimar a nadie; actuaste con mucha más precaución frente a un hombre cuyo
cuerpo temblaba más que una hoja mientras creía que era buena idea robar un
banco, así que me resulta curioso y algo simpático que un adolescente con una
puntería de mierda por poco te hiera de gravedad. —Sus labios se torcieron en
una fea mueca—. Hazte un favor y piénsalo mejor la próxima vez que quieras
meterte con mi software y expiar a la madre de tu hijo, que por cierto es mi
mejor amiga.
Suspiré mientras arrastraba una pesada mano por mi cara.
—¿Crees que es fácil para mí? —pregunté, sintiéndome atrapado.
—¿Y crees que lo es para ella?
Cuando Oliver me comentó el accidente, inmediatamente entré en la
computadora portátil que también utilizaba Xionela cuando estaba en mi casa.
Necesitaba saber qué tipo de hombre era lo suficiente bueno como para que ella
intentara darle una oportunidad.
Ingenuo, creí que ya se había dado por vencida con eso de las citas. Pero al
parecer era más terca de lo que imaginé.
Si estos últimos años habían sido difíciles, si le agregábamos el hecho de que
ahora quería salir otra vez con otro hombre, vaya infierno me esperaba por
delante.
Aunque eso no justificaba que utilizara la red de Xionela para mis
propósitos.
—Escucha… —empecé a decir; sin embargo, me interrumpí al comprender
que la conversación acabaría de la misma manera de siempre: ella diciendo una
verdad y yo sintiéndome como la mierda.
—Escucha, no te estoy juzgando. —Negó con la cabeza—. Sé que debe de
ser difícil lidiar con el hecho de que tu exnovia es Ilyn Laurent, una mujer que
ha probado que no acepta tu mierda, pero tienes que parar…
—Tenía que estar seguro de que su cita no pondría en peligro a mi hijo… —
justifiqué mi acoso—. Ilyn, ella… Ella solo es… es…
—Ella solo es una mujer que se ha cansado de estar sola…
—¿Sola? —me burlé mientras me acercaba a mi cómoda negra y abría el
cajón donde tenía guardada mi ropa interior—. Es irónico que lo digas cuando
ella tiene el privilegio de levantarse cada día con la compañía de mi hijo,
mientras que yo…
—Mientras que tú te encuentras solo porque así lo has decidido. —Se
levantó para irse—. Que no se te olvide quién la alejó de él para empezar. Ella te
amaba, pero ahora solo intenta hacerte a un lado y no ponerte en peligro. Ni a
nadie de tu equipo.
Dicho eso, la vi desaparecer por el pasillo y, un minuto después, escuché la
puerta de la casa siendo azotada.
¡Joder!
Dejé caer la toalla y me puse la ropa interior, busqué en el closet mi ropa de
correr y me calcé mis zapatillas deportivas; quizá el ejercicio me ayudase a
despejar la mente y olvidar cómo de estúpido fui y cómo de estúpido seguía
siendo después de todo este maldito tiempo.
6

Una Ilyn Laurent muy confundida.



Deberías saber algunas cosas de mí antes de contarte cómo empezó mi no tan
exitosa relación con el padre de mi hijo.
Lo primero es que no me considero una esnob. Todo lo opuesto. A mi
parecer, todos tenemos cosas que nos hacen valiosos, indistintamente de si
tenemos dinero o no, por lo que, al contrario de lo que piensa Adam, yo no tengo
ni un gramo de prejuicios dentro de mí.
¿Que si lo amé? Sí.
¿Traté de darle lo mejor de mí? Por supuesto que sí.
¿Pero acaso eso fue suficiente? Demonios, no.
Aquella noche cuando lo conocí, juro que me enamoré de la manera más
idiota e ingenua. Doce años después, el hombre que debería conocerme mejor
que nadie, creía que todo se trató de un juego. Uno muy egoísta y estúpido.
***
Doce años antes.

Me alejé un paso y negué con la cabeza. El hombre atractivo que tenía
enfrente me era conocido, no obstante, no lograba ubicarlo.
—No —dije, recogí mi cabello y exprimí el exceso de agua, que goteó por
todo el piso. A él no pareció importarle y me hizo sonreír—. Discúlpame a mí.
Por cierto, ¿te conozco? —Estreché los ojos—. Sé que creerás que intento ligar,
pero juro que siento que he visto tu rostro en alguna parte… —confesé, tratando
de ubicarlo una vez más en mi cabeza y fallando de nuevo.
Asintió y la comisura derecha de sus labios se alzó en una sonrisa que,
ingenuamente tiempo después, pensaría que sentiría mía para siempre.
Quizá debí prestar atención a la loca voltereta que hizo mi estómago cuando
empezó a llenarse de mariposas.
Era alto, casi un metro ochenta diría yo. La pesada chaqueta negra que cubría
su torso ocultaba el cuerpo fornido que, tenía la sospecha, se escondía bajo
tantas capas de ropa.
—Soy Adam Vaughan. —Sus manos grandes volaron a sus bolsillos traseros
—. Y mi rostro te suena porque trabajo en el área de limpieza de la universidad
de Preston. —Contuve el aliento—. Y tú eres Ilyn Laurent, hermana de Jace
Laurent, el tipo más genial que conozco.
¡Joder!
Primer chico que conocía desde mi ruptura con Robert y que lograba
capturar mi completa atención y resultaba que era un fanático del estúpido de mi
hermano. Creí que la noche se había convertido en la peor de toda mi vida,
aunque no fue así.
Adam tenía este efecto en mí, podía hacer que hasta las cosas más malas
pronto cobraran otro sentido.
Y aquello era algo que extrañaba profundamente.
Hice una mueca.
—No pude evitar reconocerte cuando entraste en el bar.
Asentí.
—Siento no poder decir lo mismo. —Sonrió y mi cuerpo tembló de
anticipación. Esos labios se veían tan apetitosos… Extendí mi mano—. Podemos
hacer cuenta que no has dicho la última parte y aceptaré la bebida a la que sé que
quieres invitarme.
Un hoyuelo apareció en su mejilla izquierda y lo perdí. Literalmente.
Desde esa noche me declaré una fanática de los hoyuelos en las mejillas
izquierdas y el de Adam Walker se convirtió en mi favorito. Incluso ahora, luego
de doce años, sentía temblar un poco mis piernas cuando veía ese hoyuelo
aparecer cuando sonreía a nuestro hijo.
Era una pena que Cody no lo hubiera heredado. Me gustaría poder verlo con
más regularidad en lugar del ceño fruncido y la línea recta que me daba cada vez
que venía a casa.
Esa noche marcó nuestras vidas.
Para bien.
Para mal.
En todos los sentidos. Y cuando se ofreció a caminar conmigo bajo la fría
lluvia hasta mi casa, las mariposas que habían nacido en mi estómago emigraron
a mi corazón.
Porque el arrollador amor que sentí por Adam Walker jamás estuvo en mi
estómago. Se alojó en mi pecho y secuestró mi corazón. Pero cuando el infierno
se desató, él… simplemente lo olvidó.

7

Ahora.
Una Ilyn Laurent de muy mal humor.

El sueño jamás vino a mi encuentro. Me levanté cansada y con los hombros
agarrotados. Quizá los sábados para otras personas eran sus días favoritos, para
mí era todo lo contrario.
Sábado y domingo eran los días designados para que Cody pasara tiempo
con su padre, por lo que en menos de dos horas tendría que estar frente a un
hombre que cada vez que me veía parecía que tuviera un palo atravesado por el
trasero.
—No olvides guardar el cuadro que pintaste para tu padre en el taller de arte.
—Está bien, mamá.
Cody corrió a su habitación justo cuando el timbre sonaba, dejé de ordenar el
bolso de mi hijo, cerré los ojos y tomé una profunda respiración: era hora de
ponerse la máscara de póker. Como siempre, ninguna dosis de calmante podía
lograr que mi presión arterial no se disparara cuando mis ojos hacían una doble
toma de su presencia. Y esta mañana no iba a ser la excepción.
Abrí la puerta y ahí estaba él, el único hombre capaz de hacer tropezar mi
corazón y llenar mis ojos de lágrimas con unas cuantas palabras de amor.
—Buenos…
—¿Está listo? —Corto, educado y directo al grano, Adam Walker no podía
sostener ni una conversación conmigo, aunque su vida dependiera de ello.
—Claro. —La punzada habitual hizo su nido en mi pecho. De pronto, una
copa de vino sonaba maravillosa a las nueve de la mañana.
Mi hijo bajó a toda velocidad y, dándome un beso en la mejilla, salió
disparado hacia la camioneta de su padre.
Vimos cómo se embarcaba en el asiento del pasajero, abrochaba su cinturón
y tocaba la bocina. El hoyuelo que me había flechado la primera vez hizo su
corta aparición. Al menos, hasta que su mirada se encontró con la mía.
—Adam… yo…
—Ahórrate la típica disculpa. Hoy de entre todos los días no tengo tiempo
para esto.
Giró sobre sus talones y caminó directo hacia la camioneta, que había dejado
encendida.
Luego de la noche de mierda que había tenido, no iba a permitir que se
marchara como siempre lo hacía.
—Un día tienes que superar lo nues…
Mis pies titubearon cuando giró violentamente y me encaró. La rabia que
hacía seis años me había golpeado resplandeció en sus ojos sedienta de mi
sangre.
—¿Superar dices? —Me detuve a medio metro de él—. Dime cómo diablos
supero seis años sin mi hijo. —Mis ojos escocieron, pero no aparté la mirada. No
podía—. ¿Cómo diablos superas esa mierda?, porque yo, francamente, no lo sé.
—Te dejé una carta…
—Y eso, Ilyn… Es por aquella carta por lo que nunca voy a perdonarte.
Pasó mucho tiempo desde que las luces traseras de su camioneta
desaparecieron por la desierta calle. Y aunque la suave llovizna se convirtió en
un fuerte aguacero, no me moví ni un centímetro; durante todo el tiempo que
permanecí ahí de pie solo podía rememorar una y otra vez la solitaria lágrima
que por primera vez abandonó uno de sus ojos.
Una lágrima que me confirmó que lo nuestro… ya no existía.
8

Doce años antes.


Una Ilyn Laurent muy enamorada.

Dos semanas después de mi primer encuentro con Adam Vaughan, solo verlo
se había convertido en algo que me gustaba hacer con regularidad.
Estaba mal. No verlo, sino el no decírselo a mis mejores amigas. Sin
mencionar que debía hablar con mi hermano.
Luego de que Elliot me descubriera besándonos atrás del gimnasio, tenía que
hablar con él antes de que se le escapara y se lo dijera a mi hermano.
—Has estado muy callada —preguntó Emisellys.
Dejé de revolver la asquerosa ensalada de mi plato y la miré. Podía sentir la
mirada de todas mis hermanas del mal quemando mi rostro y me sentí
agradecida de que Jace los martes tuviera doble sesión de entrenamiento y se
perdiera el almuerzo, al igual que sus compañeros.
Abrí la boca para decirles la verdad, pero el ruido de unos platos siendo
echados dentro de una cubeta me hizo cerrar la boca.
Mi piel hormigueó cuando la calidez de la mirada azul que tanto me gustaba
encontró mi rostro entre la multitud. Deseaba tanto mirarlo, pero…
—¿Estás bien? —Xionela guardó su móvil dentro de su caro bolso—. Te has
puesto pálida de pronto.
Asentí y me aclaré varias veces la garganta.
—¡Ya sé! —Yuli golpeó la mesa y todas la miramos—. Adam Wisley quiere
tener sexo luego de solo dos semanas saliendo. Lo sabía, hay que castrar al
maldito bastardo.
Solté una risa incómoda y negué.
—Tranquila. No hay necesidad de castrar a nadie. —Sus hombros cayeron y
emitió un resoplido.
Xionela estrechó sus ojos y de alguna manera supo que estaba mintiendo. Su
siguiente pregunta me lo confirmó.
—Entonces, este tipo, Adam… —me sobresalté al escuchar ese nombre.
Xionela centró toda su atención en mi rostro—, ¿mostró interés en ti? ¿O crees
que hay que dar por terminada la apuesta?
—Las cosas marchan bien —flagrante mentira, porque ni siquiera había
hablado con él—, pero tengo mucho trabajo que hacer. Es prematuro cantar
victoria, aunque tampoco me voy a dar por vencida.
Era un hecho que su pregunta tenía una trampa, pero como parte de mi
atención estaba cautivada por cierto hombre a mi izquierda no podía saber si la
había pasado o no.
Agregué una sonrisa coqueta.
—Si es así, iré preparando el dinero. Algo me dice que muy pronto, Ilyn
Laurent tendrá unas nuevas ruedas.
—Puede.
Me sentí agradecida cuando la conversación se dirigió hacia Yuli, quien no
podía esperar para contarnos que Cristopher se quedaba otro año más en
Londres.
No sabía por qué no les había contado lo que realmente había pasado aquella
noche, pero no me sentí bien compartiendo con ellas algo que aún no podía
ponerle nombre.
No era que me diera vergüenza admitir que estaba saliendo con el chico que
limpiaba nuestras mesas. Tacha eso. No se le podía llamar chico cuando Adam
tenía veinticinco años.
No solo eso.
Vivía con su madre en la peor zona de Londres y la lista de cosas malas que
lo convertían en un mal partido aumentaba y aumentaba. Y yo… yo no sabía
cómo empezar a decirles a mis mejores amigas que estaba dispuesta a renunciar
al dinero por él.
Que estaba empezando a tener sentimientos por un hombre que jamás sería
visto lo suficientemente bueno para mí.
Porque aparte de llevarme seis años de ventaja y que se ganaba la vida
limpiando nuestras mesas… él, bueno, él ni siquiera sabía leer y mucho menos
escribir.
¡Joder!

9

Ocurrió dos noches atrás.


Su confesión me cayó como un balde de agua helada y no pude haber estado
menos preparada.
Cuando conoces a alguien como Adam Vaughan lo último que se te podría
venir a la cabeza mientras escuchas la espesura de voz y sientes sus dedos
acariciar suavemente tu rostro es que no sabe leer o escribir.
¡Joder!
Me sentí una completa idiota cuando, al presionarlo para que respondiera a
mis mensajes, no le quedó otra que confesarme que no podía hacerlo porque
nunca tuvo la oportunidad de asistir a la escuela.
Él nació en Meadows, uno de los barrios más pobres de Reino Unido. El
escaso sueldo de su madre, quien había trabajado toda la vida como empleada
doméstica, apenas les alcanzaba para mantener un techo sobre sus cabezas, por
lo que no pudo pagarle una escuela. Ni siquiera aplicar para las públicas porque
no podía pagar el transporte o el almuerzo.
Mientras lo escuchaba, solo podía imaginarme a un pequeño Adam, sucio y
pasando hambre, creciendo en un barrio peligroso sin oportunidad de obtener un
título para poder mejorar su vida. Me conmovió que, a pesar de todo, él guardara
un sano respeto hacia su madre. La amaba, aunque jamás pudiera leer el
periódico o un buen libro. Me lo dejó claro cuando dijo:
—Ella es mi madre… —había dicho mientras sonreía tristemente. Mi
corazón saltó—, y siempre voy a amarla, aunque nunca sea capaz de leer el
maldito menú de un restaurante.
Como no pude formular una disculpa adecuada ni suficiente, simplemente
atraje su rostro hacia el mío y estrellé mis labios contra los suyos mientras el
cielo se abría y nos rociaba con su ya peculiar lluvia nocturna.
Mi corazón saltó otra vez.
Y otra vez.
Y un millón de veces más y no se detuvo. Ese beso había sido diferente.
Había cambiado todo. De muchas maneras.
Sentí la conexión cobrar vida y pasó: empecé a enamorarme de este hombre
que conocí el día que, se suponía, tenía que intentar ganar el dinero para mi
coche nuevo. Pero no importaba.
Sus manos se aferraron a mi rostro, acarició sus labios contra los míos y
preguntó:
—A pesar de que nunca seré capaz de escribirte una carta de amor…
¿quieres ser mi novia, Ilyn Laurent?
El apetito se me había ido. Me arriesgué y miré hacia donde él se encontraba.
Podía verlo todo el día y no cansarme de admirar cómo de apetecible se veía
vestido con el sencillo abrigo blanco, que se aferraba a los lugares correctos,
pantalones cargo y sus pesadas botas desgastadas. Mis labios se contrajeron en
una sonrisa y negué.
Su cara estaba desprovista de enojo mientras recogía con la ayuda de un
paño la comida esparcida a propósito sobre algunas mesas.
Encontraría una manera de que las cosas funcionaran entre nosotros.
No iba a renunciar a él.
Nunca.
10

Ahora.
Un Adam Walker muy arrepentido.

Enamorarme de Ilyn Laurent, quizá, fue la cosa más estúpida que hice en la
vida, pero su ingenio y belleza me paralizaron, para un hombre que a sus
veinticinco años solo había conocido la parte mala de la vida, ella se convirtió en
esa parte de mi día que quería ver con total desesperación.
Caminar con ella bajo la lluvia aquella noche, cuando me ofrecí a
acompañarla a su casa, había sellado nuestra perdición.
Yo era un analfabeto que se ganaba la vida limpiando mesas y trabajando
turnos extras limpiando habitaciones en los mejores hoteles del país para llegar a
fin de mes. Ella, la hermana de una leyenda. Ilyn lo desconocía en ese entonces,
pero Jace Laurent era uno de los pocos humanos decentes en esa universidad.
Siempre limpiaba su mesa y me saludaba con un fraternal golpe en la espalda,
como si fuésemos amigos de años.
Quizá lo éramos. Casualidades o no de la vida, siempre lograba encontrarme
donde él estaba.
Primero en la secundaria, donde empecé a admirarlo en secreto. No fue hasta
cuando ganó su primera medalla olímpica que noté a su hermana menor, una
cosita delicada de largo cabello negro y penetrantes ojos azules que hechizaron
mi cabeza.
A lo largo de los años, vi cómo se convirtió en una mujer que podía detener
el maldito tráfico. Ella podía verse como si fuera una indigente, pero tenía una
belleza que ni siquiera la ropa de mal gusto y arrugada que usaba podía opacar.
Sus labios fueron mi perdición.
Su sonrisa, la razón por la que me detenía medio minuto al día y,
simplemente, la admiraba.
No era prejuiciosa.
Tampoco tonta, ni cabeza hueca.
Y me encantaba la idea de que no anduviera detrás de ser la última tendencia
en moda. Ni buscaba la aceptación de nadie. Ella era una hermosa mujer que se
sentía cómoda en su piel. Y si al mundo no le gustaba cómo se veía,
sencillamente, podían joderse.
Aquella mujer que me enamoró era tan diferente a la Ilyn de ahora. La madre
de mi hijo.
Aún podía sentir, como si se tratara de un evento que sucedió esta misma
mañana, cómo mi corazón se elevó cuando esa noche entró en el bar con el
rostro pálido; no pude evitar caminar hasta el baño, donde había desaparecido, y
esperarla en la puerta.
En el bar trabajaba como ayudante de cocina y mi turno finalizaba en una
hora, pero por ella perdería el pago de ese tiempo.
Sobra decir que no pensé bien las cosas, ni las repercusiones que tendría ese
encuentro. Cuando su suave cuerpo impactó contra el mío y aquellos ojos tan
profundos encontraron los míos, perdí literalmente la cabeza.
No era que ahora no la perdiera, pero el sentimiento era diferente.
Cody cayó rendido luego de nuestra larga caminata por Bushy Park, nuestro
lugar favorito para recorrer.
Mi mente se alejó varias veces del presente y recordé cuando venía con Ilyn.
Cody apreciaba el tiempo que pasaba aquí y le gustaba tratar de trepar árboles o
admirar el estanque artificial. Como era muy raro que nevara en Londres, se
tenía que conformar con la escasa nieve que cubría el parque. Enero no era un
buen tiempo para venir, pues las constantes lluvias hacían imposible que
pudiéramos sentarnos en la verde yerba. Pero parecía que él se conformaba.
El día pasó con demasiada rapidez y no quería que amaneciera. Todos los
domingos sentía la misma opresión. No quería que se marchara de mi casa.
Nunca.
Vivía cerca de ellos, pero no lo suficiente para sentirme contento.
Si vivía más cerca, era probable que terminara matando a su madre.
Recosté suavemente su cuerpo y lo admiré por un largo tiempo. Decían que
se parecía a mí, pero yo podía ver a Ilyn reflejada en él en muchos aspectos.
Tenía ese mohín que hacía cuando estaba enojado. Y esa vena competitiva
que salía a relucir cuando no podía hacer algo medianamente sencillo.
Lo amaba.
Y esto…
¡Dios!
Arrastré una pesada mano por la cara y abandoné su habitación. Me detuve
en la sala y vi cómo mi móvil se volvía loco sobre la mesa del recibidor.
Trabajo.
Siempre trabajo.
Pero Xionela y los chicos podían hacerse cargo; me llamarían en caso de que
la situación lo ameritara. Esperaba que no.
No quería que mi tiempo con Cody terminara.
Me dejé caer en el sillón frente al televisor apagado y medité sobre mi corta
conversación con Ilyn esta mañana. Arrastré una mano por mi cabello. Las luces
estaban apagadas y el silencio trataba de consolarme. Me había roto el corazón
dejarla parada en la entrada de su casa, pero ella no merecía nada.
Ni piedad.
Ni remordimiento.
Ella no merecía mi simpatía.
Porque jamás fui suficiente para su amor.
Limpié mi mejilla mientras veía su esbelta figura hacerse pequeña por el
espejo retrovisor mientras me alejaba de ella y me llevaba a nuestro hijo por dos
días.
Tenía que recordar que ella lo alejó de mí seis años y que ese tiempo jamás
regresaría.
Ni aunque mis ojos lloraran por ella.
Y mi cuerpo suplicara por sentir su calor.
Ilyn Laurent era un tema muerto, como lo era nuestro amor.
11
Una Ilyn Laurent muy asustada.

Las Diosas del Averno habían convocado una reunión extraordinaria.
—Sigo sin comprender por qué esta reunión tiene que ser sobre mí —me
quejé y dejé caer mi gordo trasero en la silla negra, ubicada en el centro de la
sala de la casa de Eris.
Luego de que pude despegar mis pies del concreto de la entrada de mi casa,
me moví hacia el interior y tomé una ducha caliente. Cogí lo que había sobrado
la noche anterior y desayuné-almorcé espaguetis rancios acompañados de una
copa de vino.
Necesitaba urgentemente superar el dolor que me habían provocado las
palabras de Adam. No ayudaba que fuera sábado y las Diosas hubieran
organizado esta reunión en mi honor.
—Porque estamos preocupadas por tu vagina —puntualizó Erycka desde el
extremo de la sala, donde se encontraba rodeada de un montón de carteles
blancos y marcadores. Algunos frascos de pintura estaban volteados y se veía
muy concentrada. Era un completo misterio como aún seguía dando clases a
niños de primaria. Ni siquiera me explicaba cómo pudieron darle el permiso para
enseñar.
De las cinco, Erycka no parecía una maestra.
Gemí y cerré los ojos, solo mis amigas podrían considerar normal hablar de
mi vagina mientras estaba el marido de Eris en la cocina. Lugar donde se podía
escuchar perfectamente todo lo que estábamos hablando.
Segundos después, el pobre salió despavorido de la cocina llevándose a su
hijo.
—¿Y por qué hay un proyector a mi lado? ¿Acaso creéis que viendo una
película mi vagina se va a curar milagrosamente? Porque os seguro que el porno
no ayuda en mi caso y una película de Disney solo empeorará las cosas —ironicé
mientras me cruzaba de brazos y admiraba cómo Yuli fallaba en colocar el
bendito toldo blanco.
Hice una mueca cuando una gran parte del barniz de la pared se desprendió y
cayó sobre la moqueta.
Silencio.
Nadie se movió, pero todos los ojos volaron a Eris.
—No os preocupéis. Estaba pensando en remodelar la sala.
Yuli rio y negó con la cabeza mientras seguía mutilando la pared y tarareaba
la canción de la Mujer Maravilla.
Xionela y Emi estaban concentradas en sus móviles por lo que eso me dejaba
en compañía de la loca dañando la pared y Eris, que me miraba con ternura.
—Lo hacemos porque te amamos. —Los ojos de Eris brillaron y forcé una
sonrisa.
Yuli asintió y sonrió cuando estuvo feliz de cómo había quedado el toldo
empotrado.
Eris me miró y contuvimos una risa. No teníamos el corazón para decirle que
ese toldo estaba más chueco que un árbol torcido.
La luz fue apagada y el proyector cobró vida.
—Como sabes —la buena maestra Erycka caminó hasta el centro de la sala y
me preparé mentalmente para la locura que se avecinaba—, tus hermanas, las
Diosas del Averno, estamos muy preocupadas porque de todas eres a la que más
mal le ha ido en el amor.
Un murmullo de síes se escuchó en la habitación. Rodé los ojos.
—Es por ello —la imagen de una vagina con piernas apareció en el toldo y
casi me atraganté cuando leí el animado título que adornaba la parte superior—
que hemos ideado esto.
¡Salvemos el coño de Ilyn Laurent!
Solo esperaba que Sebastián estuviera encerrado en su habitación y no
pudiera ver la ridícula presentación.
Por media hora, Yuli repasó mis aventuras y desaventuras con el sexo
opuesto. Cómo de malas habían sido mis citas y lo horrible que sería pasar otro
año sin recordar lo que era tener una polla dentro de mí.
Hasta gráficos animados que representaban cómo de decaída estaba mi libido
se habían tomado la molestia de hacer. No sabía si echarme a reír o llorar
mientras aseguraban que, como mis mejores amigas, no podían seguir cruzadas
de brazos sin intervenir. Un momento francamente perturbador y que, esperaba,
pronto pudiera olvidar.
Para siempre.
—Hemos elaborado esta lista de tres candidatos que, estamos seguras, son tu
alma gemela perdida.
Las luces se encendieron y parpadeé varias veces. Eris, Yuli y Erycka
caminaron delante de mí con fotos de hombres medianamente atractivos.
Eris sostenía la de un hombre de piel oliva con una sonrisa ladeada y
brillantes ojos azules.
Demasiado lindo para mi gusto.
Yuli zarandeaba el retrato de un hombre que tenía el cabello negro, su rostro
estaba rodeado de una cuidada barba y sus ojos eran de un rico marrón.
Casi parecía mi tipo.
El tercero, en las manos de Erycka, era un hombre de ascendencia japonesa o
¿china? que lucía muy sonriente en la foto. Su cabello estaba completamente
rapado y su anguloso rostro no dejaba indiferente a nadie. Ni siquiera podía decir
si tenía los ojos abiertos o cerrados mientras sonreía.
¿Qué clase de locura era esta?
No tenía que ser una adivina para saber que esas fotos las habían robado de
Facebook. Sin permiso.
—Entonces, ¿cuál te gusta? —preguntó emocionada Eris.
—¿Perdón?
—No seas tímida. —Erycka contoneó la imagen en sus manos como si fuera
un anuncio—. El caballero que estoy sosteniendo se llama Bryan, tiene treinta y
cinco años. Soltero. Le gustan los animales y se ve que es muy activo, según vi;
le gusta visitar los Alpes y todo eso. Tiene muchas fotos de sus escapadas y
estoy segura de que viajar te haría bien.
Podían arrestarlas por uso indebido del Facebook.
—El candidato que te encontré se llama Erick y tiene treinta y dos años. —
La emoción de Eris estaba en su punto cumbre. Ella realmente se sentía
orgullosa del tipo al que había acosado por internet—. Es algo gruñón según
dicen sus amistades. —¡Oh, mi Dios! Nos iban a encerrar de por vida si se le
había ocurrido increpar a algunas de sus amistades—. Pero lo importante es que
actualmente está soltero y disponible. Aunque tengo que decirte que algunos de
sus posts son muy críticos, pero algo me dice que haríais una excelente pareja. Y
mis corazonadas nunca se equivocan.
Podía ver el manicomio en nuestro futuro. Camisas de fuerza, celdas
separadas y todo el paquete.
—Mi candidato, a mi parecer, es el más prometedor. —Yuli se había
colocado sus lentes de lectura tratando de verse filosófica. Ni siquiera me había
percatado de que lo había hecho o de que usara lentes—. Pero me tomé la
molestia de buscar uno como el prototipo que te gusta.
Miré desesperada a mis otras dos mejores amigas, pero ambas tenían miradas
curiosas en sus rostros. Incluso Emisellys, que casi nunca participaba en las
conversaciones donde el sexo reinaba y prefería abstenerse de compartir o decir
algo, me miraba fijamente.
Xionela, por su parte, había dejado de teclear en su móvil y me miraba con
una pizca de curiosidad.
¡Joder!
—¿En serio? —inquirí cuando regresé la mirada al frente.
—Por supuesto —resopló Yuli—. ¿O crees que por puro placer pasamos
acechando a estos hombres en línea hora tras hora? No es que sean feos ni que
sean desagradables, pero las tres tenemos pareja y no fue muy satisfactorio que
digamos andar escribiendo a varios de sus amigos para pedir referencias. Su ex
incluso me bloqueó cuando pregunté cuántos centímetros tenía… ya sabes. —
Sus ojos hicieron un movimiento loco y bajaron a mi entrepierna.
¡Jesucristo!
Yuli había perdido completamente la cabeza.
Gracias a su inadecuada pregunta, el juez creería que éramos unas psicópatas
adictas al sexo consiguiendo nuestra próxima víctima. Adam Walker no solo se
quedaría con la custodia, sino que podía evitar que viera a mi hijo otra vez.
Gemí ruidosamente y quise lanzarme desde el cobertizo.
—Ese no es el punto. —Eris caminó hacia mí—. Hemos hecho esto porque
sabemos lo frustrante que ha sido concretar una cita en estos últimos años. No es
justo que seas tan buena madre y no tengas un buen hombre cuidando de ti.
—Estoy bien…
—¡Eso no es verdad!
Mis ojos se anegaron de lágrimas y un nudo se formó en mi garganta. No
quería llorar, pero toda esta presentación me había hecho recordar que los años
pasaban, sin indicios de encontrar a un hombre especial que me quisiera.
Erycka dejó la fotografía en el sofá y se paró al lado de Eris.
—Tienes que intentarlo. Te lo debes.
Asentí y limpié la lágrima que rodó por mi mejilla. Pronto estuve rodeada de
mis amigas. Un sentimiento tocó mi pecho y me relajé. Había pasado mucho
tiempo desde que me había sentido tan querida por ellas.
Sobre todo, después de todo el desastre y las cosas malas que pasaron.
Porque después de tanto tiempo, entendí que la vida no nos quería juntos y…
—Sabemos que amas a Adam… —Emisellys acarició mi rostro. Abrí la boca
para refutar su afirmación, pero sus siguientes palabras hicieron temblar mi
corazón—, pero es hora de dejarlo ir.
—Exacto. —Miré a Xionela y ella sonrió un poco. Mi corazón tembló.
De todas las presentes, ella era la que más involucrada estaba en mi desastre.
—Aunque creas que no nos hemos dado cuenta, e incluso tú tampoco seas
consciente, saboteas sin darte cuanta cada relación que tienes porque esperas que
Adam regrese. Y temo que eso… que eso no va a pasar.
Esa noche cuando llegué a casa lo hice en compañía de los números
telefónicos de esos tres candidatos.
Cuando me puse mi pijama para dormir, me senté en el filo del colchón y
elevé mi pierna derecha. Por varios minutos solo miré hacia la nada mientras
acariciaba un dije del símbolo del infinito que adornaba mi tobillo. Oculto
siempre de la mirada de todo el mundo.
De las preguntas de quién me lo había dado o qué significaba para mí.
Abrí el prendedor y retuve la respiración.
—Es hora de dejarte ir, Adam Walker…, aunque para empezar nunca fuiste
mío realmente.

12
Doce años antes.
Una Ilyn Laurent muy emocionada.

Me gustaba la forma en la que Adam Vaughan veía la vida. Era una mezcla
de sencillez y cinismo que me hacía reír en ocasiones.
—Entonces dices que, si me rompo la cadera, ¿tú cuidaras de mí por
siempre?
Mi piel hormigueó y mi corazón se agitó cuando su cálido aliento serpenteó
en mi oreja izquierda.
Cinco meses habían transcurrido desde que acepté ser su novia luego de que
me confesara que no sabía leer ni escribir.
Para total asombro de mis mejores amigas, un mes después de decirle que sí
a Adam renuncié a la apuesta. El coche podía esperar. Adam, no.
Xionela me había mirado por largos minutos, pero me mantuve firme en mi
decisión, y cuando las chicas preguntaron el porqué de mi renuncia me encogí de
hombros: tener mi propio coche de pronto ya no era tan emocionante.
Y no mentía.
Cuando un hombre te besaba como lo hacía Adam Vaughan, ningún viaje en
coche podría comparársele.
Ni siquiera el manejar tu primer coche nuevo.
Ni siquiera la puesta del sol.
—Prometo que no solo cuidaré de ti. —Su profunda risa hizo vibrar su pecho
y yo me recargué contra él. Aunque no veía ni una mierda gracias a la venda que
tenía en mis ojos, me sentía segura. De alguna manera, él siempre me hacía
sentir segura—. Haré que cada día sea un momento que quieras recordar. Me
encargaré personalmente de eso.
—Y caer de culo seguro será un infierno de recuerdo que tendrás para
doblarte de la risa a mi costa.
Sus manos envolvieron mi cintura y di dos pasos más. Sus labios acariciaron
mi cuello y me estremecí.
Solo sabía que me había traído a Bushy Park y que eran las dos de la
mañana. Ni te imaginas la cantidad de mentiras que había dicho.
A mis padres.
A mi hermano.
A mis mejores amigas.
Pero él las valía, cada una.
Quizá mi alma estaba sucia, pero quererlo me hacía sentir tan feliz. El
mundo dejaba de importarme cuando estaba sentada junto a él, solo respirando el
mismo aire.
Ir al cine jamás fue tan emocionante que cuando me sentaba junto a él en la
oscuridad y sostenía mi mano. Nadar en el lago helado rompió cada una de las
cosas que creí saber. Pero aún no habíamos tenido sexo. Y eso me estaba
matando.
Literalmente.
Esperaba que esta noche quisiera dar el siguiente paso porque sentía que, si
no lo hacía, pronto mis ovarios iban a explotar.
—Me gusta el vestido que te has puesto. —Su mano acarició el interior de
mi pierna derecha, sus dedos hicieron un lento recorrido; contuve el aliento y un
gemido que amenazaba con romper sus tímpanos.
—Adam…
—Shh… déjame memorizar cada parte de tu cuerpo. Quiero que, aun con los
ojos vendados, seas capaz de reconocer mis manos. Mi olor. —Gemí
audiblemente cuando su dedo recorrió el contorno de mi braga—. Si supieras las
ganas que tengo de estar dentro de ti…
Mi cuerpo se estremeció y las imágenes de los dos enredados bajo una
sábana sedujo mi alma.
Lo ansiaba demasiado.
—Tan húmeda… tan lista para mí. —Suspiró y apartó la mano. Gemí en
protesta. Perdí la cordura y me restregué con fuerza contra su pecho y provoqué
su parte sur con mi trasero.
Esta noche tenía que ser la noche.
—Ilyn… —siseó.
—No sé por qué me has traído aquí, pero no te voy a mentir: espero que sea
para tener sexo.
Riendo se alejó de mi espalda. Me desinflé como un globo.
—Ya llegaremos a esa parte, pero primero necesito mostrarte algo.
—Entonces esto no era ningún fetiche sórdido donde me vendabas los ojos y
me ordenabas darte placer…
—¿Debo preocuparme de lo que lees?
Reí y negué con la cabeza.
—Cuando se trata de ti, créeme, no necesito ningún libro erótico para avivar
mi imaginación.
—Eso me tranquiliza. Mucho.
Con cuidado, me ayudó a dar diez pasos más antes de volver a susurrar.
—¿Lista?
—¿Para ti? Siempre.
No necesitaba verlo para saber que su rostro tenía una sonrisa. La misma que
me regalaba día tras día luego de limpiar una mesa. O encontrarlo en el pasillo.
Él extendería su mano y rozaría mis dedos.
Me gustaba lo tierno y romántico que podía llegar a ser.
Miles de mariposas revolotearon, disimular lo atraída que me sentía se estaba
complicando, pero las consecuencias estaban lejos de importarme.
Colocó un papel en mi mano y aflojó la venda. Tuve que parpadear varias
veces para adaptarme al brillo de los cientos de luces amarillas que me rodeaban.
Abrí el papel que colocó en mi mano y mis ojos se llenaron de lágrimas.
¡Heres ermosa!
No importaron las faltas ortográficas, que podían hacerte sangrar los ojos, y
la fea caligrafía, alcé la mirada y no pude apartarla de él. Y lo supe.
Estaba enamorada.
De todo él.
De lo que lo hacía ser Adam Vaughan.
Sin dramas.
Sin pretextos.
De esa mirada vulnerable.
De esa sonrisa boba que me ponía a cien.
De todas las veces que lo había atrapado mirándome a través de la cafetería.
De esos roces en el pasillo. De la intensidad con la que me besaba. Por
haberme demostrado que una misma persona podía besar de mil maneras
diferentes. Y que los besos no tenían que ser los mismos.
Enseñándome que no importa que tan malo sea el mundo, uno podía elegir
sacar lo bueno de cada parte de ello.
De cada derrota.
De cada tristeza.
Lo amaba.
Cuando mis sentimientos se volvieron tan claros como el día, me arrojé a sus
brazos y lo besé. Lo besé como aquella noche bajo la lluvia cuando me confesó
que no sabía leer ni escribir. Mi boca bebió cada palabra de la suya. No podía
entender qué decía, pero nos arrastré a la pequeña tienda de campaña que había
colocado en medio de todas las luces.
La sangre rugió y perdí la noción de lo que estaba haciendo.
Mi zapatilla deportiva golpeó la botella de vino que descansaba dentro de un
recipiente con hielo, pero no me importó.
La cena-picnic que había preparado y descansaba sobre una manta, colocada
en el césped, podía esperar. Necesitaba sentirlo dentro de mí.
Ahora.
Me las arreglé para meternos dentro de la carpa sin rompernos el cuello y
reímos cuando al intentar sacarme el vestido por la cabeza impacté mi codo
contra su rostro.
—¡Oh, Dios mío! Lo siento. —Besé suavemente su cabeza.
Soltó una risa y sus manos recorrieron mi cintura.
—Tranquila, señorita. —Me estremecí cuando sus labios besaron el valle de
mis pechos—. No planeo ir a ninguna parte.
—Como si te dejara hacerlo —susurré delineando sus labios con mi dedo
índice. Gimió mi nombre una vez más y nos perdimos.
Luego de eso no hubo más charla. La ropa se fue y mi piel reclamó su piel
como su nuevo hogar.
Sus manos abrieron mis piernas y su boca devoró cada centímetro. El
cunnilingus jamás había sido tan placentero. Tan estremecedor.
Me deleité en la sensación de sus manos acariciando mi trasero. No era suave
pero tampoco duro. Me estaba preparando para lo que venía. Y fue intenso.
Su boca merodeó hacia mis pechos, tomó dentro de su boca uno de mis
pezones y lo succionó con fuerza.
—¡Dios!
Eché la cabeza hacia atrás y cerré los ojos. Mi vulva rogó por su intrusión y
me perdí en las miles de sensaciones que despertó su toque. Me ubicó debajo de
él y su falo, recubierto de látex, encontró el camino correcto para hacer volar mi
mente.
Lentamente y aplicando la fuerza suficiente, abrió con su cabeza mi apretada
calidez. Un ronco gemido abandonó su garganta cuando estuvo por completo
dentro de mí.
¡Jesús!
Me sentía tan llena. En todos los sentidos. Y no quería que este momento
jamás acabara.
Sus caderas rotaron y rechiné los dientes. Mis paredes se apretaron y el
ahogó un gemido.
—Tan deliciosa…
La primera acometida se sintió maravillosa e incómoda. Había pasado un
largo tiempo sin sexo por lo tardaría en acostumbrarme a su grosor.
—No puedo ir despacio… Yo…
—No lo hagas. —Atraje su rostro hacia el mío y besé suavemente sus labios
—. Quiero que te tomes el tiempo y trabajes mi cuerpo. —Sonrió y sus caderas
retrocedieron y arremetió sin piedad. Una y otra vez. Hasta que no reconocí
dónde empezaba él ni dónde terminaba yo.
Me dio la vuelta y me tomó por detrás. Sus manos apresaron mis caderas y
de una profunda estocada entrecortó mi respiración. Cerré los ojos y empujé el
trasero hacia atrás con la intención de otorgarle un mejor ángulo, y lo encontró.
Perdí la conciencia entre el vaivén de sus caderas y el susurro de sus
palabras.
—¡Joder! Mi polla se ha enamorado de tu coño… —Mis paredes se
apretaron en respuesta, él emitió un gemido y echó la cabeza hacia atrás mientras
maldiciones se derramaban de sus labios—. ¡Maldición!¡Maldición!
Sus embestidas cobraron más vigor y estuve más cerca de las brillantes luces
que nunca antes. Apreté mis manos sobre la sencilla manta que nos protegía de
la rigidez de la tienda.
Mi mano viajó hasta mi clítoris y empezó a masajearlo. El sonido de nuestros
cuerpos chocando me envió a un espiral de sensaciones, pero fue su mano
reemplazando la mía lo que me hizo explotar y quedar sorda.
Mi cuerpo se sacudió por las olas de placer que sus dedos exorcizaban de mis
nervios. Me tocó de la manera en la que necesitaba. Sus acometidas
enloquecieron y se vino. Dentro de mí.
Rezando mi nombre.
Y yo, por esos cinco minutos, creí que estaríamos siempre juntos. Y fue así.
Al menos, tres meses más. No solo hubo amor, también celos, peleas y
discusiones absurdas, pero siempre volvíamos a este lugar.
Donde yo fui suya y él fue mío. Y las luces siempre nos recordarían que aquí
fue donde empezó realmente nuestra historia de amor.
Fue una noche antes de que el infierno explotara sobre nuestras cabezas que
me hizo un regalo, el más costoso que él se podía permitir y yo no pude estar
más feliz.
Un dije con el símbolo del infinito bañado en oro fue colocado en mi tobillo
derecho como la promesa silenciosa de que, sin importar lo que pasara, siempre
encontraríamos el camino para regresar juntos.
Y le creí.
Porque él se había tatuado ese mismo símbolo en su tobillo derecho.
Estábamos conectados. Unidos para siempre. Sin importar nuestras absurdas
peleas o malentendidos, prometió siempre regresar a mí.
Así que, cuando dos noches después, lo peor de este mundo le pasó, vine a
buscarlo creyendo que me estaría esperando.
Pero no fue así. Entonces lo esperé.
Y esperé.
Y esperé.
Pero él nunca llegó.
La noche cayó y él no vino a por mí.
Cuando la madrugada se convirtió en un nuevo día, me levanté y me fui.
Tenía que encontrarlo, porque perder a tu madre debía ser la cosa más
horrible del mundo, pero nada me preparó para el hombre que encontré en su
lugar. Y entonces… él rompió mi corazón.
13

Doce años antes.


Una jodida Ilyn Laurent estúpidamente enamorada.

Supe en el instante en que sus carnosos labios tocaron los míos que la vida
de aquí en adelante sería diferente. Llámame bruja o lo que sea, pero tenía el
angustioso presentimiento de que este podría ser uno de nuestros últimos
encuentros. Y rehusaba aceptarlo.
No dejaría que me apartara.
Aún no sabía bien qué había ocurrido con su madre y su prematura muerte.
Fueron los rumores en los pasillos de la universidad los que me hicieron
levantarme de mi asiento en plena clase de Administración y salir corriendo en
su búsqueda.
Xionela no estaba en ninguna parte. Necesitaba saber si eran ciertas las cosas
que decían. Pero ella no había venido a clase. Ni su hermano. Y eso solo
aumentaba los rumores.
Rumores que hacían daño a Adam.
Todo no podía ser cierto.
Yuli, quien compartía la misma clase conmigo, me interceptó en la puerta de
salida y me preguntó por mi sobresalto mientras me advertía con la mirada que
no le mintiera. Lucía hecha un desastre. La noticia que involucraba a la familia
de nuestra Xionela estaba acabando con sus nervios.
—¿Estás involucrada con Vaughan? ¿Es eso?
—Luego te lo explico.
—Tienes mucho que explicar, Ilyn Laurent.
La dejé de pie, ahí, en la puerta y desaparecí entre los coches. Necesitaba
verlo. Necesitaba escuchar su voz. Consolarlo. Mi mejor amiga tenía a su
hermano y a las Diosas del Averno, pero Adam no tenía a nadie.
Yo era todo lo que ahora tenía. No podía fallarle.
Luego de mi infructuosa espera, lo encontré en la pequeña capilla donde se
estaba realizando un pequeño servicio. Guardias ataviados con trajes negros y
gafas oscuras custodiaban la puerta y prohibían la entrada de la prensa.
¡Jesús!
Ya no necesitaba a Xionela para saber si los rumores eran verdad.
El infierno brilló en las profundidades de sus hermosos y furiosos ojos azules
como una advertencia que gritaba que me mantuviera alejada, pero ignoré todo
sentido común. Existía una sola forma de calmar su dolor y nos encerramos en la
vieja biblioteca de la capilla.
Asumí el riesgo de perderme entre los brazos de un hombre que jamás había
lucido tan roto. Tan vacío.
Me torturaba no ser capaz de acariciar su alma y consolarlo, cuidarlo. Me
asustaba un poco el intenso y agonizante dolor que reflejaban sus ojos mientras
sus manos grandes y ásperas bajaban los tirantes de mi vestido negro con una
delicadeza fingida. Antes de venir me había cambiado de ropa. El negro no era
mi color favorito, pero por él lo usaría el tiempo suficiente.
Aunque fuera toda la vida.
Era obvio por el calor que desprendía su enfurecida mirada que él quería
arrancarme el maldito vestido, y yo… yo lo quería.
¿Qué tan mal podría ponerse esto?
Admito que lo deseaba tanto que dolía, no dudé ni un segundo que él era
capaz de ver la pasión desenfrenada que pujaba en mis asustadizos ojos azules,
como también aquel deseo comprimido que sentía por él.
Solo por él.
Aquella oscuridad que hoy se había apoderado de su ser podía sentirla en
cada roce, en su acelerada respiración y en cada beso, que quemaba con fuego la
tierna carne de mis labios.
Mis pezones dolieron de necesidad mientras su siniestra mirada fue de mis
ojos a mi boca y de ahí a mis erguidos pezones, que rogaban por sus dientes.
Gemí audiblemente cuando su caliente boca se cerró sobre uno de ellos.
¡Joder!
Estaba a punto de sufrir una falla cardiaca.
—Shhh —dijo mientras se alejaba un poco de mi pezón y lo acariciaba con
sus labios.
—Te-tene-tenemos que hablar. —Me esforcé por decir mientras sus labios
decidieron que se habían cansado de jugar con mis pezones y ahora recorrían mi
cuello perezosamente, mientras el agarre de sus grandes manos sobre mi cintura
era tan tenso y apretado que casi me hacía daño.
Había un aura negra que lo rodeaba, pero esperaba ser capaz de apaciguarla
con mis palabras.
—Nada de hablar. Solo déjame sentirte. —Me quejé hambrienta de placer
cuando sus dientes rastrillaron mi garganta.
A una parte de mí —que odiaba por volverme masilla entre sus manos— le
encantaba cada una de las cosas que él le hacía a mi cuerpo. Esta dureza que
jamás existió en sus palabras me tenía enloquecida, eufórica…
Perdí el hilo de mis pensamientos cuando de una embestida se adueñó de
todo mi ser; ni siquiera había sido consciente de que se había bajado el pantalón
y había hecho a un lado mi ropa interior.
El dolor provocado por su fuerte invasión me envió casi a un coma de dolor
y placer. Cerré los ojos mientras las saladas lágrimas empezaban a hacer su
camino.
¿Quién era este hombre?
—¡Joder! —siseó—. Hoy tu coño está tan ceñido que envuelve mi polla
como un guante.
Con un ronco gemido retiró lentamente su falo solo para volver a arremeter
con mucha más fuerza. Gemí y rodeé con mis manos su cuello ante la crudeza de
sus palabras mientras mi espalda era presionada duramente contra la pared. En
ese instante, debí imaginar que algo malo pasaba conmigo.
El placer se arremolinó en mi vientre y mis fluidos ayudaron a que sus
acometidas empezaran a sentirse deliciosas. Placenteras.
Traté de prepararme mentalmente para la siguiente embestida, pero fue inútil.
Esta vez, su golpe arrancó de mi garganta un agudo gemido acompañado de una
suave súplica.
—¡Otra vez! —me oí sin aliento mientras todo mi ser se apretaba a su
alrededor.
Exquisito.
Por sucumbir a su embriagante pasión bien valían la pena todas las mentiras
que se entretejían a nuestro alrededor. Mentiras que lastimarían a muchas
personas luego de este día.
Yuli no descansaría hasta que le dijera la verdad y no quería mentir. Quería
sostener la mano de Adam mientras atravesaba por todo el desastre que había
provocado su madre.
Él era hijo ilegítimo de John Walker, magnate de negocios, lo que lo
convertía en hermano de Xionela. Y de Dietrich.
Si a mí me había costado comprender todos los rumores, ni siquiera podía
empezar a imaginar lo que era para él aceptar todo esto.
Porque era verdad. Él era un Walker y nadie podía negarlo.
—Repítelo —demandó, su voz era apenas un susurro ronco mientras sus
fuertes manos apretaban mis piernas haciendo que mi vestido se arremolinara en
mi cintura. Su furiosa polla permaneció en mi entrada esperando que le diera la
venia para adueñarse otra vez de mi frenesí.
Mi respiración se volvió superficial y me esforcé para que mis pulmones se
llenaran de aire.
—¡Repítelo! —siseó, con enfado.
Su voz se había tornado áspera y, a diferencia de mí, su respiración era casi
normal; si no fuera por el sudor que perlaba su frente, habría jurado que no le
costaba casi nada mantenerme presionada contra la pared.
Este no era Adam Vaughan haciéndome el amor. Este era Adam Walker, un
hombre que estaba dispuesta a conocer.
—O-otra vez —susurré, apretando más mis piernas al igual que mis manos.
—¡Más fuerte! —exigió, alejando su gruesa longitud en mi entrada,
restregando su cabeza, activando todos mis nervios—. Quiero oírtelo pedir más
fuerte.
Cerré los ojos.
—¡Otra vez! —rogué más fuerte y mis ojos se encontraron con su fría
mirada.
Una fantasmal sonrisa apareció, pero se esfumó demasiado pronto de su
bello y demacrado rostro antes de sentir la exquisitez de su longitud arremeter
contra mi interior.
Mi espalda se quejó por la fuerte presión contra la fría pared, pero no
importaba; era lo que tanto quería que por unos segundos me sentí completa.
En un retorcido y para nada sano juicio, me sentí completa.
Le di lo que tanto quería, porque sus embestidas se volvieron intensas y
desmesuradas.
Podía sentir cómo algo dentro de mí se apretaba mientras crecía una fuerte
necesidad de llorar. Mis gemidos se entrelazaron con los de él y, Dios, hasta sus
gemidos eran aterradoramente más eróticos.
Exploté en pedazos cuando su carnosa boca se cerró en mi pezón izquierdo y
chupó con fuerza. Fue así cómo sencillamente… lo perdí. Sus estocadas se
volvieron más violentas y fuertes mientras se adentraba más en mi interior. Mi
éxtasis se prolongó y su boca se dio un festín con mis pezones. Sentí su polla
palpitar violenta en mis confines antes de liberar su espesa semilla. Embistió tres
veces más y se detuvo abruptamente aún con ella palpitando dentro de mí. La
calidez de su corrida empapó mis piernas.
Nuestras pesadas respiraciones eran lo único que se escuchaba en la pequeña
y oscura habitación mientras el olor de nuestro deseo y del montón de ramos de
flores blancas impregnaba cada rincón.
—Adam…
Dejó caer su frente contra la pared en la que me tenía apoyada y supe el
momento exacto en que la realidad lo golpeó porque su cuerpo se tensó
completamente.
—Adam… —repetí por segunda vez sin obtener respuesta.
¡¿Qué mierda?!
Después de esto no podía quedarse callado y no contestarme. Había tanto
que quería decirle.
Los errores de su madre no tenían por qué perjudicar nuestra relación.
Empezó a dejar que me deslizara por su cuerpo, tratando de que mis piernas
entumecidas se desenvolvieran a regañadientes de sus caderas. Le hice difícil el
trabajo porque, a pesar de estar extasiada y confundida, no iba a permitir que se
fuera sin más. Merecía una maldita explicación de lo que había significado este
arrebato y que me condenaran si toleraba más su silencio y lo dejaba marcharse
sin dejarme entrar un momento en su corazón, ayudarlo a procesar este
momento. Abrí la boca para decir algo, pero un pesado golpe en la puerta me
detuvo.
—Vamos, Adam, sé que estás ahí dentro, varias personas te vieron entrar.
¡Mierda!
¡Mierda!
¡Mierda!
Jace, mi hermano, era quien llamaba a la puerta. No tenía ni una maldita idea
de lo que mi hermano estaba haciendo aquí. Adam evitó encontrarse con mi
mirada mientras esta vez cedía voluntariamente a sus intentos de desenvolver
mis piernas de su cintura. Lo miré confundida. Había una familiaridad en la voz
de Jace que no me gustaba.
—¡Vamos, Adam! —gruñó perdiendo la paciencia, ahí estaba otra vez el
tono de familiaridad—. Abre la maldita puerta de una jodida vez o juro que la
voy a tirar. —Su voz era autoritaria y era dolorosamente consciente de que no
estaba bromeando.
¡Joder! Odiaba la idea de que me estaba perdiendo algo. El que él se
encontrara aquí ya auguraba algo malo, pero le daría el beneficio de la duda…
antes de asesinarlo.
O de castigarlo sin sexo por tiempo indefinido.
—¡Un minuto! —gritó desprovisto de emoción y mi corazón se tambaleó.
¡Oh, mierda! Adam estaba listo para hacerlo público. Desmayarme sonaba
tentador, pero otra vez estaba el hecho de que nada de esto estaría pasando si mi
hermano no estuviera aquí.
Siendo el único amigo acompañando a Adam.
—No tienes que ponerte violento para que abandone la habitación —
reprendió sin humor mientras se acomodaba dentro del pantalón.
—¿Ves? —La tensión había abandonado la voz de mi hermano y su tono
volvía a ser juguetón y relajado. El tono que usaba normalmente con sus amigos
—. Hablando se entienden las personas —bromeó—. Además, tienes que
ayudarme a buscar a Ilyn. —Mi pecho fue presa fácil de una mala sensación—.
El guardia de la entrada me dijo que autorizó su entrada, pero no logro
localizarla. ¿La has visto? Creo que ha venido a buscarme porque no me ha
encontrado en la universidad.
Me estremecí.
¡Joder!
El momento en el que Adam admitiría que estábamos juntos había llegado y
yo no podría estar menos preparada. Aunque una parte muy loca de mí quería
hacer pública nuestra relación, no deseaba que fuera bajo estas penosas
circunstancias.
Horribles circunstancias…
—Tranquilízate… —dijo el hombre del que estaba perdidamente enamorada
y que desde hoy todos conocerían como mi novio. Empecé a acomodarme el
vestido para lucir algo presentable cuando el infierno estallara sobre nuestras
cabezas, pero sus siguientes palabras me inmovilizaron—. Debe de estar por
ahí…
¡¿Qué…?! Lo miré alucinada.
—Ya sabes, con lo distraída que es…
¿Qué mierda acababa de decir?
Mi corazón fue atravesado por una profunda estaca, y no por lo que había
dicho, mis esperanzas cayeron sin paracaídas por un precipicio, sino por la forma
en que lo había hecho. Tenía que aceptar que se había expresado con tanta
indiferencia que era como si yo no valiera más que cinco centavos.
—Está bien —terció mi hermano, ajeno a que el idiota, que sospechaba que
me había ocultado que era su amigo, acababa de lastimar profundamente a su
pequeña hermana—. Si no te veo aquí fuera dentro de cinco minutos, tumbo la
puerta. Solo quería decirte que necesito salir de este lugar porque ya me están
dando comezón tantas malditas flores. Perdón, eso sonó desalmado, es que no
me sienta bien tanto polen y esas mierdas.
Escuché sus pasos desaparecer por el largo pasillo y ni un solo momento dejé
de mirar al imbécil de mi no-novio.
Mi alma empezó a morir con cada segundo que pasaba y que él perdía sin
decir nada. Tenía ganas de llorar y gritarle, pero una pequeña esperanza dentro
de mí estaba a la espera de que fuera a decir algo inteligente y romántico.
Más le valía si no quería tener que explicar por qué diablos había obtenido
un ojo morado el día del velorio de su madre.
De nada sirvió cuanto traté de cuidar de aquella indefensa esperanza cuando
sin darme ninguna mirada o palabra —la verdad es que esperaba más que una
sencilla explicación— caminó tranquilamente hacia la puerta, la abrió y salió.
Mi cuerpo empezó a convulsionar de rabia, horrorosas lágrimas empezaron a
derramarse de mis hinchados ojos azules. No lo podía creer: se había marchado.
La realidad me golpeó con fuerza; me encontraba casi desnuda —aún tenía
mi vestido arremolinado en la cintura— y, sin duda, eso me convertía en la
mujer más estúpida por lo que había permitido que pasara.
¡Joder, Ilyn! Tú sí sabías cómo hacerte valorar.

14

La noticia de la muerte de John Walker corrió como la pólvora, pero el que


muriera en compañía de la madre de Adam, su amante, levantó una ola de
especulaciones y secretos.
Todos tenían algo malo que decir sobre Emma Vaughan.
Y lo hicieron aún más cuando su exmujer, la madre de Xionela, una mujer
frívola que hacía dos años había renunciado a la custodia de sus dos hijos a
cambio de una generosa herencia, envió una declaración a los medios de
comunicación confirmando los rumores.
La perra descarada hizo eso.
Hacía veintiocho años, John Walker había contratado los servicios de una
joven mujer de diecisiete años para limpiar su casa de verano a las afuera de la
ciudad de Buckingham. En ese entonces, él tenía treinta y cinco años y estaba
comprometido con esa bruja.
Según el comunicado, donde narraba al detalle cómo empezó la fraudulenta
relación, Emma era la culpable directa del deterioro y final desafortunado que
tuvo su matrimonio. Y aseveró que si ella se quedó a su lado todo ese tiempo fue
porque amaba a su esposo, aunque era consciente de la aventura que este
mantenía.
Nadie creía la última parte.
Pero ella continuó explicando en su carta: «Esa mujerzuela vivía llamando y
acosando a mi exmarido. Ella fue la culpable de que hoy mis hijos no quieran
verme y de que también se hayan quedado sin padre».
Vieja arpía.
Si sus hijos no querían verla era porque había estado más interesada en follar
al personal de seguridad que cuidarlos a ellos. Las investigaciones todavía
estaban siguiendo su curso. No se tenía claro qué hacían los dos en el coche
cuando el señor Walker perdió el control y cayó al río Támesis.
También despotricó sobre lo astuto que fue por parte de Emma Vaughan
quedarse embarazada.
«Hoy se cumple lo que vaticiné hace veinte seis años, cuando esa mujerzuela
apareció en la puerta de nuestra casa y dijo que estaba embarazada. Es una pena
que John esté muerto y no pueda decirle en su cara… Te lo dije».
Rodé los ojos y seguí escuchando atentamente todos los pormenores sobre el
escándalo que había empañado la prensa esta mañana mientras mostraban
retazos de la carta enviada por parte de ella.
Esa mujer solo estaba sedienta de atención y, a costa del dolor de todos los
involucrados, la estaba obteniendo.
Xionela y Dietrich seguían sin atender llamadas. Cosa curiosa porque
Xionela rara vez dejaba su móvil. Pese a que lucía como una supermodelo, ella
era un cerebrito de la computación, mirándola en todo su esplendor sofisticado y
elegante jamás adivinarías que tenía la máxima calificación en todas sus clases.
Lo que más me preocupó fue que ni siquiera asistieron al entierro de su padre
porque ordenaron que ni siquiera tuviera uno. Fue enterrado inmediatamente.
Luego de que Adam me abandonara en la biblioteca, me las ingenié para
abandonar la capilla sin ser vista y corrí hacia la casa de Xionela, pero no se me
permitió la entrada.
Desesperada, llamé a Eris, pero ella me confirmó lo que temía: Yuli, Erycka
y Emisellys tampoco habían podido subir hasta el ático en el Palace Garden.
Ninguna había sido capaz de hablar con ella todavía.
Me sentí un poco aliviada cuando me informó que Brighan, el
guardaespaldas de confianza de ella, aseguró que Xionela se encontraba bien,
que más tarde contactaría con nosotras.
Eso era todo lo que sabíamos hasta el momento sobre Xionela. Teníamos
muchas preguntas, pero lo que nos urgía saber era si se encontraba bien.
Nos reunimos brevemente en la casa de Yuli y decidimos que le daríamos el
tiempo necesario a nuestra amiga. Xionela hablaría con nosotras cuando sintiera
que era el momento. Era en vano tratar de obligarla.
Ella amaba a su padre.
Y a pesar de toda la mierda que había dicho su madre, existían muchas cosas
que no cuadraban en su historia.
Luego de la reunión con mis mejores amigas me fui a mi casa. Me dolían los
pies de caminar tanto y tomé un merecido baño.
Abandoné mi habitación y me uní a mi madre en la sala. Ella estaba viendo
los noticieros y resoplaba cada pocos segundos.
John Walker había sido amigo de mis padres, era imposible para ellos creer
todo lo que se decía sobre él en los noticieros.
Acaricié suavemente el dije del infinito en mi tobillo y suspiré, cavilando la
infinidad de cosas que podrían ser verdad. Muchas personas, como la arpía sin
corazón de la mamá de Xionela, eran capaces de decir verdades a media.
Por ejemplo, si John Walker conocía la existencia de ese hijo desde hacía
veintiséis años, ¿por qué no ayudó a que ellos salieran de ese barrio tan peligroso
donde vivían?
Se me hacía imposible creer que un hombre como él, que siempre se había
mostrado amoroso con Xionela y Dietrich, le diera la espalda a su otro hijo,
arrebatándole las mismas oportunidades que tuvieron los otros.
No lo hubiera dejado pobre el pasarle una manutención más que suficiente.
Pero, por otro lado, ¿qué hacían juntos el día del accidente? Al menos, la
madre de Xionela aseguraba que John había roto todo contacto con ella hacía
muchos años.
Algunas mentiras muy gordas había ahí, pero era imposible que esa mujer
dijera completamente la verdad.
Si aparentemente Emma Vaughan seguía en contacto con él, suponiendo que
de alguna manera el señor Walker se las hubiera ingeniado para mantener su
relación en secreto, ¿por qué Emma no exigió que ayudara a su hijo? ¿Por qué
dejó que su hijo se quedara en las sombras y este ni siquiera asistiera a la
escuela?
Por Dios, Adam había trabajado toda su vida. ¿Qué clase de mujer era Emma
Vaughan para permitir semejantes cosas?
Suspiré sintiendo mi cabeza pesada. Sin Xionela a la vista y con Adam
evitándome, poco lograba entender de esta situación.
Mi madre decidió que habíamos tenido demasiadas malas noticias en un día
y apagó el televisor.
—Conocí un poco a John, por eso dudo que ese chico, ese tal Adam
Vaughan, sea su hijo legítimo.
Mi corazón tropezó con sus latidos.
Recordé lo destrozado que estaba Adam y me sentí impotente por la
amargura en las palabras de mi madre.
—Quizá todo esto sea un complot para quedarse con parte de su herencia.
Solo que jamás imaginaron que uno de ellos pudiera morir en su intento de
extorsión.
No tenía la energía suficiente para hablar con mi madre y decirle que Adam
sería incapaz de planear algo así. Nicole Laurent era una mujer muy difícil y
cuando se empecinaba en algo solo mi padre era capaz de hacerla cambiar de
opinión.
Que Dios bendijera a ese hombre.
Duncan Laurent estaba en la cocina preparando nuestra cena. Mi padre, un
hombre de cincuenta años y cabello salpicado de algunas vetas blancas, era el
único capaz de gobernar la bestia que era mi madre.
—¿Xionela está bien? —preguntó cuando me detuve detrás de la isla.
—Brigham dice que sí, pero aún no hemos podido conversar con ella
personalmente. Imagino que cuando tu padre es un hombre tan poderoso tienes
muchos cabos sueltos que atender antes de que se salga de control. Las Diosas
decidimos que le daremos su espacio. No se puede consolar a alguien que no
quiere ser consolado.
Pensé en Adam y sentí mi pecho oprimirse.
Porque no me dejaba estar a su lado. Yo debería estar allí, no Jace.
Luego hablaría con él para que me explicara la extraña amistad que tenía con
mi hermano.
Si Jace estaba involucrado, de nada bueno podría tratarse.
—John fue nuestro amigo en la secundaria —negó con la cabeza y se secó
las manos en el ridículo mandil que nuestra madre le obligaba a usar cuando
cocinaba—, y puedo asegurarte que la mitad de lo que dice Abigail son puras
mentiras.
Mi respiración se atoró en mi garganta.
—Entonces, ¿crees que este chico… —esta sería la primera vez que
pronunciaría el nombre de él a alguno de mis padres—, este chico, Adam
Vaughan, es hijo de él?
Mi padre colocó las manos sobre la isla y me miró.
—Creo que es su hijo. —Mis hombros perdieron la tensión que se había
apoderado de ellos la noche anterior—. Sin duda lo es, pero crecí con ese
hombre, por lo que no creo que sabiendo que era su hijo fuera capaz de
desatender sus necesidades y privarlo de las comodidades que gozan sus otros
dos hijos. Hijo legítimo o no, John Walker no era un idiota.
—Siento mucho lo de tu amigo, papá.
Asintió y forzó una sonrisa.
—La muerte es parte de nuestros días. Es imposible amar la luz si no has
experimentado una oscuridad tan profunda. Y, de esa misma forma, es imposible
amar la vida si no aceptas que morir es lo que la hace precisamente hermosa.
Sus palabras me llegaron al corazón. Todo el enojo que sentí por cómo me
había tratado Adam empezó a desvanecerse.
Quizás el que fuera amigo de Jace no fuera algo tan malo. Quizá no me lo
había dicho porque sabía cómo reaccionaría. Solo mis padres creían que lo
quería y, bueno, lo quería un poco, pero la mayor parte del tiempo deseaba ser
hija única.
Principalmente, en los días cuando se comportaba como un imbécil.
Me alegraba saber que no estaba tan solo después de todo. Tampoco era
como si él le hubiera hablado sobre nosotros. Quizá con todo esto ocurriendo fue
lo mejor para que no le dijera que estábamos juntos.
Sí, fue lo mejor.
Nuestro amor seguía siendo solo de los dos y por cómo pintaban las cosas
gracias a la noticia recién descubierta seguiría así un tiempo más.
Sería comprensiva. Amaba a ese hombre, por lo que me pararía a su lado,
sostendría su mano y juntos soportaríamos la tormenta.
Estaba decidido. Mañana a primera hora iría a buscarlo para conversar. Para
solucionar los malos entendidos y estaríamos bien, o de eso me convencí.
Admiré en silencio cómo mi padre terminaba de preparar la cena. Me levanté
y me encaminé hacia el comedor para arreglar la mesa. Necesitaba mantener mi
mente ocupada.
—Por cierto, Ilyn…
—¿Sí, papá?
Me miró un largo minuto.
—¿Cuál es tu relación con este chico, Adam Vaughan?
Si esa pregunta me la hubiera hecho mi madre seguro que hubiera saltado
con la primera mentira que me viniera a la cabeza, pero me la había hecho
Duncan Laurent. Luego de mis mejores amigas, él podría considerarse mi mejor
amigo.
—¿Puedo saber primero por qué lo preguntas?
Una sonrisa tocó las comisuras de sus labios y negó con la cabeza.
—Querida, después de lo que acabas de decir ya no hay necesidad de
responder. —Se sacó el feo mandil por la cabeza—. Si tu pregunta desconfiada
no me daba una pista, definitivamente, tus ojos lo hubieran hecho.
Mis mejillas se sonrojaron y abandoné la cocina.
Era bueno saber que cuando anunciara que Adam era mi novio, un integrante
de mi familia no trataría de matarlo.
15

Pasó una semana hasta que pude hablar con Adam. Como había renunciado a
su empleo en la universidad, tuve que acosarlo durante varias noches en el bar
donde nos conocimos; esfuerzo inútil, ya que después de tres noches esperándolo
hasta el cierre, el dueño del bar me confirmó lo que sospechaba: Adam también
había renunciado aquí.
Con el ánimo por el piso, caminé hacia nuestro lugar en el parque Bushy y
me senté bajo las luces. Algunas bombillas se habían roto, así que ahora solo
algunas funcionaban, las necesarias para alumbrar y espantar a los insectos.
Mis padres creían que todas estas noches las había pasado durmiendo en la
casa de Eris, pero lo cierto era que me había embarcado en una búsqueda sin
resultados que acababa cada noche conmigo regresando a dormir en la tienda de
campaña que Adam había colocado para nosotros.
No podía irme a casa y dejarlo atravesar solo por todo el caos mediático tras
la confirmación de que era hijo legítimo de John Walker. Solo fueron necesarios
una prueba de ADN y que se leyera el testamento que redactó hacía veinte años
el hombre que hoy era aclamado como un padre generoso y que, pese a las
circunstancias aún sin aclarar, no olvidó a su hijo.
Yo tenía mis reservas.
No era que a alguien le fuera importar, pero…
Un crujido me sobresaltó y me giré lista para atacar con una rama seca. Mis
hombros se relajaron cuando Adam, quien vestía un traje de negocios negro que
lo hacía lucir demasiado bien —era como si hubiera nacido para usar ese tipo de
trajes—, caminó hasta detenerse a unos cincuenta pasos de mí.
Dejé caer la rama.
Cuando una verdad se descubre, tu mente es como si pudiera ver nítidamente
cosas que antes estuvieron siempre ahí pero que, por alguna extraña razón,
ignorabas. Ahora, sabiendo que John Walker era su padre, las similitudes con
Dietrich y Xionela estaban por todos lados.
Jesucristo…
El rico color marrón de su cabello, la nariz perfilada y recta y la altura muy
similar a la de sus hermanos eran una aterradora señal de lo ciega que estuve
todo este tiempo.
De lo ciego que estuvo el mundo. Adam Vaughan era un Walker.
Aquel azul penetrante de su mirada era lo único que lo diferenciaba de sus
hermanos, quienes tenían los ojos de color verde, lo que también le había
agregado, sin desearlo, el disfraz perfecto para ser ignorado todo este tiempo.
—Estaba preocu… —empecé a decir mientras recortaba la distancia entre
nosotros.
—Puedes dejar de fingir. —Me detuve abruptamente y lo miré sin creer lo
que había escuchado. Las bolsas bajo sus ojos eran una señal potente de que sus
noches habían sido horribles—. No sé leer ni escribir, pero no me sigas tratando
como un idiota.
¿Qué?
—Adam… —una pesadez abrumó mi pecho—, no sé por qué me dices todo
eso, pero si me lo explicas puede que…
—Cuando te invité a aquel trago en el bar aquella noche hace seis meses,
estúpidamente creí que por fin la vida me estaba sonriendo luego de años de solo
obtener cosas malas, y que el premio de soportar toda esa mierda era que la chica
a la que llevaba tiempo admirando en silencio se había fijado en mí. —Bufó y
metió sus manos en los bolsillos delanteros de su pantalón—. Pero debí haber
sido más cínico y darme cuenta de que un plan mayor tenías entre manos si
prácticamente te arrojaste en mis brazos. No todos los días la chica que te gusta
renuncia a un coche nuevo solo por quedarse con un hombre que no tiene nada
que ofrecerle.
—No sé de qué hablas. Sabías de la apuesta con Adam Wesley, así que no sé
de qué diablos hablas. —Di cinco pasos, él retrocedió quince. Me detuve y no
pude ocultar mi mirada herida—. ¿En serio?
—Lo único que sé… es que Xionela Walker supo todo este tiempo que yo
era su maldito hermano, pero, por alguna razón egoísta que se me escapa, no me
lo dijo. Y qué casualidad que su mejor amiga estuviera convenientemente
saliendo conmigo.
Contuve la respiración.
Xionela…
—Esto se acabó. —Giró sobre sus talones y empezó a alejarse de mí.
—Adam… —No se detuvo, así que empecé a caminar tras él—. ¡Detente de
una maldita vez! No sabía nada. Tienes que creerme. Yo ni siquiera…
—¿Ni siquiera qué? —Se giró tan bruscamente que caí sobre mi trasero. Él
no hizo amago de ayudarme y aquello jamás lo olvidaría.
—¿Quieres que crea que no sabías nada de todo esto? —Negó y una lágrima
se desprendió de su ojo; la limpió con frustración—. ¿Por qué tendría que
creerte, cuando mi propia madre jamás fue sincera?
Abrí la boca para defenderme de su estúpida acusación, decirle que, para
empezar, yo no era su madre, pero no me dio oportunidad.
—Mantente alejada de mí…, Ilyn Laurent. —Me sostuvo con su fría mirada
—. Si realmente me amaste, aunque sea un poco, hazme un favor y mátame con
tu indiferencia.
Se alejó de mí.
Sentada sobre el césped sucio, lloré en silencio largas horas. Creí que él
regresaría, que me tomaría entre sus brazos y me diría que había recapacitado,
pero… no fue así.
Él me sacó de su nueva vida.
Y, bueno…, yo debía hacer lo mismo.
16
Superar a Adam Vaughan fue más difícil de lo que imaginé. Su cara inundó
las revistas y periódicos de todo Reino Unido en un abrir y cerrar de ojos.
Fue agobiante ver su hermoso rostro y penetrantes ojos azules encabezando
las portadas de una infinidad de noticieros.
Xionela seguía sin dar la cara. Los largos días se arrastraron hasta convertirse
en semanas. Después de un mes, parecía que la locura jamás pararía.
Todos tenían algo que decir sobre este nuevo Adam Walker. Y yo… yo hice
un punto y aparte y separé al hombre del que me enamoré del hombre que había
pisoteado mi corazón.
Mi vida tenía que continuar, igual que estaba haciendo él. Muchas mujeres se
declararon admiradoras del nuevo heredero Walker.
Les deseaba suerte a esas pobres incautas.
Cuando creí que me sofocaría verlo en todos lados y no poder sostener su
mano, surgió una posibilidad que jamás hubiera contemplado.
Esta era la oportunidad que necesitaba para superarlo. Porque, seamos
realistas, él me había bateado fuera de su vida y yo necesitaba hacer lo mismo.
Batearlo fuera de mi cabeza.
De mi cuerpo.
Y lo más importante… de mi corazón.
Solo que a veces una está tan empeñada en superar el corazón roto que no se
da cuenta de que la vida ya tiene miles de maneras para joderte.
17
Toronto, Canadá.
Seis años después de tener el corazón roto.
Una Ilyn Laurent muy asustada y con algunos kilos de más.

Miré por decimocuarta vez el boleto de avión en mis manos.
«No pasa nada, Ilyn. No pasa malditamente nada».
Traté de tranquilizarme mientras escuchaba por los altavoces la primera
llamada para que abordara el avión que me llevaría hacia mi ciudad de origen. Y,
aunque no quería ir, tenía que hacerlo.
¡¿Qué diablos estaba haciendo?!
Me pasé una enguantada y temblorosa mano por la cara e intenté en vano
tranquilizarme otra vez con un discurso diferente: «Respira, Ilyn, solo serán
algunos días. Verás como en un abrir y cerrar de ojos estarás de vuelta en tu
santuario. De vuelta a tu pacífica vida».
Los altavoces volvieron a la vida con la tercera y última llamada; el avión se
iría sin mí si yo no levantaba mi trasero.
¡Joder!
Cerré los ojos y volví a respirar, quizá contar hasta diez me ayudara.
—¡Mami, creo que ese es nuestro vuelo! —dijo Cody, su pequeña mano
enguantada jalaba mi abrigo.
Lo miré y las ganas de llorar se precipitaron a mis hinchados ojos.
¡Jesús!
¿Cómo diablos iba a explicar que tenía un hijo? Lo peor de todo era que no
tendría que decir ni una maldita palabra para que descubrieran quién era el
padre.
¡Maldito Adam Walker y su superesperma!
—Mami, ¿estás bien? —preguntó preocupado, acariciando mi cabello
lentamente. Sus intensos ojos azules taladraron los míos y me recordaron a cierto
hombre que quería olvidar.
¿Por qué tenías que parecerte tanto a tu padre?, quise preguntarle.
A pesar de tener solo cinco años, todos sus atributos físicos se parecían al
infeliz ese. Un gemido estranguló mi garganta.
«Tienes mucho que explicar, Ilyn. Mucho que explicar».
—Mami, ¿lloras porque extrañas mucho a mi abuelito?
Asentí lentamente mientras obligaba al trozo de hielo que se había formado
en mi garganta ceder y desaparecer. Ayer en la noche me había llamado Jace
para decirme, mientras se ahogaba en llanto, que nuestro padre había fallecido.
Sí.
El mismo hombre que me había enseñado a andar en bicicleta sin las ruedas
de apoyo. El mismo hombre que me leía un cuento cada noche hasta que cumplí
los catorce años, y que dejó de hacerlo cuando le dije que ya era una adolescente
y que me parecía absurdo que siguiera haciéndolo, se había ido para siempre. Y
hoy tenía que despedirme para siempre de mi mejor amigo, que se llevó mi más
grande secreto a la tumba y que no estaría ahí para defenderme de la ira que
despertaría mi presencia.
Suspiré y me puse de pie.
Era hora de enfrentar las consecuencias de mis acciones y solo esperaba que
el idiota no pudiera asistir ni al velorio ni al entierro, porque, si no, las cosas se
pondrían violentamente desastrosas.
18

Siete horas después, con el trasero entumecido y la espalda deshecha,


aterrizamos en una convulsionada Londres. Decir que mi hijo se sentía más allá
de emocionado era quedarme corta.
No lo culpaba, esta era su primer viaje fuera de Toronto, la cuidad que lo vio
nacer y que se había convertido en su hogar; me permití apreciar su arrolladora
emoción.
Noté con satisfacción lo mucho que estaba disfrutando del improvisado
momento. Al menos, pasarían algunos años hasta que comprendiera lo devastada
que me sentía y por qué no podía ver esta hermosa ciudad con la misma alegría.
Nunca habíamos abandonado Toronto y tenía mis razones, que pronto serían
más que evidentes para mi familia y amistades.
Motivo del porqué acepté la beca para estudiar en otro país.
Sucedió que, cuando estaba en mi punto de quiebra, surgió la oportunidad de
ir a estudiar a América con una beca completa. La acepté. No pensé en nadie
más que en mí. Las Diosas estuvieron de acuerdo. Yuli más que ninguna porque
era la que más o menos entendía por qué necesitaba marcharme. Aunque guardó
mi secreto, podía ver que el que estuviera lejos no la hacía feliz, más cuando no
entendía qué ocurrió.
O qué fue lo que no pasó.
Cuando me marché, prometí escribirles todos los días, pero no lo había
hecho. Pensar en el dolor que ocasionó el haberme ido sin una explicación, me
hizo más de una vez replantearme si regresar a Londres era lo correcto.
Sí, sabía que había sido una mala madre por no haberlo traído nunca a
conocer a sus abuelos y único tío, y peor, a su padre, pero no era como si yo
deliberadamente hubiera planeado quedarme embarazada y ocultarlo de todo el
mundo. Actué sobre la marcha y nadie podría jamás recriminarme una maldita
cosa.
Nadie.
Tenía presente que los hijos no tenían la culpa de los errores de sus padres,
pero, créeme, el panorama cambiaba cuando te enterabas de que el idiota del
padre de tu hijo se había casado solo diez meses después de que abandonaras la
ciudad, y que era muy, pero que muy feliz, tanto que podrían dolerte los dientes
de tanto azúcar.
Debería morirse de diabetes, el maldito.
Así que, basándome en cómo se habían desarrollado las cosas, tomé una
decisión.
Una muy dolorosa, pero justa: jamás nadie sabría sobre la existencia de Cody
y mucho menos su padre, Adam jodido Walker.
No conté con que mi padre, en uno de sus improvisados viajes de trabajo,
decidiera que había tenido suficiente de excusas patéticas de su única hija e ir a
visitarla.
Excusas como: «Estoy hasta los ovarios con los exámenes». O la regular y
confiable: «Estoy algo liada con el trabajo, casi parezco una zombi».
O la más ridícula que se me había ocurrido para justificar mi ausencia por
tercer año consecutivo en el cumpleaños de mi madre: «No puedo ir porque he
desarrollado un miedo atroz a los aviones». Dije otras que ya no recordaba a
estas alturas, pero sin duda habían sido igual de ridículas y descabelladas. Y ya
sabes lo que dicen: Más pronto cae un mentiroso que un ladrón.
Y yo sería la dolorosa y fea prueba de ello.
Fue en vísperas del tercer cumpleaños de Cody que mi padre apareció en la
puerta de mi pequeño apartamento.
Te puedes imaginar su cara de asombro cuando vio a un muy desnudo Cody
en mis brazos mientras abría la puerta. Juro que, por unos escasos y vertiginosos
segundos, cuando el pánico me invadió y me dio una bofetada, estuve muy
tentada de mentir.
Ya sabes, de decir que era niñera en mi tiempo libre. Pero ese hombre me
conocía mejor que nadie. Así que cuando abrí la boca, él levantó su mano y
acalló cualquier tipo de estupidez por mi parte.
—Tienes mucho que explicar, jovencita, pero primero déjame abrazar y
besar a mi primer nieto —había dicho regalándome su más tierna y gigante
sonrisa mientras atravesaba el umbral y nos acurrucaba en un tierno y muy
necesitado abrazo.
Un abrazo que no sabía que echaba en falta hasta ese día.
Duncan Laurent era orientador motivacional y, por lo general, su trabajo
implicaba ir a donde se lo necesitara; sus charlas eran reconocidas en gran parte
de Reino Unido, por eso se pudo permitir matricularme en una buena
universidad, considerando que, cuando se trataba de deportes, daba una pena
tremenda.
Mi padre tenía cierta reputación y en ocasiones lo contrataban para que
viajara a las filiales de las empresas que quedaban en otras ciudades y brindar
sus inspiradoras charlas. Esta vez, no fue la excepción.
La empresa que lo había contratado le había pedido que viajara hasta Canadá
para que diera una charla a sus trabajadores y mitigar los nervios de los que eran
presos; durante los meses anteriores habían sufrido despidos masivos debido a la
compra de la compañía por parte de una empresa europea. He ahí su explicación
de por qué estaba de pie, fuera de mi pequeño apartamento, y no me había
llamado para decirme que venía.
Quería sorprenderme, pero el sorprendido había sido él.
Aquel día habíamos ido a jugar a High Park, donde nos revolcamos tanto en
el césped que ya este picaba en nuestros cuerpos, por lo que, cuando mi padre
llamó a la puerta, imaginé que podría tratarse de Mildred, mi vecina que en
ocasiones cuidaba a Cody.
Como no podía negar la verdad al hombre que era mi mejor amigo, le conté
todo, después de llorar a moco tendido sobre su hombro mientras Cody tomaba
su siesta.
Era tanto lo que tenía guardado en mi destrozado corazón que se sintió bien
dejarlo salir.
Me escuchó, aconsejó, pero jamás juzgó; y no sabes lo feliz que me hizo,
porque la situación era jodida.
¡Jesús!
Jodida ni siquiera albergaba la mitad de los problemas.
Mis padres venían de un matrimonio tradicional, es decir, que tanto mi padre
como mi madre habían llegado vírgenes al matrimonio.
Oh, sí, créeme, ningún hijo quería pensar en la vida sexual de sus padres,
pero era algo que tanto Jace como yo teníamos muy claro. No era ningún secreto
la historia de cómo se habían conocido y bajo qué términos iniciaron nuestra
familia.
A pesar de que mis padres eran conscientes de que Jace había dejado su
castidad hacía millones de siglos, siempre fueron estrictos en lo que a mi
sexualidad se refería. Debo reconocer que esa fue una de las principales razones
por las que, cuando descubrí que estaba embarazada, no regresé a casa.
Había aceptado la beca para venir a estudiar a Toronto mucho antes de que
me enterara de que Cody venía en camino.
En serio, lo juro.
Aunque muchos podrían pensar distinto y me acusaran de que todo lo tenía
planeado, no fue hasta los cuatro meses de gestación que supe que estaba
embarazada.
¿Puedes creerlo?
Sí, tan mala suerte tuve que bastó una sola vez hacerlo sin condón para
quedar embarazada.
Tenía mucho material para escribir un libro. O dos. Tal vez hacer una jodida
trilogía y, aun así, quedaría mucho por decir sobre el hombre que tenía mi
corazón y había plantado su semilla dentro de mi matriz.
No tenía mucho vientre, ni antojos y mucho menos achaques, pero cuando
fui al ginecólogo porque ya había pasado más de una semana y mi periodo
menstrual no daba señales de venir a incomodar mi vida, imagina mi sorpresa
cuando me dijo:
—¡Felicitaciones! Está embarazada. —Tuve un momento difícil al tratar de
suprimir las ganas de golpear la enorme sonrisa de su rostro—. Tiene casi
dieciocho semanas de gestación y, si mi instinto no me falla, presiento que será
una hermosa niña. Como su madre. —Está de más decir que su instinto era una
mierda.
Mi reacción fue horrible.
Lloré y maldije mentalmente al hombre que me había hecho esto. Quien más
si no era él. Después de seis años, podía decir amargamente que gracias a esa
experiencia había perdido los deseos de tener sexo.
Cuando pasas catorce horas de labor de parto, donde la hermosa bendición
que le dio una nueva definición a la palabra sufrir no quiere salir de tus entrañas,
te vuelves defensora de que las pollas podrían seguir felizmente su camino sin
visitar mi útero otra vez.
Los penes estaban malditos. Y yo me entregaría a alguna religión loca que
prohibiera el sexo.
—Mami, aquí las personas son ruidosas.
Cody se quejó mientras acomodaba su pequeño bolso sobre su hombro.
Había empacado diez mudas de ropa.
Sí, mi hijo era el niño más precavido del mundo, y sí, lo había sacado de su
padre.
También empacó varias cosas como: bloqueador solar, dentífrico y su cepillo
de dientes, a pesar de que le dije un millar de veces que podríamos comprar todo
eso una vez llegáramos a la casa de los abuelos. Como no podía ser de otra
forma, su jabón favorito tampoco se quedó atrás y en otro bolso, que cargaba yo,
guardó su sábana, colcha y almohada favoritas.
Jesucristo…
Yo podría dormir en casi cualquier lugar, lo importante era que fuese
silencioso, ventilado y oscuro.
Muy oscuro.
—Lo sé. Así es la gran ciudad de Londres. Esta ciudad prácticamente no
duerme.
—¿Como Las Vegas? —preguntó mirando fijamente a las personas que
corrían y hablaban mientras entraban y salían apresurados del aeropuerto.
—Sí. Como las Vegas. Has estado investigando —dije distraída,
esforzándome por mantenerme recta con el bolso extremadamente pesado que,
despiadado, apuñalaba sin piedad mi espalda.
Otro pequeño rasgo que deberías conocer de Cody, antes de que te encariñes
con él, era que su curiosidad lo mantenía despierto hasta altas horas de la noche.
Mi hijo era un niño sumamente inteligente. Cuando cursaba el Kinder
Garden fue avanzando en sus clases y ahora estaba en segundo grado de la
escuela primaria.
Además, cualquiera que lo viera pensaría que tenía siete u ocho años y no los
cinco que legalmente tenía.
Sus rasgos eran adorables y aterradoramente idénticos a los de su padre. Su
cabello rubio y sus intimidantes ojos azules, que adquirían cierto deje sarcástico
cuando sabía que estaba mintiendo, me recordaban por qué muchas mujeres
preferían odiar a una estrella de cine que a su marido.
Solo le pedía a Dios que Adam no hubiera podido regresar a tiempo de su
último viaje de negocios.
Te preguntarás cómo diablos sabía sobre su itinerario; para mi mala suerte,
estaba al tanto de la vida del padre de mi hijo más de lo que quería, todo gracias
al bocazas de Jace, que no hacía más que hablarme de su nuevo mejor amigo.
Ni siquiera quería saber la mitad de cosas que me comentaba.
No era tan masoquista como para querer conocer cada jugoso detalle de su
perfecta vida.
Así que por eso sabía que él se encontraba en Alemania, por lo que quizá,
Dios mediante, no alcanzara a llegar para el funeral.
Mis dedos estaban entumecidos de lo fuertemente cruzados que los tenía
para que así fuera.
—El abuelo dijo que Londres era hermoso, pero hasta ahora solo percibo una
gran contaminación y gente gritando y luciendo enojada. Siento que mis
pulmones están a punto de rogarme que acabe con ellos.
¿Mencioné que mi hijo era muy sarcástico?
Y no hablemos de su falta de sentido del humor. Posiblemente, eso lo había
heredado de mí, pero nadie necesitaba saberlo.
Le di una mirada de reojo mientras seguía con mi inspección. Nuestro
transporte tenía que haber llegado hacía media hora.
Yuli había sido la elegida. Fue la única que supo de mi romance con Adam,
por lo que quizá no sufriría un ataque cuando viera que tenía un hijo.
—¡Vamos! No es tan malo —traté de animarlo.
En ese momento, frente a nosotros, se estacionó bruscamente un exuberante
Mercedes Benz S600 de color negro.
Yuli se había casado con un obeso pero cariñoso hombre rico, dueño de un
costoso hotel de aquí de la ciudad.
—¡No lo puedo creer! —exclamó mirándome por encima del techo del carro.
Una hermosa sonrisa cautivó a más de uno en su camino.
—Hola, Yuli. ¿Cómo estás? —saludé y sonreí mientras la veía rodear el
costoso auto.
Un impresionante vestido negro resaltaba con gracia sus curvas; no tenía que
preguntarle para saber que era de un importante diseñador.
Me estrechó entre sus brazos y tuve un momento de sentimientos
encontrados y toda esa mierda. Gracias a sus altos tacones negros, ella se alzaba
con elegancia sobre mi metro setenta. Su caro perfume hizo cosquillas en mi
nariz.
—Muy bien, pero mírate… estás… —dijo, alejándose un poco de mí. Su
astuta mirada hizo un escaneo completo de mi curvilínea figura—, como diría mi
marido, para morirse de un infarto. —Esperé que lo dijera de manera figurativa y
no literal.
Reímos y nos volvimos a estrechar en un fuerte abrazo. Era tan bueno verla y
saber que era feliz.
El embarazo le había agregado grasa extra a mis caderas y mis tetas lucían
como si me las hubiera operado, pero dicha operación hubiera salido mal
—En serio, Ilyn, mírate, estás hermosísima. Mucho más guapa que cuando te
fuiste. —Solté una risa incómoda. Decía eso porque era mi mejor amiga. O a lo
mejor la vista le fallaba. Mucho—. Dime, ¿cuánto ha pasado? ¿Tres o cuatro
años?
—Gracias. Y solo han sido seis años.
Era bueno tenerla aquí porque no me creía capaz de hacer el viaje en taxi
hasta mi casa. Probablemente, le hubiera solicitado al conductor que me llevara a
un hotel cercano mientras sufría un ataque de pánico.
—Bueno, lo que sea que tenga el aire de Toronto, definitivamente, voy a
pasar mis próximas vacaciones allí.
Nos miramos por un largo minuto antes de que su mirada se tornara triste.
Me preparé para recibir la primera de muchas condolencias.
Si el que Adam Walker se presentara en el funeral no me provocaba una
embolia, lo haría la cantidad de palabras de consuelo y miradas tristes que
tendría que soportar estos días.
—No sabes cuánto lo lamento.
Fue gracias a mi padre que pasé el mayor tiempo de la secundaria rodeada de
mis mejores amigas. Él fue el precursor de esa amistad y hoy se había ido.
Los ojos se me llenaron de lágrimas mientras recuerdos de mi padre corrían
como una colonia de mariposas en mi cabeza.
Esta vez fui yo la que busqué sus brazos para encontrar algo de consuelo.
Me hacía mucha falta y no tenía una maldita idea de cómo afrontar todo esto
sin él.
Cuando estaba a punto de finalizar el apretado abrazo, un profundo y nada
disimulado carraspeo detrás de mí me paralizó por completo y contuve la
respiración.
¡Joder!
La primera en alejarse fue Yuli y sus ojos se hicieron tan enormes que me
sentí inmediatamente culpable.
—Mami, hace mucho frío. ¿Podemos irnos ya a despedirnos del abuelito?
Cerré los ojos y maldije a Adam Walker. Todo sería más sencillo de confesar
si mi pequeño e inocente hijo no se pareciera tanto al maldito idiota. Si solo
hubiera sacado mis facciones, yo podría…
—Él… —busqué en mi cerebro alguna excusa, pero ella se dirigió a Cody no
sin antes darme su mirada de ¿me estás jodiendo?
—¿Y tú eres…?
—Soy Cody. —Mi hijo le sonrió cariñosamente—. Y tú eres mi tía Yuli. Mi
mamá me mostró muchísimas fotos de todas mis tías, las Diosas del Averno,
mientras crecía. Eráis un grupo interesante, según dijo mi maestra cuando le
conté que mis tías se denominaban Diosas del Averno.
—Yo… bueno —me miró con ojos locos mientras luchaba por contener una
carcajada—, me siento halagada. Tristemente, no puedo decir lo mismo, pues
esta es la primera vez que te veo, pero déjame decirte que eres un jovencito muy
apuesto. Mirándote de cerca, entiendo por qué tu mamá no quería que te
conociera. —No pude pasar por alto su incredulidad en su voz cuando dijo
mamá.
—Mi mamá dice que…
Interrumpí su intervención. No podía permitir que siguiera abriendo la boca,
solo Dios sabía las cosas que pululaban en esa cabecita.
—Se nos hace tarde —puntualicé sin darle otra mirada a Cody.
Debí imaginar que no iba a salir ilesa de esta situación, sería un completo
milagro si salía de una pieza al final de esta semana.
Tenía esta terrible sensación de que muy pronto me iba a arrepentir de haber
venido.
19

Nuestro camino a casa fue tranquilo. Supuse que, después de todo, mis
terribles presentimientos eran infundados. Al menos, eso creí hasta que Yuli
estacionó el coche en la entrada de mi casa.
¡Joder!
La sangre se me enfrió mientras distinguía una fuerte y enérgica figura
aguardando en la puerta principal de la casa de mi infancia. Su cuerpo era más
grande e intimidante, pero todavía podría diferenciar sus ángulos con los ojos
cerrados y el tacto de mis dedos.
—¡Joder! —siseó Yuli.
—¡Por favor, dispárame! —supliqué.
—¡Papá! —gritó emocionado mi hijo.
No tuve tiempo de prepararme para el encuentro con el hombre que en algún
momento lo significó todo para mí y, como polos opuestos que se atraen,
nuestras miradas chocaron.
Odiándonos.
Creí que después de seis años sin verlo sería inmune a la fuerza que
emanaba, que la dureza que había reemplazado la calidez con la que solía
mirarme echaría tierra sobre mis sentimientos, esos que rehusaban morir, y me
haría recordar por qué me fui en primer lugar.
Pero estaba tremendamente equivocada.
Seis años lo habían vuelto… aterrador.
Irresistible.
Pecaminoso.
Y todas las clases de cosas indecentes a las que mi útero había renunciado
cuando expulsó con tanto trabajo a Cody.
Tenía que recordar las catorce horas de parto, las mismas que me marcaron
para siempre.
Sus juveniles rasgos se habían convertido en ángulos perfectos y cincelados
presos de la edad.
Ignoraba que los hombres de treinta y un años podían verse así de sexis.
Tan poderosos.
Tan…
Quise sentir indiferencia al observarlo, pero para qué iba a mentir, me
encontraba famélica, desesperada por acariciar sus labios mientras pasaba mi
mano por su espeso y abundante cabello castaño y fundía mi cuerpo contra el
suyo. Quería emborracharme con sus besos y caricias, caer en un coma profundo
entre sus brazos, que me despertara su ronca voz, ronroneando mi nombre
mientras abría mis piernas y me metía sin piedad su…
Sí, definitivamente, era un muy triste caso perdido.
Incluso había perdido la condenada vergüenza.
Era una absoluta locura que, a pesar de todo el dolor y decepción que me
provocó años atrás, aún sintiera mi corazón querer salir de mi pecho e ir a
arrodillarse frente a él para rogarle que lo quisiera.
Estúpido corazón. No había hecho más que traerme problemas.
La desdicha de verme se le reflejó en el rostro. Esa boca que muchas veces
evoqué en mis sueños se ciñó en una fina línea, pero se volvió peligrosamente
blanca cuando su mirada se trabó en Cody.
Estaba furioso, eso era un hecho.
Yo era la culpable de su actual estado de ánimo y no podía importarme
menos.
Si estuviéramos en una de esas caricaturas cómicas, casi podría imaginarme
el humo saliendo de sus oídos y su cara roja de tanta rabia.
—No quiero asustarte, pero juro por todo lo santo, que si fuera tú me daría
una patada en el culo y robaría este coche, aceleraría a fondo y no miraría atrás
hasta estar muy, pero muy lejos de él —aconsejó Yuli, suspirando.
La mirada de absoluta tristeza que me obsequió me reveló que lo decía en
serio.
—Viéndolo en toda su agobiante gloria esperando por vosotros, no puedo
culparte por no haberle contado lo de su hijo. Su mirada claramente manifiesta el
tormento que quiere hacerte pasar.
—Ni que lo digas —susurré mientras me despojaba de la seguridad del
cinturón y me daba ánimos para encarar una verdad que rehusaba seguir siendo
ignorada.
Era hora de enfrentar al hombre que rompió mi corazón mientras le daba la
oportunidad de ganar algo que jamás estaría dispuesta a renunciar: nuestro hijo.
***
Traté de sopesar mis opciones, pero, seamos realistas, no tenía ninguna.
Tenía que ir directa a por la verdad. Fuera como fuera, fui yo la que hizo frente a
un embarazo no planificado y tuve que modificar mi plan de vida para incluir a
Cody, mientras él se tiraba a otra mujer, se casaba y vivía feliz por siempre. Esa
línea de pensamiento no me hizo feliz.
Quería vomitar.
Mi hijo se encontraba inusualmente inquieto en el asiento trasero y hablaba
mil palabras por minuto. Era un poco aterrador verlo así, y sin querer o desearlo
una punzada de celos atacó mi corazón.
—¡Mira, mamá!, ¡papá, está ahí! ¡Justo ahí! —Cody señaló emocionado a un
Adam más tieso que el palo que tenía atravesado en el trasero.
Cuadré los hombros. No iba a permitir que su nueva apariencia me
convirtiera en papilla. Ya no era la Ilyn caída sobre su trasero que abandonó en el
parque.
Hacía mucho tiempo que había dejado de ser aquella estúpida joven
enamorada y había visto las cosas como realmente habían sido.
¡Dios!
Puse los ojos en blanco. Mas cliché y podría irme a la sección de novelas
malas de una librería: Aquí, a su derecha y rodeada de las novelas románticas
más malas y horribles de la historia, está la típica chica tonta que se enamora y
no es correspondida. Si lo desean, pueden tomarle una foto para que jamás
olviden cómo luce el amor no correspondido.
Me estremecí imaginándome aquello.
No era que me arrepintiera, pero menuda idiota fui si alguna vez creí que
nuestra relación tenía futuro. De hecho, me sentía agradecida por cómo habían
resultado las cosas; Cody me ayudó a crecer de golpe. Pasé de joven confundida
a madre soltera que luchaba por vivir con el corazón roto mientras intentaba
proveerle lo básico y esencial a su pequeño hijo. Aunque muchas veces deseaba
que existiera una máquina para retroceder en el tiempo y patear a esa Ilyn, y de
una vez aprovechar y castrar al malnacido, no podía imaginarme abrir los ojos y
no ver el rostro relajado de Cody dormir a mi lado.
Con esa imagen en mente, evoqué a mi coraje. Yuli, percibiendo que había
llegado a un punto muerto, desbloqueó el coche. Respiré profundamente y abrí la
puerta, de inmediato, su cara esencia me envolvió como una boa dispuesta a
quebrarme los huesos y tragarme entera.
¿Es que acaso el idiota se bañaba en perfume o qué?
Dios, debería ser arrestado por oler tan delicioso. Por otro lado… ¿qué tan
difícil sería hablar sin respirar?
Quizá tuviera suerte y alguien ya lo había denunciado por contaminación
ambiental. La esencia de su caro perfume no podía ser legal. Ni ecoamigable.
—Quédate aquí, Cody —ordené—. Voy a hablar con tu padre y cuando te
haga una seña puedes salir, ¿de acuerdo, mi amor? —pregunté sobre mi hombro.
Cody negó presuroso con la cabeza y su cabello negro se agitó en las puntas,
antes de que pudiera reaccionar o decir otra cosa, abrió la puerta, saltó del coche
y corrió con todas sus fuerzas hacia el único hombre sobre la faz de la tierra que
era capaz de arrebatarme todo, gritando a todo pulmón:
—¡Papi! ¡Papi!
Y así de sencillo todo se fue a la mierda.
20

Un Adam Walker muy furioso.



Debería asesinarla… o follarla. Cualquiera de las alternativas que se
presentara primero.
Mi cabeza no podía ponerse de acuerdo.
Lo cierto era que me era imposible relajarme. Tenía unas ganas
incontrolables de acercarme hasta aquel coche, arrancar la puerta y exigir todas
las malditas respuestas que necesitaba con desesperación.
Si es que quería volver a dormir otra vez.
Y todo gracias a una vieja carta que recibí hacía seis años, pero que no me
atreví a abrir hasta esta mañana, consciente de que la volvería a ver. De entre
toda la mierda que creí que leería en esa sencilla hoja, jamás hubiera imaginado
que ella usaría ese medio para contarme que había descubierto que estaba
embarazada.
Jesucristo…
A pesar de saber que yo no podía leer, ella se atrevió a utilizar eso en mi
contra para lidiar con su sucia conciencia.
Una parte masoquista de mi corazón se negaba a creer que el único error del
cuál jamás me iba a arrepentir me había ocultado deliberadamente que habíamos
tenido un hijo. Hoy se escudaría tras un simple papel para, quizá, decir que ser
padre jamás me interesó.
¡Joder! La bilis bailó en mi garganta.
Nuestras miradas colisionaron como si de un aparatoso y feo accidente de
coche se tratara. Admito que verla después de tantos años fue un momento
arrollador. Un instante que se sintió como si recibiera el impacto de un trueno.
O un disparo a quemarropa.
Pero ¿de qué me sorprendía? Con ella todo siempre se sintió demasiado.
Demasiado romántico.
Demasiado sexual.
Demasiado… demasiado perfecto para nuestro propio bien.
Y ahora estaba aquí, después de seis largos años, acompañada de una parte
de mí que ni siquiera sabía que vivía en otra ciudad hasta hacía menos de cinco
horas.
¿Qué clase de persona hacía eso?
¿Qué clase de mujer le oculta a un hombre que será padre y huye con su
hijo?
Que me enviara una sencilla carta lo volvía aún más jodido, una prueba más
de que ella nunca fue quien yo creía, que jamás la conocí; lo que alimentó mis
suposiciones.
Odiaba sobremanera que luciera tan hermosa e inocente como cuando la vi la
última vez, mi sangre se calentó con los recuerdos de sus besos y caricias.
Recordé cómo su rostro se había contorsionado de dolor cuando le dije que lo
nuestro se había acabado. Para siempre.
Aquel día estaba entumecido. No era que antes de la muerte de mi madre me
sintiera mejor, pero perdí la cabeza cuando, durante la lectura del testamento del
hombre que aparentemente era mi padre, Xionela Walker, que hasta ese
momento no podía precisar qué clase de emoción despertaba en mí, empezó a
cuestionar la profesionalidad del abogado encargado de hacer cumplir la última
voluntad de su padre.
—Aún falta la prueba de ADN —había dicho el abogado, que me miraba
como si fuera un pedazo de mierda aplastada en su caro zapato—. Hasta que los
resultados no sean los esperados por parte del señor Vaughan, creo que
podríamos prescindir de su presencia…
—Por favor, corta la mierda, Stefan. —Xionela se levantó y arrebató el sobre
de la mano del abogado—. Yo misma invadí el sistema informático esta mañana
para acceder a las pruebas y está más que confirmado, no es que yo haya
necesitado de esa estúpida prueba para saber que Adam Vaughan es nuestro
hermano. —Tiró despreocupadamente el sobre en su cara—. Déjate de
gilipolleces y haz el puto trabajo por el que te estamos pagando. Mejor dicho,
por el que mi padre te pagó.
Cuando terminaron de leer el testamento, una agonizante rabia me invadió y
esta eclosionó cuando escuché a Xionela admitir que ella sabía desde principios
de año que yo era su hermano.
La rabia quemó profundo.
Cómo diablos se habían enterado era todo un misterio, pero la cuestión era
que lo sabía… y decidió no decir nada.
No podía entender por qué me veía día tras días limpiar sus mesas sin decir
una palabra. Entonces, sumé dos más dos cuando recordé la apuesta que me
había comentado Ilyn, la mujer de la que estaba perdidamente enamorado, y lo
supe.
Xionela y Dietrich Walker hicieron un plan para manipularme e Ilyn Laurent
había sido parte de eso.
Porque… ¿quién podía afirmar que todo su acercamiento no fue una
estrategia para asegurarse que los Walker me tendrían dentro de la bolsa y su
herencia a salvo?
Además, había visto cómo Dietrich Walker miraba a mi supuesta novia
cuando creía que nadie más estaba observando.
Lo interesante de trabajar bajo el radar es que la mayoría de personas asumen
que no ves nada. Y, definitivamente, Dietrich Walker, mi hermanastro, estaba
enamorado de Ilyn Laurent, pero ignoraba si ella en el fondo correspondía a sus
sentimientos.
Tampoco me iba a detener y esperar hasta que la hermosa morena de grandes
e hipnóticos ojos azules se riera en mi cara y rompiera mi corazón. Todo estaba
claro. Si no, ¿por qué ella aceptaría ser mi novia luego de confesarle que no
sabía leer ni escribir? Fue doloroso admitir que si se quedaba a mi lado no
tendría un futuro como el que muchas jóvenes de su edad soñaban.
Podía ofrecerle un amor sincero, pero eso no pagaría las cuentas.
Dolía reconocerlo, pero era la verdad. Por ese entonces, mi vida era una
completa desgracia. No contaba con un seguro médico respetable y mucho
menos tenía un abanico de opciones que ofrecer para que me viera como su
mejor candidato. O el hombre perfecto para cuidar de ella.
¡Cómo era la vida de graciosa! Ahora que podía, ya no quería hacerlo.
Sabía que no debía pensar en nuestra vieja historia, pero era difícil cuando no
había dejado de soñar con poder acariciar su rostro y besar sus labios.
¡Demonios!
La maldita bruja merecía que en su lugar estuviera pensando en mil y una
formas de quitarle la custodia de nuestro hijo… Mi mandíbula protestó por lo
fuerte que la apreté cuando mis ojos fueron atraídos hacia el hermoso niño que
se removía desesperado en el asiento trasero.
Insisto, ¿en qué demonios estaba pensando Ilyn Laurent?
Mi corazón se volvió loco y tuve un momento difícil controlando mi
temperamento. Tenía que ser inteligente y actuar con cautela.
Mi mirada regresó a ella y odié que luciera como una hermosa princesa. Tan
hermosa, tan dulce, tan… tan… Mis pensamientos salieron volando de mi
cabeza, revocando por completo la sensación de calidez que experimenté al
compararla con un ser divino, cuando la condenada cuadró los hombros.
Conocía perfectamente bien lo que significaba aquella mirada y la rigidez de su
barbilla.
Al diablo la cautela, iba a hacerla pedazos.
Que el señor se apiadara de su alma, porque iba a utilizar cada centavo que
tenía en mi poder para asegurarme de que mi hijo estuviera donde necesitaba
estar y eso era lejos de la mentirosa de su madre.
Bienvenida a casa, Ilyn Laurent.
Bienvenida a tu nuevo infierno.
21

Una muy asustada Ilyn Laurent.



Adam Walker se arrodilló para recibir el impacto de la bola humana que era
nuestro hijo. Juro que ese niño tenía las mejores de las intenciones, pero una vez
rompió mi nariz en uno de esos abrazos explosivos, como el que estaba a menos
de dos segundos de recibir el idiota de su padre.
Ojalá le fracturara la nariz, a ver si así perdía algo de su atractivo y lo
convertía en un ser humano normal. La población femenina necesitaba descansar
de ver su varonil y sexi rostro.
Yo me sentiría muy feliz de que aquello ocurriese.
Sabía que debería arrepentirme de todos esos malos pensamientos, una buena
madre no tenía deseos y sed de asesinato, pero ya me preocuparía por mi alma
luego. No podía confiarme. Y no lo haría.
Mis labios se curvaron involuntarios en una fea mueca, Adam no se movió ni
un centímetro. Cody, llorando, abrazó a su padre y se sumieron en un mar de
emociones. Fue como si sus almas se reconocieran y hablaran un mismo idioma
mientras sus pieles se tocaban por primera vez.
Mis ojos quemaron por lágrimas no derramadas.
Siempre supe que tener a Cody fue lo más correcto y hermoso que alguna
vez hice. Sí, fue difícil, pero ese niño valía cada mala noche, cada dolor de pies y
el cansancio agotador de tener dos trabajos para llegar a fin de mes. Pero Cody
Laurent lo valía.
El abrazo que compartieron pareció durar por siempre, aunque quizá solo
fueron algunos minutos.
Ese primer abrazo, aquel primer contacto físico, era más importante que
cualquier otro. En este momento, Cody estaba perdonando tantas Navidades
solo, tantos cumpleaños sin su presencia y, aunque era pequeño para entender
muchas cosas, en cierta forma siempre se resintió por tenerme solo a mí mientras
su padre solo era el rumor fresco de algunas fotos que usé para mostrarle cómo
lucía el hombre que yo le había asegurado que lo amaba, pero que jamás lo
llamaba ni visitaba.
Las lágrimas que tanto esfuerzo me costó retener vagaron libremente por mis
mejillas, Yuli colocó su mano sobre mi hombro y me dio un fuerte apretón, un
ánimo silencioso. Porque, aunque no entendía la magnitud de los hechos, ella
podía sentir lo importante que era este preciso momento en la vida de los dos.
Me estremecí y mi corazón trastabilló, por primera vez me cuestioné si fue
correcto ocultarlo de su padre de esa manera tan cobarde.
Suspiré cansada, esto de ser madre era mucho más complicado con Adam
Walker alrededor. Francamente, la maternidad era más fácil cuando solo éramos
dos.
Tuve el fuerte presentimiento de que Adam no desperdiciaría la oportunidad
de poner en mi contra a Cody con el fin de quedarse con él.
Estaba lista para ver arder el infierno porque por más culpabilidad que
pudiera sentir jamás permitiría que me arrebatara a mi hijo.
Eso se lo podía hasta jurar.
22

Una vez creí que el verdadero amor podría triunfar a pesar de las vicisitudes,
pero luego de Adam Vaughan ya no creía en nada. Rompió mi corazón junto con
mis esperanzas.
Y pensar que una vez deseé que su mirada quedara grabada a fuego en mi
alma.
Adam se alejó en silencio de Cody y supe qué era lo que sus ojos veían con
total asombro y reverencia mientras escaneaban, desesperados, su tierno rostro.
Cody era su hijo y no era necesaria una maldita prueba de ADN.
Mi cabeza empezó a palpitar; lo que me faltaba, sufrir de una maldita
migraña en estos momentos.
Salí del lujoso coche sin despedirme de Yuli y me acerqué con paso seguro
hasta ellos. Su asombrada mirada abandonó el rostro de Cody para entablar una
conversación silenciosa con la mía. Los segundos pasaron y cuando llegué hasta
él no tenía ni jodida idea de lo que aquellos ojos azules me estaban gritando; no
obstante, la dureza que se apoderó de ellos me dio una idea bastante clara.
Levanté más la barbilla en un claro gesto de no te tengo miedo. Al menos,
eso esperé que mis errantes ojos estuvieran transmitiendo y mi asesina furia, que
salía a oleadas de mi cuerpo, le esclareciera el mensaje. No estaba dispuesta a
tomar su mierda ni a que pensara por un fugaz instante que era la adolescente
idiota que se enamoró de él.
Mi inocente hijo estaba tan embelesado contemplando a su padre que no se
percató de mi proximidad. Adam se levantó con una elegancia nata. Atrás habían
quedado los movimientos desiguales y espontáneos; parecía un robot.
Cuando abrió su boca, me apresuré y le aclaré el panorama.
—Este no es el maldito momento. —Lo miré directamente a sus intimidantes
ojos—. Sé que te debo una explicación, pero las circunstancias están lejos de ser
las idóneas. —Me ahogué un poco, pero me aclaré la garganta—. Mi padre ha
muerto y darle su último adiós es todo lo que me importa ahora. Te pido, por el
sincero cariño que ha despertado Cody en ti, que mantengas la distancia y
respetes mi dolor. Nuestro dolor.
Su mirada se oscureció, sus ojos, ya sin sentimientos, ahora eran como dos
ónix dispuestos a atravesar mi alma, quemarla y tirarla al inferno.
—Repito, sé que te mereces una explicación, y la tengo, pero no puedo
sostener esta conversación justo ahora contigo. —Mi voz se rompió un poco al
final y me odié por ello.
Su mirada perdió un poco de acero, apretó su mandíbula y un músculo saltó
en ella; esa fue su única respuesta con respecto a todo lo que le acababa de decir.
Dos días.
Cuarenta y ocho horas para que el mismísimo infierno se desatara y el jodido
Adam Walker, tercer heredero de la millonaria fortuna de Walker Inc., utilizara
cada maldito medio para quitarme mi mundo.
Pero se equivocaba en algo, su confiada mirada me confirmó que cometió el
primer error: me había subestimado.
Y no sabía cuánto iba a disfrutar probándole lo contrario.
23

Ubicación desconocida.
Un muy ocupado Dietrich Walker.

Si existía una persona en el mundo capaz de localizarme… esa era mi
hermana.
—¿Qué? —pregunté cuando su rostro perfectamente maquillado apareció en
medio de la presentación que tenía el ministro de Defensa.
La alarma ruidosa se disparó cuando se dieron cuenta que la transmisión no
estaba autorizada. Los rostros desencajados y preocupados de mi equipo de
seguridad iban de sus sofisticadas máquinas hacia mi rostro y viceversa. Nadie
se explicaba cómo era eso posible.
Querían saber quién era la hermosa mujer que había vulnerado sus
millonarios sistemas de protección y defensa, supuestamente impenetrables, y
los miraba con aire ausente.
Me recosté contra el respaldar de mi silla y la miré esperando a que hablase.
El alboroto me irritaba demasiado, pero me mantuve estoico.
Debería anunciarles que no importaba lo que hicieran, Xionela podría robar
todo su dinero mientras sostenía esta conversación conmigo y no lo descubrirían
hasta varios días después.
O quizás un mes.
Con ella jamás se podía estar seguro, era la mejor maldita hacker del mundo.
—Bonita forma de saludar a tu hermana.
—¿Eso eres? —Destellé una sonrisa en su dirección y ella rodó sus ojos.
Hoy vestía de negro. Su vestido era lo suficientemente rescatado para saber
que su llamada tenía que ver con la muerte de alguien.
Si el infierno era generoso, se trataría del imbécil de mi hermanastro.
Adam Vaughan.
Estaría maldito si aceptaba que ese poca cosa y estafador de primera era un
Walker.
—Necesito que tomes tu jet privado y regreses.
—¿Y por qué diablos haría eso?
—Porque Duncan Laurent acaba de morir…
—La muerte es parte de la vida… —atajé de golpe sin moverme de posición
ni mostrarle alguna reacción, pero ella siguió hablando.
Como siempre.
—E Ilyn Laurent viene de camino.
Una pesadez se apoderó de mi cuerpo y una indeseada anticipación golpeó
mi pecho. Nos contemplamos varios segundos. Cuando su rostro desapareció de
la pantalla, el caos se elevó a niveles ridículos.
Mi tolerancia se rompió y me levanté.
—Primer ministro… —empezó a decir el secretario de Defensa, pero corté
su ridículo discurso.
—Es curioso que a Reino Unido le cueste millones mantener su sofisticado
sistema, que promete ser impenetrable, y que este ni siquiera sea capaz de hacer
su maldito trabajo. —El secretario de Defensa enmudeció y yo proseguí mientras
recorría con la mirada la oficina. Rostros pálidos y preocupados me miraron
asustados—. ¿Alguien podría entonces explicarme cómo una mujer que luce
como una maldita modelo pudo enlazarse a nuestro satélite y encontrarnos?
—Lord Walker… —Ignoré al ministro de Defensa y me encaminé hacia la
puerta.
—Hablaré con el presidente y notificaré que nos están robando.
Dicho eso abandoné la oficina subterránea y tomé el único elevador que
subía a la superficie.
Cuando las puertas se cerraron tras de mí, enfrenté mi reflejo en el luminoso
espejo que abarcaba la pared interior.
Mis gemelos brillaron ante la escasa luz y sonreí.
Así como existía una sola persona capaz de rastrearme, también había una
sola por la que regresaría de inmediato a Londres y dejaría varado al cónsul de
Inglaterra, con el que tenía que reunirme luego de esta aburrida jornada.
Tenía que mostrar mis malditos respetos a la mujer que había esperado por
un largo tiempo y con la que, si me descuidaba, perdería la oportunidad de
ajustar cuentas.
Esto ya no era la universidad.
Y lo mejor de todo…, ya no era el maldito mejor amigo de Jace Laurent.
24

Una Ilyn Laurent muy agobiada.



Mi madre lloraba.
Y no, no era por mi padre.
Era por mí.
Por Cody.
Eran las lágrimas más amargas que la había visto derramar. Dolor que
empañaba su mirada cada vez que pensaba en las cosas que atravesé sola. Sin
ella. Sin mi padre. Sin mi hermano. Y eso la hacía sentir terrible.
Se sentía la peor madre del mundo por decisiones que yo tomé sola.
Nadie me obligó a no contarle la verdad a mis padres. No existió presión de
ninguna parte para mantener en secreto que tenía un hijo y que su padre era…
bueno, el chico que limpiaba las mesas en la universidad y que resultó ser un
Walker.
Fue mi decisión.
Y odiaba que sufriera por ello.
Podía escucharla llorar gracias a que ocupaba mi vieja habitación, la misma
que se encontraba al lado de la de mis padres, y me sentí como la mierda.
Cerré los ojos y recordé todo el trágico momento de mi entrada en la casa
donde nací, donde me crie y albergaba los más hermosos recuerdos de mi
familia, una familia que ahora estaba rota, lastimada porque murió un padre. Un
esposo. Un amigo.
El mejor hombre de este jodido mundo.
El ataúd reposaba sereno en la esquina de la sala, donde hasta hacía poco
descansaba un televisor sobre una vieja mesa de color caoba, obsequio de boda
por parte de mi tía Ivana.
Por supuesto, no ayudó que hiciera mi gran entrada respaldada por la fuerte
figura de Adam Walker.
Juro que el padre de mi hijo era como una maldita luciérnaga en medio de un
campo oscuro; todas las miradas se dirigieron a nosotros. Mi madre, que se
encontraba en calma sentada en el sofá más próximo al féretro de mi padre,
rompió en llanto cuando sus ojos se trabaron en mí. Luego en Cody, que corrió
hacia ella gritando: ¡abuelita!
La conmoción hizo mella en su pálido rostro y yo no podía creer que nada
estuviera saliendo según mi plan. Porque por supuesto que tenía un plan. Un
muy detallado e ingenioso plan. El mismo que se fue al infierno gracias al idiota
de Adam.
¡Joder!
Le pedí de forma amable que se marchara, pero al parecer el caballero tenía
otras ideas; algunas que incluía no perder de vista a su hijo en las próximas
cuarenta y ocho horas.
Traté de razonar con él. Le di cada razonamiento válido para que desistiera
de permanecer cerca de nosotros; no obstante, el idiota que olía delicioso derribó
cada uno de mis argumentos.
Ahora me encontraba aquí, pensando en todas las cosas que pude hacer
diferentes para evitarle este dolor a mi madre.
Ella era una buena mujer que acababa de perder a su compañero; no había
derecho para lo que le hice.
Suspiré y admiré a Cody dormido. A Adam no le había quedado otra que
marcharse cuando mi madre le pidió, de manera no tan educada, que abandonara
la casa.
Lo llamó por muchos nombres soeces que, estaba segura, avergonzarían a un
marinero.
La mirada que me dedicó antes de marcharse me dio una clara idea de lo que
me esperaba en estos próximos días. Y yo no podía estar menos ansiosa.
Reconozco que fue un movimiento estúpido enviarle una carta, pero no supe
cómo reaccionar cuando me enteré que estaba embarazada luego de que él
terminara con nosotros, porque creía fervientemente que Xionela me había
coaccionado para ayudarla a proteger su herencia; la noticia me haría ver como
que nuestro supuesto plan incluía quedarme embarazada. A propósito.
Maldición…
Hacía muchos años hice las paces con el hecho de que Adam estuviera
empeñado en proteger su corazón y ya no recibir más decepciones.
Es difícil que te lastimen cuando no esperas nada de nadie.
Por lo que si se permitía creer que yo realmente lo amaba y luego lo
traicionaba, como lo había hecho su madre, dudaba que pudiera reponerse de
algo así.
Dios, yo dudaba que pudiera recuperarme de varias decepciones a la vez.
Cody se volteó hacia mí. Cuando dormía era cuando más parecido tenía a su
padre. Sus largas pestañas revoloteaban sobres sus mejillas y aquel puchero, que
parecía que había aprendido a hacer en algún lado, embellecía su tierna carita.
Este era mi mundo.
Y lo había sido desde hacía más de cinco años. Y nada… absolutamente nada
podría hacerme renunciar a él.
Si tan solo hubiera sido consciente del odio que sentía hacia mí Adam
Walker, hubiera cogido a mi hijo y nos hubiéramos marchado esa misma noche.
Pero hay cosas que tienen que suceder y, aunque te pongas de cabeza, te
demuestran que es mejor dejar que la vida siga su curso. Y encontrar el lugar al
que realmente perteneces.

25

La mañana en que enterramos a mi padre la vida había decidido que era buen
momento para regocijarnos con un cielo despejado y soleado. Los pájaros
trinaban y no entendía que el día que le daríamos el último adiós al hombre que
significó todo para nosotros pudiera lucir tan brillante y feliz, mientras nuestros
corazones estaban rotos y nuestras almas lloraban por su prematura partida.
Un ataque de corazón nos había arrebatado al hombre que siempre sería mi
mejor amigo. Tan sorpresivo e injusto que siempre sería un mal trago.
Mi madre estaba desconsolada mientras el ataúd descendía lentamente al
lugar que sería, de ahora en adelante, la nueva morada del amor de su vida.
Mi hermano Jace me miraba como si yo hubiera sido la causante de la
muerte de nuestro progenitor y me las arreglé para ignorarlo gran parte de la
ceremonia.
—Podrías parar de mirarme —siseé, molesta, mientras veía a mi madre
presentar a su nieto a sus amistades.
Luego de pasar la noche entera llorando, esta mañana se había levantado y le
había hecho el desayuno a mi hijo. Solo a él.
Después de eso, no había necesidad de preguntar si estaba enojada conmigo.
Me ignoró mientras hablaba con Cody sobre su vida en Canadá. Preguntó
sobre sus gustos en comida y pasatiempos. Hizo preguntas que las abuelas
deberían saber sobre sus nietos, por lo que me esforcé en no llorar cada vez que
mi mamá se quedaba admirando en silencio a Cody y este gesticulaba y le
contaba todo: nuestro pequeño apartamento, sus amigos, la escuela y mi manía
de llamarlo por sus dos nombres cuando yo, bajo un mal juicio, creía que había
hecho algo malo.
Mi corazón se sintió pesado cuando algunas lágrimas hicieron su silencioso
camino por sus pálidas mejillas.
Sobra decir que me sentía aún más miserable.
Luego del desayuno tardío, abandonamos la casa en absoluto silencio y no
me permitió viajar con ellos. Me desinflé y llamé a Yuli para saber si podría
venir a recogerme. Ella aceptó, pero me sorprendí cuando no llegó sola. Mis
mejores amigas, Emisellys, Eris y Erycka la acompañaban. Gritaron histéricas
cuando me vieron en la entrada de mi casa. Me levanté, corrí hacia ellas y nos
abrazamos llorando.
¡Fue tan bueno verlas! No ocultaron lo lastimadas que se sintieron al no
responder a sus llamadas, correos o mensajes de texto, pero saber que tenía un
hijo las hizo comprender que la vida se había puesto patas arriba. Eris me contó
que ahora estaba casada y tenía un hijo de dos años, las demás seguían solteras y
prometieron que más tarde vería a Xionela, pero que ella me enviaba un fuerte
abrazo.
No sabía cómo sentirme con la idea de hablar con ella. Xionela era una
mujer que no se andaba con rodeos y con todo esto pasando no estaba preparada
para mirarla a los ojos.
Aunque la noticia que más me sorprendió fue que Erycka, de algún modo,
sospeché que sobornando a alguien, era maestra de primaria.
Jesucristo.
—¿Cómo pudiste? —me preguntó mi hermano.
—¿Pude qué?
—Mentirnos. —Rechinó los dientes y los músculos de su cuello se tensaron
—. Ocultarnos todo esto. ¿Qué diablos estabas pensando?
—Obviamente, en mí —respondí mordaz.
Las venas saltaron de su cuello y me miró un largo rato antes de abrir la
boca.
—Escucha…
—¿Señorita Ilyn Grace Laurent?
Dos hombres con trajes grises se acercaron con papeles en las manos. Uno de
ellos llevaba unas sofisticadas gafas de sol. Los pocos presentes que aún
quedaban fuera de la capilla se giraron y miraron a los recién llegados.
—¿Ustedes quiénes diablos son? —Mi hermano salió en mi defensa, pero el
hombre lo ignoró y extendió un sobre blanco en mi dirección.
—Esta es una orden que le prohíbe abandonar el país, señorita Laurent.
Mi mandíbula cayó y mi cuerpo empezó a temblar. Dios mío…
—El señor Adam Walker Vaughan presentó una demanda para impugnar sus
derechos como madre sobre la custodia de su hijo, el joven Cody Thomas
Laurent, por lo que el juez de la niñez solicita de manera inmediata su presencia
el día de mañana para atender la denuncia que ha sido interpuesta.
No lo podía creer. Esto no estaba pasando.
—Tiene doce horas para notificar al juez quién será su representante legal
encargado de llevar su defensa. El mismo que tendrá que señalar la casilla
judicial para el resto de notificaciones. Se le recuerda que, de desobedecer la
orden dictada por el juez Harrison, la custodia parcial de su hijo será retirada de
manera inmediata y usted será acusada de secuestro y detenida.
Esto tenía que ser una pesadilla.
—Ustedes no pueden venir y amenazar a mi… —empezó a decir mi
hermano, pero sus palabras fueron ahogadas por el fuerte rugido de un motor. Un
Ranger Rover oscuro con ventanas tintadas de negro se estacionó en el bordillo,
un grupo de hombres armados bajó del coche, seguido por el hombre que jamás
imaginé que vería otra vez.
¡Era el primer ministro!
¿Qué hacía aquí?
Los murmullos asombrados fueron imposibles de ignorar. No pude moverme
mientras lo veía acercarse con paso firme y decidido. Su poder podía hacerte
estremecer. Delirar. Y si no lo hacía eso, su aspecto te enviaría a un coma de
endorfinas y malos pensamientos.
Pensamientos pecaminosos y muy cachondos.
—Jodido Dietrich… —maldijo mi hermano por lo bajo, dando un paso al
frente y escudándome con su fuerte cuerpo.
Cuando llegó hasta nosotros, tomó el sobre de la mano del trajeado, sus ojos
verdes sonrieron a la vez que recorrían mi cuerpo.
El vestido negro caía sobre mis rodillas con gracia, pero se aferraba
demasiado a mis curvas. Me quedaba muy apretado y su intensa mirada solo
incrementaba mi incomodidad. Había pasado un largo tiempo desde que nos
habíamos visto.
Mi pecho se estrechó.
—Señor primer ministro… —Ignoró al hombre de traje que llevaba gafas de
sol y que extendió la mano para estrechársela.
—Una orden judicial. —Leyó rápidamente el papel—. Veo que el señor
Vaughan, después de todo, está haciendo uso de las conexiones de nuestro padre.
La comisura de sus labios se alzó en una esquina. No sabía qué me
provocaba más terror, si su presencia o la orden que sostenían sus fuertes manos.
Su cabello estaba peinado hacia atrás y el traje de tres piezas moldeaba cada
ángulo de su fornido cuerpo. Él siempre sería uno de los hombres más sexis que
había visto.
—Señores, sé que ustedes solo están cumpliendo su trabajo, pero abordar a
una mujer que acaba de perder a su padre en pleno entierro… Eso dice mucho de
la persona que emitió este documento.
—Señor primer ministro, si nos deja explicar…
—Tranquilos, muchachos, esta noche dormiréis tranquilos; no puedo decir lo
mismo del hombre que presentó la demanda.
Mis piernas se sintieron débiles.
—Largo. —El jefe de seguridad de Dietrich despidió a los hombres. Luego
se giró hacia mí y habló—: Siento mucho su pérdida, señorita Laurent.
—Hola, Callum. Gracias. Espero que tu esposa esté bien. Dile que le envío
un fuerte abrazo.
—Así lo haré, señora.
No necesitaba ver a mi hermano para saber que su mandíbula golpeó el piso,
igual que la de todos los presentes.
Tenía tanto que explicar.
—¿Conoces a los hombres de Dietrich Walker? ¿Cómo diablos es eso
posible? ¿Tienes algo con Dietrich? —formuló tantas preguntas en tan corto
tiempo que no supe cuál responder primero.
Suspiré y encaré a mi hermano. El asombro de los presentes estaba por las
nubes, pero mantuvieron su distancia. Era el primer ministro de Reino Unido
después de todo quien estaba frente a ellos, custodiado por su equipo de
seguridad.
—Es una larga historia que… —empecé a decir, pero fui interrumpida por el
grito emocionado de mi hijo.
—¡Tío Dietrich! ¡Tío Dietrich!
—¡Ven aquí, pequeño! Cuánto tiempo sin verte…
Cerré los ojos y me preparé para lo peor. Con Dietrich aquí, no creía que una
explicación me salvara del infierno.

26
Dietrich Walker fue el mejor amigo de mi hermano desde la primaria.
Reconozco que fue gracias a eso que conocí a Xionela, mi primera mejor amiga.
Mi relación con él jamás fue la típica de amor y odio que se establece con los
mejores amigos de tu hermano mayor. En todo caso, era muy desplaciente
conmigo, como si mi presencia lo irritara más de lo normal, y siempre
encontraba formas de meterse conmigo o decir cosas hirientes.
Cuando cumplí dieciséis años y fui invitada al Baile de la Rosa por el chico
más popular de la secundaria, me dijo que el vestido que llevaba era horrible y
de muy mal gusto. Me lo cambié. Dos veces.
¿Recuerdas cuando dije que había tenido un pequeño enamoramiento por él?
Bueno, fue por esa época. Cuando al fin me dio su aprobación, descubrí que le
había mentido a mi hermano y este había golpeado a mi cita. Según Xionela, su
hermano había dicho que Jamie Rayle había apostado que me arrebataría la
virginidad esa noche. Algo absolutamente ridículo porque para ese entonces yo
ya no era virgen. No había nada que proteger.
Perdí mi virginidad el día que me enteré que Dietrich Walker se había
declarado a una chica. Para ese entonces, él ya estaba en la universidad
estudiando Ciencias Políticas y Derecho y me cayó como un balde de agua fría
el que le propusiera ser su novio a una compañera de carrera.
Aún recordaba aquel horrible día y cómo de estúpida y tonta me sentí al
pensar que él quisiera estar con una chiquilla como yo, por lo que en la fiesta
que organizó Morgan Lewis esa noche fui con todo y se la di a Isaac Finley, el
chico que me hacía las tareas de química.
Claro que después tuve problemas al tratar de explicarle que el que hubiera
estado dentro de mí no era señal de que yo quisiera ser su dopamina,
feniletilamina y serotonina.
Desde ese día, mi leve irritación por sentirme un poco enamorada de él y no
ser correspondida adquirió nuevos niveles de odio.
Luego vino el altercado a mis diecisiete años. Me hice novia de Robert un
mes después del baile que me saboteó. Fue insufrible. Durante sus visitas a mi
familia, se las ingeniaba para tratar de buscarle fallas a mi novio y, aunque no se
equivocó cuando dijo que era un maldito infiel y que al estar con él me estaba
exponiendo a un caso serio de ETS —sí, todo eso lo había dicho delante de mis
padres—, no era su deber contratar a un equipo de grabación y enviarlo al hotel
donde se había enterado de casualidad que Robert Davis estaba engañándome; lo
transmitió en directo desde una cuenta falsa de Facebook y etiquetó a todos los
de la secundaria. Supe que fue él porque Xionela me lo confesó luego de que
llorara por la vergüenza que todo eso acarreó.
No salí de casa en un mes. Agradecía que terminara el instituto, con suerte,
en la universidad nadie me reconocería.
Y así fue. Luego conocí a Adam y, bueno, mi enamoramiento por él quedó
en el olvido. Hasta que apareció en un punto de mi vida donde jamás imaginé
que tenerlo en ella lo significaría todo.
Lo bueno.
Lo malo.
Porque Dietrich, él simplemente era… Bueno, mejor que lo averigües por ti
misma.
***
Cody tenía dos años cuando lo impensable sucedió: me quedé sin empleo.
Hasta ese entonces trabajaba como ayudante de gerencia en una pequeña agencia
de modelos.
Mi pequeño hijo había contraído un virus estomacal que rehusaba irse, por lo
que le pedí a una compañera, Hannah, con quien compartía la mayoría de las
clases y que siempre se sentaba junto a mí, que me supliera esos dos días. Ella
aceptó y yo pude irme tranquila al hospital, donde pasé la mayor parte del
tiempo lidiando con una enfermera que me culpaba del mal estado de mi hijo.
Para cuando el virus se dio por vencido y mi hijo estuvo sano, regresé a mi
trabajo, pero ¡oh, sorpresa!, me comunicaron que decidieron despedirme luego
de que no apareciera mi reemplazo. Y me quedé sin empleo.
Quise asesinar a mi compañera, pero esta se disculpó diciendo que su madre
también había enfermado con el virus y que le fue imposible ayudarme. Le dije
enojada que hubiera agradecido una llamada, a lo que ella respondió que no me
preocupara, que muy pronto encontraría algo mejor. Pero se equivocó. Los
meses pasaron y mis ahorros empezaron a mermar. Muy pronto no iba a ser
capaz de pagar el techo sobre nuestras cabezas y la desesperación me estaba
arropando cada noche.
Entonces pasó… Dietrich Walker fue proclamado el nuevo primer ministro
de Reino Unido. Todas las revistas se volcaron a entrevistarlo y semana tras
semana alimenté mi tristeza con su foto estampada en la portada de los
periódicos, que no se cansaban de decir lo atractivo, inteligente y joven que era
para ostentar un título tan grande.
Un mes después de aquello, un sobre sin remitente llegó a mi apartamento.
Mis manos temblaron imaginando que se trataba de Adam. Los sentimientos se
arremolinaron porque me sentía dividida. Una parte se sentía feliz de obtener al
fin una respuesta a la carta que había enviado dos años atrás y la otra estaba
aterrorizada de que fuera una orden de alejamiento.
Ya no conocía al hombre que me colocó el dije del infinito en mi tobillo
derecho y juró que estaríamos juntos por siempre.
Sin embargo, la sorpresa fue grande cuando el sobre, efectivamente, provenía
de un Walker, pero no del que yo esperaba. Dietrich me comunicaba que vendría
a visitarme porque había descubierto que tenía un sobrino y… quería conocerlo.
¡Diablos!
Jamás imaginé que aquella inocente visita inclinaría el eje de mi vida.
Para bien.
Para mal.
Y que me ayudaría a conocer de tal forma a un hombre que, estaba segura,
sería un gran padre algún día.
27
Un Dietrich Walker muy pensativo.

Ilyn Laurent seguía siendo la mujer más hermosa que había visto en la vida.
Removí el líquido claro en mi vaso y miré fijamente la fotografía de ella y de mi
sobrino que mantenía sobre mi escritorio.
—¿Señor ministro?
Callum, mi mejor amigo y hombre de confianza, entró en mi oficina. Estaba
en mi mansión, a las afuera de Londres y que muy pocos sabían que me
pertenecía; me fue otorgada gracias al testamento que dejó mi padre.
Algunos creerían que odiaba a mi padre después de descubrir que había
tenido un hijo con otra mujer, pero no era así. Conocí lo suficiente a la arpía de
la mujer que me dio la vida para entender por qué él siguió engañándola después
de casarse con ella.
Era una mujer despreciable, que no conocía el amor y esperaba que cuando
muriese lo hiciera sola.
—¿Sí?
—Su hermana está aquí.
Rodé los ojos. Xionela entró vestida de Armani y oliendo a algún caro
perfume. Sus ojos verdes, iguales que los míos, se clavaron en mi rostro.
—Gracias, Callum, pero puedo presentarme sola.
Los labios de este se torcieron en una sonrisa, negó con la cabeza y en
silencio abandonó la oficina. Antes de cerrar la puerta le dio una larga mirada a
la curvilínea figura de la mujer que no hacía más que irritarme.
—¿Qué quieres? —indagué una vez que Callum hubo cerrado por completo
la puerta—. No recuerdo haberte invitado.
—No necesitas hacerlo, soy tu hermana.
—Claro —dejé el vaso en el escritorio de roble negro y me levanté—, ¿y fue
por ello que tuve que contratar a un investigador privado para descubrir que
tenía un sobrino?
Puso los ojos en blanco y dejó su caro bolso sobre mi escritorio.
—No. —Se cruzó de brazos—. Contrataste a un investigador privado porque
querías saber dónde estaba la mujer que amas. El que descubrieras que tenía un
hijo supuso un mal sabor de boca, pero que te confirmaran que era tu sobrino,
voló tu cabeza.
Sonreí imperturbable mientras rodeaba mi escritorio y me detuve frente a
ella.
—Vuelvo a preguntar, ¿qué quieres?
—Tu ayuda.
—¿Para qué?
—Para que Ilyn no se marche de Londres.
—Ahh, eso definitivamente explica tu visita, porque si hay alguien capaz de
desbaratar el estúpido plan de tu hermanastro ese soy yo, ¿verdad?
Me dio la espalda y paseó por la habitación, admirando cada cuadro y
fotografía, la mayoría de Ilyn y Cody.
—Sé que la amas, pero ella no es para ti.
Metí las manos en mis bolsillos. No permitiría que su afirmación me
perturbara. Ella no sabía una mierda.
—¿Porque lo dices tú?
Negó, recogió una de las fotografías y trazó un dedo sobre ella. En esa, Cody
tenía apenas un año y me la obsequió Ilyn para mi cumpleaños, más un hermoso
dibujo pintado con acuarelas por él.
—Si no hubieras pasado gran parte de tu vida con miedo de ir tras ella, nada
de esto estaría pasando…
—A diferencia de ti, creo en la lealtad y Jace Laurent era mi mejor amigo…
—Pero ella, tu felicidad. —Nuestras miradas se encontraron. Colocó el
cuadro sobre la mesita—. Perdiste tu oportunidad y alguien más la tomó…
—¿Qué diablos sabes tú?
—Demasiado.
Rompí la mirada y le di la espalda. Miré a través de la enorme pared de
vidrio que nos regalaba una de las vistas más hermosa de la naturaleza.
Siempre me había encantado esta casa. Mientras me convertía en adulto,
podía verme formando mi familia dentro de estas paredes.
Con Ilyn Laurent como mi esposa.
—Eres como ese cliché malo. —La voz de Xionela sonó cerca de mí—.
Enamorado de la pequeña hermana de su mejor amigo, tan temeroso de perder su
amistad que está dispuesto a renunciar al amor de su vida por conservarlo a él.
No te das cuenta de que esos amores no son sinceros porque, simplemente, no
son verdaderos.
Solté una ligera risa, si fuera cualquier otro, ahora mismo estaría
desangrándose en el piso.
—Ilyn está mejor con Adam…
—Ah, el hijo prodigo. —La enfrenté—. Como olvidar que lo amas más que a
mí.
—No seas ridículo. Os quiero a los dos. —Su mirada perdió tensión y dio un
tentativo paso hacia mí, pero yo me alejé dos. Dejó caer sus brazos. De nuestra
relación de hermanos solo quedaban cenizas—. ¿Cuándo entenderás que tú
siempre tendrás mi lealtad?
—¿Lealtad, dices? —Estreché mis ojos—. Si es así, ¿por qué no me dijiste
que Ilyn estaba saliendo con el maldito que limpiaba nuestras mesas? Y no solo
eso, sino que habías descubierto que él era el hermano del que tanto nos hablaba
nuestro padre. Dime, Xionela. —Alzó la barbilla—. ¿Sabes lo que creo,
francamente? Que dentro de tu cabeza piensas que todo esto es una maldita
novela de esas que lees cada noche antes de dormir. Pero tengo noticias, esta
maldita historia no va a acabar como te imaginas. Yo me quedaré con la chica,
aunque me hayas fichado como el antagonista.
—Dietrich…
—¡Callum! —Mis hombres entraron inmediatamente en mi oficina y
rodearon a Xionela—. La señorita Walker ya se va.
No medimos unos cuantos segundos, recogió su bolso y empezó a caminar
hacia la puerta.
—Una última cosa… —Se giró y me miró con una sonrisa confiada en los
labios.
No respondí, pero me preparé para el golpe que sabía que se avecinaba.
—Si no haces lo que te pido, prepárate para recibir la llamada de la reina
Isabel cuando, mañana a primera hora, vea en la prensa un video muy detallado
de todo tu acoso no autorizado a la madre del hijo de tu hermanastro. —Mi
cuerpo se endureció—. Si haces lo que te pido, te prometo que borraré toda
evidencia de tus actos ilícitos que sepultarían tu carrera política. Buenas tardes,
chicos.
Cerró la puerta y volví a enfrentar la pared de vidrio.
Xionela subió a su Lamborghini bajo la atenta mirada de todos mis hombres.
Las oscuras ruedas rechinaron y levantaron la grava del camino al hacer su
ruidosa salida de mi propiedad.
—¿Callum?
—¿Sí, señor?
—Comunícame con el juez de la niñez. Dile que necesito cenar con él esta
noche. Urgente.
—Como ordene.
Callum abandonó la oficina en compañía de su séquito y volví a quedarme
solo. Mis pensamientos se revelaron y corrieron a tres años atrás, cuando irrumpí
en la vida de Ilyn Laurent.
No había justificación para lo que había hecho ni las mentiras que le había
dicho, pero cuando estás tan enamorado como lo estaba yo, y se te presenta la
oportunidad de tener en bandeja de oro lo que siempre has soñado, lo tomas y
punto.
Sin remordimientos.
Y rezas cada noche para que la mujer que amas jamás se entere.
28
Antes.
Un Dietrich Walker muy furioso.

Descubrir que Ilyn era madre no me sentó muy bien, pero saber que el padre
de ese hermoso niño, que me devolvía la mirada en una foto tomada a distancia
mientras este paseaba de la mano, era mi patético hermanastro causó un terrible
estrago en mi cabeza.
Joder.
—¿Estás seguro? —pregunté al investigador privado sin levantar la mirada
de la fotografía. Sabía que era una pregunta estúpida, su buena reputación
transcendía fronteras, pero este asintió brevemente dándome un indulto.
—Su nombre es Cody y tiene dos años de edad. —Pude saborear la bilis en
mi boca—. Mis fuentes aseguran que actualmente la señorita Laurent no
mantiene ningún tipo de relación con el señor Vaughan, por lo que es acertado
creer que él desconoce la existencia de su hijo. —Mi pecho se apretó—. Viven
en un pequeño apartamento en el centro de Toronto. Está desempleada y no hay
ningún amigo cercano a la vista.
Me concentré en la foto y tuve un momento difícil procesando la
información.
Allí estaba, la mujer que había amado desde siempre, sonriendo como si mi
mundo no estuviera cayéndose a pedazos, como si mi corazón no estuviera
siendo atravesado por millones de cuchillas filosas. Mis manos picaron por
golpear paredes. O mejor, ir y sacarle la mierda al hombre que desde mi parecer
jamás podría ser un verdadero hermano.
Un verdadero Walker.
¿Cuándo ella empezó a salir con ese maldito estúpido? Mis manos se
apretaron arrugando la fotografía.
Lo cierto era que ni siquiera fui consciente de que ella había empezado a
salir con otra persona después del esfuerzo de tirar del maldito pedestal al idiota
de su exnovio: Robert Davis.
Sí, pagué a la chica para que sedujera al cretino y lo llevara al hotel donde ya
tenía un equipo de grabación esperando mi señal.
Y no, jamás me arrepentí de lo que había hecho en ese entonces, como
tampoco me iba a arrepentir de hacer lo que fuera necesario para mantenerla a
mi lado.
Padre no era el que engendraba, sino el que criaba, y yo estaba más que
determinado a demostrarle que podría ser eso y mucho más.
Yo podría ser su maldito mundo.
Solo era cuestión de tiempo.
Aproveché la presencia del investigador para comunicarle mis siguientes
pasos a Callum. Mi mejor amigo. Mi hombre de confianza. Quien sabiamente se
mordió la lengua y no me increpó ni ofreció su para nada solicitado punto de
vista. No tenía tiempo para lidiar con la mierda que me soltaría una vez que
estuviéramos a solas, por lo que tener al investigador en la misma habitación
mientras le ordenaba entregar la carta que había redactado a Ilyn Laurent, donde
le manifestaba mis profundos deseos de conocer a mi sobrino —una mentira a
medias— y brindarle mi ayuda y protección, dilataría la conversación que no
quería mantener con él el tiempo suficiente para que todo estuviera marchando
sobre ruedas.
Media hora después, Callum salió de mi oficina con el ceño fruncido y sus
labios apretados en una fina línea. Ignoré la mirada que me lanzó antes de
desaparecer y despedí al investigador. Mi prioridad era llamar a la única persona
que, estaba seguro, sabía esto de antemano, pero igual que en ocasiones
anteriores seguía ocultándome la verdad.
Maldita sea.
¿En qué momento mi hermana se había vuelto contra mí?, no tenía ni puta
idea, pero hacer esta llamada era necesaria.
—Dietrich…
—Veo que tus actos siguen demostrando que ya no eres mi hermana —
declaré admirando el sol ocultarse. La sensación de vacío en mi pecho estaba
renuente a dejarme en paz. El sabor de la traición bailaba flamenco en mi
garganta y me provocaba arcadas—. Aclárame algo, querida hermana, ¿por qué
he tenido que contratar a un colaborador externo para descubrir que soy tío?
—Supuse que ya lo habías superado…
—Define superar.
—Hay cosas que no entiendes, Dietrich. —Xionela suspiró como si sobre sus
hombros sostuviera el peso del mundo—. Solo tienes que saber que Adam y ella
se pertenecen. Se aman —rechiné mis dientes y mi mano se apretó
dolorosamente en el móvil—, y si a él no le he dicho que tiene un hijo… ¿qué te
hizo pensar que te lo diría a ti?
La ira quemó a fuego lento, había tenido suficiente de esta mierda.
—En lo que a mí respecta, tú ya no eres mi familia.
—No seas… —Corté la llamada.
Mi móvil volvió a sonar y vibrar, pero lo apagué. El sol se había ocultado
completamente y las brillantes luces del patio se encendieron.
Yo me encargaría de que Adam Vaughan jamás supiera que tenía un hijo.
Desde mi percepción, el maldito no merecía a una mujer como Ilyn Laurent.
Tampoco yo, pero era lo suficientemente egoísta para ignorar aquel detalle e ir a
por ella.
Con amargura, recordé que no podía recurrir a Jace Laurent, mi antiguo
mejor amigo, porque este había tomado el lado de Vaughan. Al igual que mi
hermana, este parecía haber sido inducido a alejarse de mí por la farsa que era mi
maldito hermanastro. Jace no había estado contento cuando manifesté mi deseo
por impugnar el testamento de mi padre. Se suponía que él era mi mejor amigo,
tenía que haberme apoyado, pero con sorpresa y dolor vi cómo sin dudarlo tomó
el lado de Vaughan y me dio la espalda.
Tantos años negándome a perseguir a la mujer que amaba por respeto a él, y
este me tiraba en la cara doce años de amistad. De lealtad.
Ni siquiera me molesté en comunicarle que de nuestra amistad solo
quedaban cenizas.
Dolió ver que nadie era capaz de ver la clase de rata que era mi hermanastro.
Pero no importaba, porque yo podía ver a través de él. Podía vislumbrar al
hombre sediento de atención y dinero que vivía bajo su dócil exterior.
Solo tenía que tener paciencia hasta que la máscara que se había colocado se
desprendiera; Adam Vaughan no era más que un aprovechado, al igual que mi
madre.
Y yo no perdería a la mujer que amaba por alguien como él.
Ese pensamiento me alimentó todo el tiempo que invertí en poner en marcha
el plan para ganarme el corazón de Ilyn. Estaba decidido a recuperar el tiempo
perdido. Más que decidido a que fuera ella la mujer que se levantara cada
mañana a mi lado y a la que le haría el amor por el resto de nuestras vidas.
Al principio puso algo de resistencia. No confiaba en mí y no podía culparla.
Tomaría tiempo borrar lo idiota que había sido hacía algunos años, pero me
esforzaría para que pudiera ver al hombre que era ahora.
Un hombre dispuesto a caminar sobre el fuego por ella. Y su hijo.
No me sorprendió que Callum ganara fácilmente su confianza. Él poseía ese
carisma que conquistaba el corazón de todas las mujeres. También ayudó mucho
que él mintiera sobre que estaba casado y que su esposa estaba enferma.
Un movimiento muy inteligente.
Gracias a eso, descubrí que Ilyn tenía una debilidad por los enfermos y
Callum lo utilizó a su favor. En cuestión de meses, se hicieron buenos amigos y
yo simplemente entendí que, aunque había una atracción que crepitaba entre
nosotros, ella no quería toda la atención que provocaría salir con el primer
ministro. Al menos eso fue lo que entendí luego de que la acorralara contra la
puerta de su habitación.
Podía recordar con detalle cómo su pecho se había elevado y caído
bruscamente cuando, después de un año de estar en su vida y de lograr que ella
se sonrojara por mi mirada y sus rodillas temblaran por mi sola presencia, rodeé
su cintura y la atraje a mi pecho.
—Sé que puedes sentirlo… —Saboreé el cálido aliento que salió a ráfagas de
sus labios. Mi furiosa erección apuntaló su vientre bajo, Ilyn soltó un gemido y
se estremeció—. Como yo puedo sentir que estás lista para mí. Para dejar de
fingir que solo soy el tío de tu hijo e ir a por ello. Me quieres, no lo niegues.
La pequeña mentirosa negó con la cabeza.
—Dietrich, yo… yo estoy confundida. —Sus ojos brillaron de
remordimiento—. No quiero hacerle daño a mi hijo. Ni a ti.
Asentí y mi mano izquierda subió lentamente por su costado. Cuando llegué
a su pecho, rodeé su pezón y le di un pequeño pellizco. Estos se volvieron
insoportablemente duros. Ella aspiró una fuerte bocanada de aire, pero no alejó
mi mano, su piel se erizó, pero no protestó.
Ella lo quería tanto como yo. Podía oler su deseo en el aire.
Me encantaba el vestido gris que se había puesto esta noche y no podía evitar
imaginarme desnudarla completamente, devorar su coño para luego darme un
festín con sus tiernos pezones mientras la escuchaba gemir mi nombre.
Afiancé mi agarré en su cintura mientras recorría con mis labios su mejilla.
Los condenados tenían mente propia y luego besaron su cuello lentamente,
tomándose el tiempo para memorizar cada curva de su clavícula, cada peca y
cada respiración. Su cuerpo vibró con pequeñas sacudidas y, cuando mis labios
llegaron a su pezón y lo rodearon a través de la tela, sentí el doloroso tirón en mi
pantalón. Mi polla exigió que la liberara para salir a saludar a la mujer que había
gobernado gran parte de mis sueños eróticos.
Pude haberla tomado en el pasillo, ahí mismo, sin importarme que mi
sobrino estuviera durmiendo tras esa puerta. Pero una garganta aclarándose atrás
de nosotros hizo que cerrara los ojos y maldijera a mi mejor amigo.
—Disculpe, señor, pero tenemos que tomar un vuelo de emergencia. Una
situación amerita su presencia y no puede esperar.
Ilyn se alejó de mis brazos y reacomodó su vestido. Estaba demasiado
avergonzada para encontrarse con la mirada de Callum. La prueba húmeda de
que mi boca estuvo en su pezón se hizo más grande con cada segundo que
pasada; evitó mi mirada y con una débil disculpa y un adiós entre dientes abrió
despacio la puerta y desapareció en su interior.
Durante el vuelo no pude quitarme el sabor de su piel de mi boca. No quería
que desapareciera. Me arrepentí de no haber sido capaz de bajar solo un poco la
parte superior de su vestido y tomar entre mis dientes aquel pezón y chuparlo
con fuerza para que cuando se bañara o lo rozara accidentalmente recordara que
estuve ahí.
Que fue mía algunos minutos.
Pero me dije que esperaría. No quería que nuestra relación sufriera porque
tenía que dejarla a mitad de la noche para salir a atender algún desastre
provocado por un idiota que no podía encontrar un puto martillo, aunque este lo
golpeara en la cabeza.
Le daría el tiempo que durara mi puesto para que ella ajustara las tuercas de
su corazón, porque una vez terminado mi periodo, nada me detendría para
seducirla.
Nada me impediría hacerla mía.
Hacerla mi esposa.

29

Una Ilyn Laurent muy nerviosa.



Xionela Walker llegó a la casa de mi infancia cuando el sol estaba a punto de
ocultarse. Su Lamborghini se estacionó en la entrada y ella bajó luciendo
espectacular con un vestido negro entallado. Miró hacia la casa y, cuando
nuestros ojos se encontraron, sonrió; corrí hacia ella y la abracé.
—Es bueno que hayas regresado.
—¿Eso crees?
—Por supuesto. —Nos alejamos un poco y me miró a los ojos. La tensión
alrededor de los suyos era notoria; volví a abrazarla.
—Nunca tuve la oportunidad de decírtelo, pero sentí mucho lo de tu padre.
Era un gran hombre.
—Igual que el tuyo. Siento que el señor Duncan haya partido.
Asentí y me alejé de ella. Di un paso atrás.
—Mira lo hermosa que estás.
Sonrió y negó con la cabeza mientras me obligaba a dar una vuelta frente a
ella.
—Mírate a ti. —Me sonrojé—. Toda una madre y luces preciosa. Esperemos
que pueda verme igual cuando una bola de fútbol salga de mi vagina.
Se me escapó una risa.
—Sé que encontrarás la forma de verte espectacular. Eres Xionela Walker,
tus genes son poderosos.
Asintió.
—Ya veremos. Quería hablar contigo de…
—Adam, lo sé. —Rodeé mi cintura con las manos—. Quiero que sepas que
siento mucho no habértelo dicho. En ese momento, pensé que estaba haciendo lo
correcto. Y bueno, luego pasó lo de tu papá y lo de que él era tu hermano…
Simplemente, era mucho con lo que lidiar. —Suspiré y tomé su mano.
Necesitaba saber si era verdad—. No sé si lo sabes, pero Adam antes de terminar
las cosas conmigo, me dijo que tú sabías que él era tu hermano… y yo…
—Así fue. Lo supe, pero tuve mis motivos para no decirlo en ese momento.
Y él ya los sabe.
La miré y controlé mi lengua. No podía tampoco culpar a mi mejor amiga
por el arrebato de Adam. Era un adulto, por el amor a Dios, tenía que haber
manejado mejor las cosas, no comportarse como un inmaduro y romperme el
corazón.
—Sé que las cosas se vieron mal en ese momento y que te acusó
erróneamente de que eras mi cómplice, pero ya aclaré las cosas con él. Aunque
el que hayas tenido un hijo y se lo ocultaras no te benefició…
—Ni que lo digas.
Empezamos a caminar hacia el pequeño banquillo que adornaba la entrada.
Cuando llegamos ahí, nos sentamos y guardamos silencio varios segundos.
Luego de que Dietrich se fuera, sin despedirse, me sentí nerviosa. Cuando
nos encontró en Canadá dijo que quería tener una relación con Cody, que no
podía permitir que a su sobrino le pasara algo, por lo que era mejor que él
siempre cuidara de nosotros. Al menos, hasta que Adam decidiera que quería ser
su padre.
No se lo dije en ese momento, pero siempre supe que él mentía en ese
aspecto. Cuanto más tiempo pasaba con Cody más me confirmaba que Dietrich
estaba lejos de renunciar a la relación que estaba cultivando con su sobrino.
Y Adam siempre sería un gran inconveniente. Si todo aquel comportamiento
no me confirmaba aquellas sospechas, la noche que me acorraló contra la puerta
de mi habitación y experimenté el momento más bizarro y erótico de toda mi
vida me dejaba sin opciones para esconderme. O mantener alguna duda.
No solo quería a Cody. Él nos quería a ambos.
Él me deseaba, y yo… creí que podría…
—Tienes que saber que Adam te ama… —Me sorprendí por sus palabras. La
miré—. El maldito idiota está lejos de saber que su matrimonio fue un estúpido
intento para olvidar a la dulce y loca joven que conoció, y que perdió porque no
se permitió ver más allá de las nubes grises que pintaba el panorama.
—Xio…
—Guarda silencio. Tienes que saber la verdad.
Mi corazón empezó a latir acelerado, pero obedecí. Quizás escucharla me
ayudara a entender cómo lidiar con el hombre que me había interpuesto una
demanda.
—Luego de que te marcharas, él fue otro. Y no creas que manejo estas
palabras a la ligera porque aparentemente yo no sabía que existía, de hecho, tuve
seis meses para analizarlo y comprender que Adam Vaughan es un hombre que
va a por todas. Es una pena que no hubiera podido asistir a la escuela. La razón
de que su madre jamás deseara que tuviera oportunidades para salir adelante
siempre será uno de los secretos mejor guardados, pero el poco tiempo que
investigué, descubrí que era un buen chico, con mala suerte, pero muy
trabajador, y lo más importante… de verdad te amaba.
Mis ojos se llenaron de lágrimas.
—Pero la muerte puede ser muy dolorosa. —Negó con la cabeza—.
Recuerda que él no solo perdió a su madre, tuvo que lidiar con el descubrimiento
de que siempre tuvo un padre y que, por alguna razón egoísta, la mujer que le
dio la vida quiso que pasara por todas las penas que experimentó. Es posible que
aquello nublara su juicio y creyera que… si la mujer que debería amarlo sobre
todo le había engañado, existían muchas posibilidades de que tú hicieras lo
mismo. —Me miró y sonrió—. Su amor era tan nuevo e intenso que tuvo miedo
y se comportó como un idiota.
Se me escapó una risa y sequé las lágrimas de mis mejillas.
—Cuando partiste, las cosas se movieron, como tenía que suceder. Mi padre,
como supuse desde el principio, incluyó a Adam como heredero legítimo e
igualitario de todas sus propiedades y acciones. Ponte un segundo en su lugar:
imagina pasar de no tener nada a tenerlo absolutamente todo, eso jode la cabeza
de cualquiera.
Cuánta razón tenía. Siempre había visto la balanza desde mi punto de vista.
No era justificativo, pero tenía diecinueve años y estaba tan dolida que olvidé
que Adam tenía una lucha por delante mucho más grande y terrible.
—Entonces las mujeres empezaron a lloverle y tuve que intervenir.
—¿Cómo?
Me dio una sonrisa triste.
—Estás viendo a la mujer que le presentó a la que ahora es su esposa.
Me levanté y me alejé de ella dándole la espalda y mirando hacia el largo
camino, lleno de hojas secas. Un pozo se abrió en mi pecho.
Xionela era mi mejor amiga, ¿cómo había podido presentarle a esa mujer?
—Ilyn… —Se levantó y me giró. Rehusé mirarla—. Déjame terminar la
historia…
La miré y ella suspiró.
—Como dije, cuando te fuiste, él simplemente dejó de ser el Adam que era.
—Más lágrimas hicieron su camino y esta vez no hice el intento de limpiarlas.
Mi mejor amiga lo hizo en su lugar—. Se convirtió en un capullo de primera,
solo era cuestión de tiempo que empezara a acostarse con todas las vaginas
fáciles que le pasaran por delante. —Hice una mueca—. Él mismo me dio la idea
al contarme su sospecha por la que terminó contigo y entonces hice lo que él
creyó que hice contigo. Holly era una vieja amiga del club de mis padres,
después de un par de charlas con ella supe que sería perfecta para Adam.
Miré hacia otro lado. Dolía pensar que Xionela pensara que cualquier otra
mujer que no fuera yo sería perfecta para su hermano.
—Mírame —pidió—, vamos, que no tenemos mucho tiempo. Adam viene de
camino y quiero que lo sepas todo porque viene con ella.
La miré y me ahogué en un sollozo. Mis piernas se sintieron débiles, no
estaba preparada para lidiar con él y mucho menos con su perfecta esposa.
—Tienes que saber que Holly realmente lo ama, pero él jamás podrá ser
recíproco con sus sentimientos. No voy a mentir y decir que no la quiere,
porque, de hecho, él se preocupa mucho por ella; no obstante, comparado con el
amor que siente por ti y que rehúsa admitir, el cariño que siente por Holly
palidece. —Suspiró y dio un paso atrás—. Ellos han pasado por mucho, incluso
perdieron un hijo y quedó incapacitada para concebir. —Mi estómago sufrió un
descenso brutal, me sentí mareada. ¡Jesús! Se sintió mal sentir celos al escuchar
que Adam estuvo a punto de tener otro hijo—. Por eso ella ha insistido en
conocer a Cody. Te aseguro que Holly es inofensiva y que solo quiere lo mejor
para Adam. Y para Cody.
En ese momento, un Ford Mustang se estacionó detrás del coche de Xionela.
Mi corazón se saltó varios latidos cuando su fuerte figura emergió del interior
del coche.
Vestido casual y sin corbata, Adam Walker me miró. Me sentí herida por
traer a su esposa. No ayudaba recordar que se la había presentado mi propia
mejor amiga.
—Me tengo que ir.
Xionela me dio un fuerte abrazo, pero no quité la mirada de los recién
llegados. La puerta del copiloto se abrió y abracé con más fuerza a Xionela, el
momento había llegado. Conocería a la mujer que tenía la dicha de besar sus
labios y cuidarlo mientras dormía, de ser la única capaz de llamarlo suyo en
público y en privado, de tomar sus manos y que estas acariciaran su cuerpo.
Ella era… yo.
La mujer que debería haberse convertido en su esposa.

30
Holly Walker era muy diferente a mí. En más de un sentido. No había punto
en que pudieran compararnos. Y odié que él se hubiera casado con una mujer
que luciera así.
Al menos, esta noche podría dormir tranquila sabiendo que si se fijó en Holly
para empezar fue porque se parecía a mí. Pero no, el capullo había ido a todo lo
alto y se había conseguido una versión en tamaño real de Ariel, la sirenita, pero
con pelo corto.
Su cabello lacio, corto hasta los hombros con un estilo degrafilado, estaba
teñido de un rico rojizo borgoña con un brillo único que realzaba la cremosidad
de su piel. Su cutis limpio de maquillaje la hacía lucir muy joven. Si yo me
hubiese quitado el maquillaje en estos momentos, me habría asemejado a un
horrible zombi; las ojeras bajo mis ojos delataban que seguía siendo una rebelde
y que me costaba horrores acostarme temprano.
Sus labios perfectos estaban pintados de un rosa suave y un delineado fino
realzaba la belleza de sus ojos. Un vestido negro, que lucía hecho a medida,
descubría unas piernas tonificadas y largas.
Si así se veía todo el tiempo la madrastra de mi hijo, esta noche terminaría
mi relación tóxica con los tacos y pizza. «Hora de regresar al gimnasio, chicas»,
les dije a mis piernas.
Cuando Adam la tomó de su mano y se encaminaron hacia nosotras, tuve un
momento difícil para no correr hacia la casa, coger a mi hijo y huir.
Se veían tan perfectos que inmediatamente tuve arcadas.
—Tranquila. Holly es muy agradable.
Lo gracioso era que ahora parecía que yo tuviera un palo atravesado en el
trasero por lo tiesa que me había puesto. Mi mejor amiga me dio una larga
mirada cuando se alejó de mí.
—Te llamo luego —se despidió y, en su camino, le dio un abrazo a Holly.
Estreché los ojos, olvidando las ganas de vomitar, tenía deseos de quemar el
Lamborghini de Xionela. Esta se marchó sin molestarse en darme una última
mirada.
—Ilyn Laurent, es bueno conocerte al fin —dijo con voz delicada una vez
que la feliz pareja llegó hasta mí. Enarqué una ceja y miré a la tal Holly.
—Hola, diría lo mismo, pero apenas mi mejor amiga me estaba hablando de
ti. —Le ofrecí mi mano y traté de comportarme lo más civilizada posible—.
Mucho gusto.
Su apretón fue débil y solté su mano como si me hubiera quemado. Me
concentré en el idiota parado a su lado.
—Adam…
—Ilyn…
Luego de eso, nadie dijo nada.
Malditamente incómodo.
—Mmm, yo… sé que no es el momento, pero no podía esperar más para
conocer a Cody.
Cuando el nombre de mi hijo abandonó sus labios, sentí deseos de golpear a
Adam. Esperaba que fuera algo pasajero, porque tendía a dejarme llevar por mis
emociones y su atractivo rostro no estaba seguro cerca de mí.
—Comprensible —me limité a decir, mi mano picaba por hacer contacto con
la cara del idiota.
—Entonces, ¿podrías llamarlo para conocerlo? Le he traído un obsequio.
Forcé una sonrisa y me preparé para mi descenso al infierno. Holly no era
mala y fue eso mismo lo que volvió mi vida miserable una vez que el juez, dos
semanas después, falló a favor de Adam Walker y le otorgó la custodia
compartida de nuestro hijo. Así, también se estableció que Cody no podía
abandonar Londres, al contrario que yo, que me encontraba libre de abandonar
esta ciudad cuando quisiera. Como si algún día me fuera a ir sin mi hijo.
Él era mi mundo.
Mi todo.
Y me quedaría aquí, aunque fuera lo último que quería. Fue así cómo la
muerte de mi padre hizo que mi vida diera un giro de noventa grados. Cinco
años después, mi vida sexual era una total agonía y mis ovarios se encontraban
muy resentidos conmigo. Maldito Adam Walker.
31
Ahora.
Una Ilyn Laurent muy estresada.

Mi madre había regresado de su viaje a la casa de mi tía Isobel y, como
siempre que se iba, trajo muchos obsequios a Cody, que no pudo ocultar su
emoción al ver a su abuela luego de dos largas semanas. Acordamos cenar esta
noche al darse cuenta de que no tenía ánimos de cocinar para dos.
—¿Y que pasó en mi ausencia?
—Bueno…
—Mi mamá acompañó a una amiga, que extrañamente no conozco, a
revisarse las hemorroides. —Mi madre estrechó los ojos en mi dirección—.
Como no sabía qué era una hemorroide, la tía Eris me mostró una foto del
trasero de un hombre con una gigantesca en el trasero.
Me ahogué con la avena que estaba comiendo. Dejé el plato a un lado y tomé
mi móvil con la intención de enviarle un mensaje de agradecimiento a Eris.
—Ya veo. —Se giró y siguió preparando la cena mientras murmuraba un
sinfín de cosas. Cody se levantó y se marchó a la sala. Dos segundos después,
escuchamos la televisión encenderse.
—Mamá…
—Sabes que no me interesa lo que hagas en tu tiempo libre, pero te
agradecería que no dieras motivos a ese tipejo para arrebatarte la custodia. Dios
sabe que suficientes dolores de cabeza nos ha dado como para que nos duren
quince vidas.
Rodé los ojos y envié otro mensaje a Eris prometiéndole que le enviaría una
grabación a su esposo sobre sus detalladas preferencias en la cama.
Ella contestó con varios emoticonos llorando y el de choca los cinco, que al
parecer ella pensaba que era alguien orando. O suplicando.
—Ilyn… —levanté la mirada y me concentré en mi madre—, sé que quieres
salir y disfrutar de aquello que se te fue negado al convertirte en madre soltera,
pero existen medios más prácticos que el exponer a tu hijo.
—Eris se disculpó por ello. —Me encogí de hombros—. Ya sabes cómo
puede ser tu nieto.
—Exacto. Sé como puede ser Cody y tú también. Eres su madre. Además,
me dolería ver que perdieras a mi nieto solo porque estás priorizando algo que
está tergiversado. El amor llega, aunque no lo busques, y cuando lo hace de esa
forma, créeme, hija, es cuando vale la pena. Es cuando va a tirar abajo todas tus
paredes. Y las señales de advertencia sonarán porque llegó el hombre que
romperá con todo lo que creías conocer hasta ese día.
Cody llenó la mayor parte de la cena contándole a su abuela su excursión y
cómo su padre salió en los noticieros cuando impidió que un joven matara a su
familia y cómo dos días después rescató a una familia entera de un voraz
incendio…
—Mi papá es un héroe. —Mi mamá tosió una maldición y le lancé una fea
mirada—. Cuando sea grande quiero ser como él.
Otra maldición y tuve suficiente, me disculpé y me encerré en el baño. Mojé
mi rostro y me miré fijamente en el espejo.
—¿Qué diablos estás haciendo, Ilyn? —le pregunté a mi demacrado reflejo.
No obtuve respuesta. La Ilyn del espejo tampoco sabía qué demonios hacia la
mitad del tiempo.
Suspiré y me prometí que si luego de salir con los tres candidatos que me
habían conseguido mis mejores amigas no conseguía un hombre decente para
presentar a Cody, tiraría la toalla.
No había nada de malo en quedarse soltera.
Al menos, eso me repetí mientras me despedía de mi madre y hacía el
camino hasta nuestra casa.
Sí, no había nada de malo.
Me puse el pijama habitual luego de acostar a mi hijo. Mañana era miércoles
y teníamos que levantarnos temprano. Cerré lo ojos y perdí la consciencia. Un
fuerte olor a humo y un calor abrasador fueron los que me sacaron de golpe de
un sueño intranquilo.
¡Joder, mi casa se quemaba!
32
Un Adam Walker muy histérico.

Recibí varias llamadas solicitando nuestra ayuda porque un incendio se
estaba desarrollando en una casa residencial. Probablemente, a alguna mujer
descuidada, que habría olvidado apagar correctamente la estufa, se le estaba
quemando la mitad de su propiedad.
¡Joder!
Ni siquiera los bomberos podían hacer su maldito trabajo.
Negué y seguí saltando la cuerda mientras mi móvil se volvía loco sobre mi
escritorio. Hacía menos de dos días mi equipo había tenido que entrar en una
casa envuelta en llamas para salvar a una familia entera, por poco perdimos a
Vicent. No iba a enviar a mis hombres de vuelta a esa mierda.
El departamento de bomberos de la ciudad tenía que aprender a lidiar con sus
situaciones. No podían ir por ahí gastando el dinero de los contribuyentes en
hacer calendarios sexis y no saber controlar una maldita emergencia.
Doce.
Trece.
Catorce.
Quince.
Dieciséis.
Diecisiete.
Les haría bien asumir por una vez las malditas consecuencias de su
negligencia. La puerta de mi oficina se abrió violenta y esta chocó contra la
pared, un agitado Elliot dijo:
—¿Cap…?
Lo miré irritado.
—¿Qué?
—La casa que está jodidamente ardiendo en estos momentos es la de su hijo.
Ilyn y Cody están atrapados en su interior.
¡Jesucristo!
Perdí la cabeza.
Nuestra Ford Ranger no podía llevarnos lo suficiente rápido. Elliot y Aaron
viajaban conmigo. Mientras Jace, quien fue el que le había notificado a Elliot, ya
estaba a menos de quince minutos.
¡Maldita sea!
No podía escuchar nada más que el acelerado latido de mi corazón. ¿Qué
diablos había pasado?
«¡Dios, te pido que no les suceda nada!».
Por favor.
«Ayúdame a llegar a tiempo».
El humo podía verse desde la distancia y la calle estaba llena de coches de
bomberos, quienes se desplegaban por todos lados. Personas gritaban y había
agua salpicada por toda la calle.
Las ruedas chirriaron y me bajé de la Ranger cuando esta aún estaba en
movimiento. Al diablo que iba a esperar a que Aaron encontrara un lugar para
parquear.
—¡Jace! ¡Jace!
—Tranquilízate, Walker.
Salió de la nada y se paró frente a mí; me detuve en seco.
—Mi sobrino está bien, por lo que puedes regresar a tu maldita oficina y
hacer lo que jodidamente estabas haciendo en lugar de atender la llamada de un
incendio.
—Jace…, yo no sabía…
—¡Cállate! —gritó y las venas de su cuello se dilataron—. Creí que cuando
fundaste este equipo era para prestar servicio, por eso los chicos y yo
abandonamos todo y te seguimos. A pesar del desastre que tú y mi hermana
hicisteis, y del que me vine a enterar seis años después, superé mi mierda y
decidí que lo correcto era ayudar a las personas que muchas veces perdían a sus
familias porque la policía no estaba equipada para controlar algunas situaciones,
pero ahora que te veo pienso que hubiera sido mejor que siguiera mi carrera y
darte una patada en las bolas. —Abrí la boca para preguntar por Ilyn, pero este
me lanzó una letal mirada—. Ni te atrevas a preguntar por mi hermana,
confórmate con saber que salvó a tu hijo. —Escupió en mis zapatos—. Me
alegro que tu egoísmo no acabara con su vida.
—Jace…, por favor…
Abrió la boca, pero fue interrumpido por los gritos de mi hijo.
—¡Papá! ¡Papá! —Mis piernas se sintieron débiles. Cody venía caminado de
la mano con Aaron.
Dios, su rostro estaba manchado de negro y se veía fatigado.
Jace aprovechó el momento para alejarse, subirse a su Ford Raptor y
desaparecer en las oscuras calles.
¡Joder!
—Precioso mío. —Lo tomé en mis brazos y lo abracé fuerte, pidiendo que se
tranquilizara mi corazón—. ¿Qué ha pasado? —pregunté a Aaron.
Se cruzó de brazos y miró hacia la casa.
—Un fallo en el motor de la puerta del garaje hizo un cortocircuito…
—E Ilyn… —Tragué forzadamente sintiéndome como la mierda—. ¿Cómo
está ella? ¿No resultó herida?
Negó y señaló con la barbilla la única ambulancia que se encontraba en el
lugar, sus puertas traseras estaban abiertas y ahí, acostada sobre una camilla y
con una mascarilla de oxígeno, estaba la mujer que podía robarme el aliento. Su
cabello era una maraña y su pijama estaba sucio, al igual que su rostro. Mi
estómago se revolvió cuando vi que habían inmovilizado su pierna izquierda.
—Solo tiene un esguince en la pierna por lo que deberá guardar reposo.
—¿Cómo se lastimó? —quise saber. Mi cuerpo quería gravitar hacia ella,
pero me mantuve firme.
—Ella tomó a Cody en brazos, porque él aún se encontraba dormido, y al
tratar de bajar la escalera calculó mal la distancia entre un escalón y otro y cayó.
No es fácil maniobrar el cuerpo pesado de un niño de diez años, pero ella
encontró la forma. Por suerte, su cuerpo amortiguó el peso de Cody y logró salir
de la casa. Ella es algo para tener en cuenta.
Las comisuras de mis labios temblaron.
—Ni te imaginas.
Empecé a acercarme a ella para agradecerle que reaccionara a tiempo cuando
la alta figura de Jack Harley se sentó frente a ella. Ilyn río fuerte y sin tapujos
por algo que dijo cuando este acarició su tobillo.
Me detuve y negué.
—Mi mamá también es una heroína. Ella me salvó la vida, como tú salvas a
todas esas personas. —Cody me miró. Asentí sintiendo abrirse un profundo
dolor en mi pecho a la vez que las palabras de Jace se repetían altas y fuertes.
—Sí. Lo es. La heroína más hermosa de este mundo.
Cuando estaba a punto de girarme y alejarme de esa escena, sus ojos se
encontraron con los míos y su sonrisa murió de golpe.
—¡Mamá!
No me quedó más remedio que acercarme. Algunas personas se giraron a ver
nuestra interacción.
Cinco años después y seguíamos siendo tema de conversación.
—Gracias por cuidar de él.
Negó y sonrió. Jack Harley nos miró a ella y a mí y se disculpó antes de
alejarse.
«Eso es, corre, maldita gallina».
—No hay nada que agradecer. Hice lo que cualquier madre haría en mi lugar.
Asentí. Nos miramos un par de segundos antes de que el camillero subiera a
Ilyn a la ambulancia.
—Lo siento, señor Walker, pero trasladaremos a la señora Laurent al
hospital.
Sofoqué una risa cuando Ilyn hizo el mohín que la caracterizaba cuando se
sentía insatisfecha por algo. Nuestros ojos se encontraron, pero los desvió hacia
el rostro preocupado de Cody.
—Te amo, mi vida. Como escuchaste, al parecer mamá tiene una cita con un
yeso.
—No te vayas… —empezó a llorar nuestro hijo.
—Tranquilo, bebé. —Ella le lanzó un beso—. Te prometo que más tarde nos
vemos. —Sus ojos regresaron a los míos—. Cuida de él, por favor —pidió con
voz ahogada.
Abrí la boca para decirle que no tenía de qué preocuparse, que aquí
estaríamos, esperándola, pero el camillero cerró las puertas. Mientras la
ambulancia se alejaba en silencio, no pude evitar la sensación de querer correr
detrás para pedir que me llevaran con ella.
—¿Mamá va a regresar, papá?
—Por supuesto. —Besé su cabeza y caminé hacia la Ford Ranger—.
Procuremos hacer lo que pidió y comportarnos bien.
Mi hijo estuvo de acuerdo. Luego de dejar en sus respetivas casas a Elliot y
Aaron, hice el viaje de regreso a mi casa. Cody se había dormido, por lo que el
viaje fue silencioso.
La casa estaba a oscuras y solitaria, como de costumbre. Bañé a un enojado
Cody, que no quería que lo bañara alegando que ya era lo suficiente mayor para
hacerlo solo, pero él no entendía que el incendio me había costado mi
tranquilidad y que necesitaba cuidar de él. Minutos después, cayó rendido sobre
mi cama, pero el sueño no vino a mi encuentro.
No era que extrañara a Holly, quizás separarnos como ella pidió fue lo mejor;
esta noche había tenido la reafirmación de que no se había equivocado cuando
ocho meses atrás me dijo lo que, aparentemente, todos eran capaces de ver
menos yo.
Cerré los ojos y recordé nuestra última conversación.
—Estoy segura de que me quieres, pero no sé hasta cuando voy a soportar
siempre ser la segunda. No quiero convertirme en…
—Holly…
—No, por favor. —Se detuvo en la puerta—. No digas nada. Si empiezas a
decirme las mismas cosas que sabes decirme, habré empacado por gusto. Y
sabes que odio arreglar ropa.
Me esforcé por amarla como merecía, pero se me hizo cuesta arriba;
reconozco que la llegada de Ilyn a Londres y que se quedara a vivir
definitivamente aquí arruinó cualquier oportunidad de que nuestro matrimonio
funcionara.
Conocí a mi esposa en un momento donde me sentía orgulloso de lo que era.
Mejor dicho, no sabía quién era realmente. Adam Vaughan quedó sepultado bajo
el apellido Walker y de todo lo que las personas esperaban de mí. Fue difícil y
me tomó tiempo centrarme, fue Holly quien me ayudó a canalizar mi rabia y
odio de manera correcta.
Cuando le confesé que no sabía qué hacer con tanto dinero, fue ella quien
sugirió que podía salvar vidas. Al principio, me lo tomé a broma.
—¿Segura?
—¿Y por qué no? Tienes los recursos y con entrenamiento estoy segura que
lograrás lo que muchos solo sueñan. —Moldeó su cuerpo contra el mío y gimió
cuando entré lentamente en su interior.
Era fácil estar con ella y hacer el amor, esa fue una de las cosas que más me
atrajo.
—Confía en mí, Adam Walker, puedo verte con facilidad en un traje negro y
salvando a una familia entera. Además, estás rodeado de medallistas olímpicos
que seguro, con las palabras y estimulación correctas, querrán formar parte de
ese equipo. Se me viene a la cabeza el nombre de… Los Titanes de Londres…
Moví mis caderas con fuerza cuando el nombre que sugirió me gustó,
robándome un agudo gemido. Sostuve su cintura y moví con más ímpetu mis
caderas para que mi longitud alcanzara aquel apretado nervio que la hacía
explotar. Me recosté un poco sobre ella y me tomé el tiempo para torturar sus
pezones. Me gustaba oírla gemir mi nombre mientras su cuerpo se cubría de una
capa de sudor y exigía que la librara de su tormento.
Cuando sus pezones quedaron sensibles por mi ataque, y el solo susurro de
su nombre sobre los mismos le provocaba dolor, explotó en un profundo clímax
que me arrastró con ella.
Holly me dio el motivo que necesitaba para mantener mi mente ocupada y no
extrañar a Ilyn Laurent. Cuando meses después recibí su carta, me prometí que
la leería cuando aprendiera a hacerlo. Un mes después de haber empezado las
clases, me emocionaba ser capaz de responder a lo que fuera que ella me había
escrito. Para ese entonces, ya había limado asperezas con Xionela y la creía
cuando decía que jamás existió un plan para que Ilyn me sedujera.
Mi corazón me rogó que fuera a buscarla para suplicarle que me perdonara,
pero estaba con Holly y bueno… eso no se veía bien.
Cuando los tres años se cumplieron de la partida de Ilyn y decidí terminar
con Holly, me llegó la terrible noticia que cambió todo.
—¿Estás seguro? —pregunté sintiendo un nudo en la garganta. Debía haber
un error en alguna parte. Ella no sería capaz de hacer eso—. Sí, señor. Me lo ha
confirmado el mejor amigo de su hermano, Callum.
Rechiné los dientes.
—Ellos son oficialmente una pareja y están esperando que el señor Dietrich
termine su periodo como primer ministro para anunciar su compromiso. Al
parecer, a la señorita Laurent no le gusta llamar la atención.
Aunque una parte de mí quería buscarla para que me confirmara los rumores,
la rabia pudo más y decidí que no entraría en ningún juego. Ellos podrían vivir
su cuento de hadas, yo procuraría vivir el mío.
Me había esforzado mucho en aprender a leer y escribir para que, cuando le
pidiera aceptarme otra vez, pudiera sentirse orgullosa de mí, de lo que había
logrado. Pero ya era tarde.
Guardé su vieja carta en un cartón sucio y lo escondí en el ático. Lo leería
cuando ya no doliera tanto saber que estaba comprometida con mi hermano.
Quizás para ese entonces ya estuvieran casados y hasta formado una familia.
Mi pecho vibró enardecido y llamé a mi novia. Esa noche le propuse
matrimonio a Holly y dos meses después celebramos la boda de sus sueños.
Holly se convirtió oficialmente en mi esposa, aunque siempre sospechó que
mi mente andaba perdida en otros ojos, deseando otros labios y codiciando otro
cuerpo. Aunque jamás fue lo suficiente valiente para preguntármelo.
No fue hasta que perdimos a nuestros gemelos que me volqué de lleno a ella.
El doctor confirmó que sufría de ovarios poliquísticos, ser padres no estaba en el
menú. Pero estaba bien con eso, porque si ella era capaz de conformarse con la
mitad de mi corazón, yo encontraría el medio de vivir feliz sin tener hijos.
Aunque ese siempre fuera mi mayor anhelo.
Cody me rodeó con sus brazos y sonreí.
Ilyn me había hecho un regalo que jamás podría terminar de agradecerle.
Cody era mi vida. Mi mundo. Y esperaba un día encontrar el modo de soportar
ver a su madre rehacer su vida.
Era un hecho que tarde o temprano iba a pasar. Egoístamente, esperaba que
fuera más tarde que temprano.
Así como el ser padres no era una opción para Holly y para mí; estar con Ilyn
Laurent era una imposibilidad.
33
Una Ilyn Laurent muy adolorida.

Tener un esguince no era tan malo. O eso pensé hasta que recordé que el
show de talento de la escuela de mi hijo era esta semana.
¡Joder!
Debí imaginar que la súbita obediencia de la maldita puerta al presionar el
control era de tener cuidado.
—Tranquila, hermana del mal, nosotras estamos preparadas para ir a la
guerra por ti si eso es preciso.
Rodé los ojos y miré a Emisellys. Ella me sonrió feliz mientras Yuli
reproducía varias canciones que podrían bailar.
Eris, Yuli, Erycka y ella bailaron unos pasos tan raros que parecían poseídas;
me estremecí.
—Nada de bailes. ¿Recordáis lo que sucedió hace un año? Definitivamente,
no habrá bailes esta vez.
—Pero… —Le di una fea mirada a Eris y esta guardó silencio.
Un año atrás comí accidentalmente ajo, lo que me provocó una alergia severa
y, como ahora gracias al esguince, me imposibilitó participar junto a mi hijo en
el festival que su escuela organizaba cada año. Ingenua de mí, me había sentido
aliviada cuando mis mejores amigas se habían ofrecido para presentarse en mi
nombre.
¿Qué podría salir mal en una inocente presentación? Cuando estaban
involucradas las Diosas del Averno, definitivamente todo.
Llegué al evento acompañada de mi madre que, para su total desdicha, se
sentó al lado de Adam Walker y Holly.
Mi madre masculló un saludo que provocó que Adam frunciera el ceño. Por
mi lado, forcé una sonrisa cuando Holly me dijo lo apenada que se sentía por lo
que me había pasado, y me dio el nombre de un especialista aquí en Londres que
haría maravillas con mi alergia. Si tan solo hubiera sido menos agradable, habría
podido odiarla como era debido. ¿Dónde habían quedado las madrastras malas
como en los cuentos de Blancanieves o La cenicienta? Sinceramente, me sentía
estafada.
Atravesamos un sinfín de números artísticos hasta que llegamos al que se
suponía era mi turno.
Hubo un apagón y el público murmuró preocupado, pensando que era un
fallo técnico. Incluso yo lo pensé, pero cuando los acordes de Womanizer de
Britney Spears reverberó en los altavoces, gemí y quise desaparecer. La luz
regresó demasiado pronto sin darme tiempo a hacer mi escapada. Eris, Yuli y
Erycka subieron al escenario vistiendo una sexi ropa de dormir mientras
sacudían sus cuerpos hacia el público.
Mi madre ahogó una risa cuando Emisellys apareció vestida con un traje que
lucía sospechosamente idéntico al que usaban los Titanes de Londres y fue
sometida entre las tres; la sentaron con brusquedad en la única silla que había en
medio del escenario.
Gemí y maldije mi suerte cuando sacaron algunos letreros con la palabra
Mujeriego escrita en ellos. Podía sentir las miradas de todos los presentes. Y lo
peor, la mirada de Adam exigiendo una explicación.
No la tenía.
En fin, gracias al cielo no pudieron terminar el show porque el director, con
el rostro rojo, subió al escenario cuando los padres se levantaron para obtener un
mejor vistazo de los cuerpos a medio vestir de mis mejores amigas.
Está de más decir que Xionela había hackeado el sistema de la escuela, por
lo que la música seguía reproduciéndose mientras la seguridad luchaba por sacar
a las chicas del escenario.
Fue un momento vergonzoso que terminó en una fuerte discusión entre el
director de la escuela, que quería responsabilizarme, y un Adam Walker que,
pese a la vergüenza, defendía mi honor.
La buena noticia fue que las chicas fueron expulsadas de la escuela y
advertidas de no volver a acercarse; ya no tendría de qué preocuparme.
La mala, que tres meses después de eso, Holly solicitó el divorcio. Siempre
me carcomió si fue aquella acalorada discusión, donde Adam me dio su respaldo
y me defendió a capa y espada, lo que rompió algo dentro de ella y decidió dejar
al hombre que amaba.
—Ni siquiera sé por qué os molestáis en preparar algo, el director no ha
olvidado vuestros rostros.
—Ni sus tetas. —Xionela negó con la cabeza—. Ilyn tiene un punto.
La miré y sonreí.
—Pero es que nuestro sobrino no puede quedarse sin presentación —se
quejó Erycka, prácticamente llorando.
—Estoy segura de que mi hijo encontrará la manera de sobreponerse a eso.
Yuli y Eris se dejaron caer en el sofá, refunfuñando.
—Vale, pero que no se diga que las Diosas no querían animar el evento. —
Emisellys me abrazó.
—Nadie se atreverá —le aseguré.
Superado el drama de la presentación, la conversación se encaminó a mi
futura cita con Bryan. Traté de sentirme emocionada, pero fallé. Luego de todo
lo sucedido, ya no me sentía interesada en rehacer mi vida sentimental.
Pero iría a esa cita.
Después de todas las molestias que se tomaron mis mejores amigas no podía
echar por la borda todo su esfuerzo y sus ganas de verme feliz.
Ojalá ese Bryan valiera la pena, si no sería la cruz que sepultaría mi vida
amorosa.
Vamos, vida, sorpréndeme.
34
Una Ilyn Laurent muy hastiada.

Bryan era el peor de todos los tipos con los que había salido hasta el
momento. Después de salir con dos hombres casados que aseguraban que eran
solteros, eso ya era decir demasiado.
—No me van las mujeres con hijos. No te ofendas…
Estuve tentada de decirle que, luego de sus primeros tres comentarios sobre
lo tonta que había sido por no haber recurrido al aborto cuando me enteré que
estaba embarazada, sentirme ofendida estaba lejos de ser la cuestión.
—Eres muy guapa y por eso acepté salir contigo, pero si me hubieran dicho
que eres madre soltera, habría declinado…
Suficiente.
Me levanté sin desear causar un alboroto, pero sus siguientes palabras me
detuvieron.
—Por eso mismo no salgo con madres solteras, no son de fiar.
Me giré lentamente y lo encaré. ¡Y pensar que lo que me hizo soportar los
primeros quince minutos de esta horrible cita había sido su buena apariencia!
—Escúchame, maldito gilipollas… —Algunos tenedores cayeron sobre los
platos, pero no me importó. Diría lo que tenía que decirle antes de que me sacara
seguridad—. Las madres solteras somos las personas más confiables del mundo,
¿quiénes demonios crees que son las primeras en levantarse y las últimas en irse
a dormir? Las que se quedan al final de cada día malo y regalan muchos abrazos
y dan consuelo, aunque ellas no tengan quién se los dé o peor, alguien que les
diga que lo han hecho de maravilla. Que estuvo bien. Que no importa cómo de
duro haya sido su día, que mañana todo irá mejor. —Abrió la boca, pero hice un
ademán con mi mano y me incliné sobre la mesa; lo miré fijamente a los ojos—.
El diccionario debería decir madre soltera cuando buscas la definición de
responsabilidad y confianza. No te confundas, Bryan. Que tengamos una suerte
de mierda en el amor, no quiere decir que merezcamos ser tratadas como unas
mujerzuelas o que no sirvamos para nada más que abrirnos de piernas porque la
sociedad cree que ya no tenemos nada que perder.
—Ilyn…, por favor…
—Por último, ¿qué puede saber un hombre que cree que el aborto es la salida
fácil? —Dejé escapar una risa ácida—. ¿Y sabes qué?, el hombre que tiene la
oportunidad de salir con una mujer que es madre soltera debería sentirse
emocionado y verdaderamente feliz, porque está saliendo con una mujer que no
corrió cuando las cosas se pusieron difíciles. No. Ella se quedó y enfrentó la
tormenta. Miró a la vida a los ojos y le gritó lánzame lo que mejor tengas. Si
crees que criar un hijo es una tarea fácil, no solo te equivocas, si no que tu madre
olvidó darte unas buenas bofetadas para que aprendieras a respetar a las mujeres.
—Sentí unas fuertes manos sujetarme de los hombros, pero no me iría sin sacar
de mi pecho todo el dolor que se había acumulado ahí.
—Señorita…
—Que te quede claro que tener hijos no nos hace fáciles. Ni unas cualquiera.
Todo lo contrario. Nos vuelve responsables. Más amorosas. Más ingeniosas y
divertidas. Es una pena que por tu pensamiento misógino te quedes sin la
oportunidad de experimentar un amor tan intenso como solo el corazón de una
mujer que ha recibido lo malo de la vida y decidió enamorarse de los defectos es
capaz de entregarte. Cuando sostienes por primera vez a tu hijo, sin importar la
edad que tengas, ni tus circunstancias, eso… te cambia la vida. Te transforma. Te
vuelve mejor. Te hace única.
Aplausos acompañaron mi salida del restaurante. El cielo se abrió y me
empapó una vez que estuve fuera.
Mi leve cojera se volvió pronunciada gracias al frío que caló mis huesos.
Quería llegar a mi casa y acurrucarme junto a mi hijo. Necesitaba abrazarlo y
recordar que no importaba si me quedaba soltera.
—¡Ilyn! ¡Ilyn Laurent!
Me giré cuando escuché mi nombre. Adam Walker corría bajo la lluvia.
Limpié mi rostro y parpadeé varias veces.
—¿Adam?
Llegó hasta mí, me tomó entre sus brazos y me besó.
Dios… salí de mi tonta ensoñación cuando la bocina del taxi que pedí sonó
varias veces para atraer mi atención.
¡Jesús!
Esa noche, cuando llegué a mi casa, la misma que ya había sido reparada
gracias al seguro, me despedí de mi madre, quien me preguntó hasta el cansancio
qué me ocurría, como no le dije nada solo me abrazó y se marchó a su casa.
Luego de un baño con agua caliente, me puse mi pijama, fui hasta el cuarto de
Cody, me deslicé a su lado y lo abracé.
Lloré en silencio mientras recordaba cuando era pequeño y lo feliz que era
desde que había llegado a mi vida. Jamás podría arrepentirme por haberlo tenido.
Todo lo contrario. Estaba agradecida porque él me enseñaba cada día lo que era
el verdadero amor.
Me quedé dormida y no supe bien qué me despertó, un ruido abajo me puso
en alerta.
Salí del cuarto de mi hijo y me paré en el pasillo oscuro. No había nada fuera
de lo normal o humo saliendo de algún lado, pero podía sentir que alguien me
observaba.
¡Diablos!
Tenía que llegar a mi móvil y llamar a Adam o a mi hermano, aunque me
evitara como la peste y ni siquiera visitara a su sobrino. En estos momentos,
cualquiera de los dos me resultaba favorable.
Me giré para correr a mi habitación cuando una voz me detuvo.
—Si te mueves, mato a tu hijo.
Mi respiración se volvió pesada y la confusión atolondró mis movimientos.
Esa voz… Sin creer que había escuchado correctamente, me giré y encaré al
intruso. Mis ojos se abrieron asombrados cuando reconocí a la persona que hoy
estaba en mi casa amenazando con matar a mi hijo.
—¿Callum?
Tragué saliva cuando le sacó el seguro al arma y apuntó a la habitación de mi
hijo.
¡Joder!
Este hombre se había vuelto loco.
—Es tu decisión si esta noche muere solo una persona. En todo caso, tú serás
una de esas víctimas, así que estoy bien con el desarrollo de las cosas.
¡Oh, mierda!
Se acercó y me dio un fuerte golpe en la cabeza; todo se volvió negro.
35
Un Adam Walker muy asustado.

Ilyn había sido declarada oficialmente desaparecida. Su rostro aparecía cada
media hora en los noticieros, que recordaban una y otra vez el número de
contacto en caso de verla o conocer su paradero.
Xionela había enloquecido tratando de encontrarla, pero sin importar todo su
conocimiento y destreza, su magia no surtió efecto y seguíamos sin una maldita
pista sobre dónde diablos podían haberse llevado a la madre de mi hijo.
Maldición.
¿Dónde diablos podían mantenerla aislada del radar de nuestra mente
maestra?
En este punto, era capaz de ver cómo la frustración se servía una copa de
vino para segundos después sentarse a nuestro lado y esperar noticias. Los
minutos pasaban esperando una llamada que quizá jamás llegaría mientras los
nervios roían mi conciencia.
¡Jesús!
Arrastré una pesada mano por mi cabello. Había decidido ir a su casa para
verificar si había llegado a salvo, luego de la cita que había tenido. Confieso que
fui principalmente porque me sentía celoso y quería corroborar que no había
llevado a ningún hombre a la casa.
La puerta estaba cerrada y la llamé a su móvil, pero saltó el buzón de voz.
Los pensamientos de que ella había sucumbido al encanto de ese hombre me
sentaron fatal. Cuando estaba alejándome, miré hacia la habitación de Cody y lo
vi de pie en la ventana, observándome y con el rostro lloroso.
Me apresuré y golpeé la puerta.
¿Qué diablos había ocurrido? Estaba listo para forzarla cuando esta se abrió
y Cody se echó en mis brazos y me lo dijo.
Un hombre había entrado en la casa y se había llevado a su mamá. Enloquecí
y llamé a Xionela primero, luego contacté a todos mis hombres. Quería que
vinieran a la casa y buscaran pistas. Quien se llevó a Ilyn tenía que haber dejado
algún indicio, alguna nota de rescate, lo que fuera que pudiera guiarnos hacia los
culpables, pero no encontramos nada. La madre de Ilyn fue puesta a salvo junto
a Cody y la trasladamos a nuestra oficina.
Algo no cuadraba en todo esto. ¿Por qué no llevarse también a Cody? ¿Por
qué llevarse solo a Ilyn? Un detalle se nos escapaba y el que Jace perdiera la
cabeza no nos estaba ayudando. Destrozó gran parte de la casa de su hermana
tratando de encontrar las cámaras que él había instalado hacía un tiempo, pero
luego recordó que con el incendio esta fue remodelada y, por ende, las cámaras
fueron desechadas al no encontrarse en buen estado.
El corazón dolió cuando la posibilidad de hallarla sin vida me dio una patada
en las bolas.
Me dejé caer en la silla negra de mi escritorio y contemplé la foto de nuestro
hijo. ¿Con qué cara podría decirle a Cody que su padre, que había sido capaz de
salvar a muchas personas en todos estos años, no podía encontrar a su madre?
Después de tanto tiempo, podía ver mis errores con la claridad de un vidrio
recién limpio: las cosas entre mi hijo y yo jamás volverían a ser iguales. No solo
le había fallado a Ilyn, sino que había fracasado como padre al permitir que los
riesgos de mi trabajo tocaran a nuestra familia. Jace estaba seguro de que había
sido algún miembro de alguna mafia, que abundaban aquí en Londres, la que se
había llevado a su hermana.
¿Pero cuál? ¿Y por qué ahora?
—¿Cap? —Vicent apareció en la puerta de mi oficina, su pecho subía y
bajaba mientras el sudor perlaba su frente. Mi estómago se revolvió, se veía
alterado y nervioso y a este hombre muy pocas cosas lo ponían en ese estado—.
Xionela la encontró. Encontró a Ilyn.
Me levanté con torpeza de la silla y elevé una plegaria al cielo para que
estuviera con vida. Mis piernas no podían llevarme lo suficiente rápido y la
adrenalina golpeó sin piedad mi cerebro.
Cuando irrumpí en la oficina, Xionela tecleaba furiosamente sobre el teclado
mientras un sinfín de cámaras cambiaban a la velocidad de un rayo. Números de
color amarillo inundaban una pantalla negra frente a ella.
—¿Dónde diablos está? —rugí, pero ella no se inmutó—. Dime, ¿dónde
mierda está?
—Si te tranquilizas un puto segundo, quizá seré capaz de concentrarme y
cercar las posibles coordenadas antes de perderla.
Abrí la boca para replicar, pero una pesada mano cayó sobre mi hombro.
Miré hacia mi derecha y me encontré con la mirada abatida de mi ex mejor
amigo.
—Dale un minuto.
Jace dejó caer la mano y se alejó hacia la esquina donde se encontraban
todos los chicos reunidos. Un par de cabeza asintieron en mi dirección.
—Tranquilo, Walker. Lo importante es que tenemos una pista.
Xionela se deslizó con su silla hacia su computadora portátil, que se
encontraba en la mesa auxiliar, en la esquina derecha.
—¡La tengo! —gritó segundos después mientras algunas lágrimas rodaban
por sus mejillas—. Malditamente la tengo. —Su voz temblaba, esperaba que por
la emoción y no porque le hubiera pasado algo malo—. Necesito que Jace,
Vicent y tú cojáis el Tiburón y os larguéis. ¡Ya! —gritó mientras tiraba de
algunas hojas blancas y garabateaba coordenadas.
Jace se levantó inmediatamente y sin decir palabra abandonó la habitación
seguido de un silencioso Vicent.
—Tú y tú —dijo señalando a los dos nuevos que habían entrado hacía poco.
Luego del incendio en la casa de Ilyn me di cuenta de que necesitábamos tener
personal capacitado para que atendiera emergencias de ese tipo. No podía
permitir que algo así volviera suceder—. Quiero que vayáis a este maldito
edificio abandonado y averigüéis quién diablos estuvo ahí hasta hoy pasada la
medianoche.
Esperé a que ellos salieran de la habitación. Cuando sus ojos se encontraron
con los míos, lo supe. Ese era el problema con las malas noticias, eran
imposibles de disimular.
—Dietrich viene de camino…
—¿Y por qué diablos lo has llamado…?
La ira se apoderó de mí. De todas las malditas personas que desearía ver en
este momento, ella iba y llamaba al estúpido ese.
—Porque es su maldito guardaespaldas, quien también resulta que es su
mejor hombre, el que ha secuestrado a Ilyn.
Enmudecí.
—Callum Ashton es quien la tiene y el maldito sabe perfectamente lo que
está haciendo. —Ahogó un sollozo, jamás la había visto tan descontrolada—. El
satélite la ubica dentro de un auto en movimiento, necesito que pilotes ese
maldito helicóptero hasta estas coordenadas —estampó el papel en mi mano
derecha—, y localices un Audi color plata. Sé que es difícil, pero… yo… yo…
ya no puedo localizarla. Es tu única oportunidad.
La abracé cuando la culpa apuñaló sus ojos. Permití que empapara mi camisa
negra.
—Me tomó dos malditas hora cercar al maldito y necesito que Dietrich me
explique por qué diablos su mejor amigo se ha llevado a Ilyn. Y qué sistema está
usando para evadirme.
Asentí.
—Prometo que la traeré de vuelta. —El rostro herido de Ilyn parpadeó en mi
mente y mi estómago se contrajo—. Lo juro. Cueste lo que cueste.
Y lo haría.
Incluso si en el proceso tenía que sacrificar mi vida.
36
Un Dietrich Walker muy furioso.

Había cosas de mi vida que me avergonzaban. Y Callum Ashton era una de
ellas. Pasé una mano por mi cabello. ¿Cómo diablos no me percaté de sus
planes?
Todo esto era mi maldita culpa. Debí haberlo despedido hacía mucho tiempo.
Mi hermana me estaba esperando en el estacionamiento, me bajé del Ranger
Rover y nos contemplamos.
—Espero que hayas pensado perfectamente bien tus palabras, porque juro
que si Ilyn… —Se ahogó en un sollozo y la atraje hacia mi pecho—. Te mataré,
Dietrich. Juro que lo haré.
—Tranquila, si le sucede algo malo no será necesario de que ensucies tus
manos. Yo mismo acabaré con mi vida.
Y eso era un hecho, como también lo era que Xionela cumpliría con su
palabra.
***
Conocí a Callum Ashton cuando cumplí los dieciocho años. Él era el típico
chico tímido de la clase que no socializaba y que la mayoría ridiculizaba porque
era alto, desgarbado y usaba lentes.
Cuando me emparejaron con él para realizar un trabajo de investigación de
campo, ni siquiera imaginé que me encontraría fuertemente atraído por su
brillante mente y excelente sentido del humor. Hasta donde era consciente, a mí
me atraían solo las mujeres, pero Callum tenía algo que alborotaba mi libido.
Era inteligente, educado y le gustaba leer. Disfrutaba hacer ejercicio al aire
libre y, aunque siempre vestía con ropa holgada, solo era para cubrir un cuerpo
firme y tonificado.
Para final del primer semestre, empecé a cuestionarme qué sentiría al besar
su boca o que este se arrodillara y chupara con fuerza mi polla.
Lo sé, aquellos pensamientos debieron darme un indicio de que algo estaba
mal conmigo, pero me sentía algo confundido. Y curioso. Por un lado, sabía que
amaba a Ilyn Laurent, la hermana de mi mejor amigo, y por otro, no paraba de
desear a Callum.
No fue hasta el término del segundo semestre, que Callum tomó la iniciativa
y me besó.
Antes de ese suceso me había convencido de que mi atracción no era
correspondida, por lo que nunca me atreví a llevar las cosas más allá, tampoco
Callum dio a notar algo. Siempre su trato fue cordial y amistoso y yo me
esforzaba por no mirar su polla cada vez que coincidíamos en el baño.
Fue durante una de nuestras reuniones en la biblioteca. Siempre tomábamos
las habitaciones privadas, como mi padre era el dueño de la universidad podía
darme el lujo de usarlas el tiempo que quisiera y no ser molestado.
Cosa conveniente para Callum, que aprovechó aquello para ponerle seguro a
la puerta, abalanzarse sobre mí y besarme profundamente. Callum tiró su libro
sobre el escritorio mientras su caliente boca trabajaba mi labio inferior.
Ni un rastro de timidez. El hombre sabía lo que quería y cómo.
—Te deseo, Dietrich… —Su mano ahuecó mi polla sobre el pantalón y gemí
en su boca—. Déjame probar tu polla. —Mi falo luchaba por liberarse y
concederle su deseo—. Desde que te vi en el auditorio, tuve esta imperiosa
necesidad de saborear tu esencia y ha sido un año demasiado duro tratando de
luchar contra esos demonios.
—Callum, cierra la maldita boca y date un puto festín con mi polla para
poder follarte como necesito hacerlo.
Gimió ruidosamente mientras abría mi cinturón y liberaba mi longitud. La
miró unos segundos antes de dejarse caer sobre sus rodillas y darme la mejor
mamada de mi vida.
Agarré su cabello y disfruté de lo profundo que tomó mi polla con la boca,
cuando me vine dentro de esta, estaba lejos de haber acabado con él.
La ropa salió de nuestros cuerpos y me coloqué un preservativo mientras lo
veía poner las manos sobre la mesa y brotar su firme trasero.
—Dime si te hago daño…
Nuestros ojos se encontraron y sonrió.
—Aunque lo hagas no pienso gritar que pares. Si supieras las cosas que
siento por ti, te preguntarías como es que no me volví loco antes.
Sin ayuda de ningún lubricante más que mi propia saliva, me empujé
lentamente en su calor.
¡Joder!
Cuando las paredes de su ano constriñeron mi falo, supe que ya no había
vuelta atrás. Me gustaban los hombres tanto como las mujeres.
Mis caderas retrocedieron un poco y con fuerza me introduje completamente
en su interior. Una nueva rama de sensaciones se abrió para mi cuerpo y me
maravillé con la delicia de esta nueva parte de mí.
Mi mano viajó hasta su polla y empecé a masturbarlo mientras afianzaba mis
acometidas. Cada golpe alimentaba mi deseo por prolongar que siguiera
retorciéndose de placer. Alcancé el clímax cuando Callum gimió mi nombre y
empezó a correrse violentamente. Su espesa semilla goteó en mi mano y eso fue
suficiente para desencadenar mi orgasmo.
Nos tumbamos sobre la mesa y permitimos que la realidad se asentara sobre
nosotros, la culpabilidad que esperaba que viniera y me sacudiera jamás llegó.
Sonreí cuando su sudoroso rostro me enfrentó. Sus ojos grises brillaban
emocionados y conectó su boca con la mía.
Mi polla saltó y solté una risa.
—Parece que le gustas.
—Y a mí me encanta que le guste.
Esta vez fui yo quien tomó su rostro, lo atrajo hacia el mío y reclamó sus
labios.
Nuestra relación era perfecta; con el tiempo me di cuenta de que amaba a
Callum, pero mi mente, alma y cuerpo estaban irremediablemente enamorados
de Ilyn Laurent.
Dos años después tuvimos nuestra primera pelea porque él quería que
hiciéramos pública nuestra relación, cosa que rechacé. Cuando le expliqué mis
deseos de ser primer ministro, él en apariencia estuvo de acuerdo, a pesar de que,
en mis planes inmediatos ni futuros, nunca estuvo el confesar mi bisexualidad.
Mucho menos luego de todo el maldito escándalo que se armó con mi padre y su
amante.
Fue una ventaja que a los ciudadanos de Londres les hubiera conmovido la
historia amor de mi padre y que, gracias a eso, mi campaña no se hubiera visto
perjudicada.
Él afirmó estar de acuerdo y decidió seguir trabajando para mí como jefe de
seguridad. En ocasiones, mi resolución fracasaba y terminábamos teniendo un
acalorado sexo, que terminaba en discusión cuando le volvía a repetir mis
planes.
Siempre había imaginado casarme con Ilyn y que ella fuera la madre de mis
hijos. Como estuve presente gran parte de su vida, sabía que ella jamás aceptaría
que Callum compartiera nuestra cama, así que terminé mi relación sentimental
con él cuando el padre de Ilyn falleció y la oportunidad de conquistarla se volvió
real.
Ella se quedaría en Londres y a mí me faltaban solo dos años para finalizar
mi periodo como primer ministro. Por ella no me lanzaría a la reelección. Estaba
listo para conquistarla como era debido y, por primera vez, ir tras ella con todo lo
que tenía en mi mano.
***
Cuando terminé de narrar toda la historia a mi hermana, o las partes que su
frágil mente podía soportar, me miró unos largos minutos en completo silencio.
—Jamás me he avergonzado de mi orientación sexual…
—Pero terminaste con Callum cuando este te pidió hacer oficial vuestra
relación. Desde mi punto de vista, él tiene todo el derecho a sentirse traicionado.
—Nunca le prometí que haríamos lo de y vivieron felices para siempre…
—Pero se volvió implícito cuando los meses pasaron y tú seguías
acostándote con él.
Desvié la mirada.
—Esta es la matrícula del coche que estás buscando. —Arrojé el papel sobre
su escritorio—. También tengo un equipo buscándolos, pero en vista de que tú,
siendo la mejor hacker del país, no puede hallarlo, le diré a mis hombres que
esperen noticias tuyas para movilizarse y prestar su colaboración en lo que
necesites.
Me levanté y caminé hace la puerta.
—Dietrich…
—¿Sí?
—El amor que siento por ti no ha cambiado.
Abrí la puerta y sonreí.
—Lo sé.
Cerré la perta tras de mí y dejé caer la máscara. Después de esto, todas las
oportunidades de tener una familia con Ilyn Laurent se esfumaron.
Abordé la Ranger Rover, dejé caer la cabeza en el asiento y cerré los ojos.
Me hubiera encantado al menos saber cómo se sentiría besar esos labios,
pero era bueno que eso jamás hubiera pasado. El cielo sabía que, si la hubiera
saboreado, aunque solo fuera el roce de sus labios, nunca la hubiera dejado
escapar. O, mejor dicho, renunciar a ella ni siquiera habría sido una posibilidad.
37
Un Adam Walker frenético.

Cuando llegué al hangar, el Tiburón negro estaba listo y esperando por mí.
Corrí hacia él para embarcarme, sin perder tiempo, me dirigí a la cabina de
mando y me senté tras el piloto, Vicent.
—Necesito que te dirijas a estas coordenadas. —Le entregué el papel blanco
y asintió—. Son las más próximas a Ilyn, debemos darnos prisa, porque antes de
desaparecer del radar iba en un Audi color plata.
Jace me miró, pero no dijo nada. La preocupación era una máscara incómoda
que nos perseguiría en este largo vuelo. Me abroché el cinturón de seguridad
mientras Vicent elevaba el monstruo negro y nos alejábamos de la base.
«Por favor, Dios, ayúdanos a encontrarla».
Veinte minutos después, estábamos sobrevolando la transitada A282 y el
tráfico no podía ser peor.
¡Joder!
Varios Audi color plata estaban en circulación, ¿cómo diablos la
encontraríamos?
—No podemos mantener esta posición —advirtió Jace—, es peligroso para
el motor…
—¡Allí! —Vicent señaló un Audi que cada pocos segundos serpenteaba a la
derecha o la izquierda.
¡Maldición!
Tenía que ser ella.
—Acércate lo más que puedas, trataré de alcanzarlo antes de que llegue al
puente.
Jace asintió y con la ayuda de Aaron y Elliot me preparé para tratar de
abordar el coche en movimiento.
Justo cuando iba a hacer la bajada, un brusco movimiento a la derecha hizo
que el coche perdiera el control y girara violetamente.
—¡Maldición! —gritó Jace.
El Audi alcanzó el puente Reina Isabel II antes de dar dos vueltas de
campana y quedar colgado parcialmente de su parte delantera. El estruendo de
vidrio siendo destrozado, acompañado con el rugido de los coches frenando y
sus bocinas alimentando mi adrenalina, fue el impulso suficiente para saber que
no había tiempo para un plan. Las furiosas aguas del río Támesis exigían su
premio.
Corrí hacia el borde de la puerta y la abrí.
—Sobrevuela el coche, me lanzaré y trataré de asegurarlo para poner a salvo
a Ilyn.
—Déjame ir a mí —gritó Jace—. Soy su hermano mayor. Ella me necesita.
—Sus ojos rojos e hinchados me dijeron que la desesperación lo había alcanzado
mientras se ahogaba en un sollozo—. Ya perdí a un padre… no puedo perder a
mi única hermana.
—Confía mí, prometo que la traeré sana y salva.
Les di una señal a Elliot y Aaron y ellos me dieron cuerda suficiente para
hacer mi descenso.
Empecé a bajar, pero el fuerte viento que atormentaba el puente impidió que
lo hiciera más rápido. Gritos llegaron a mis oídos y me percaté que él coche se
estaba bamboleando.
¡Joder!
El cabello negro de Ilyn me infundió algo de tranquilidad. Si era ella,
después de todo. Parecía como si estuviera luchando con alguien y entonces lo
vi. El maldito Callum Ashton la golpeaba en reiteradas ocasiones en el rostro.
Ilyn luchaba contra el cinturón de seguridad, pero no logró liberarse de él.
Cuando mis botas golpearon el pavimento, saqué mi arma y disparé a Callum
en la cabeza. El grito que desgarró la garganta de Ilyn fue ensordecedor y se
mezcló con los de los curiosos que habían empezado a grabar todo, como si de
una película se tratara.
—¡Adam! ¡Sácame de aquí, por favor! —El auto cedió a la presión del
viento y se deslizó un poco más hacia abajo. Su grito envió espinas de hielo a mi
columna y supe que me estaba quedando sin tiempo. Por la inestabilidad del
vehículo, no podía asegurarlo.
Miré a Ilyn. No tenía una puta idea de cómo liberarla sin provocar que el
coche cayera.
¡Maldita sea!
—¡Adam!
—Ilyn, no te preocupes.
—¡Adam, escúchame…!
—No hables ni te muevas, déjame concentrarme. —Malditos drones de los
noticieros sobrevolaban a nuestro alrededor grabando todo el maldito infierno—.
Sé que tiene que haber un modo de acercarme lo suficiente y sacarte del puto
coche. Necesito concentrarme y…
—No, no puedes, Adam.
—¡No digas eso!
—¡Es la verdad! —gritó histérica; el coche cedió otro poco más.
¡Diablos!
—Escúchame, Adam Walker, quiero que sepas que te amo y que fuiste lo
mejor que me pasó…
—¡Maldita sea, no te atrevas a despedirte de mí! —la amenacé, pero ella
solo sonrió. Tan malditamente hermosa como hacía once años, cuando le dije
que la amaba.
—Cuida de nuestro hijo, ¿quieres? —Su rostro hinchado y manchado de
sangre se contorsionó mientras sus manos dejaban de luchar con el cinturón—.
Siempre supe que serías un excelente padre. Eres un excelente padre, Adam.
—Ilyn, sigue tratando de liberarte… —pedí dando tres pasos hacia ella, pero
me detuve cuando el metal crujió.
¡Joder! Me estaba quedando sin tiempo.
—Solo te pido que prometas que, cuando el coche caiga, no te lanzarás a por
mí. Tienes que pensar en Cody y que te va a necesitar. Nuestro hijo te va a
necesitar. No puede perdernos a los dos.
—Necesita a su madre… —refuté mientras veía cómo el metal cedía y el
ruido inminente de la caída se avecinaba.
—Lo sé, pero ya ves, no siempre tenemos lo que queremos. Dile que lo amo
mucho y que yo…
El coche se desplomó al vacío. El grito histérico de los presentes poco hizo
por calmar mi corazón. Corrí con todas mis fuerzas y vi cómo impactaba contra
la fría agua del río Támesis. Ilyn desapareció bajo la oscuridad y no lo pensé,
corté la maldita cuerda que me sujetaba al helicóptero y me lancé al río.
Al menos, mi hijo sabría que su padre murió tratando de salvar a su madre y
que no se quedó de pie pensando en lo que pudo hacer diferente.
38
Una Ilyn Laurent… bueno, lo siguiente de traumatizada.

Luego de los eventos traumáticos que sacudieron no solo mi perspectiva
sobre la vida, sino de mi visión en general de hacia dónde se dirigía, estaba lista
para tomar unas largas vacaciones en un lugar que no tuviese un mar o una
piscina en sus cercanías. Nadie podía culparme, cuando estás a punto de
convertirte en comida para peces, hasta el más valiente empieza a replantearse si
se puede vivir sin visitar el océano otra vez en lo que te resta de vida.
Una semana había pasado y, francamente, parecía que hubiera sido ayer.
No ayudó cuando Dietrich vino a visitarme y me pidió perdón por lo que
Callum estuvo a punto de hacer.
—No tienes la culpa de las decisiones que toman otros. Eso está en ellos, no
en ti.
—Me gustaría pensar lo mismo, pero discrepo. Pude haber hecho muchas
cosas para evitar este desenlace.
Suspiró y metió sus manos en los bolsillos de su pantalón. Era la primera
vez que lo veía sin su traje hecho a medida. Verlo vestido así me recordó al
Dietrich del que me enamoré mientras crecía.
—Te amo, Ilyn Laurent —mi corazón tembló un poco. Lo que hubiera dado
para que aquello me lo hubiera dicho cuando tenía dieciséis años y creía que él
era el amor de mi vida—, pero alguien me dijo que por ser un idiota perdí mi
oportunidad. Y tiene razón.
Enmudecí. No correspondía a sus sentimientos. Ya no. Quizás incluso jamás
fueron así de intensos porque no me costó nada enamorarme de otro hombre.
—Procura mantener mi número grabado en tu móvil, por si las cosas con el
imbécil de Adam Vaughan no resultan. Yo haré lo mismo con el mío. Puede que
un día te des cuenta que, a pesar de todo, tu lugar es estar a mi lado y que la
felicidad que puedo darte es de un valor incalculable.
Se alejó en silencio y lo vi desaparecer en el interior de su Ranger Rover.
Eran las tres la mañana y apenas habían pasado dos horas de haber
abandonado el hospital. Cuando las luces de su coche desaparecieron en la
pesada oscuridad, miré al cielo y recé para que Dietrich pudiera encontrar a la
mujer que lo amara como merecía.
Era un buen hombre.
Y necesitaba una mujer que pudiera darle lo que necesitaba, que aceptara
que él siempre necesitaría tener a un hombre en su vida para amar, que
complementara el amor que seguro era capaz de dar.

—Mamá, papá envió esto. —Cody sacó un pequeño papel de color amarillo
de su bolso.
La mano me tembló un poco; esta sería la primera vez que el hombre que me
había salvado la vida me decía algo directamente.
Adam… Ahora me era difícil verlo con otros ojos.
Aún podía sentir el agua filtrándose en mis pulmones y la desesperación
acompañada de la tristeza que me invadió cuando todo a mi alrededor se volvió
negro y pensé que iba a morir. Estaba segura de que lo haría. Todo el ruido se
había reducido a la nada y poco podía hacer por liberarme del cinturón de
seguridad del coche; dejé de luchar. Permití que las fuerzas abandonaran mi
cuerpo y me resigné a mi destino mientras pensaba en mi hijo y en las cosas que
podría haber hecho diferentes. En las cosas que ya no podría vivir con él y que
me causaban un profundo dolor al saber que me las perdería.
No voy a mentir y decir que el deseo de que las cosas con el padre de mi hijo
fuesen diferentes no me asaltó y se entrelazó con los arrepentimientos que te
sacuden de manera inminente cuando comprendes que eso es todo, que ya no
habrá más días para lamentarte o estar enojada.
Qué diferente se sintió la vida en aquellos segundos que incluso le encontré
solución a todos mis problemas.
Y como sobreviví, recordaría por siempre aquel sentimiento.
No me costó mucho comprender por qué Callum había hecho lo que hizo. No
lo justificaba, pero debía de ser muy difícil ver alejarse de ti a la persona que has
amado tanto tiempo y perderla en los brazos de otra persona.
Luego de que despertara con el dolor de cabeza más jodido del mundo,
cortesía del golpe que me había propinado Callum, me costó mucho aclarar mis
pensamientos y notar que estaba acostada sobre un piso sucio y lleno de moho.
Un edificio abandonado era donde él me había traído.
Cuando pregunté como una estúpida por qué él estaba haciendo esto, Callum
soltó una risa irónica muy diferente al ronco y profundo sonido que solía
parecerme muy tranquilizador.
—Porque lo amo.
Mi boca se secó cuando el peso de su declaración se afianzó en mi pecho.
Callum y Dietrich eran… Sacudí mi cabeza y traté de levantarme, pero noté que
mi cuerpo pesaba más de lo normal. Quizás Callum no solo me había golpeado
quizás también me había inyectado algo. Este se levantó de la silla donde estaba
sentado. Su ropa estaba arrugada y su cabello parecía como si hubiera arrastrado
su mano varias veces sobre él.
Callum era un hombre atractivo, inteligente y muy divertido. Había creído
que era un amigo. Siempre me pareció entrañable la buena relación que había
entre Dietrich y él y, aunque varias veces los sorprendí en una actitud algo
sospechosa, siempre lo atribuí al hecho de que estaban conversando temas
importantes con relación al gobierno. Pero ahora podía reconocer que todas
aquellas veces que los había visto demasiado cerca, susurrando, en ocasiones
hasta me había parecido ver a Callum acariciar la mano de Dietrich y me
reprendía diciendo que veía cosas. Ellos mantenían una relación de bajo perfil
que cada vez se hacía más evidente.
—Yo ya lo he perdido, pero eso no significa que vaya a dejar que él te tenga.
Él me rompió el corazón y ahora yo voy a hacer algo peor.
Se acercó y me golpeó tan fuerte que todo se volvió negro. Lo siguiente que
recordaba era despertar por el viento que golpeaba mi rostro. Sabía que
estábamos en la autopista. Un vistazo a su rostro fue suficiente para saber que lo
que había planeado no me gustaría ni un poco.
Iba a matarnos a ambos.
Sin pensar en nada más que salvarme, me abalancé sobre él y traté de hacer
que perdiera el control para evitar que llegáramos donde fuera que hubiera
planeado acabar con nuestras vidas.
—¡Maldita perra! —rugió y me golpeó en el rostro.
Probé con sacarme el cinturón de seguridad, pero estaba claramente
manipulado. Fuera lo que fuese lo que Callum había planeado se ejecutaría en
este coche.
—¡No solo me perderá a mí, sino que también tendrá que lidiar con saber
que le arrebaté a su adorada Ilyn Laurent!
Con un rugido me abalancé de nuevo y fue suficiente: el coche patinó, este
perdió pista y volamos. Y bueno, el resto era lo que me esforzaría en olvidar el
resto de mi vida.
Gracias al desastre que hizo Jace, mi casa no me sería entregada hasta
después de un mes, por lo que vivíamos con mi madre. Vaya mes de mierda que
me esperaba por delante, considerando que la mujer que me dio la vida culpaba
directamente a Adam Walker de todas mis desgracias.
Muchas veces la escuchaba murmurar: «Maldita sea la hora en que mi hija se
enamoró de ese infeliz», cada vez que los noticieros narraban el atentado que
sufrí y reproducían en bucle el momento exacto en el que el coche se desprendió
de la baranda del puente y cayó al río.
Jamás lo confesaría, pero aquella parte que ellos reproducían una y otra vez
con inquietante morbo era la que más miedo me daba recordar. El sentir que no
tenía el poder de escapar fue el responsable directo de que todas mis fuerzas
mermaran cuando fui succionada por la fría corriente. Nadie nunca sabría cuán
aterrada me sentí en aquellos segundos.
—¿Y cuándo hablaste con tu padre?
Cody se encogió de hombros. Por algún extraño motivo, Adam mantenía la
distancia. Hecho que me inquietaba. Quería verlo para darle las gracias
correctamente, pero lo cierto era que no sabía si las palabras abandonarían mi
boca una vez que lo tuviera enfrente.
—Esta semana ha ido a verme a la escuela a la hora del receso y hemos
conversado. Ya sabes, de hombre a hombre.
Enarqué una ceja; mi hijo se estaba convirtiendo en todo un adolescente. Un
adolescente que se parecía mucho a su padre.
Cuando aquel pensamiento se abrió paso en mi cabeza, sentí pena
instantánea por la mujer que flechara a este hombrecito. Tremendo lío que
tendría entre manos si Cody terminaba pareciéndose —aunque fuera un poco—
a Adam.
«Por favor, Dios, hazme un favor y que se enamore de una mujer que sepa
manejar la mierda que le espera».
—Ya veo. —Bebí un poco de té para obligar a que la opresión que sentía
ultrajando mi garganta mermara.
—Si amas a mi papá… —empecé a toser como loca. ¿Qué diablos acababa
de decir?—, ¿por qué no podéis estar juntos?
Su rostro se arrugó, concentrado en tratar de buscar la lógica a todas las
cosas que habían ocurrido desde ese día.
—Yo… —Sentí que me ahogaba—. Bueno, es… es que es algo complicado
—dije mientras me limpiaba la boca con el dorso de la mano derecha.
Aunque aún era muy joven para entender los problemas sentimentales, traté
de ser lo más sincera posible a pesar de que su comentario me había
desestabilizado mentalmente. ¿Sería posible que Adam le hubiera comentado
algo sobre sus sentimientos hacia mí? ¿O todo era producto de la curiosidad de
un niño que había tenido que lidiar con el secuestro de su madre?
—En ocasiones, los adultos… —Me aclaré la garganta sin saber qué más
decir—. Los adultos dicen cosas…
—No, mamá. —Negó con la cabeza—. No me trates como si no entendiera o
si fuera demasiado pequeño para comprender. Porque, de hecho, entiendo
perfectamente. Además, recuerda que se lo dijiste durante el accidente. —La
sangre corrió vertiginosamente a mis oídos y quise azotar mi cabeza contra el
mesón cuando recordé que mi inapropiada declaración de amor había sido
retransmitida en vivo en la televisión nacional—. Si lo has olvidado, puedes
revisarlo en YouTube. Puedes escuchar claramente cuando le dices que lo amas y
que él es lo mejor que te ha pasado en la vida. Por supuesto, que yo soy lo más
genial y maravilloso —puse los ojos en blanco sin creerme esta conversación—,
pero dijiste que lo amabas y yo solo quiero entender por qué no estáis juntos si
os amáis.
¡Mierda!
Gracias a ese exabrupto inapropiado toda la ciudad sabía que moría de amor
por los huesos del insufrible Adam Walker.
—Pero eso no quiere…
—Cody. —Mi madre se detuvo en el umbral de la puerta, su ceño fruncido
me decía que había escuchado gran parte de nuestra conversación y que lo que
escuchó no había sido de su total agradado—. Creo que tu madre ha tenido
suficiente…
—Pero, abuela…
—Pero, abuela, nada. —Abrió los brazos y mi hijo, obediente, se acercó a
ella y la abrazó; mi madre me guiñó un ojo y le sonreí agradecida. Quizás estar
en su casa no sería tan malo después de todo—. Si tus padres deben estar juntos,
la vida misma se encargará de unirlos. Pero Dios quiera que ese no sea el caso.
Olvida lo que dije, llamaría hoy mismo para saber si no existía un medio
para que me entregaran la casa lo más pronto posible.
—Pero si, por el contrario, sus caminos necesitan separarse, eso no quiere
decir que vayan a dejar de amarte. Tú siempre serás lo más importante que ellos
tendrán y de lo que siempre se sentirán orgullosos de proteger.
Mi hijo levantó la mirada y mi madre acarició suavemente su rostro.
—¿Lo prometes?
Mi madre me miró un par de segundos antes de regresar la mirada a su rostro
y contestarle.
—Lo prometo.
Mi hijo volvió a estrecharla en un fuerte abrazo y ella cerró los ojos.
—Tienes unos padres estupendos, Cody. —Suspiró—. Y estoy segura de que
pronto sacarán la cabeza de sus traseros y solucionarán sus asuntos. Si no,
siempre puedo pedir tu custodia y patear sus traseros en la corte. —Abrió los
ojos y me lanzó una mirada llena de desdén.
—Mamá… —me quejé y le di una mirada severa, por el uso inapropiado de
las palabras, que ella ignoró mientras abandonaba la cocina en compañía de mi
hijo.
Miré el papel amarillo. Tenía el presentimiento de que mi madre me haría
pagar con creces el que pusiera en peligro a su nieto.
¡Maldición!
Treinta días no podían pasar demasiado rápido.
***
Más tarde esa noche, cuando Cody se hubo dormido y la casa estuvo en
absoluto silencio, me senté en la silla de dos puestos que adornaba la entrada y
abrí el pequeño papel amarillo.
Parque Bushy.
Hoy, 20 h.
A. V.
¡Diablos!
Miré la hora en mi móvil, faltaban veinte minutos para las doce. Me levanté
de un tirón y entré a recoger las llaves de mi coche.
Encendí el motor y, mientras me alejaba, vi que mi madre se había levantado
y estaba parada en la entrada. Con la cara confundida.
Luego lidiaría con ella.
Como el parque estaba cerrado, tuve que estacionar el coche en el bordillo de
las puertas principales. Esperaba que Adam siguiera allí.
Corrí con todas mis fuerzas y llegué hasta el pequeño descampado donde
once años atrás había estado nuestra tienda y el millón de luces.
Mis ojos se llenaron de lágrimas cuando el brillo de estas estaba otra vez en
todo su esplendor. Adam salió de la tienda vistiendo jeans y un abrigo gris que
se aferraba a su pecho. Mi aliento quedó atascado en mi garganta.
—Hola…
—Hola, Ilyn…
Luego de mirarnos unos segundos, no sé quién se movió primero, pero
pronto estuve atrapada entre sus brazos y nada en la vida se había sentido así de
correcto.
—Yo…
—Tú…
Soltamos una pequeña risa. Adam acarició el contorno de mi rostro con su
dedo índice y me di cuenta de que no quería a otro hombre tocándome de la
manera en que él lo hacía.
—Siento mucho haber roto tu corazón… —dijo acercando sus labios a los
míos. Su aliento calentó mis nervios y estuve lista para llevar las cosas a la
segunda base.
—Lo sé.
Soltó un suspiro y su cuerpo tembló. Lágrimas empezaron a caer de sus ojos,
pero no las ocultó. Guardé silencio porque sabía que él necesitaba sacarlo de su
corazón. No había nada de malo en que los hombres lloraran y Adam Walker
tenía fuertes motivos para hacerlo. Esa noche, no solo rompió mi corazón, sino
también el suyo.
—Hace más de once años te pedí que fueras mi novia, siendo un hombre que
trabajaba limpiando mesas y que no sabía leer, con un futuro que prometía que
siempre tendríamos que trabajar turnos extras para llegar a fin de mes, pero, sin
embargo, viste algo en mí que aceptaste y me hiciste el hombre más afortunado
del mundo. —Más lágrimas se deslizaron silenciosamente por sus mejillas y
testificaron que sus sentimientos por mí jamás se fueron, como me hizo creer
todo este tiempo—. Luego, cuando no creí que podría ser más feliz, aceptaste mi
sencillo dije del infinito… y yo… —soltó una risa y negó con la cabeza—, no lo
podía creer. Lo volviste a hacer. Me aceptaste y amaste cada maldito detalle que
tuve contigo.
—Adam, yo…
—Tú me amabas por lo que en ese entonces era y yo no supe manejar las
cosas…
—Todos nos equivocamos, pero eso…
—Shhh, no me justifiques. Necesito pedirte perdón. Mereces una sincera
disculpa. —Dejó caer su frente contra la mía—. Lo que te dije, y la forma en la
que te traté aquella noche cuando lo único que querías era estar a mi lado, será
una de las cosas que jamás podré perdonarme. Ahora puedo ver que no tenías
manera de saber cómo iba a reaccionar cuando me dijeras que estabas
embarazada y, luego de lo que te dije, es comprensible que trataras de proteger tu
corazón y a nuestro hijo…
Interrumpí su disculpa e hice lo que me estaba muriendo por hacer desde que
lo vi cinco años atrás.
Besé sus labios y me perdí en la calidez de su boca. Sus manos viajaron a mi
cintura y me acercó más a su cuerpo.
Podría enumerarte los momentos más especiales que he tenido en mi vida y,
definitivamente, este se convirtió en uno de ellos.
Aquella noche no hicimos más que besarnos y hablar del accidente. Lo
asustado que estuvo cuando el coche cayó. Me confesó que cuando me vio con
los ojos cerrados y completamente quieta dentro del coche sintió verdadero
pánico. Me encantó escuchar cómo cortó el cinturón sin titubear y me sacó del
coche antes de que este golpeara el fondo del río y fuera arrastrado por la
corriente.
Luego seguimos besándonos y, aunque yo quería llevar las cosas a otro nivel,
él parecía que prefería tomárselo con calma.
Saboreé cada roce y, para cuando el sol despuntó en el horizonte, yo ya le
había contado parcialmente la historia de por qué Callum Ashton me había
secuestrado.
Me guardé trozos y modifiqué otros porque esos eran secretos que no eran
míos para contar.
Hasta donde sabía Adam, Callum tuvo un brote de psicosis porque Dietrich
le informó que no se lanzaría a la reelección, lo que significaba quedarse sin
empleo, y sabía que esa decisión la había tomado porque Dietrich Walker quería
intentar tener una relación conmigo. Me sorprendió cuando Adam me confesó
que ese rumor ya lo había escuchado hacía unos siete años y, aunque al principio
había rehusado creerlo, fueron unas fotos mías con Dietrich las que le
confirmaron que yo tenía una relación con su hermanastro.
Le expliqué que entre Dietrich y yo jamás existió nada, que cuando él me
contactó en Canadá siempre fue muy reservado con sus palabras y jamás me dio
a entender que estuviera interesado en mí. Era una mentira piadosa que dije por
su bien psicológico. No sabía cómo reaccionaría si supiera que estuve a punto de
tener sexo con su hermano.
Hasta donde Adam sabía, todo habían sido mentiras por su parte, quizá para
mantener alejado a su hermano. Y Callum, aunque al principio le había ayudado
a mantener la fuerza, luego cambió de parecer.
Jamás admitiría ante Adam que su hermano era bisexual y Callum, su
amante, que el secuestro solo fue un intento desesperado por no perder al
hombre que amaba y que había roto su corazón.
—Ahora voy a hacerte una pregunta… —Adam se colocó sobre mí y me
miró atentamente a los ojos.
—Dime…
—Hace once años te pedí que fueras mi novia como Adam Vaughan, pero lo
eché a perder. Esta mañana, quiero pedirte que seas mi mujer como Adam
Walker, el hombre que soy ahora. Un hombre que, aunque cambió de apellido,
jamás dejó de amarte.
Lo miré fijamente. Mi corazón amenazó con abrirme el pecho y quedarse a
vivir con él.
—No.
Su semblante cayó y su ceño se frunció.
—Ilyn…
—Adam, ¿estás seguro de esto? Porque ahora tenemos un hijo y, aunque yo
te ame, no quiero darle falsas esperanzas.
No apartó la mirada de mí.
—¿Confías en mí?
Solté una risa y tomé su rostro con mis manos.
—¿Luego de que salvaras mi vida?, por supuesto que sí.
—Entonces, confía en mí cuando te digo que ya me cansé de negar lo que
siento por ti. Te amo, Ilyn Laurent. —Mi corazón saltó—. Te he amado largo
tiempo, pero lo extraño es que este amor no se siente viejo ni pesado.
—¿Cómo se siente?
—Se siente como el primer día. Como nuestro primer beso. —Besó mis
labios y yo me derretí contra su cuerpo—. Como la primera vez que te hice mía.
Como el día en que te juré amor y devoción eterna.
No fue necesario que respondiera a su pregunta. Mi cuerpo hablaba fuerte y
alto.
Lo quería.
Lo adoraba.
Para mí jamás existiría algo mejor que estar entre sus brazos. Y era grandioso
que él también sintiera lo mismo.
39
Una semana después.
Una Ilyn Laurent muy nerviosa.

Creía que era la noche perfecta para tener sexo con Adam Walker. No,
corrige eso. Necesitaba con suma urgencia y de manera desesperada que fuera la
noche, porque mis ovarios estaban rogando que los liberara de la tortura que era
saborear sus besos sin llegar a segunda base.
Los besos estaban subestimados.
—Así que hoy es la noche, ¿eh? —Xionela deambuló cerca de mí.
Asentí distraída mientras evaluaba qué conjunto de lencería haría la magia de
que mis senos, levemente caídos, se vieran como los de una jovencita de veinte
años. Ya sabes, que le dieran la apariencia de jugosos y felices. Como lo eran
antes de que mi hijo les succionara la alegría por casi tres años.
—¿Crees que a mi hermano le importará de qué color es tu braga? —Tiró de
manera descuidada una braga de color turquesa—. Dime dónde quieres mi firma
de que el hombre espera que esta noche no lleves nada debajo de tu vestido.
Hice una mueca y me detuve con un corset de seda en la mano; la miré.
—Vamos, no pretendas que ese hombre luego de once años vaya a reparar en
que tan nuevo es tu brasier o tu braga. Yo de ti, invertiría este tiempo en buscar
en Google nuevas posiciones que hagan volar su mente. A los hombres poco les
interesa cómo viene envuelto el regalo, lo que quieren es ver el contenido.
Una señora que se encontraba comprando cerca de nosotras, la miró con el
ceño fruncido antes de alejarse varios metros de nosotras.
—Xio, no es broma. —Dejé escapar un suspiro apesadumbrado—. Recuerda
que él no es quien tuvo un bebé. —Me apresuré a levantar la mano cuando abrió
la boca, quizá para decirme que me veía bien a mis treinta años—, y créeme, mi
cuerpo ya no luce como cuando tenía diecisiete, lo cierto es que hay algunas
cosas que han crecido y no se han mantenido planas.
Y sí, me estaba refiriendo a los malditos rollos que rehusaban desaparecer de
mi no tan delgada cintura.
¡Joder!
Quizá tenía que replantear esto de tener sexo. Unos cuantos meses en el
gimnasio sin duda me vendrían de maravilla.
—Solo digo que pierdes tu tiempo. —Me lanzó de manera descuidada una
braga de encaje negro muy bonita; ahora solo tenía que buscar una que le
quedara decente a mi gigante trasero—. Gracias. ¿Ves como sí puedes ser de
mucha ayuda cuando te lo propones?
Se limitó a negar con la cabeza mientras me alejaba para ir a hablar con la
encargada y solicitarle ayuda con la talla.
Media hora después, abandonamos la tienda cargadas de dos fundas de
compras. Xionela había encontrado algunas baratijas que según ella irían de
maravilla con sus nuevos conjuntos.
Dios, debía ser fabuloso lucir como una maldita supermodelo sin hacer
esfuerzo.
—Y las cosas con Jace, ¿cómo van? —Me arriesgué a preguntar. Luego del
secuestro, ellos habían tenido una muy fuerte discusión, que terminó con ellos
teniendo sexo.
Mi estómago se revolvió al imaginarme a los dos, pero venga, yo estaba
saliendo con su hermanastro por lo que tampoco era un paseo de campo para
ella.
—Las cosas con Jace son como deberían ser. —Se encogió de hombros
mientras encendía el coche y salíamos del aparcamiento—. No quiero ofenderte,
pero tu hermano se lleva el premio al imbécil del año.
Asentí porque estaba de acuerdo con ella. Luego de toda la evasión por su
parte, me cuestionaba seriamente si él, a pesar de su edad, era maduro para
sostener una relación adulta. Los rollos de una noche no podían ser saludables y
menos con el ego de mi hermano.
—Pero yo no fui la causa de vuestra discusión, ¿verdad? —Sentí una
punzada en el pecho—. Digo, también estoy muy enojada con él por cómo
manejó las cosas con Cody y que se alejara de nosotros, pero no me gustaría que
ese fuera un motivo para que las cosas entre vosotros no puedan funcionar.
Quitando lo raro y las imágenes traumáticas, me gusta la idea de tenerte como la
novia de Jace.
Aprovechó que nos detuvimos frente a una luz roja y me miró.
—Mis problemas con el estúpido de tu hermano se deben básicamente a su
inmadurez. Por Dios, tengo treinta años, soy independiente y soy la mejor
maldita hacker del país, pero me trata como si fuera una rubia descerebrada que
no distinguiría el color rojo del gris aunque su vida dependiera de ello.
Decidí que era mejor no caldear más los ánimos porque sus mejillas se
habían puesto rojas y sus ojos verdes daban un poco de miedo.
—No hay necesidad de ponernos agresivas.
Asintió, hizo el cambio y emprendimos otra vez el viaje.
Para cuando estacionó en el bordillo de mi casa, ya los humos parecían que
habían bajado y ella había vuelto a ser la Xionela que contaba chistes malos y
era la reina del sarcasmo.
—Siento si fui algo grosera —dijo dándome un fuerte abrazo—. Es solo que
tu hermano de alguna manera, aunque no esté presente, siempre se las arregla
para sacar lo peor de mí.
Sonreí porque conocía esa sensación.
—¿Algún día os veré caminar de la mano como una pareja normal? —
pregunté cuando me alejé de su abrazo; mi mejor amiga se limitó a negar.
—Considérate más que afortunada si este año tu hermano termina sin una
bala en su pierna. O en la polla.
Empezamos a reír.
—¿Vas a estar bien esta noche? —preguntó luego de unos segundos.
—No te preocupes. —Me armé de valor y miré hacia la casa, que estaba
oscura—. Tener sexo con tu hermano será como en los viejos tiempos. Digo,
¿qué puede salir mal en una inofensiva cita?
Pero como siempre estaba más que equivocada.
Adam Walker había planeado otro tipo de noche.
¡Maldición!
40

Adam Walker me estaba matando. Literalmente.


¿Recuerdas esta mañana cuando creí que hoy sería el día perfecto para tener
sexo? Por favor, mira cómo puedes retroceder en el tiempo y darme una fuerte
bofetada, porque por cómo se veían las cosas, mi sequía seguiría al menos unas
cuantas semanas más.
—Creí que hoy sería el día perfecto para anunciarle a todos nuestros amigos
que estábamos juntos. —Rozó sus labios perezosamente en mi cuello y mi
región sur se contrajo.
Me estabas matando, Adam Walker.
Forcé una sonrisa que estaba segura me hacía lucir como Anabel, la muñeca
maldita.
¡Joder!
Cuando estacioné en el bordillo de su casa, la música fue la primera señal de
que mis planes no eran los mismos que tenía este hombre. La hermosa casa de
dos pisos de piedra rojiza, propiedad del padre de mi hijo, estaba a reventar de
invitados. La había comprado hacía poco menos de tres meses.
¿En serio, Adam Walker? ¿Justamente hoy?
Entré en la casa y saludé a todos con una sonrisa falsa. El vestido se me
aferraba de manera inadecuada al trasero y esperaba que nadie se diera cuenta.
Encontré a Adam en la cocina y tuve un momento difícil para no asesinarlo con
mis manos.
—No te veo muy feliz.
Se alejó y me miró a los ojos, mis rodillas se sintieron débiles. En vista de las
actuales circunstancias, me veía obligada a improvisar.
—¿Recuerdas cuando hablamos esta mañana y dijiste que teníamos una
noche larga y placentera por delante? —Esperé hasta que asintió—.
Francamente, no imaginé que te estabas refiriendo a una fiesta con nuestros
amigos.
Hizo una mueca mientras se alejaba para mirar mejor mi provocativo
atuendo.
—¡Joder! —maldijo por lo bajo cuando sus ojos se trabaron en mi escote y
notó que no llevaba nada debajo.
Al final, había decidido hacer caso a la sugerencia de mi mejor amiga y
había venido sin ropa interior y con un ajustado vestido rojo que dejaba poco a la
imaginación. Ahora, él podía ver por qué me sentía infeliz.
—¡Me estás matando! —dijo dejando escapar un profundo gemido. Algunos
de nuestros amigos se giraron para vernos.
«Mira quién lo dice».
—¡Atención, queridos invitados, cambio de planes…! —empezó a decir en
voz alta, pero lo arrastré rápidamente al baño interrumpiendo la locura que
estaba a segundos de cometer. Las risas de nuestros amigos no se hicieron
esperar mientras nos gritaban todo tipo de felicitaciones porque al fin íbamos a
follar.
Maldición, había algo muy malo con estas personas.
Cuando cerré la puerta, le deshice el cinturón y abrí el ojal de su pantalón.
Me había dado por vencida y tomaría lo que la vida me estaba poniendo en
bandeja de plata. A la mierda eso de esperar hasta estar solos porque,
obviamente, parecía que eso nunca sucedería.
—Ilyn… —gimió cuando su furioso falo saltó libre y lo acaricié con la
mano.
Dios, seguía siendo tan sexi.
Me arrodillé y lo engullí. El sonido que se escapó de sus labios fue
majestuoso y dolorosamente erótico.
—Ilyn…, por favor, yo… yo… ¡Joder! —Su voz murió de golpe cuando le
acaricié el glande con la lengua.
Su mano enrolló mi cabello en su puño y empezó a guiar mis movimientos.
¡Maldición! Podía sentir mis fluidos empapar mis muslos; necesitaba tenerlo
dentro de mí. Ahora.
Mi boca liberó su polla y lo miré a los ojos, lamí sensualmente mis labios y
dije con voz ronca:
—Discúlpame, Adam Walker, por abusar de ti en el cuarto de baño en medio
de la reunión que has preparado para mí, pero me niego a esperar otra noche más
sin recordar lo que es sentirte dentro de mí. —Dicho eso, me puse de pie y lo
guie hasta el pequeño mesón, que había sido construido para que nuestro hijo
pudiera lavarse las manos, y lo obligué a sentarse en el espacio libre al lado del
lavabo.
Abrí los botones de mi vestido y quedé completamente desnuda frente a él.
Este era el momento de la verdad. Once años habían pasado y así como él había
sido el último hombre en verme desnuda, también sería el primero en hacerlo
después de tanto tiempo. Mis pezones se apretaron cuando sus dientes
rastrillaron su labio inferior y sus manos se dispararon para envolver mi cintura
y atraerme hasta su cuerpo.
—Ilyn Laurent, siempre tan provocadora. —Suspiró mientras sus manos
acariciaban la curva de mi trasero para acto seguido delinear con su dedo índice
las pequeñas estrías blancas que marcaban la piel que unía la pierna con la
cadera. Lo bueno era que en mi vientre no me habían salido esas feas estrías,
pero no podía decir lo mismo de la zona superior de mis piernas y mis senos. El
aumento de peso me había dejado algunos regalitos dispersos por todo mi
cuerpo.
No esperaba que él se sintiera cómodo con esos detalles, pero esto era lo que
me hacía Ilyn, la madre de su hijo, y por su bienestar físico y mental, más le
valía que empezara a cogerles cariño porque si no, le esperaban largas noches sin
sexo.
—Eres aún más hermosa de lo que recuerdo —alabó roncamente y su polla
se hinchó aún más. Mis ojos se anegaron de lágrimas cuando la sinceridad en su
voz golpeó mi corazón.
—Cuando estaba embarazada de Cody —mi voz salió algo ahogada mientras
me posicionaba sobre él y colocaba su longitud en mi resbaladiza entrada—, juro
que cada noche imaginé que tus brazos me acunaban hasta dormir. —Gemí
cuando su gruesa cabeza empezó a abrirse paso por mi estrecho canal—. Que tu
voz era lo último que escuchaba y lo primero que me levantaba cada mañana…
Acalló mi confesión con un beso brusco y necesitado.
—Ilyn…
—Ahora, solo cállate y sedúceme, idiota.
Esa noche me hizo el amor como recordaba y que tanto había extrañado.
Adoró cada parte de mi cuerpo y me ofreció un paseo por los recuerdos, me
aferré a las emociones que despertaron cuando su boca susurró cuánto me
amaba. Una y otra vez.
Cuando el clímax nos alcanzó, la vida no pudo sentirse mejor. Este era el
lugar al que pertenecíamos. Y era hora de disfrutar de la familia que habíamos
formado.
Era hora de ser feliz.
Era tiempo de empezar a disfrutar de la vida que soñamos dentro de la tienda
en el parque Bushy mientras cientos de luces eran testigos de un amor que jamás
tuvo un final.
EPÍLOGO
La vida era buena. En más de un sentido.
—¿Por qué diablos tienes una sonrisa en el rostro? —Mis dedos protestaron
cuando Ilyn los apretó con demasiada fuerza.
Forcé una sonrisa.
—Porque te ves hermosa…
—¡Mienteess…! —gritó cuando otra contracción la golpeó. Mis dedos
volvieron a sufrir y probablemente tendría que ir al quiropráctico para que
arreglara el daño provocado por mi mujer.
¡Jesucristo!
Este era el resultado de nuestra aventura en el baño. Ilyn había quedado
embarazada esa noche y hoy estábamos dándole la bienvenida al mundo a Adam
Walker segundo.
Hacía seis meses, cuando la prueba de embarazó dio positivo, traté de no
mostrarme muy efusivo ni presionarla para que se casara conmigo, pero fue
imposible ocultar lo inmensamente feliz que me sentía al saber que los motivos
para casarse conmigo aumentaban con el paso de los días. Un mes atrás por fin
pude ponerle un anillo en su dedo y llamarla, oficialmente, mi esposa.
Para total martirio de su madre. La señora Laurent dejó claro que la haría
muy feliz si moría. Luego de eso, le pedí a Ilyn que jamás me llevara comida de
la casa de su madre.
No había que darle oportunidad.
—Dios, ¿era mucho pedir que me enviaras a una delicada niña?
Sofoqué una risa. Me había contado cómo Cody la había hecho padecer
catorce horas durante el parto y parecía que nuestro segundo hijo venía listo para
romper el récord de su hermano mayor. Quince horas después, este no descendía
por completo. La cesárea era una posibilidad que tentaba a mi esposa.
Mucho.
—Tranquila, preciosa, juro que Adam solo se está haciendo el difícil.
Me lanzó una fea mirada mientras su mano cercenaba mis dedos.
—Dile a tu hijo que salga de una vez porque si no tendré una cicatriz que
planeo recordarle el resto de nuestras vidas. Y más aún cuando no quiera llamar
a su madre para las Navidades ni venirnos a visitar.
Sonreí y besé sus labios.
—Te amaré igual si eliges la cesárea.
—¿Lo dices en serio?
Asentí. Sabía que ella estaba pasando por todo este dolor porque quería
darme la experiencia de un parto natural.
Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—¡Enfermera! —grité. Acerqué mis labios a los suyos. Su rostro estaba
sudoroso y le prometí—: Tenemos muchos años para intentarlo.
Sonrió y asintió.
Una hora después, Adam Walker segundo fue puesto en mis brazos y mi
corazón explotó de amor.
Si esto se sentía sostener por primera vez a un hijo, mi hermosa esposa
pasaría mucho tiempo embarazada. Mucho, mucho tiempo. Me encargaría
personalmente de que disfrutara de cada minuto de ello, porque no existía
manera de que fuera a quitar mis manos de ella, o que mi corazón dejara de
amarla.
Fin.
NOTA DE LA AUTOR A

Hola guapísima, quiero agradecerte de corazón por este tiempo que has
compartido conmigo. Esta historia fue escrita con mucho cariño para ti. Sí, para
ti, porque te mereces lo mejor.
Mereces historias que te hagan estremecer, vivir, llorar, reír y sentirte viva.
Que cambien tu día y te den ese impulso de continuar dando lo mejor de ti con
una sonrisa en el rostro y un sentimiento de que todo mejorará.
La tormenta no dura para siempre, y atrás de ese cielo oscuro y lluvioso que
parece eterno, aguarda un sol arrollador.
Espero que hayas disfrutado de la historia y si fue así, sería un gesto
realmente hermoso que pudieras hacerme saber que te pareció la historia. Puedes
hacerlo en Amazon o Goodreads, para que de esta manera otras lectoras me den
la oportunidad de llenar sus vidas con unas cuantas horas divertidas e
inolvidables:
¡Cuento contigo, guapa!
Deseo que tu vida esté llena de amor, alegría y mucha felicidad.
No vemos en la próxima historia.
Si aún no has leído mis otros libros, o quieres releerlos, te dejo abajo los
links para que le des una oportunidad. Quien sabe y te lleves una hermosa
experiencia.

Un beso.

Att.
Meghan Marié Redington S.

Sinopsis de La Aprendiz (BROKEN
SOULS 1)


No te pierdas de disfrutar la nueva edición de LA
APRENDIZ
Lo he amado.
Lo he aborrecido.
Lo he añorado.
Nos conocimos, me enamoré. Me gustaría decirte que las chispas volaron,
pero jamás he sido buena con las mentiras.
En ocasiones, el maldito Cupido viene y te arroja una de sus estúpidas
flechas, pero el muy perezoso se olvida de dispararle la misma cosa endiablada a
la otra persona involucrada en el embrollo y, como resultado, terminas dueña de
un corazón roto y muchos sueños y expectativas vacías.
Dicen que el amor todo lo soporta, todo lo vence… Bueno, creo que en
alguna parte se olvidaron de especificar que no es del todo cierto.
A veces, el amor es solo mierda barata que te venden las grandes empresas
para que compres su basura cursi.
Porque después de todo, él no era un hombre que renunciaba fácilmente a lo
que le llamaba la atención. Y yo, para suerte o desgracia, me había convertido en
algo realmente interesante. Aunque su boca era chocolate derretido y su cuerpo
me hacía delirar mientras sus codiciosas manos me hacían suya una y otra vez,
Alexey Románov-Nicoláyevich no era el hombre quien yo creí que era, y ahora,
estoy lista para patearlo justo en los huevos.
Mi nombre es Nina Notovitch y mis lágrimas no serán las únicas en caer; es
una promesa.
Prepárate para experimentar en carne propia lo que una mujer herida es
capaz de hacer.
Una apasionante historia llena de erotismo que hará temblar tus torneadas
piernas. Porque después de amar a Alexey Ramánov, jamás verás al amor igual;
es una promesa.
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Sinopsis de El Maestro (BROKEN
SOULS 2)


¿Crees en los cuentos de hadas?
Han pasado treinta meses, catorce días y ocho horas y media desde el día en
que corrí con todas mis fuerzas y escapé de los brazos del hombre que, se
suponía, me amaba. De aquel caballero de brillante armadura que creí que me
daría lo que nunca tuve en la vida… amor.
Ahora estoy en una nueva ciudad, viviendo la vida de alguien más y no existe
nada en el mundo que me lleve de regreso a él. O, al menos, eso pensé.
Eso fue lo que deseé.
Ella se estrelló en mi vida como un huracán de categoría cinco y yo no podía
haber estado menos preparado para ello.
Habla demasiado.
Parece que no puede permanecer mucho tiempo quieta.
Pero a pesar de que me enerva como nadie más podría, parece ser que también
es la única que me entiende. Imagino que es porque también ha lastimado.
También ha causado dolor y angustia a otra alma.
Es por ello que tiene demonios que la persiguen, al igual que a mí.
Y cuando la mierda golpea el ventilador y parece que las cosas no pueden
ponerse más difíciles, el hombre que la ama viene a reclamarla. Aunque eso sea
lo último que ella desea.
Solía creer que los pecadores seguíamos siendo pecadores, aunque un hermoso
ángel besara nuestros labios, pero ella me enseñó que no había nada de malo en
ser un pecador, siempre y cuando no me convirtiera en un demonio; mi alma aún
podía gozar de la salvación.
Aún tenía una oportunidad de ser feliz. Y la creí.
La redención está más cerca de lo que crees y esta vez tus besos no son el
premio. Hoy he venido a por el máximo galardón y la pregunta es: ¿me
entregarás tu alma?
Porque esta vez no me iré sin mi felices para siempre.
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Sinopsis de Devórame

Atrevida
Hilarante
Diferente
Irreverente
#Unahistoriadeamorerótica
¡La pasión como nunca experimentada!
No tengas miedo, «El demonio de Wall Street» viene a por ti.
Atrévete a disfrutar de una historia erótica y apasionante.
Devórame
La vida cruelmente me ha enseñado, que no siempre tener mala suerte es que
se te derramé el café sobre tu única camisa limpia minutos antes de salir para el
trabajo. O, que pierdas el metro; o, que tu jefe, te sorprenda viendo porno en la
computadora de la oficina. Mi nombre es Dayanna Scott y mi vida cambió
dramáticamente cuando él entró en ella.
Todos le temen.
Todos lo odian.
Yo… bueno, esperemos al final del día para analizar mis sentimientos sobre
este hombre. Porque Damien Vittori es todo lo que una chica como yo debería
temer. Después de todo, él es el maldito «DEMONIO DE WALL STREET».
Pero algo de embriagador tiene su cuerpo que le hacen cosas raras a mi piel.
Quiero hacer tantas cosas que no sé ni por dónde empezar cuando estoy siendo
devorada por su pecadora boca y, es que todo estaba bien, hasta que… quedé
embarazada. Entonces su verdadera personalidad salió a flote y tuve que huir.
Pero, olvidé que huir nunca da resultados y ahora, él me ha encontrado, y quiere
arrebatarme lo único que hace latir mi corazón. La razón de mi existencia:
nuestro hijo. ¿Y creé que se lo voy a hacer fácil? Tal parece, que no soy la única
que no hizo la tarea.
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SOBRE LA AUTORA
Meghan Reed tiene treinta años y escribe porque le apasiona. Tiene dos
perros y un gato a los cuales ama con absoluta locura.
No cree en el amor, aunque sus libros siempre tienen aquel final feliz que
ella aún no puede conseguir en la vida real.
Si te has divertido y pasado un gran momento, no seas tímida y déjale tu
valoración y comentario en AMAZON o GOODREADS, siempre es grato saber
qué piensan las hermosas lectoras y las impresiones sobre la historia que acaban
de leer.
Puedes seguirla en sus cuentas oficiales para estar al día de las noticias o las
futuras publicaciones de sus nuevos libros:
Facebook: @meghanreed
Instagram: @meghanreed_oficial
Twitter: @MeghanR22105428

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