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EL ESTADO EN EL NUEVO TESTAMENTO

Heinrich Schlier

"Todos los autores del Nuevo Testamento (NT) están convencidos de que Cristo no es una persona privada
y de que la Iglesia no es un club. Por eso han hablado también, cada uno según se lo permitían las
circunstancias y bajo diversos aspectos, del encuentro de Jesucristo y de sus testigos con el mundo político-
estatal y sus instancias" (249).

El artículo se estructura en dos partes. En la primera, se trata sobre el evangelio de Juan (caps. 18-19), que
es donde más hondo se ha calado en el proceso que el mundo realiza contra Jesús, y que llega a su
resolución pública y judicial ante Poncio Pilato, representante del Estado romano y tenedor del poder
político. En la segunda, se repasan sumariamente las ideas contenidas en los demás escritos
neotestamentarios. En conjunto, se llega "a un conocimiento fundamental de la naturaleza del Estado, tal
como aparece en el NT" (249).

I. San Juan.

Cuando todo queda zanjado dentro de la esfera religiosa y espiritual (en la entrevista con Anás), toma la
palabra la instancia política, que es el Procurador de Roma, Poncio Pilato. Su posición inicial queda
caracterizada del modo siguiente: el representante del poder político se halla frente al mundo y sus
representantes [la masa y sus dirigentes]. Es cierto que el poder político es mundano, incluso poder
romano-pagano, y en modo alguno es un poder salvífico; sin embargo, se halla frente al mundo en este
proceso en que todo se revelará por medio del Acusado (250).

Tras las primeras preguntas a los que traen a Jesús, Pilato se dirige a Jesús: ")Eres tú el rey de los judíos?"
(18,33). Se trata de una pregunta en torno a las pretensiones políticas del acusado. Jesús responde a su vez
con una nueva pregunta: ")Por tu cuenta dices eso, o te lo han dicho otros de mí?" Con esta pregunta, Jesús
se muestra como el verdadero juez en el asunto. Y hace que Pilato exprese de forma clara su situación, que
es la de quien, como representante del Estado, se ha visto obligado por el mundo a entrar en el asunto:
")Acaso soy yo judío? Tu nación y los pontífices te han entregado a mí?" (18,35). Se halla totalmente a la
defensiva (251).

A la nueva pregunta sobre lo que ha hecho, Jesús le habla de su Reino. "Pilato ve entonces que de hecho se
puede hablar de un reino de Jesús. Pero este reino no tiene su origen en el mundo; es, atendiendo a su
procedencia, algo que no viene del mundo. No se sirve de medios humanos de poder para afirmarse contra
la voluntad del mundo. Pilato ve que existe otro reino en el mundo al lado del reino político fundado en la
ley del emperador de Roma. El reino estatal no es único en el mundo. Y Pilato puede ver que al lado de su
reino estatal legítimo surge otro reino distinto, el reino de Jesús, el reino del acusado, que exige una
superioridad esencial [con respecto] al reino del Estado" (252).

Hasta aquí sólo se ha hecho una descripción negativa de los rasgos del reino que se opone al Estado.
Cuando Pilato vuelve a preguntar, cazado en la ratonera de su propio pensamiento político: ")Luego tú eres
rey?", a la afirmación de Jesús le sigue una explicación ahora en modo positivo. Él ha venido a dar
testimonio de la verdad. Su reino viene "de arriba" y consiste en la verdad-realidad clarificadora y
liberadora de Dios. Sus reinvindicaciones políticas no proceden del mundo, sino de Dios, cuya verdad él ha
traído al mundo para hacerla valer frente al Estado y su representante. Se desmorona el horizonte político
del representante del Estado. También dentro del poder político tiene valor el reconocimiento de la verdad,
aunque ésta, considerada políticamente, se vea impotente, prisionera de los hombres y, en última instancia,
del Estado (252-3).

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)Cómo responde Pilato al envite? Con la evasiva. ")Qué es la verdad?" (18,38). No hay que ver en estas
palabras una expresión de escepticismo filosófico. Rara vez los procuradores romanos son filósofos.
Tampoco es una expresión de pragmatismo político, que cuenta con "hechos", no con "verdades"
(Spengler). Lo que se expresa en ellas, siguiendo y corrigiendo a Bultmann, es la presunta neutralidad del
Estado ante la realidad fundamental de la vida, que Pilato cree poder mantener frente a la Verdad que se
halla delante de él. Pilato, como muchos otros, cree que para el Estado y la política existe una tercera
posibilidad frente a la Verdad, más allá de la del rechazo y de la del reconocimiento: la posibilidad de
conducirse de un modo objetivo, de conformidad con la exigencia de lo político. Le pasa por alto lo que los
judíos, a su manera (quieren matar a Jesús), tienen claro: "la ∗neutralidad+ es siempre un simple paso hacia
una actitud de recusación frente a la verdad" (253-4).

Que tal cosa es cierta lo demuestran los acontecimientos siguientes. Cuando Pilato intenta liberar a Jesús
(es capaz de ver que su reino es inocuo para el Estado), aparecen con claridad las consecuencias de la
pretendida neutralidad de lo político frente a la verdad. Los judíos prefieren a Barrabás y, con sus gritos, se
imponen al representante y defensor del Estado, cuya misión es hacer frente a las maquinaciones políticas,
obligándole a satisfacer una exigencia imposible bajo el propio aspecto político-estatal: liberar a un
malhechor. "Puede verse, pues, con claridad meridiana, cómo la recusación del problema de la verdad no
sólo debilita la autoridad oficial, no sólo falsea también la actuación política, sino que además conduce a
un perjuicio para el Estado. Es claro que el poder político ∗neutral+, que en apariencia es independiente de
la verdad, no tiene energías suficientes para oponerse a la voluntad infernal de las masas y sus dirigentes"
(255). Pilato no cede al instante, pero la evolución ulterior de la "negociación" deja cada vez más clara la
indefensión en que el Estado queda frente a los poderes desatados del mundo cuando quiere permanecer
neutral ante la verdad. Cuando Pilato oye los gritos de la masa, "temió más" (19,8). Todo acaba para Pilato
cuando el pueblo, por medio de sus dirigentes, le dice que "si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo
el que se hace rey va contra el César" (19,12). "Donde el poder político no se funda en la verdad, ya no
existe ministerio alguno, sino simplemente una posición" [esto es, puro poder] (257).

"Los papeles se han cambiado. No son los judíos los que entregan a Jesús al Estado. Es el Estado el que
entrega a Jesús al mundo. Ya no hay Estado. Se ha entregado, al declararse desinteresado por la verdad, al
mundo, que vincula toda perspectiva humana al César. Él, el Estado, ante la desestimación y rechazo de la
verdad, ha hecho entrega de su autoridad y de su derecho a unas fuerzas cuya única salvación y esperanza
es el César" (257-8).

Resumen general: "Hemos visto que el evangelista Juan ha tenido en cuenta de hecho en su exposición del
proceso de Jesús ante Pilato la problemática del Estado. Ha visto claramente que el poder político,
representado por Pilato, tiene ∗su propia esfera y posibilidad de libertad frente al mundo+ (Bultmann),
aunque ésta es del mundo. Tiene legítimamente auctoritas y potestas. Pero a su lado surge en la persona de
Jesús otro reino distinto, cuyo origen y, consiguientemente, naturaleza, no son de este mundo, sino de
∗arriba+. Se trata del reino de la verdad, que exige incluso del Estado el derecho de que se le preste oídos.
La neutralidad de principios frente al testimonio de la verdad destruye el Estado y toda acción estatal. Hace
que surja el miedo que hace del ministerio una cosa insegura y de la actuación política algo carente de
objetividad. Entrega necesariamente al Estado en manos de unas fuerzas que abusan de él para la
destrucción de la verdad y abdican en el César todas sus esperanzas mesiánicas. Echa los cimientos de un
Estado salvífico que en su totalidad política, espiritual y metafísica, es una incorporación de la no-verdad"
(258).

II. Los otros escritos del NT.

Schlier, en esta segunda parte, lleva acabo la tarea interesantísima de ver cómo en los demás escritos del
NT quedan refrendadas las ideas fundamentales del evangelio de Juan con respecto al Estado. La manera
de proceder es extraordinariamente ordenada. Se explicitan uno por uno los diversos puntos que han ido

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saliendo en el comentario a los caps. 18 y 19 del cuarto evangelio, y se determinan los pasajes de los otros
escritos que los confirman. Es un crescendo que culmina en las aportaciones del Apocalipsis (a comparar
con Peterson, del que supongo que depende en gran medida). En nuestro resumen intentaremos recoger de
forma lo más ajustada y breve posible estos puntos con algunos de los comentarios de Schlier. Dejaremos
de lado las referencias concretas a los textos del NT.

1. El poder político del mundo se enfrenta por principio a las fuerzas del mismo mundo. El César o el
Imperio y Jesucristo y su Iglesia no son enemigos por principio. Ambos pueden coexistir, pues ambos están
referidos de un modo recíproco a una salud, a su salud. También el Estado romano-pagano puede
mantenerse abierto ante las exigencias del Señor Jesús y Salvador aunque, desde el punto de vista cristiano,
no quepa hacerse ilusiones con respecto al Estado y sus representantes (258-264). Desdoblemos esta
observación:
a) Por un lado, se mantiene en pie el hecho de que el Estado romano pagano es capaz, al menos en
sus raíces, de examinar a fondo la inocuidad política de lo cristiano. Ambos representan cosas
armonizables, en la medida en que ambos se hallan en una misma posición de o-posición al
mundo. También el poder político ha sido dado por Dios y el cargo de sus representantes no se
funda en una convención humana. El poder político es un elemento de orden frente a los poderes
destructores del mundo, pues recibe su autoridad y dignidad de esa comisión de lo alto para el
bien; por consiguiente, existe objetivamente la posibilidad de cooperación entre los poderes
políticos y los predicadores del evangelio.
b) Por otro lado, resulta evidente que en el mundo hay fuerzas que operan tratando de impedir la
convivencia de ambas dimensiones. Constantemente se intenta precaver a los cristianos con
respecto a los resentimientos judíos contra el Estado y lo político, que olvidan el carácter
esencialmente escatológico de este tiempo y de la existencia cristiana

2. Sin embargo, el ministerio del Estado, ordenado por Dios como tal para el bien, y que implica un
encuentro con el mundo, descubre de repente que sus derechos "se hallan ahora delimitados por otros
completamente distintos, por los derechos de un reino distinto que aparece ahora en el mundo, en el centro
del mundo, procedente de Dios" (265). El mismo Estado "se halla también referido al derecho superior del
reino de Dios que ha aparecido sobre la tierra en Jesús y que además se encuentra en sus apóstoles y
discípulos. Justamente esta referencia del Estado al reino de Dios misteriosamente presente en Jesús y en
los suyos, y que trata de abrirse camino, pone de relieve ese curso extraño y tremendo de la historia que
aboca al Estado totalitario, al no-Estado, donde uno se cierra al reino de Dios" (266).

3. Cuando ocurre que el Estado "trata de evadirse ante el problema de la verdad hacia una neutralidad
presunta, se arroja atado de pies y manos en los brazos del mundo que confiesa al César y a su dominio
como si fueran su única salvación" (266).
a) Es en el Apocalipsis donde se previene de un modo más radical a los cristianos de una
degeneración estatal de esta especie. "Jesucristo no sólo ha obligado al Estado en la persona de
Poncio Pilato a decidirse Χse decidió de tal modo que entregó su poder político en manos de las
energías y fuerzas de un mundo autosuficienteΧ, sino que, como Señor glorificado, seguirá
coaccionando al Estado a decisiones siempre nuevas mediante su Iglesia y, sobre todo, mediante
sus santos y mártires, y el Estado se evadirá Χasí lo ve el profetaΧ progresivamente de esa
apertura a Dios de la que vive, dañándose de este modo a sí mismo y al poder político" (266-7).
b) Pero también Pablo conoce estos extremos. "También para él el Anticristo constituye un
fenómeno político" (267). Sin ser una interpretación segura, al menos aparece como fundada la
lectura que ve en 2 Te 2,1ss al Estado que, "en la medida en que sigue siendo Estado, se enfrenta
con el Estado cuyo poder ha degenerado. (...)" (267).
c) No obstante, debemos volver al Apocalipsis, pues es ahí donde las indicaciones de Jesús y
Pablo se convierten en tema central y explícito: "El Estado apoteotizado, que nada sabe y nada le
importa el fundamento del poder político en cuanto a su comisión por parte de Dios, y que, por
otra parte, se cierra en banda como Estado al testimonio de la verdad y persigue este mismo

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testimonio; un Estado que lleva en sí, incluso en su perversión, elementos de un gobierno
auténticamente político y que, aun en esa parodia del auténtico Estado que él hace, permite
barruntar algo de la sublimidad del verdadero poder cuya frontera ya no serán los testigos y las
comunidades que viven sobre la tierra, sino sólo el final de todas las cosas y el juicio" (267-8). El
tema del no-Estado aparece en el Apocalipsis bajo las imágenes fantásticas (también lo es la
realidad que se viene sobre los habitantes de la tierra) de la bestia y de la gran ramera.
* La bestia es el monstruo inimaginable que, "en su furor, se ha buscado dentro de la
esfera política una expresión en el Estado totalitario. (...). El Estado totalitario es al mismo
tiempo el Estado esencialmente antiteístico y anticristiano" (268). Aunque sin duda el
Vidente saca esto de su experiencia histórica, éste es "el monstruo que nunca morirá, sino
que llenará el mundo hasta el fin" (269). A esta primera bestia la sigue una segunda, el
"profeta de la mentira" (16,13; 19,20), en la que el Estado tiene a sus filósofos y teólogos,
que son los que estructuran el espíritu del Estado y la herejía del Estado. Su misión es
hacer propaganda de la primera bestia y llevar a los hombres a adorarla.
* La cortesana suntuosísima, la Babilonia de los profetas, "es el Estado [homogéneo]
universal bajo el aspecto de una ciudad degenerada que se apoya en el imperio universal"
(269-270). Llena de hýbris, encanta a los habitantes de la tierra con el brillo de su riqueza
y con sus formas opulentas y voluptuosas. "A este Estado pertenece la prohibición del
sufrimiento, del seguir hablando de la muerte, y el representar oficialmente la ilusión de
una felicidad eterna" [sobre la tierra] (270). Llena de lujo y poseída por los comerciantes
de la tierra, esta mujer se embriaga con la sangre de los mártires de Jesús y emborracha, a
su vez, a los poderes [políticos].

")Qué harán los cristianos en esta situación? No se ha hablado mucho sobre esto. No deben tomar parte en
esta anarquía, deben ∗salir fuera+. (...). Seguirán siendo los proscritos y los perseguidos. No volverá a
hablarse de un mundo cristiano, sólo de santos y mártires dispersos, que constituyen la Iglesia. Resultará
difícil ser cristiano. Tampoco pronunciarán los cristianos palabra alguna contra la creación ni el gobierno
de Dios, sino, lo mismo antes que después, cantarán sus alabanzas. (...). Lo último no es, así lo creen ellos,
la bestia que sube arrastrándose desde el abismo, sino que lo último es el jinete sobre el caballo blanco que
baja irrumpiendo desde el cielo. ∗Y tiene por nombre Verbo de Dios+ (19,13). Tampoco lo último es la
Iglesia despedazada y herida de muerte sobre la tierra, sino que lo último es ∗la Ciudad Santa+ que
desciende del cielo de parte de Dios (21,10)" (270-1).

Conclusión final. "La subyugación del Estado por parte de las fuerzas del mundo que ligan al César todas
las esperanzas, constituye siempre un peligro para lo político. Enmarcará definitivamente un día la realidad
política que muestra una actitud de recusación frente a Dios y a Cristo. Ese Estado Χque de suyo tiene una
comisión limitada por Dios y que puede y debe escuchar y tener en cuenta las exigencias del reino de
DiosΧ se convertirá en una anarquía total, anticristiana y antiteística, si no hace valer estas exigencias de
Dios. Cristo hará que surja el Anticristo en aquel punto de la historia en que el Estado rechaza los derechos
de Dios. Por otra parte, el Anticristo es un fenómeno espiritual político. Con él quedará destruido el Estado
como tal. También en esto se demuestra, y ahora de un modo negativo, que el Estado, que se halla frente al
mundo merced a la comisión de Dios, y tiene su enfrentamiento en Jesucristo y sus legítimos testigos, tiene
necesidad de Jesucristo y de su Iglesia para su natural persistencia. Verdad es que la falta de humanidad del
no-Estado será una prueba de la cercanía del Hijo del hombre" (271-2).

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