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Tiempo de fe

E
n 2 Samuel se registra la trágica muerte de Absalón, el hijo del
rey David, de la mano de Joab. En medio del caos posterior,
alguien tenía que darle a David la noticia de que su hijo —y
enemigo— estaba muerto, por lo que ahora podía regresar a
Jerusalén de manera segura. Cuando Joab le encargó a un etíope (un cusita)
que llevara la triste noticia, había otro joven llamado Ahimaas que, por
alguna razón, quería ser el que se lo contara al rey. Joab ya había despacha-
do al cusita; pero después de mucha insistencia por su parte, también se le
permitió a Ahimaas que corriera a decírselo al rey. Ahimaas debe haber
sido un atleta increíble, ya que la Biblia nos dice que alcanzó al etíope, lo
superó y llegó primero donde David, muy por delante del cusita.
Cuando Ahimaas llegó donde el rey, el cual esperaba ansiosamente no-
ticias sobre Absalón, le dijo al rey que sus enemigos habían sido derrota-
dos. David lo presionó para que le diera más información:
«"¿El joven Absalón está bien?", preguntó el rey. Ahimaas res-
pondió: "Vi yo un gran alboroto cuando me envió Joab, el siervo
del rey, pero no sé qué era"» (2 Samuel 18:29).
El cusita llegó apenas unos segundos después y, respondiendo a la
pregunta del rey, dijo: «¡Qué sufran como ese joven los enemigos de
su majestad, y todos los que intentan hacerle mal!» (versículo 32,
NVI). David recibió esta noticia devastadora como cualquier padre
amoroso lo haría. «Al oír esto, el rey se estremeció; y mientras subía
al cuarto que está encima de la puerta, lloraba y decía: "¡Ay, Absalón,
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hijo mío! ¡Hijo mío, Absalón, hijo mío! ¡Ojalá hubiera muerto yo en
tu lugar! ¡Ay, Absalón, hijo mío, hijo mío!"» (versículo 33, NVI).
Particularmente, siempre he considerado este relato fascinante. ¿Por
qué Ahimaas estaba tan desesperado en correr a donde estaba el rey, si no
tenía noticias reales que compartir? Pareciera que a veces estamos tan
ansiosos por decir o hacer algo, que nos olvidamos de tener un objetivo o
un mensaje en mente. El autor del libro de Hebreos nos compara la vida y
el ministerio de los seguidores de Cristo con una carrera. Nos dice: «Co-
rramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos
en Jesús, el autor y consumador de la fe» (Hebreos 12:12). Pero esta ca-
rrera no es física, sino que está basada en la fe. Es una carrera en la que
vamos al lado de Jesús y encaminados hacia su regreso.
En cierto sentido, es de admirar la pasión de Ahimaas por correr y
su deseo de llevar las buenas nuevas de la victoria. Las familias de fe
deberían hacer lo mismo. Tener un mensaje común, un objetivo co-
mún y un ministerio común, nos lleva a disfrutar de una fe sólida.
En los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando los
hijos de los soldados que regresaron se convirtieron en lo que se cono-
ce como la generación de los baby boomers, las iglesias comenzaron a
buscar formas de alcanzar y conservar a la gran cantidad de niños y
jóvenes que acudían a sus congregaciones. Algunas iglesias decidie-
ron contratar a pastores especializados a tiempo completo para organi-
zar programas y actividades para niños. Al ver el éxito que estaban
teniendo los pastores de jóvenes, algunas iglesias se movieron para
contratar pastores para niños. Poco a poco, la responsabilidad de dis-
cipular a los niños pasó inadvertidamente de los padres a los pastores
especializados. Con esto no queremos decir que la existencia de estos
ministerios hizo que los jóvenes dejaran de asistir a la iglesia, sino
más bien que la raíz del problema es que los padres descuidan los
deberes que Dios les ha dado. Demasiados padres confían en la iglesia
para criar y discipular a sus hijos, cuando la responsabilidad principal
recae sobre sus hombros. Elena G. de White escribió lo siguiente:
«Después de trabajar fielmente, si están convencidos de que sus hi-
jos comprenden el significado de la conversión y el bautismo y de

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que son verdaderamente convertidos, sean bautizados. Pero, repi-
to, ante todo prepárense a fin de actuar como fieles pastores para
guiar sus pies inexpertos por la senda estrecha de la obediencia.
Dios debe obrar en los padres para que ellos puedan dar a sus hijos
un buen ejemplo de amor, cortesía y humildad cristiana, y así de
una entrega completa del yo a Cristo. Si consienten en el bautismo
de sus hijos y luego los dejan hacer como quieren, no sintiendo el
deber especial de mantener sus pies en la senda recta, ustedes son
responsables si pierden la fe, el valor y el interés en la verdad». 1
Esta cita deja en claro varios asuntos. Primero, la responsabilidad de pre-
parar a los hijos para el bautismo es de los padres, no del pastor o del maes-
tro. Segundo, el trabajo de los padres de hacer discípulos continúa después
del bautismo. En tercer lugar, hacer discípulos no consiste solo en enseñar,
sino en predicar con el ejemplo «de amor, cortesía y humildad cristiana, y así
de una entrega completa del yo a Cristo». Una de las mejores y más efectivas
maneras de transmitir la fe a nuestros hijos es a través del ministerio familiar:
padres e hijos participando juntos en actos de servicio.

Retén lo que es bueno: el ministerio de la Palabra


La iglesia cristiana primitiva se dio cuenta de que los apóstoles no
podían predicar la Palabra de Dios y al mismo tiempo ayudar a distri-
buir alimentos a los necesitados (Hechos 6:16). A fin de permitir que
los apóstoles se dedicaran «a la oración y al ministerio de la palabra», la
iglesia seleccionó y comisionó a los primeros siete diáconos (versículo
4; ver también los versículos 5 y 6). «Desde el momento más temprano
en la iglesia, se entendió que el ministerio de la Palabra requería tanto
de tiempo como de esfuerzo para que los llamados a este ministerio se
liberaran de otras demandas». 2 Pablo le enseñó a Timoteo que «los
ancianos que cumplen bien su función deberían ser respetados y bien
remunerados, en particular los que trabajan con esmero tanto en la pre-
dicación como en la enseñanza» (1 Timoteo 5:17-18, NTV); es decir, es
deber de la iglesia pagarles a los líderes que dedican sus vidas al minis-
terio a tiempo completo.

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El ministerio de la Palabra no solo consiste en levantarse a pronunciar


un sermón en la iglesia. El que ministra la Palabra de Dios debe primera-
mente ser un estudiante de la Biblia. La mano de Dios «estaba sobre Es-
dras, dice la Escritura, porque él "había decidido estudiar y obedecer la ley
del Señor y enseñar sus decretos y ordenanzas al pueblo de Israel" (Esdras
7:9-10, NTV). Y Pablo le dice a Timoteo que se esfuerce en presentarse
ante Dios como un obrero que no tiene por qué avergonzarse, ya que sabe
usar correctamente la palabra de verdad (2 Timoteo 2:15)». «El ministerio
de la Palabra es [también] un ministerio de oración» (ver Proverbios 2:35).3
Las familias del mundo y las familias de la iglesia tienen sus dife-
rencias porque sus antecedentes y experiencias de vida varían. En la
comunidad global de hoy, muchos incluso provenimos de culturas dife-
rentes. Pablo y sus colegas en el ministerio también presenciaron esta
clase de diferencias durante sus viajes misioneros. Consciente de las
divisiones que desafiarían a la iglesia, Pablo escribió a los creyentes en
Roma para alentarlos: «Nuestro amor debe ser sincero. Aborrezcamos
lo malo y sigamos lo bueno» (Romanos 12:9, RVC).
Tanto en los tiempos de Pablo como para los padres de hoy, es impor-
tante que los niños en la fe se aferren a todo lo que es bueno. Pablo tam-
bién les escribió a los creyentes que daban la batalla en Corinto: «Ahora,
hermanos, quiero recordarles el evangelio que les prediqué, el mismo que
recibieron y en el cual se mantienen firmes. Mediante este evangelio son
salvos, si se aferran a la palabra que les prediqué. De otro modo, habrán
creído en vano» (1 Corintios 15:12, NVI). Y amonestó a los tesalonicen-
ses: «Sométanlo todo a prueba, aférrense a lo bueno» (1 Tesalonicenses
5:21, NVI). Cuatro veces leemos en el libro de Hebreos: «Con tal que
retengamos firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la esperanza»
(Hebreos 3:6), «retengamos nuestra profesión de fe» (Hebreos 4:14,
RVC), «aferramos a la esperanza que está delante de nosotros» (Hebreos
6:18, NVI), y «mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra
esperanza, porque fiel es el que prometió» (Hebreos 10:23).

La influencia de la sociedad en nuestra familia


Todos somos afectados por la sociedad en la que vivimos, incluso
aquellos que vivieron en el tiempo de Abraham. Después de la destruc-

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ción de Sodoma y Gomorra, Lot huyó a Zoar. Pero al darse cuenta de
que los males que había presenciado en su antiguo hogar estaban pre-
sentes también allí, «Lot se fue a los montes y vivió en una caverna,
privado de todas las cosas por las cuales se había atrevido a exponer a
su familia a la influencia de una ciudad impía. Pero hasta allá lo siguió
la maldición de Sodoma. La infame conducta de sus hijas fue la conse-
cuencia de las malas compañías que habían tenido en aquel vil lugar. La
depravación moral de Sodoma se había filtrado de tal manera en su
carácter, que ellas no podían distinguir entre lo bueno y lo malo». 4
Siglos más tarde, la sociedad continuó ejerciendo una influencia ad-
versa en la iglesia. «Con su "Edicto de Milán", en el año 313 d. C.,
Constantino el Grande [...] terminó con las persecuciones cristianas bajo
el Imperio Romano que, aunque esporádicas, eran aterradoras; y le
otorgó a la iglesia cristiana protección imperial. Como era de esperarse,
las actividades sociales públicas y la cultura normativa cambiaron [...]
para los primeros cristianos». Desafortunadamente, «una nueva permi-
sividad y secularismo social surgió con la fe; y los creyentes consagra-
dos comenzaron a preocuparse más por la inmoralidad, el abuso y el
vicio de la iglesia». 5 Estas preocupaciones condujeron al surgimiento
del estilo de vida monástico.
«Este movimiento monástico cristiano era sencillo al principio, pe-
ro, como suele ocurrir en todas las sociedades, su rutina se volvió
cada vez más complicada» y fanática. Como resultado, «se podían
encontrar monjes y monjas en cuevas, en los pantanos, en los ce-
menterios, e incluso a doce metros de altura en la cima de una es-
tilita [una columna]», solo para mostrar su rechazo al mundo y sus
prácticas. 6
¿Deberíamos seguir el ejemplo y mudarnos con nuestras familias a
desiertos o montañas aisladas, manteniendo poco o ningún contacto con
el mundo exterior? ¿Tal movimiento mantendría a nuestros hijos puros y
sin mancha frente a las influencias del mundo? Esta búsqueda de santidad
algunos la buscan con la fuerza de las propias palabras de Jesús: «Si per-
tenecieran al mundo, el mundo los amaría como a uno de los suyos, pero
ustedes ya no forman parte del mundo. Yo los elegí para que salieran del
mundo, por eso el mundo los odia» (Juan 15:19, NTV). Sin embargo,

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Jesús tenía claro que es posible estar en el mundo sin participar en lo que
el mundo hace: «[Señor] Yo les he dado [a los discípulos] tu palabra, y el
mundo los odió porque no son del mundo, como tampoco yo soy del
mundo» (Juan 17:14).
Consciente de esta tensión, Pablo le escribió a la iglesia en Roma:
«Así que, hermanos, yo les ruego, por las misericordias de Dios, que se
presenten ustedes mismos como un sacrificio vivo, santo y agradable a
Dios. ¡Así es como se debe adorar a Dios! Y no adopten las costumbres
de este mundo, sino transfórmense por medio de la renovación de su
mente, para que comprueben cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno,
agradable y perfecto» (Romanos 12:12, RVC).

En busca de la fe original
Alguien dijo en tono jocoso que Dios «no tiene nietos». Esto significa
que, si bien debemos transmitir nuestra fe a nuestros hijos, Dios acepta a
cada persona individualmente como su hijo o hija. No recibimos la adop-
ción en la familia de Dios a través de alguien más. Todo creyente es un
cristiano de primera generación. No es posible simplemente asimilar la
cultura cristiana, viviéndola porque así nos educaron, porque nos senti-
mos cómodos o porque es lo único que conocemos. Ser cristianos cultu-
ralmente no es suficiente para sostenernos, mucho menos para transmitir
la fe a la próxima generación.
«¿Cuánto tiempo se requiere para perder una cultura, desde la
perspectiva cristiana?
»En realidad, solo se necesita una generación. [...]
»Adolfo Hitler tenía esto claro, cuando dijo: "¡Solo él, aquel que
posee la juventud, gana el futuro!" [Adolfo Hitler, citado en Office
of United States Chief of Counsel for Prosecution of Axis Crimina
lity, Nazi Conspiracy and Aggression, t. 1 (Washington, D. C.: Unit-
ed States Government Printing Office, 1946), p. 320],
»Una y otra vez en las Escrituras, Dios instruye a su pueblo a ase-
gurarse de que forme a la siguiente generación». 7
En una de esas ocasiones, antes de que Dios les permitiera a los hijos de

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Israel atravesar el río Jordán hasta la Tierra Prometida, le dijo a Josué que
extrajera doce piedras de en medio del lecho del río seco y que construyera
con ellas un monumento conmemorativo al otro lado del Jordán. ¿Por qué
Dios estaba tan empeñado en construir este monumento? 8 Josué le explicó
el significado al pueblo: «En el futuro, cuando sus hijos les pregunten:
"¿Por qué están estas piedras aquí?", ustedes les responderán: "Porque el
pueblo de Israel cruzó el río Jordán en seco". El Señor, Dios de ustedes,
hizo lo mismo que había hecho con el Mar Rojo cuando lo mantuvo seco
hasta que todos nosotros cruzamos. Esto sucedió para que todas las nacio-
nes de la tierra supieran que el Señor es poderoso, y para que ustedes
aprendieran a temerlo para siempre» (Josué 4:21-24, NVI).
Las piedras estaban allí para enseñarles a las generaciones futuras sobre
el verdadero Dios. Los padres hablarían de ellas cuando transmitieran su
conocimiento de Dios a sus hijos. Esta clase de recordatorios poderosos
debieron haber sido suficientes, pero uno de los pasajes más tristes de las
Escrituras nos dice: «Después de que murieron todos los de esa generación,
creció otra que no conocía al Señor ni recordaba las cosas poderosas que él
había hecho por Israel. Los israelitas hicieron lo malo a los ojos del Señor y
sirvieron a las imágenes de Baal. Abandonaron al Señor, Dios de sus ante-
pasados, quien los había sacado de Egipto. Siguieron y rindieron culto a
otros dioses —los dioses de los pueblos vecinos— y así provocaron el
enojo del Señor. Abandonaron al Señor para servir a Baal y a las imágenes
de Astarot» (Jueces 2:10-13, NVI). «Solo tomó una generación perder el
legado espiritual que debió haberse transmitido». 9
¿Cómo pudo ocurrir esto? Tal vez los padres de esa generación olvida-
ron las palabras de Moisés: «Oye, Israel: Jehová, nuestro Dios, Jehová uno
es. Amarás a Jehová, tu Dios, de todo tu corazón, de toda tu alma y con
todas tus fuerzas. Estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu
corazón. Se las repetirás a tus hijos, y les hablarás de ellas estando en tu
casa y andando por el camino, al acostarte y cuando te levantes. Las atarás
como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; las
escribirás en los postes de tu casa y en tus puertas» (Deuteronomio 6:49).
Al parecer, los padres de los días de Josué no fueron capaces de enseñar
a sus hijos sobre Dios, ¡y en apenas una generación la nación se descamó!

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Aunque ciertamente en última instancia lo único que nos salva es la gracia,


Dios ha legado a los padres la responsabilidad de enseñar a sus hijos sobre
el don de la salvación, tanto en lo que respecta a sus condiciones como a
sus recompensas. 10
Es un privilegio ayudar a las generaciones sucesivas a convertirse en
hijos de Dios de primera generación y en discípulos de Jesús. Dios quie-
re que nuestros hijos sean mejores que Ahimaas, aquel que corrió sin
tener noticias reales, y mucho menos buenas noticias. Él quiere que
sean corredores con un propósito y un mensaje, haciendo discípulos de
todas las naciones y enseñándoles sobre las maravillas de tener una
relación eterna con Jesucristo.

Preguntas para reflexionar


1. Si el ministerio no se limita a los pastores, maestros, evangelistas y
misioneros a tiempo completo, ¿qué papel desempeña el miembro de
iglesia promedio en la misión de la iglesia?
2. ¿Qué «monumentos» espirituales tiene tu familia? ¿De qué manera
estos recuerdos pueden fortalecer la fe de tus hijos?

Referencias
1 Elena G. de White, Conducción del niño, cap. 76, p. 491.
2 John Piper, «The Ministry of the Word: Ordination of Steve Roy», Desiring God, visitada el 21
de agosto de 2018, https://www.desiringgod.org/messages/theministryoftheword.
3 Piper, «The Ministry of the Word», itálicas en el original.
4 Elena G. de White, Patriarcas y profetas, cap. 14, p. 145.
5 John S. Knox, «The Monastic Movement: Origins & Purposes», Ancient History Encyclopedia,

publicado el 23 de agosto de 2016, https://www.ancient.eu/article/930/themonasticmove/


mentoriginspurposes/.
6 Knox, "The Monastic Movement."
7 Ken Ham, «Gone in Only One Generation: Battle for Kids' Minds», Answers in Genesis, publica-

do el 1 de enero de 2013, https://answersingenesis.Org/culture/goneinonlyonegeneration/#fn_l.


8 Ham, «Gone in Only One Generation».
9 Ham, «Gone in Only One Generation».
10 Ham, «Gone in Only One Generation».

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