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La familia, escuela de generosidad

La virtud de la generosidad en su verdadera dimensión actualmente no es bien


entendida, debido a que la sociedad en la que vivimos es sumamente consumista y
competitiva, por lo tanto los actos generosos en muchas ocasiones son considerados
como propios de personas débiles y además como una pérdida de tiempo y dinero que
podría ser utilizado para un mayor beneficio de la propia persona; en otras ocasiones los
actos generosos también pueden ser considerados como algo necesario que a la larga
revertirá en un beneficio para la persona que los practica; en este sentido, no son actos
que den cuenta de un auténtico desprendimiento personal, por lo tanto, no se estaría
hablando de una real vivencia de la virtud.

Si los padres, que son los llamados a procurar el desarrollo de virtudes en sus hijos,
tienen una concepción errada de esta virtud de la que estamos hablando, es lógico que la
formación que darán a sus hijos no será la más adecuada; es por ello que considero
importante y necesario comprender las verdaderas implicancias de esta virtud para el
crecimiento personal del ser humano.

En primer lugar será necesario comprender que la virtud de la generosidad es parte


integral de la justicia, ésta consiste en “cierta rectitud del alma por la que el hombre
obra lo que debe en cualquier materia” , “el acto propio de la justicia no es otra cosa que
dar a cada uno lo suyo” , entonces es claro que la justicia no busca sólo el propio bien,
sino el de los demás, es por esta razón que poseer esta virtud hace más noble al hombre.

La nobleza de la justicia está en el hecho de que en la vivencia de la virtud la persona no


se perfecciona a sí misma como en las demás virtudes, sino que ordena al hombre pero
en relación al “otro”. “Ser justo significa reconocer al otro en cuanto otro, o lo que viene
a ser lo mismo, estar dispuesto a respetar cuando no se puede amar” . En el caso de la
relación familiar y específicamente de la relación padre – hijo, la justicia entendida
estrictamente así no se llega a dar, porque entre padres e hijos la vivencia del amor es lo
primordial y este amor es en primer lugar un amor de “pertenencia”, ya que “los hijos
proceden del amor de los padres; éstos le aman como si de algo propio, como de una
parte de ellos mismos, se tratara” . Es así que podríamos decir que los padres no son
estrictamente justos con sus hijos porque éstos no son un “otro”, sino que son
considerados como “parte de ellos mismos”; pero por otro lado es claro que sin amor no
puede haber justicia, ya que la persona que es incapaz de amar y donarse a otro, será
también incapaz de darle al otro lo que en justicia le corresponde.

Ahora bien, la vivencia de esta virtud en el seno familiar -teniendo en cuenta la salvedad
anotada en el acápite anterior-, es de suma importancia, puesto que ordena la
convivencia social y comunitaria, tan importante y necesaria en las relaciones con los
demás; cuando el niño ingresa a una comunidad educativa ya debe tener el cimiento de
esta virtud para que sea justamente en el ámbito escolar en donde, con la adecuada guía
de sus maestros sea capaz de afianzarla e internalizarla definitivamente para que el
ejercicio de la misma a lo largo de su vida sea sólido.

En la educación de la justicia es necesario considerar el desarrollo cognitivo del niño,


así como la dinámica de sus relaciones interpersonales, tanto las referidas al trato con
sus padres, abuelos, maestros y otras personas mayores, así como el referido al trato con
sus hermanos, amigos, compañeros de escuela y de juego, etc.
El desarrollo de esta virtud implica la forja de otras virtudes previas como son: la
piedad, la observancia, la dulía, la obediencia, el agradecimiento, la verdad, la
afabilidad y la liberalidad. Esta última también llamada generosidad, es aquella virtud
que “radica en el buen uso que se hace de los bienes y riquezas y en el uso conveniente
del dinero y otras posesiones materiales” . Esta virtud es la que perfecciona al ser
humano en el uso debido de los bienes materiales y evita que tenga un afecto
desordenado hacia ellos.

Cuando los padres –con lo mucho o poco que puedan poseer-, son generosos y
considerados con las demás personas que lo necesiten, enseñan a sus hijos a actuar en
función de las necesidades de los demás y compartir lo que tengan y no a actuar sólo en
función de sus propios requerimientos o egoísmos.

Es por tanto de justicia dar a los demás lo que pueda estar a nuestro alcance para
ayudarlos a vivir con una mayor dignidad; para ello es necesario que la persona desde
pequeña aprenda a ser desprendida con relación a la posesión de bienes materiales y
además que aprenda a darles su real valor y en función de éste ser capaz de ahorrar y
gastar el dinero de la manera más adecuada, no sólo para su propio bien, sino teniendo
en cuenta también el bien de los demás.

Es importante resaltar que esta virtud no solo se refiere al desprendimiento de lo


material, sino que también puede estar referida a otras cosas como por ejemplo, ser
generoso con el uso del tiempo, con la posibilidad de escucha y atención a otros, con la
posibilidad de perdonar, etc., todo esto supone una decisión de entrega libre de lo que
uno posee en bien de otro que lo necesita. En este sentido, es fundamental tomar en
cuenta dos consideraciones, en primer lugar la apreciación que la persona debe hacer de
lo que posee y de lo que es capaz de hacer por los demás, para ello, los padres deben
procurar en sus hijos una adecuada valoración de sí mismos, ya que al sentirse valiosos
serán capaces de donarse con la confianza de saber que lo que están haciendo será
bueno para otro; en segundo lugar es importante que la persona generosa sea capaz de
percibir las auténticas necesidades de los demás, ya que no basta dar aquello que uno
posee, sino, que es necesario dar aquello que el otro necesita realmente.

La generosidad o liberalidad, al igual que las demás virtudes, se deben procurar forjar
con el ejemplo, y en esta línea considero que los padres deben cuidar mucho no caer en
el facilismo de ser “generosos” solamente dando cosas, sino que deben ser un
testimonio de mayor desprendimiento; por ejemplo, será distinto el ejemplo que brinden
a sus hijos si solamente dan dinero para una campaña navideña que si ellos participan
directamente llevando todo lo necesario a las poblaciones a las que beneficiará dicha
campaña navideña, de esta manera no solo están donando dinero y bienes, sino que
están donando su tiempo y esfuerzo personal. Por otro lado, los padres que sacrifican
actividades con amigos o del trabajo por pasar un tiempo con sus hijos, están siendo
generosos con los mismos; así mismo, los padres que se esfuerzan por perdonar alguna
injuria, y lo hacen porque reconocen la necesidad del otro de recibir amor y
consideración, están siendo generosos, etc.

Isaacs habla de los motivos que deben llevar a una persona a ser generosa, cuando éstos
no son un verdadero interés por buscar el bien del otro se desvirtúa el acto generoso, por
ejemplo, cuando somos generosos solamente porque nos une un lazo afectivo con la otra
persona o cuando somos generosos porque nos conviene ya que vamos a sacar algún
beneficio o ventaja de dicha situación; es así que los padres deben procurar no solo que
sus hijos lleven a cabo actos generosos, sino que las razones por las que realizan dichos
actos no sean egoístas, sino que estén en función de las necesidades de los demás.

La vivencia de esta virtud supone un gobierno personal porque implica un esfuerzo y


sacrificio en bien de otra persona, por lo tanto no es sencillo desarrollarla en los
primeros años de vida porque el niño pequeño aún no tiene esa capacidad de decisión
voluntaria sobre sus actos; es por ello que la dinámica vivida en la familia es muy
importante, por ejemplo, que entre hermanos se ayuden mutuamente, que la madre o
padre pidan favores a los hijos y viceversa, que entre los miembros de la familia se
presten cosas, ropa, juguetes, etc.; puesto que si los niños constantemente están
presenciando actos de desprendimiento personal en bien de otros, se les hará más
sencillo poder realizar actos concretos de generosidad porque están habituados a
presenciarlos. Este será el cimiento para que en la adolescencia, cuando ya estén en una
mayor capacidad de tomar sus propias decisiones, les sean familiares ciertas acciones de
desprendimiento personal que sean fruto de una postura frente a la realidad propia y de
los demás, para ello, no solo bastará el ejemplo de los padres, sino los criterios que éstos
le puedan transmitir acerca de la solidaridad que se debe dar entre las personas.

Esta virtud de la generosidad forma parte de las virtudes que Santo Tomás aborda en el
tratado de las virtudes sociales ; éstas son posibles de ser inculcadas en el seno familiar
y ellas serán el cimiento de lo que en un futuro será una persona considerada justa;
capaz de tomar en cuenta a los demás y no pensar sólo en sí mismo y en su propio
beneficio; capaz de ver la dignidad del otro; capaz de dar a cada quien lo que le
corresponde; capaz de relacionarse armoniosamente con las demás personas; en otras
palabras, un ser capaz de responder de manera auténtica a esa necesidad de encuentro
que está inscrito en la intimidad más profunda de todo ser humano.

BIBLIOGRAFÍA

 Aquino, Tomás de. (2001). Suma de teología. Madrid, España: Biblioteca de


Autores Cristianos (BAC).
 Isaacs, D. (1996). La educación de las virtudes humanas. Navarra, España:
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 Palet, M. (2007). La familia educadora del ser humano. Barcelona, España:


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 Pieper, J. (2007). Las virtudes fundamentales. Madrid, España: Ediciones Rialp.

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