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4 de marzo
2015
Por Carmen Teira
Publicado en Cultura y Religión

Comentarios 17

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171
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A las doce del mediodía, con puntualidad británica, los monjes empiezan a recitar. La ceremonia que empieza, que para
ellos es sólo rutina, a nosotros nos tiene en vilo desde la noche anterior. Llevamos una hora esperando y, en este
tiempo, han ido trayendo los cadáveres. Uno a uno hasta superar la decena. Envueltos en mantas, los cuerpos — en
posición fetal, como si durmieran— se amontonan en el interior de una pequeña caseta situada en el centro de Larung
Gar.

Monjes y monjas por separado. Los primeros, resguardados en una sala contigua a la que sirve de macabro almacén.
Ellas a la intemperie, igual que nosotros. La temperatura baja de cero grados y el suelo está cubierto por una capa de
hielo pero las religiosas no han vacilado en sentarse en él. Hay trabajo que hacer.
Las oraciones, entonadas al unísono, tienen como objeto ayudar a las almas de los fallecidos a abandonar los cuerpos, si
es que no lo han hecho ya. Los tibetanos creen que este proceso puede ser largo, por lo que conservan los cuerpos de
los fallecidos en casa entre cuatro y siete días. Si pasado ese tiempo alguna alma rebelde se ha negado a partir, los
monjes con sus plegarias le dan el último empujón. Terminada la ceremonia, los cuerpos no son más que recipientes
vacíos de los que hay que deshacerse.

Los familiares de los difuntos se aglomeran frente a la caseta. Ninguno llora. Al contrario, hablan animadamente, e
incluso algunos piden hacerse fotografías con nosotros —los dos únicos extranjeros— aunque no entienden muy bien
qué interés podemos tener en estar ahí. Nos miran y les miramos. Todos somos asimismo observados por decenas de
retratos que cubren la pared de madera. Retratos de muertos, de personas que ya pasaron por el mismo trámite que
aguarda a los cadáveres que esperan en el interior.

Nos adelantamos al cortejo fúnebre en una furgoneta que compartimos con una mujer china y sus dos hijas. Son
budistas y han venido desde Beijing para conocer Larung Gar, considerada la mayor universidad budista del mundo, y
también las costumbres de la zona. Larung Gar se encuentra en la prefectura autónoma tibetana de Garzê, un territorio
que, aunque pertenece políticamente a la provincia china de Sichuan, mantiene su cultura y raíces tibetanas. Su
particular ritual funerario (también practicado en Mongolia, Tíbet y en las provincias chinas de Qinghai y Mongolia
Interior) es una de sus más llamativas señas de identidad.

Lo llaman Tian Zang: “Entierro Celestial” o “Entierro en las Nubes”. Generalmente se realiza en los montes, motivo por el
cual abandonamos el pueblo hasta llegar a un lugar alejado de todo, donde un cartel sobre el que reposan dos buitres
de escayola nos da la bienvenida.

Mentiría si no dijese que la primera impresión es algo decepcionante. El escenario parece un teatrillo, sobrecargado de
estatuas demoníacas y otros elementos de atrezzo. En lugar de imponer respeto, resulta ligeramente burlesco. Aún así,
el conocimiento de lo que vamos a presenciar me impide siquiera sonreír. Tengo un nudo en el estómago.

Mientras esperamos a los coches que portan los cadáveres, me entretengo curioseando aquí y allá. En el suelo,
pequeños restos óseos (mandíbulas, dientes, huesos de manos y pies) se confunden entre la tierra. Entro en una capilla
cuyo interior está forrado con calaveras de plástico y al salir veo a los tibetanos arrodillarse de uno en uno sobre una
piedra desgastada por el uso. Creen que si lo hacen su alma regresará a este lugar después de morir.
Cuando estoy observando el altar en el que pienso que va a tener lugar el ritual, los coches empiezan a llegar. Los
espectadores nos agrupamos en un terreno baldío junto a las familias, y los 12 o 13 cuerpos son dispuestos en la ante
nosotros. La mayoría son adultos muy delgados, pero también hay un hombre entrado en carnes (buena noticia para sus
últimos bene ciarios) y una niña que no tendrá más de seis años. Busco a sus padres con la mirada, esperando
reconocerlos por sus muestras de dolor, sin éxito. La serenidad de los familiares es ejemplar. Ayudados por los monjes,
despojan a los muertos de sus mortajas, quedando estos completamente desnudos. Dos hombres empiezan a a lar sus
machetes. El silencio es sepulcral.

A partir de ese momento, todo sucede deprisa. No hay lugar a concesiones. Los monjes desuellan y descuartizan los
cuerpos con la habilidad propia de quien lo hace todos los días. Con un golpe seco clavan el machete en la espalda y el
cuerpo se parte como una manzana. Después arrancan la piel a tiras, desde el talón hasta la nalga (primero una pierna,
después la otra), y desde la parte baja de la espalda al cuello. En el cráneo realizan una incisión y sacan el cerebro, que
entregan a los familiares en una pequeña bolsa transparente. El resto del cuerpo es cortado en trozos de diferente
tamaño: un brazo, media pierna, el abdomen abierto con las vísceras a la vista, bien a mano, para facilitar el trabajo a
los buitres.

El proceso no dura más de cinco minutos, y en ese tiempo las aves, más de 200, han ido bajando por la ladera de la
montaña hasta situarse a menos de cinco metros de nosotros. Algunas intentan adelantarse al banquete pero son
espantadas por los monjes y algún voluntario. Todavía no es momento de comer. Un minuto, dos minutos: ahora sí. Los
monjes se apartan y los buitres se abalanzan sobre los cuerpos. Son tantos que sólo unos pocas decenas de ellos
alcanzan el objetivo. El resto queda a una distancia prudencial, aguardando su turno.

En contra lo que esperaba, el espectáculo no llega a ser grotesco porque no se ve nada: solo una nube marrón
agitándose furiosamente, como en día de tormenta. Al menos al principio. Pasado un tiempo, aquellas aves que han
conseguido agarrar un trozo de carne o algún órgano, se alejan con el botín en el pico, siendo atacadas por sus
hermanas.

En apenas un cuarto de hora los cadáveres desaparecen sin dejar rastro de humanidad. Sobre la tierra solo hay huesos.
Estos serán recogidos por los monjes, machacados y mezclados con tsampa antes de ser entregados a las aves de nuevo.
No puede quedar nada. Los tibetanos interpretan como un mal augurio que los buitres no terminen el banquete;
signi caría que el cuerpo tiene restos de mal karma, que la persona no fue buena en vida. En su cultura los buitres son
dakinis, ángeles encargados de transportar las almas de los fallecidos al cielo, antes de reencarnarse de nuevo. ¿Qué
almas, si éstas ya habían abandonado el cuerpo? De regreso a la ciudad hago la misma pregunta a monjes y seglares,
pero ninguno sabe darme una respuesta.
8 comentarios Ordenar por:  Los más antiguos

Añade un comentario...

Alba Luna
Fuerte relato, sin duda, pero muy interesante.
Me gusta · Responder · 4 de marzo de 2015 15:55

Annaïs Pascual
Waoo... me ha sobrecogido y encantado a partes iguales
Me gusta · Responder · 4 de marzo de 2015 16:52

Palmy Gutierrez
Increíble! No conocía esta curiosa tradición.
Me gusta · Responder · 4 de marzo de 2015 21:21

Esther Guglietta · Granada
Interesante artículo. No tengo palabras, me hubiese encantado verlo.
Gracias por compartir esas experiencias.
Me gusta · Responder · 5 de marzo de 2015 4:31

The Patitas en el Mundo
sobrecogedor relato/costumbre que nos cuentas Carmen. Ha sido
imposible leerlo sin hacer muecas y mantener los pelos de la nuca sin
estirar. Gracias por compartir!
Me gusta · Responder ·  1 · 5 de marzo de 2015 6:24

Iris Gómez · Villagarcía de Arosa
Es tan interesante como sobrecogedor.
Me gusta · Responder · 5 de marzo de 2015 15:54

Carmen Teira Cobo
Es lo mas fuerte que he leido en mi vida. Mi cerebro no lo admite.
Necesitaria otra educacion. Muy valiente Carmen. Y atrevida
Me gusta · Responder ·  1 · 11 de marzo de 2015 12:31

Sergi Balaguer · Fotógrafo y Editor en Sergi Balaguer • Fotografía &
Multimedia
Cautivador relato y una experiencia extraordinaria, toda una montaña rusa
de sensaciones e imágenes. He empezado con la experiencia del viaje a
Larung Gar en tu blog de Trajinando por el mundo, y no he podido dejar de
seguir leyendo a continuación esta parte de la ceremonia del entierro
celestial. Gracias por compartir y descubrirnos este lugar y tradición.
Me gusta · Responder ·  1 · 17 de marzo de 2015 9:42

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Jordi Babot Pagès Responder

4 marzo 2015 a las 11:21

Desconocía esta práctica funeraria tibetana. Relato impactante

El entierro celestial en Larung Gar (Tíbet) Responder

4 marzo 2015 a las 12:48

[…] El entierro celestial en Larung Gar (Tíbet) […]

Responder
Claudia Rodríguez
4 marzo 2015 a las 16:52

Dios, cuando lo he terminado de leer se me ha puesto la piel de gallina. Fascinante.


He intentado ponerme en tu piel, Carmen, creo que me hubiera quedado igual que tú.
Genial narrado.
Un abrazo,
Claudia

Pablo Strubell Responder

4 marzo 2015 a las 17:50

Super interesante, Carmen. Vaya lugar. Quiero ir jo.

Ramón Villeró Responder

4 marzo 2015 a las 19:41

Un interesante reportaje, en la línea de vuestra revista. Realmente hay muchas formas de


vivir; también de decir el ultimo adiós. Saludos.

Alba Luna Responder

4 marzo 2015 a las 18:55

Fuerte relato, sin duda, pero muy interesante.

Annaïs Pascual Responder

4 marzo 2015 a las 19:52

Waoo… me ha sobrecogido y encantado a partes iguales

Palmy Gutierrez Responder

5 marzo 2015 a las 0:21

Increíble! No conocía esta curiosa tradición.

Esther Guglietta Responder

5 marzo 2015 a las 7:31

Interesante artículo. No tengo palabras, me hubiese encantado verlo. Gracias por compartir
esas experiencias.

Responder
The Patitas en el Mundo
5 marzo 2015 a las 9:24

sobrecogedor relato/costumbre que nos cuentas Carmen. Ha sido imposible leerlo sin hacer
muecas y mantener los pelos de la nuca sin estirar. Gracias por compartir!

Iris Gómez Responder

5 marzo 2015 a las 18:54

Es tan interesante como sobrecogedor.

Jordi Busqué Responder

8 marzo 2015 a las 23:03

Impresionante, Carmen. Gracias por hacernos partícipes.

Gustavo Prieto Responder

9 marzo 2015 a las 19:30

Como diría mi abuela “madre del amor hermoso”. Un relato estupendo. Sin duda uno de esos
lugares que hay que ver in situ. Me lo apunto.

Carmen Teira Cobo Responder

11 marzo 2015 a las 15:31

Es lo mas fuerte que he leido en mi vida. Mi cerebro no lo admite. Necesitaria otra


educacion. Muy valiente Carmen. Y atrevida

Larung Gar (un viaje interior) | Trajinando por el mundo Responder

17 marzo 2015 a las 10:04

[…] a describir detalladamente el ritual funerario tibetano porque ya lo he hecho en Kamaleon Travel. En
este artículo tenéis la crónica completa de aquella mañana, podéis leerlo si como yo no sabéis lo que es.
Aquí pre ero contar la otra cara, lo que viví […]

Sergi Balaguer Responder

17 marzo 2015 a las 12:42

Cautivador relato y una experiencia extraordinaria, toda una montaña rusa de sensaciones e
imágenes. He empezado con la experiencia del viaje a Larung Gar en tu blog de Trajinando por el mundo, y
no he podido dejar de seguir leyendo a continuación esta parte de la ceremonia del entierro celestial.
Gracias por compartir y descubrirnos este lugar y tradición.

Responder
M. Ares
25 agosto 2015 a las 23:31

Impactante tradición… Todavía tengo un nudo en el estómago después de leerlo. Creo que
puedo soportar lo de los buitres pero… ¿el cerebro en una bolsa? eso es demasiado.

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