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Tulio Halperin Donghi, La larga agonía de la Argentina peronista.

Buenos
Aires, Ariel, 1994.

11-12/ «Si hay un rasgo que caracteriza a la vida política argentina hasta casi
ayer, es la recíproca denegación de legitimidad de las fuerzas que en ella se
enfrentan, agravada porque éstas no coinciden ni aun en los criterios aplicables
para reconocer esa legitimidad»
13/ Si de un lado se alega civismo y virtud republicana, del otro se reivindica la
capacidad de transformación del país (económica, social y culturalmente
hablando) cuando no la capacidad para gobernar
23/ El peronismo les ha negado legitimidad a todas las tradiciones políticas de
la Argentina moderna
25/ El peronismo ha reducido la política a una «técnica para suscitar la
obediencia»: el derecho a gobernar, su legitimidad, no se deriva de las urnas
sino de su capacidad de conducir, de mandar el proceso social
26/ Con todo, históricamente siempre hay al menos un tercio de la población
que no vota al peronismo. Y el tiempo pasa y ese tercio queda: desde el principio
hasta hoy, si el peronismo gana hay un «irreductible tercio opositor». Pero
como también ha perdido tres veces, hay que decir que ese tercio
circunstancialmente crece. ¿Por qué?
28/ La paradoja es que el peronismo tiene asegurada socialmente su
supervivencia, pero económicamente su programa sólo ha funcionado en el
corto plazo —en el mediano hace agua—: el peronismo ha sido protector de la
industria no porque tenga un modelo económico para el crecimiento y el
desarrollo del país basado en la industrialización, sino porque su modelo de
control social se basa en la obediencia de los sindicatos, que, como las pyme,
tienen su base de sustentación en las grandes y medianas ciudades.
De ello se desprende, por oposición, que en el extraordinario momento de la
alternancia, cuando un gobierno no peronista diseña un programa económico
para la industria basado en la apertura del mercado, la productividad y la libre
competencia, y en función de ello tiende a desarmar el “capitalismo asistido” del
peronismo, tanto los empresarios como los sindicatos lo perciben como el
principio del desmadre social porque se desarma la malla de contención para
ambos y porque en toda competencia alguien gana y alguien pierde.
53/ Si el peronismo representa al pueblo, más allá de los resultados electorales,
cuando pierde una elección se genera una tensión entre el “poder “real y
legítimo” (el peronismo) y el poder “formal y democrático” (el gobierno no
peronista). Allí surge la pregunta de una Canelo: ¿cómo fue posible que algunos
de los “nuestros” votasen a la “contra”? Como todo resultado electoral que
represente una derrota peronista es defectuoso, hay que encontrar al
responsable de haber “manipulado” el voto popular.
61/ Eso es lo que está implícito en la famosa frase sólo el peronismo puede
gobernar este país. No importa el resultado electoral, que es deslegitimado.
Obvio: todo el andamiaje institucional está en problemas si el resultado
electoral es deslegitimado.
62/ Luego, lo mejor que puede hacer el no peronismo es no disputarle
seriamente una elección; esto es, no ofrecerle a una parte del electorado una
identificación alternativa, aun si provisoria o hipotética.
63/ Los montos con sus gritos a favor de la “Patria Socialista” no expresaban
tanto a favor de un cambio radical como su deseo de que Perón los convirtiera
en sus herederos y les traspasara el poder a ellos, aunque más no fuera como
“renovación generacional” de la “vocación antisistema” del peronismo desde su
fundación.
65/ ¿Hay diferencias para pensar entre 73 y 83? En el 73 hay un mito que no
aparece en el 83: la violencia política, los Montos, desempatan el escenario
pos55, Perón vuelve porque el pueblo triunfa, los militares se van derrotados,
“se van y no vuelven más”. Pero en el 83 se van por una derrota autoinflingida
en la que Malvinas es la frutilla del postre…
76/ La compleja trama social, económica y cultural se ha desarrollado al compás
de ese problemático escenario político: muchos de sus principales agentes
obtuvieron su poder relativo, tanto simbólico como material, en él y temen
perderlo si se modifica, de allí que no duden en realizar ciertas manipulaciones
ideológicas si las creen necesarias para reforzar su posición.
89/ El subsidio en los servicios favorece a las familias de las clases medias y
bajas, pero más favorece a los empresarios.
92/ El peronismo supo construir un vínculo parasitario entre las empresas y el
Estado: aquellas saben vivir a costa de éste.
117/ Si el triunfo de Alfonsín en el 83 es paradigma de los posteriores de la
Alianza y de Cambiemos, cuando el peronismo pierde hay una mayoría
circunstancial que no apuesta por «la consolidación de un nuevo perfil de
sociedad para reemplazar al ya muy erosionado que plasmó la revolución
peronista», sino que apenas considera «necesaria una redefinición de los usos
políticos que por fin asegurarían un marco institucional, de veras democrático,
para una sociedad que vocacionalmente lo había ido desde su nacimiento». Lo
primero, o lo prioritario, pareciera ser un déficit institucional.
118/Sabido es que Alfonsín interpretó lo primero y no lo segundo: creyó que
había llegado la oportunidad de superar al peronismo apoyándose en el ideario
socialdemócrata. El “Tercer Movimiento Histórico”, la reforma constitucional, el
traslado de la capital no estaban en el “contrato electoral” y desdibujaban su
liderazgo. La sociedad, por decirlo de algún modo, necesitaba sentir que las
reglas del juego democrático de aquella vieja constitución cuyo preámbulo
recitaba el candidato podían restaurar las heridas tras tantos y luctuosos años
de desencuentros.

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