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Estar en común

sin comunidad

Marcelo Percia / Juan Carlos De Brasi / María Pia López /


Verónica Scardamaglia / Diego Valeriano / Ana Longoni /
Ricardo Klein / Cintia Rolon / Gonzalo Sanguinetti /
Maximiliano Ferreira / Suyay Scagni / Gabriel Costa /
Gabriela Cardaci / Victoria Larrosa / Ayelen Diorio /
Fernando Stivala / Maita Lespiaucq / Joaquín Allaria Mena /
Liliana Lukin / Rocío Feltrez / Christian Ferrer / Luz Barassi /
Gisela Cecilia Candas / Alejandro Kaufman / Mariano Fiumara /
Dulce Suaya / Federico Cappadoro / Débora Chevnik /
Nicolás Koralsky / Mónica Cuschnir / Patricia Mercado /
Lucia Cavallero / Diego Sztulwark / Eduardo Cossi /
Luciano Neiman / Para el mundo lo que es del mundo /
Sebastián Salmún / Maximiliano Frydman / Horacio González
Percia, Marcelo et. al.
Estar en común sin comunidad.
- 1a ed. - Adrogué : Ediciones La Cebra 2017.
144 p. ; 21,5x14 cm.

ISBN 978-987-3621-41-3

1. Ensayo argentino. I. Título.


CDD A864

© de los autores

Editores
Ana Asprea y Cristóbal Thayer

edicioneslacebra@gmail.com
www.edicioneslacebra.com.ar

Esta primera edición de 1100 ejemplares de Estar en común sin


comunidad se terminó de imprimir en el mes de noviembre de 2017 en
Encuadernación Latinoamérica, Zeballos 885, Avellaneda
Queda hecho el depósito que dispone la ley 11.723
ÍNDICE

Ternuras desclasificadas 11
Marcelo Percia

Tertulias
Escuchar el silencio 37
Juan Carlos De Brasi
Salvar vidas 37
María Pia López
Participios (condición pasiva de la dominación) 39
Verónica Scardamaglia
Día de la madre 40
Diego Valeriano
Estrategias de la alegría 42
Ana Longoni
Una tertulia con Pichon-Rivière:
estar en común en tarea 44
Ricardo Klein

Escrituras
Flechas de pensamientos 47
Juan Carlos De Brasi
Madrigueras47
Cintia Rolón
Escribir (¡Qué desastre!) 49
Gonzalo Sanguinetti
Lágrima oscura 50
Maximiliano Ferreira
Al des-nudo 51
Suyay Scagni y Gabriel Costa
Lo Grupal 52
Gabriela Cardaci
Máquina de escribir 54
Victoria Larrosa

Sensibilidades
Fluyendo57
Juan Carlos De Brasi
¿Externar?57
Ayelen Diorio
F(r)iccionados I
(cosas que nos pasan con lo que pasa) 59
Fernando Stivala
F(r)iccionados II (simulaciones viajeras) 61
Fernando Stivala
El señor José Ángel 62
Maita Lespiaucq
Volver a Lobos 64
Maita Lespiaucq
Ópticas65
Joaquín Allaria Mena
De Retórica erótica66
Liliana Lukin
Telarañas
Flechas de pensamientos 69
Juan Carlos De Brasi
Cancha con niebla 69
Rocío Feltrez
El problema ético de un reseñista de libros 70
Christian Ferrer
Lo arácnido 72
Luz Barassi y Gisela Cecilia Candas
Ñandu: visitar, sentir, araña 73
Rocío Feltrez
Retazos75
Verónica Scardamaglia
De Cartas77
Liliana Lukin

Revueltas
Flechas de pensamientos 79
Juan Carlos De Brasi
Emancipaciones79
Alejandro Kaufman
Silente81
Mariano Fiumara
Esa palabra 83
María Pia López
Una mujer extraordinaria 85
Christian Ferrer
Despidos87
Dulce Suaya
Máquina de Agua 88
Federico Cappadoro y Débora Chevnik

Montajes
Flechas de pensamientos 89
Juan Carlos De Brasi
Ídem89
Nicolás Koralsky
Redes91
Mariano Fiumara
Devenir sonido 93
Verónica Scardamaglia
Un ramo de claveles 95
Mónica Cuschnir
Paralelas97
Joaquín Allaria Mena

Pensamientos
Juan Carlos De Brasi, pliegue del pensamiento 99
Gabriela Cardaci
Clorofila 101
Patricia Mercado
Las palabras 103
Maita Lespiaucq
Curadurías, curanderías 104
Victoria Larrosa
Destruir lo dado 104
Patricia Mercado
Viralizaciones
Flechas de pensamientos 107
Juan Carlos De Brasi
Un restaurant ucraniano 107
Christian Ferrer
Mur(muros) de facebook 109
Lucía Cavallero
Arte de los medios 110
Ana Longoni
De marca, porque son mejores  112
Mónica Cuschnir
Propagaciones114
Mariano Fiumara

Ensoñaciones
Flechas de pensamientos 115
Juan Carlos De Brasi
Materia sensible 115
Diego Sztulwark
Deambular, ensoñar 117
Diego Valeriano
Runfleríos ensoñados 118
Verónica Scardamaglia
Elementales120
Eduardo Cossi
Desmanicomialización  122
Para el mundo lo que es del mundo
Autoayudas
Elogio de la orfandad 129
Juan Carlos De Brasi
Cioran129
Luciano Neiman
Individualismo de masas 130
Sebastián Salmún
Dícese de la autoayuda 131
Maximiliano Frydman
Risa del alma 133
Maximiliano Ferreira
Santo Tomás: teoría del hospital 134
Horacio González

Bibliografía 139
Ternuras desclasificadas

Presentación
Este libro se ofrece como glosario no alfabético e incompleto de
asuntos que aluden al estar en común sin comunidad.

Se enhebra con un seminario que se realiza, en la Facultad de


Psicología de la Universidad de Buenos Aires, bajo el amparo
del Proyecto UBACyT (2014-2017) Representaciones de Sujeto y
Subjetividad en el movimiento de “Lo Grupal” en la Argentina: pre-
supuestos teóricos y consecuencias clínicas, institucionales, éticas,
políticas.

Durante el curso de estos años, participantes, invitadas, invita-


dos, escribieron y cedieron textos para esta publicación.

Este volumen siente gratitud con los modos de pensar presen-


tes en Juan Carlos De Brasi, quien admitía una sola obligación:
“hacer infinitiva la vida, siempre por conjugar”.

Vidas se hacen infinitivas pensándolas.

Vidas académicas se hacen infinitivas, también, desdiciendo


automatismos de escrituras académicas.

Tertulias
Al final de la asamblea, en el manicomio, se pregunta, ¿Cómo
se llama este momento en el que nos juntamos para que cada
cual pueda decir qué le está pasando? Esa vez, el muchacho
que gusta andar con el torso desnudo, dice: Se llama tertulia.

11
Estar en común sin comunidad

Se presumen silencios tras la muerte y antes de la vida.

Entre tanto, se los presienten ahí como serena espera de lo


eterno.

Entre tanto, se nombran las cosas y se silabean amores.

En diferentes pasajes de este libro se emplea la palabra alma.

El vocablo alma viene cada vez que lo indecible irrumpe en la


vida.

¿Cómo pasar de la clase como tertulia obligada a tertulia desea-


da? ¿Cómo animar pliegues en lo aplanado?

El trajín automatizado de los días apelmaza lo irregular, lo


anómalo, lo desconcertante.

Tertulias sermonean y conversan, acercan y entretienen.


Suspenden el tráfico de las agitaciones nerviosas.

No suelen llamarse así conspiraciones, asambleas, debates,


congregaciones. No reciben ese nombre movimientos urgentes
que luchan y resisten.

Tertulias alojan polifonías pacientes y educadas.

Algunas veces soportan aullidos de dolor que encarnan instan-


tes unísonos que gritan ¡basta!, ¡nunca más!, ¡ni una menos!,
¡aparición con vida!

Aquelarres (que se alzan contra machismos que mandan, vio-


lan, matan) realizan tertulias no domesticadas.

Vastedades de dolor no apaciguan el dolor.

12
Ternuras desclasificadas

Vidas amenazadas, desechadas, abusadas, violadas, recuerdan


que formas adjetivas (cuando incrustan el aguijón del tiempo)
más que calificar, sentencian.

Participios que enclaustran cuerpos mortificados, naturalizan


destinos.

A veces, tertulias aplazan justicias, desaconsejan odios y ven-


ganzas. Consumen formas literarias de la protesta.

Injusticias no necesitan sosiegos pacificadores, necesitan


justicias.

Tertulias crispadas no imploran, exigen. Persiguen justicias que


no alcanzan, pero no por abandono, cansancio, derrota.

Justicias no se alcanzan porque justicias deseadas siempre se


corren un paso más.

¿Cómo ahijar vidas que deambulan, consumen, arrebatan,


lastiman?

Vidas que se enfiestan y transan lo que venga, a veces, se cui-


dan, protegen, juegan.

Existencias de hambre que se concentran a contar monedas,


¿tertulian?

Existencias de ansiedad que se conectan para una transa,


¿tertulian?

Existencias abrazadas en alcoholes, ¿tertulian?

¿Cómo vivir pared de por medio de un campo de detención


clandestina administrado por el gobierno?

¿Cómo hacen sensibilidades para no sentir, no ver, no saber?

13
Estar en común sin comunidad

La conversación alrededor de la mesa de tortura no se llama


tertulia, sino terror.

Fuerzas que protestan y se insubordinan, ¿desatan alegrías y


disidencias que desean?

Pichon-Rivière piensa urgencias de una época: modos de estar


en común sin líderes, sin jefes, sin amos.

Imagina que una tarea en común, iguala, disuelve jerarquías,


acciona voluntades.

Imagina tertulias utópicas, sin conducción.

Escrituras
1

Si exceptuamos comunicaciones científicas, diccionarios, ma-


nuales, compendios informativos, recetas de cocina, guías de
viajes; convengamos que casi todas las escrituras que restan
concitan gastos inútiles.

¿Y cartas de amor, diarios de vida, anotaciones que auxilian


memorias?

Palabras nombran para conquistar y dominar. También para


declarar admiración y gratitud ante lo innombrable.

Tal vez la escritura no llega a habitarse nunca. Se la desea como


a una tierra prometida.

A veces, la pretensión de escribir se contenta con leer: se escri-


be para rememorar lo leído.

14
Ternuras desclasificadas

Una lectura hermosa, casi, cumple la promesa.

La tierra prometida no reverbera sólo en leche y miel, se compo-


ne también de dolor.

Desdichas, ¿ejercen más fuerza que las dichas?

Escrituras pueden pensarse como cuevas y refugios, como cua-


dernos y bibliotecas, como correos y conversaciones en panta-
llas, como memorias y olvidos de la civilización.

Rollos delgados de papeles labrados por caligrafías remotas


cubren soledades en sus intemperies.

Se puede escribir para exhibir una firma al final del texto y se


puede escribir, también, para tratar de desprenderse del peso
inútil de un nombre propio.

Lo que ama, puede dañar: se escribe para trasmitir esa incerti-


dumbre vital.

Sufría tanto que la tierra entera se dolía con sus pisadas.

Un hombre salido del manicomio escribe sobre un amor que


vive como dolor sin fin.

¿Qué relación entre escritura y amor? ¿Entre escritura y dolor?

Sin entramados de memorias y olvidos no se podría vivir.

Escrituras, poniéndose al servicio de la memoria, hacen (al mis-


mo tiempo) el trabajo del olvido.

Asunto dramático: leer y escribir en la universidad.

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Estar en común sin comunidad

Cuerpos expuestos a vendavales que soplan en distintas direc-


ciones, remolinos de ideas moribundas.

Arropados con fórmulas para atravesar exámenes.

Por momentos, un aula se extiende como desnudez confiada:


amorosa primicia del por decir.

Esas horas renacen tantas veces como se malogran.

¿De qué manera escrituras devienen colectivas?

No se trata de diferentes vidas confluyendo en un texto en


común, sino de sorpresivas complicidades que se aproximan
urgidas de proximidad.

¿De qué manera se acercan quienes leen los mismos libros?

Escrituras en común, ¿componen sueños de las izquierdas?

Lápices, máquinas de escribir, teclados inteligentes, pantallas


sensibles: escrituras captan estremecimientos imperceptibles
en las manos.

Sensibilidades
1

El planeta que habitamos podría llamarse, si se tienen en cuen-


ta porcentajes, planeta agua antes que planeta tierra.

El cuerpo de una criatura que habla se compone en más de la


mitad de su volumen de agua.

Sensibilidades se entienden con las aguas.

16
Ternuras desclasificadas

Con sus movimientos, pliegues, temperaturas, estados que ro-


tan sobre sí y que giran alrededor del sol.

Sensibilidades se entienden con lunas y vientos.

Sensibilidades viven angustias oceánicas.

2.

Sensibilidades se extienden como membranas afectadas,


como temblores que sienten y hacen sentir, como superficies
habladas.

Cuando se internan sensibilidades, se las amedrenta, amarra,


apaga.

Después de temporadas de vivir aplacadas, cuando se las ex-


terna, ¿se las arroja desguarnecidas?

Sensibilidades desguarnecidas se aferran a rituales, conjuros,


ilusiones, conveniencias.

¡Cómo estarán las cosas que un manicomio se ha vuelto un


lugar no tan malo para vivir!

En ese interior amurallado, vertedero de demasías, sin bellezas


ni ornamentos, administrado por un orden jerárquico y dis-
ciplinario, también serpentean ternuras, amistades, simpatías.

Así, sensibilidades arrasadas, a veces, calculan que conviene se-


guir escondidas en los subsuelos de la civilización.

Vivimos estados de expectación esperando que pase algo: en la


continua excitación de las inminencias.

Pero, las morales repudian el devenir, sospechan de los im-


previstos, como si se tratara de catástrofes que amenazan las
costumbres.

17
Estar en común sin comunidad

Las morales olfatean en las demasías excesos peligrosos.

Aseguran que no pase nada, endureciendo, bloqueando, anes-


tesiando. También recluyendo, confinando, concentrando,
planificando, lo que consideran extralimitaciones, desatinos,
imprudencias.

Existencias endurecidas, bloqueadas, anestesiadas, cada tanto,


irrumpen en el paisaje quieto de una moral que congela ardo-
res de vida.

Sensibilidades tienen memorias de ternuras y sumisiones, de


timideces y audacias.

A veces, se agolpan en un cuerpo todas las afecciones de una


época.

¿Cómo estar en cercanía de lo desorbitado, excedido,


indisciplinado?

Sensibilidades viven expuestas a suavidades y peligros, a con-


tentos y daños.

Abandonadas a lo que venga, sin velos ni protecciones, viven


en una alerta perpetua.

Paranoias aseguran territorios con alarmas y precauciones.

Algunas existencias flotan en el tiempo como si algo no termi-


nara de suceder.

Flotaciones que se agitan como nostalgias esclerosadas.

18
Ternuras desclasificadas

Sensibilidades, que viven sumergidas en el tiempo, giran como


hélices que no descansan.

Conmueve que quienes casi no tienen nada compartan un fon-


do con dineros escasos.

A veces se necesita algo en común para alojar caudales de vida


que rebasan en un solo cuerpo.

¿Qué sensibilidades las de las violencias, las de los odios, las


de las crueldades?

Violencias, odios, crueldades, se adueñan de sensibilidades.


Capitalismos y patriarcados enseñan a nombrar lo que se
siente.

Sensibilidades no entienden altiveces ni apropiaciones; antes


de dolerse, viven dando el dar

Telarañas
1

Vivimos vidas afectadas por relaciones, impuestas por el capi-


tal, entre mercado y estado.

¿Cómo tejer sostenes que no repliquen poderes piramidales?

Lo arácnido se entiende con las nieblas.

No con oscuridades ni tinieblas.

19
Estar en común sin comunidad

Sostenes que capturan y nubes bajas que desorientan.

Hilos que conectan soledades y siluetas no obligadas a la


nitidez.

Redes de oscuridad y tinieblas recuerdan el estado terrorista.

Glándulas que secretan hilos, telas pegajosas que, a veces, cap-


turan momentos éticos.

Se necesitan convicciones para salir de lodazales.

Un ideal de justicia compone diferentes entramados.

No hay un en común sin referencias justas, pero hay circuns-


tancias en las que no se discierne lo justo de lo injusto: en esos
momentos, adviene la necesidad de una decisión ética.

Decisión que soporta las consecuencias de un acto en el vacío.

La decisión de Kropotkin que se relata en este libro, no com-


pone una pincelada personal, enhebra hilos de una trama por
venir.

La algarabía ética no reside en el cumplimiento de un deber ya


prescripto, sino en la improvisación de un trazo que hiere la
indiferencia.

A veces pensamientos andan de cacería, salen a buscar modos


de estar en común desestimados, olvidados, mal editados.

La cosa consiste, siempre, en volver a desconocer lo conocido.

Modos que se imponen como razonabilidad de lo comunitario,


en la civilización occidental, malogran la idea de comunidad.

Casi todas las palabras acarrean maldiciones: entre ellas, amor,


libertad, paz, justicia, igualdad, comunidad.

20
Ternuras desclasificadas

Palabras participan de historias conflictuales, pero el habla ca-


pitalista las aplana con sus certezas imperiales.

En los primeros tiempos de la revolución, Kropotkin (1920)


advierte a Lenin sobre los peligros que atraviesa el proyecto de
una sociedad fraternal, libre, igualitaria.

Escribe: “… Si la situación presente continúa, la palaba socialismo


se convertirá en una maldición, como ocurrió con la palabra libertad
después de la revolución francesa”.

Lo común habita cuerpos arácnidos que hilan la vida.

Lo común habita pliegues, anillos de humo, gases inestables.

Lo común adviene como tela: se va entramando desde un pun-


to hasta otro y hasta otro y, así, hasta que, por fin, sostiene
atrapando.

Como una tela de araña, también, se deshace pasándole la


mano o un plumero.

Una araña, como dice Deligny, no realiza el impulso de tejer


sobre un vidrio, pero si busca bien, un rincón la espera.

Aulas, cátedras, facultades, universidades, a veces, se presen-


tan como tentativas de saberes arácnidos.

Saberes que se tejen en umbrales disciplinarios.

De pronto, la presencia de un equipo que trabaja pensando


cómo alojar las psicosis fuera de los manicomios, en modestas
casas que se ofrezcan como moradas para vivir, ¿sacude tela-
rañas en las aulas o despierta el deseo de tender hilos entre la
universidad, los hospitales, la cotidianidad de los barrios?

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Estar en común sin comunidad

Tejer, entrelazar hilos para formar una tela, ensamblar bordes


finísimos que habiten el temblor más que el temor: y, otra vez,
que liberen aguas en los desiertos.

Demasías confunden a las normalidades que se acercan calcu-


lando afectos.

Demasías provocan pánicos y dudas que las clasificaciones


apaciguan.

Revueltas
1

En el frescor del presente, en tiempos de revueltas, soledades


afinan voces.

Opresiones agitan el futuro como esperanza.

Sentidos, si no se corrompen ostentando puestos en un diccio-


nario, se sublevan contra significados instituidos.

Quienes no poseen nada, viven el presente como instante


decisivo.

Emancipaciones actúan en un tiempo siempre ahora. Hacen


escuchar lo inaudito. Terminan con sufrimientos que ya no se
soportan más.

Acontecen por saturación antes que por impaciencia.

22
Ternuras desclasificadas

De pronto, proximidades hablan haciendo silencio.

Haciendo silencio interpelan justicias que callan, que prefieren


callar.

Justicias ciegas, amordazadas, mutiladas.

Modos de vivir, ¿se eligen o se padecen destinados?

Pocas existencias tienen el privilegio de estar en la vida como


ante un horizonte de posibilidades.

No están así cuerpos que sufren abusos, expulsiones, desteji-


dos, de la justicia del capital.

¿Cómo se hace venir lo inesperado, lo que no se sabe, lo que


sorprende: algo que reconforte soledades que se aproximan?

¿Cómo se anuncia lo que está por nacer?

La palabra comunidad sobrelleva cargas mortíferas.

La palabra desaparición arrastra crueldades eternas.

La palabra femicidio condensa todas las violencias.

La palaba porvenir custodia lo todavía no pronunciado.

Revueltas trazan zonas de intimidad. Regiones de reservas, se-


cretos, pudores, confianzas, confidencias. Territorios de amo-
res y amistades, de creencias y convicciones que se arraigan en
los cuerpos.

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Estar en común sin comunidad

Lo extraordinario podría pensarse no sólo como lo que se eleva


sobre lo ordinario, el promedio, la norma; sino, también, como
lo que se suelta de automatismos, reflejos, inercias de los días.

Pregunta primera sobre el gusto del agua, el sabor del café, la


acción de la humedad en los huesos.

A veces negativas, protestas, iniciativas, que habitan miles de


existencias, se narran en un cuerpo.

Afectos no componen dones personales, respiran sensibilida-


des de la historia: es decir, la de cuerpos cercanos y lejanos que
exhalan dolores y alegrías de la vida.

Consta en el diccionario de la lengua castellana: la decisión de


un empresario que pone fin a una relación laboral se llama despido.

Imposiciones, arbitrariedades, crueldades, reciben el nombre


de decisión.

Enriquecimientos lícitos e ilícitos, expropiaciones, especulacio-


nes, reciben el nombre de empresario.

Extorsiones, amenazas, despojos, reciben el nombre de relación


laboral.

Expulsiones, desprecios, humillaciones, reciben el nombre de


despidos.

De pronto, un aula sin bancos se transforma en la plaza de la


protesta: una instalación pedagógica, en una instalación de la
memoria.

Alumnas y alumnos encuentran, al ingresar, una pileta pelo-


pincho que ocupa casi toda la calurosa sala. Cada estudiante re-
cibe un instructivo que sugiere quitarse los zapatos. Cada cual,

24
Ternuras desclasificadas

con los pies desnudos, puede, si le dan ganas, poner las patas en
la fuente. Mientras tanto, se escucha un audio del 17 de octubre
de 1945. También la voz de Leónidas Lamborghini recitando:
“di tres pasos / hacia los libertadores / y eran / los opresores”.

Montajes
1

Llamamos identidad a la exitosa copia de un montaje.

No se podría pensar la vida sin montajes, sin recortes y ensam-


bles, sin esparcimientos asociativos y sin drenajes de palabras.

Montajes posibilitan algo de lo infinito.

Jean Luc Godard (1990), en un pasaje de su filme Historia(s) del


cine, pregunta y responde: “¿Qué es el cine? Nada ¿Qué quiere?
Todo ¿Qué puede? Algo… de lo absoluto…”.

Piensa el cine no como arte ni como técnica, sino como ensam-


ble de misterios.

Deseos persiguen, como una fatalidad, otras formas compositivas.

¿Hay otros mundos, pero están en este, como escribe Paul Eluard?

El llamado mundo no completa, con su orden, los mundos posibles.

¿Se compone y descompone como innumerables otros?

Quizás no se trate de cambiar la historia universal, sino de volver


a pensar en narrativas pluriversales.

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Estar en común sin comunidad

Montajes suponen alteridades perpetuas.

Deseos que imaginan, inventan, experimentan, otros entramados


para vivir, otras disposiciones para estar en común, otros modos
de conexión y desconexión.

¿Cómo hacer sonar y vibrar aulas? ¿Cómo hacerlas moverse y


bailar?

¿Qué ideas harían sonar y vibrar, mover y danzar?

Insistencias, perseverancias, obstinaciones, no se quejan porque


no se escuchan sus intenciones.

Eso que la clínica llama des-identificación, ¿se piensa como labor de


desmontaje?

En geometría proyectiva dos rectas paralelas se cruzan en el infi-


nito. En las luchas por el sentido dos ficciones paralelas se cortan,
dejándose heridas.

Pensamientos
1

Se lee por diferentes motivos. También para curar un dolor y


para imaginar cómo se podría vivir de otra manera.

Hay preguntas que hacen que los pensamientos se vuelvan


contra sí. Preguntas que astillan espejos en los que se verifican
admirados.

26
Ternuras desclasificadas

Algunos pensamientos andan como acróbatas entre lo pensado


y lo impensado.

Funámbulos que viven en los aires apoyando los pies en una


cuerda delgada o hilo de araña. Que caminan sobre abismos.

Algunos pensamientos resguardan lo inacabado como fuego


de un porvenir indeterminable.

No se piensa contra los consensos, contra las mayorías, contra


condescendencias: la dirección contraria frena movimientos
que piensan.

Algunos pensamientos prefieren caminos oblicuos, rutas des-


estimadas, senderos no transitados.

Algunos pensamientos viven tentados por lo imprevisto, lo


inclasificable, lo insinuado.

Sienten una curiosidad no ensimismada. No se preguntan qué


dicen de mí, sino qué habita más allá de mis límites.

Miradas de amor liberan pigmentos que piensan.

Des-internarse: no consiste en salir de un hospital, sino de una


posición.

Des-posicionarse: habitar acciones desprendidas de las fijezas.

Muchas veces tener o tomar una posición resulta necesario,


tanto como no enquistarse en ese sitio provisorio.

Rituales, hábitos, costumbres, se presentan como movimientos


que encubren inmovilidades.

Des-internaciones suponen vértigos, inquietudes insomnes, ner-


viosismos primeros.

27
Estar en común sin comunidad

Pero, ¿cómo des-internar pensamientos?, ¿dejarlos ir y venir, pe-


lear y pedir, disfrutar y elegir, asociar y ausentarse?

Algunos pensamientos se des-internan de las escuelas, de los au-


tores, de las identidades.

Se nutren en el desamparo, se dan calor en la intemperie.

Pensamientos: también intentan estar en el dolor.

Pero, ¿cómo alojar un dolor sin diluirlo, sin anestesiarlo, sin


negarlo, habitando sus intensidades sin identificaciones, sacri-
ficios, victimizaciones?

Sensibilidades que se aproximan con los ojos abiertos la pri-


mera noche de la muerte acompañan, a la vez, la ausencia y el
dolor.

Pensamientos se presentan, por momentos, como golpes en


una demolición perpetua.

Culturas universitarias notifican encierros, enclaustramientos.

Preguntas: ¿qué conservar? ¿Qué destruir?

Viralizaciones
Pequeños organismos que necesitan de células vivas para
reproducirse.

Se viraliza aquello que se esparce, en forma rápida y creciente,


a través de redes sociales por internet.

28
Ternuras desclasificadas

Lo que sale de una boca, sale de otra, de otra, de otra: la inven-


ción de la vida va de boca en boca. Siembra o diseminación de
algo que engancha.

Babosas hermafroditas dejan sus conchas para aparearse entre-


lazadas. Al poco tiempo de fecundadas, ponen en una noche
centenares de huevos bajo tierra.

Miedos se difunden tanto como sabores.

Se puede tratar de varenikes o tallarines, de jugos de frutas o


aguas ardientes.

Migraciones cuestionan fronteras nacionales, contagian sensi-


bilidades, mezclan saberes y sabores.

Más allá de las redes virtuales que instruyen cómo narrar fic-
ciones personales, interesan momentos en los que los muros
expresan soliloquios sin hablantes, murmuraciones que vagan
y se sueltan, voces sin autor, protestas sin protagonismos.

Interesan muros como sonambulismos dicientes de una época:


sueños sin soñantes, inconscientes sin psiquismos individuales.

¿Volver a decir que eso que se llama realidad echa raíces en el


habla del capital?

¿Insistir en que cualquier información, noticia, hecho, se


compone igual a como se diseñan campañas de publicidad que
venden yogures o presidentes?

29
Estar en común sin comunidad

¿Sugerir, otra vez, que cada cual habita una ficción que se auto-
promociona para deleitar a otras ficciones?

¿Se necesita reeditar el chiste pedagógico de difundir, haciendo


creer, un suceso que no sucedió?

Cuando las empresas que comunican relatan la vida que vivi-


mos, la realizan.

La idea de realidad, como sinónimo de verdad, hereda la arbi-


trariedad de las realezas monárquicas que establecen cómo son
las cosas.

Monarquías comunicacionales se arrogan el derecho de decidir


realidades.

¿Cómo no inclinarse ante la magnificencia del conjunto de


voces reales?

Viralizaciones plebeyas, ¿subvierten dictaduras mediáticas?

Los mejores dispositivos electrónicos de marca, ¿pueden más


que los dispositivos de sufrimiento que marcan una vida?

Vidas en las pantallas, ¿cuestionan o complementan necesida-


des del habla del capital?, ¿burlan vigilancias o sucumben ante
ellas?, ¿se desahogan o perfeccionan asfixias?

Estar en común, ¿requiere astucias, trampas, engaños, fugas,


imaginaciones?

Necesita, también, de pensamientos filosos que corten amarras

30
Ternuras desclasificadas

Ensoñaciones
1

Lo inútil se afirma en nada. En nadas que tocan, que besan, que


arrullan. En nadas que esperan, nada.

Lo común no sueña tanto con lo más propio de cada cual, sino


con lo más impropio: lo que se suelta de las imposiciones mo-
rales, lo que desquicia a los poderes.

Ensoñaciones no abrevan en las planicies, sino en los pliegues.

En los pliegues de cada sensibilidad respiran historias en


común.

¿Qué resiste al habla del capital que conquista, coloniza,


familiariza, educa, socializa, sensibilidades?

Terrores no se interiorizan, están ahí como larvas nacidas en


cada porosidad. Trémulas caricias alfabetizan angustias, mie-
dos sin nombre.

Así, cuerpos amurallados malogran fuerzas que, si no, corre-


rían entre otros cuerpos vivientes.

El habla del capital nombra los miedos a los que las sensibili-
dades se prenden.

Vidas empeñadas actúan asidas a esos miedos: entre otros, el


de carecer de dineros.

Vidas ensoñadas resisten direcciones ya determinadas.

En las aulas no se libran luchas físicas, pero sí materiales.

31
Estar en común sin comunidad

Pensamientos se debaten, se retuercen, giran: tratan de afir-


marse despojados del salvoconducto de la verdad.

En Plaza Miserere, de noche, a la salida de la facultad, no flu-


yen misericordias ni empatías desgraciadas.

Ensoñar y deambular tienen en común instantes de peligro: el


riesgo de salir del curso oficial.

¿Cómo ensoñar (no enseñar) una materia? ¿Una asignatura


académica que delire?

Una asignatura académica que delire no podría aprobar o repro-


bar estudiantes, entonces (por ahora) no cabría en la facultad.

El habla del capital declama terror: miedo extremo que entume-


ce el don de la vida en común.

Así andan cuerpos inclinados en señal de sometimiento, ultraje,


cansancio: la humillación actúa como pesadilla civilizada.

Si se alucinan vidas dictadas por el terror, ¿se podrían ensoñar


vidas envueltas en caricias emancipadas?

Ensoñaciones descansan en ternuras, mientras delirios desatan


angustias desarropadas.

Cuerpos y ánimos discrepan cuando se ponen en relación. No


tienen relaciones, tienen ensoñaciones.

Cuerpos ensueñan ánimos, ánimos ensueñan cuerpos, ensoña-


ciones ensueñan, en un mismo polvo o soplo, cuerpos y ánimos.

Sólo enloquecen criaturas que hablan. No enloquecen piedras,


flores, moscas. No enloquecen alfabetos ni diccionarios, pero
una sensibilidad hecha de palabras puede volverse loca.

32
Ternuras desclasificadas

Sensibilidades están hechas de palabras, palabras hechas de


sensibilidades.

Palabras están hechas de latidos, respiraciones, ritmos, sonidos,


bocas, labios, lenguas, movimientos.

Pesadillas implosionan terrores. Sueños dramatizan deseos vela-


dos. En ensoñaciones no pasa nada.

Se alientan en este libro ensoñaciones que no se puedan dirigir


ni planear. Ronroneos confiados en no tener que ir a ninguna
parte.

¿Ensoñaciones macedonianas? Macedonio Fernández objetaría


amarrarlas a un adjetivo o cualidad.

Horrores de los manicomios viven también en cárceles, hospi-


tales, escuelas, familias, comunidades, amores.

Ternuras amorosas, comunitarias, familiares, escolares, carce-


larias, viven también en los manicomios.

Desmanicomializar supone desujetar, desamarrar, desasir: ensoñar


una vida en común sin que se enseñoreen mandos ni amos.

Autoayudas
La vida en rosa, una canción de la posguerra, de Édith Piaf,
cuenta cómo un amor disipa todas las penas.

Soledades expósitas, por momentos, deambulan sabiendo que


no hay a quien seguir ni a dónde ir.

Pero, a veces, desesperan convencidas de que se están perdien-


do algo.

33
Estar en común sin comunidad

El habla capitalista humilla existencias despojadas,


culpabilizándolas.

Sensibilidades ultrajadas viven las carencias como falta de éxi-


to personal.

Vidas consideradas deficientes tienen que aprender a ayudarse


solas siguiendo consejos de figuras que alardean eficiencias.

El gesto de tender la mano hacia un cuerpo que tropieza o la


pregunta, al desconocido, que interroga si necesita algo, dicen
el don de la ayuda.

Ayudas en común cultivan hospitalidades.

En lo común viven ayudas que no esperan nada: el porque sí


de ternuras desclasificadas.

Ayudas que no provienen de piruetas jerárquicas ni morales,


que no enseñan nada.

Vidas acontecen entre ayudas y perjuicios, entre dichas y


desdichas.

En lo común no habitan sólo amores y confianzas, también


odios y amenazas.

El habla capitalista no inventa las desdichas, pero las consoli-


da justificando la desigualdad o deletreando la palabra amor
como propiedad.

Psicologías están en problemas.

Nacen en tiempos capitalistas industriales, urbanos, familiares,


para estudiar dotes, habilidades, circunstancias, individuales.

Psicologías actúan como servidoras de los tiempos históricos:


suelen complacer a las ideas que mandan en una época.

34
Ternuras desclasificadas

Cuando el habla capitalista cubre cielos inseguros con celestes


mansos, recitan autoayudas.

Cada época inventa enfermedades y medicinas.

Glosarios mienten, con razones bien argumentadas, a veces,


para no engañar.

Si las autoayudas persiguen éxitos, evoluciones, logros; las


ayudas hospitalarias actúan en el presente sin que importe el
después.

Ayudas, como inmanencias clínicas, asisten a lo que se está


viviendo, no auguran felicidades, no esperan retribuciones, no
consumen emociones que se miran en el espejo del hacer el bien.

¿Cómo distinguir ayudas que se piden y se dan subordinadas


a un amo, de las que abrazan la vida en una intemperie sin
solución?

Marcelo Percia

35
Tertulias

Escuchar el silencio
Tener afinado el oído no es, todavía, escuchar más allá de toda
masa sonora y del decir montado en ella. Uno lanza una fra-
se. Otro la acoge. Percibe lo dicho efectivamente, lo no dicho
imperceptible en lo que se dice, lo que no se dice ni se puede
decir. Y, a pesar de todos estos entredichos, aún, no hemos ro-
zado el oído del alma, ese que escucha lo indecible para que,
como tal, haga permanecer el lenguaje en su silencio.

Juan Carlos De Brasi

Salvar vidas
(Palabras pronunciadas el 5 de Noviembre de 2016, en el cierre de las
Jornadas “Estar en común sin comunidad”)

¿Qué huellas quedarán en nuestros cuerpos, en nuestros


afectos, en nuestros pensamientos? Podríamos pensar la vida
como esa sucesión de huellas. Pensar un barrio, como Once, a
partir de las huellas. Cromañón es la más dolida. La idea de
huellas también lleva a pensar que, a veces, acontecimientos
como esta Jornada, son formas esquivas, raras, bifurcadas de
salvar vidas. Algo así me pasó en otra Facultad donde alguna
vez me encontré con otras jornadas que, podría decir, me sal-
varon la vida. Nos salvaron la vida en el sentido de permitir
que nos hagamos cargo de un tipo de bifurcación respecto
del destino que las instituciones tienen. Un profesor central
en ese salvataje fue Horacio González, con quien nos encon-
tramos muchos estudiantes en la década del noventa, en la

37
Estar en común sin comunidad

Facultad de Ciencias Sociales, donde hacíamos jornadas que


duraban todo el día, en las que entregaban certificados como
el de “especialista en saberes inútiles”, un invento de Horacio
González y Christian Ferrer. Cuando hace un par de años en
la Universidad de La Plata decidieron darle un honoris causa a
Horacio González, Eduardo Rinesi, compañero de esos años y
amigo, hizo la laudatio (el acto formal de explicación de porqué
se le da el premio), dijo esta frase: “Horacio en los 90 nos sal-
vó la vida”. Salvar la vida no es necesariamente salvar la vida
biológica, no es sólo salvar la respiración, sino producir las
condiciones en que se puede construir una trama determinada,
un conjunto de afectos, de pensamientos. Fundar lo común.
Creo que estamos rodeando ese problema al estar un sábado a
la tarde en la Facultad de Psicología en el barrio de Once pre-
guntándonos de qué modo se constituye esa argamasa de pala-
bras, pensamientos, afectos, acciones en las cuales podemos ser
otros y otras, y no aquello para lo cual los cursos previsibles de
la vida nos arrojan. Volví a escuchar esa frase esta semana en
Hurlingham. Después de una charla, una mujer de unos treinta
y cinco años se acercó y me dijo: “siento que me salvaron la
vida”. Me contó que, después de quince años de una pareja
que le pegaba sistemáticamente, decidió iniciar la separación
después del tres de junio de dos mil quince, viendo una mar-
cha por televisión. Supo que eso ya no podía seguir. (...) Este die-
cinueve de Octubre, el primer Paro Nacional de Mujeres, ella
por primera vez se animó a ir a una movilización. Se salva la
vida de muchos modos. Salvamos la vida nuestra, de otros y
otras, casi sin saberlo, inventando esas tramas en las que una
palabra puede ser dicha. En este caso esa palabra es basta. Una
palabra que implica tomar distancia respecto de una situación
agobiante. ¿Cómo hacemos para poder pensar esas tramas que
al mismo tiempo que son fundadas, funcionan en el plano de
una memoria que arrastramos, de una historia que nos perte-
nece, pero al mismo tiempo trae una fuerte novedad? Todo el
tiempo tengo la impresión de que tenemos que cuidar de esos
acontecimientos. Preguntarnos por las huellas que permiten
que haya siempre ese resto que puede volver a hacer otra cosa.

38
Tertulias

Horacio González en algún texto de la vieja revista Fin de Siglo


cuenta una anécdota muy conmovedora: luego de derrotar a la
Comuna de París con gran parte de sus militantes asesinados,
algunos sobrevivientes son deportados a Nueva Caledonia y
allí se encuentran con que, meses después, empieza una rebe-
lión de nativos. Louis Michel, que había sido deportada, tenía
entre sus pocas posesiones una bandera roja de La Comuna.
Cuando comienza la rebelión rompe su bandera, se queda con
una parte y le da la otra parte a uno de los militantes rebeldes.
El resto de la bandera. Esa transmisión, ese pedazo de tela que
pasó de unas manos a otras, es una precisa imagen de esta
pregunta de cómo hacer para que las huellas se transmitan,
para que los restos pasen de un lugar a otro y revolución no sea
una palabra fetiche. Así como paro no puede ser una palabra
fetiche. Revolución, como las palabras más queridas, tiene que
ser también de esas palabras que encarnan un secreto, que en-
carnan una promesa, que encarnan un devenir. Todo esto por-
que desde el 19 de Octubre de dos mil dieciséis, Paro Nacional
de Mujeres, no puedo dejar de pensar en la palabra revolución
sabiendo que no sabemos lo que estamos haciendo, que no te-
nemos contenido para esa palabra sino aquello que estamos
haciendo grandes colectivos, fundamentalmente de mujeres,
en este país y en otros países. ¿Qué es lo que estamos haciendo
además de salvarnos a nosotras tratando de salvar a todas?
¿Qué estamos haciendo tratando de generar este conjunto de
imágenes y palabras?

María Pia López

Participios (condición pasiva de la dominación)


abatida, abusada, acabada, acogotada, acribillada, advertida,
agobiada, agotada, agraviada, agredida, ahorcada, allana-
da, amenazada, amonestada, aniquilada, anulada, apagada,
aplastada, aplazada, apretada, aquietada, archivada, arrasada,
arrestada, arrastrada, asesinada, atacada, atada, atropella-
da, avasallada, avergonzada, azotada, banalizada, borrada,
burlada, callada, castigada, cazada, clausurada, comparada,

39
Estar en común sin comunidad

controlada, cooptada, corregida, cosificada, criticada, custo-


diada, dañada, degenerada, denigrada, derogada, derribada,
derrotada, desaparecida, descalificada, desclasada, desechada,
desfigurada, deshonrada, desplazada, despreciada, desterra-
da, destituida, destrozada, destruida, desviada, devastada,
disfrazada, dominada, educada, echada, embotada, empalada,
emparejada, encarcelada, encaminada, enterrada, entumecida,
empastillada, escarmentada, escindida, esclavizada, escoltada,
examinada, expulsada, expuesta, exterminada, exiliada, extor-
sionada, fastidiada, fichada, forzada, herida, homogeneizada,
humillada, impedida, impugnada, incriminada, injuriada,
inmovilizada, insensibilizada, inspeccionada, integrada, inter-
pretada, interpelada, intimidada, investigada, invisibilizada,
lastimada, lesionada, maldita, maltrecha, marcada, menos-
preciada, moldeada, mortificada, negada, neutralizada, nin-
guneada, ofendida, oprimida, pacificada, pateada, pellizcada,
perjudicada, perseguida, profanada, prohibida, quebrada,
quebrantada, recelada, rechazada, recluida, reducida, refuta-
da, relegada, reprimida, reprendida, reprobada, ridiculizada,
rota, sancionada, señalada, silenciada, sojuzgada, sometida,
sospechada, subestimada, tachada, temida, tildada, tiranizada,
tolerada, totalizada, tranquilizada, ultimada, ultrajada, vejada,
vencida, vigilada, violada...

Verónica Scardamaglia

Día de la madre
Son las 11 y pico de la noche, Marisol sube al último tren car-
gada de muchas cosas: un bebé en un cochecito con una rueda
rota, otro colgado de la teta y dos más, que deben tener entre
4 y 7, vuelan por el pasillo. Bolsas de ropa, de dolores, de co-
mida y una panza de seis meses. Se desploma en el asiento y,
sin ninguna orden, sin ninguna señal, inmediatamente se arma
ranchada. Se suman dos pibes que no entraron con ella. El cír-
culo es perfecto a su alrededor. Juntan los billetes y monedas,
los sacan de todos los bolsillos. Marisol comienza el recuento.

40
Tertulias

Existe una política de los cuidados, una gestión cariñosa del


otro. Cualquier mamá es mamá de varios al mismo tiempo,
los reta y los cuida. Madres por roles, decisiones y funciones.
Maternajes distribuidos, diseminados en el acto de cuidar y en
el gesto amoroso. Mamá fuera de toda fidelidad, fuera de toda
deuda, fuera de toda culpa.

Marisol arma, cuida, resiste, pelea, deambula. La vuelta al ba-


rrio es lo peor del día. A veces quiere morirse. A veces sólo
quiere llegar. Antes que arranque el tren logra comprar cuatro
superpanchos. Siente una soledad poblada de gritos de pibes.

Algunas formas de vida contemporáneas atestiguan la diso-


lución del concepto de madre y la renovada pertinencia del
concepto de maternaje. El runflerío armado alrededor de ma-
ternajes, metamorfosis de una máquina de guerra. Como toda
máquina de guerra, responde a otras reglas que animan una
indisciplina fundamental de la guerrera, una puesta en tela de
juicio de la jerarquía, un perpetuo chantaje al abandono, un
sentido del honor muy susceptible, un sentido de la ética muy
arraigado… un sentido muy profundo del cuidado.

En Flores se le cierran los ojos. Sus músculos no relajan ni en el


sueño más profundo. Siente que los chicos van y vienen a los
gritos pero sabe que están a mano. En Morón, entredormida,
los relojea: la bebé duerme, el de la teta volvió a la teta y los
demás ya son grandes.

Lo que se arma, desarma o disuelve, en definitiva, es efecto de


las circunstancias que produce el deambular. En los maternajes
el acto de enlace no es consecuencia de la obligación ni de la
responsabilidad heredada sino de la capacidad de ser afec-
tada por las presencias. Ya no arman las referencias. Arman
los cuerpos, arman los viajes. Marisol no es portadora de una
función, ella se hace cargo estando. Todo se produce por fuera
del imperativo moral: los maternajes se sostienen por fuerzas
afectivas. La vida es deambular, es consumir, es cuidar y, a ve-
ces, fiesta. Una constelación de afectos.

41
Estar en común sin comunidad

En Merlo la despiertan a los gritos, a los apretones, casi a los


golpes. Se pelean, se empujan, se ríen. Es la 00:01 del domingo,
ya es el día de la madre y ninguno quiere ser el último en darle
un beso.

Diego Valeriano

Estrategias de la alegría
(Fragmento extraído de la Introducción al libro El deseo nace del
derrumbe, de Roberto Jacoby)

En su lúcido análisis sobre la última dictadura argentina, Pilar


Calveiro (1998) se refiere en términos de poder concentracio-
nario y desaparecedor a los modos en que el terror se dispersó
en la sociedad más allá de los límites de los campos de con-
centración (existieron alrededor de 500 centros clandestinos
de detención y exterminio en toda la Argentina): “El campo
de concentración, por su cercanía física, por estar de hecho en
medio de la sociedad, ‘del otro lado de la pared’, solo puede
existir en medio de una sociedad que elige no ver, por su pro-
pia impotencia, una sociedad ‘desaparecida’, tan anonadada
como los secuestrados mismos”. La capacidad paralizante del
terror concentracionario se basa en la ambigüedad entre saber
y no saber lo que estaba ocurriendo. La siniestra tecnología
del terror, basada en instalar la más absoluta incertidumbre,
se corporizó en la figura de los desparecidos violentamente
ausentados, arrasados y negados: no se sabe dónde están los
ausentes, no aparecen sus cuerpos, las autoridades niegan su
existencia. La estrategia de la dictadura actuó exitosamente
como disciplinante de los cuerpos a través del exterminio,
la tortura, la cárcel legal e ilegal, así como la educación, los
medios masivos, la vida cotidiana. El campo de concentración
extiende sus fronteras hacia una sociedad igualmente concen-
tracionaria, en la que todos los ciudadanos están paralizados
por el terror de presumirse a sí mismos desaparecidos poten-
ciales. Pero hubo, a pesar del terror instalado, estrategias para
sortearlo, enfrentarlo y sobrevivir.

42
Tertulias

Roberto Jacoby (2000) reconoce dos formas de antagonismo al


régimen de facto, que apuntaron de modos distintos a recu-
perar la potencia de los cuerpos. La más notable es la gesta
encabezada por las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, un
puñado de mujeres a las que les fueron arrancados sus hijos
y sus nietos; que desde 1977, en condiciones de la mayor vul-
nerabilidad, enrostraron a los jerarcas militares la ausencia
de sus seres queridos y reclamaron su aparición con vida.
Expusieron sus cuerpos en la calle a sabiendas de los riesgos
que ello conllevaba, e idearon distintos recursos simbólicos en
el foro público para instalar la denuncia y devolver su histo-
ria a los cuerpos de los ausentes. Si las Madres y Abuelas de
Plaza de Mayo fueron la avanzada indiscutida de la oposición,
la cultura underground, la trama subterránea de encuentros,
recitales de poesía, festivales de rock, fiestas y otras formas
de sociabilidad también contribuyeron –de otro modo– a la
reconstitución del lazo social quebrado por el terror. Los reci-
tales en húmedos sótanos de mala muerte de bandas de rock
como la mítica Patricio Rey y los Redonditos de Ricota o Virus
–en la que Jacoby participó como letrista– significaban en ese
contexto “un oasis, una isla de bienestar”. Es lo que él llama la
“estrategia de la alegría”: una respuesta o una reacción ante la
depresión, el desánimo y el miedo generado por la represión
dictatorial. (…) En medio de la tragedia, bailar y disfrutar de
estar juntos puede ser vivido también como un acto político de
tremenda potencia disruptiva. Así lo entendió el Indio Solari,
cantante y líder de los Redonditos de Ricota, cuando explicitó
que su música apuntaba a preservar el estado de ánimo arra-
sado por el terror. (…) El cuerpo aparece en estas experiencias
como territorio de insubordinación política, al poner en cues-
tión los regímenes normalizadores y disciplinarios interioriza-
dos, “hechos carne”. Estas experiencias están problematizando
un orden disciplinario que ha calado muy hondo y modelado
las subjetividades. El indisciplinamiento de los cuerpos se
manifiesta en términos de una disidencia sexual, que también
es política, al poner en cuestión las asignaciones de género y
sexuales heteronormativas, e incluso de ciertos corsés “homo-
normativos”. Cuerpos danzantes, en movimiento, travestidos,

43
Estar en común sin comunidad

imprevisibles, el baile colectivo y sin pautas, la fiesta, el desfile


improvisado, provocan devenires de los cuerpos que desarti-
culan cualquier identidad estable.

Ana Longoni

Una tertulia con Pichon-Rivière: estar en


común en tarea
Aconteció en un bar al cual concurría asiduamente Enrique a
tertuliar. Sentado cómodamente en su silla, aprobaba ideas que
surgían de mesas vecinas: ...que el estar en común supera las
ideas que remiten al ser del grupo (...) que es posible estar en
común sin ser en común... Comenta que su amigo Ulloa ya lo
planteaba diferenciando el estar en analista –que a veces acon-
tece– del ser analista –donde el psicoanálisis fenece-. Agrega
que él ya lo decía en sus nociones de pertenencia.

Otra mesa manifiesta el estar en común sin amo, sin poder,


sin líder. Y asentía el maestro vigorosamente. Ante esto, lo
mira cuestionadoramente una joven y dice haberlo leído, y
que él hablaba de liderazgo en los grupos, y que el líder esto
y lo otro... Enrique Pichon-Rivière le recuerda que él hablaba
del estar en común, con la tarea como poder, más que poder,
potencia, cuando planteaba la coordinación de los grupos ope-
rativos. Que no es la persona la que lidera la tarea, sino la tarea
aquella que lidera el estar en común.

La chica se acerca a la mesa, y con otros cinco se sientan en tor-


no a Enrique. La tertulia se anima. Pichon recuerda que no es
posible estar en común sin tarea. Más allá que ésta fuera explí-
cita o implícita, hay un para hacer algo –aún el hacer nada– que
signa cada estar en común. Que ese hacer se halla ligado a la
necesidad –abrevando en Marx– y al desear –en fuentes freu-
dianas-. Y cuando éste concluye, ese estar en común finaliza.

Pero Enrique... –lo interrumpe un tertuliano– Vos hablabas de


pertenencia, y evaluabas los grupos –como una de las variables

44
Tertulias

de los vectores del cono invertido– desde ese pertenecer a los


grupos.

Y tomándose el café, Enrique concluye la tertulia diciendo: –


Nunca dije eso, ni jamás lo convalidaría. Cuando hablé de los
vectores del cono puse la tarea en el medio de ellos, y a ella
remite toda referencia del vector. Si diez alumnos se reúnen
para estudiar, y van los diez a la cita y se van al cine –aún si
fueran todos juntos– la pertenencia al grupo de estudio es con-
siderada nula, pues ésta debiera ser leída en torno a la tarea.

Me levanté, agradecí a Enrique la enseñanza recibida –como


siempre acontecía con él en insólitos encuentros, en las situa-
ciones menos esperadas– y lo vi irse...aunque... como decía
Hernán Kesselman: “¿Cuándo se fue? ¿Cuándo? Si siempre
está volviendo”.

Ricardo Klein

45
Escrituras

Flechas de pensamientos
A veces pienso: ojalá la escritura fuera como esos caminos de
cornisa, delgados y altamente inestables, donde el paso torpe
o equivocado nos lanza al vacío. ¡Cuántos impedidos dejarían
tranquilos a los libros!

Juan Carlos De Brasi

Madrigueras
Escribir fecunda roces. Propicia cierta erótica del con-tacto.
Espacio vivo, juntura por la que la mano siente el papel, palpa
el hilo los dedos, la lengua humedece sonidos, silencios.

Escritura caricia, que sin saber lo que busca, juega con aquello
que se escapa.

Se escribe lo que flota garabateado en el aire. Aleteos que se


hilvanan en estado de palabras. Revuelta de misceláneas preci-
pitadas en un cuerpo-oído: único testigo que las escucha, aloja
y transcribe su estela. Los trazos, una vez surcados en la hoja,
quedan como retales mudos a la espera que una eventual lec-
tura les anime la voz y los diga, con otro tono, otra cadencia,
expandiendo acústicas, reverberando sentidos.

Escribir ocasiona amistades epistolares.

La escritura nunca se inicia; deambula por el medio entre otras


escrituras, inscribiéndose en lo que otras vienen diciendo,
carteándose con ellas. Las preludia, cita, re-versiona. Palabras-

47
Estar en común sin comunidad

agujas que enhebran un tapiz móvil, evanescente, en curso.


Hilos, nudos y vacíos, en que uno e infinitos relatos se cuentan y
piensan, entramados, desgajados.

Se escribe porque las fuerzas amainan y aventarlas con un so-


plo, una lazada más, anhela rescatarlas en su desvanecimiento.
Para restituirles las energías que le fueran arrebatadas, cuando
el dolor contrae; diseñarles otros cuerpos en donde rehabitar
un aire en común.

Escribir ocurre conjurando lo que retiene. A contrapelo.

Para desescribir trans-tornando la asimetría social, política, ur-


dida por los poderes que la lengua se empeña en reproducir.
Para extenuarles su orden cercenador de libertades, sus con-
sensos anquilosados. Su arrogancia. Punzando a cada una de
las escrituras obedientes, su ecolalia patriarcal, hasta que dre-
nen sus desapariciones y reaparezcan con vida las existencias
que los universales del bello animal razonador, exiliaron.

Se escribe arqueando la espalda, por el peso del mundo o por


nuestro propio peso en él. Inclinando el cuerpo para que caiga
lo oclusivo del otro lado, fuera de sí. Con palabras menguantes
por las que resbale el hastío de lo que nos determina. Sin con-
descender a esa condición depredadora que nos trama huma-
nos. Sin condescender.

Escribir surca la grieta que nos dice.

Confirma el desencuentro que nos compone: ese ovillo de afec-


tos derramados entre signos, entre huecos, que nos transita y
atraviesa.

Porque ni lo dicho aquí es lo que quise decir, ni lo que estás le-


yendo, lo escrito. La escritura dispone: elige sus procedimien-
tos y estrategias de viaje. Se ofrenda como explanada, plaza de
juegos, retícula elástica, en la que el lenguaje monta su imposi-
bilidad, nace y muere entre la plenitud y la insuficiencia, des-
puntándose a sí mismo, en su hendidura, en su vida incesante.

48
Escrituras

Escritura madriguera, para entrar y salir. Para guarecer el sue-


ño que aun espera tras la herida. Para anidar el pequeño, lento
animal que nos habita, mudando la piel ¿Y después? Partir.

Escribir nombra ese modo de irse, que deja tras de sí, el rastro
del acontecimiento que pasa, aquella sonrisa gatuna borronea-
da entre árboles, y que, en su incierto viaje, olvida el rostro de
quien escribe.

Cintia Rolón

Escribir (¡Qué desastre!)


Exclamación: “La palabra desastre (en el latín astronómico)
relataba la catástrofe que se observaba en los cielos cuando
una estrella, un cuerpo celeste, una emanación refulgente u
otra cosa, se disgregaban en miles de direcciones hasta desa-
parecer” (Percia, 2014). Vaivén en trazos y acrobacias de ma-
nos garabateadoras que persiguen las huellas de un dictado
inaudible. Roberto Juarróz (1992) recuerda una idea de Rilke:
“Cuando escribo, yo no miro la punta de la pluma, sino el ca-
pricho, en el aire, de la otra punta de la lapicera”.

Verbo sagaz que hospeda oquedades, desvanes misteriosos,


sótanos impensados. Propone Juarroz (1992): “Hablar ante el
abismo en el que estamos con el abismo que somos”.

Téngase a bien y a mal: escribir lastima, borra contornos del mí


para ensayarse otro, afronta intentos logrados y fracasados de
romperle la cara a la confirmación de un rostro, suscita un des-
garro fatal a la méndiga medida universal de toda experiencia,
esa que llamamos Yo.

Relato de lo inenarrable, grito quebrado que evoca una fronte-


ra y practica el exilio, desastre íntimo: sangrar la herida que la
cosmogonía de los días vela con celosía.

49
Estar en común sin comunidad

Desarraigo de que no haya tal cosa como mundo desde donde


explicarse, temblor de pertenecer al viento, al soplo de las pa-
labras, y aún, partir también de aquella pertenencia.

Quien escribe asiste a la imposibilidad de escribir dos veces la


misma palabra.

Romper un pedazo de mundo, romper el papel, romper el lá-


piz y romperse uno con todo aquello. Juarroz (1992) recuerda
una idea de Nietzsche: “Di tu palabra y rómpete”.

Devenir partícula rota que, ahora, vibra en el universo de lo


imposible. Después de ahora, ¿quién sabe? Si escribir es un
fragmento de morir, entre pedazos de vivir.

Gonzalo Sanguinetti

Lágrima oscura
De uno de sus ojos pende el tiempo, eternizando el dolor. Un
demonio lo despertó para nunca dejarlo dormir. La lágrima no
se precipita, deja de ser sal para convertirse en tinta. Llorará su
devoción por Mirta en cada poema. Su musa a la distancia no
lo sabe, aún tienen la ingenuidad de la infancia.

A esta lágrima le tatuaron un rostro para darle pertenencia a


su oscura existencia. Es donde se comienza a ser el artificio de
un penar más grande que la vida, estigma de la muerte en la
sangre fantasma.

Lo recuerdo a Mario, siempre hablando del diablo, los evange-


lios, los tiempos de consumo y de redención. Sus primeros es-
critos, redundantes en contenidos, los expresaba a una veloci-
dad difícil para conectar palabras con emociones. Irrespetuoso
de los silencios, quedaba sin respiración.

Hoy es capaz de enfrentar un teatro otorgándole metáforas a


las metáforas mismas, pausas que atrapan en su trama, conec-
tando lo callado y lo dicho con lo que está grabado en su pecho.

50
Escrituras

Mario es un escenario y sus parpados el telón donde transcu-


rren la comedia y el drama: en un ojo tiene una sonrisa, en el
otro una oscura lágrima.

Maximiliano Ferreira

Al des-nudo
En un mar de palabras, donde la marea encuentra una tempes-
tad de pensamientos a la deriva, ellos se funden ostentando
surcar el mar de las clasificaciones para no ser presos de ideas
que dejaron de pensar. Pensamientos que atraviesan las poro-
sidades de los cuerpos mientras tejen en ellos el control y otros
que “neutralizan la maquinaria exterminadora del capitalismo
tardío” (De Brasi, 2015).

Pensamientos que no llegan a pensarse, que nos hacen actuar.


Escritura que resignifica el recorrido del pensamiento.

No tendría sentido la escritura si no osara romper el dique de


la superficie de una palabra.

Si la letra es el cuerpo de la palabra, ¿qué decir sobre ese cuer-


po? Cuerpo que siente y no para de sentir, interminable. Letra
que pugna por una sublevación del pensamiento.

Palabras desbordadas no se abisman ante una hoja en blanco


que se torna el fantasma y el miedo de las (j)aulas universitarias.

No hay escrituras buenas o malas. Hay escrituras trastocadas y


confundidas por el poder del sometimiento. Y en cada palabra,
el tejido de discursos que chocan incluso en un velado silencio.
Se dibuja una palabra en cada letra que trata de capturar lo
incapturable del dolor del mundo. Palabra que se esfuerza por
transportar sentidos perdidos. Estancias en común, estancias
con la escritura extranjera.

51
Estar en común sin comunidad

La escritura universitaria, si no queda confinada a un pensa-


miento utilitario, puede devenir espacio del arte de la esgrima
contra las lógicas consumistas.

Si Barthes (1977) propone la idiorritmia, que proviene de idios


(propio/particular) y rhytmós (ritmo), como un ritmo particular
en fuga de los cuerpos hablantes, ¿sería posible una escritura
idiorrítmica que rompa con el sentido común? Musa meló-
dica que danza entre las figuras, inaprensible, en un intento
de trazar un círculo disidente. Círculo que rompa el eterno
retorno de la escritura reproductiva y des(a)nude la potencia
de un cuerpo que se entrega a la creación de nuevas y efímeras
representaciones.

Naufragio que pugna una fuga, un destello entre pensamientos


que nos piensan. ¿Cómo alojar esa inmensidad en un cuerpo
sin sentirse sometidos a su reproducción? ¿Cómo plasmar en la
escritura algo de aquello sin el pudor de sentirse al des-nudo?

Suyay Scagni y Gabriel Costa

Lo Grupal
Proyecto colectivo. Lugar de despliegue de una problemá-
tica inaugural. Espacio de escritura sobre la cuestión grupal.
“Tránsito histórico, estético-político y epistémico hacia otros
devenires de pensamiento y acción” (De Brasi, 2007). Escritura
de diez volúmenes editados por Búsqueda en la Argentina
en posdictadura, entre 1983 y 1993. Colección dirigida por
Eduardo Pavlovsky y Juan Carlos De Brasi en la que escribie-
ron también Gregorio Baremblitt, Armando Bauleo, Marcelo
Percia, Osvaldo Saidón, Marie Langer, Hernán Kesselman
y Ana María Fernández, entre otros. Fragmento relevante
de la producción intelectual de izquierda en nuestro país.
Delimitación de un territorio común no homogéneo de proble-
mas que requerían ser pensados. Elaboración de una concep-
ción crítica en la problemática grupal. Proyección desde el campo
disciplinar del psicoanálisis y la psicología social hacia el cam-

52
Escrituras

po intelectual y cultural. Conexión entre psicoanálisis, marxis-


mo, psicología social, filosofía crítica y estética. Producción de
un campo de ideas en tensión. Confluencia de una trama de
experiencias de exilio político. Decisión de repensar lo político
después de la interrupción de la política, efectuada a través de
la eliminación del estado de derecho y la instalación del terror
de estado en tiempos de dictaduras latinoamericanas. Urgencia
de volver a pensar la relación entre las prácticas clínicas y so-
ciales y la dimensión política. Reconfiguración, en tiempos de
la democracia, de ideas, valores y proyectos de la tradición
del psicoanálisis argentino vinculada al pensamiento de las
izquierdas de las décadas del sesenta y setenta. Inquietud de
vislumbrar a los grupos como metáfora vigente de lo reprimido en
tiempos democráticos. Recuperación de lo impensado en las
producciones grupales anteriores. Advertencia de que la perse-
cución, la represión y la sospecha que habían recaído sobre los
grupos durante el período genocida habitaban, todavía, en los
imaginarios profesionales. Interrogación sobre cómo diseñar
modos de habitar los espacios cotidianos de las instituciones
y los grupos que pudieran atender las formas condensadas de
violencia simbólica. Formulación que indicó que la subjetivi-
dad se produce en el espacio social donde se actúa. Declaración
de una utopía de lo grupal: imaginar acciones grupales más allá
del horizonte de posibilidades de los grupos ya pensados.
Afirmaciones, que plantearon que lo grupal no son los gru-
pos; que lo grupal no es objeto de ninguna designación; que lo
grupal no trataba de ofrecer un nuevo marco teórico, esquema
conceptual o técnica determinada; que lo grupal es condición
estructurante de lo social-histórico; que lo grupal es oportu-
nidad de lo que difiere de sí; que hay “un acontecer grupal
diseminado en nosotros mismos, como lenguaje y gesto, como
signatura socio-histórica y singularidad inconsciente, como
destino e invención del azar” (De Brasi, 2001). Insistencias, de
poner en cuestión todos los dualismos que impregnan los mo-
delos grupales: sujeto/objeto, interior/exterior, propio/ajeno,
individuo/sociedad, teoría/técnica; de situar a las unidades,
yo, grupo o sociedad, como ilusiones totalizadoras, aunque, por
momentos, necesarias; de plantear que la tarea clínica no es

53
Estar en común sin comunidad

ajena al problema del poder. Tensiones, que señalaron a los


grupos producidos, a la vez, como manipulación y como in-
vención colectiva. Concepciones, de realidad como multiplicidad
e infinita complejidad ramificada; de inconsciente como producción
y no como descubrimiento de lo ya existente; de lo social-his-
tórico como aquello en lo que se trama el mismo inconsciente
y no como afuera de una sustancia subjetiva; de verdad como
inadecuación entre lenguaje y existencia, potencia del fragmento
que abre una transformación, resto que se prende a un deseo,
y no como adecuación entre pensamiento y hechos; del diálogo
clínico como una práctica social, un saber y una ética. Críticas,
que sostuvieron que los padecimientos personales se compo-
nen con fantasmas ofrecidos por el mundo social; que denun-
ciaron que la cuestión grupal parecía haber quedado reducida
al espectáculo o al utilitarismo institucional. Composición
indisciplinada de lecturas. Restos de una biblioteca inaborda-
ble. Presencias de Freud, Marx, Nietzsche, Heidegger, Adorno,
Horkheimer, Marcuse, Fromm, Sartre, Reich, Lacan, Althusser,
Foucault, Deleuze, Guattari, Castoriadis, Derrida, Borges, Arlt,
Beckett, Piglia, Klein, Bion, Lewin, Bleger, Pichon-Rivière,
Moreno, Anzieu… Nostalgia del sueño de la revolución como
posible. Utopías micropolíticas en tiempos de la revolución
como pasado. Inconclusiones, “Preguntas disparadas hacia un
lector que fabula, que desea y fabrica sus propios modos de
desciframiento, de provocación a que cualquier cierre sea un
imposible. Porque toda respuesta cierta, entraña la muerte del
asombro y la curiosidad” (Prólogo, Lo Grupal 6, 1988).

Gabriela Cardaci

Máquina de escribir
Pasillo de impregnación: Silencio a la carta.

Escribe la desesperación, el hastío, la pregunta, la soledad. Se


inventa el remitente y el destinatario, corte del flujo, estancia
sin correspondencia.

54
Escrituras

Sala de máquinas: una invitación del azar a dedicarse en cuer-


po y pulso a dejar pasar las palabras que puedan merodear ese
panal.

Tendones, teclas. Tinta china. Piano.

La máquina no es el objeto técnico funcional a una tarea; la má-


quina es la fuerza bruta que conecta tendón y mecanismo pia-
no, caligrafía y ruido, lo diferido y la urgencia, lo inadecuado,
lo inesperado, la espera, la tradición, el corte y lo irreductible.
La máquina interpela los encastres y lo prêt-à-porter.

Remanentes, discontinuados, inaudibles, los filamentos de lo


vivo germinan entre el desgarro y la caricia.

Victoria Larrosa

55
Sensibilidades

Fluyendo
En el hombre siempre se acentuó lo efímero. Polvo eres y en
polvo te convertirás; “polvo, mas polvo enamorado”. Se trate
de un pseudo origen o de la búsqueda de cierta unidad im-
posible, la constante es que el hombre deambula por caminos
polvorientos para llegar adonde pasa la nada.

Ahí es cuando uno se da cuenta que el hombre nace de un ol-


vido: el agua. La que lo riega y nutre, la que hace crecer su
medio, y en medio lo arrasa, la que humedece, cuece y deja
su sequía cuando desaparece, está en el origen de tal amnesia.

Pensar el hombre como amasijo de polvo y cenizas hace que


su naturaleza sea concebida desde la imagen de un desierto
sin oasis. Icono cierto, pero unilateral, marca de la devastación
técnico-humano-mística.

Una patética efigie poblada de vientos sofocantes, sin liquidez


alguna, sin ninguna resistencia ni la fuga que el agua dibuja
con sus remolinos. Erosión del polvo y las cenizas que confun-
den el morir con el cadáver y éste con la muerte. Es así como yo
interpreto la desesperada advertencia de Nietzsche: “el desier-
to va creciendo. Desventurado el que alberga desiertos”.

Juan Carlos De Brasi

¿Externar?
Vive preso de la angustia que le despierta la posibilidad de
una externación que, está seguro, no va a tardar en llegar. Le

57
Estar en común sin comunidad

dijeron, las organizaciones sociales que trabajan en el hospital,


que no es bueno seguir internado, que el manicomio no es un
lugar para vivir. Sabe que los excesos de medicación cambia-
ron su fisonomía, su forma de hablar, su caminar. Aprendió
que ahí si no sos pillo te la hacen, que no tenés pertenencias, y
que si las tenés, sos preso del miedo a que te las roben. Él, por
las dudas, siempre tiene todo encima. Siente que esa cama (que
ahora tiene que dejar) es su casa, su lugar, su cancha. Es cierto
que la identidad paciente se posó sobre la vida que vive, como
también es cierto que en todo infierno que se vive se habitan
afectos tiernos. Espera ansioso la una del mediodía para ir a
ese taller de circo en el jardín del hospital, donde mujeres dis-
puestas a ser rozadas en medio de juegos teatrales, se acercan
alegremente. ¿Hace cuánto no roza el cuerpo de una mujer,
que no siente su olor, que no se excita con esa presencia que
le despierta una vitalidad sensual? ¿Afuera del hospital podrá
saludar con un beso a toda chica que se cruce? Lo que no saben
quienes le dicen que tiene que externarse, es que ahí no es solo
paciente, que a fuerza de querer fumar y no tener plata se con-
virtió en comerciante, que las mujeres lo quieren y que tiene
amigos, que todos los días va a talleres donde se ríen de sus
chistes, que el del pabellón de al lado le da las revistas que le
gustan, que cuando se aburre se puede ir a pasear en tren lar-
gas horas, que te hacen la comida, que podés ver la tele, que en
ese mundo de afectos tejió alianzas que le convenían. Su cuer-
po guarda mucha información sobre el cálculo, le dicen que no
sabe manejar plata, que la guarde, que ahorre, no entienden
que en su cálculo el ahorro no entra en la cuenta, que vive en
la desmesura y ahí el cálculo es infinito pero no incalculable.
En su cuenta entran las sensibilidades neuróticas que visitan
el hospital: caridad, comparación, culpa. Ellos siempre le van a
dar algo, sea plata, cigarrillos o una buena charla, ¿por qué va
a trabajar para conseguirlo si la lástima culposa paga mucho
más? ¿Por qué le dicen que tiene que sacrificarse en algún tra-
bajo mal pago para conseguir lo que ya tiene? Su cuerpo no
guarda la información de estos valores que le quieren enseñar;
y, sin embargo, su psiquiatra sigue diciendo que se tiene que

58
Sensibilidades

externar. Intuye que afuera no hay cancha que defender, y sin


su cancha no hay partido que jugar.

Ayelen Diorio

F(r)iccionados I (cosas que nos pasan con lo que


pasa)
Supongamos que dentro del Hospital Borda hay una organiza-
ción con fines artísticos y desmanicomializadores. Supongamos
que en esa organización hay talleres con distintas disciplinas
artísticas. Supongamos que en uno de esos talleres se hace
Circo, y que ese taller tiene un espectáculo. Supongamos que
una sensibilidad hablante tiene ganas de empezar la primaria y
pide a los coordinadores que lo ayuden. Supongamos que se
consigue un espacio donde empezar inmediatamente a estu-
diar, que este lugar queda a siete cuadras del hospital, y que
este lugar no tiene las trabas burocráticas características de toda
institución educativa. Supongamos que las maestras le dicen a
esta sensibilidad hablante que puede empezar ya, que los hora-
rios los van manejando en función de las necesidades de cada
quien, que los van programando día a día, que no hay que ano-
tarse en ningún lado para pedir vacante, que no hay que llenar
ningún formulario, que no hay que pagar. Supongamos que lo
único que se necesita para ir a estudiar es el deseo. Supongamos
que los coordinadores ingenuamente van a comunicarle esta
noticia al jefe de servicio de este tallerista. ¿Para qué? Para tra-
bajar en equipo, para acompañarlo en este proceso, para que se
empiece a mover, para que recupere algo de sus herramientas
perdidas en el otro proceso, el de institucionalización. Para que
recupere algo de su autonomía, para que pueda valerse por sus
propios medios, para seguir dándole cuerda a ese deseo que él
se ocupó de volver a mover. Para que pase algo. Las primeras
respuestas fueron: “es muy lejos”, “no tiene el DNI para ins-
cribirse”, “el ciclo lectivo empieza el próximo año”, “no puede
valerse por sus propios medios”, “necesita la autorización del
juez”, “su psiquiatra está de vacaciones”, “el jefe de servicio

59
Estar en común sin comunidad

tiene licencia prolongada”. Se trataba de los queridísimos


infaltables argumentos burocráticos. Fuimos eludiendo una
a una cada respuesta: “queda a siete cuadras”, “no necesita
inscripción, es un centro cultural”, “empieza cuando tenga
ganas”, “estuvimos diez días de viaje y se manejó de manera
independiente”, “con la firma suya puede salir”.

Parecía que estábamos a punto de quebrar lo burocrático con la


gambeta del deseo, estábamos felices, algo se movía, encontrá-
bamos respuestas, no podíamos parar, estaban Pasando cosas.
Hasta que… La respuesta fulminante de la jefa de servicio, la
que nos dejó sin más argumentos, sin aire, congelados en la
eternidad del pabellón, la que nos volvió a manicomializar fue:
“No. Le puede pasar algo”. No hay argumento que resista a
esta devastadora respuesta. Atenta contra el deseo, contra el
movimiento, contra la desmanicomialización, contra la vida.
Mejor que quede todo igual, así no pasa nada. Que no nos pase
nada. Que no pase nada anuncian los noticieros masivos de co-
municación. Que no pase nada gritan los vecinos reclamando
Seguridad. Que no te pase nada aconseja una madre cuando
vas a salir fuera de casa. Que no les pase nada gritan los do-
centes y directores a sus alumnos en los recreos. “Por las dudas
que no pase nada” es el discurso del sentido común. Que no pase
nada; es que no pase nada fuera de lo esperado, fuera de lo
previsto, de lo convencional, fuera de lo común, de la norma,
de lo tácito, del destino, de lo subyacente, de lo obvio, de lo
natural, de los mandatos. Que no pase nada nos condena. Que
no pase nada nos vuelve a encerrar en los manicomios, en las
cárceles, en las escuelas y en las familias. Que no pase nada nos
encierra en el rótulo mas estigmatizante, en el del deber ser.
Que no pase nada es que nos tienen que pasar las instituciones
con sus certezas. Que no pase nada es poner piloto automático
al consumo. Que no pase nada es peor que morir, es la muerte
del deseo. Uno cree que vive eligiendo y el único que elige es el
imperativo “que no te pase nada”; porque para que no te pase
nada viviendo hay que camuflar la vida. Que no pase nada es
la manicomialización en su grado mayor de exponencia. Es la
manicomialización, porque es la quietud de los cuerpos.

60
Sensibilidades

Fernando Stivala

F(r)iccionados II (simulaciones viajeras)


Supongamos que se organiza un festival de arte en la ciudad
de Mar del Plata.

Supongamos que asisten organizaciones que trabajan con


el arte en manicomios de todo el país. Viajan artistas. Viajan
locos. Viajan singularidades. Se juntan en un complejo, en
Chapadmalal. Hotel con características parecidas a las que
conocemos en los hospitales que alojan cuerpos y voces del
mundo, de la historia, de las comunidades, de las tribus, de
las religiones. Hospitales históricos: fabulaciones de un estar
en común con la creencia de que muchas personas juntadas por
la suposición de características similares, aisladas y asistidas
regularmente por especialistas, podrían vivir mejor.

Supongamos que al festival concurren ochocientas sensibili-


dades hablantes. Supongamos que uno de esos cuerpos, ha-
bitualmente vive vivido por ternura, obediencia, sumisión,
vergüenza, timidez, cariño, suavidad, introversión, prudencia,
discreción, reserva, cautela. Mochila de figuras que se instalan
en la ilusión de un sí mismo.

Supongamos que después de tres días de festival, de circular


por recorridos poco habituales, de cruzarse con otros cuerpos
habitados también por pasiones; empiezan a posarse nuevas
viejas afecciones.

Sensibilidad estallada por viejas nuevas figuras donde em-


piezan a hablar los gritos de las religiones, de la patria, de
las amistades del barrio, de la familia, del amor, del cuidado,
del fútbol, del medio ambiente, de la fama, de la solidaridad.
Voces que parecen estar veinte años atrás, acciones que nacen
y resucitan en la actualidad.

Otra mochila de figuras que se instalan en la ilusión de un fue-


ra de sí.

61
Estar en común sin comunidad

¿Cuánta carga soportan las identidades para los cuerpos


vivientes?

Supongamos que algunas de las personas que comparten el


estar en común con él se ven desconcertadas por estos pasajes
imprevistos.

Vergüenza ya no habla, obediencia está acallada, sumisión se


esconde y timidez olvidó la cita.

Supongamos que ciertas figuras históricas se volvieron locas


por capturar algún cuerpo circulando: identidad psiquiatra,
identidad patovica, identidad enfermero, identidad policía,
tocaban la puerta de algunos hablantes.

Acontecen preguntas: ¿hay que inventar nuevos estares en


común?, ¿hay que seguir protocolos del sentido común para
intervenir en estas situaciones?, ¿imaginar fabulaciones colecti-
vas que segundeen algunos estallidos del mundo?, ¿idear ocu-
rrencias que dejen de lado los estereotipos de cura?, ¿ingeniar
acciones inusuales que puedan funcionar en cualquier parte?

Si la creencia cultural supone que los cuidados amorosos que


encanutan diferenciación entre normales y locos, que la medi-
calización, y que la sobreprotección maternalista tienen efectos
sanadores, ¿cómo discurrir por otros estares en común que ten-
gan la potencia y la magia de nuevas creencias?

¿Qué f(r)icciones hay que transitar para circular por desvíos


con efectos imprevistos? ¿Qué brebajes hay que preparar para
conjurar hechizos desconocidos?

Fernando Stivala

El señor José Ángel


Hace dieciséis años vive en Luján. Todavía hoy, el finado
Alfonsín, y las boletas de luz que no podía pagar son los ver-

62
Sensibilidades

daderos responsables de esa trama perfecta que causó su larga


internación. Supimos por lecturas que la casa de la que algún
día lo sacaron estaba, en aquel tiempo, maravillosamente vacía
y totalmente amurallada por dentro.

Se refugia en Dios. Hoy la temida segba ya no existe, pero la casa


que comparte con sus compañeros sí tiene caños y cables. La
oración muchas veces no alcanza para evitar que el diablo “que
es un zorro”, o “que no es ningún zonzo”, o “que es mucho
más vivo que usted”, en un descuido, penetre. Lo que muchas
veces escuchan sus compañeros no son gritos, son “oraciones
con rezongo”, que se imponen con fuerza y valentía a lo que
el diablo es capaz de hacer para poder entrar. Si la amenaza
insiste: corta la luz, corta el agua, apaga estufas, desacopia ali-
mentos. No hay objetos en su pieza. La caja que protege la llave
térmica, es un santuario de estampitas de todo tiempo.

Por propiedad que llamó metafísica lo que se pudre en la hela-


dera (o en la alacena), lo pudre a él que es quien cuida, limpia
y repara las cosas.

Sus compañeros le cedieron hace largo tiempo el galpón, allí


habita su universo encerrado, vigilado por la voz perpetua de
la radio evangélica.

Visita a su hermana, hace mandados, abandonó la moto y com-


pró bicicleta, cocina comida vegana, sin ese moderno nombre.
Colabora en un taller de autos del barrio dando charla al dueño
y a los clientes. Es muy querido por sus vecinos.

Comparte su asedio solo con el grupo y el equipo, asumien-


do que si él no estuviera cuidando, todos viviríamos en una
pesadilla.

Que sus prohibiciones sean conversadas en la reunión de con-


vivencia lo enoja, pero soporta que sus compañeros quieran
correr riesgos, y se logran acuerdos.

63
Estar en común sin comunidad

Para él vivir en la calle Caseros no es lo mismo que vivir a la


vuelta, en la calle Santos Lugares. Supone que ahí la cosa es
mucho más tranquila.

Maita Lespiaucq

Volver a Lobos
Pasaron veinte años pero quiere volver a Lobos. Estuvo preso,
también loco, también herido, también solo. Hoy sólo quiere
volver a Lobos. Porque sí, sólo para ver cómo está, sólo para
saber si cambió, sólo para ver si puede llegar, si se animaría a
volver al hospital después.

No sabe si le va a hacer bien, no sabe si llegaría al fin, no sabe


para qué, ni qué pasaría después. No tiene la plata para el viaje,
no tiene pensión, tampoco el calzado, no quisiera ser visto en
alpargatas con medias. Tal vez estaría bien que lo acompañen
pero siente menos peso yendo solo.

Son épocas duras, Servicio Social lleva semanas sin dinero para
viáticos. En el grupo alguien aporta centavos y se suman de a
poco las monedas. Alguien dice que esa plata es nuestro pri-
mer fondo; al devolverla, otro podrá viajar más cerca o más le-
jos. Cada mes los aportes pueden sumarse. Cuando la persona
se externa, puede retirar lo que puso. El aporte es voluntario.
La devolución obligatoria. Los plazos se convenían. Las licen-
ciadas participan y pueden resolver también una contingencia
personal de serles necesario. Hace rato que no ve todo ese di-
nero junto. Si viaja, si lo autorizan a hacerlo, si se atreve a salir,
regresará y lo devolverá ni bien Servicio Social le abone ese
viático.

En el grupo se hace el acta de fundación de un fondo común.


Lobos es, para muchos en el grupo, un lugar desconocido pero
inolvidable.

Maita Lespiaucq

64
Sensibilidades

Ópticas
Se piensa la sensibilidad en relación a la mirada: “¡Mirá lo
que hacés!”, “¿Ves lo que le pasa?”, “Observen lo que les su-
cede”, “Es que cada uno tiene su punto de vista”, “Depende
la perspectiva”, “Las cosas son según el cristal con que lo mi-
res”. Alrededor de feminismos y estudios de géneros, se dice
“Cuando te ponés los anteojos violetas ya no podés ver las
cosas de la misma manera”. Tal vez ya no se trate de la mirada,
que ha fracasado fatalmente en operaciones de visibilización,
sino de apelar a una dimensión política del dolor a través del
tacto. Rita Segato propone a la desensitización como experiencia
fundante de la pedagogía de la crueldad masculina y habitual
de los ciudadanos. Una pregunta clínica por el tacto podría ser:
¿Cómo se toca lo no dicho en lo dicho?

Joaquín Allaria Mena

65
Telarañas

Flechas de pensamientos

El neoliberalismo no trata de reducir o achicar el estado —del


cual ha vivido a rabiar—, sino que impulsa una metáfora mucho
más peligrosa: desea que el estado y la sociedad se vuelvan
impensables, para que el mercado sea el único pensamiento
verdadero.

Juan Carlos De Brasi

Cancha con niebla


En el setenta y siete, las Telarañas de Eduardo Pavlovsky de-
nuncian las violencias de las familias; la intimidad como terri-
torio de la crueldad. En el setenta y ocho, aullidos de dolor de
cuerpos torturados son asfixiados por los festejos del mundial;
siniestro espejismo para masas mansas. El dramaturgo Ricardo
Bartís encuentra en el fútbol ideas para pensar lo que sucede en
los escenarios. Las condiciones del terreno disponen. Advierte
que, cuando hay niebla, los cuerpos se inquietan. Las distancias
tiritan. Se cree estar jugando al fútbol, pero una cancha con nie-
bla que hace temblar las coordenadas espacio-temporales del
dispositivo de la representación, tal vez anuncie la inminente
irrupción de otras escenas. Se está en los escenarios a la espera
del desborde; los cuerpos viven en ese continuo riesgo. No hay
manera de editar, como si se tratara de un perfil de facebook, los
modos en que los cuerpos vibran en cada situación. En Niebla,
novela que Miguel de Unamuno publica en mil novecientos
catorce, la vida se piensa como una infinita nebulosa que amor-

69
Estar en común sin comunidad

tigua tanto las grandes alegrías como los grandes pesares. Se


vive en la niebla, hasta que alguna pequeña convulsión coti-
diana, de vez en cuando, deja temblando. Niebla, tal vez, como
nube de indeterminaciones que anuncian infinitas posibilida-
des. ¿Cómo pensar ese afuera, esa grieta, esa irrupción; eso que
se mantiene desligado de la representación? ¿Y si el próximo
movimiento propiciara la irrupción de otro mundo? El horror
crece entre la hierba fresca, y la hierba entre el cemento.

Rocío Feltrez

El problema ético de un reseñista de libros


En el año 1876, el ruso Piotr Kropotkin –geógrafo, naturalista
y revolucionario– tuvo que enfrentarse a un difícil problema
ético. Por entonces estaba encallado en Londres –bajo nombre
falso– y vivía de hacer, semanalmente, reseñas de libros para
Nature –hasta el día de hoy, junto a Science, la más renombra-
da revista científica del mundo–. Con ello tenía para té y pan
todos los días, una dieta para nada extraordinaria entre revolu-
cionarios del siglo XIX, en particular si, además, eran exiliados.
Sucedió que, al concurrir a la oficina de la revista para retirar
el libro a ser reseñado, le entregaron un cuantioso informe en
cirílico, resultado de una expedición a la Siberia profunda y
firmado por un tal Kropotkin, que venía a ser él mismo. De
inmediato intentó cambiarlo por otro, pero le advirtieron que
no, que ese informe era el único libro disponible. Se lo llevó.
Una vez retornado a su cuarto de pensión, se le evidenciaron
las opciones. Elogiarlo estaba fuera de cuestión. Era indebi-
do. Someterlo a crítica tampoco era posible, pues creía haber
hecho un buen trabajo –el único suyo hasta ese momento–. Y
retornarlo a Nature era exigirse demasiado, pues necesitaba
comer. ¿Qué es lo que debía hacer entonces? Ocho meses antes
Kropotkin todavía estaba entre rejas, en San Petersburgo, y
ya llevaba dos años encerrado. Si bien había nacido príncipe,
e incluso había sido ayudante personal del Zar de todas las
Rusias, luego se dedicó a explorar los confines de Siberia y ha-
bía devenido en rebelde y conspirador, hasta que lo atraparon.

70
Telarañas

Aunque condenado a pasar varios años a la sombra, un plan


pergeñado desde el exterior de los muros, desesperado y más
bien espectacular, consiguió hacerlo escapar –a la carrera–, y
unas semanas después, en la frontera con Suecia, un contra-
bandista judío –era zona de shtetls– lo pasó del otro lado, y
de allí a Inglaterra. Pero ahora Kropotkin estaba a punto de
traspasar las puertas de la revista Nature sin saber si el paso
que estaba a punto de dar no lo haría trastabillar para siempre.
Pidió hablar con James Keltie, también geógrafo, un especialis-
ta en África y zonas polares, que era el editor de la publicación.
Iba a decirle la verdad. Y eso es algo que habitualmente no
se hace. Mucho más adelante Kropotkin sería conocido como
sabio eminente y sus obras de pensamiento social –La conquista
del pan; La ayuda mutua; Campos, talleres y fábricas– se transfor-
marían en fundamentos del pensamiento anarquista, pero en
ese momento, al tomar asiento frente a James Keltie, todavía
con nombre supuesto, sólo tenía 30 años de edad y no podía
saber que en el futuro padecería más exilios y que habría de
sobrellevar otra temporada más en la cárcel –en Francia, cuatro
años–. Kropotkin le confesó a Keltie que Aleksei Levashov no
existía, que tal persona que firmaba en Nature era en verdad
Piotr Kropotkin, él mismo, escapado de prisión el año ante-
rior, y que no podía hacer una reseña de ese libro que fuera
encomiosa o condenadora, porque creía que el trabajo estaba
bien, pero a la vez necesitaba comer. Una vez dicho esto, era
consciente que podía ser denunciado a la policía, y que eso
significaba inmediata deportación a Rusia. Después de todo,
apenas conocía a Keltie, condecorado como Caballero –Sir– por
la corona inglesa. Keltie lo escuchó con atención y le dijo que
no se preocupara, que consideraba a sus comentarios de libros
pertinentes e importantes para la revista, que procediera a ha-
cer una reseña descriptiva, impersonal, que con eso bastaba.
Había confiado –Kropotkin– y fue recompensado. Siguieron
pasándole libros para el té y el pan de todos los días, y en 1902,
cuando se lanzó la 10º edición de la Enciclopedia Británica,
Keltie le pediría a Kropotkin que escribiera, para la entrada
«Anarchism», una síntesis de las ideas libertarias. Era la prime-
ra vez que tal palabra adquiría estatuto científico. Para entonces

71
Estar en común sin comunidad

Kropotkin era ya un revolucionario y pensador famoso en todo


el mundo, y en 1917, cuando aconteció la Revolución Rusa, y
con 80 años a cuestas, emprendió el regreso. Un barco lo llevó
hasta Suecia, otro a Finlandia, y al fin llegó por ferrocarril hasta
San Pertersburgo y eran las dos de la mañana y había setenta
mil personas esperándolo. Había tardado 41 años en volver
a casa. El propio Lenin lo recibió un par de veces en Moscú,
aunque a sus protestas por los encarcelamientos de disidentes
no le dio mucha bolilla. Al fin murió en 1921, cerca de Moscú, y
al pasar el cortejo fúnebre –una orquesta ejecutaba la Sinfonía
Patética de Tchaikovski– frente a la prisión de Butyrka, vaciada
por la multitud durante la revolución de febrero de 1917 pero
nuevamente atiborrada en el mes de octubre, se detuvo para
recibir el adiós de los prisioneros, que extendían los brazos a
través de los barrotes. El príncipe Kropotkin vivió –de niño– en
una mansión, y también en un internado de alumnos pupilos,
y luego, de adulto, en cuartuchos alquilados y en celdas de
calabozo, y aún después en una casa mejor, y al fin sucumbió
en una cabaña sin calefacción auroleada por la nieve. A su he-
rencia y título nobiliario había renunciado tiempo ha. Siempre
evitó los conventos de monjas.

Christian Ferrer

Lo arácnido
Fernand Deligny, poeta, maestro, amigo de los niños-aparte.
Transmisor de un gesto que podría enunciarse como el dar
un habla que no es forzosamente la palabra. Habla que habi-
lita relatos improvisados, que supone un obrar sin propósito,
que deriva de una posición de acogida de lo que vive. Escribe:
“Lo que puede tramarse entre unos y otros es, propiamente
hablando, inimaginable. Pero, ¿por qué preocuparse tanto por
lo arácnido, si se hace solo? A ojo, se diría que lo arácnido de
las líneas de errancia está colgado de una suerte de pared que
no existe” (Deligny, 2015)

72
Telarañas

Cada proyecto clínico –con jóvenes adolescentes en un manico-


mio, con pequeños infractores, con niños autistas– fue cuida-
dosamente resguardado de todo subsidio, jerarquía de grupo,
administración burocrática, clasificación diagnóstica, equipa-
miento interdisciplinario, moral burguesa, aburrimiento, te-
dio, amargura. Quizás por todo eso ninguna de estas apuestas
perduró más de tres años, pero todas dieron testimonio.

Los compañeros de ruta de los niños inconformistas deberán


ser “un poco poetas, un poco pintores, un poco canturreado-
res de buena música, un poco comediantes, exhibidores de sí
mismos y de marionetas, honrados en el instante, chupadores
de certidumbres y escupidores de preguntas, indiscutiblemen-
te inadaptados, preocupados de su vagabundeo y pacientes
como pescadores de caña” (Deligny, 1970).

El francés susurra que para hacer hay que poner a jugar el cuer-
po. Cuerpo sensible, vibrátil, dispuesto a entregarse a vagar y
vibrar entre espacios vacíos, entre grandes territorios blancos
y extensiones que se disipan, ondulaciones que juegan sobre
un mismo eje, vibraciones que aún no son escuchadas. Inspira
a pensar que se trata de intentar hacerse una línea, una vibra-
ción, acoplarse a la tensión cuya suavidad intenta acompañar
aquello que se hace solo.

Luz Barassi y Gisela Cecilia Candas

Ñandu: visitar, sentir, araña


Vidas arrasadas, visitadas por hechizos desconocidos, que sin
el espaciamiento o relevo tierno que propician esas sensibilida-
des todoterreno que se nombran como Equipo, tal vez pasarían
los trescientos sesenta y cinco días del año que conforman el
calendario gregoriano embotadas en una ausencia insoporta-
ble. A veces, esas vidas no encuentran en el calendario más que
la evocación de una condena interminable; no hay ni después,
ni mañana ni más tarde que logre doblegar a un derrame que
se vive como presente infinito. Equipo, a veces, deviene astu-

73
Estar en común sin comunidad

cia bruja; banda de conjuradores y conjuradoras de hechizos


misteriosos que propician acciones que no siempre superan
las normas ISO. Una vez realizadas, y quizá también por obra
de un movimiento enigmático, de ellas sólo sobreviven imáge-
nes de ensueño. Equipo, otras veces, deviene comité agorero:
previendo las desgracias que sobrevolarán los cuerpos que se
aventuran a una experiencia que desborda cualquier manual,
se anticipan a los infortunios construyendo paredes de aire.

Siempre será un misterio cómo las palabras arrancan a un cuer-


po de un estado que se vuelve, por momentos, asfixiante. ¿Qué
late en una palabra, en una lengua que, lejos de pensarse como
un cuerpo muerto, se sacude incansablemente hasta llegar a
distraer, incomodar y hasta catapultar, a fuerzas que preten-
den declararse dueñas exclusivas de una vida?

La palabra ñandu, en guaraní, nombra tanto a araña, como a


los verbos visitar y sentir.

Otro texto de esta entrada comienza con una idea del inclasifi-
cable Fernand Deligny, que tal vez sirva para pensar las accio-
nes que maquina Equipo: “Lo que puede tramarse entre unos y
otros es, propiamente hablando, inimaginable. Pero, ¿por qué
preocuparse tanto por lo arácnido, si se hace solo? A ojo, se
diría que lo arácnido de las líneas de errancia está colgado de
una suerte de pared que no existe”. ¿Qué quiere decir que sea
inimaginable? Tal vez que es imposible prever o controlar las
resonancias de una acción. ¿Cómo pensar algo que en un senti-
do se hace solo pero que, simultáneamente, poco tiene que ver
con una espontaneidad impensada y por eso mismo ahistórica
que, mientras vive lo que hace como innovación sin preceden-
tes, confirma una y otra vez el triunfo del Amo? Aunque las
derivas de una acción, se hagan solas, las acciones de Equipo,
despegan de ideas pensadas; horas de lecturas, deliberaciones
entre compañeros y compañeras, búsqueda de pistas que ayu-
den a pensar una situación. La pared es de aire, pero está.

Visitar deja pensar el abandono; el olvido de unas vidas que


para algunos sólo se reconocen como buenos ejemplos de un
código: “aquí tenemos a F20.05”, podría escucharse en un

74
Telarañas

Ateneo Clínico. Visitar para los arrasados, las arrasadas, pue-


de ser el verbo que dice la irrupción hemorrágica de un afecto
insoportable. No todas las visitas son queridas, agradables, y
esperadas. En esos momentos, tal vez los cuerpos se sientan
visitiados.

Las y los visitantes todoterreno recorren casas, hoteles aloja-


miento, centros comerciales, comisarías, hospitales generales,
casas de familias, plazas, y juzgados; también saben hacer flo-
res de papel.

Si los relatos de esas experiencias, hechos de palabras temblo-


rosas, sentidas, que brotan de la necesidad de pensar con otros
y otras algo que, no teniendo solución, pide la invención de
una ficción que sirva de relevo al dolor, la desesperación y el
desasosiego, visitan las aulas de la Facultad de Psicología de
la Universidad de Buenos Aires, ¿qué sucede? Las aulas se lle-
van mejor con cuerpos aletargados al acecho de fórmulas que
prometen conjurar hechizos que creen conocer. Ñandú, con
acento, también puede ser uno de esos bichos que esconde la
cabeza debajo de la tierra para no enterarse de lo que sucede en
el mundo. Mejor no sentir nada. Telarañas en las pupilas.

Rocío Feltrez

Retazos
¿Cómo tejer estrategias con hilos entrecortados, con dedos
pinchados en manos agrietadas, con prácticas doloridas y
fracasadas, con frustraciones vomitadas en tantos lugares, con
responsabilidades esquivadas, con crisis social económica,
con talleres clandestinos, con aumento de pobreza, despidos
y deserción escolar, con impunidad judicial, con dominación
mediática, con complicidad policial, con amenazas,

75
Estar en común sin comunidad

violaciones, desapariciones y gatillo fácil? El saber popular, ese


que sabe mucho y desde hace mucho, ese que casi no entra
en academias ni ministerios, ese que enuncia a martillazos
verdades naturalizadas, alguna vez ha inventado una pregunta
inquisidora y actual: ¿Quién le pone el cascabel al gato?

Y con ella se disparan tantas otras… ¿Cómo hacer visible la


despolitización liberal y la pedagogización moralizante?
¿Cómo no quedar sujetado a las figuras ofrecidas por policías
de la salud y patriarcados pedagógicos? ¿Cómo evidenciar los
montajes producidos por triángulos familiaristas y edipizan-
tes? Sabemos que existen fuerzas que no sólo hacen temblar los
cuerpos sino que también y desde esos temblores, singularizan
posibilidades.

Cuerpos que laten y tantas veces estallan con situaciones casi


inéditas que desafían la capacidad cotidiana de reacción-confi-
guración para armar suelos desde donde intervenir.

Cuerpos que, cuando saben de una sensibilidad política otra,


hacen de esos temblores que tartamudean, nuevas rítmicas
inventadas para la ocasión. Componedoras de cimientos que,
aún embarrados y entre dolores y rabias, hacen que la dig-
nidad se haga cuerpo y active agua en medio de desiertos.
Regularidades histórico políticas pasibles de verse asaltadas
por acciones que irrumpen, organizadas o no, con fuerza li-
bertaria que inventa zurcidos posibles. Y es allí cuando, algu-
nas veces, quizás, logramos escuchar que suenan maullidos y
cascabeles.

Verónica Scardamaglia

76
Liliana Lukin, de Cartas.
Revueltas

Flechas de pensamientos
¿Por qué la gente canta en la ducha? Porque el agua baña su
origen. Porque, ¿qué sería “desafinar” en la ducha? Y, final-
mente, porque su público, como es totalmente imaginario,
siempre lo aplaude.

Juan Carlos De Brasi

Emancipaciones
Aquello que poseen de emancipatorio los movimientos po-
pulares no tiene fin ni destino: sobre todo no se conjuga en
tiempo futuro. El tiempo verbal de los movimientos eman-
cipatorios es el presente, solo el presente. Nada hay más que
el presente, porque el futuro pertenece a los opresores, a los
ricos, el futuro es lo expropiado a los oprimidos, quienes solo
disponen del presente, del signo del presente como esclavos
o como emancipados. No hay fin sino tregua, pausa, derrota,
ciclo y reflujo. Lo emancipatorio que no se compruebe en un
presente venturoso es solo pasado, memoria y deseo. El pero-
nismo es hijo de la revolución social derrotada por quién sabe
cuánto tiempo, esa que durante dos siglos se llamó comu-
nismo, y que en su deslizamiento no ha dejado de arrastrar
hacia el abismo a cualquiera de sus versiones putativas, sea el
peronismo, sea la socialdemocracia, el estado de bienestar o
la vigencia de lo común, la perseverancia de la igualdad o la
mismísima democracia. Nació el peronismo con sus alcances y
limitaciones en un mundo que se reconstruía binario después
de una catástrofe, y podría haberse perdido en la oscuridad

79
Estar en común sin comunidad

varias veces. El fin de lo emancipatorio es del interés del amo,


del opresor. Para el oprimido no tiene interés particular el
fin de lo que da sentido a una vida, porque la única posesión
decisiva de los desposeídos es el presente, y las memorias y
testimonios de los presentes perdidos que quedaron atrás. El
gran artificio que es el peronismo, esa reducción del daño del
sistema existencial más cruel, eficaz y totalitario de que se
tenga conocimiento, el capitalismo, consiste en la realización
efectiva de la reducción del daño. Nunca es una promesa ni
un proyecto, ni un plan, ni una plataforma. Todo ello puede
estar presente, pero no es lo esencial, ni lo que lo constituye,
ni lo que lo ha hecho renacer cada vez. Puede convertirse en
otra cosa o desvanecerse para siempre. Nada tiene de indes-
tructible. Solo podemos dar testimonio de la forma en que
una y otra vez revivió, e intentar comprender el modo encar-
nado en millones de algo que nada tiene que ver con anhelos
ni esperanzas, sino con la consistencia de lo real en la forma
más definitiva en que los oprimidos pueden experimentar la
vida social, y es por la realización. Realización que de ningún
modo se limita a un bienestar siempre determinado por el
paso que en cada momento define a la saga capitalista, sino
por la forma multitudinaria y pacífica en que las masas se
elevan con la dignidad que en cada momento del pasado han
sabido exponer. Puede suceder lo peor, como ha ocurrido
en cualquiera de los sentidos posibles, pero esta última vez
que renació repuso aquello que es imperdonable para el amo:
renovar la realización de la dignidad de las masas. Retornar
o volver atañen al presente, son memorias, no son cristaliza-
ciones literales. Quien invoca el fin es el amo. El amo es el que
conjuga en futuro, porque solo enarbola ese tiempo verbal.
Aborrece el pasado porque el pasado habla de los crímenes
que acompañaron a su atesoramiento, la fortuna del opresor.
Intenta ya sea violentar o persuadir, más bien siempre ambas
cosas, a las masas, para extraerles una y otra vez su aliento y
su sangre, y crecer y prosperar sobre esos millones de cuer-
pos rezagados y desplazados, cuerpos que –según quieren los
amos– habrán de remitir sus esperanzas a un futuro tan lejano
como inalcanzable. No recordamos una escena en que tanto

80
Revueltas

se conjugara el tiempo futuro como la actual. Es lo recíproco


del despojamiento del presente aquello que describe el pasa-
do como mentira, el presente como ausencia y el futuro como
lo único tangible, tan inverosímil fantasma como extorsivo.
No es la esperanza aquello que nos atraviesa, sino el presente
y sus desventuras, la certidumbre de una dignidad alcanzada
y perdida, pero por ello mismo porvenir.

Alejandro Kaufman

Silente
Anuncios de injusticias evocan resistencias que soportan re-
presiones, que impulsan otros modos de lucha.

¿Manifestaciones sin gritos, sin consignas, sin cantos, sin


disturbios? Revueltas que se traman silentes discuten
imaginarios de peligrosidad instalados en torno a las masas.

Se conoce como Matanza de Tlatelolco a la masacre ejecutada


por grupos paramilitares y el ejército mexicano en el distrito
de Tlatelolco de la ciudad de D.F. el 2 de octubre de 1968.
La manifestación es una de las tantas que, organizada por el
movimiento estudiantil mexicano desde el mes de julio de
ese año, efectúa en aquellos días reclamos en función de la
defensa de la autonomía universitaria, el pedido de libera-
ción de presos políticos, la denuncia contra la presencia de las
fuerzas de seguridad en las universidades, el apoyo a la revo-
lución cubana, entre otros. Participan de ellas estudiantes de
las universidades, obreros y obreras, intelectuales, docentes,
amas de casa. La movilización, situada en la Plaza de las Tres
Culturas, es ferozmente reprimida por orden del gobierno
mexicano a cargo de Gustavo Díaz Ordaz. Aún no está fijada
la cantidad exacta de asesinatos, los cuerpos fueron desapare-
cidos, si bien distintas investigaciones permiten calcular que
fueron entre doscientos y más de trescientos. Más de dos mil
personas fueron detenidas esa noche (Poniatowsca, E. 1971).

81
Estar en común sin comunidad

Diez días más tarde, el 12 de octubre, se inauguran las olim-


píadas celebradas en ese país, que lleva como símbolo la pa-
loma blanca de la paz.

Días antes, el 13 de septiembre de 1968, cientos de miles mar-


chan en silencio por la ciudad. Una multitud de pañuelos y
cintas en forma de equis cubren sus bocas.

Se conocen acciones colectivas posteriores que adoptaron esta


estética. Manifestaciones donde hacer silencio se ofrece como
soporte para la enunciación, como reverso del acallamiento
y el silenciamiento. Mencionamos entre ellas la realizada el
20 de septiembre de 1990 en Catamarca por el asesinato de
María Soledad Morales; las organizadas por las Madres y
Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos y otras
organizaciones cada 20 de mayo desde el año 1996, en home-
naje a las víctimas de la dictadura cívico militar y en repudio
a las violaciones de los derechos humanos en Uruguay; las
realizadas el 21 de diciembre de 2012 (día del fin del mundo
según profecías mayas) por el movimiento Zapatista mexi-
cano en la ciudad de San Cristóbal de Las Casas, Estado de
Chiapas. En esta última, más de cuarenta mil participantes
del movimiento marcharon con los rostros cubiertos con pa-
samontañas negros y, al subir a un escenario vacío emplazado
en la plaza central de la ciudad, realizaron el gesto de soste-
ner un momento el puño izquierdo en alto para emprender
luego el camino de regreso a sus comunidades. Es el mismo
recorrido realizado 19 años antes, el 1 de enero de 1994, des-
de las comunidades de la sierra y la selva de Chiapas a las
cabeceras municipales pero esta vez sin armas. En el espacio
poblado por esos cuarenta mil cuerpos se escuchan aplausos,
pasos y el goteo de la lluvia.

Mariano Fiumara

82
Revueltas

Esa palabra
(Palabras pronunciadas el 5 de Noviembre de 2016, en el cierre de
las Jornadas “Estar en común sin comunidad”)

Tengo la impresión que estamos inventando formas de lo co-


mún que no estaban dichas de antemano, formas que no sabe-
mos su contenido. No puedo pensar en otra cosa porque entre
el Encuentro Nacional de Mujeres y el Paro del diecinueve de
octubre todo lo que hice estuvo absolutamente signado por
la pregunta de cómo se hace esto y esa pregunta fue colecti-
va, horizontal y heterogénea. La imagen es de un aquelarre,
pero esta vez somos brujas con tecnología, con los grupos
de Telegram, WhatsApp, los chats de Facebook y todos los
modos en los que se produce una gestión colectiva más las
asambleas corporales y los encuentros. Esas redes sirvieron
para encontrarnos con mujeres de distintos países de América
Latina, de todo el país y del mundo también para inventar
esta cosa absurda de que hubiera un primer paro nacional
de mujeres en la Argentina: si hicimos eso, podemos hacer
muchísimo más.

En ese sentido la palabra que acaricio, sueño y cultivo en secre-


to, porque es un exceso, es la palabra Revolución. Revolución
en el sentido de que hay una necesidad de trastocar fuerte-
mente un orden social cuyo sentido es la muerte. Es necesario
saber que el orden social en el que vivimos tiene un compo-
nente de violencia mortuoria y lo que llamamos femicidio es
el punto más alto de desarrollo de esa violencia pero que no
es el único, por eso nuestro énfasis cuando paramos, cuando
salimos a las calles, es decir, estamos denunciando no sólo el
femicidio sino a una sociedad patriarcal. Según la RAE, “pa-
triarcado” es una palabra que refiere a hechos ocurridos hace
muchísimo tiempo, dice que hubo en algún momento un tipo
de sociedades en las que el poder lo tenía el Padre de familia.
Definición totalmente alejada de cualquier reflexión sobre el
presente. El diccionario, que se supone refiere el estado de
la lengua hablada, la institución monárquica y mercantil que
desarrolla la Academia Española, decidió no atender a la in-

83
Estar en común sin comunidad

vención de la lengua que hizo el movimiento feminista. Es


evidente que podemos seguir hablando de patriarcado por lo
menos para saber que hay una gran parte del trabajo social-
mente necesario de cuidado, reproducción, limpieza y orga-
nización de las casas, comida, etcétera, que no es pago. Es un
trabajo impago como ocurría con las sociedades esclavistas.
Si el 76% de ese trabajo lo realizan mujeres y el trabajo es
impago, entonces estamos ante una situación de desigualdad
tan sensible que no deberíamos tener dudas de calificar a esto
como un régimen específico de dominio, que es lo que la RAE
niega cuando toma el patriarcado como un hecho milenario
que no tiene nada que ver con la actualidad. Segundo punto,
en el régimen patriarcal hay una tendencia fuertísima a que
las mujeres no puedan controlar su capacidad reproductiva,
ya que está penalizada la interrupción del embarazo que se
convierte en un hecho criminal. Tenemos una mayoría de la
población que está privada de decidir sobre sus derechos pro-
ductivos y reproductivos, sobre la producción y reproduc-
ción. Paramos por esto, paramos por los femicidios porque
los femicidios son el punto más alto de violencia de este régi-
men patriarcal. Vuelve la palabra Revolución porque implica
trastocar enteramente el orden social, trastocar enteramente
el modo en que nos vinculamos, el modo en que pensamos el
trabajo, la producción de nuestros cuerpos y nuestros afectos,
nuestros deseos y nuestra sensibilidad. Todo eso tiene que
estar en juego. Y si cambiamos todo eso y si pensamos que
todo esto debe ser cambiado, estamos hablando de esa pa-
labra compleja que es una Revolución. Creo que también hay
una disputa que dar en relación a la constitución de un len-
guaje que sea capaz de irrumpir productiva y creativamente
sobre el lenguaje establecido. Es necesario estar atentos al
modo en que hablamos y somos hablados. Es necesario estar
con una escucha particular respecto de nuestras palabras y
las palabras que ponemos en juego porque el lenguaje es fun-
damentalmente allí donde albergamos las memorias, donde
albergamos las huellas, donde narrando podemos retener las
huellas y cuando digo las huellas también digo las huellas
de felicidad, de esos momentos de creación y esos momentos

84
Revueltas

de libertad que nos permiten ser otros o nos permiten que,


en algún momento digamos: esta vez me salvaron la vida. El
lenguaje es también la casa en la que guardamos esa capa-
cidad, esa potencia y ese sueño de la emancipación posible
para nosotros y los demás y también, en este mismo sentido,
porque el lenguaje es ese lugar donde podemos y debemos
imaginar el futuro.

María Pia López

Una mujer extraordinaria


Quiero evocar a una mujer extraordinaria, por más que no haya he-
cho nada fuera de lo común, sólo escribir y dar clases. Podría tam-
bién añadir que era una activista –palabra de moda ahora–, pero
no, no, no, ella me hubiera corregido: “No soy una activista, yo soy
anarquista”. Hay una biografía de ella, exhaustiva y emocionante,
escrita por Margarethe Rago, pero yo me valdré de mis propios
recuerdos, pues la visité muchas veces en su casa montevideana
de la calle Jean-Jacques Rousseau. Había nacido en Italia y yo la
vi por primera vez en Montevideo –su lugar de exilio– en el año
1985. Nos separaban 55 años de edad. Ella era una mujer peque-
ña, atenta y silenciosa. Pero mejor que el retrato que yo pueda dar
es recurrir a un informe policial de 1929: “La hija de los forajidos
anarquistas Luigi Fabbri y Bianca Sbriccoli es Luce Fabbri, nacida
el 25 de mayo de 1908, en Roma. Características físicas: 1 metro
58 centímetros, estatura pequeña, cabellos castaños, oscuros, cutis
rosado, ojos castaños. Se comunica que fue pedida su inscripción
en la Lista Fronteriza para ser detenida en la eventualidad de su
retorno al Reino de Italia”. Pero ella tardaría un cuarto de siglo en
regresar a su patria, sólo por unos meses, pues toda su vida trans-
currió en el Uruguay. Llegó a Montevideo en 1929, en el buque
“Indier”, donde viajó junto a un montón de chicas polacas desti-
nadas a la trata de blancas, comandadas por una cafishia llamada
Madame La Baronne. Ya de chica era partidaria de “las ideas” y
con sólo 16 años Luce Fabbri publicó su primer artículo libertario.
Cuando su abuelo, al leerlo, le dijo “Estas ideas no son adecuadas
para una señorita”, ella le respondió: “Las ideas son válidas o no lo

85
Estar en común sin comunidad

son, no importa quién las piense”. Habiéndose licenciado en Letras


en la Universidad de Bolonia, la más antigua de Italia, trabajó como
profesora de Literatura Italiana en la Universidad de la República
Oriental a lo largo de sesenta años, si bien fue expulsada de los
claustros en 1985 por negarse a firmar una declaración de fidelidad
al nuevo gobierno militar, así que tuvo que seguir dando sus cur-
sos en un instituto de cultura italiano, y en idioma natal, sobre el
Dante: un año lo dedicó al Infierno; otro al Purgatorio; y el siguien-
te al Paraíso. Al regresar la democracia le devolvieron su cátedra y
dio clases hasta los 83 años de edad. Escribió dos libros notables,
uno sobre Maquiavelo, y el otro, “La poesía de Leopardi”, de 1971,
por más que me recorrí durante años la calle Tristán Narvaja –las
librerías de viejo–, nunca pude conseguirlo. De paso, consigno
que Ermácora Cressatti –su compañero– se ocupaba de las tareas
domesticas de la casa para que ella pudiera escribir sus libros, y
también consigno que al dejar la enseñanza, Luce Fabbri no acep-
tó un “plus” para su sueldo de jubilada: exigió que le pagaran lo
mismo que a todos los demás profesores comunes y corrientes. Ella
era una igual. En 1993 la reencontré en Barcelona. Conversamos
sobre su admirado Giaccomo Leopardi. Recuerdo que me dijo:
“Leopardi podía sentir el sufrimiento de una hoja ya seca, caída
del árbol, cuando alguien la pisaba, a ese estado de la sensibilidad
hay que llegar”. Su interés por Leopardi algo debía provenir del
hecho de que su padre hubiera pasado la adolescencia en Recanati,
el pueblo de Leopardi. En la década de 1990, en vez de gastar mi
tiempo en escribir para revistas académicas –que nadie lee– escribí
artículos para la revista que ella editaba casi en soledad, “Opción
Libertaria” –que tampoco nadie leía–, pero escribir por escribir, no
tuve dudas para donde debía hacerlo. Cuando Luce Fabbri tuvo
que abandonar forzosamente su país natal dejó muchas amigas de
infancia, una de las cuales se apellidaba Carati. Se escribían cartas
desde que eran pequeñas, correspondencia que siguió siendo flui-
da a lo largo de muchas décadas. De a poco, en Montevideo, fueron
muriendo el padre de Luce Fabbri, la madre, y también su esposo,
y también, una tras otra, sus antiguas amigas italianas. Quedó
solamente esa chica de apellido Carati, sobre quien escribió Luce:
“La relación epistolar perduró por 75 años, fue sobreviviéndose
a la muerte de tantos familiares, hasta reducirse al afecto de dos

86
Revueltas

octogenarias, y, por último, al recuerdo nostálgico de una sola de


ellas, en esta orilla americana”. Se había quedado sola, ya sin cartas
estampilladas que le llegaran desde Italia. Luce Fabbri murió el 19
de agosto del año 2000. Yo no olvido.

Christian Ferrer

Despidos
Escenario en el que se encuentran los despedidos de sus puestos
de trabajo, enfrentados a la violencia de las estrategias de expulsión
bajo la modalidad del Acoso Moral. Las estadísticas demuestran
un crecimiento exponencial en la ejecución de despidos por parte
del gobierno nacional y los gobiernos provinciales, y sus efectos de
legitimidad que avala el poder patronal empresarial. Los despedi-
dos son humillados con nominaciones peyorativas que descalifi-
can al trabajador, con la pretensión de justificar el acto expulsivo:
ñoquis, grasa militante, vagos, inútiles. Se ha incorporado el espionaje
a las estrategias ya implementadas, con el fin de investigar a los tra-
bajadores periodistas de los medios de comunicación, en búsqueda
de opositores, formadores de opinión, bajo el supuesto de estar
comprometidos con la “herencia recibida” del anterior gobierno.
Opositor pasa, así, a revestir el estatuto de Enemigo, creando un cli-
ma de miedo hasta de terror, frente a la amenaza o efectiva pérdida
del empleo. Cabe destacar que el mercado laboral se ha enrarecido
no sólo por la curva ascendente de los despedidos que ingresan a él,
sino también por la destrucción de puestos de trabajo a causa de las
importaciones de mercaderías producidas en el país, que afectan y
ponen en crisis la industria nacional por la desventaja competitiva,
que conllevan como efecto suspensiones y despidos. El programa
de esta política económica conduce a la reducción de la población
trabajadora, a la baja del costo salarial, al manejo disciplinario de
la patronal, llegando en última instancia de esta manipulación, en
algunos casos, a la sumisión voluntaria al poder del capital. Los
despidos configuran la llave maestra que pone en movimiento este
engranaje. E pur si muove.

Dulce Suaya

87
Estar en común sin comunidad

Máquina de Agua
La experiencia del estar en común se figura con el terror, el
miedo al otro, y la profilaxis propia de una temporada de peste
o epidemias. Las clases populares y las minorías, cuando no
son amansadas por las conveniencias del mercado, son sospe-
chadas por el poder como grupos de riesgo, para los cuales hay
que arbitrar barreras o incluso exterminios.

Al mismo tiempo, en el estar con otros reside la proximidad


contagiosa, como potencia de lo deseante, lo emancipatorio y
el riesgo de su diseminación. Sumergir los pies en el agua es
una acción en donde se desvela una curiosidad y una inten-
sión: ¿qué palabras habrán hablado en la fuente del descanso
irreverente?, ¿qué otros modos de estar en común seríamos
capaces de inventar hoy?, ¿cómo no sumergirnos en un fervor
emancipatorio?

Federico Cappadoro y Débora Chevnik

88
Montajes

Flechas de pensamientos
Una anécdota que muestra que nada está más lejos de uno mis-
mo que uno mismo: Charles Chaplin se presenta a un concurso
de dobles de “Charlot”, y sale el tercero.

Juan Carlos De Brasi

Ídem
Toda experiencia sensorial se da a partir de un recorte. Compele
una diseminación. Da lugar a una posible dispersión de defini-
ciones no clausuradas que desvisten la idea misma de montaje.
Un texto sobre el montaje que se muestra como: convocatoria,
marca, cita, troquel, vestigio, ensamble. Emplazamiento ende-
ble que se desmorona pero arrebuja la idea de montaje.

Montaje: Conjunto en movimiento. Imagen que muda. Puesta


de un sitio a otro.

Reproducción, ensanchamiento, desplazamiento,


pasaje.

Flujo. En cadena.

Carácter destructivo.

Toma-acción-corte.

Subida. Proyección, ascenso, sobresalto.

Molestia que hace crecer un volumen en los ojos.

89
Estar en común sin comunidad

Collage. Mundos impensados vivos en las derivas del


copy-paste.

Montaje: Idea avistada desde el carajo. Pensamiento en subida.

Esfuerzo muscular. Desentumecimiento.

Ejecución que hace desde lo que está ahí. Reutilización


e interpelación.

Producción realizada por lxs obrerxs de la


reapropiación.

Práctica DJ. Propensión mashup.

Indistinción entre productor, producto, autoría, co-


pia, replica. Creación.

Revelación de una representación.

Revuelta de los géneros. Subversión de la vestidura.

Encaramarse. Trasladarse. Defenderse.

Evaporación que altera la solidez de la propiedad.

Montaje: Postura de ensamble, composición, alianza.

Aparición desde la desaparición.

Acción que se hace con lo que se tiene enfrente.

Verdor que nace de la descomposición hedionda


de un cuerpo muerto por su propia inacción. Vida,
como la de los insectos, que resulta del cadáver en
putrefacción.

Artificio y dilución que subvierte sentidos.

Marrullería para difuminar.

Operación de composición a través de una serie de


contribuciones infinitas.

90
Montajes

Servirse de un objeto o de una técnica. Experimentar


con ella o él.

Interpelación con acción.

Estallido estético que hace germinar una viga en el


ojo.

Montaje, remontaje: Ardid ante una situación dificultosa.

Montaje: Nacimiento de la cópula de imágenes-movimiento.


Idea.

Célula, no elemento.

Momento sin nexo. Salto de un instante que adquiere


una nueva potencia.

Inclusión de lo patético como expresión de pasaje.


Desorden: de la resignación a la revuelta, de la triste-
za a la ira, de la duda a la certidumbre.

Tiempo de paso.

Producción Youtube, existencia Instagram, consisten-


cia Facebook, materialidad twitter, dialógica Whatsapp,
ensamble Snapchat.

Nicolás Koralsky

Redes
La intromisión, en los años noventa, de lo que en textos firma-
dos por Roberto Jacoby aparece como Tecnologías de la amistad
resguarda la imaginación de otras disposiciones posibles de
estares en común. Propuesto como “arte de conectar a la gente,
tejer redes, cruzar fronteras simbólicas, multiplicar oportuni-
dades de encuentros fértiles” (Jacoby, 2002), se trató de explo-
rar prácticas (desprendidas de experiencias circunscriptas en
su inicio al campo artístico) abocadas a intervenir los modos de

91
Estar en común sin comunidad

relación, a crear aproximaciones a otros mundos o, por lo me-


nos, a garabatear espacios posibles para invenciones de otros
estares en común. En esta vía de experimentación vital, estética
y política, el proyecto Venus aparece como experiencia posible
para conexiones y desconexiones alternativas a modos de rela-
ción amparados por la fuerza del sentido común.

Una plataforma virtual. Una moneda inventada para intercam-


biar bienes, habilidades y servicios. Organización de fiestas,
ferias, muestras, acciones, recitales, encuentros. La edición de
una revista. Una lista tentativa con algunos principios opera-
tivos. Una fecha de nacimiento y una fecha de finalización.
Acciones que sostienen ensayos de otras formas de vida.

Distintas formulaciones se pueden encontrar a la hora de se-


ñalar al proyecto Venus y ninguna pareciera agotar sus posi-
bilidades de juego: Comunidad experimental, logia pública, utopía
realizable o desutopía, laboratorio de sentimientos, cooperativa de
ególatras, sociedad de hermanos sin padres, dispositivo de entrecru-
ces, falansterio disparatado, artefacto ético, mundo de deseos reali-
zables, red de colectivos artísticos, comunidades barriales, clubes de
hacedores y artistas, intelectuales, periodistas, tecnólogos, científicos,
ex asambleístas, mineros, etc.

La idea de red, que se lee en los escritos en torno al asunto,


pareciera imprescindible en la trama argumental que sostiene
a este ensayo de micro-sociedad autogestiva. Según Jacoby
(2002), “las conexiones en la sociedad contemporánea asumen
la forma de redes: redes empresarias, redes informacionales, re-
des terroristas, redes culturales, redes de resistencia, etcétera”.

¿Redes que intentan no confundirse con el partido, la escuela,


la parroquia, el equipo, el grupo, la familia, la institución?

Redes que habilitarían otros modos de conexión y desconexión,


de juegos de relaciones de poder, de afinidades, de existencias
en común provisorias y contingentes. Una plataforma difícil
de definir que puede asumir diferentes momentos: “club, uni-
versidad, solos y solas, centro de trueque, barranca de refugiados,

92
Montajes

península utópica, experimento, aduana, banco cooperativo, tertulia,


empresa por acciones, micro-nación” (Jacoby, 2002).

Mariano Fiumara

Devenir sonido
Un teórico y una convocatoria a asistir con “algo para hacer
sonar”.

Un teórico y la intención de que devenir sonido se transforme en


condición de estar ahí.

En el diseño, sólo algunos puntos en los que apoyarse: la mú-


sica en una cátedra, un espacio configurado como teórico, la
decisión de sostenerse entre algunos cuerpos y muchísimas
preguntas.

Una búsqueda incierta a que “mi sonido” pueda desperso-


nalizarse y encontrar otros sonidos con los que entretejerse.
Búsqueda incierta de abandonar el sí mismo y entregarse a la
experiencia de volverse sonido entre otros sonidos, de dejarse
transportar y que los sonidos protagonicen el espacio acadé-
mico. Una búsqueda, incierta, la de generar condiciones con
un mapa armado sobre el que echar a rodar lo posible hacia el
devenir sonido.

Una búsqueda acompañada por la pregunta, incierta, sobre las


intensidades que pudieran dominar aquel espacio tiempo. Un
espacio tiempo guionado que empezaría tres veces de modo
casi idéntico, haciendo cita a la película alemana Corre Lola
Corre (de la mano de La lotería en Babilonia). Un espacio tiempo
que lanzaría la búsqueda, incierta, de lo que se contagiara entre
sonidos. Sonidos que, luego de la presentación del teórico y de
una lectura en francés de un fragmento de Blanchot, iniciarían
interfiriendo las palabras hasta transformarse en una base rít-
mica sencilla que invitara a jugar con ellos.

93
Estar en común sin comunidad

Búsqueda incierta que, ante la pregunta guionada de “¿trajeron


objetos para hacer sonar?” quedaría sorprendida por la trans-
formación de un paisaje donde algo se echó a rodar. Sonidos
acompasados emanados de instrumentos en complicidad que,
desde distintos ángulos del aula 14, circularon el espacio sugi-
riendo intensidades, silencios, cortes y combinatorias que in-
vitaban a dejarse llevar. Coordinación de sonidos, de rítmicas,
de compases, atenta a su declive para dar lugar a otro inicio
calcado. Coordinación interpelada, “¿y ahora cómo paramos
todo esto?”.

Nuevamente otra y la misma presentación, seguida de la lec-


tura en francés e interrumpida por sonidos que, esta vuelta,
ya sabían de algunos movimientos posibles. Vuelta final que
terminaría, como despedida, con la versión cumbiada del tema
de los almuerzos de Mirtha Legrand.

Movimientos que olvidaron, al menos por unos instantes, la


pregunta pedagogizante, psicologizante por la finalidad y el
sentido de cualquier acción.

Movimientos que llevaron a que algunos se amarraran a sus


bancos, otras se arrepintieran de no haber traído algo para ha-
cer sonar.

Teórico en el que muchos se entregaron al juego y algunas se


impactaron con el efecto déjà vu. Y alguien se fue.

Y otras disfrutaron de las vibraciones entre complicidades.

Y se vio a uno recorriendo el aula abrazado a una guitarra.

Y un empeine extendido de una estudiante bailarina, descalza.

Un pogo aclamando a Blanchot.

Luces apagadas proyectando “estamos en (grupos) do”.

Una cabellera sacudiéndose, sobre una silla.

Un zurdo marcando graves latidos acompasados.

94
Montajes

Un piano smartphone acompañando.

El sonido de un bandoneón y una armónica.

Alegría, fiesta, repetición, improvisación, guión, vergüenza,


nerviosismo, sorpresa, sin sentido, búsqueda de sentidos, bai-
le, alaridos, trencito, rave, jungla, movimiento, fuerza, danza…

Cuerpos inciertos al devenir sonido.

Verónica Scardamaglia

Un ramo de claveles
¿Qué clase de espanto era ése, al que Agustín había sido
sometido siendo un niño, y que nunca más lograría olvidar?

Que no quisiera hablar de eso, era sólo un modo engañoso que


tenía de creer que, así, aquello no estaba tan presente. Creía
que silenciarlo, evitaba refrescar tanto dolor.

Las marcas las llevaba en la existencia. Cuando era joven, tuvo


su primera internación. Como dicen los psiquiatras, un cua-
dro de excitación psicomotriz, determinó que pasara los mejores
años de su vida encerrado en un manicomio primero y luego
en otro. Más de dos décadas en total.

Se puso violento. Rompió todo lo que encontró a su paso.


Vociferó a los gritos en el medio de la calle que los vecinos
le estaban haciendo brujerías mientras apedreaba las casas.
Corrió sin rumbo gritándole a sus fantasmas terroríficos. Era
alto y muy corpulento. ¿Quién podía con él?

Vivía en los horrores de sus visiones. Ese cruel personaje que le


infringió castigos brutales a él y a sus hermanos, había sido su
padre. Aquel macho que tuvo dos mujeres y una cantidad de
hijos que ni él mismo recordaba.

Las pocas veces que habló de eso, contó que los colgaba como
si fuera a ahorcarlos y les pegaba con un machete. Claro, los

95
Estar en común sin comunidad

descolgaba poco antes de que la falta de aire los hiciera morir


ya que el dolor insoportable pasaba a ser un detalle. Y todo
eso, por haber usado una herramienta sin permiso para jugar
al carpintero.

A pesar de estar ya calmado, su familia le tenía miedo. El en-


cierro era la garantía de que no pusiera otra vez en riesgo la
tranquilidad del hogar.

En el primer hospicio que estuvo, se dejó seducir por una com-


pañera. Se puso de novio, aunque todavía se queja de que ella
no lo dejaba tranquilo: “Quería cojer todo el tiempo, alguna
vez tuve que pedirle que se calme”. Así fue como tuvieron una
bebé. Un par de años después, fue una búsqueda propia de
investigadores la que tuvo que hacer la madre de Agustín para
recuperar a la criatura.

Como la crió su madre, a veces se confunde y dice mi mujer


en vez de mi mamá. No obstante se incomoda cuando se da
cuenta de que ella lo trata como si fuera su esposo.

Pasaron ya como dieciocho años de la recuperación de la niña.

Hoy vive con un compañero en un pueblo distante, a un par de


horas de la casa materna.

Quienes lo rodean, de un momento a otro se convierten en gen-


te que lo perjudica o amenaza. No encuentra paz. Su lengua lo
atestigua. Es un vergel de palabras que no se interrumpen. Su
cuerpo es sede de todas las dolencias que se te puedan ocurrir.
Van turnándose para pasar a ser las más importantes que hay
que atender, casi siempre más de una por vez.

La bestia pasó a formar parte de los pocos prohombres que


Agustín ama. Cada tanto le lleva flores al cementerio, ignoran-
do que ya le entregó su vida en sacrificio como la ofrenda más
colosal.

Mónica Cuschnir

96
Montajes

Paralelas
Habitualmente se desprecian figuras literarias: un relato no
creído es un verso; un engaño, un cuento; una exageración, una
novela; una rareza hablante, un personaje; una niñez que pro-
testa, un actor; un despliegue innecesario, un teatro; un exceso
narrativo, una película.

En teatro, Guillermo Cacace decide llamar realidad paralela a eso


que comunmente se llama “ficción”. De igual peso que la de
quienes están viendo en la platea, ambas realidades ocurren en
simultaneidad. Una realidad paralela que produce algún nivel
de afectación no hacia espectadores, sino con los espectadores.
Deja de lado las ideas de “artificio”, “como sí”, “fingimiento”.
El teatro se celebra entonces como el ritual donde dos realida-
des se encuentran y convergen. Hecho político que demuestra
que la realidad en tanto tal puede ser transformada y, desde
allí, puede transformarse el mundo.

Joaquín Allaria Mena

97
Pensamientos

Juan Carlos De Brasi, pliegue del pensamiento


Inquietud que impulsa, verdad que se trabaja, deseo que se
realiza en la escritura de Juan Carlos De Brasi, el pensamien-
to. Escritura-hélice, su escritura, como él mismo pensó la de
Eduardo Pavlovsky, porque “se mueve moviendo la pasión de
leer”, animando un deseo lector en vuelo (De Brasi, 1997). Formas
de preguntarse y de ser preguntado que se despliegan, dise-
minadas y ramificadas como la misma realidad, en el curso de
su escritura. Pensamiento, experimentación transformadora de
mundos.

Si hay problemática del pensamiento es por lo inagotable de la pre-


gunta que lo habita, por su misterio o por su abismo. Vértigo
pensante de des-pertenecerse. Pensamiento que se arrastra sin ce-
sar en la “desmesura del afecto”, desplegándose (De Brasi, 2015).
Cuerpo-vida que en su diferir impulsa un “lenguaje todavía por
venir”. Real imperceptible que “rehúye las certezas de la percep-
ción y la representación” (De Brasi, 2015). Silencio-música del
lenguaje (De Brasi, 2017).

Como crítica formativa, el movimiento del pensar nos transfor-


ma; transforma un cuerpo que es social, cuya forma específica
de materialidad es la de una complejidad de “infinitos modos
de existencia” (De Brasi, 1988). Hay una decisión en el pensa-
miento que orienta la posición crítica: la que se pregunta por los
modos de diferir de lo social en lo histórico (De Brasi, 1987).
Y si hay tarea crítica, el esquema conceptual de referencia que la
orienta no se tiene previamente ni se aplica, se construye en el
obrar (De Brasi, 1987).

99
Estar en común sin comunidad

Como elucidación, el pensamiento se abre paso en la oscilación


entre lo pensado y lo impensado. Se recupera lo hecho, lo for-
mulado, lo teorizado, pero también y sobre todo lo deshecho y
lo balbuceado, lo olvidado, lo excluido o lo apartado. Hay un
“tiempo crítico a destiempo”, se encuentra lo que “está ahí para
ser pensado nuevamente, sin que por ello sea una ‘novedad’,
sino la interminable materia prima de un sueño eterno, es decir,
preso de la mayor cantidad de tiempos imaginables” (De Brasi,
2001). Materialidad abierta del pensamiento, porque lo que ha sido
pensado tiene la forma de lo inacabado. Y aparece, entonces,
como un “llamado para que un trabajo potencial sea realiza-
do”. Si se hace “coactual lo significativo del pasado” es para
inventar otros posibles en lo porvenir (De Brasi, 2001).

Pensamiento realizativo, para insistir en la necesidad de “aban-


donar definitivamente el artificio jerárquico y excluyente
que se deslizó bajo la separación teoría/práctica” (De Brasi,
2001). Pensamiento irrupción, pura imprevisión que se adelanta
a cualquier voluntad de anticipación. Siempre signado por
una práctica, no sometido a ninguna técnica (De Brasi, 2015).
Pensamiento sutil o realizativo, fuera de toda adjetivación, como
“concepto de un intenso y desplegado acontecer” (De Brasi,
2013), indica la potencia realizativa que se ejerce en el pensa-
miento. Pensamiento “que sólo deviene con sus realizaciones”
(De Brasi, 2017).

Pensamiento, pliegue “indiscernible de la realidad”, “irrupción


de una variedad infinita de pliegues” en una continuidad plega-
da. Lo liso, ilusión de la mirada en medio de una simultaneidad
de pliegues, repliegues y despliegues. Pensamiento, germen de
formas desterminándose (De Brasi, 2015).

Flechas de pensamientos, estelas de una velocidad intensiva,


conformadoras de figuras “generadoras de penumbras alum-
bradoras de lo que se escapa” (De Brasi, 2017). Una flecha que
indica que “cuando se cree haber atrapado un pensamiento, en
realidad ha sido preso en una consigna” (De Brasi, 2017).

Gabriela Cardaci

100
Pensamientos

Clorofila
La máquina civilizatoria opera desgarradura de lo que aspira a
vivir, mordedura la voracidad incontenible de lo que siempre
querrá más a expensas de lo que vive.

Tanto que se pasea impúdica, inimputable, por las orillas del


consenso fundando realidades auto referenciales.

Darse al afán del pensamiento en lo inaceptable del cinismo de


una época.

Pensar como exorcismo de lo arrasado, siembra de una mons-


truosa vitalidad en lo inerte de la muerte cotidiana.

Acaso pensar sea, como gustaba a Tanizaki, elogio de una opa-


cidad insoportable. Sombra que se desmarca de los abalorios
de la representación, toda visión germina una ausencia.

Clinamen en el círculo infernal de la ciclópea mirada. Acaso


pensar sea una lanza sobre el iris de la ambición. Variaciones
de interminables musitaciones, ese murmullo se derrama en
los bordes, contorno ficcional que se dibuja sobre sus pulsa-
ciones, rítmicas inapresables en que las palabras bocetan lo
evanescente de ciertas líneas conjeturales sobre las que jamás
se coagula la certeza de alfabeto alguno.

Marginalia de silencios, escritura en clave de incertidumbre.

Acaso el pensamiento pueda horadar la acumulación de múl-


tiples genocidios encubiertos. Así, sobre una pila de cadáveres
se escribe como quien busca en el surco de la herida, cuerpo de
la letra, gesto que ponga en desmontaje lo dicho.

Escritura incipiente de la ardorosa suspensión, detalles en lo


impensado.

Extensión de lo lumínico, res extensa de lo capturado bajo el


peso del reflejo, allí donde los enunciados declinan las propie-
dades de las disciplinas y ponen a jugar relaciones de poder
cristalizadas en el statu quo.

101
Estar en común sin comunidad

Consenso la luz de una conciencia que se autoerige como faro


de linealidades en que se estrella el ansia de una imposible
navegación.

Incontenible la sal, incansable el vaivén del mar que lame las


estrías en las costas de lo incognoscible.

¿Habremos de esperar el estrabismo del amor como se espera


la lluvia?

Las palabras definitivamente secas caen como cáscaras sin


alma pisoteadas por la costumbre.

¿Alguien escucha su silente llanto?

Morbidez el lugar común al que ninguna primavera arrancó


brotes. La mirada del amor jamás se reúne en simetría alguna.

La operación oftalmológica queda desfondada por sus fuerzas


de arrastre tachando cualquier centro que quiera dibujarse.

La mirada del amor, su extravío, funda con lenguaje nuevo las


preguntas que nos acompañan desde siempre. Las de nacer,
las de morir, las de la amistad, las del miedo. Allí se dan a la
destreza de quien lee urgentes partituras.

Mirada sonora esa que camina las rítmicas siempre cambiantes


del día y coloca los acentos y los silencios justo en el lugar de
la fertilidad.

Inflexiones y desvíos en la imaginación que hecha letras, abre


puertas con la serena algarabía de la mañana. La mirada del
amor deletrea en el imposible decir de lo viviente, pone en la
boca del dolor y del asombro fonemas dulces y salados con
que paladear misterios. Pensar en pos de nacimientos que ur-
gen pensar en el anhelo de lo verde, clorofílica palpitación de
corazones libertarios.

Patricia Mercado

102
Pensamientos

Las palabras
En la casa de sus padres está su anterior vida: la cama, la cam-
pera azul, el carro. A él le gusta tomar mate y decir que el grupo
de los jueves es un lugar para des-internarse. Des-internarse. Un
equipo de Salud Mental toma la potencia de ese término, las
palabras los sacan de los agujeros: la externación inaugura la
tarea, el encierro no termina en la salida, en la ciudad también
se asiste a la vivencia de estar fuera del mundo.

Des-internarse, adentro y afuera.

Ir al C.I.C. (Centro Integrador Comunitario), juntarte con otro


en Liniers para comprar biromes para vender, pelear en el
Juzgado un régimen de visita para ver a tu mamá en lo de tu
hermana, cruzar solo la ruta, eso es des-internarse. Recuperar tu
tijera, empezar a cortar algún pelo en Luján, hablar de cine, sa-
ber lo que cuesta un huevo, probar dulce de arándano, llevar tu
historia clínica donde sea para que te firmen un permiso, recor-
dar las caricias, la boca de Carla, es des-internarse. Pensar por
qué un compañero delira, decir en el grupo que sólo sos esqui-
zo, venir a pintar un mural aunque ya no vivas acá, comprarte
una cuchara y unas medias, venir a anotar compañeros en el
MTC, jugarte a la quiniela un sueño, es des-internarse. Poner a
funcionar tu nombre: firmar contratos, abrir el DNI, el pase, las
historias clínicas en el Hospital Común, elegir ser camarero,
tramitarte la médica de cabecera de PAMI o ProFe, inscribirte
en la facu, el cole, el curso, el Hospital de Día. Preguntarte si
sos hijo de desaparecidos es des-internarse. Ir al cementerio,
viajar a Mar del Plata, arreglarte la radio, no atender tu timbre,
llevarte el gato a la cama, pedir que la visita no mire tus ollas
sucias, discutir con la psicóloga por qué te parece tan burgués
usar crema de enjuague es des-internarse.

Gracias a las palabras. Nos sacan de los agujeros.

Maita Lespiaucq

103
Estar en común sin comunidad

Curadurías, curanderías
¿De qué manera se abren paso políticas de composiciones
singularizantes capaces de falsificar el pasaporte del dolor
—pesado, identificatorio, profundo— para que pueda
desinteriorizarse? Sin diluirlo, ¿cómo alojar la contundencia
de su intensidad, en vez de representarlo en su extensión
argumentativa? Cómo no censurarlo para atenderlo,
escucharlo, quitándole la potestad de lo explicativo. Cómo
preservarlo de las anestesias y a la vez constituir un cuerpo
que pueda alojarlo sin inmolarse, poniéndolo a componer en la
paleta anómala de la ética.

La escucha clínica como curaduría monta el sufrir, el amar y el


partir y al fin andar sin pensamientos, como coordenadas intensi-
vas y expresivas de las oscilaciones vitales.

Las curadurías clínicas se sitúan en el medio de las singula-


ridades y de sus atravesamientos y construcciones. Escriben
en y sobre los matices, los modos en que se constituyen como
propias las producciones subjetivantes colectivas.

Las curadurías clínicas son composiciones expresivas de los


estilos en que cada vida da por propia una producción de sen-
tido a partir de los deseos, los caprichos, lo que insiste, lo que
piensa, los bordes, sus estiramientos, rigideces, las fugas, las
resistencias, las invenciones, las despedidas, lo insoslayable, la
angustia, lo perecedero, las orillas.

Victoria Larrosa

Destruir lo dado
Espera en el gesto indócil. Pensamientos arrojados contra la
carne de las domesticaciones. Esas en que vestidos los hábitos
del Yo, oficiamos las predicaciones de lo posible. Engranajes
giran amanecer y anochecer entre trastos mórbidos, brillantes
reflejos de nada. Pensamientos– distracciones– vociferan en lo

104
Pensamientos

que duerme el letargo de los consensos. Arrancar ensamblajes


en la línea de producción.

Decir ya no en la lengua madre.

¿Cómo pulsar amores con tanto y tanto miedo?

Los cuerpos que deambulan la vida universitaria quizás escu-


chen, a través de las paredes, los golpes a corazón abierto que
presentimientos taquigráficos quisieran contagiar.

Arritmias como pájaros en la inerte máquina cotidiana. Surcos


en la piel de su cándida familiaridad.

Urge destruir lo dado hasta el hartazgo. En la herida alimentar


gérmenes que abriguen amistad.

Deshacer las formas de este desalojo donde crueldades incon-


mensurables retuercen ternuras minuto por minuto.

Tirar una piedra para nacer bastardos en las grietas de sólidas


afirmaciones.

¿Escuchás el vértigo del sueño? Sangre y sangre que llama a


vivir.

¿Qué palabras abrigarán estos golpes? ¿Qué respiraciones le


darán aliento?

Detrás de esta puerta un manojo de expectaciones, un instante


aspira a la consternación de tus pasos que llegados a esta orilla
se hagan golpe en la costra inerte de lo conocido, y en ese de-
rrame brinquen alegrías como caminos.

Patricia Mercado

105
Viralizaciones

Flechas de pensamientos
Que cada uno esté recluido en sí mismo, aislado en su propia
casa, indica que el caracol ha triunfado en el hombre. Que éste
se ha convertido voluntariamente en una baba del universo.

Juan Carlos De Brasi

Un restaurant ucraniano
Muy cerca de mi casa hay un restaurant ucraniano. Hará unos
quince años, o más, que está allí, pero al comienzo me pasaba
desapercibido. Un día lo vi: una esquina, pinta de parrillita,
algo precaria, y afuera, en un caballete –doble pizarrón ne-
gro–, estaban enlistados unos pocos platos habituales, de los
de todos los días, aunque el último había sido anotado en al-
fabeto cirílico, con traducción entre paréntesis: varenike. Me
dio curiosidad, ingresé al lugar. Nada llamativo había adentro,
salvo unos banderines y algún que otro símbolo de Europa
Oriental. Lo atendía una mujer en su mediana edad, rubia,
pálida, mirada melancólica, quizás cansada, que hablaba el
castellano, no del todo. Le dije que me gustaban los varenikes.
Sí, podía servirlos. Tuve que esperar una hora: los preparaba
en el momento. Algo pudimos conversar. Me contó que allá,
en Ucrania, había estudiado para profesora, pero luego del
derrumbe de la Rusia soviética las cosas se habían puesto di-
fíciles, no había trabajo, y todo iba para peor. Entonces puso
un continente entero y un mar grande de por medio, junto a
su familia, hasta llegar a la Argentina. Los varenikes estaban
sabrosos. Luego pasaron varios años, tardé en regresar, y

107
Estar en común sin comunidad

cuando lo hice el lugar estaba remozado, había muchos más


banderines, y cuadros, y cortinados, y más y más platos, ade-
más de un viejo televisor que pasaba videos de canciones y
danzas folklóricas con subtítulos en cirílico. En un lugar así
uno se podía sentir bien, y comer rico. No hace mucho fui a
cenar nuevamente con un amigo mío cuyos abuelos habían ve-
nido de Ucrania en otra época. Ahora el lugar era atendido por
un muchacho en su treintena, tamaño gigante, de esos que se
bastan a sí mismos para detener el avance de un ejército entero.
Bueno, la cuestión es que cenamos, y antes del postre salimos
a la calle un rato –noche porteña, cálida, alguna garúa– para
que yo fumara un cigarrillo, y también el dueño salió a hacer
lo mismo. Charlamos con él y mi amigo mencionó las ciuda-
des de proveniencia de su familia. El hombre las ubicó rápi-
damente, y también nosotros, como si estuviéramos todos, en
ese mismo momento, en un aula de la escuela secundaria, ante
uno de esos mapas de tela agrietada que solían desplegarse en
el pizarrón en las clases de geografía. La conversación derivó
hacia la Segunda Guerra Mundial, los avances y retrocesos de
la línea del frente de guerra, en fin, cosas de las que les gusta
hablar a los hombres. Le pregunté por aquella mujer rubia y
pálida que yo había visto allí tantos años antes. Me respondió
que era su madre, pero que ya no estaba más, había ascendido
a un mundo mejor. Reingresamos al restaurant, y entonces el
hombre sacó el video de danzas del televisor y puso otro muy
distinto. Era el desfile de la victoria rusa sobre los ejércitos
alemanes una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial. Mes
de junio del año 1945. El video duró como hora y media, y al
dueño le importó un comino que hubiera otros comensales –el
lugar estaba lleno–. Uno tras otro, frente al Kremlin, fueron
desfilando cuerpos y cuerpos del ejército soviético, y de cada
uno de ellos se desprendían soldados –muchachos– que iban
arrojando al piso los estandartes con esvástica arrebatados a
los ejércitos nazis tras su rendición, hasta formar una enorme
pila de basura. El dueño del lugar no dejó de aclararnos que los
ejércitos soviéticos habían capturado 34 estandartes nazis, en
tanto las fuerzas occidentales sólo lo habían hecho con 16. Fui
tomado por un íntimo regocijo al ver caer esas insignias al piso,

108
Viralizaciones

por más que en el balcón del Kremlin estuviera Stalin, a quien


mejor perder que encontrar. Fue una buena noche, y si alguna
vez ustedes se pasan por allí, recuerden a esa mujer rubia que
trajo a su familia a este país, como tantos otros hombres y mu-
jeres extranjeros que quisieron habitar suelo argentino, según
se lee en el preámbulo de la Constitución Nacional. Todos ellos
dejaron tantas cosas aquí: palabras, costumbres, ideas, estilos,
y comida de la mejor.

Christian Ferrer

Mur(muros) de facebook
Hola, soy una no-nacida indefensa de esas que tanto te preocu-
pan, por favor no recortes el presupuesto de Ciencia y Técnica.
| Justo tenía que votar por el futuro de la humanidad pero
me coincide con pilates. | Mejor dividamos Nordelta según
procedencia de dinero ilícito. | La única teoría del derrame
que se comprobó hasta ahora es la del cianuro. | Paren con
el pesimismo sobre el mini Davos, hay que aprender a soltar
los recursos naturales. Si no vuelven es porque nunca nos qui-
sieron. | Inseguridad es ser trabajadorxs en un gobierno de
empresarios. | Más aburrido que ser troll de Binner. | Están
echando trabajadorxs del Ministerio de Educación en este mo-
mento y al mismo tiempo enseñando a contratar mucamas. Se
me hace que hay alguna conexión. | Listo ya podemos entrar a
La Biela, ahora me falta un trabajo para poder pagar el café. Al
que no le gusta que se ponga una papa en la boca, contrate 2
millones de trolls, compre todos los medios, reciba ayuda de la
CIA, de la OTAN, de la asociación de amigos del Tai Chi y gane
las elecciones. | Hola, ¿no me dejas pasar a la Casa Rosada con
este cuchillo que se me perdió un Pokemon? | Sigan jodiendo
con quitar derechos que un día nos vamos a cansar de postear.
| M´hijo el troll. | La historia se repite primero como tragedia
luego como editorial de La Nazion. | Renuncia Peter, hay que
aprender a soltar. | La lucha de pymes es el motor de la his-
toria. Karl Massa. | Estoy haciendo un panel de energía solar
con la tapa de un yogurt, no vaya a ser que con mi despilfarro

109
Estar en común sin comunidad

le quite el abrigo a los descamisados de Nordelta. | Awada


estaba por liberar esclavos pero le dio miedo angustiarlos. |
Estoy escondiendo el Casancrem abajo del colchón por si me
entran a robar. | Ando respirando re tranca, me inscribí en el
curso El arte de evadir. | Estos son mis principios, si no llego a
los 100 likes, tengo otros. | Es fácil. Compras deuda de un país
en default, armás un Partido, ganás las elecciones y te pagás a
vos mismo. Estoy harta de las personas tóxicas. | Me anda mal
el celu, suspensiones y despidos por inbox. | No tenía la plata
afuera, en realidad todo está en nuestro interior, es cuestión de
verlo. | El primer paso para dejar de evadir impuestos es acep-
tarlo. | Organizaciones sin fines de locro. | El ajuste es eso que
pasa mientras se habla de corrupción. John Menem. | Nace el
fuero penal virtual: si no posteas sobre algo rige la presunción
de complicidad. | Me llegó la factura de luz: me doy cuenta
que no era tan grave el mal de amores, Edesur te hace replan-
tearte la vida. | Hay un país en el mundo donde evasores persi-
guen a manteros. | Tranquis, estamos gestionando un paraíso
fiscal en Punta Indio para monotributistas. | Queremos que
hable Panamá Ferreira y haga su descargo. | Cambio climático
mundial: pedimos deuda acá y la lluvia de inversiones va para
Panamá. Es la corriente Los niños del Newman | Recién hecho
el check-in con la sube para ir a Munro. | En el 152 estamos
aprovechando para usar luz, leemos y nos cortamos las uñas.
| El GCBA organiza “La noche de los despidos”, gratis. Tours
por las dependencias estatales.

Lucía Cavallero

Arte de los medios


(Fragmento extraído de la Introducción al libro El deseo nace del
derrumbe, de Roberto Jacoby)

Varios autores han señalado que, desde los primeros años 60,
la vanguardia argentina –en coincidencia con lo que ocurre en
otras partes del mundo– abandona drásticamente los formatos
artísticos convencionales, y pasa a explorar ambientaciones,

110
Viralizaciones

happenings y acciones que, al concentrar el interés ya no en el


objeto sino en los conceptos y en los procesos, redundan en la
progresiva desmaterialización de la obra. Es Masotta el que en
1967, al pensar el devenir del arte y la comunicación contem-
poráneos, propone esa noción, que retoma del constructivista
ruso El Lissitski.

Quizás la experiencia de desmaterialización más radical den-


tro de la vanguardia argentina haya sido la propuesta por el
grupo Arte de los Medios de Comunicación de Masas, que
existe como tal durante poco más de un año. El grupo exploró
también la capacidad de los medios masivos de comunicación
de ambientar y de construir acontecimientos. Retomaba, aun-
que de modo más reflexivo y sistemático, la huella del artista
Alberto Greco y las campañas autopromocionales que lanzaba
cada vez que regresó a Buenos Aires a principios de los años
60, luego de pasar largas temporadas en Europa o Brasil. (…)
A diferencia del arte pop, estas experiencias no solo apelaban a
los códigos, al lenguaje y a la materialidad de la cultura masiva
y la industria cultural, sino que fundamentalmente instalaban
sus realizaciones en los mismos circuitos masivos. La obra
fundacional del grupo Arte de los Medios, el Antihappening,
también conocida como “Happening de la participación to-
tal” o “Happening del jabalí difunto”, consistió en la puesta
en circulación en los medios gráficos de una noticia fraguada:
la realización de un happening que nunca había sucedido. A
partir de una gacetilla de prensa falsa, fotos de prensa trucadas
y complicidades varias, los artistas lograron que numerosos
diarios y revistas publicaran la noticia proporcionándole enti-
dad. Al mismo tiempo, dieron a conocer un manifiesto donde
señalaban que, en la sociedad de masas, el público se informa
a través de los medios masivos y, por lo tanto, más que los
hechos artísticos en sí, “importa la imagen que (de ellos) cons-
truye el medio de comunicación. […] En el modo de transmi-
tir la información, en el modo de ‘realizar´ el acontecimiento
inexistente que del mismo suceso haga cada emisor, aparecerá
el sentido de la obra”.

111
Estar en común sin comunidad

El Arte de los Medios se propone entonces “constituir la obra


en el interior de dichos medios” manipulados por los artistas
(cuya reminiscencia epocal más precisa es la imagen del ar-
tista instalado en la torre de control que propuso el teórico y
agitador canadiense Marshall McLuhan). A partir de este ex-
perimento, Roberto Jacoby (integrante del grupo de Arte de
los Medios) imagina la politicidad radical del arte del futuro
concretada en objetos “cuya materia no sea física sino social”
y cuya forma esté constituida por “transformaciones siste-
máticas de estructuras de comunicación”. Señala al respecto
Oscar Masotta: “Nos excitaba la idea de una actividad artística
puesta en los ´medios´ y no en las cosas, en la información so-
bre los acontecimientos y no en los acontecimientos”. Se abría
la potencial diseminación de mensajes (artísticos, culturales
y también políticos) en circuitos comunicacionales masivos,
cuya materialidad aparecía como “susceptible de ser elaborada
estéticamente”, escribe Jacoby. Y también políticamente, como
observa Masotta: “las obras de comunicación masivas son sus-
ceptibles –y esto a raíz de su propio concepto y de su propia
estructura– de recibir contenidos políticos, quiero decir, de
izquierda, realmente convulsivos, capaces realmente de fundir
la ‘praxis revolucionaria’ con la ‘praxis estética’”.

Ana Longoni

De marca, porque son mejores


Fue el comentario después de veinte días en terapia intensiva
a punto de morirse.

Un día, los médicos dijeron: “No hace falta que vengan todos
los días, dos veces por día”. Eran las únicas dos horas de visita
y los momentos en que daban el informe de cómo seguía el pa-
ciente y siempre alguien estaba allí, el acompañante terapéuti-
co, la enfermera o algún psicólogo del equipo. Le hablaban y lo
tocaban aunque, supuestamente, él no se enterara.

112
Viralizaciones

Tres veces tuvieron que operarlo. Las chicas ya se habían co-


municado con la curaduría para ir pensando en un velorio
digno. En el manicomio, no existen los velorios. Sólo se da de
baja una historia clínica. Y los compañeros y conocidos, que se
arreglen con la tristeza y con las desapariciones. Por supuesto
que en la curaduría tampoco importan esas formalidades.

¡Increíble! ¡Resucitó!

Quién iba a decir que tuviera la fortaleza para salir de ésa. Poco
tiempo antes, la filosofía lo había interpelado: se preguntaba
por el sentido de la vida.

Ahora, comenzaba a ser el Palito de siempre. Pedía, exigía,


daba indicaciones.

También volvía a hacerse preguntas:

¿Por qué será que cuando alguien me trata bien, me pongo


paranoico?

¿Qué quiere decir que te ponés paranoico?

Que me dan ganas de rajar.

Volvía a tener la ropa sucia. A preocuparse por su gato, que


había quedado dueño de casa, hasta que Palito volviera.

Ahora proyectaba saludar al vecino. Sentarse en el patio a to-


mar mate. Volvía a pedir el LCD, HD, 32 pulgadas, el ipod,
el ipad, el iphone, la notebook, facebook, wifi; aunque casi no
supiera qué era todo eso. Y de marca, porque son mejores.

Estaba mejor. Quería volverse más sociable. Le dijo a Emiliano


que iba a demandar menos.

A la persona que lo ayudaba en la casa le indicó que viniera


una vez por semana en vez de dos porque “todo bien”, pero
no sabía ya de qué hablar y además no le iba a alcanzar la plata
para sus gustos.

113
Estar en común sin comunidad

Sigue preocupado por la catalepsia. Pide que cuando se muera


lo cremen.

Mónica Cuschnir

Propagaciones
¿Propagaciones desordenadas que amenazan lo esperable
o diseños del mercado de las comunicaciones? ¿Iniciativas
veloces, inesperadas, rapaces que crean nuevos posibles?
¿Sutilezas de formas de control vigentes? ¿Sensibilidades
sobreestimuladas y aturdidas? ¿Cuerpos habilitados a otras
vías de experimentación? ¿Es el de la información el nuevo
régimen que viene a suplantar al neoliberalismo o sólo se
emplaza en él? Revueltas que se organizan por Facebook,
militancias virtuales que no pisan la calle, hackeos que
amenazan a corporaciones económicas-militares-mediáticas,
tramas comunicacionales alternativas, espectacularización de
la vida, redes de solidaridades, sistemas de espionaje, cultura
selfie, democratización de la difusión, exacerbaciones yóicas,
creaciones insólitas, estrategias de marketing, aventuras ama-
torias, registros estadísticos, autogestión del control, manipu-
laciones informativas. Amistades a kilómetros de distancia;
estafas y traiciones a kilómetros de distancia. ¿Qué apariciones
y desapariciones, conexiones-desconexiones, efervescencias y
ensimismamientos, sujeciones y desujeciones se proyectan a
través de pantallas táctiles, botones, audífonos, teclados, cá-
maras ensambladas a la carne hablante? ¿Distopía inesperada
o la predecible trama de una película de ciencia ficción de los
´80s? A la historia de la creación de internet, aplicado como
tecnología militar, se le sobrepone una ética hacker que sos-
tiene que, en un mundo menos injusto, la información debería
ser de acceso irrestricto para todxs. ¿“No se trata de temer o de
esperar, sino de buscar nuevas armas”? ¿Introducir anomalías
en la Matrix? Nadie sabe lo que puede un grupo de WhatsApp.

Mariano Fiumara

114
Ensoñaciones

Flechas de pensamientos
Se dice que pensar, soñar, poetizar, imaginar, son cosas inúti-
les. Sin embargo, recuerdo que me he preguntado, ¿cuál es la
utilidad de un arado en un departamento? O ¿cuál será la utili-
dad de un automóvil en un trasbordador espacial?

Juan Carlos De Brasi

Materia sensible
Las filosofías diurnas precisan asegurarse que no están soñan-
do mientras están pensando. Como si el ensueño fuese engaño.
Justo lo contrario de quienes sin filosofía alguna, soportan el
día y sólo de noche sueñan. Otra es la experiencia de la enso-
ñación sobre la que León Rozitchner nos habla en sus últimos
escritos. Este ensueño es, ante todo, un sentido vivo de lo vivo
que prolonga lo más propio en el mundo: la infancia en la adul-
tez, lo femenino en lo masculino, lo materno en lo social, la
fuerza de resistencia en lo histórico político.

Lo ensoñado no es un estado del sujeto sino una materia sen-


sualizada, cargada de potencialidades, inmediatamente co-
lectiva. Cuando observamos los primeros días de la vida de
un humano, es muy obvio que no nace individuo recortado sino
cuerpo inmediatamente sensible a la materia sensible humana.

Hay una entera lógica del sentido en esta transindividualidad.


Una lógica afectiva capaz de comunicar sensaciones, antes
incluso de acceder al lenguaje hablado y a aquello que llama-
mos conciencia. Y no es posible actualizar algo de este sentido

115
Estar en común sin comunidad

primero, sin presentir un enfrentamiento en la cultura. Porque


el orden económico, comunicacional y jurídico al que nos
incorporamos –más que orden, maquinaria– responde a una
determinada modalidad de producir forma humana, orientada
por eso que Marx llamaba Capital, no como cosa sino como
relación social. Demasiado tempranamente nos adentraremos
en ese orden y demasiado interés existe en que, con ese ac-
ceso, olvidemos lo que en nosotros hay de fuerza resistente.
Rozitchner leía en esta clave al Edipo freudiano (contra el
lacaniano).

Marx y Freud para pensar contra la sociedad burguesa, para


desarmar la doble distancia que ella instaura en nosotros. La
distancia histórico-objetiva de las clases sociales. La distancia
interior-subjetiva como límite interno en cada quien.

No hay dominación social sin interiorización del terror como


miedo y angustia. La distancia como límite define un tipo de
individuación en la que la potencia de cada cuerpo no tiene
cómo prolongarse en la de los demás. Y sin esta experiencia,
ningún saber alcanza su poder insurgente. Hay saberes en la
cabeza, técnica y académica, siempre cortados de un funda-
mento diferente, lo que responde perfectamente bien al ideal
del emprendedor con que nos interpela la sociedad neoliberal.
Empresa y finanzas no son nada sin ese grosero vitalismo del
entusiasmo en el que el Individuo se produce a sí mismo sepa-
rado de la trama común en la que su potencia se elabora. Sin
esa fiesta de las micropolíticas coloniales.

Enfrentando a este estado de cosas, León Rozitchner buscaba


un nuevo modo de pensar lo material (en dirección opuesta
a un racionalismo cartesiano, a un moralismo cristiano, a un
progresismo económico). Trataba de evitar, me parece, que el
fracaso geopolítico de las izquierdas de las últimas décadas
terminase con todo posible vital. Su materialismo, por tanto,
no podía repetir al materialismo “histórico” o al “dialéctico”,
ni siquiera al “aleatorio” o al “especulativo”. Con la palabra
ENSOÑACIÓN pretendía, tal vez, superar esas distancias que
nos constituyen y que abren una brecha infinita entre la histo-

116
Ensoñaciones

ria histórica e inmutable y el modo en que cada quien busca


un acceso personal a ella. Buscaba, acaso, una experiencia real
(objetiva-subjetiva) de la historia. De modo que “ensoñación”
remite a un deseo de afirmar un contrapoder activo, es decir,
a elaborar el miedo –en última instancia el terror– que el pen-
samiento experimenta cuando trabaja separado de las fuerzas
colectivas que podrían permitirle ir más allá. Hay en todo esto
un redescubrimiento del carácter estratégico del conatus spi-
noziano y una tentativa de recomponer fuerzas en un período
de derrotas.

Diego Sztulwark

Deambular, ensoñar
Hay un estado en el que se entiende todo. No se explica, pero
se entiende. Hay un momento preciso cuando se lucha de ver-
dad, no se declama, no se explica, no se postea; se lucha de
verdad. Atravesar el mundo entero o la plaza Miserere para
ciertas vidas es exactamente lo mismo.

Ensoñar y deambular son exactamente lo mismo. Son “cosas”


que enfrentan la derrota, pero también la victoria. León, como
Brian, Lily, Mercedes, Patricio y Abdoulave viajaron la vida
entera para poder estar ahí, ahora, en ese lugar. En la recova
de Jujuy, en un aula de psicología, en la avenida Rivadavia,
en el Borda, en la feria de Don Orione, se entrelazan ensoñar y
deambular, mutan los sentidos, todo se vende, todo se defien-
de y amor se dice “arrancar”.

Deambular es un delirio que estructura ideología y sin duda


alguna se llega con otra plenitud distinta con la que se salió…
lo mismo que ensoñar.

Las ideas son fáciles pero de una construcción riesgosa.

Para resistir genuinamente es necesario morir política e in-


telectualmente y no quedar atado a apelaciones nostálgicas,
explicaciones absurdas y artificios morales. Morir como gesto:

117
Estar en común sin comunidad

soltar el cuerpo político. León, el enano stripper o una canción


hablan más de la vida, la resistencia y el aguante que cualquier
saber oficial.

Un pensamiento que se ocupa de evitar equivocaciones, dice


verdades que no producen nada; ideas indignas, ingratas de
ser pensadas.

Deambular y ensoñar (viaje, fiesta y consumo) para liberarse


de verdades infames, caretas y pretensiosas; para tentar suerte
con cosas más piolas, fiesteras y promiscuas del pensamiento y
la vida. Viaje, fiesta y consumo (deambular y ensoñar) regocijo
de haber llegado ahí donde se está.

Diego Valeriano

Runfleríos ensoñados
Materialismo ensoñado, lo más opuesto a la concepción empiris-
ta de materialismo, el más denso de todo materialismo imagi-
nable, con un soporte que está en contradicción con la materia
contundente. Ensoñamiento en tanto fundamento del pensa-
miento. Pensamiento soportado en las significaciones que cir-
culan en las palabras. Palabras soportadas por el ensoñamiento
en tanto que materia que sostiene el sentido de los signos.

Así presentaba Horacio González el libro Materialismo ensoña-


do: “León inventó un lenguaje filosófico (...) toda la filosofía
que escribió, aún la más politizada que le conocimos, trataba
exclusivamente de gestar en la urdimbre de la lengua la re-
producción de ese momento expropiado que algunos pensaron
como el inconsciente colectivo de la humanidad, y él admitió
considerarlo bajo el signo de una maternidad que (...) hacía de
la materia del mundo un sueño sin soñador, una gracia asequi-
ble como infinito don compartido, pero –he allí su esfuerzo, su
militancia–, amenazado por la otra lengua que la humanidad
dispone. La del terror”.

118
Ensoñaciones

Escribe sobre ese mismo libro Diego Sztulwark: “Avanza so-


bre la filosofía política que se deriva de ese regocijo primero
y que se prolonga como lucha necesaria por imponer nuevos
sentidos al mundo o bien abandonarse a un sometimiento alu-
cinado”. Una escritura rugiente donde “el registro filosófico se
entremezcla con el impulso poético de la palabra y la radica-
lización de un rigor de los afectos”. Extraño parentesco entre
vidas runflas y ensoñaciones en tanto que se ven amenazadas por
el terror y le imponen nuevos sentidos. Runfleríos ensoñados
que encuentran modos de arremeter contra terrores y sentidos.

La vida runfla como eso que opera y le hace de tope a lo in-


telectual. Lo intelectual en tanto armado/armadura que busca
saber sobre un estar en común con sentido, sin terror y bajo
ciertos dominios.

La vida runfla como composición que estalla las categorías que


buscan atraparla, analizarla, contenerla, explicarla. Muestra
modos de estar, estando. Modos de vivir, viviendo. Modos de
existir, existiendo. “Lo runfla viaja, consume, vende y se enfiesta”
plantea Diego Valeriano en el seminario Estar en común sin
comunidad.

“El sujeto en la política son los territorios (…) territorios que ofrecen
signos que la lectura política identitaria no te da (…) Uno de esos
signos es lo runfla”, sostiene en el seminario Diego Sztulwark.

Vida runfla que interpela y pone en evidencia qué es lo que


nos animamos a pensar, y que sitúa mucho de aquello que no
podemos pensar.

Modos crudos que recuerdan lo absurdo del vivir por vivir,


desear por desear, escribir por escribir.

Modos que desafían la permanencia, la pertenencia, la persis-


tencia. El orden, el deseo, el destino. Modos que saben que lo
que cuenta es lo que ¡ay!

Verónica Scardamaglia

119
Estar en común sin comunidad

Elementales
“…estar satisfecho de todo, no posee el hechizo de una buena
lucha contra la desventura, ni el pintoresquismo del combate
contra la tentación o contra una pasión fatal o una duda. La feli-
cidad nunca tiene grandeza” (Huxley, 1932).

La más profunda anomalía anímica, es el cuerpo... y la carne,


toda otra cosa no existe como tal.

Por tanto la psicosis, la anomalía anímica, el impulso y el flujo, es


cuerpo. Lo que enloquece.

No existen los grupos, existen contingencias, existen encuentros


y existen desencuentros, otros y sí mismos… “soldados (unidos),
por el instante” (Gustave Le Bon).

Qué error decir el capital. Hay producción. Desvaneciendo


lo producido, el hecho, el acontecimiento, la propiedad. Hay
CAPITAL:

Energía... Magnitud... por ahora no mensurable, de todas las tenden-


cias que se relacionan con lo que sintetiza la palabra amor, con
todo lo que puede sintetizarse como amor, cuyo nódulo se halla cons-
tituido, naturalmente, por lo que en general se designa con tal palabra
y es cantado por los poetas, lo que comúnmente llamamos así... el amor
sexual.

Nada para hacer con los grupos.

Hay CAPITAL:

Expresión tomada de la teoría de la afectividad…

Colectivo, Social... impropio... como el alma.

Hay la belleza de la guerra y la locura esperanzadora.

No hay algo que decir, hay decir, enunciar, interrogar. No hay


respuesta. No hay posibilidad de Nostalgia.

La clínica es psicodrama por antonomasia.

120
Ensoñaciones

“...el pensamiento corre... el cuerpo baila... la voz, llega y escapa…”


(Miguel Abuelo)

“...y sobre todo... mirar con inocencia... como si no pasara nada… lo


cual es cierto…” (Pizarnik)

En la DESCOMPOSICION, la vida queda evidenciada, como pro-


ceso de demolición, el pensamiento... como proceso devastador.

Para qué pensar... en tiempos de indigencia... de penuria...de lo-


cura. Como el alma, toda enfermedad es social… injusticia social.

DESMANICOMIALIZACION: eufemismo cínico e hipócrita.


El encierro, la desigualdad, la marginación, y la violencia tienen
nombre y apellido.

Ni patria, ni familia, ni analistas... se escucha en todos lados.

La propiedad fue, y están siendo abolida desde hace tiempo por


la producción social del Capital

(Bernad Marx)

Algo trivial...

¿Es que el trabajo asalariado crea propiedad? De ninguna manera. Crea


capital.

Un producto colectivo; no puede ser puesto en movimiento sino


por los esfuerzos combinados de todos (no muchos) los miem-
bros de la sociedad

Capital: no es, pues, una fuerza personal; sino una fuerza social.

Cuando es independiente y personal, el individuo es privado de


personalidad.

“¡Estáis sobrecogidos de horror porque queremos abolir la pro-


piedad! La propiedad privada está abolida para las nueve déci-
mas partes” (Marx y Engels, 1884).

Eduardo Cossi

121
Estar en común sin comunidad

Desmanicomialización
(Texto leído a dos voces en la no presentación del libro del
Frente de Artistas del Borda: “Manifiesto Basura. Estallidos de
un discurso desmanicomializador”).

Desmanicomialización hoy te voy a desnudar.

Te voy a sacar todo lo que tengas puesto.

Sacate la ropa, salí del closet, listo te voy a incomodar.

Sos tan difícil de pronunciar, difícil de pensar, de hacer.

Me la imposibilitas desmanicomialización.

Te voy a hacer pelota, a ver si así te encuentro,

una pelota tengo que traer para pensarte.

Te doy forma, porque me fragilizas el habla,

y titubeo en cada sílaba que intento pronunciar.

A ver, ¡decila!

Desmanicomialización

No, no vale, te la sabes de memoria,

¡más lento! Por sílabas, más pensado. Sentila.

des ma ni co mi a li za ción

Se te traba la cara, decila de nuevo mas tranqui, pensado.

Des ma ni co mi a li za ción

Pronunciar desmanicomialización, te entrena,

Te llama para producirte, te convoca para hacer,

Todo empieza por el mantra, decirla:

…………………………………………….

122
Ensoñaciones

Te ritualizo y te invoco.

Cantala dale, sentila, mas ritmo, armonioso, con la cade-


ra, dale encontrale el

swing.

Ahí va…

¡Pará! Desmanicomialización, ¿sos mujer?

¿Dónde naciste?

¿Tenés hermanos?

¿A dónde vas?

Me perdés, te pierdo. ¿Qué haces?

Dale desmanicomialización, dejá de delirarme.

Pará, pará. ¿Qué es la desmanicomialización?

No al manicomio.

Boluda es una pelota, pica, la pasás, es redonda.

Me atrae la dificultad: ¿desmanicomialización jugás a la


escondida?

¿Te encuentro en el parque? ¿Cuál es el sonido de tu risa?

¿En qué pensas? ¿Te gusta el helado?

Yo una vez me la crucé, andaba con un amigo,

Iban a ir al circo y no los dejaron salir, se falsificaron un


permiso y la pasaron

joya.

Desmanicomialización ruge en tu canto una desolación.

¿Qué es la desmanicomialización?

123
Estar en común sin comunidad

No al manicomio

¿des manicomio?

No, NO al manicomio.

¡Pará! ¿Qué es el manicomio?

Boluda, la institución esa de locos, que están ahí, cami-


nan, fuman, los medican:

¡el loquero!

Lleno de zombies, cuerpos vacíos, ¿no los viste?

Están por ahí, se babean, piden, hacen sombra:

Ahhh ya entiendo: los grupos, los guetos, el under,

¿el FAB? Puede ser...

¿El amor? –y si te goza sí. Ahh…

Y la familia, la escuela, la militancia, el trabajo, ser al-


guien, tu esclavitud, tu identidad…

La terrible referencia de ser uno mismo, siempre igual.

¿Manicomio?

La muerte civil,

la ignorancia social,

quedarte solo,

no poder gritar cuánto lo querés,

no poder percibir,

no poderte nombrar,

llorarte en silencio, sin hacer ni un ruidito.

124
Ensoñaciones

Morirte y que no se entere nadie, que no le importe a


nadie.

Cortarme porque no puedo hablar, y que fluya mi rojo


dolor por donde pueda.

MANICOMIO ES NO DEJAR QUE EL OTRO EFECTÚE


SU POTENCIA,

ES EJERCER PODER SOBRE OTROS CUERPOS.

MANICOMIO ES CONSUMIR PARA CALLAR.

MANICOMIO ES HABLAR POR OTROS.

MANICOMIO ES ESPERAR QUE CAMBIE,

MANICOMIO ES NEGARTE,

MANICOMIO ES TOMAR PARA OLVIDAR,

ES NO SENTIR PARA QUE NO DUELA,

ES ANESTESIARTE PARA QUE TODO DE IGUAL.

¡Y DUELE!

La desmanicomialización es con dolor, color, olor, ful-


gor, amor…

Volvamos a la pelota:

La desmanicomialización pica porque no encaja

Y tiene la forma del mundo

Y nace en el dolor del manicomio

¿O no me van a decir que hacerse el loco no es el grito de


la moda new age?

Re posta, re under, re vanguardia artística que te inter-


nen alguna vez, ¿no?

125
Estar en común sin comunidad

Re copado tomar pasti, ¿no? ¡Puro amor!

NO

Ser considerado loco duele, duele tener la percepción


ampliada, duele que el placer desborde de los límites de
lo aceptado socialmente

duele ver un mundo distinto al común de la gente, due-


le la paranoia continua de que te la hacen o te la van a
hacer,

poder decir solo mi nombre duele, morder como forma


de relación duele, la medicación duele, hacerme pis enci-
ma y tener mal olor duele, el dolor sin borde, solo, duele.

UN MAR DE DOLOR, UN OCEANO DE DOLOR,

LA FAMILIA INGALS Y SUPERMAN DE DOLOR,

Y CRIPTONITA DE DOLOR,

Y LOS PLANETAS DE DOLOR,

Y TODOS LOS JARDINES DE INFANTES DUELEN,

Y EL OSITO TEDY CUANDO SOS CHIQUITO Y TE


MIRA PATETICAMENTE DUELE,

LOS PARCHIS DUELEN, ¿ENTENDÉS?

VIVO Y DUELE – VIVO Y DUELE – VIVO Y DUELE.

¿Entonces qué es la desmanicomialización?

La exigencia de pensar que lo existente no agota lo


posible,

La exigencia de pensar que lo existente no agota lo


posible,

La exigencia de pensar que lo existente no agota lo


posible,

126
Ensoñaciones

Lo existente no agota lo posible,

Lo existente no agota lo posible,

Lo existente no agota lo posible…

Para el mundo lo que es del mundo

127
Autoayudas

Elogio de la orfandad
Están los que se ligan con alguien funcional a su aprendizaje.
He ahí los alumnos. Están los que siguen a una obra, a través
de una persona. He ahí los discípulos. Están los que responden
hipnóticamente a la cárcel afectiva e intelectual que les tiene
destinada su líder. He ahí los prisioneros. Están los que fueron
unidos casualmente a un prejuicio. He ahí los rehenes. No están
en ninguno de esos lugares los que son huérfanos en libertad.

Juan Carlos De Brasi

Cioran
La obra de Emil Cioran puede ser leída como un muestrario de
reflexiones pesimistas: el sinsentido de la vida, la inevitabilidad
de la muerte, la insuficiencia de amor, son algunas de sus
preocupaciones. Sin embargo, en los intersticios de lo mostrado,
palpita una insistencia desesperada. Como un pez que boquea
fuera del agua. Cioran insiste en su intento de respirar en un
mundo contaminado por el humo autoayudístico que emanan
las chimeneas de las fábricas de ideales capitalistas.

Escribe en En las cimas de la desesperación (1936): “Pretendéis


que la desesperación y la agonía sólo son preliminares, que
el ideal consiste en superarlas (…) Pensáis que la alegría es la
única salvación, y despreciáis todo lo demás”. Si las autoayu-
das venden recetas para la felicidad al alcance de todos, Cioran
busca despegarse el engrudo que liga existencia y bienestar.

129
Estar en común sin comunidad

Cioran reniega de la idea de vida como bien aprovechable.


Reivindica el derecho a la inutilidad. Conversa al respecto
con Fernando Savater (1977): “Desde siempre, mi sueño ha
sido ser inútil e inutilizable”. Las autoayudas sostienen y se
sostienen en la lógica de la utilidad; Cioran sueña un devenir
inutilizable como astucia posible para eludir los radares de la
productividad.

En Cioran, Manual de Autoayuda (2014), Alberto Domínguez


sugiere su libro como una alternativa a los miles de libros de
autoayuda ofrecidos en el mercado editorial. Anota: “Quise
romper una lanza en favor de la tristeza y reivindicar el de-
recho a ser infeliz”. No interesan las figuras del derrotado, el
pesimista, el desdichado como refugios identitarios para las
almas sensibles que no se acomodan a las propuestas del ca-
pitalismo mainstream. Interesa, tal vez, rescatar a Cioran como
negación vivificante que discute con la tiranía de la felicidad.

Luciano Neiman

Individualismo de masas
Celebra la vida dicen los optimistas del pop, y todos los días, agre-
gan mientras sonríen sus rostros afamados en publicidades de
la mercadotecnia. Los coros asienten con aparente automatismo
e inercia sonora: soy feliz, soy feliz, vamos que la vida es una fiesta.
No se trata de juzgar ni de moralizar a aquellos que, desde su
positivismo, se configuran una vida en la que la creencia en la
felicidad es posible, aunque esa expresión no roce su dimensión
política. La búsqueda de la felicidad desde una perspectiva del
bien común no podría eludir, dice Aristóteles, las vicisitudes de la
vida política. Las consignas de la autoayuda, sin embargo, lejos de
cualquier tradición intelectual consagran su pseudo linaje al mun-
do empresarial, dónde el denominado bien común se transforma
en el dominio a través de los Bienes y del rendimiento.

Protestar por esta realidad que nos parece incómoda, injusta, zon-
za, no nos resulta pertinente. Sí nos preocupa repensar el lugar

130
Autoayudas

del psicólogo ante la emergencia inédita de técnicas individuales


que se ofrecen como fórmulas para conseguir, gestionar, alcanzar
la felicidad. Técnicas coach, difundidas por libros o por gurúes
que anudan el malestar de una cultura a supuestas soluciones,
haciendo que lo enigmático, fundamento de todo abordaje que
requiera una mínima pregunta, carezca de validez. Dice Marcelo
Percia (2013): “Un enigma admite respuestas pero no tiene solu-
ción. No es descifrado ni resuelto, es abismo y misterio”.

Un psicólogo no es un pedagogo de las conciencias, ni un conseje-


ro sentimental, ni un pastor de las normas, ni un juez de la moral.
¿Qué es, o mejor dicho, que hace en su devenir? Un psicólogo no
domestica las almas, ni entrena a los incorrectos, ni coarta pen-
samientos y sentimientos por anormales que parezcan ¿Cuál es
entonces su tarea? Un psicólogo opera desde el saber y también
desde el enigma. Finalmente, ¿cuál es su responsabilidad frente
al tono de una época que enaltece la vida propia, el sí mismo, el
juicio del yo?

Las canciones lanzan frases optimistas en las radios de la ciudad,


en el radio de la ciudad. Ciudad que a diario suspira agonías,
tose dolores, escupe violencia, también vidas, sonrisas y ternu-
ras. Los medios de comunicación así lo afirman, en los bares,
en la universidad, en internet. A la medicalización de la vida
cotidiana se le ha sumado su inédita mediatización. La conjun-
ción autoayuda/rendimiento empresarial y difusión mediática
masiva, no parece ser fruto de la casualidad ni del azar.

Sebastián Salmún

Dícese de la autoayuda
f. at. pers. p. us. / rel. ceder poder, falsa envergadura, civil.

La autoayuda es el nombre común que recibe un conjunto de


enfermedades relacionadas en las que se observa un proceso
descontrolado, comúnmente denominado impercepción civil.
La etiología es aún un punto oscuro. En general conduce a la

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Estar en común sin comunidad

muerte del paciente si este no recibe tratamiento adecuado. Se


conocen más de 200 tipos diferentes de aut. Las más comunes
son: teleológicas (sociales, de entreguerras, etc.), virtuales (vo-
litivas, es-inalae, heréticas, etc.), comunicacionales (azarosas,
familiares, oncológicas, xenófobas, etc.).

La aut. se menciona en documentos históricos muy antiguos.


Entre ellos, los papiros hebreos del año 1600 a. C. que hacen
una descripción de la enfermedad. Esto es por demás lógico al
interior de un elemento geopolítico monoteísta. Se cree que el
médico Rophe fue el primero en utilizar el término que provie-
ne de la palabra hebrea ‫ תימצע הרזע‬/ inclusive la luz.

La aut. es el resultado de dos procesos sucesivos: la prolifera-


ción de una psicosomatosis denominada capital intermitente,
y la capacidad invasiva de aquella, que le permite copiar a la
exactitud una realidad por otra. Este segundo proceso cons-
tituye la enfermedad propiamente dicha. Esta copia, caracte-
rística principal de la aut., se denomina desquite gafo (deseos
contraídos), debido al cuerpo mental del enfermo que se incli-
na, encierra y contrae como las falanges que aparecen descom-
puestas en las artritis.

La malignidad de la aut. es variable, según la agresividad


propia del claustro burgués. En general, el comportamiento
completo se define en tres etapas: confusión de la luz con el te-
rror, confusión de la libertad con el terror, un hermafroditismo
alimenticio que pierde su función original.

Los procesos ya mencionados, por los cuales se desata la aut.


en el material social occidental, pueden ser provocados por
distintos agentes autopoiéticos, como la urbanización o la ju-
ventud. Contrario a lo que se suele pensar, los productos quí-
micos procedentes de la industria, del humo del tabaco y de la
contaminación en general, o de agentes infecciosos como virus
o bacterias, no parecen constituir aspectos basales o desenca-
denantes de la aut.

El pronóstico es relativo a la duplicación endosmótica. Esto


trae aparejado la dificultad misma del diagnóstico, ya que la

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Autoayudas

enfermedad se aprecia recién alcanzada la última etapa (her-


mafroditismo alimenticio), siendo la supervivencia del orden
del 5% (países desarrollados).

Maximiliano Frydman

Risa del alma


Raúl dice no saber, y quizás tenga razón. Creo que ignora todo
lo que sabe. Pero en ese decir genera mucha dependencia y
dudas sobre su autonomía.

Viajamos todos los miércoles a la radio, él es el primero en di-


visar cuando el colectivo llega a destino, tanto de ida como de
vuelta, o si cambia de rumbo. Pero afirma que no sabe viajar.

Llega por fin el tan ansiado viaje a Mar del Plata y él está ahí,
al pie del cañón, con sus bolsos cargados de ropa nueva que se
había comprado para la ocasión.

Los primeros días en el hotel me costaba hallarme, pero por


suerte ahí estaba para indicarme el camino. Junto a Darío me
avisan que iban a ir al mar, al que ya habían ido, y yo ni siquie-
ra sabía si estaba lejos o cerca. Se lo ve más despierto, animado,
atento al cuidado de los elementos de la radio, dispuesto a
ayudar en lo que hiciera falta.

El día de la presentación, Raúl lee un texto que había ensaya-


do ese mismo día, lo hace pausado, claro, con una seguridad
que no había mostrado antes. La alegría en su mirada es cada
vez más notoria. En lo habitual, su rostro adusto ensaya una
sonrisa estructurada para dar conformidad a la mirada ajena,
pero para sorpresa de todos su cara, esboza ahora una mueca
espontánea, una carcajada más aguda rompe la monotonía; es
en ese momento su alegría y nada más; dice una de las médicas
del equipo: “muestra la risa del alma”.

La noche antes de emprender el viaje de vuelta comentamos


la condición manicomial que se apodera tanto de Raúl como

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Estar en común sin comunidad

de Darío y de otros tantos muchachos que, cuál entes de un


penar, caminan como seres sin vida, ante miradas indiferentes
que gestionan su muerte social.

Ya en el colectivo, decide subir al piso superior del micro y to-


mándome del brazo me dice: “animarme a este viaje me salvó
la vida, antes me sentía muerto”. El nudo en la garganta sólo
me deja decir gracias y luego, al bajar, romper en llanto. Me
viene a la memoria lo charlado la noche anterior y no puedo
dejar de sentir algo de impotencia al pensar que, quizás, la vita-
lidad que Raúl había logrado fuera del manicomio se perdiera
al volver. Al mismo tiempo, entiendo que todo lo que pasó en
Mar del Plata es consecuencia de un proceso de trabajo y que ni
Raúl ni el equipo tenemos pensado bajar los brazos, aquello da
fuerzas y ratifica un camino a seguir, ¿será la hora, entonces, de
pensar una posible externación de esa potencia? ¿Por qué no?

En la rutina del taller mientras lava su ropa vuelve agradecer,


diciendo que el cambio de medicación le hizo mejor, lo man-
tiene más despierto, con más ganas. Raúl no se da cuenta de
que se trata de la misma medicación, quizás no se da cuenta de
que está en otro lugar. Sigue diciendo que no sabe. Raúl sigue
ignorando todo lo que sabe, pero ya no le creeremos: ya no se
lo cree.

Maximiliano Ferreira

Santo Tomás: teoría del hospital


Las noches nos suelen exponer a un desequilibrio en nues-
tras propias imágenes diurnas. A la mañana siguiente lucha-
mos para reconocerlas. Suponemos palparlas y enseguida se
evaden. En el Hospital Santo Tomás de Panamá, la pesadilla
tiene el crudo realismo de gemidos en la penumbra, que en
cualquier momento se tornan aullido. Gritos como garabatos
casuales tallados por un preso en la pared. Hay permanentes
jadeos, como trasfondo de un temor que parece confidencial.

134
Autoayudas

Estoy en la Sala 14-A del Santo Tomás, junto a otros hombres


desvalidos, casi todos hijos de la negritud. La mayoría de los
médicos, enfermeras, residentes, tienen ese ascendiente, el viejo
brillo fanoniano apagado ya en los cuerpos. El doctor Fernando
Gracia, jefe de neurología, afamado, dictamina con rigor y ex-
periencia. Ha sido o es el ministro de Salud de su país. La calma
de los grandes médicos hace también al sigiloso pánico de los
pacientes. Habiéndome desplomado en el Aeropuerto, lo que
iba a ser un vuelo previsible hacia la Argentina se transformó
en una internación de urgencia, porque un “rayo misterioso”,
para hablar gardelianamente, se había alojado en mi cabeza y
eso compondría lo que las enfermeras de la Terminal Aérea lla-
marían ACV, fatídica sigla, si es que casi todas las de esa índole
no lo son. De modo que ambulancia y hospital en vez de avión.

En la guardia del Santo Tomás debo dejar mis pertenencias,


llaves, dinero, documentos, los clásicos signos civiles de una
identidad que creemos firme, pero es mucho más pasajera en
los hospitales que en los aeropuertos. Todo cabe en una bolsi-
ta transparente. Una simple tira plástica que ponemos sobre
nuestra desnudez. Como todo despojamiento, aun siéndolo
en beneficio del despojado, nos exonera súbitamente de lo que
creemos imprescriptible. Tienen razón las instituciones: todo
documento prescribe.

Una de las noches fui tomado por un gran chucho de frío y lla-
mé a la enfermera de ojos hindúes, descubriendo entonces que
no dominaba el habla. Me salían palabras guturales. Después
recordé mis tiempos de profesor, donde insistía en la palabra
con buenos oropeles. Ni intenté decir la expresión “chucho”
por creerla un “argentinismo”. Venía yo de un Congreso de la
Lengua. ¿Pero si hubiera sido un vocablo afro-antillano? Nada
más adecuado que allí. Un joven médico corre con mi camilla
hacia el subsuelo, donde están los equipamientos tomográfi-
cos, que en el caso del Hospital Santo Tomás, el santo aristo-
télico, son los más avanzados en materia de computación. El
hospital es público, universitario, popular, rumoroso, rutinario
y también desesperante. Los panameños dicen reiteradamente
dos cosas; que en nuestro continente son el segundo país en

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Estar en común sin comunidad

“desarrollo humano” luego de Chile, y que son un “crisol de


razas”. Entre nosotros esta expresión ha sido abandonada por
no poder ocultar su aspecto de unidad compulsiva o forzada
de las vetas culturales heterogéneas. Y hasta lo que escucho, los
tecnólogos sociales no han impuesto demasiado en nosotros
esa complaciente y oficinesca categoría de desarrollo humano.

Los rasgos de los jóvenes estudiantes residentes y practicantes


son jaraneros. A todo momento hablando de sus cosas, desen-
fadados. En aquel subsuelo, se habían congregado en esa ma-
drugada, muchos de ellos a ver un partido de basquet de dos
selecciones: la de las provincias de San Juan y Mendoza. ¿Así
volvía hacia mí la Argentina? No había quien hiciera funcionar
una poderosa máquina General Electric. Una joven que pasaba
rápido hacia el televisor, pregunta “¿pero éste no es un pacien-
te a cabo?”. No conocía la expresión pero imaginé lo peor. El
joven médico responde: “No, es de la Sala 14-A”. Fui feliz al
escuchar esa definición que me enviaba otra vez al mundo co-
nocido. Allí estaba la confraternidad a la que pertenecía, con
aquellos quejidos, con aquellos llagados y baleados. Hombres
que lloraban por la noche y murmuraban un léxico ininteligi-
ble. Luego le deslicé al médico una opinión que procurase no
delatar arrogancia: “¿No es la profesión médica una ética que
aspira a un humanismo de urgencia?”. El tenía la respuesta y
la dio mientras manipulaba los artefactos. Concordó, un tanto
ofendido, y agregó que él se basaba en los ejemplos del doctor
Favaloro. Ese apellido me sonó como venido de otro estrato
del tiempo, como una lección de extrañeza en la circulación de
ideas.

Un grupo de médicos con sus estudiantes forman un inusual


espectáculo de enseñanza, entre el taller medieval y el patio
filosófico de los griegos. La médica que me tocó a mí, con su
actitud efectiva y cáustica, reforzaba su distante belleza como
fruto maduro de lejanos ribetes silenciosamente adjuntados,
que susurran indigenismo y África, a lo largo de un tiempo
colonial que se desgrana con dificultad ante las memorias que
desean ser más vertiginosas. Castañetea los dedos de repente
y un enjambre de estetoscopios aprendices se abalanzan sobre

136
Autoayudas

mi pecho. “Arritmia paroxística.” Otra vez hablan los griegos


al pie de cualquier cama del universo.

Otra noche, un alerta: “¡Paro! ¡Paro!”. Se organiza la corrida ha-


cia la cama, a dos de distancia de la mía. Los primeros en llegar
inician las maniobras de reanimación. Los retrasados siguen
con sus bromas y charlas particulares. Parecen distraídos pero
son un cortejo atento, la coreografía del dolor que desde siem-
pre ha tolerado un manto de supuesta indiferencia, una mueca
carnavalesca. La mañana después la cama tiene su manta pro-
lijamente doblada. Aquel hombre no está más y poco después
lo reemplaza otro hombre de similar edad, durmiendo pláci-
damente en el mismo lugar. Tiene también el alma negra como
la mía.

Había ido yo al Congreso de la Lengua organizado por el


Instituto Cervantes de España, con el cual mantenemos dis-
tintas diferencias muchos de los que en la Argentina estamos
interesados en el tema, siguiendo la tradición de la Generación
del ’37, de Arlt, Borges, Masotta y María Elena Walsh.
Caballerescos, aun sabiendo, quizá, de las diferencias, los
cervantinos se acercaron también al hospital. De un momento
a otro había pasado yo del Príncipe de Asturias a la conver-
sación real de un pueblo. Del cóctel a la enfermedad, y una
vez más se comprobaba que la verdadera emisión de lenguas
sale de lo último antes que de lo primero, aunque interese el
contraste. El dolor funda la lengua. Los evangelistas, que pu-
lulan por todo el hospital, bendiciendo por doquier con estilo
engolado e hiperbólico, han descubierto algo pero, a pesar de
su éxito literal, se apresuran en encasillar lo que es necesario
decir con fórmulas predeterminadas y estentóreas. Creen fácil
decir “adoración”, “lloro ante tus pies”. Los demás intentamos
recrear lenguas sin evitar verlas como actos de redención, pero
siendo infinitamente pudorosos, imperceptibles. Nos va mal.
El evangelismo habla como la televisión y como el hospital –
pobre Santo Tomás– y la televisión y el hospital hablan como
el evangelismo. Debemos encontrar el lenguaje que no sea el de
la Corona ni el de las Espinas. Y escuchar el silencio de nuestro

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Estar en común sin comunidad

espíritu cuando vemos lo que dicen quienes suponen poseer el


ensalmo.

Ya en el Sanatorio Anchorena de Buenos Aires extraño el Santo


Tomás y a mis compañeros, delirantes nocturnos. Vuelvo a ser
porteño y encuentro solidaridad a cada paso. Las escenas se
repiten, estoy en manos expertas, pero no consigo sacar de mi
cabeza a Sergio, el joven costarricense evangélico que escucha-
ba, hasta altas horas de la noche, baladas muy profesionales
sobre el seguro encuentro con Dios. No tenía nada para de-
jarle. Le regalé mis chancletas, que a su vez me había traído
Armando, un amigo argentino. Muchas de mis noches allá las
pasé conversando con Alejandro Herrera y Jaime Dri. Viejas
historias argentinas; Dri, memorioso, vive en Panamá. Al final,
salir, se sale. Es más fácil contando con la eficaz simpatía de
la embajadora argentina, de la doctora Silvia Kochen, de los
tantos amigos que nos trae el destino, de los compañeros de la
Biblioteca y de nuestra turbada vida política, y del doctor Juan
Carlos “Tano” Biani, un verdadero chamán de las instituciones
de la salud argentinas.

Horacio González

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Esta primera edición de 1100 ejemplares de estar en común sin comunidad
fue impresa en Mundo Gráfico Srl. y encuadernada en Encuadernación
Latinoamérica Srl, ambas con domicilio en Zeballos 885, Avellaneda,
Buenos Aires, Argentina, en el mes de noviembre de 2017

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