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SOBRE EL NIÑO SICARIO EN MEDELLÍN.

REFLEXIONES EN TORNO A LA NUEVA SOCIOLOGÍA DE LA INFANCIA.

PAULA ANDREA GARCÍA MORALES

TRABAJO MONOGRÁFICO
PARA OPTAR AL TITULO DE SOCIÓLOGA

ASESORA
MARÍA CRISTINA RENGIFO RAMÍREZ
Socióloga
Especialista en problemas de la infancia y la adolescencia

UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA
FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANAS
DEPARTAMENTO DE SOCIOLOGÍA
MEDELLÍN
2015
ÍNDICE

1 INTRODUCCIÓN ..........................................................................................................................3
2 DELIMITACIÓN DEL TEMA ..........................................................................................................6
3 ANTECEDENTES ..........................................................................................................................8
4 DESCRIPCIÓN DEL PROBLEMA ..................................................................................................14
5 OBJETIVOS ................................................................................................................................18
5.1 Objetivo General ..............................................................................................................18
5.2 Objetivos Específicos ........................................................................................................18
6 MARCO TEÓRICO ......................................................................................................................19
6.1 Enfoque estructural de la sociología de la infancia ..........................................................22
6.2 Enfoque Construccionista de la sociología de la infancia .................................................25
6.3 Enfoque relacional de la sociología de la infancia ............................................................27
6.4 El enfoque construccionista de la Nueva Sociología de la Infancia, un enfoque sociológico
para la lectura del niño sicario en Medellín. ................................................................................29
7 METODOLOGÍA ........................................................................................................................31
8 ANALISIS DE RESULTADOS: EL NIÑO SICARIO EN MEDELLÍN UNA DIMENSIÓN SOCIOLÓGICA 33
8.1 Narcotráfico. Contexto sociocultural del fenómeno del niño sicario ...............................33
8.2 El cartel de Medellín y las bandas juveniles de sicarios ....................................................39
8.3 Toño y Pinina, dos casos para una reflexión desde el enfoque construccionista de la
nueva sociología de la infancia .....................................................................................................50
9 CONCLUSIONES ........................................................................................................................62
10 BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES CONSULTADAS ............................................................................65
1 INTRODUCCIÓN

Los trabajos sobre la configuración, las dinámicas o cualquier otra perspectiva


desde la cual se pretenda abordar la violencia urbana en Colombia son
probablemente uno de los tipos de trabajos más relevantes para la sociedad
colombiana, toda vez que la violencia es una presencia constante en la historia del
país, la cual se ha convertido en un relato articulador, y a través del cual puede
entenderse el pasado y el presente de la nación. En Colombia la violencia tiene
múltiples configuraciones, representaciones, agentes; el presente ejercicio
investigativo se propuso abordar uno de esos múltiples agentes, el cual se ha
configurado en uno de los contextos particulares de la violencia colombiana. Dicho
agente es el niño sicario y dicho contexto particular es el del narcotráfico.

El origen del “término sicario se desprende de sicarius, que significa asesino,


homicida del sustantivo sica (secare = cortar) su significado es daga, puñal o
cuchillo, formándose el nombre de oficio sicarius, . . . implica la profesionalidad del
usuario del puñal” (Miranda & Martínez, 2011. p. 80); como fenómeno, el sicariato
afectó y afecta profundamente a los niños, toda vez que, muchas veces, son los
niños quienes son reclutados por las diferentes estructuras criminales,
fundamentalmente por tres razones; la primera, es que los niños son fácilmente
influenciables; otra de las razones, es que durante la ejecución de los actos
delictivos y enfrentados a la muerte, parecieran no tener miedo; y una tercera
razón es que la legislación ha sido benévola con ellos; estas son algunas de las
razones por las que el sicariato es un fenómeno que no puede desligarse de la
relación de la utilización de los niños en la guerra.

El ejercicio investigativo aquí expuesto giró en torno a una reflexión que nos
permitió tener una delimitación clara del tema de esta monografía; es decir el niño
sicario, la pregunta es: ¿Cómo comprender al niño sicario en Medellín a partir de
los enfoques de la nueva sociología de la infancia en la década de 1980-1990?.

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El niño sicario al que hacemos alusión en esta monografía es presentado a través
de los casos paradigmáticos de John Jairo Arias Tascón alias “Pinina” y alias
“Toño”, casos que nos permitieron ejemplificar las condiciones de vida del niño
sicario, en el contexto particular de Medellín, en la década de los ochentas; se
escogió esta temporalidad, puesto que, al parecer en es ella en la cual se posibilita
la emergencia del niño sicario como actor social.

El trabajo monográfico que se planteó, fue un ejercicio investigativo de carácter


documental, descriptivo y reflexivo, que buscó responder a la pregunta por cómo
comprender al niño sicario en Medellín a partir de los enfoques de la Nueva
Sociología de la Infancia. La elección de estos enfoques se tomó, puesto que,
dichos enfoques permiten; a diferencia de las visiones sociológicas de la infancia,
anteriores a dichos nuevos enfoques, plantear que los niños y las niñas no son un
sujeto que debe ser concebido como un apéndice de la familia, de la escuela o de
otras instituciones sociales; sino que, la niñez puede ser pensada como actor
social con sus propias características e independencia con respecto al mundo de
los adultos, y esta es una condición necesaria para reflexionar sobre el niño
sicario.

La estructura del trabajo buscó de manera lógica dar cuenta de los objetivos, para
esto, se plantearon una serie de subcapítulos en el capítulo “Análisis de
Resultados. El niño sicario en Medellín una dimensión sociológica” que nos guíen
a través de la reflexión.

En la primera parte del este texto se describen todos los elementos de la


construcción de proyecto de este ejercicio investigativo tales como la delimitación
del tema, antecedentes, descripción del problema, objetivos, referente teórico y
metodología

Luego, en el capítulo de análisis de resultados denominado El niño Sicario en


Medellín una dimensión sociológica encontramos un subcapítulo titulado:

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“Narcotráfico. Contexto sociocultural del fenómeno del niño sicario” que plantea la
turbulenta historia del surgimiento y auge del narcotráfico en la ciudad de Medellín,
y nos platea los elementos constitutivos del que será el protagonista del siguiente
subcapítulo.

En otro subcapítulo titulado “El cartel de Medellín y las bandas juveniles de


sicarios”, se plantean los elementos a través de los cuales se configuró el cartel de
Medellín y su relación con la emergencia y el proceso de configuración de las
bandas de sicarios.

En el subcapítulo “Toño y Pinina, dos casos para una reflexión desde el enfoque
construccionista de la nueva sociología de la infancia” se realiza una
caracterización del niño sicario, las formas a través de las cuales se interrelaciona
con instituciones sociales, como la religión, la familia y las formas a través de las
cuales se representaba a sí mismo. En este subcapítulo también se ponen en
relación los ejemplos paradigmáticos del niño sicario y se reflexiona sobre ellos
desde el enfoque construccionista de la nueva sociología de la infancia.

Todo lo anterior brindó los elementos comprensivos y de juicio, para que en el


capítulo: “Conclusiones” pudiéramos consignar los hallazgos realizados a través
del ejercicio investigativo y plantear una serie de perspectivas desde las cuales
abordar la problemática del niño sicario.

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2 DELIMITACIÓN DEL TEMA

Con miras a determinar la delimitación del tema de esta monografía, es necesario


plantear los aspectos en función de los cuales se establece dicha delimitación,
estos son: la definición del actor social que se aborda en este ejercicio
investigativo, la delimitación temporal, espacial, las fuentes que se validan para el
tipo de trabajo a realizar, las preguntas de investigación y los alcances del trabajo
monográfico.

En este punto es necesario especificar, qué se entiende en este trabajo por niño
sicario. El niño sicario corresponde a una definición específica que se construye a
partir de la combinación de dos definiciones, por un lado la de niño, y por otro lado
la de sicario.

La definición de niño, es una definición que se ha ido transformando a través de la


historia y que corresponde a las características y las formas de entender a dicho
actor social a través del decurso temporal; es decir, es una definición que es
resultado de un proceso de construcción social. En la actualidad dicha definición
se construye inicialmente a partir de la Convención de los Derechos del Niño
(CDN) de 1989, en la que en su artículo primero estipula “Para los efectos de la
presente Convención, se entiende por niño todo ser humano menor de dieciocho
años de edad, salvo que, en virtud de la ley que le sea aplicable, haya alcanzado
antes la mayoría de edad” en esta se define el "'niño como todo ser humano
menor de 18 años de edad" (Holguín-Galvis, 2010, p. 290). Así en este trabajo, se
adopta la declaración de la CDN, toda vez que esta normativa es el origen de
todas las excepcionalidades legales referentes a la criminalidad asociada a los
menores de 18 años.

Por otro lado la noción de sicario, como se afirmó en la introducción corresponde


generalmente a los asesinos por contrato; aunque, éstos, además de cometer

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homicidios, también se ven implicados en actividades, extorsivas, secuestros y
toda suerte de actividades criminales que pudieran representarles alguna
rentabilidad. Es a partir de estas dos nociones que se construye la definición de
niño sicario, y es a su vez la que se adopta en este trabajo monográfico.

La emergencia del niño sicario en Colombia y específicamente en Medellín es un


fenómeno complejo y de difícil tratamiento que tiene profundo impacto en la
sociedad; dicho fenómeno se ha abordado desde diversas perspectivas, e
igualmente diversos han sido los resultados de estos trabajos, pero a juicio de la
presente monografía, y a partir de una primera indagación sobre este fenómeno,
se evidencia que no se ha llegado a investigar a profundidad, sociológicamente, la
problemática que la emergencia de dicho actor social plantea; sí bien el alcance
de un trabajo monográfico, no permite resolver este vacío teórico, por lo menos sí
nos abre una perspectiva desde la cual reflexionar y problematizar sobre la
mencionada categoría de análisis.

La perspectiva desde la cual se abordará esta problemática, puede enunciarse a


partir de una pregunta, que nos permita acercarnos a una delimitación clara sobre
el tema de esta monografía; es decir el niño sicario, la pregunta es: ¿cómo
comprender al niño sicario en Medellín a partir de los enfoques de la nueva
sociología de la infancia en la década de 1980-1990?, señalando además la
dimensión temporal, la cual se ubica en la década corrida entre 1980 y 1990, toda
vez que al parecer es en esta década que dicho actor social emerge como
construcción social. Otro elemento que es necesario resaltar en esta delimitación
es la forma a través de la cual se abordara el niño sicario; primero, el niño sicario
al que hacemos alusión en esta monografía será presentado a través de los casos
paradigmáticos de John Jairo Arias Tascón alias “Pinina” y alias “Toño”, casos que
nos permiten ejemplificar las condiciones de vida por medio de las cuales se
configura el niño sicario; y segundo dada la imposibilidad de hallar la voz del niño
sicario de los ochentas, puesto que ahora sería un adulto y la complejidad para
entrar en ciertos entorno marcados por la criminalidad las fuentes con las cuales
se construirán dichos casos paradigmáticos serán fuentes documentales.

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3 ANTECEDENTES

Para el planteamiento de estos antecedentes, se encuentra que muchos estudios


del tema, desarrollado desde múltiples disciplinas, tienden desestimar una de las
características más relevantes del sicario, y es que éste, generalmente inicia su
carrera criminal a temprana edad; sin reconocer la importancia de que en “muchos
casos se trata de una persona que socialmente es reconocido como menor de
edad, quien realiza una conducta punible llamada homicidio” (López, 2012, p. 4).

Dichos estudios, pasan por alto esta particularidad o usan una serie de categorías
para referirse a los niños; es decir a los menores de 18 años, tales como jóvenes,
adolescentes, menores, entre otras, las cuales, no son claras en cuanto a la
pertenencia del sicario a determinado grupo etario; la ausencia de una categoría
fuerte que defina claramente sus particularidades constituye una gran dificultad
para la compresión del fenómeno.

Para ello, se han seleccionado los artículos y las investigaciones en las que se
hace referencia, al niño sicario (tal cómo lo consideramos, es decir, todo menor de
18 años) y se excluyeron, las que taxativamente abordan al sicario adulto, por
considerar que se trata de un fenómeno que tiene configuraciones diferentes y
tratamientos distintos, además de alejarse de los propósitos de este trabajo.

Al margen de la dificultad del nombramiento del niño sicario y las consecuencias


que esto tiene en función de la comprensión del fenómeno, el sicario, se ha
abordado desde diferentes perspectivas, entre las más representativas, se
encuentra la de los estudios culturales, la cual intenta, construir el perfil del sicario
desde los ejercicios narrativos que se han hecho desde la literatura, el cine y en
general las artes.

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A partir de la publicación de La Virgen de los sicarios de Fernando Vallejo, se
inicia el género de la sicaresca, que “en el caso de las novelas colombianas, se
trata de la exposición de la vida de carencias y miserias de jóvenes asesinos por
contrato, y las peripecias por las que pasan para sobrevivir en el submundo del
crimen” (Lander, 2007, p. 167), el éxito de esta novela y su posterior aparición en
el cine, dio píe al nacimiento de una especie de género literario entre el cine y la
literatura. El contexto de marginalidad y violencia en el que se gesta el sicario se
ha abordado en:

Ciudad Bolívar: la hoguera de las ilusiones y Sangre Ajena de Arturo Alape;


Leidy Tabares, La niña que vendía rosas de Edgar Domínguez; Rosario
Tijeras de Jorge Franco; Noticia de un secuestro de Gabriel García
Márquez; El pelaito que no duró nada de Víctor Gaviria; No nacimos pa´
semilla. La cultura de las bandas juveniles en Medellín y Mujeres de fuego
de Alonso Salazar; La Virgen de los sicarios de Fernando Vallejo (Ramírez-
López, 2008, p. 69).

Desde el cine dicho contexto sociocultural se ha abordado en diferentes


producciones, entre ellas: las películas de ficción “La vendedora de rosas y
Rodrigo Rodrigo D. No futuro del director Víctor Gaviria; La Virgen de los Sicarios
del director Barbet Schroeder; Probando Maldad de la directora Ana Joaquina
Mondragón” (Ramírez-López, 2008, p. 69) y el documental Cómo poniendo a
actuar pájaros del director Víctor Gaviria. Para la mayoría de los autores que
desde los estudios culturales asumen esta perspectiva investigativa, la búsqueda
podría generalizarse, en el sentido que, las obras literarias y cinematográficas de
carácter documental y ficcional permiten fijar “posiciones y experiencias
reveladoras de imaginarios e identidades de la juventud colombiana de las
décadas de los ochenta y noventa” (Ramírez-López, 2008, p. 69), en este sentido,
la indagación de los estudios culturales sobre el sicariato se hace en función de
construir la imagen del joven sicario a partir de las representaciones sociales y los

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rastros en la cultura que se van produciendo. Y de ahí su importancia para este
trabajo en particular.

La configuración del fenómeno del niño sicario desde el psicoanálisis y desde la


psicología, ha girado en torno a dos perspectivas principalmente, por un lado se
encuentran los enfoques que determinan las causas de la conducta criminal,
buscando en la psique del individuo los elementos detonantes de la acción
violenta, resaltando así los elementos del contexto de formación de los niños
sicarios, como la falta de educación, la marginación social y la violencia
intrafamiliar. Y por otro lado, las perspectivas desde las cuales se intenta
establecer el perfil criminológico del niño sicario, con el propósito de diseñar y
mejorar las herramientas que permitan modelos de intervención y prevención más
eficientes, y adaptadas a la problemática del contexto colombiano. Entre estas
investigaciones se destacan “El sicariato. Una mirada psicoanalítica” de Liliana
López Muñoz y “Características psicológicas de 16 expedientes de adolescentes
condenados por homicidio doloso en Medellín y el Valle de Aburrá durante 2003 –
2007”, la primera, una investigación de 2012 y la segunda de 2008;
investigaciones que si bien escapan a la temporalidad en la cual se inscribe este
trabajo, son reveladoras en torno al tratamiento que desde la psicología y el
psicoanálisis se hace del sicariato como problemática y del niño sicario como
protagonista de la misma.

Otro campo disciplinar desde el que se ha abordado al niño sicario, es el de la


filosofía; en la investigación “La violencia como normalidad. Colombia un
laboratorio del poder” de Ricardo Barba Monsalve, se reflexiona sobre el sicario
como un actor en una serie de relaciones de poder, donde se hace gestión de la
muerte, en pos de garantizar el ejercicio del poder político y el gobierno sobre los
individuos. En esta investigación se dimensiona al niño sicario como: “el joven
marginado, sin identidad, territorio, cultura, ni humanidad” (Barba, 2013, p.13); el
niño sicario aquí, se muestra como un producto de una maquinaria de guerra
desatada y sin freno, la cual produce y reproduce formas de violencia. En esta

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investigación “el sicario no es un ser malvado aislado. Sin quitarle el peso sobre la
propia responsabilidad de sus acciones, . . . es un fruto de determinadas
relaciones de fuerza, controladas desde unos intereses muy particulares” (Barba,
2013, p.16), que tienen como propósito consolidar el poder político de algunos
agentes, y es en el curso de dicho proceso que el niño sicario resulta victimizado,
al igual que la sociedad colombiana.

La pedagogía y los modelos de intervención social, son los ámbitos desde los
cuales se ha abordado igualmente el fenómeno, quizá con mayor profundidad.
Desde estos abordajes, lo que se busca es reflexionar y entender la problemática
planteada por el niño sicario y el sicariato en general, para encontrar soluciones a
la problemática que dicho actor plantea en la sociedad; estos abordajes intentan
generar mecanismos de inclusión social y propenden por el establecimiento de las
condiciones que configuran al sicario como como productor y reproductor de
formas de violencia. En el abanico de producción investigativa que sobre el sicario
se ha producido desde la pedagogía, destacamos “Autorretrato de un sicario” y
“Una aproximación al fenómeno de los jóvenes en el sicariato en la ciudad de
Pereira”. Las cuales, si bien no se ajustan a las delimitaciones de este trabajo, son
importantes en tanto que nos permiten tener una imagen del sentido en el cual se
hace tratamiento del niño sicario. Una reflexión que se plantea en estas
investigaciones es sí el niño sicario concibe el ejercicio de su actividad criminal
como una práctica laboral legitimada, como si se tratara de la prestación de un
servicio como cualquier otro.

En estos enfoques el fenómeno del niño sicario se representa como un fenómeno


de amplias dimensiones sociales, que es producto de una serie de problemáticas
interrelacionadas entre sí, entre las que, de nuevo, se resaltan: la pobreza, el
abandono estatal de las comunidades vulnerables y los contextos de violencia

Partiendo de este corto balance de la literatura sobre el sicariato, en la cual se


dimensiona al sicario específicamente en relación con la característica de ser

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menor de 18 años; lo que se busca a partir de la literatura relacionada con el niño
sicario es hacer una caracterización, de cómo es leído en las investigaciones
anteriormente citadas. A este respecto, se plantea que es sólo a partir de los
ochentas, que se inicia un proceso de reconocimiento del niño sicario como actor
social, en este abordaje del sicariato, se parte del reconocimiento que este
fenómeno tiene unas fuertes implicaciones entre los jóvenes, entre los que se
incluyen los menores de 18 años; léase, a los niños; en función de este
reconocimiento al sicario se asigna la categoría “joven”, de lo cual se deriva un
hecho que tendrá profunda transcendencia.

A partir del impacto social que generó el sicario, es que se inician los estudios
sobre la juventud en Colombia, según lo afirma el texto de Natalia Ramírez-López,
la categoría joven se configura en los ochentas, en el momento en que se
reconocen los jóvenes

. . . como actores e instrumentos de violencia, involucrados en delitos como


el sicariato. Por lo anterior las autoridades estatales miraron a los jóvenes
como actores sociales violentos, como agresores de la seguridad nacional.
De allí que los primeros estudios sobre juventud en Colombia se realizaran
en el contexto de la política criminal y penal buscando explicar y crear el
contenido de la política criminal en el conflicto definido como ‘violencia
juvenil’ (Ramírez-López, 2008, p. 3).

El problema aquí, es que la perspectiva que aborda el sicario como “joven”, no


distingue en dicha categoría, a los niños sicarios propiamente dichos (es decir, a
los menores de 18 años), de los otros individuos que superan este límite de edad.
Al margen de esta deficiencia, el gran aporte de los estudios que se iniciaron en
esta década, radica en el reconocimiento de una colectividad, que emerge en el
campo social con una energía inusitada, la cual hasta el momento había estado
marginada e invisibilizada; este cambio se dio

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. . . cuando los jóvenes se vieron involucrados en delitos mayores de orden
humano, social y político contribuyendo tanto a la “cultura de la violencia”
como a la “cultura del miedo”. La irrupción de un gran número de jóvenes
marginales urbanos como actores en la vida contemporánea, incluso
pública, como figurantes, instrumentos y víctimas de la violencia, abrieron la
puerta a estudios sobre su realidad social, generando interrogantes sobre
sus comportamientos, deberes, derechos, ideales, identidad y cultura.
(Ramírez-López, 2008, p. 10)

El estudio de las realidades sociales que configuran al niño sicario como


fenómeno trascendente en la cultura, reviste una importancia radical, toda vez que
las estructuras criminales, que reclutan y hacen uso de los niños; configuran e
inducen entornos sociales en los cuales el desarrollo infantil se ve truncado por
situaciones de violencia extrema y abuso sistemático, entornos que son
desestructurantes de las relaciones sociales de los niños, pero dichos estudios
hacen una lectura no sociológica del niño sicario y por tanto la nueva sociología de
la infancia se configura como un espacio de reflexión imprescindible para abordar
el fenómeno

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4 DESCRIPCIÓN DEL PROBLEMA

El fenómeno del niño sicario y por extensión el del sicariato es uno de los
fenómenos relevantes de la violencia en Colombia; violencia que tiene múltiples
expresiones, agentes, configuraciones, etc. aunque los orígenes de los asesinos a
sueldo se puedan encontrar varios siglos atrás, en Colombia, y específicamente
en Medellín. Paralelo al significativo aumento de esta conducta criminal, se da la
emergencia de los grandes carteles del narcotráfico, que en función de sus
prácticas violentas, cooptan el sicario como ejecutor de su voluntad de eliminación
de todo obstáculo que se pusiera en su camino. El abandono por parte del Estado
de amplias capas de población vulnerable hizo que ante la ausencia del Estado, la
comunidades se abocaran a los narcotraficantes y ellos consiguieron “despertar
liderazgo y admiración entre las clases más pobres, porque ven en ellos su
realización y en su dinero la única posibilidad de cambio de su situación social”
(Romero, Londoño & De Salvador, 1991, p. 52).

El origen del contexto social en que emerge el niño sicario, es el resultado de la


deuda social, las múltiples herencias de sangre y el camino de muerte y
destrucción, que la violencia produce y reproduce. El niño sicario tuvo nacimiento
en un terreno abonado por los desplazamientos forzados, la persistencia de
situaciones de vulnerabilidad, el abandono estatal y la marginación de extensas
capas de la población; el efecto combinado de estos factores, sumados al influjo
destructivo del narcotráfico, fueron los elementos constitutivos, de una tragedia
social que aún no se ha cuantificado. Los siguientes son algunos datos que nos
pueden dar cuenta de las condiciones de vida de las clases populares:

Entre 1985 y el primer semestre de 1999 se registraron 1,600.000


colombianos obligados a desplazarse, de ellos más de 1’000.000, es decir
casi el 70%, eran menores de edad. Según otras fuentes el 36% de la

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población desplazada es menor de edad y el 13% son mujeres que se han
visto obligadas a ejercer la jefatura del hogar (Bello A., 2000, p. 46).

Uno de los productos sociales de dichas cifras es el niño sicario, y éste, como
expresión de la violencia social colombiana; “se ha venido gestando desde por lo
menos los años ochenta” (Atehortua. et. al., 2008 p. 32), en esta década
sucedieron grandes acontecimientos que le dieron amplia trascendencia como
fenómeno social; un ejemplo de dichos acontecimientos es el asesinato de
Rodrigo Lara Bonilla sucedido el “30 de abril de 1984” (Bustamante, 2009, p. 10),
este magnicidio tuvo gran impacto en la conciencia nacional y evidenció la
presencia de estructuras criminales que estando asociadas o al servicio del
narcotráfico, habían hecho de la muerte un rentable negocio. En esta década junto
con el asesinato de Lara Bonilla fueron cometidos los homicidios de centenares de
políticos, jueces, periodistas, y policías; estos crímenes tuvieron un gran impacto
nacional, y fue a través de éstos que se visibilizó el niño-sicario y el sicariato en
general.

De acuerdo con los estudios consultados, se evidencia que existe una


generalización en la relación entre pobreza, narcotráfico y las formas de violencia,
como con el homicidio a sueldo; tal y como se evidencia en la siguientes citas: “las
familias de estrato bajo obligan a los menores a salir a la calle a rebuscar su
sustento, siendo presa fácil de la delincuencia organizada” (Romero, Londoño &
De Salvador, 1991, p. 51). Y que para ciertos sectores populares empobrecidos, el
narcotráfico “es una actividad difícilmente desdeñable debido a las enormes
carencias y la situación de pobreza y marginación en las que han vivido” (Villatoro,
2012, p. 58).

De acuerdo a esta la mirada, el narcotráfico; sus lógicas, dinámicas y agentes


impusieron unas formas de entender el mundo y de concebir la vida social que aun
hoy se evidencian en la sociedad y que todavía afectan principalmente a los niños
y jóvenes. El niño sicario es el resultado social de “un sistema de justicia
inoperante, la destrucción de la familia como núcleo social, la pobreza absoluta, la

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falta de educación” (Miranda & Martínez, 2011. p. 80), y las múltiples formas de
violencia que viven las comunidades más vulnerables.

Aunque el niño sicario es un agente fundamental al interior de las estructuras del


narcotráfico “no se puede afirmar que es exclusivo del negocio ilícito de las
drogas” (Jiménez, 2012, p. 91), pues, los sicarios también conforman estructuras
que se encargan de cometer homicidios, extorsiones, secuestros y toda suerte de
actividades criminales que pudieran representarles alguna rentabilidad “Las
formas de organización del sicariato, pueden estar asociadas a bandas que logran
conectarse con la mafia, recibir entrenamiento y trabajar para ellos, y otras bandas
que operan <free-lance>” (Jiménez, 2012, p. 91).

Los estudios de los impactos de la violencia a nivel de la sociedad tienen gran


relevancia; algunas de las razones que justifican este tipo de trabajos, es que la
violencia y sus diferentes formas de expresión son un fenómeno transversal a la
historia del país, que dota de sentido y se convierte en un relato articulador, a
través del cual puede entenderse el pasado y el presente de la nación.

La elección de los Nuevos Enfoques de la Sociología de la Infancia en este


trabajo, se da en función, de que para éstos; a diferencia de los anteriores
planteamientos sociológicos referentes a la infancia, los niños no son sólo un
sujeto que se lo piense como un apéndice de la familia o de otras instituciones
sociales; sino que, se les piensa como actores sociales con sus propias
características.

A partir de estos nuevos enfoques se genera un deslinde de las anteriores


visiones sobre la infancia, en las que se planteaba la “negación de autonomía y
refuerzo de la dependencia que han venido acompañando al estudio de la
infancia.” (Gaitán, 2006, p. 11), con el nacimiento de esta subdisciplina “se
empieza a ver la infancia como una realidad socialmente construida, que como tal
presenta variaciones histórica y culturalmente determinadas por el conjunto de

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mandatos, pautas y normas de conducta que se aparejan al modo de ser niño en
un momento concreto” (Gaitán, 2006, p. 10). Y puesto que, a partir de estos
enfoques los niños son considerados como actores sociales, y como parte de la
estructura social, estos enfoques constituyen una base privilegiada desde la cual
abordar el niño sicario, el cual hace una ruptura y pone en cuestión el entramado
de relaciones tradicionalmente asociadas a la infancia.

Dada la complejidad que el fenómeno del niño sicario entraña, la pregunta que
anima este trabajo de investigación gira en torno a cómo comprender al niño
sicario en Medellín a partir de los enfoques de la nueva sociología de la infancia
en la década de 1980-1990. Y por la especificidad del fenómeno, se hace
necesario reflexionar sobre los casos paradigmáticos y los estudios que se han
hecho sobre el tema desde los enfoques de la nueva sociología de la infancia, con
el objetivo de entender al niño sicario de Medellín como una categoría de análisis
que precisa de una lectura sociológica para su comprensión

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5 OBJETIVOS

5.1 Objetivo General

- Reflexionar a la luz de los enfoques de la nueva sociología de la infancia sobre el


niño sicario en Medellín a partir de casos paradigmáticos como el de alias “Toño” y
alias “Pinina” en la década de 1980 a 1990.

5.2 Objetivos Específicos

- Identificar la caracterización que del niño sicario han hecho los estudios o las
investigaciones sobre el tema.

- Documentar los casos paradigmáticos del niño sicario en Medellín: alias “Toño”,
alias “Pinina”

- Discutir como categoría de análisis sociológica la lectura que se ha hecho sobre


el fenómeno del niño sicario en Medellín

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6 MARCO TEÓRICO

Para los fines de este trabajo y en función de delimitar y definir sus alcances, se
ha seleccionado lo que suelen llamarse los nuevos enfoques de la sociología de la
infancia, los cuales constituyen una serie de estudios que se consolidan a partir de
los años 80, fundamentado en “la insatisfacción con las formas habituales de
explicar a la infancia dentro de las ciencias sociales” (Gaitán, s.f. p. 1) Estos
nuevos planteamientos consideran la niñez como fenómeno en sí mismo,
independiente de la familia, la escuela y otras construcciones con las cuales la
niñez entra en relación, en dichos enfoques los niños no son concebidos como un
mero apéndice de la familia, sino que éstos tienen una existencia propia,
autónoma y son considerados como sujetos con una configuración propia, no
agenciada por una entidad externa. Éstos, a su vez encuentran sustento en la
sociología comprensiva al darle un lugar al sujeto en la acción social,

Por acción debe entenderse una conducta humana (bien consista en


un hacer externo o interno, ya en un omitir o permitir) siempre que el
sujeto o los sujetos de la acción enlacen a ella un sentido subjetivo.
‘La acción social, por tanto, es una acción en donde el sentido
mentado por su sujeto o sujetos está referido a la conducta de otros,
orientándose por ésta en su desarrollo”. (Weber, 1996, p. 5).

La acción social que ejercen los niños, con las particularidades que se
presentan son algunos de los elementos en lo que a sociología de la infancia
que es campo disciplinar en el que se inscribe este ejercicio investigativo,
ha presentado algunos avances, pero a la luz de algunos investigadores “el
estudio de la infancia como fenómeno social es un campo todavía
insuficientemente explorado por parte de la sociología” (Rodríguez, 2000, p.
99) y es, en este intento por construir las bases teóricas que posibiliten la
comprensión y conocimiento de la infancia y sus nuevos desafíos que ésta
surge.

19
Las visiones tradicionales de la infancia, limitan la capacidad de abordar los
nuevos retos que se plantean a la sociología, en el proceso de entender las
condiciones de vida de la infancia; en función de los nuevos retos, se han
desarrollado una serie de planteamientos que reformulan las formas de entender y
dimensionar la existencia social de los niños y las niñas; La nueva sociología de la
infancia, constituye una serie de planteamientos, que han sido desarrollados por
algunos sociólogos contemporáneos; la cual

. . . surge a partir de una insatisfacción con las explicaciones habituales


sobre la vida y el comportamiento de los niños, con la consideración de los
mismos en la sociedad y en el conjunto de las ciencias sociales y así mismo
con los métodos y técnicas de investigación aplicados en el estudio de las
actividades individuales o colectivas de las personas que se encuentran en
esa etapa de la vida que viene a denominarse infancia (Gaitán, 2006, p. 10);

Así “durante las décadas de los años ochenta y noventa se publicaron diversos
trabajos sociológicos – particularmente en el ámbito académico anglosajón
(Europa y Estados Unidos) – sobre la necesidad de revisar el concepto de
infancia en la sociología contemporánea” (Pavez, 2012, p 91); muchas de estas
publicaciones “no han sido traducidas al castellano y tal vez por esta razón
permanecen desconocidas o marginales en los debates sociológicos
hispanoamericanos” (Pavez, 2012, p 91).

En la sociología de la infancia “uno de los trabajos pioneros en el ámbito


anglosajón lo constituye la obra de Chris Jenks titulada The Sociology of
Childhood, publicada en 1982” (Pavez, 2012, p.91), con este, Jenks tenía el
“propósito de demostrar que el niño está situado intencionalmente dentro de la
teoría para servir a la finalidad de soportar y perpetuar las bases fundamentales y
las versiones de hombre, acción, orden, lenguaje y racionalidad dentro de teorías
particulares” (Gaitán, 2006, p. 12) y producto de esta recopilación, “Jenks por su
parte insiste en la idea de que la infancia no es un hecho natural sino una
construcción social, y como tal, su estatus está constituido en formas particulares
de discurso socialmente ubicado” (Gaitán, 2006, p. 12).

20
Posteriormente, en 1987 Jens Qvortrup coordina un número monográfico de la
International Journal of Sociology dedicado a la Sociología de la Infancia (Pavez,
2012, p. 91)

También durante el año 1987 según Gaitán (2006, p. 12). Qvortrup dirige el
proyecto La Infancia como Fenómeno Social. Implicaciones para futuras políticas
sociales, investigación auspiciada por Centro Europeo para el Bienestar Social de
Viena que reunió los informes sobre la situación de la infancia en 16 países, en
estos utilizó “un enfoque teórico sociológico –no sólo psicológico o educativo–
para demostrar la posibilidad de investigar el fenómeno de la infancia en cada
sociedad a partir de la edad como categoría de análisis” (Pavez, 2012, p. 92).

Se señala además que en lo que respecta a los primeros desarrollos sociológicos


en Estados Unidos

. . . cabe citar a Patricia y Peter Adler, quienes fueron los primeros editores (en
1986) de la publicación periódica Sociological Studies of Child Development, la
cual, a pesar de lo que podría sugerir su título, en realidad avanza en el estudio
sociológico de los niños y de la infancia (Gaitán, 2006, p. 13).

Siguiendo los primeros pasos de este campo disciplinar “en 1993 se crea la revista
Childhood: A Global Journal of Child Research que proporciona un foro que da
acogida a una amplia gama de artículos referidos a la infancia, desde una
diversidad de disciplinas y lugares del mundo” (Gaitán, 2006, p. 13).

El contexto en el que se desarrollaron estos campos de reflexión es el mismo en el


que se dieron los movimientos sociales en favor del reconocimiento de los
derechos de la infancia, y a partir de los cuales “se aprecia un aumento en la
preocupación por las condiciones de vida de la niñez, sensibilidad que se plasma
en la promulgación por parte de la ONU en 1989 de la Convención Internacional
de los Derechos del Niño” (Pavez, 2012, p. 82). Lo que constituye uno de los
motivos para que en esta década aparecieran los trabajos pioneros en la
sociología de la infancia, preocupación, por cierto que se sustentaba en las
condiciones por las que atravesaba la población infantil en cuanto al trato que

21
recibían y a las realidades socio culturales que en algunos casos les eran
adversas para su desarrollo, físico y/o psicológico.

La insatisfacción señalada respecto a las visiones clásicas de la infancia anudadas


a los textos pioneros ya enunciados ha generado una serie de desarrollos teóricos
y explicativos con los que abordaremos este ejercicio investigativo y que se
agrupan en tres enfoques propuestos por Lourdes Gaitán es su texto La nueva
sociología de la infancia. Aportaciones de una mirada distinta (2006).

Es menester señalar que Gaitán nombra que “los criterios en los que se sustenta
esta elección se refieren a su mayor influencia en el trabajo de sucesivos
investigadores, y su voluntad expresa de construir teoría sociológica de la infancia”
(Gaitán, 2006, p. 16), y que

. . . la nueva sociología de la infancia se encuentra aún en fase de


experimentación, y dado que desde el principio se ha prestado gran atención a
la comunicación e intercambio en el ámbito académico no se puede hablar,
como ya se ha advertido y se verá a través de este análisis, de enfoques
opuestos, ni siquiera alternativos, sino más bien de enfoques complementarios,
que ofrecen a cualquier investigador que se aproxime a este campo diferentes
caminos para iniciar su propia indagación en el aspecto de la realidad social
de la infancia o de la vida de los niños que más le interese. (Gaitán, 2006, p. 16)

6.1 Enfoque estructural de la sociología de la infancia

según Pavez este enfoque intenta comprender la posición de la niñez en la


estructura de cada sociedad partiendo de la premisa que la infancia como
categoría siempre está presente en la sociedad y son sus miembros quienes se
renuevan contantemente; es así como asume la infancia sociológicamente como
un grupo social en permanente conflicto y negociación con otros grupos sociales,
entendiendo con esto a la población infantil (2012, p. 92) como el “colectivo de
individuos muy diferentes entre sí, pero que comparten una misma ubicación

22
etaria en tanto ‘menores de edad’ sometidos a la autoridad adulta” (Rodríguez
citado en Pavez, 2012, p. 92).

Iskra Pavez siguiendo a Gaitán propone nueve tesis acerca de la infancia como
fenómeno social

 La infancia es una forma particular y distinta de la estructura social de


cualquier sociedad.
 La infancia es, sociológicamente hablando, no una fase transitoria, sino una
categoría social permanente.
 La idea de niña o niño como tal es problemática, mientras que la infancia es
una categoría variable histórica y social.
 La infancia es una parte integral de la sociedad y su división del trabajo.
 Las niñas y los niños son ellos mismos constructores de la infancia y la
sociedad.
 La infancia está expuesta en principio a las mismas fuerzas que las
personas adultas (económica, institucionalmente, por ejemplo) aunque de
modo particular.
 La dependencia estipulada en las niñas y los niños tiene consecuencias
para su invisibilidad en las descripciones históricas y sociales.
 No las madres y los padres, sino la ideología de la familia, constituye una
barrera contra los intereses y el bienestar de las niñas y los niños.
 La infancia tiene la categoría de una minoría clásica, que es sujeto de
tendencias de paternalistas (2012, p. 92-93).

23
1.La infancia es una forma particular y distinta de la
estructura social.

2.Es una categoría social permanente.


Infancia
3. Es una categoría variable, histórica y cultural.
ENFOQUE ESTRUCTURTAL DE LA SOCIOLOGÍA DE LA INFANCIA

Planteamientos 3.Parte integral de la sociedad y de la división social del


trabajo.
generales
4.Expuesta a las misma fuerzas de la adultez, pero de
modo distinto.
1. son co-constructores de la infancia y la sociedad .
Niños
2. la dependencia de los niños repercute en

La ideología de la familia constituye una barrera


Sociedad para los intereses y el bienestar de los niños

1. Estructura social. 2. Generación


Términos claves
3. Grupo minoritario, 4. Justicia distributiva

1. Infancia.
Conceptos claves
2. Actor social
3.
1.sociología de la infancia
Temas de principal
interés 2.Actividades de los niños

3.Justicia distributiva .

Especialmente cuantitativa: búsqueda a través de fuentes


Metodología
secundarias, explotaciones específicas de datos estadísticos
comunes , demanda de datos específicos sobre los niños en
Propuesta estadísticas corrientes

Fuente: Construcción personal basada en la propuesta de Lourdes Gaitán

24
6.2 Enfoque Construccionista de la sociología de la infancia

Siguiendo a Pavez la idea principal de este enfoque es la visión de la infancia


como una construcción social, en éste

. . . la infancia está inscrita en una estructura que afecta la vida de las niñas y
los niños –tal como evidencia el enfoque estructural recién comentado–, pero se
analiza la acción social de los individuos entendida como una capacidad de
agencia dentro de los marcos estructurales (Pavez, 2012 p. 95).

Para el análisis de la acción infantil se tienen en cuenta los debates propuesto por
Antony Giddens respecto a la estructura y acción de los individuos, develando la
postura de que los actores sociales actúan en un contexto determinado que los
impone, por lo que hay una comprensión de la infancia situada en cada contexto,
no hegemónica que además se ve afectada por desigualdades de sexo, raza y por
tanto este enfoque pone el acento

. . .en la pluralidad de infancias (basada en la existencia de distintas


construcciones de la misma), . . . y se aproxima bastante a otra importante
cuestión sociológica, cual es la de cultura y sociedad, así como a las
representaciones simbólicas del mundo social (Gaitán, 2006, p. 17).

25
1. La infancia es una construcción social
Infancia
2. La infancia es una variable del análisis social

3. Definir la infancia como fenómeno es también un


ENFOQUE CONSTRUCCIONISTA DE LA SOCIOLOGÍA DE LA INFANCIA

Planteamientos 1. Las relaciones sociales y la cultura de los niños deben


Niños estudiarse en sus propias dimensiones
generales
2. Los niños son activos en la construcción de sus vidas
sociales
La etnografía es una metodología particularmente
Sociología
útil para el estudio de la infancia

1. construcción social
Términos claves
2. Relaciones sociales y cultura de los niños

3. visiones y representaciones del niño


1. Niño .
Conceptos claves
2. Agency

1Critica visiones convencionales

Temas de principal 2. inserta la sociología de la infancia en el debate general de


interés las ciencias sociales

3. El cuerpo del niño

Metodología Enfoque etnográfico o antropológico, con sus herramientas


correspondientes, en especial la observación participante.
Propuesta Conexión con estudios culturales.

Fuente: Construcción personal basada en la propuesta de Lourdes Gaitán

26
6.3 Enfoque relacional de la sociología de la infancia

El enfoque relacional de la sociología de la infancia, define ésta, como un proceso


y discierne sobre lo que es común a la niñez en sus relaciones con los adultos en
función de las relaciones políticas donde se configuran relaciones de poder al
interior de los grupos sociales a nivel individual o micro y al nivel grupal o macro
sin olvidar que este enfoque hace énfasis en el plano de la relaciones micro
sociales.

. . . compartido, aunque centrado en los adultos, y es a través del mutuo


entendimiento como se desarrolla la relación de investigación. Se da menos
énfasis a las vidas sociales de los niños con otros niños, antes bien, la atención
se centra en las perspectivas de los niños y en su comprensión de un mundo
adulto en el que son llamados a participar. Este tipo de investigación predomina
en los estudios sobre niños enfermos y niños trabajadores. La muerte y el trabajo
no tienen un espacio natural en la ideología de una infancia segura, feliz y
protegida (Gaitán, 2006, p. 13).

Así "El enfoque relacional parte de la premisa teórica de que las niñas y los niños
son actores y agentes –perspectiva desarrollada en el enfoque constructivista–,
pero la acciónsocial infantil se da dentro de parámetros de poder minoritario"
(Pavez, 2012, p. 98)

27
1. La infancia es un proceso relacional
Infancia

1. Debe tenerse en cuenta cómo los niños experimentan


sus vidas y relaciones sociales .
Planteamientos
ENFOQUE RELACIONAL DE LA SOCIOLOGÍA DE LA INFANCIA

Niños
2. Es preciso desarrollar el punto de vista de los niños .
generales
3. El conocimiento basado en la experiencia de los niños
esLafundamental
generación espara el reconocimiento
un concepto de sus derecho
clave para
Sociología
entender la relaciones niño/adulto, sea en el
nivel individual o grupal

1. Generación 2. Género
Términos claves
3. Relaciones de los niños 4. Grupo
minoritario

1. Niño s.
Conceptos claves
2. Agentes

1. Generación como proceso y como concepto relacional

Temas de principal 2. Historia


interés
3. Feminismo e infancia, relaciones entre género y
generación

Metodología Especialmente cualitativa, entrevistas individuales o grupales


con niños, así como con madres y profesionales, y en los
Propuesta propios entornos donde se desarrolla su vida cotidiana.

Fuente: Construcción personal basada en la propuesta de Lourdes Gaitán

28
6.4 El enfoque construccionista de la Nueva Sociología de la Infancia, un
enfoque sociológico para la lectura del niño sicario en Medellín.

De los tres enfoques propuestos por Lourdes Gaitán, el enfoque construccionista


es el enfoque escogido para realzar la lectura del niño sicario, en este enfoque
particular se destaca y esto constituye su principal aporte, que la noción de
infancia que se plantea en este, es una construcción social, que está inscrita en
una estructura que afecta la vida de las niñas y los niños sin desconocer su
capacidad de agencia; es decir, que las niñas y los niños "actúan y construyen en
su entorno, [produciendo] conocimientos y experiencias" (Pavez, 2012, p. 96).

Los rasgos que se numeran a continuación del enfoque construccionista


corresponden a las características que resalta Pavez del libro de 1990 de James
y Prout titulado Constructing and Reconstructing Childhood. Contemporary Issues
in the Sociological Study of Childhood.

1. La infancia es comprendida como una construcción social. Se reconoce el


carácter natural (biológico) de la infancia pero integrado en un contexto social y
cultural. Se comprueba que en cada sociedad aparece como un componente de la
estructura y también con una dimensión cultural específica y diferente de otras
sociedades.

2. La infancia es una variable del análisis social. No puede ser entendida


separadamente de otras variables como el género, la clase o la etnia. Cuando se
analizan estas variables interrelacionadas se comprueba que existen muchas
infancias, por lo tanto, que no es un fenómeno único y universal.

3. Las relaciones sociales de las niñas y los niños son valiosas para estudiarlas
por sí mismas, independiente de la perspectiva de las personas adultas.

4. Las niñas y los niños son y deben ser vistos como agentes; es decir, como
actores sociales que participan en la construcción y determinación de sus propias
vidas, de quienes les rodean y de las sociedades en que viven. Las niñas y los
niños no son objetos pasivos de la estructura y los procesos sociales.
29
5. La etnografía es un método particularmente útil para el estudio de la infancia,
puesto que permite considerar la voz infantil en la producción de los datos
sociológicos.

6. La infancia es un fenómeno en relación con la doble hermenéutica de las


ciencias sociales actuales. Un nuevo paradigma sociológico sobre la infancia da
cuenta de la reconstrucción social y política de la infancia en nuestras sociedades.
(citado por Pavez, 2012, 94-95).

Estas características son las que se utilizarán para realizar el análisis y plantear
las reflexiones sobre fenómeno del niño sicario acorde con los objetivos de este
ejercicio investigativo; las razones para tomar el enfoque construccionista de la
nueva sociología de la infancia son las que nos permiten entender que la noción
de infancia planteada en el enfoque construccionista es una construcción social,
tal como se nos presenta en el niño sicario inscrito en el contexto particular del
narcotráfico en Medellín en los ochentas, y que dicho contexto incide sobre la vida
de éstos, pero a su vez reconoce en los niños sicarios la capacidad de transformar
creativamente el entorno que los determina; este enfoque plantea que la vida
social de los niños a través de la cotidianidad, transforman, producen y reproducen
dinámicamente las condiciones de la estructura y que dichas prácticas insertas en
un contexto espacio temporal, constituyen un conjunto de prácticas donde el niño
actúa, construye y determina su entorno, y es esto lo que precisamente busca
comprender este trabajo monográfico sobre niño sicario.

30
7 METODOLOGÍA

El trabajo monográfico que se planteó, fue un ejercicio investigativo de carácter


documental, descriptivo y reflexivo, que pretendió responder a la pregunta por
cómo comprender al niño sicario en Medellín a partir de los enfoques de la Nueva
Sociología de la infancia en la década de 1980-1990. Para dar cuenta de esta
reflexión y cumplir con los objetivos propuestos, se hizo una revisión de los
estudios desde diversas disciplinas sobre el niño sicario, los trabajos sobre los
nuevos enfoques de la sociología de la infancia y los casos paradigmáticos
propuestos.

Un aspecto clave que fue tenido en cuenta para el diseño metodológico y


tendiente a delimitar el tema del trabajo fueron las fuentes de las cuales se
alimentó la reflexión aquí planteada, este aspecto, que a su vez está en estrecha
relación con los alcances de un trabajo monográfico, puesto que, dadas las
limitaciones temporales que se tuvieron para su realización y las imposibilidad
para hallar la voz directa del niño sicario de los ochenta; se optó por fuentes
documentales y de prensa para construir los casos paradigmáticos con los cuales
se intentó develar las características del niño sicario, dichos casos paradigmáticos
son los de John Jairo Arias Tascón alias Pinina y alias Toño, dos casos que
ejemplifican en su accionar las características del niño sicario y en los cuales se
obtiene atreves de estas investigaciones documentales, las narraciones propias
de lo que fue su experiencia en la infancia

Entre las fuentes documentales que fueron consultadas se encuentran, fuentes


escritas, tales como: artículos de revista, investigaciones, tesis, y en general,
documentación sustentada en investigaciones; se escogió este tipo de fuentes,
toda vez que se consideró que estás fuentes eran confiables dado el sustento
académico que esta documentación suele tener, y que en función de esto, a través
de dicha documentación se puede tener una visión objetiva del fenómeno del niño
sicario y su lectura por parte de los diversos investigadores y disciplinas.

31
La estrategia que se siguió para este ejercicio investigativo fue el de la
investigación documental, la cual, “implica hacer una revisión previa de estudios
anteriores y de literatura relacionada que permita establecer qué se ha dicho sobre
el tema propuesto, desde qué punto de vista y con qué resultados” (Galeano,
2004, p. 116). Esta revisión de la literatura busca detectar, fichar, clasificar, y
analizar la bibliografía y documentación con el propósito de ayudarnos a alcanzar
los fines propuestos en este trabajo monográfico.

Este ejercicio investigativo se realizó aquí en tres fases:

La primera correspondió a la etapa de planificación del estudio y al diseño de la


investigación, es decir, la definición del tema, su delimitación conceptual, temporal
y espacial, para esto se hizo una revisión de estudios e investigaciones referentes
al tema de la monografía. En un segundo momento en este trabajo, se implementó
una etapa en la cual a partir de las determinaciones anteriores se tomó la decisión
de qué tipo de fuentes y cuál documentación era requerida para el ejercicio
investigativo, esta determinación se tomó en función de la pertinencia de las
fuentes y de la posibilidad de éstas y de la documentación escogida para dar
cuenta de los objetivos propuestos. En un tercer momento, que correspondió a la
etapa de escritura, se hizo acopio de esta documentación de forma estructurada y
de las fuentes seleccionadas, con el propósito de consignar los hallazgos y
realizar el análisis y la interpretación de la documentación que fue usada.

En todas las etapas de esta monografía se usaron fichas de análisis de los


documentos, que nos permitieron sintetizar la información consignada en ellos,
aislar categorías de análisis útiles para los fines propuestos en el trabajo,
esquematizar los planteamientos principales de la documentación, aislar las ideas
centrales de los textos y sus posibles aportes al trabajo monográfico, y realizar
observaciones y análisis al margen del texto que posteriormente fueron útiles y
facilitaron la labor de escritura del presente trabajo monográfico.

32
8 ANALISIS DE RESULTADOS: EL NIÑO SICARIO EN MEDELLÍN UNA
DIMENSIÓN SOCIOLÓGICA

8.1 Narcotráfico. Contexto sociocultural del fenómeno del niño sicario

Establecer las causas de la emergencia y configuración de un fenómeno como el


narcotráfico en Colombia, se escapa a los propósitos y alcances de este trabajo;
pero dado que el narcotráfico es un fenómeno que cuando se presenta en una
sociedad, tiene la capacidad de ser transversal a múltiples relaciones sociales; y
puesto que es un fenómeno que “ha comprometido a todos los sectores de la
economía, a todas las clases sociales y a las elites políticas y económicas del
país” (Medina, 2012, p. 145), será necesario describir sus orígenes, toda vez que,
ya instalado en la sociedad, el “narcotráfico forma parte de la sociedad a la vez
que la transforma” (Villatoro, 2012, p. 60). El propósito aquí es el describir las
condiciones a través de las cuales se configuró una sociedad que tuvo como un
producto social al niño sicario.

El fenómeno del narcotráfico se instaló fuertemente en la sociedad colombiana,


principalmente en las ciudades de Medellín y Cali, y modificó profundamente las
estructuras de los poderes tradicionales; a nivel social, el narcotráfico posibilitó la
emergencia de una cultura fuertemente marcada por una iconografía en la que
dinero, poder y violencia eran los rasgo más distintivos. La importancia del
narcotráfico como fenómeno, “no se trata únicamente de la ilegalidad de la
actividad, sino de que sus estructuras han afectado y penetrado todo el cuerpo
social dejando de ser una problemática o agresión aislada de la normalidad”
(Villatoro, 2012, p. 64), para pasar a ser un fenómeno que produce significados,
conductas, modos de pensar y prácticas, que tienen gran trascendencia y de las
cuales es imperativo establecer sus orígenes.

33
El comercio de cocaína a nivel mundial se inició hacia la década de 1880, como
una industria legal, y desde su inicio “Colombia, Perú y Bolivia comenzaron a
competir en el mercado internacional de la coca con ingleses y holandeses, que la
producían en sus colonias” (Arango & Child, 1984, p. 125). En Colombia

. . . en el siglo XIX y principios del XX, las drogas como la marihuana, los
opiáceos y la cocaína se utilizaban. . . por razones médicas. Derivados del
opio como la morfina y la heroína, así como medicamentos derivados de la
cocaína, los vinos de coca y los cigarrillos de marihuana fueron utilizados
durante este periodo con fines medicinales prescritos por los médicos, y se
obtenían fácilmente en las farmacias y mercados populares (Medina, 2012, p.
146).

Para 1885 el auge y el aumento en la demanda del alcaloide hizo elevar los
precios del mismo; a este respecto el periódico “El Comercio, de Bogotá publicó
en 1885 un artículo sobre la cocaína en el cual afirma que si las esperanzas en
ella cifradas se realizan ‘no hay duda que sería para América una nueva y
abundante fuente de riqueza’” (Arango & Child, 1984, p. 126). En este contexto
“las autoridades se preocuparon esencialmente por controlar la calidad de estos
productos en el propósito de proteger a los consumidores. Los adictos no eran
considerados personas enfermas ni delincuentes. (Medina, 2012, p. 146)

Los buenos precios internacionales, sumados a un ambiente de no prohibición


hicieron de la coca una naciente y prometedora industria; evidencia de esto, es
que en el código penal de 1936, que estuvo vigente hasta 1980, no se sancionaba
su uso y en el artículo 29 “se consignó que quien cometiera un delito bajo el efecto
de tales sustancias se le aplicaría reclusión en un manicomio criminal” (Arango &
Child, 1984, p. 126).

El auge del comercio internacional de la cocaína y los fracasos de las potencias


occidentales para controlar la naciente industria, toda vez que “norteamericanos,

34
belgas, franceses, ingleses y holandeses hicieron diversos intentos por cultivar el
arbusto de la coca” (Arango & Child, 1984, p. 142), con malos resultados, o que no
llenaban las expectativas y las necesidades del mercado; sumado a una intensa
polémica sobre los efecto nocivos del consumo, condujeron para inicios del siglo
XX que la cocaína se equiparara a las drogas fuertes como la morfina y la heroína,
la “ley Harrison de los Estados Unidos, aprobada en 1914, incluyó la cocaína entre
las drogas especialmente peligrosas” (Arango & Child, 1984, p. 147-148).
Posteriormente vendrían “la Convención internacional del opio de Shangai (1909)
y la Conferencia de la Haya (1912)” (Medina, 2012, p. 147), las cuales son el
punto de partida de la lucha contra el narcotráfico; Otros acuerdos que limitarían el
uso legal de la cocaína1 son el de Ginebra de 1925 y el de 1931. El narcotráfico es
un término genérico con el cual los servicios de seguridad norteamericanos
engloban la generalidad de las sustancias ilícitas, la cocaína específicamente es
un estimulante del sistema nervioso central, mientras que la marihuana es un
alucinógeno y la heroína un narcótico, si bien estas diferencias son importantes,
las tres sustancias ilícitas son catalogadas como «narcóticos».

En Colombia “la lucha contra el narcotráfico se inicia con expedición de la Ley 11


de 1920 que se pone en concordancia con los acuerdos de Shangai, Haya y
Ginebra” (Medina, 2012, p. 147), ya para la década de los treinta la producción y el
tráfico estaban prohibidos, pues, durante “el gobierno del presidente Alfonso
López Pumarejo (1934-1938) se introduce en el Código Penal la sanción a
conductas relacionadas con el tráfico y comercio de narcóticos” (Medina, 2012, p.
147).

1
Es necesario resaltar aquí, al margen de la discusión planteada, las afirmaciones del profesor Darío
Betancourt Betancourt, cuando afirma que: “El término narco-tráfico esconde, en realidad, una
intencionalidad política, económica y cultural imperialista y pro-norteamericana; puesto que además de no
ser narcóticos ni la marihuana ni la cocaína, dicha definición no involucra a los consumidores ni a los
lavadores de dólares en Norteamérica, pretendiendo de este modo darle una calificación latinoamericana y
racista a la producción, comercialización y consumo de psicotrópicos.” (Betancourt, 1991, 1)

35
En la prensa de los años treinta en Colombia, ya se evidencia el impacto de del
ambiente prohibitivo que se inició desde finales del XIX, como se relata el en
artículo de El Tiempo de Julio 12 de 1934:

. . . es bien frecuente el caso de que a nuestras oficinas de redacción lleguen


quejas sobre el auge que ha tomado en los últimos meses el comercio
clandestino de cocaína y otras drogas heroícas, vicio que está tomando un
incremento enorme sobre todas las clases sociales, pero especialmente entre
algunos muchachos de la «élite bogotana» (Arango & Child, 1984, p. 148).

Sí bien se perseguían la comercialización y el tráfico, los intentos por establecer


una normativa que regulase el ámbito de la producción y el del consumo, se da a
partir de este ambiente de prohibición, el cual incidió en la legislación colombiana
ya bien entrada la década de los cuarenta; “el presidente Mariano Ospina Pérez
dictó en marzo de 1947 el primer estatuto antinarcóticos de la Republica, orientado
contra el cultivo, comercialización y consumo de la coca y la marihuana” (Arango &
Child, 1984, p. 123), pero ante las presiones de los coqueros el estatuto debió
suspenderse a cincuenta días de su promulgación.

Según el análisis de Carlos Medina Gallego, en Colombia los orígenes del


narcotráfico como industria pueden rastrearse

. . . desde el comienzo de la segunda mitad del siglo XX como consecuencia


de, al menos, cinco factores: las crisis de producción agrícola, la crisis de
producción textil, el desarrollo de la actividad del contrabando, la violencia
política y, la lógica demanda-prohibición–adicción-consumo. (2012, p. 146)

Aunque existen evidencias concluyentes de que el narcotráfico moderno, en la


forma como lo conocemos hoy, es decir, el proceso “que ha convertido a Colombia
en uno de los centros internacionales del mercado de narcóticos se inició a
mediados de la década de los cincuenta” (Arango & Child, 1984, p. 161); evidencia
de esto son las informaciones de prensa, entre las cuales se destaca el artículo

36
del El Espectador del 22 de mayo de 1959, en el que el diario “publicó a 5
columnas la noticia de que Medellín era centro internacional del narcotráfico, que
operaba en conexión con La Habana” (Arango & Child, 1984, p. 166-167). No
existe entre los investigadores un consenso sobre en qué momento se inició dicho
proceso.

Uno elementos fundamentales que debe tenerse en cuenta para determinar el


punto de inicio del narcotráfico en Colombia es la declaratoria de ilegalidad de la
producción y el tráfico de sustancias psicotrópicas, pues, es la prohibición la que
condiciona las formas de comercio de dichas sustancias y los modos de relación
de los productores con la sociedad y el Estado. Otra circunstancia particular que
puede explicar este desacierto es la ausencia de una noción fuerte que defina que
es el narcotráfico; en este sentido, queremos hacer eco de la definición de Carlos
Medina Gallego, la cual parece describir acertadamente el fenómeno, así:

La designación de narcotráfico hace referencia a un conjunto de actividades


ilegales a través de las cuales se implementa la producción, transporte y
comercialización de drogas psicoactivas y la constitución de un modelo de
organización económica y social ilegal con altísimo nivel de injerencia en los
aspectos económicos y políticos de las sociedades formales (2012, p. 142).

Otro de los elementos constitutivos del narcotráfico que es necesario resaltar es


que la más importante “arma con que cuenta el narcotráfico no lo constituye su
capacidad de fuego, sino, su capacidad de corrupción e infiltración en los circuitos
económicos, sociales y políticos convencionales” (Medina, 2012, p. 141), es decir,
infiltrarse efectiva y firmemente en las redes de corrupción o corromper
instituciones y relaciones legitimas para imponer sus propósitos.

Un acontecimiento que es de gran importancia a la hora de entender la


emergencia del narcotráfico en Colombia y Suramérica, es la revolución cubana,
toda vez que era desde cuba que las mafias y los narcotraficantes

37
norteamericanos proveían a los mercados estadounidenses, pero la revolución,
debilitó estas redes y “creo la necesidad de reconfigurar la geografía del tráfico de
narcóticos, sus rutas y mercados, dando inicio a un ciclo en el que participaran
nuevos traficantes latinoamericanos en donde con el tiempo sobresaldrán
colombianos y mexicanos” (Medina, 2012, p. 147)

El narcotráfico por ser un fenómeno dinámico, se instala en las redes de relación


que le sean necesarias y propicias para el cumplimiento de sus fines. En el caso
colombiano, capturó las redes de contrabando tradicionales de la costa atlántica;

. . . todos los relatos y estudios coinciden en afirmar que los primeros


traficantes, que hacia 1968-70 entablaron contactos con los traficantes y
compradores norteamericanos para los primeros embarques de marihuana de
la Sierra Nevada, fueron antiguos contrabandistas de electrodomésticos,
cigarrillos y whisky, profesión muy común y legendaria en dicha región que se
caracterizaban por conocer a la perfección las rutas y caletas del Caribe y las
Antillas (Betancourt, 1991, p. 7-8).

Estas redes de contrabandistas serán determinantes en la configuración inicial del


narcotráfico en Colombia; “los dos puntos de desarrollo de la actividad del
contrabando que serán fundamentales en el impulso del narcotráfico son Urabá y
la Guajira” (Medina, 2012, p. 148), puntos en los cuales operará el llamado grupo
antioqueño, el cual dará origen al cartel de Medellín. Estas redes, por las cuales
se contrabandeaban bienes, en el periodo entre 1960 y 1970, tendrán una
transición hacia las drogas. Pero el control efectivo de las rutas estará en este
periodo controlado por las mafias norteamericanas y el grupo antioqueño estará
relegado a ser un mero operador al mando de dichas mafias.

A este periodo de transición suele denominarse el ciclo marinbero, varias


condiciones son importantes para que éste tenga fin; entre ellas, la presión de los
organismos de control sobre los puntos de salida de los cargamentos; la

38
legalización del cultivo en Norteamérica con fines terapéuticos, y que “las mafias. .
. empezaron a producir su propia hierba en los Estados de California, Hawai,
Alaska y Ohio” (Betancourt, 1991, p. 13). Estas condiciones confluirán, en la
configuración de un nuevo ciclo; el ciclo de la coca, en el cual los colombianos
tendrán un papel central, habida cuenta de la experiencia que tenían del cultivo y
del procesamiento de la base de coca, como se planteó más arriba, y que la
experiencia del tráfico de marihuana les había aportado la experiencia organizativa
para convertirse en una efectiva expresión de la delincuencia organizada.

Otros elementos que coadyuvaron al configurar el fin de la bonanza marimbera,


fueron, por un lado, el aumento del consumo de cocaína en los Estados Unidos; y
“la expansión del núcleo antioqueño y la formación del núcleo del Valle (Medina,
2012, p. 151-152). Entre estos dos grupos surgirá una rivalidad por el control de
los mercados y las rutas para la exportación de cocaína, dando origen a los
carteles de Cali y Medellín, organizaciones que entre las dos “centralizaron el
grueso del tráfico de cocaína que se efectuaba desde Colombia” (Salazar &
Jaramillo, 1992, p. 78).

8.2 El cartel de Medellín y las bandas juveniles de sicarios

El narcotráfico es una estructura compleja conformada por redes clientelares,


“clandestinas a través de las cuales operan los distintos empresarios de la droga
compartiendo recursos y estrategias que posibilitan los procesos de producción
(cultivos y cocinas), transporte (rutas), comercialización (mercados) y legalización
de capitales (lavado de activos)” (Medina, 2012, p. 142), en las cuales no se
establecen mecanismos formales de relación, sino que instaura relaciones
dinámicas al interior de sus estructuras. Estas redes clientelares toman en la
configuración que se dio en Colombia durante los ochenta el nombre de cartel;

. . . el término ‘cartel’ surge en Alemania a partir de 1879 para referirse a una


nueva actividad económica que adquiere forma monopolista, pero es

39
retomado por el gobierno de los Estados Unidos desde 1986 para señalar a
los grupos colombianos que exportan la cocaína (Ospina, 2010, p. 25).

La emergencia de los carteles de narcotraficantes en Colombia no sólo se explica


por el aumento del consumo en el exterior y la disponibilidad de las rutas para
exportarlo; el narcotráfico, como fenómeno social, es por definición un fenómeno
complejo y multivariado, que no se explica por la ocurrencia de unos cuantos
acontecimientos, sino que en su lugar, es necesaria la confluencia de una cantidad
de factores, que sumados coadyuvan para facilitar la emergencia de fenómeno en
una sociedad; en Colombia, además de los citados anteriormente, otros elementos
causales internos que pueden ser destacados son:

. . . El precario crecimiento económico de la década del setenta y la


pauperización de las clases medias y pobres que encontró en el narcotráfico
la única salida para compensar la pérdida de ingresos; la posibilidad de
consolidar focos del narcotráfico en las ciudades con la complicidad de
importantes sectores sociales e institucionales; la existencia de servidores
públicos y autoridades involucradas y cómplices en la expansión del
fenómeno; el surgimiento de una delincuencia común de clases medias y
bajas, que se convierte en una clase emergente a través del narcotráfico; el
rápido y abrumador enriquecimiento que conduce a un importante grupo de
narcotraficantes a establecer relaciones con elites económicas y políticas y, a
resquebrajar la institucionalidad mediante la introducción de capitales
provenientes de la economía ilegal del narcotráfico (Medina, 2012, p. 152).

Todos estos elementos, sumados a la precariedad del sistema legal y punitivo,


que se cristalizó en un orden normativo en el que la impunidad era (y es) una
característica, abonaron el terreno para que se desarrollaran en Colombia las
mencionadas redes de narcotraficantes.

Pero, el fenómeno más interesante aquí, es la forma a través de la cual el


narcotráfico, que como su nombre lo indica, está referido por definición al tráfico

40
de sustancias psicoactivas ilegales; se infiltra en la sociedad convirtiéndose en
una estructura mafiosa; el narcotráfico, es una expresión de la delincuencia
organizada que “moviéndose en las lógicas de un modelo criminal de acumulación
capitalista, comienza a dar origen al proceso de desarrollo mafioso que
compromete la economía, la sociedad y el Estado” (Medina, 2012, p. 152-153).

Desde el punto de vista clásico la mafia, como es el caso de la mafia italiana se


define como una organización “cohesionada por lazos de familia, que se remonta
a varias generaciones, con normas, leyes e ideología sin codificar, que se
transmite de padres a hijos; es una hermandad para el crimen y al margen de la
ley” (Betancourt, 1991, p. 3), es un tipo de organización que mediante el liderazgo
de un capo o un jefe “tiende a formarse en sociedades en las cuales el orden
público es ineficaz o en las que los ciudadanos consideran que el Estado y las
autoridades son poco eficientes” (Betancourt, 1991, p. 3) y en consecuencia
tienden a dirimir los conflictos directamente, a través de un ejercicio de autoridad
coercitiva o mediante el ejercicio de la violencia. La mafia opera en paralelo al
Estado y es el resultado “de negocios lícitos e ilícitos realizados a lo largo de
varios años y con sus acciones se ha propuesto ganar el control sobre amplios
campos de las actividades económica, política, cultural y social del país”
(Betancourt, 1991, p. 5).

En sentido estricto, la mafia colombiana, aunque intenta influir y ganar control


sobre actividades legales en el ámbito político, económico y social, a partir de los
rendimientos de actividades ilegales; difiere de la visión clásica, que se establece
a partir de la mafia italiana o la siciliana, según el profesor Dario Betancourt
Echeverry, porque la versión de mafia que se configuró en Colombia, no es, según
sus propias palabras, “un movimiento social puro”, y difiere de la noción clásica de
la mafia por tres características destacables; la primera es que los carteles
colombianos son un particular tipo de organización que se configura en torno a
suma de fuerzas, y los intereses por imponer la voluntad de algunos de sus
miembros; la segunda es, que dichas organizaciones son expresión de la

41
frustración de las clases medias, condicionadas por la precaria sujeción a la norma
de algunos individuos pertenecientes a ellas; y tercero, que ésta no representa
una organización rigurosamente jerarquizada, ya que algunas de sus partes
constitutivas tienen una relativa autonomía (1991, p. 3-4). La mafia colombiana se
configura, entonces, como expresión de la delincuencia organizada “que obtiene
ganancias y beneficios y pretende alcanzar la inmunidad jurídica mediante la
aplicación sistemática del terror, la corrupción y el soborno” (Betancourt, 1991, p.
5).

El cartel de Medellín, fue una organización criminal que se afianzó como cartel
durante los años setentas, cuando grupos de pequeños traficantes se encargaban
del “acopio de la pasta y base de coca producida fundamentalmente en el Perú y
Bolivia, del procesamiento, la exportación de la cocaína y su distribución al por
mayor en los países consumidores” (Krauthausen, 1994, p. 117).

Posteriormente dicho cartel se organiza con el propósito de “controlar toda la


cadena productiva de la economía del narcotráfico” (Medina, 2012, p. 153), el
cartel de Medellín “estaba conformado por sectores de clase media y baja, que fue
ascendiendo con dificultad en una sociedad racista y conservadora y que no se
resignaba dócilmente a perder su tradicional hegemonía” (Betancourt, 1991, p. 13-
14); circunstancia que determina la actitud violenta y conflictiva con la cual el cartel
hace irrupción en la sociedad antioqueña.

Entre “1978 a 1988 el cartel de Medellín tuvo su máximo expansión en los


aspectos económicos, político y militar” (Medina, 2012, p. 154), para el final de
esta temporalidad “las fortunas de los principales jefes crecieron de manera
desproporcionada por la rentabilidad del negocio del narcotráfico. . . . En 1987 se
calculaba la fortuna de Pablo Escobar en 8 mil millones de dólares” (Medina, 2012,
p. 154); entre las causas que explican la vertiginosa expansión del cartel de
Medellín se pueden contar: la voluntad y el carisma de algunos de sus miembros,
la violencia que caracterizaba el accionar de la organización, la corrupción, el

42
poder económico del cual disponía, la precaria legitimidad del Estado colombiano,
o la suma de estos factores; de esta forma “el cartel de Medellín infiltró gran parte
de las actividades económicas convencionales comprometiendo la banca, la
industria textil, de la confección, alimentos y bebidas, el transporte, el turismo y el
comercio entre otras” (Medina, 2012, p. 155).

Entre los individuos que se ubicaban en la más alta jerarquía del cartel se cuentan
en orden de importancia: Pablo Emilio Escobar Gaviria, alias El Patrón; Gonzalo
Rodríguez Gacha, alias El Mexicano; los hermanos Fabio, Jorge Luís y Juan David
Ochoa; y Carlos Lehder. A esta lista se sumaban otros en menor escala de
importancia que controlaban otros aspectos de la organización criminal, pero que
dados los propósitos de este trabajo no es importante resaltar su participación en
la estructura del cartel.

A estos se sumaban otros individuos, a los cuales es necesario resaltar, pues, se


trata de jóvenes y, algunos de ellos, comenzaron su carrera criminal siendo niños,
conformaron las estructuras criminales, y fueron el brazo armado del cartel. Estos
sicarios y como se afirmó anteriormente, niños sicarios, fueron reclutados por el
cartel con distintos propósitos, entre los que se cuentan: asesinatos, masacres,
secuestros, organización y ejecución de atentados dinamiteros, torturas, extorsión,
entre otros crímenes que eran cometidos en ejercicio de la voluntad de eliminación
de los obstáculos que se le presentaban a los capos del cartel y en la búsqueda
de alcanzar los objetivos de consolidación y mantenimiento de dicha estructura.

Muchos de estos sicarios trascendieron a la opinión pública a través de la


sustitución de sus nombres por un alias; mecanismo con el cual pretendían
mantener a salvo sus identidades, desligándose de su existencia normativa y
formal, y reemplazándola por un ejercicio de nombramiento que les daba
trascendencia al interior y hacia el exterior del cartel, de su destreza al cometer los
actos criminales, obtenían el prestigio y reconocimiento. Entre los más
reconocidos se cuentan: “Popeye, HH, El Angelito, El Chopo, El Osito, El Tato,

43
Tayson, El Palomo, Enchufle, Leo, Pinina, Quesito, Limón, León, Templor, Conavi,
Turquía, El Japonés, La Cuca, Tavo, El Duro, Jhoncito, Abraham, entre otros”
(Medina, 2012, p. 154).

Estos personajes conformaban los ejércitos de sicarios, los que mayoritariamente


“eran varones entre 15 y 26 años de edad y habitaban en las zonas de la ciudad
más afectadas por los problemas de marginación, pobreza y violencia”
(Ibiševicová, 2010, p. 13), a través de ellos las mafias instauraron el férreo dominio
del tráfico de narcóticos y de una sociedad que seducida o aterrorizada cedió ante
los intereses de la mafia.

En estas barriadas la pobreza y la falta de oportunidades era una constante, “la


situación económica de la mayoría de los habitantes de esos barrios en aquella
época era pésima. El índice de las necesidades básicas insatisfechas (NBI) en
Colombia era muy alto –en 1985, el índice NBI2 era 43,2%” (Ibiševicová, 2010, p.
9), a partir de esta precariedad se configuró un fenómeno que, bajo el efecto
combinado del sicariato y el narcotráfico, tuvo una profunda influencia en la cultura
popular, instalando en ella toda suerte de “representaciones sociales,
formulaciones ideológicas y prácticas relacionadas con el tráfico de drogas, las
cuales han adquirido historia, peso, extensión, y protagonismo, y han terminado
por destacar sobre las demás actividades y valores de la sociedad.” (Villatoro,
2012, p. 57).

La ausencia de confianza en las instituciones democráticas, la corrupción de


éstas, la crisis de la industria en los años setenta, los bajos índices de

2
En el índice NBI mide la calidad de vivienda y de espacio doméstico, de servicios públicos básicos, de
asistencia escolar y de dependencia económica. Como viviendas inadecuadas son consideradas por ejemplo
las que están ubicadas bajo puentes, las que carecen de paredes o tienen paredes hechos de materiales de
desecho; el hacinamiento crítico es cuando en el hogar viven más de tres personas por habitación, y los
servicios inadecuados son carencias o insuficiencias de coberturas de energía eléctrica, acueducto,
alcantarillado, etc. Con ayuda de estos indicadores se determina, si las necesidades básicas de la población
se encuentran cubiertas. Los grupos que no alcanzan un umbral mínimo fijado, son clasificados como
pobres. Así son clasificados los barrios en estratos; los barrios de donde proviene el parlache están ubicados
entre los estratos uno, dos y tres.

44
participación, la evidencia y la percepción de la impunidad, la violencia con la que
operaban contra la población civil las instituciones encargadas de preservar el
orden, sumado a que “no se prestaba apoyo suficiente por parte del Estado en cuanto a
las oportunidades de educación y de trabajo o el acceso a servicio médico. La cobertura
de servicios públicos solía ser insuficiente, el índice de desempleo era alto (Ibiševicová,
2010, p. 10). Todo esto facilito el camino para que los narcotraficantes, se insertaran
efectivamente en los sectores populares de la ciudad de Medellín y se posibilitara
un configuración social “que concibe el uso de la violencia y la utilización de
mecanismos de dominación como parte de sus usanzas y costumbres, y como
uno de los medios más efectivos para obtener prestigio y movilización social”
(Villatoro, 2012, p. 68); Así como lo afirma Dario Betancourt, sumados a las
condiciones anteriores, dos precedentes en la cultura antioqueña tuvieron una
profunda influencia en la inserción del narcotráfico en los sectores populares el
“culto al dinero” y deseo de “ser alguien en la vida”, dos premisas muy arraigadas
en la sociedad antioqueña, que coadyuvaron para que se conformara “una bien
sincronizada red de complicidades y lealtades manejadas bien mediante el dinero
o bien mediante la fuerza de las armas” (Betancourt, 1991, p. 14);

Las bandas juveniles y las bandas de sicarios, son el resultado social de muchas
de las condiciones que posibilitaron la efectiva inserción del narcotráfico en los
sectores populares, en parte “el sicariato en nuestro país tiene que ver con la
cultura del dinero desarrollada paralelamente al narcotráfico” (Romero, Londoño &
De Salvador, 1991, p. 51). Aunque las bandas igual que el narcotráfico, son
procesos de configuración social multivariado y complejo, en el desarrollo del
mismo puede señalarse la crisis de la estructura familiar

. . . en los barrios populares había muchas familias descompuestas donde las


cabezas de los hogares eran madres solteras, abandonadas o viudas.
Frecuentemente los jóvenes concebían a sus madres como unas heroínas y a
su modo se esforzaban a ayudarles aportando a la casa dinero conseguido
en actos delictivos. Las familias al enterarse de dónde provenía ese dinero,

45
primero se solían oponer pero más tarde daban su consentimiento silencioso
(Ibiševicová, 2010, p. 14)

Dicha crisis de la estructura familiar es producto del proceso de


desindustrialización que sufrió Medellín durante los setenta y los ochentas; en este
proceso el rol del padre proveedor se vio impugnado, y el desempleo, la
frustración social, la ausencia de oportunidades de inclusión social, que afectó a
los jóvenes, abocó a éstos últimos a encontrar nuevas formas de socialización,

. . . al grupo no lo une sólo un interés económico sino un rol social que los
identifica y los cohesiona. Están presentes en ellas marcas rituales, juegos de
poder, territorialidad, elementos que se conjugan para exigir un
reconocimiento social que es lo que está en el fondo de este protagonismo
juvenil: decir ‘existimos, somos, podemos (Salazar, 1991, p. 159).

Dichas formas de socialización operaban en un contexto en el cual ya no eran


válidas las construcciones normativas sociales, sino que se adaptaban según los
contextos por los mismos integrantes de las bandas. “De barrios como Aranjuez,
Manrique, Popular, Villa Tina y de las comunas nororientales y noroccidental,
surgen quienes han de conformar las bandas de sicarios” (Betancourt, 1991, p. 15)

Cada una de ellas disponía y defendía una territorialidad, en las bandas se “hacían
amistades y formaban los denominados ‘parches’ en las esquinas de los barrios.
Las esquinas se habían convertido en principales lugares de sus reuniones y
asimismo en el símbolo de sus estilos de vida” (Ibiševicová, 2010, p. 15) que al no
regirse por patrones de autoridad tradicional, se configuraban a partir de nuevos
patrones que hicieron de las bandas estructuras jerárquicas lideradas por uno de
sus miembros.

Se identificaban en sus inicios por algún género musical, como el rock o el punk; y
en un contexto socio cultural marcado por la precariedad del recurso económico,
“los jóvenes sentían una necesidad de ascender en la escala social. Necesitaban
tener dinero suficiente para poder mostrar su poder y exhibirse. . . . Luego, los que

46
empezaban a delinquir y a lucir las riquezas se convertían en modelos para los
demás” (Ibiševicová, 2010, p. 14), muchos de estos niños y jóvenes,

frecuentemente terminaban uniéndose a las bandas que se creaban con fines


delictivos; otras veces simplemente eran grupos de amigos que más tarde,
por influencias de otras bandas, por razones de la venganza, o por querer o
necesitar adquirir los bienes materiales y el dinero se convertían en pandillas
delincuenciales (Ibiševicová, 2010, p. 15).

Por su parte las bandas con el imperativo de defenderse de otras que impugnaban
su poderío en su territorio, se financiaban con el hurto, el establecimiento de
peajes ilegales, la venta de sustancias psicoactivas, la extorsión, el cobro a
comerciantes legales para que no fueran víctimas de robos, o para que ellos
mismos no los robaran, “entre el raponeo, el atraco, la pandilla, el manejo de la
moto, el parrilleo y el vicio, inician sus primeros pasos para luego perfeccionarse
en conducción de vehículos, manejo de armas, técnicas de escape, etc.”
(Betancourt, 1991, p. 15) y demás actividades, como las que empezaron a
cometer cuando el narcotráfico los cooptó para el cumplimiento de sus fines.

Las bandas juveniles, en las cuales el “promedio de las edades de los integrantes
de estas bandas era de 16 años” (Ibiševicová, 2010, p. 16), con la irrupción del
narcotráfico y la influencia del cartel de Medellín en los barrios populares, sufrieron
una profunda transformación, muchas de ellas, no todas; se convirtieron en
verdaderas estructuras criminales, que aumentaron su capacidad destructiva, su
disponibilidad de recursos económicos y su poder; algunas se profesionalizaron en
la comisión de determinados delitos, como el asesinato por encargo,
configurándose así como bandas de sicarios, “el fenómeno sicarial se generalizó a
partir de la ruptura de la alianza no declarada entre la mafia y el Estado, después
del asesinato del Ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla, el 30 de abril de 1984”
(Betancourt, 1991, p. 14).

47
El libro El parlache en las obras escogidas de la literatura y cine colombianos,
partiendo de los planteamientos de Alonso Salazar en No nacimos pa’ semilla,
destaca algunas características de las bandas de sicarios de la ciudad de Medellín
en los ochentas (Ibiševicová, 2010, p. 16-18), entre ellas se cuentan:

La dimensión territorial; la esquina como espacialidad, como lugar del


reconocimiento y como emplazamiento estratégico debía ser defendida de
pobladores de la misma zona que se oponían a la presencia de la banda y de
otras bandas que les disputaran el control territorial.

Los instrumentos de trabajo de las bandas de sicarios; es decir, las armas y las
motos, debían ser cuidadas y defendidas de la misma manera que el territorio,
pues, de ellas dependía la supervivencia de la banda; la destreza en el manejo de
uno u otro de los ‘implementos de trabajo’ implicaba toda una división del trabajo
al interior de la organización, toda vez que, algunos de los integrantes de las
bandas debían ser avezados conductores y otros diestros en el manejo de las
armas, las cuales, solían ser pistolas, ametralladoras, mini-Uzis y granadas, estas
últimas tenían como propósito facilitar las fugas de la escena del crimen cuando
eran perseguidos.

La presencia de drogas, que aunque usualmente los sicarios despreciaban a los


drogadictos, el consumo de cocaína y marihuana era frecuente entre ellos.

El gusto por los lujos y la ostentación; aunque la banda de sicarios requería cierta
dosis de anonimato, la ostentación demostraba el éxito que dicha organización
tenía y le asignaba en la comunidad mayor valor social.

La valoración que hacían de la vida y la muerte; los sicarios al concebir la muerte


como negocio, identificaban su propia muerte como un riesgo calculado, mientras
la supervivencia de su parentela cercana, principalmente la de madre quedara
asegurada, morir joven no era para ellos una tragedia, de ahí su actitud suicida en
determinados momentos.

48
El sentido religioso ambivalente; el culto a María Auxiliadora a quien se
encomendaban para que les facilitará los ‘trabajos’, el rezar las balas, los
escapularios y otras prácticas similares, eran tradiciones que estaban fuertemente
arraigadas en los sicarios, producto de la herencia paisa.

La lealtad y la solidaridad entre los miembros de la banda; entre ellos existían


fuertes vínculos sociales, que se reforzaban con diferentes expresiones de
solidaridad, y entre las peores infracciones que podía cometer un sicario se
contaba traicionar a sus compañeros y romper el código de silencio.

Percepción de otras bandas; aunque a veces se podían presentar afinidades con


otras bandas de sicarios, en general, estas relaciones eran tensas, dado el
carácter territorial de estas organizaciones.

La percepción de los organismos del Estado; en general los sicarios; como


muchos ciudadanos, conciben al Estado y las instituciones encargadas de
preservar el orden público, como otras estructuras criminales, para los sicarios los
políticos y los policías son delincuentes y corruptos.

El argot; un nuevo contexto social, el establecimiento de unas relaciones sociales


contrapuestas en alguna medida a las relaciones sociales tradicionales, requiere
por tanto unos elementos expresivos de carácter lingüístico igualmente disimiles a
los tradicionales, el parlache cristaliza de alguna forma la visión de mundo del
sicario, su identidad marginal, excluida y resistente a la sociedad dominante.

Natalia Ramírez-López citando a Alonso Salazar destaca otro de los elementos


fundamentales de la forma como los niños sicarios emergieron como agente en el
complejo entramado de la violencia en Colombia; “los ‘sicarios’ son los muchachos
que matan por encargo. Para estos jóvenes la muerte es un negocio, un trabajo,
una realidad diaria” (Ramírez-López, 2008, p. 16). Los sicarios

. . . son en su mayoría adolescentes. Su organización y fuente de poder: la


pandilla. Sus instrumentos y símbolos de dominios: el fierro y la moto. Su
ideal de valor: el macho teso, duro, verraco, rebuscador que no se deja de

49
nadie ni por nadie, incluso de la ley (Romero, Londoño & De Salvador, 1991,
p. 52).

Toda esta especie de iconografía, tiene un espacio de relación en la que se


refuerzan sus contenidos, dicho espacio de relación son las bandas, las cuales
son

. . . modelo de identificación de una notable parte de los jóvenes de los


barrios populares donde sus vivencias relativas a aspectos como la muerte, la
familia, la religión, el lenguaje, el dinero, el poder, la autoridad, la música y la
ciudad, entre otros (Ramírez-López, 2008, p. 16),

En función de todos estos elementos constitutivos, planteados anteriormente,


¿cuál iba a ser el destino de estos niños, sino abocarse a la violencia?, ¿cómo
podían escapar a las múltiples herencias de sangre que habían preparado su
nacimiento?, en función de estas preguntas el niño sicario parece la evidencia de
un destino manifiesto del cual algunos no pudieron escapar, así pues, el niño
sicario es un producto social, una respuesta de una sociedad, habituada a la
pobreza, la violencia y el desamparo.

8.3 Toño y Pinina, dos casos para una reflexión desde el enfoque
construccionista de la nueva sociología de la infancia

En este aparte, se reflexiona sobre la construcción del niño sicario en Medellín en


la década de 1980-1990, para este análisis se cuenta con una caracterización del
niño sicario, que parte de la caracterización hecha por Ibiševicová en su texto El
parlache en las obras escogidas de la literatura y cine colombianos. Los hablantes
del parlache y el contexto sociocultural del surgimiento de esta variedad
lingüística. Procedimientos de creación léxica en el parlache y los aportes de
Salazar en los textos No nacimos pa’ semilla y Medellín las subculturas del
narcotráfico, otro de los insumos para esta reflexión serán los casos
paradigmáticos, los cuales serán planteados posteriormente y los planteamientos

50
hechos desde el enfoque construccionista de la sociología de la infancia. Para
iniciar dicha reflexión se aborda la acción social de las bandas de sicarios y el niño
sicario en particular, toda vez que se evidencia en este grupo social

. . . un complejo comportamiento generacional marcado por características


idiomáticas, comportamientos, emociones, pensamientos e imaginarios
particulares: los jóvenes de estos espacios marginales fueron asimilando a su
cotidianidad creencias religiosas, culturales y sociales específicas creando su
propia forma de ser; forma de ser que necesita ser estudiada e interpretada
para encontrar las respuestas a los diferentes cuestionamientos de lo que ha
estado ocurriendo con la juventud colombiana (Ramírez-López, 2008, p. 2-3)

Los casos paradigmáticos presentados evidencian una serie de elementos, de las


vivencias, espacios, contextos que los estudios e investigaciones del tema han
situado y referenciado como comunes de esta forma particular de ser niño, y es el
enfoque construccionista de la sociología de la infancia, que nos permite poner al
niño en el centro de este ejercicio investigativo y plantear las reflexiones que nos
ayuden en mayor medida a comprender al niño sicario de Medellín en la década
de 1980-1990.

Por esto, alias “Pinina” y alias “Toño”, de quienes se recopila la información a


través de archivos de prensa e investigaciones de carácter etnográfico, nos
posibilitan, en función de la particular y especifica configuración que tomó en ellos
el fenómeno, rastrear algunas características más generales del niño sicario.

Alias Pinina, personaje famoso y conocido por sus nexos con Pablo Escobar, es
una referencia obligada para plantear el fenómeno del niño sicario, toda vez que
en éste se materializa y encarna el fenómeno del sicariato en la que podría ser la
historia de cualquiera de los niños y jóvenes que para ese momento histórico,
emergieron en el espacio social con una energía inusitada y caracterizando un
agente social que impactó y transformó profundamente la cultura antioqueña, es
por esto, que a través de las referencias en los archivos de prensa y crónicas -
que son pocas- se reconstruyó lo que hay escrito de la vida de Pinnina, puesto
que es a través de éstas pocas fuentes que es posible reconstruir el accionar de
51
este caso ejemplarizante del niño sicario, Alias “Toño” es uno de los personajes
que aparecen en la publicación de Alonso Salazar No Nacimos Pa’ Semilla,
publicación auspiciada por el Centro de Investigación y Educación Popular
(CINEP) y la Corporación Región. La publicación recoge la experiencia de vida de
varios jóvenes que por diversas razones se vieron inmersos en el mundo del
hampa y específicamente en el mundo del sicariato y las milicias urbanas;
además, el “libro nos trae también los relatos de madres, amigos, enemigos,
activistas barriales, sacerdotes. De esta manera se traza un complejo y
contradictorio mapa que determina la creación y valoración social del sicariato”
(Salazar, 1991, p. 13), “los relatos fueron elaborados teniendo como base una
serie de entrevistas realizadas en el año 1989 e inicios de 1990” (Salazar, 1991, p.
18). Uno de estos relatos es el de Toño, el cual es una narración
cronológicamente ordenada, a partir del texto de Salazar de la experiencia de
Toño como sicario.

Planteada la descripción del proceso de construcción de los casos paradigmáticos


y la documentación a partir de la cual se elaboraron, los casos en cuestión son los
siguientes:

John Jairo Arias Tascón, alias “Pinina” fue asesinado por la policía “el 14 de junio
de 1990. . . . Exintegrante de la banda de Los Priscos. Obtuvo gran poder en el ala
terrorista del cartel” (Derrumbe del cartel de Medellín, 1993, parra. 13); Pinina,
nacido en uno de los barrios populares de la comuna nororiental de Medellín,
desde los 12 años inició una carrera delictiva que lo llevaría a ser uno de los
hombres más buscados de la mafia colombiana; la razón por la cual Pinina es
importante y constituye un caso paradigmático en este trabajo monográfico es que
en su existencia se cristalizan los elementos que configuran la caracterización del
niño sicario, el cual es el interés de este trabajo. Pinina se inicia en el crimen
durante su infancia, después se vincula a las pandillas, y posteriormente a las
bandas juveniles de sicarios; es reclutado por “Los Priscos”, una de las estructuras
criminales de sicarios al servicio del cartel, donde recibe entrenamiento, y como
consecuencia de su desempeño como sicario al servicio de Los Priscos comienza

52
a ascender en la organización criminal de Pablo Escobar. La siguiente es la
reconstrucción de su vida, a partir de las escasas referencias de prensa que
pueden encontrase sobre este personaje. John Jairo Arias Tascón,

. . . uno de los principales jefes de los grupos de sicarios al servicio del cartel,
. . . había sido dado de baja por el cuerpo Elite de la policía,. . . en el sector
de El Poblado, cuando se encontraba en un apartamento en compañía de su
esposa y de su hija de seis meses (Golpe al sicariato, 1990, parra. 3).

A su muerte, las autoridades aseguraban que fue él quien organizó y ordenó una
“racha de explosiones que ha dejado 262 civiles muertos, 129 policías asesinados
en Medellín y miles de damnificados en todo el país” (Golpe al sicariato, 1990,
parra. 8). A su vez se le imputaba la participación y organización en múltiples
magnicidios como el de

. . . Rodrigo Lara Bonilla, de Antonio Roldán Betancur, del coronel Franklin


Quintero, del procurador Carlos Mauro Hoyos y del periodista Jorge Enrique
Pulido. A ello se suma su participación intelectual en los atentados al edificio
del DAS y al avión de Avianca, que dejaron cerca de doscientas víctimas
(Golpe al sicariato, 1990, parra. 5).

Pinina, era además el “ejecutor del cartel y el jefe de los jefes de los sicarios que
operan en todo el país” (Otro número dos, 1990, parra. 4), y se desempeñaba
como jefe de reclutamiento de sicarios del cartel de Medellín, “una de las cosas
que más le ayudó en su oficio fue el conocimiento que tenía de las gentes de la
comuna” (Golpe al sicariato, 1990, parra. 7), toda vez que, nacido en esas mismas
barriadas populares podía interpretar con facilidad las necesidades de los niños
sicarios que reclutaba para el cartel.

Según declaraciones de alias “Popeye”; otro sicario en perteneciente a la alta


jerarquía del cartel de Medellín, Pinina,

. . . era un hombre por ahí de 1,64 metros de estatura, inteligente, muy bien
presentado, tenía una cara perfecta, el pelo largo, por eso le decían Pinina,
por su parecido a la actriz argentina Andrea del Boca, que interpretaba ese

53
papel. Nos conocimos en el barrio. Él era el hombre que tenía Pablo Emilio
Escobar Gaviria para que lo reemplazara en el Cartel de Medellín y protegiera
a su familia en caso de que lo mataran (Vivas, 2014, parra, 27)

Según investigadores del DAS Pinina tenía

. . . una larga amistad con Pablo Escobar. A su lado se había hecho un


hombre rico por sus acciones al frente de los grupos de sicarios. . . . Como en
la mayoría de estos delincuentes, su niñez transcurrió en medio de la pobreza
y la violencia de los barrios marginales de Medellín. Antes de los quince años
ya conocía muchos de los secretos del oficio. Había sido raponero a los 12,
pandillero a los 14 y a los 15 hizo sus primeros trabajos como sicario. Era,
para entonces, uno de esos adolescentes que iba a recibir entrenamiento en
las escuelas de sicarios organizadas por el cartel, en las afueras de Medellín.
Su sangre fría, su instinto para matar y el arrojo demostrado en los
entrenamientos contrastaban con su figura frágil (Golpe al sicariato, 1990,
parra. 6).

El siguiente caso es el de Toño; el valor de esta narración en este ejercicio


investigativo, es su pertinencia en cuanto al tema, y como se dijo anteriormente es
una fuente que parte de una investigación etnográfica realizada en campo, donde
se rescata la voz de quien fuera un niño sicario, el cual relata su experiencia de
vida mientras se debate entre la vida y la muerte; y que de este personaje
singular, de su voz y su experiencia, probablemente no quede otro indicio que el
relato documentado por Salazar.

Toño tiene veinte años y es el jefe de una banda conformada por decenas de
niños sicarios entre los quince y los dieciocho años, entre los cuales él es el
mayor, en palabras de Toño, los integrantes de la banda

. . . son muchachos que ven la realidad, ellos saben que estudiando y


trabajando no consiguen nada y que en cambio con uno se levantan las
lucas. Ellos se meten por su gusto, no porque uno les diga. No todos tienen
necesidad, algunos entucan por la familia, pero otros es por mantenerse bien,
con lujo (Salazar, 1991, p. 27).

54
Toño cuenta su experiencia de vida, desde un pabellón del hospital San Vicente
de Paul, en el que se encuentra hace tres meses por una herida de disparo con
una escopeta que recibió en el abdomen, y aunque Toño “ha frentiado muchas
veces la muerte” (Salazar, 1991, p. 24), sabe que esta será su última vez. Toño
tiene escasa educación y según el relato sólo llegó a estudiar hasta tercero de
primaria, lo claro es que para Toño la educación y los profesores no fueron nunca
una imagen de autoridad, en la narración de Salazar, la madre de Toño relata el
suceso así:

El más atravesado de todos ha sido Toño desde pequeño se le conoció la maldad.

. . . Cuando estaba en tercero de primaria había un profesor que les ponía


unos castigos muy horribles y un día lo esperó con otro compañero a la salida
de la escuela y le pegó un navajazo. Desde ahí se dedicó a caminar las calles
(Salazar, 1991, p. 43).

Toño fue ingresado en un reformatorio a los once años por haberle disparado en
cinco oportunidades a un vecino y ha estado recluido dos veces en la cárcel de
Bellavista. Siendo niño se incorporó por su propia voluntad a una banda de
sicarios, la razón por la cual él tomó la decisión de dedicarse al sicariato fue la
ausencia del padre y por la necesidad de recursos económicos, pero como el
mismo lo dice “también porque me nacía, yo desde muy pelado he sido maloso"
(Salazar, 1991, p. 26). Su primer muerto, de los trece que dice haber cometido, fue
un vigilante de una finca en Copacabana que la banda estaba robando, al principio
la imagen del muerto lo atormentaba, pero sólo necesitó quince días para
reponerse y asumir que para el niño sicario la muerte es un aprendizaje, una
actividad comercial, un negocio, del cual, las herramientas de trabajo son las
armas y las motos. Para la banda de Toño la consecución de las armas es difícil;
según él mismo afirma hay “que tumbar un man para quitársela o comprarla, y un
arma buena es cara” (Salazar, 1991, p. 28), en cuanto a las motos la mayoría son
robadas y las modifican o “envenenan” para que sean más veloces.

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La familia de Toño que habita en el barrio popular de Medellín en la comuna
nororiental, está compuesta por su madre y varios hermanos de distintitos
compañeros que su madre ha tenido durante el tiempo. El padre de Toño murió
cuando él era niño, de los otros compañeros de la madre lo único que queda como
evidencia de su existencia son sus hijos, y en el relato constituyen referencias
aisladas y oscuras, que se destacan por la dependencia de sustancias y el
alcoholismo, razones por las cuales son expulsados del núcleo familiar, o por las
que ellos mismos abandonan la familia.

Para Toño, y esto es un hilo de continuidad que acompaña todo el relato, lo más
importante en la vida es su madre, de morir lo único que lamenta es dejarla sola y
sin protección; “Ella conmigo va en las buenas y en las malas” (Salazar, 1991, p.
27); existe entre ambos un vínculo de complicidad y solidaridad, para ella, el que
él sea un delincuente, que se dedique al matar y robar, no es motivo para no
considerarlo un buen hijo.

La madre de Toño es natural de Urrao, pero producto de la violencia política de los


años cincuenta, ella y su familia debe desplazarse varias veces, primero a
Liborina, posteriormente a Chigorodó en Urabá y de allí a Medellín, donde llegaron
a hacer parte de los procesos de las invasiones que posteriormente serían el
barrio Popular, de su relato es necesario destacar la imagen que tiene de la fuerza
pública, marcada por el temor, la desconfianza y el resentimiento, producto de la
actitud que la fuerza pública tuvo cuando invadían los terrenos en los que habitan,
según ella construir lo que ahora tienen “costó muchas vidas. Por eso es que
nosotros nunca hemos querido la ley, siempre le están dando es a la pobrecía”
(Salazar, 1991, p. 40).

“. . . me tocó tirarme al rebusque para ayudarle a mi mamá y a mis hermanitos.


Por eso me metí a la delincuencia, pero también porque me nacía, yo desde muy
pelado he sido maloso” (Salazar, 1991, p. 24-25). La propia voz de Toño nos
revela dos elementos claves de la caracterización del niño sicario; por un lado, que
éste valida el homicidio como una forma legítima de trabajo; para él, el asesinato

56
por encargo es una actividad comercial y una fuente de ingresos como cualquier
otra; en la lógica que ha construido, las actividades delincuenciales y el homicidio
no configuran su forma de darse un lugar en el mundo y construye para sí una
nueva visión del mundo, la cual, a la vez que justifica sus acciones. Por otro lado,
otro elemento clave en la caracterización es que las razones para que los niños se
vincularan a estructuras criminales no siempre fueron la necesidad y las
condiciones de pobreza, pues, sumada a la afirmación anterior, para el niño sicario
los lujos y la ostentación era una demostración del éxito que tenía en la
organización criminal y que dichas demostraciones aumentaban el valor social que
éste tenía en la comunidad, confiriéndole status; dicha demostración de exito era
bien conocida por Pinina, y era usada para motivar la ambición de los niños
sicarios para facilitar el reclutamiento de los mismos para el servicio del cartel de
Medellín; tal como quedó señalado en el caso paradigmático, Pinina tenía un vasto
conocimiento de las necesidades de los niños sicarios, toda vez que el mismo
había nacido y se había hecho sicario en esas mismas barriadas.

Desde estos planteamientos, podemos a partir del enfoque construccionista,


afirmar que el niño sicario situado en el contexto de Medellín es una construcción
social particular del contexto local en el que se abandona el paradigma universal-
europeo de niño, bueno, bondadoso, desprovisto de maldad, necesitado de
protección, que subvierte una característica que la sociedad atribuye
frecuentemente a la niñez la cual es la inocencia. Según James y Prout en su
texto de 1997: La inocencia podría definirse como la esencia del ser infantil. “Las
niñas y los niños son vistos como seres sin pecado, desexualizados, que habitan
una realidad simbólica alejada del mundo real y que son ingenuos por naturaleza y
por esto requieren la permanente protección adulta” (citado en Pavez, 2011, p.
211), y por el contrario se instala en características que les son asociadas
“tradicionalmente” a los adultos tales como la frialdad, la capacidad de asesinar y
la injerencia en economías ilegales; tal como evidencia en el relato de Toño sobre
su primer asesinato

57
. . . yo recuerdo mucho la primera vez que me tocó matar. Ya había herido
personas pero no había visto los ojos de la muerte. Fue en Copacabana, un
pueblo cercano a Medellín. Un día por la mañana estábamos robando en una
casafinca y sin saber de dónde se nos apareció el celador. Yo estaba detrás
de un muro, a sus espaldas, asomé la cabeza y de puro susto le metí los seis
tiros del tambor. El hombre quedó frito de una. Eso fue duro, paque le miento,
fue muy duro. Estuve quince días que no podía comer porque veía el muerto
hasta en la sopa... pero después fue fácil. Uno aprende a matar sin que eso le
moleste el sueño" (Salazar, 1991, p. 26).

Así, pues desde el enfoque construccionista, podemos afirmar que en la


configuración de infancia representada en el niño sicario, lo que se representa es
una construcción social de infancia particular, en medio de una pluralidad de
nociones de infancia; entendemos entonces aquí “la infancia como una
construcción sociocultural, dinámica y heterogénea, entendiendo que no existe
sólo una sino varias infancias, en el intento de dar cuenta de la diversidad de
mundos construidos por niños y niñas” (Macedo, 2012, p. 62), como el que se
construye en el contexto en el cual el niño sicario tiene nacimiento. Esta afirmación
es clave para el enfoque construccionista, toda vez que se valida que no existe
únicamente una noción asociada a la infancia, sino una multiplicidad de nociones,
las cuales no están regidas por patrones macro estructurales, universales, y nos
permite dimensionar al niño sicario en su propio contexto de configuración y la
construcción de infancia que se deriva de dicho ámbito.

Varias características del niño sicario se entrelazan aquí; por un lado, en el


contexto de la banda, el niño sicario comparte con sus compañeros un código
lingüístico propio, un argot que los identifica, que los particulariza, un código con el
que entra en comunión con sus semejantes; este argot y los elementos expresivos
de su lenguaje, no corresponden con los tradicionales; comunicarse en código,
poseer una forma de expresión propia era para el niño sicario una forma de
impugnar el pretendido dominio que sobre él tenía la sociedad dominante. Otra
característica del niño sicario, que es necesario resaltar aquí, es que éste
dimensiona al Estado y los organismos de seguridad como enemigos y

58
adversarios, para él estas estructuras no son más que organizaciones criminales,
contra las cuales él debe resistir. Así, a través de dicho código lingüístico que los
identifica, y de plantarse frente a la sociedad de los establecidos y frente al
Estado, como un otro distinto, el niño sicario está confirmando su identidad y
soberanía, la cual se configuraba creativamente en la banda y en el contexto de su
comunidad.

El niño sicario, ligado a una estructura jerárquica, en la cual la ley del silencio era
uno de los códigos que estaban más fuertemente interiorizado establece una red
de complicidades y solidaridad, a través de la cual se mantenía la cohesión de la
banda, construía dinámicamente un entramado de relaciones, a través de las
cuales estaba en capacidad, no sólo de construir y configurar el colectivo al que
pertenecía, sino también, determinar e influir sobre las relaciones sociales de la
comunidad en la que estaba inserto.

Así pues, podemos afirmar de la mano del enfoque Construccionista de la Nueva


Sociología de la Infancia, que los niños sicarios participan en la construcción y
determinación de sus propias vidas y de quienes les rodean y de las sociedades
en que viven, saben del riesgo inminente de la muerte que su actividad implica y lo
asumen, como lo afirma Toño en su relato "si me muero ya, me muero con amor.
Al fin de cuentas la muerte es el negocio, porque hacemos otros trabajos, pero los
principales son matar por encargo" (Salazar, 1991, p. 30). Pero además, sus
familias también se ven modificadas en parte por nuevos estilos de vida que tienen
que ver con la capacidad adquisitiva que adquieren de dicha actividad; esa
complicidad de la familia y en general del barrio, es a través de cual las bandas
juveniles de sicarios van modificando las dinámicas sociales y la red de relaciones
del contexto social a través de las lógicas y las dinámicas que estos grupos de
jóvenes imponen; así, los niños sicarios, “buscaron destacarse y sobrevivir en una
sociedad compleja sin importar cómo se lograba éste éxito, convirtiéndose en
personajes con el poder de afectar o influenciar a otros miembros de la nación
desde lo familiar, lo urbano barrial y lo local” (Ramírez-López, 2008, p. 2). A través
de este accionar y del

59
. . . carácter dinámico de la actividad social de los niños, en donde no están
ausentes las disputas por el poder, los enfrentamientos ideológicos y las
interacciones que definen la naturaleza y jerarquía de las relaciones
interpersonales, [van] convirtiendo al niño en un actor cuya competencia y
creatividad son determinantes en el proceso de construcción de las relaciones
sociales y culturales de la sociedad en su conjunto (Moscoso, 2013, p. 33-34).

Además de este dinamismo, el niño sicario imprime a la tradiciones religiosas


paisas sus propios sentidos evidenciado en su particular noción de religiosidad y
en su culto a María Auxiliadora, el cual constituía para él un cierto ritualismo que
había adaptado a su acomodo, y según su propia estructura de valores,
trasgrediendo el sentido tradicional de dichos ritos; para él, rituales como rezar las
balas, portar escapularios eran complementarios de este ritualismo y, aunque el
sacerdote todavía significaba una figura de respeto, no había autoridad en él que
el niño sicario pudiera reconocer.

La infancia como variable de análisis social, no puede ser entendida; como señala
el enfoque construccionista, separadamente de otras variables como el género y la
clase social, elementos que justo son destacados en el niño sicario, pues, por un
lado esta actividad es ejercida por niños mayoritariamente varones en parte por
las capacidades asignadas “naturalmente“ a los seres humanos pertenecientes a
esa construcción social de hombre, como menos sentimentales, mas calculadores
y con mayor destreza en las actividades físicas y por otra parte porque las niñas
se ven vinculadas al fenómeno del sicariato de diversas formas que no
necesariamente pasan por ser las ejecutantes de los homicidios.

Otra variable de análisis en virtud de la cual es necesario leer la acción del niño
sicario, es la de clase social, dicha variable se confirma toda vez que la mayoría
de los niños sicarios, como se ha afirmado repetidamente, surgen principalmente
en el contexto de las barriadas populares y el de la pobreza; tal como ocurre con
Pinina y Toño que nacieron en las barriadas de la comuna nororiental de Medellín;
este agente, producto social del desplazamiento forzado, la marginación social, la
violencia, la precaria presencia estatal, o su presencia a través del ejercicio de la

60
violencia en las barriadas populares y la desestructuración de la familia, etc.,
encuentra en el homicidio por encargo una forma legítima de ejercer su acción
sobre el entorno social en el cual actúa y a través del cual determina dicho
entorno.

Entre los elementos fundamentales que se plantean en la caracterización del niño


sicario se destaca que, la pertenencia a un colectivo y la identificación con un
territorio eran cuestiones de suma importancia, la comuna, el barrio, la esquina;
eran para el niño sicario y por extensión para la banda de sicarios un eje
articulador fundamental en su accionar y en la construcción de su identidad
individual y colectiva. La solidaridad al interior de la banda era un valor
fundamental que reforzaba el vínculo entre estos niños y jóvenes, en las propias
palabras de Toño se evidencia dicha actitud: "entre nosotros también nos
apoyamos mucho; ah!, que usted no tiene, de esto y yo tengo, entonces le regalo,
¿entiende?, no prestado sino regalado, y si uno está mal, también le dan"
(Salazar, 1991, p. 28). Las redes de cooperación que establecían con la
comunidad, la protección que hallaban en ésta, algunas veces por miedo y otras
por solidaridad, son relaciones sociales, que como afirman los sociólogos
construccionistas de la infancia, deben ser estudiadas por sí mismas y al margen
de la perspectiva adultocéntrica; esto pues, “en el enfoque constructivista se
comprenden las especificidades de cada contexto en que se desarrolla el
fenómeno de la infancia” (Pavez, 2012, p. 94- 95). Así pues, afirmamos aquí, a
través de las herramientas de análisis que nos posibilita el enfoque
construccionista de la infancia, que la construcción social de este tipo particular de
infancia, está configurada, como se ha venido evidenciando a través de este
trabajo, por una diversidad de variables y particularmente por su contexto territorial
e histórico.

61
9 CONCLUSIONES

Estas conclusiones, son una apertura para el debate sobre las posibilidades y
vacíos que la Nueva Sociología de la Infancia presenta para abordar
sociológicamente fenómenos locales, producto de los que fueron los hallazgo en
este ejercicio investigativo en el caso concreto del fenómeno del niño sicario en
Medellín 1980-1990.

Los nuevos enfoques de la sociología de la infancia suponen un avance en el


camino de reflexionar sobre las condiciones de la niñez, toda vez que nos permite
pensar en la infancia como categoría de análisis al margen de las concepciones
tradicionales de la infancia, es decir, concepciones ligadas a instituciones sociales
como la familia y la escuela entre otras y posibilita reflexionar sobre el mundo de
los niños, independientemente del mundo de los adultos, en este sentido ,es
preciso destacar que en los nuevos enfoques de la sociología de la infancia el
acento se pone en el niño y la niña como centro de los trabajos investigativos. A
partir de dichos enfoques ya no se estudia exclusivamente la infancia como
desarrollo del proceso de socialización, sino que la conceptualización de los
nuevos enfoques permite pensar en la infancia como una construcción social en
la cual los sujetos participes de ella se van actualizando y por tanto digna de ser
estudiada por sí misma.

En el contexto de los estudios latinoamericanos sobre la infancia, se presenta el


reto de cómo adaptar las teorías que son producto de las realidades europeas y
anglosajonas a los estudios sobre las construcciones sociales de la infancia de los
países periféricos, ya que, hasta ahora, pareciera que la producción en estos
países todavía es una reflexión incipiente y ensayística.

Algunas de las dificultades que se han presentado para desarrollar los estudios
sobre la infancia son, por un lado, que existen representaciones sociales comunes
de la infancia que por lo general obedecen a concepciones eurocéntricas que se
han trasladado al campo discursivo con el que se han abordado teóricamente los
problemas de la infancia y, por otro lado, que de manera dispersa se han

62
construido los discursos sobre los cuales se ha abordado desde la sociología las
realidades sociales de la infancia, impidiendo, por estas dos razones, un
desarrollo teórico vasto que avance hacia una mayor posibilidad de comprensión
de fenómenos locales por lo que atraviesa la infancia.

El fenómeno del niño sicario no ha sido suficientemente abordado en su carácter


individual por la disciplina sociológica, en su lugar, este actor social ha sido
abordado como un sujeto colectivo, inscrito en el contexto de las bandas de
sicarios y en el de los estudios sobre la juventud, los cuales inician en la década
de los noventa. A propósito del fenómeno de las pandillas en las grandes ciudades
del país, en estos estudios la juventud se presenta como un actor social peligroso,
es en este contexto en el cual queda inscrito el niño sicario, por un lado
invisibilizado en la construcción de ese colectivo llamado "jóvenes", y por otro lado
criminalizado en el contexto de la discusión sobre las bandas de sicarios; de esta
forma se evidencia el desconocimiento por parte de los investigadores de las
realidades específicas que viven los niños sicarios y la necesidad que tienen éstos
de un tratamiento especial, a propósito de su condición dada la particularidad de
pertenecer a un determinado grupo etario.

Destacado lo anterior, también queda claro a través de este trabajo monográfico


que los nuevos enfoques de la sociología de la infancia aún se encuentran en
construcción tanto en sus bases teóricas como metodológicas, pues hasta ahora
sólo hay algunos trabajos dedicados a recopilar lo que de manera aislada varios
sociólogos han realizado principalmente sobre infancias europeas y anglosajonas
generando un discurso hegemónico de la niñez donde dominan las concepciones
occidentales de ésta, en el acceso a la bibliografía en español que tuvo esta
monografía

En los nuevos enfoques de la sociología de la infancia y, a propósito del enfoque


construccionista usado en este ejercicio investigativo para abordar al niño sicario
de los años ochentas, se presenta una verdadera limitante que la única
metodología propuesta por dicho enfoque sea la etnográfica, pues para trabajos

63
que como éste investigan un sujeto y su construcción social en un determinado
periodo histórico, y que dada la temporalidad escogida, no se podía tener la voz
directa del niño sicario, pero si el relato de adultos sobre su experiencia infantil
alrededor del fenómeno, se ha ce necesario que los nuevos enfoques de la
sociología de la infancia avancen en la construcción de otros abordajes
metodológicos que le permitirán a la Nueva Sociología de la Infancia abordar los
nuevos retos que propone la infancia.

Por último, es necesario que el problema sociológico que se plantea con el niño
sicario, en tanto objeto de estudio, sea abordado por la sociología de la infancia
con mayor profundidad, haciendo énfasis en los aspectos teóricos de dicho
problema social, el cual persiste en la actualidad; problema, para el cual es
necesario que la academia desarrolle herramientas comprensivas que permitan
hacer intervenciones que sean acordes con las realidades y por ende tengan
mayor impacto dentro del modelo de acumulación capitalista global en el cual nos
niños son utilizados para los fines de la guerra.

64
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