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Dicho esto, está claro que las reivindicaciones específicas varían según los
lugares, los tiempos, las diferencias sociales y culturales. La primera lección
que recibí en este sentido no la he olvidado nunca. Fue durante aquel mayo de
las mujeres, en 1976, cuando muchas jóvenes nos reunimos en el Paraninfo de
la Universidad de Barcelona. También acudieron algunas de nuestras
predecesoras, las mujeres de 36, y fue un gran encuentro; mi generación tuvo
que reinventarlo todo, nos habían privado de nuestro pasado y nuestra
historia. Encontrarnos con ellas fue maravilloso: no éramos huérfanas,
teníamos una genealogía. Nos reconocimos, nos abrazamos. Estábamos de
acuerdo en muchas cosas, en el análisis de nuestra situación. Ah, pero no en
todo. Las jóvenes del 76 reclamábamos la libertad sexual, defendíamos nuestro
derecho al placer. Las jóvenes del 36 lo consideraban totalmente
inadecuado; para ellas una feminista debía ser "toda una mujer", en el viejo
sentido de la palabra, fiel y pura incluso en el amor libre. De modo que nuestra
reivindicación les parecía indigna, degradante para el feminismo.
Marina Subirats