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LOS ORÍGENES DEL SOCIALISMO

DEL SOCIALISMO UTÓPICO AL MARXISMO

HATIN BOUMEHACHE ERJALI

UNIVERSIDAD DE MÁLAGA
ÍNDICE

I. INTRODUCCIÓN...................................................................................................... 1

II. EL SOCIALISMO EN EL PASADO........................................................................ 4

III. BABEUF Y LA CONSPIRACIÓN DE LOS IGUALES......................................... 7

IV. EL SOCIALISMO UTÓPICO.................................................................................. 9

1. ORIGEN Y SIGNIFICADO DEL TÉRMINO.................................................................. 9


2. SAINT-SIMON..................................................................................................... 11
3. FOURIER............................................................................................................ 13
4. OWEN................................................................................................................ 14

V. LOS INICIOS DEL MARXISMO. MARX Y ENGELS........................................... 16

VI. EL MANIFIESTO COMUNISTA............................................................................ 18

VII. CONCLUSIÓN....................................................................................................... 19

VIII. BIBLIOGRAFÍA................................................................................................... 20

1
I. INTRODUCCIÓN

En el presente trabajo se pretende exponer y analizar el origen del socialismo y su carácter


como movimiento ideológico y social. Mi pretensión es sintetizar las primeras ideas, que se pueden
considerar de carácter socialista, surgidas a principios del siglo XIX y sus diferentes corrientes y
autores que quedan enmarcados en lo que se ha denominado como “socialismo utópico”. Antes de
llevar a cabo este cometido, es menester indagar y detallar brevemente los movimientos que vaga-
mente podemos considerar de reivindicación social surgidos a lo largo de la historia, desde la anti-
güedad hasta la Edad Contemporánea, pero que sin embargo, muchos de ellos, se hallaban en el
ideario de los autores que se tratarán en el presente trabajo.
Debido a las lógicas limitaciones que presenta este estudio no se podrán dar cabida en él a
todos los movimientos, escuelas y autores, por lo que se tenderá a hacer una selección sujeta a mi
criterio de éstos ámbitos en virtud de su importancia. De manera subsiguiente a la exposición del
socialismo utópico enlazaremos con los primeros planteamientos de Karl Marx y Friedrich Engels
englobados bajo el denominado “socialismo marxista” o “socialismo científico”.
El socialismo surgido a comienzos del siglo XIX, lo podemos determinar como un movi-
miento de carácter social manifestado como consecuencia de las repercusiones más negativas de la
Revolución Industrial y de las doctrinas liberales y capitalistas.
El término socialismo fue utilizado de forma ordinaria en el siglo XIX. Se desconoce quién
empleó por primera vez los vocablos socialismo y socialista. En Italia, en la segunda mitad del siglo
XVIII, se hizo frecuente el uso de estos dos términos, aunque con un sentido que no guarda relación
con ninguno de sus significados posteriores1. La palabra socialisme apareció por primera vez impre-
sa en el periódico francés Le Globe en 18322. En la época en la que apareció este término, este pe-
riódico estaba dirigido por Pierre Leroux, quién había hecho de dicho periódico el órgano principal
de los saint-simonianos, y el término socialisme fue utilizado como caracterización de la doctrina
saint-simoniana, cuyo autor estudiaremos en las venideras páginas.
Leroux se autodesignó como inventor del término y con frecuencia fue considerado como
tal. Él mismo escribió reivindicando su autoría: “Fui yo quién me serví primero de la palabra socia-
lismo, que era un neologismo entonces, para contraponerlo al individualismo” 3. Junto a Leroux, y
en un distinto marco dentro de los movimientos sociales franceses, aparecieron los mismos términos
en la escuela fourierista.
Con posterioridad, tanto la expresión “socialismo” como “socialista”, fueron empleados asi-
duamente en Francia y Gran Bretaña, para trasladarse ulteriormente a otros países europeos como
Alemania, y también a los Estados Unidos. De un modo general, su empleo quería dar a entender
una oposición a las exigencias del individuo y por el contrario hacer resaltar el elemento social en
las relaciones humanas y manifestar el gran debate acerca de los derechos del hombre que se desen-
cadenó en la Revolución Francesa y en su simultánea revolución económica. El vocablo “socialis-
ta” denotaba a quienes defendían alguno de los muchos sistemas sociales que luchaban entre sí y
1. MARIO BRAVO, Gian, Historia del socialismo, 1789-1848: el pensamiento socialista antes de Marx, Barcelona,
Editorial Ariel, 1976, p. 50.
2. COLE, G. D. H., Historia del pensamiento socialista. Vol. I, los precursores: 1789-1850, México, Fondo de Cultura
Económica, 1974. p. 9.
3. MARIO BRAVO, Historia del socialismo, 1789-1848: el pensamiento socialista antes de Marx, p. 54.

2
que coincidían en la hostilidad contra el orden individualista que prevalecía en lo económico, y con-
tra el predominio concedido a las cuestiones políticas sobre las sociales y económicas en las opinio-
nes y actitudes contemporáneas acerca de las relaciones humanas y de la ordenación justa de los
asuntos públicos4.
Los grupos, a los que originalmente se les denominó como socialistas, fueron principalmen-
te tres: en Francia fueron los saint-simonianos y los fourieristas, y en Gran Bretaña los owenianos,
quienes en 1841 adoptaron oficialmente el nombre de socialistas. Dedicaremos un apartado en el
presente trabajo para tratar estos grupos mencionados y las doctrinas que proponen, pero como pre-
facio dispararemos algunas cuestiones previas acerca de sus ideales.
En primer lugar, los tres grupos consideraban la cuestión social como la más importante de
todas y que la labor de los hombres era promover la felicidad y el bienestar general. Los tres consi-
deraban esta labor completamente incompatible con la continuación de cualquier orden social que
se basara en una lucha de competencia entre los hombres por obtener los medios de vida. También,
los tres desconfiaban de la política y de los políticos principalmente. Según sus conceptos, la direc-
ción de los asuntos sociales deberían ejercerla los productores, invalidando de este modo, las formas
tradicionales de gobierno y de organización política existentes.
Aunque dentro de esta coincidencia de propuestas se hallaban diferencias considerables a la
hora de llevar a la práctica sus proposiciones. Los fourieristas y los owenianos eran creadores de co-
munidades. Éstos se propusieron invalidar las sociedades antiguas e implantar una red de comunida-
des locales fundadas sobre una base social. Los saint-simonianos, por su parte, creían en la eficacia
de una organización y una planificación científica a gran escala, y aspiraban a transformar los Esta-
dos nacionales en grandes corporaciones productoras dominadas por hombres de ciencia y de gran
capacidad técnica. Los owenianos y los fourieristas evitaban la actividad política, mientras que en
un sentido opuesto los saint-simonianos tendían a apoderarse de los Estados y gobiernos, con la fi-
nalidad de transformarlos de manera conveniente a sus propósitos.
Como se observa, había grandes diferencias, pero residía un elemento común en estas doctri-
nas que bastaba para darles en el lenguaje popular el mismo nombre. Las tres eran enemigas del in-
dividualismo, del sistema económico de la competencia y de la idea de que una ley económica natu-
ral por sí misma produciría el bien general. Por consiguiente, socialismo, tal como la palabra se em-
pleó en un principio, significaba la ordenación colectiva de los asuntos humanos sobre una base de
cooperación, con la felicidad y el bienestar de todos como fin, y haciendo resaltar la producción y la
distribución de la riqueza y la intensificación de los influjos socializantes en la educación de los ciu-
dadanos a lo largo de toda su vida mediante formas cooperativas de conducta, en contra de la com-
petencia, y mediante actitudes y creencias sociales5.
El socialismo, en sus primeros tiempos, no podría entenderse como una doctrina de luchas
de clases entre el capital y el trabajo. Habrá que esperar hasta Marx para encontrar un reforzamiento
de esta doctrina, aunque en las décadas de 1820 y 1830, hubo exponentes de la lucha de clases,
quienés adoptando un carácter radical, volvieron la vista atrás buscando inspiración en Babeuf y en
la Conspiración de los Iguales.

4. COLE, Historia del pensamiento socialista. Vol. I, los precursores: 1789-1850, p. 10.
5. Ibid. p. 12.

3
Al poner fin al tratamiento del socialismo utópico, comenzaré por definir las principales
ideas y obras de Marx y Engels, en su primera etapa y todo enmarcado en los primeros prologome-
nos del Marxismo como ideología social.

II. EL SOCIALISMO EN EL PASADO

Como preámbulo a mi estudio, he creído oportuno mostrar algunas tendencias o movimien-


tos acaecidos en el pasado que se podrían catalogar como “socialistas” o “socialismo”, sí entende-
mos como teoría socialista aquella que supone una crítica moral del orden social existente al que
opone la idea de una sociedad libre de injusticias y de las limitaciones de la desigualdad 6. Aunque
no sería correcto el uso de la expresión “teoría socialista” para definir a los conflictos y tendencias
sociales que tuvieron lugar, por diferentes motivos, desde la antigüedad hasta la modernidad, ya que
una teoría socialista debe contener un programa de acción que pueda sustentarse en los sindicatos,
en los sistemas cooperativos o en un partido político de masas, algo difícilmente posible de darse en
el período histórico que vamos a tratar en este capítulo.
Como citamos en la introducción, la doctrina política del socialismo surge al principio de la
era industrial como protesta contra la miseria y los sufrimientos provocados por el sistema indus-
trial, y como medio de defensa de la explotada clase trabajadora frente a la nueva élite capitalista.
Pero el socialismo está comprometido con el pasado, en el cual encontramos doctrinas colectivistas
desde Platón hasta Tomás Moro7, o conflictos sociales tanto en la antigua Grecia como en la Roma
republicana, en la antigüedad clásica propiamente dicha.
Estas tendencias que calificamos cuidadosamente como socialistas deben entenderse de un
modo absolutamente diferente al de sus apariciones en el siglo XIX. Son manifestaciones primitivas
que en muchos casos defienden la liberación social frente al yugo del poder, y en las que encontra-
mos una reivindicación de la igualdad.
En el ámbito de la antigua Grecia citaremos los casos especiales de Esparta y Atenas, ambas
8
poleis con regímenes políticos y sociales totalmente dispares en el marco contextual de las épocas
arcaica y clásica.
En el caso de Esparta, el autor Max Beer ha defendido la hipótesis de que los espartanos, y
en general los dorios, fueron los teorizantes del comunismo y del régimen económico igualitario 9.
Si bien es cierto que en los primeros estadios de la historia de Esparta, sus ciudadanos aplicaron una
forma de vida colectivista y comunitaria, no se puede formular lo mismo a partir de la reforma polí-
tica y social que el legislador licurgo llevó a cabo en Esparta, y a la que el propio Beer denomina
como “revolución comunista”10. El autor alega este término en virtud del reparto equitativo de tie-
rras entre los espartanos, que suponía la aplicación de esta reforma. Pero esta igualdad no sería verí-
dica si nos atenemos a uno de los preceptos contenidos en la reforma, que estipulaba una división de
la sociedad espartana entre tres clases, espartiatas, periecos e ilotas, siendo los primeros los ciuda-
danos de pleno derecho, y los últimos, una mera categoría sobre la que recaía el trabajo, siendo ésta

6. MACKENZIE, Norman, Breve historia del socialismo, Barcelona, Labor, 1973, p. 11.
7. LICHTHEIM, George, Breve historia del socialismo, Madrid, Alianza Editorial, 1979, p. 13.
8. Término con el que se denomina a las ciudades estado de la antigua Grecia.
9. BEER, Max, Historia general del socialismo y de las luchas sociales, Buenos Aires, Siglo Veinte, 1973, p. 21.
10. Ibid. p. 24.

4
también una población de hombres no libres que constituían los verdaderos medios de producción y
que pertenecían al Estado en calidad de propiedad común.
Con respecto a Atenas es primordial tratar en este apartado el conflicto social o como es de-
nominado comúnmente como stasis11, la cual aconteció durante los siglos VII y VI a.C., en esta
misma polis. El germen de este conflicto social viene dado como consecuencia de las acciones de
un régimen político, anclado en esta polis, que se regía sobre la base de un poder oligárquico, el
cual actuaba conforme a su ideología. Esta clase oligárquica, por medio de la usura, consiguió ex-
propiar tierras a los campesinos poco a poco, lo que llevó a éstos últimos a caer en la servidumbre
por deudas y como derivación de lo anterior, el estallido de una crisis agraria. Por consiguiente, esta
circunstancia política y social provocó el descontento de las clases inferiores, lo que acabó desem-
bocando en un estallido social.
Es en este contexto en el cual emerge la figura del legislador Solón de Atenas, quién bajo
una amenaza de sublevación popular, la nobleza le encargó que adoptara las medidas legales nece-
sarias para establecer la paz entre la nobleza y el pueblo. Solón procedió a una reforma económica y
política en la cual suprimió todas las hipotecas que pesaban sobre la tierra y prohibió la esclavitud
por deudas. La constitución política se torno de una oligarquía a una timocracia en la que la base del
poder residía en el poder adquisitivo que poseyera cada ciudadano.
Caso similar es el que acontece en Roma, durante el período de la República, entre los siglos
VI y I a.C. En esta ciudad nos hallamos con dos capas sociales opuestas enfrentadas entre sí: los
patricios y los plebeyos. Los patricios eran campesinos acaudalados que ocupaban todas las magis-
traturas y se constituyeron progresivamente en una clase dominante. En el lado opuesto, los plebe-
yos, aldeanos humildes, estaban excluidos del poder político. En este caso no hay una disputa por
lograr una igualdad social, ya que estos plebeyos eran libres y gozaban de los derechos cívicos co-
mo ciudadanos romanos que eran. Estamos ante una reivindicación concerniente a la participación
política, la cual estaba monopolizada por los patricios y que se zanjará a favor de los plebeyos me-
diante una serie de concesiones de forma gradual que se traducirán en unas legislaciones que permi-
tirán a los plebeyos acceder al poder político.
En el plano intelectual, se observan propuestas a las que se les puede atribuir el calificativo
de “utópicas”. Entre estas utopías sociales es en donde situamos a la obra La República de Platón,
considerada como una construcción poética, aristocrática y comunitaria 12, en la que los productores
no asumían un control político y se conservaba la esclavitud, pero en la que los nobles, los guerre-
ros y los filósofos vivían comunitariamente. Platón concebía, según Max Beer, la instauración de un
comunismo integral en un Estado ideal en el que habrían de ser comunes tanto las mujeres como los
hombres, lo mismo que toda la educación y toda la actividad en general, tanto en tiempo de guerra
como en tiempo de paz13.
Con la aparición del cristianismo se introducen en la historia nuevos conceptos y se presenta
a la humanidad nuevas afirmaciones como la igualdad de los hombres, la liberación de los esclavos,
la justicia en la propiedad o la eliminación de ésta. Se podría afirmar que éstos fueron los principios
fundamentales interpretados en los Evangelios por los primeros cristianos. Incluso, estos “primeri-
zos” que adoptaron la fe cristiana, muchos de ellos, se organizaron en micro-comunidades con la fi-
11. Guerras y luchas civiles dentro del marco político-social de las poleis griegas.
12. MARIO BRAVO, Hisroria del socialismo, 1789-1848: el pensamiento socialista antes de marx, p. 43.
13. BEER, Historia general del socialismo y de las luchas sociales, p. 35.

5
nalidad de dar una expresión concreta a los postulados citados con anterioridad. Algunos supuestos
del cristianismo incidieron decisivamente sobre la futura interpretación de éste como movimiento
igualitario incluso en lo económico, aludiendo a aspectos como el de la caridad, la limosna y la re-
pulsa a una sociedad timocrática, y a favor de una en la que el protagonismo lo asumieran los
pobres.
Es de destacar, con alusión a las organizaciones comunales de los cristianos primitivos, su
evolución, en la Alta y Baja Edad Media, en formas comunitarias más avanzadas cuyo reflejo lo
contemplamos en las órdenes monásticas o bien manifestadas en algunas creencias y supersticiones
de carácter colectivo.
También perteneciente al marco histórico medieval y retomando la cuestión de los conflictos
y movimientos sociales, es menester hacer referencia a una serie de levantamientos de carácter cam-
pesino que tuvieron lugar en la Inglaterra del siglo XIV. Se tratan de movimientos que reflejan el
descontento de los campesinos ingleses y que en ciertas ocasiones concluyó en una revuelta. Los
campesinos, cada vez más separados de la tierra y faltos de todo derecho social, aspiraban a que se
restableciese la antigua igualdad de los cristianos y que se suprimiese el esplendor del catolicismo
de esta época. Algunos colectivos que fueron partícipes de este movimiento incluso llegaron a plan-
tear la desaparición de los privilegios y la repartición de toda la prosperidad. Dentro de esta serie de
movimientos, concretamente en la revuelta campesina de 1381, destacó la figura de John Ball, sa-
cerdote inglés y principal instigador de la revuelta, quién predicó la hermandad de todos los hom-
bres, creados iguales por la naturaleza y privados de sus derechos por los señores, los jueces y los
juristas14.
En los comienzos de la Edad Moderna, concretamente en el año 1516, presenciamos la pu-
blicación de Utopía, obra publicada por Tomás Moro, y la cual es considerada como la mayor de las
fantasias sociales. El objetivo de la obra es describir la Inglaterra de principios del siglo XVI, cuan-
do el derrumbamiento de la estática economía medieval derribó en problemas nuevos y sin prece-
dentes, con especial daño a los campesinos. Moro cuenta la historia de la isla de Utopía, que contra-
pone a la situación de Inglaterra, país en el que la propiedad privada y la exclusión de la mayoría de
los ciudadanos de los bienes materiales en beneficio de la minoría, constituyen la raíz de sus males.
Opuesta a la situación de Inglaterra tenemos la isla de Utopía, cuyos ciudadanos entregan al
fondo común los productos de su trabajo y sacan del almacén todo lo que necesitan, y en donde re-
side la paz y la seguridad. Presenta un sistema, que el autor Norman Mackenzie denomina como co-
munista15, en el cual los hombres no tienen ni deseo ni necesidad de acumular riquezas personales
para procurarse comodidades y por consiguiente verse libres de la opresión que implica lo anterior.
La población de Utopía era consciente de que la lucha por la riqueza era la raíz de la ambición, de
las contiendas civiles, de las guerras y de la decadencia de las naciones.
El concepto que se nos presenta en la obra no fue una idea inédita en los tiempos que fue pu-
blicada la obra. Ya comentamos con anterioridad la obra clásica La República de Platón, en la que
se describe a una sociedad idealizada, y que sin duda influye decisivamente en la sociedad que nos
presenta Tomás Moro. Sus obra ha sobrevivido hasta nuestros días como un reflejo de la vida que
los hombres no sólo podrían, sino que también deberían vivir.
14. Sobre este aspecto vease FOURQUIN, Gay, Los movimientos populares de la Edad Media, Madrid, Castellote Editor,
1973.
15. MACKENZIE, Breve historia del socialismo, Barcelona, p. 20.

6
Y por último, para finalizar este apartado, hay que mencionar el movimiento de los levellers
o niveladores surgido durante el transcurso de la Revolución Inglesa en el siglo XVII. Los levellers
eran un grupo de reformistas que había surgido en el seno del ejército del Parlamento durante la
Guerra Civil inglesa y que propugnaba la igualdad entre todos los hombres ante la ley. Esta agrupa-
ción es considerada, en las fuentes tradicionales, como un movimiento radical que concentró sus es-
fuerzos en las reformas políticas con el propósito de combatir los privilegios, ostentados por una
minoría, y proclamar la tierra como patrimonio natural de todos los hombres.
Este ideario fue expresado también por una pequeña congregación conocida como los di-
ggers o cavadores. Éstos tuvieron como guía político a Gerard Winstanley. A diferencia de los leve-
llers, los diggers tenían poca certidumbre en la eficacia de la acción política y sus ideas acerca de la
sociedad que deseaban establecer en Inglaterra eran mucho más precisas. Aunque no obtuvieron un
éxito político inmediato, estuvieron en condiciones de influir en algunos sectores populares. Sus ar-
gumentos se basaban en la repulsa de la propiedad privada de la tierra, en el gobierno fundado en
los principios del derecho natural y en la liberación del pueblo de todos los gravámenes y vínculos,
a los que siempre había estado sujeto. Una rápida persecución impidió que el movimiento se afirma-
se y extendiera.
Winstanley, posteriormente, se hizo escritor y elaboró una doctrina en la que dicta que la
sociedad está dividida en clases antagónicas, las contiendas políticas son un reflejo de los intereses
sociales, y el trabajo cooperativo y la propiedad colectiva deberán reemplazar a la mano de obra
asalariada y a la propiedad privada. El experimento de Winstanley fracasó, pero no obstante y de
forma indirecta está ligado al moderno movimiento socialista.

III. BABEUF Y LA CONSPIRACIÓN DE LOS IGUALES

En el anterior apartado hemos tratado las primeras manifestaciones de lo que se podría cata-
logar como un socialismo primitivo, unas ciertas manifestaciones de reivindicación social, pero que
en la mayoría de ellas carecían de una ideología y organización clara en la que poder sustentarse.
Sin embargo, a finales del siglo XVIII, yuxtapuesto a la Revolución Francesa, surge una teo-
ría política denominada como “babouvismo” que tenía como a su principal ideólogo y estandarte a
François Babeuf.
Con total seguridad, Babeuf marca la línea divisoria entre el socialismo primitivo y el socia-
lismo moderno. Aunque podemos citar a algunos autores franceses a los que se les puede asociar
legítimamente con la tradición socialista como Mably y Morell 16. Ambos autores, considerados co-
mo precursores del socialismo utópico, defendían un comunismo integral y tuvieron, sin duda, una
notable influencia en Babeuf. No del mismo modo podríamos considerar a Rousseau, aunque sus
ataques contra la propiedad, su denuncia de la corrupción de la sociedad y su reivindicación sobre la
igualdad, dejaron su impronta en jacobinos como Marat y Robespierre17.
Estos autores fueron pensadores que se hallaban en la periferia de un inmenso movimiento
intelectual con un gran contenido democrático y liberal, pero sin nada específicamente socialista en

16. MACKENZIE, Breve historia del socialismo, p. 23.


17. Ibid. p. 24.

7
sus ideas esenciales, sólo en su creencia en la felicidad humana como posible objetivo que habría de
ser alcanzado por el progreso continuado de la Ilustración.
La figura de Babeuf surge en el marco contextual histórico de la Revolución Francesa, la
cual constituye el acontecimiento decisivo que sirve como preludio a toda una serie de movimientos
sociales y políticos que se desarrollarán en el siglo XIX. Reconocidos autores de corriente anarquis-
ta como Kropotkin dedicaron un gran estudio a la Revolución. Kropotkin consideraba que del con-
junto de ideas que brotaron espontáneamente en los años revolucionarios, surgieron las ideas comu-
nitarias, anarquistas y socialistas vigentes en su época18.
En la historia de las ideas socialistas, Gracchus Babeuf, es, ante todo, un precursor. Pasará a
convertirse en una figura legendaria para todos los revolucionarios posteriores. Se le atribuyó el mé-
rito de haber comprendido y expresado con radicalidad que la revolución política debía pasar a ser
una revolución económica y social, objetivo que se consiguió fundamentalmente a través de las
conspiraciones de grupos radicales19.
Como teórico y revolucionario práctico, Babeuf participó activamente en la Revolución
Francesa, formando parte de sus corrientes más radicales y representando a los sectores más empo-
brecidos de París20. Durante la Revolución, toda su actividad política constituyo un intento de llevar
a la práctica el concepto de igualdad que propugnaba la Revolución d 1789.
Tras estar varias veces en prisión, Babeuf intentó organizar en París una conspiración clan-
destina contra el Directorio, entre los años 1796 y 1797. Esta organización revolucionaria y conspi-
rativa recibió el apelativo de la “Conspiración de los iguales”. Fue la tensión de la guerra, el exceso
de sufrimientos y la derrota y decapitación del partido jacobino lo que se halló detrás de la aparición
comunista de Babeuf y de su grupo, al que Marx consideró como el “primer partido comunista” 21.
Correspondió a Babeuf y a su grupo presentar, después de la fuerte reacción contra la Revo-
lución que se produjo bajo el Directorio, un plan casi completo de comunismo proletario, el cual
puede considerarse como el precursor no sólo de las doctrinas socialistas posteriores de propiedad y
explotación colectiva de los medios de producción, sino también de la idea de la dictadura del pro-
letariado como manera de someter a las demás clases sociales y de derrotar los intentos de contra-
rrevolución22.
La “Conspiración de lo iguales”, a pesar de su carácter esencialmente nuevo como primer
movimiento socialista del pueblo23, había poco en él que fuese nuevo en las aspiraciones sociales de
los conspiradores. Estaban reproduciendo y aplicando a la situación social doctrinas de comunismo
y de igualdad social que habían aprendido de Mably y de otros filósofos del siglo XVIII. Lo origi-
nal era la transformación de estas ideas utópicas en una forma de movimiento social que aspiraba al
cambio inmediato de toda la sociedad existente y de sus instituciones, tanto económicas como polí-
ticas.

18. GARCÍA MORIYON, Felix, Del socialismo utópico al anarquismo, Madrid, Cincel, 1990, p. 35.
19. Ibid. p. 36.
20. KOHAN, Néstor, Introducción al pensamiento socialista. El socialismo como ética revolucionaria y teoría de la re-
belión, Bogotá, Ocean Sur, 2007, p.44.
21. RICCI, Francesco, "Francia, 1789-1797 ¿Cómo nació el primer partido comunista de la historia?", Revista Marxismo
Vivo, 1 (2010), p. 248.
22. COLE, Historia del pensamiento socialista. Vol. I, los precursores: 1789-1850, p. 25.
23. Ibid. p. 25

8
El movimiento consiguió apoyos en las grandes ciudades y especialmente en París, en donde
tuvo partidarios debido a la situación de carestía y de falta de trabajo que siguió a la Revolución y a
la resistencia de los campesinos emancipados para abastecer de lo necesario a las ciudades. Fue una
conspiración cuya intención era atraerse a los numerosos elementos urbanos descontentos principal-
mente a causa del hambre.
Babeuf y sus partidarios se propusieron establecer una dictadura temporal, apoyada en los
obreros de París. Proponían la expropiación inmediata de toda propiedad que perteneciese a las cor-
poraciones, y al mismo tiempo la abolición de todos los derechos de herencia, de tal modo que la
propiedad que todavía quedase en manos privadas pasaría en el transcurso de una generación a pro-
piedad comunal. Francia habría de dividirse en nuevos distritos administrativos, en los cuales la
propiedad que pasase a ser pública sería administrada por funcionarios de elección popular. El tra-
bajo sería obligatorio para todos y sólo las personas ocupadas en un trabajo útil tendrían derecho al
voto. La enseñanza se pondría al alcance de todos y estaría dirigida a instruir al pueblo en los prin-
cipios de la nueva sociedad basada en la propiedad común24. Todas estas ideas quedaron reflejadas
en el Manifiesto de los iguales.
El plan de Babeuf fue finalmente descubierto y el movimiento desarticulado gracias a las la-
bores del infiltrado Georges Grisel25. Bounarroti, Maréchal, Babeuf, Darthé y toda la cúpula conspi-
rativa fueron detenidos el 10 de mayo de 179626. Los principales conspiradores, Babeuf y Darthé,
fueron ejecutados. Sin embargo, muchos quedaron libres cuando el peligro había pasado, y a algu-
nos como Maréchal, autor del Manifiesto de los iguales, y Bounarroti, no se les llegó a ejecutar y
únicamente fueron deportados.
Para finalizar este apartado, podemos concluir que la importancia de la Conspiración de los
iguales estriba en que es un levantamiento que se anticipa a movimientos posteriores que se produ-
jeron después de que la Revolución Francesa perdiera su fuerza, y que fueron consecuencia princi-
palmente de desarrollos posteriores del capitalismo y de los nuevos derechos de la burguesía. En
conclusión, el babouvismo fue esencialmente un producto de la decepción revolucionaria27.

IV. EL SOCIALISMO UTÓPICO

1. ORIGEN Y SIGNIFICADO DEL TÉRMINO

En la parte introductoria ya se incluyó algunos planteamientos, de forma inicial, del llamado


socialismo utópico, aclarando a que personajes y a que ideales se les denominaba como “socialis-
tas”. En el mismo preámbulo no se hizo referencia al término “utópico”, por el cual también se les
denominó a estas doctrinas y grupos, ya que hemos creído que sería preferible detallar este aspecto
en el presente apartado.
Como se ya se relatado con anterioridad el “socialismo” es un concepto definitivamente con-
solidado en la segunda mitad del siglo XIX, pero que era prácticamente desconocido antes de la re-

24. Ibid. p. 28.


25. BOLINAGA, Iñigo, Breve historia de la Revolución Francesa, Madrid, Ediciones Nowtilus, 2014, p. 116.
26. KOHAN, Introducción al pensamiento socialista. El socialismo como ética revolucionaria y teoría de la rebelión ,
p. 44.
27. COLE, Historia del pensamiento socialista. Vol. I, los precursores: 1789-1850, p. 26.

9
volución de 1830, presentando diversas identidades. Pero la clave del socialismo, que se está tra-
tando en el presente trabajo, reside en la tendencia igualitarista y su relación con los otros dos gran-
des distintivos manifestados en la Revolución Francesa, la libertad y la fraternidad28.
Con respecto al concepto de utopía, y del cual se han mostrado algunos aspectos en anterio-
res apartados relacionados con ideas surgidas en el pasado, hay que mencionar que es un término de
origen griego, cuyo significado hace referencia al “lugar que no existe”. La utopía se define como
una crítica de lo real, como una producción intelectual que al expresarse niega, en ese mismo acto, y
en este caso desde el punto de vista social, la sociedad que es, es decir, la negación de un mundo in-
satisfactorio, injusto y oprimido, y al mismo tiempo se presentaría como una imagen poblada de ar-
quetipos de una sociedad antagónica de la existente 29. En consecuencia, la utopía se ofrece como un
elemento liberador e incitador hacia el cambio social.
En el caso que nos atañe, el concepto de “socialismo utópico”, es preceptivo mencionar que
fue acuñado por Friedrich Engels en su obra Del socialismo utópico al socialismo científico, con la
finalidad de distinguir la cualidad moral de la primera generación de socialistas en contraposición a
la cualidad científica que el propio Engels concedía a la teoría y a los estudios que realizaban él y
Marx.
En su obra, Engels cataloga a Saint-Simon, Fourier y Owen como los tres grandes utopistas.
Para Engels, un rasgo común en los tres es el de no actuar como representantes de los intereses del
proletariado, el cual había surgido como un producto de la misma historia 30. Al igual que los ilustra-
dos franceses, los utópicos no se proponían emancipar primeramente a una clase determinada, sino
a toda la humanidad de golpe31.
Pero la propuesta de Engels, tal como está planteada, es considerada también como desafor-
tunada debido a que no se puede sopesar un socialismo sin utopía, como demuestra la propia obra
de los fundadores del materialismo histórico32, y porque en nuestro tiempo, parte de las viejas pro-
puestas de los socialistas utópicos han renacido como alternativas33.
Como ya se citó en la introducción de este trabajo, Saint-Simon, Fourier y Owen son los tres
grandes representantes de esta generación socialista considerada por Engels como “utópica”, y con
respecto a ellos y sus planteamientos vamos a centrarnos en las venideras páginas. Cada uno de
ellos presenta su propia singularidad, pero en común reside la idea de considerar el progreso como
un avance lineal. La preocupación central de estos utópicos no estaba en los medios que había que
utilizar para alcanzar su concepción de sociedad futura, sino en describir su forma de organización,
dando por supuesto que ineludiblemente este modelo de sociedad llegaría en un plazo de tiempo no
muy largo.

28. CABO, Isabel de, Los socialistas utópicos, Barcelona, Ariel, 1987, p. 12.
29. Ibid. p. 7.
30. ENGELS, Friedrich, Del socialismo utópico al socialismo científico, Madrid, Ricardo Aguilera, 1968, p. 58.
31. Ibid. p. 58.
32. Término acuñado por Georgi Plejánov, que alude al marco conceptual identificado por Karl Marx y usado original-
mente por él y Friedrich Engels para comprender la historia humana.
33. CABO, Los socialistas utópicos, p. 17.

10
2. SAINT-SIMON

Dentro de los denominados “socialistas utópicos, Saint-Simon es posiblemente el personaje


más importante de todos. Claude-Henri de Rouvroy, Conde de Saint-Simon, nació en París en 1760.
siendo miembro de una familia aristocrática que mantenía la pretensión de ser descendiente de Car-
lomagno. Siguiendo la tradición familiar, optó en un principio por la vida militar e ingresó en la Ar-
mada, marchando en 1779 hacia América del Norte para participar en la Guerra de Independencia,
combatiendo a las órdenes de Washington y junto a su compatriota Lafayette. Sucesivamente estuvo
en México, en donde propuso al virrey de aquel país la construcción de un canal que habría de unir
a los océanos Atlántico y Pacífico, anticipándose así al posterior Canal de Panamá.
Dejó el ejército teniendo el grado de coronel y ya de regreso en Europa emprendió una serie
de estudios y viajes. Cuando estaba dedicado a los estudios que se había propuesto dominar, estalló
la Revolución Francesa.. En esta revuelta sintió simpatías por el movimiento y acabó pidiendo en la
Asamblea Nacional la abolición de los privilegios de su propia clase social, renunciando él mismo a
su título nobiliario34.
Aburguesado socialmente, hizo un fortuna especulando en la bolsa, a fin de disponer de di-
nero para llevar a cabo las experiencias que había proyectado. Al especular con tierras de propiedad
pública fue detenido consecuentemente por ello y liberado por el Directorio de manera sucesiva.
Saint-Simon, cuando empezó a escribir, contaba ya con cuarenta y dos años. Sus principales
obras fueron: Carta de un ciudadano de Ginebra a sus contemporáneos, en 1802; Introducción a
los trabajos científicos del siglo XIX, en 1810; Nueva Enciclopedia, en 1810; la Industria, entre
1816 y 1818; la Política, en 1819; el Sistema Industrial, en 1820; el Catecismo de los Industriales,
entre 1823 y 1824; y el Nuevo Cristianismo, en 1825. Algunas de estas obras forman parte del desa-
rrollo de sus ideas acerca de la nueva era de la ciencia. En ellas, Saint-Simon hace un llamamiento a
los “sabios” de toda índole para que se unan en torno a una concepción nueva y más amplia de los
problemas humanos, a fin de crear una “ciencia de la humanidad” y emplear la inteligencia de todos
en el aumento del bienestar humano35.
En la base de la obra saintsimoniana subyace una filosofía de la historia articulada sobre la
idea de la existencia de una evolución permanente y progresiva. Su optimismo histórico se mani-
fiesta siempre en su obra, con la tesis de que la “humanidad jamás ha dejado de progresar”. Tal pro-
greso se manifiesta a través de la desaparición del esclavismo, la pujanza del conocimiento científi-
co y la mejora de los grupos sociales cuya única posesión ha sido la fuerza del trabajo. Saint-Simon
afirma que la historia de la humanidad es una sucesión de choques entre las etapas orgánicas y las
críticas. De ellas siempre ha surgido algo mejor. Del choque entre la sociedad clásica y la invasión
bárbara surgió la Edad Media. Ésta tuvo su antítesis en el Renacimiento, y de esa confrontación ha
nacido la sociedad industrial, definitiva fase de la historia de la humanidad.
Según Saint-Simon, ya había llegado el momento de que los industriales llevarán la direc-
ción de la sociedad, con el fin de acabar con la denominación de los ociosos, es decir, de la nobleza
y los militares. La sociedad en adelante debía organizarse por los industriales para promover el bie-
nestar de la clase más numerosa y pobre. Insiste constantemente en que la sociedad tiene que ser

34. Ibid. p. 25.


35. COLE, Historia del pensamiento socialista. Vol. I, los precursores: 1789-1850, p. 46.

11
organizada con el propósito de garantizar el bienestar de los pobres, pero desconfía profundamente
del “gobierno popular”, que supone el gobierno de la ignorancia sobre el saber36. Quería sobretodo
que gobernase el saber e insistía en que los guías naturales de los trabajadores pobres eran los in-
dustriales.
En la doctrina de Saint-Simon no entran las nociones del derecho o libertades del individuo.
Siente reverencia por el orden como condición necesaria para una organización social científica, y
está mucho menos interesado en hacer a los hombres felices que en que trabajen bien. Tenía la con-
vicción de que quizás esto les haría felices, pero la creación más bien que la felicidad era su princi-
pal objetivo. De este modo, Saint-Simon se propone unir las clases industriales en contra de los
ociosos, y especialmente contra las “dos noblezas” de Francia: la antigua nobleza y la nueva creada
por Napoleón, las cuales bajo la Restauración constituyeron una fuerza antisocial unida37.
En su doctrina, las artes y las ciencias morales desempeñan también una función esencial, ya
que percibió que el desarrollo social no era la única necesidad humana. Los industriales dirigirían
las finanzas, y serían los que dirían la última palabra para decidir lo que debería hacerse, pero serían
aconsejados por los sabios y los artistas, que habrían de colaborar para dar a la sociedad una direc-
ción clara. En este ámbito, Saint-Simon dio una gran importancia a la educación la cual debía ser
dirigida únicamente por los sabios y debía basarse en una enseñanza primaria universal destinada a
inculcar en todo el pueblo un verdadero sistema de valores sociales, de acuerdo con los progresos
de la Ilustración. La sociedad, para funcionar adecuadamente, necesitaba una base común de valo-
res, y a la ciencia moral le correspondía formularlos en un código de educación y de conducta mo-
ral38.
La fase final de los escritos de Saint-Simon está representada en su última obra, el Nuevo
Cristianismo, de la que sólo escribió el principio. En esta postrera obra presenta una nueva cristian-
dad que había de estar formada por una Iglesia que dirigiese la educación y que estableciese un có-
digo de conducta y creencia social sobre la base de una fe viva en Dios como legislador supremo
del universo. Habría de haber una religión nueva, sin teología, basado en el estado al fin alcanzado
por el desarrollo del espíritu humano, no sólo como inteligencia, sino también como fe en el futuro
de la humanidad39.
Saint-Simon dejó a sus discípulos el Nuevo Cristianismo como testamento. Su mensaje fue
recogido por sus discípulos y esto terminará reflejándose en una doctrina denominada como saint-
simonismo, la cual apareció en el mundo como una religión y halló a un jefe dispuesto, Enfantin, a
elevarla hasta el límite de la fantasía religiosa, conservando al mismo tiempo el núcleo de fe en la
misión civilizadora de la industria científica.

36. Ibid. p. 49.


37. Ibid. p. 50.
38. Ibid. pp. 50 y 51.
39. Ibid. p. 51.

12
3. FOURIER

El segundo ideólogo dentro de esta primitiva doctrina socialista y escuela francesa que va-
mos a estudiar es a Fourier. En este caso, difícilmente podría haber dos personalidades que plan-
teasen la cuestión social de manera más distinta que Saint-Simon y Fourier, aunque los dos son con-
siderados como precursores del socialismo.
François-Charles-Marie Fourier nació en la localidad francesa de Bensançon en 1772. Perte-
neciente a una familia burguesa, estudió derecho, y comercio y contabilidad. Profesionalmente
desempeñó trabajos mercantiles en factorías de Lyon, París, Marsella y Rouen. Tras la muerte de su
padre, él mismo fundó un establecimiento comercial, aunque terminó arruinándose y viviendo de
una pequeña pensión y de los trabajos realizados como escribiente de una empresa norteamericana
en París40.
Sus obras más importantes fueron: Teoría de los Cuatro Movimientos, en 1821; Tratado de
la Unidad, en 1823; El Nuevo Mundo industrial o societario, en 1829; Contra las sectas de Saint-
Simon y Owen, en 1831; y La falsa industria, en 183541.
Fourier elaboró sus ideas por sí mismo, casi sin influencia de ningún escritor anterior, par-
tiendo de un análisis de la naturaleza humana y sobretodo de las pasiones que afectan a la felicidad
humana. Su tema fundamental fue que la organización social adecuada no tiene que tender a desviar
los deseos humanos, sino hallar la manera de satisfacerlos en forma que conduzca a la armonía en
lugar de la discordia.
En este aspecto tenemos la primera contradicción con respecto Saint-Simon, quién como he-
mos podido ver en el anterior punto, daba sobre todo importancia a una producción abundante y
eficiente, a una organización a gran escala y una amplia planificación. En contraposición, Fourier
parte siempre del individuo, de lo que a éste le agrada y le desagrada, su busca de la felicidad y su
goce en la creación. Para Fourier era de necesidad fundamental que el trabajo fuese en sí mismo
agradable y atractivo, y no sólo beneficioso en sus resultados.
En la doctrina de Fourier ningún trabajador tenía que tener una sola ocupación. Creía que to-
dos debían de trabajar en ocupaciones distintas. Dentro de cada día de trabajo, los miembros de sus
comunidades pasarían continuamente de una ocupación a otra, de modo que nunca sintiesen el fasti-
dio del esfuerzo monótono. Podían elegir libremente sus ocupaciones, dentro de las muchas oportu-
nidades que se les ofrecían, incorporándose voluntariamente a los grupos de trabajo y ocupaciones.
Fourier pensaba que esta variedad de trabajo para cada persona correspondía a la variedad natural
de los deseos humanos.
Las comunidades que proponía Fourier se llamarían “falansterios” 42. Estas comunidades de-
bían habitar en un gran edificio común o en un grupo de edificios, bien dotados de los servicios co-
munes. La comunidades que él proponía deberían tener un tamaño y una estructura que correspon-
diese a ciertas exigencias, ni demasiado pequeñas, a fin de dar a cada miembro un margen suficiente
para elegir sus ocupaciones, ni tampoco mayores de lo necesario para satisfacer esta necesidad. Los
apartamentos en los que residirían estas comunidades no serían iguales. Se adaptarían a gustos, exi-
gencias e ingresos diferentes.
40. CABO, Los socialistas utópicos, p. 117.
41. Ibid. p. 118.
42. COLE, Historia del pensamiento socialista. Vol. I, los precursores: 1789-1850, p. 73.

13
Los falansterios se establecerían y financiarían, no por el Estado ni por otro organismo pú-
blico, sino por acción voluntaria. Para llevar a cabo este modelo de financiación, Fourier apelaba a
los capitalistas para que comprendiesen la belleza de su sistema y el goce de vivir así, con el fin de
que ofreciesen el dinero necesario para establecer las comunidades de una manera adecuada. Pero
este reclamo no tuvo éxito.
No se debería recurrir al Estado ni a ningún cuerpo político para organizar su nuevo sistema,
aunque sostenía que cuanto éste se hubiese establecido, surgiría una estructura federal libe formada
por falansterios federados organizados por un gobernador coordinador, a quién Fourier llamaba
“omniarca”.
La variedad propuesta en los réditos del capital y el propósito de que todo obrero fuese tam-
bién dueño del capital hicieron que el sistema de Fourier fuese más igualitario de lo que parece a
primera vista. Pero Fourier no aceptaba la igualdad completa ya que creía que no estaba de acuerdo
con la naturaleza humana. Pensaba que los hombres tenían un deseo natural a ser retribuidos con
arreglo a su trabajo, y sería contraproducente contrariar este deseo.
Fourier fue indudablemente un pensador social serio, que contribuyó mucho, no sólo a las
ideas sociales y cooperativas, sino también a la solución de todo problema de trabajo y de los estí-
mulos y relaciones humanas vinculadas con ellos. Su teoría fundamental es la de una asociación
fundada en una ley psicológica.
Hasta cerca del final de su vida Fourier encontró pocos discípulos, pero en la década de
1820 un pequeño grupo se reunió a su alrededor y entre sus partidarios y los saint-simonianos se
inició una discusión. Sus partidarios fueron mucho más numerosos después de la revolución france-
sa de 1830 y la rivalidad entre las dos escuelas incrementó hasta el punto de despreciarse ambas
mutua y profundamente.
El fourierismo empezó a ejercer influencia fuera de Francia. Se estudió en Alemania como
una variante del nuevo pensamiento social francés, y se extendió a Inglaterra, en donde sus partida-
rios tuvieron que enfrentarse con una doctrina rival, el socialismo de Owen, al cual se asemejaba en
algunos aspectos. En los Estados Unidos el fourierismo arraigó mucho más que en Gran Bretaña e
incluso que en Francia, habiéndose fundado un cierto número de colonias.

4. OWEN

El último pensador utópico que vamos a tratar es Robert Owen, máximo representante del
utopismo inglés. Owen ha sido llamado como el fundador del socialismo inglés y a él se le debe el
haber iniciado el movimiento para la reforma industrial.
Nació en 1771, en Newton, Gran Bretaña, en el seno de una familia pobre de artesanos. Tra-
bajó en numerosas casas comerciales, hasta que se convirtió en socio de una fábrica textil en La-
nark perteneciente a su suegro. Asumió la dirección de la empresa convirtiéndola en un modelo di-
ferenciado del resto de factorías. Pronto emprendió un vasto plan de reformas con el objetivo de
mejorar las condiciones obrero industrial, condiciones que logró hacer efectivas en el campo de la
legislación social43.

43. MONTANER, Aina, Precursores del socialismo, México, Grijalbo, 1970, p. 7.

14
En 1812 elaboró un proyecto de reforma general de la sociedad en el que se encuentran es-
bozos de un planteamiento comunista. Con posterioridad, en 1818 se dirigió al Congreso de la Santa
Alianza para presentar sus ideas sobre los nuevos modos de organizar la sociedad, mientras que se
difundía en el continente la idea New Lanark como la “ciudad utópica de Moro” 44. Una nueva colo-
nia organizada en Motherwell despertó la aversión de las clases dirigentes contra la filantropía owe-
niana que comenzó a ser valorada como revolucionaria.
Sometido a un aislamiento, marchó a estados Unidos, donde fundó la colonia New
Harmony. En el estado de Indiana en 1827 había treinta colonias 45, todas ellas organizadas sobe el
patrón de ideas de la New Lanark. En estos momentos Owen desplegó una intensa actividad propa-
gandística de sus teorías e innovaciones sociales. Pero su fortuna empezó a decrecer y pronto se
encontró al borde de la ruina. Regresó a Gran Bretaña, donde de nuevo recuperó su posición econó-
mica, llevó a cabo nuevos experimentos sociales y se involucró en el Movimiento Cartista.
Sus principales obras fueron: Nuevas vías sociales, en 1812; Carta a los gobernantes de Eu-
ropa, en 1818; El Nuevo Mundo Moral, entre 1826 y 1844; y Plan del Sistema Racional, en 182346.
Robert Owen fue por iniciativa propia la fuerza impulsora de tantos movimientos, sobre to-
do a causa de sus propias limitaciones. Las ideas fundamentales de Owen eran pocas. La impresión
de variedad que daba nacía de su celo infinito en aplicarlas.
Su socialismo fue sobre todo resultado de dos cosas: de una opinión acerca del proceso de
formación del carácter, que adoptó muy pronto en su vida, y de su experiencia como fabricante, pri-
mero en Manchester y después en New Lanark.
Owen batalló en dos frentes. Su opinión acerca de la formación del carácter hizo que acusa-
se a todas y cada una de las iglesias cristianas de predicar una doctrina falsa y desmoralizadora, y su
hostilidad a la competencia le condujo a un ataque directo tanto contra los economistas como contra
sus compañeros patronos.
En sus obras, Owen defiende la formación del carácter, no tanto del individuo como en la
sociedad, es decir, en el carácter predominante de una sociedad o de un grupo de individuos. Por ca-
rácter no entendía esencialmente el conjunto de cualidades del individuo, sino más bien la estructu-
ra de las ideas y valores morales, y las tendencias de la conducta relacionadas con ellos, puntos en
los cuales era indispensable que hubiese una cualidad común en toda sociedad para que ésta mar-
chase bien.
Partiendo de esta opinión acerca del carácter, Owen acusó al sistema industrial de formar
malos caracteres, tanto a causa de su lucha por la competencia y por recurrir a la ambición humana,
como a causa de las malas condiciones físicas y del medio moral malo en que las víctimas del nue-
vo sistema industrial estaban obligadas a vivir desde su temprana edad. También destacó la impor-
tancia de la educación como instrumento para transformar la calidad de la vida humana. Daba im-
portancia a la educación formativa, y en sus ideas pedagógicas acentuaba mucho el elemento moral.

44. CABO, Los socialistas utópicos, p. 67.


45. Ibid. p. 67.
46. Ibid. p. 68.

15
V. LOS INICIOS DEL MARXISMO. MARX Y ENGELS

El cometido del presente apartado es el de exponer el origen y evolución de los primeros


años del marxismo, ideología derivada de las obras y teorías de Karl Marx y Friedrich Engels, cuya
máxima expresión la tenemos reflejada en las obras del Manifiesto Comunista y sobre todo en El
capital. Sólo analizaremos las características esenciales de esta doctrina en sus primeros años y los
fundamentos que llevaron a Marx y Engels a sustentarla, ya que queremos emplear este apartado
como conclusión de nuestro trabajo y no hacer un estudio profundo e íntegro sobre el Marxismo.
Acto seguido, analizaremos el Manifiesto Comunista, en el siguiente apartado, para concluir este
trabajo referente a los orígenes del socialismo.
El término marxismo alude a un conjunto de ideas políticas, económicas y filosóficas, que
van unidas al activismo obrero. Podemos considerarlo como una evolución del “socialismo utópico”
que hemos tratado con anterioridad. De hecho, ya se hizo mención de que Engels apeló a este térmi-
no de “socialismo utópico” para diferenciarlo del marxismo o comunismo, al que él denomina como
“socialismo científico”.
El marxismo nace con el objetivo de reemplazar a la sociedad capitalista por una sociedad
sin opresores ni oprimidos. Marx y Engels denunciaron que el reemplazo del feudalismo por el ca-
pitalismo, llevado a cabo tras la Revolución Francesa, no había traído una sociedad más justa, ya
que la clase obrera, los asalariados o proletarios, sufrían una terrible explotación 47. La nueva era de
progreso material de la civilización que supuso la Revolución Industrial se fundó a base de injusti-
cias sobre una nueva clase social, el proletariado.
El marxismo se concibe como una filosofía materialista y atea, en el que la historia se inter-
preta como un enfrentamiento entre clases opresoras y oprimidas. Para Marx la sociedad se presenta
dividida en dos clases antagónicas: la burguesía, como los opresores, y el proletariado, como los
oprimidos. En este aspecto, el marxismo entiende que el proletariado debe tomar conciencia de cla-
se, enfrentarse contra la burguesía y obtener el poder político por la fuerza, instaurando finalmente
una dictadura del proletariado que habría de imponer el fin de las clases y de la propiedad privada.
Se considera que la génesis del marxismo tiene lugar con la publicación, en 1848, del Mani-
fiesto Comunista, obra colectiva tanto de Marx y Engels. Antes de este hecho, Karl Marx atravesó
una “odisea intelectual” hasta culminar en su citada obra. Antes de salir exiliado de Alemania, reci-
bió el influjo de Ludwig Feuerbach. Éste fue el filósofo que quitó al idealismo hegeliano el lugar de
predominio en el pensamiento alemán, y lo sustituyó por el aspecto materialista, al insistir en que el
punto de partida de toda filosofía y de todo pensamiento social había de ser el hombre48. Su mate-
rialismo consistía en la sustitución de Dios por el hombre, como el punto de partida de todo pensa-
miento filosófico realista. La importancia de Feuerbach reside en haber ejercido un influjo profun-
do tanto sobre las ideas posteriores de Marx como en el conjunto del pensamiento socialista alemán.
Otro pensador que contribuyó al desarrollo de las ideas de Marx fue Lorenz Von Stein, el
cual con la publicación del Socialismo y comunismo en la Francia contemporánea, supuso el pri-
mer estudio extenso del socialismo francés escrito por un alemán 49. En esta obra, Stein daba gran
importancia al desarrollo del proletariado como producto de la industrialización, y anunciaba que lo
47. FAU, Mauricio, El materialismo histórico o Marxismo, Argentina, La Bisagra, 2011, p. 2.
48. COLE, Historia del pensamiento socialista. Vol. I, los precursores: 1789-1850, p. 265.
49. Ibid. p. 265.

16
que había sucedido en Francia como resultado de su desarrollo se extendería a otros países a medida
que el capitalismo se desarrollara más. También presentó una interpretación económica de la evolu-
ción histórica, con las clases como materialización de las fuerzas económicas.
Estas influencias y otras más, le sirvieron a Marx para concebir su teoría que veces es llama-
da “materialista” o “económica”, aunque actualmente los marxistas suelen preferir la palabra “mate-
rialista” a la palabra “economía” para designar la concepción marxista de la historia, que en última
instancia no sería más que la aplicación a la historia de las leyes universales de la dialéctica que do-
minan todos los ámbitos del ser50.
Marx y Engels se llamaban a sí mismos "materialistas", sobre todo, porque querían rechazar
la doctrina idealista de los hegelianos, los cuales consideraban las cosas como menos reales que las
ideas e incluso como sus copias imperfectas. Ambos pensadores querían afirmar, de acuerdo con
Feuerbach, que el ser es anterior a la conciencia y no lo contrario51.
Acerca del influjo determinante de las fuerzas de producción en la historia humana, la teoría
de Marx alude a que la evolución de la sociedad depende del carácter variable de las fuerzas de pro-
ducción, es decir, del dominio del hombre sobre el resto de la naturaleza 52. Marx afirma que la ver-
dadera fuerza impulsora se halla en las fuerzas de producción mismas, y a medida que estas fuerzas
cambian, a causa del desarrollo ulterior del conocimiento humano y de la capacidad práctica, nece-
sariamente se produce una adaptación, tanto de la estructura social y política como de las estructu-
ras ideológicas que determinan la forma de vida de la sociedad.
Sin embargo, los intereses de la clase gobernante tenderán a que esta adaptación no se pro-
duzca en todo lo que amenace su predominio, y con arreglo a ello estas clases emplearán su poder
para mantener la estructura política tal como es y para reprimir innovaciones tanto económicas co-
mo ideológicas, incluso cuando éstas son adecuadas. De este modo, en todo sistema social que está
sometido a un desarrollo económico, se producirá una falta de armonía entre el constante movi-
miento de avance de las fuerzas de producción y la superestructura estática y resistente de las insti-
tuciones políticas e ideológicas de la sociedad respectiva. A medida que se acentúa la falta de armo-
nía, habrá luchas de clases cada vez más intensas que preparen el camino hacia la revolución social.
La revolución destruirá rápidamente la anticuada superestructura de instituciones sociales y la sus-
tituirá por otra superestructura nueva que esté en armonía con la cambiada situación de la fuerzas de
producción.
Estas revoluciones sociales son las crisis principales de la historia humana. De este modo
Marx y Engels suponían que todo acontecimiento histórico podía explicarse directamente con arre-
glo a esta fórmula.

50. RUIZ SANJUÁN, César, "Marx y el marxismo", Revista de filosofía Thémata, 44 (2011), p. 485.
51. COLE, Historia del pensamiento socialista. Vol. I, los precursores: 1789-1850, p. 272.
52. Ibid. p. 276.

17
VI. EL MANIFIESTO COMUNISTA

El Manifiesto Comunista fue escrito antes de estallar la revolución de 1848. Su publicación


en Londres y en idioma alemán supuso un llamamiento internacional para que los trabajadores de
todos los países se unieran. Pero excepto en Alemania y entre los refugiados alemanes, el Manifies-
to Comunista tuvo escasa repercusión y fue poco conocido durante las revueltas revolucionarias, a
pesar de haberse realizado varias traducciones del documento en diversas lenguas.
El Manifiesto Comunista comienza afirmando que “La historia de todas las sociedades que
han existido hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases” 53. De esta declaración general
acerca de la historia en su conjunto, el Manifiesto sigue indicando que en los tiempos modernos la
sociedad se divide cada día más en dos grandes campos hostiles, la burguesía y el proletariado. Acto
seguido se analiza el desarrollo de la burguesía.
Con respecto a la burguesía se dice que ésta no puede existir sin revolucionar constantemen-
te los instrumentos de producción. Tiene una necesidad de encontrar continuamente mercados más
amplios. Obliga a los pueblos atrasados a adoptar sus métodos cuando necesitan sus servicios. Tam-
bién establece el predominio de la ciudad sobre el campo y de los pueblos civilizados sobre los bár-
baros. Acumula la propiedad, centraliza los medios de producción en grandes unidades, y concentra
la propiedad cada vez en menos manos. A causa de estas tendencias la burguesía insiste en la centra-
lización política.
Otorgan la responsabilidad a la burguesía sobre la aparición del proletariado, debido a sus
contradicciones inherentes al capitalismo, que no sólo ha provocado la aparición de las armas que
han de destruir a la misma burguesía, sino que también ha creado la clase social capaz de empuñar
estas armas, es decir, el proletariado. El sistema burgués ha convertido ya al trabajador en una mera
mercancia. Tratado sólo como portador de una mercancía, el trabajador recibe como salario sólo lo
que es indispensable para su subsistencia y la propagación de la especie. Por consiguiente los traba-
jadores son esclavos de la clase burguesa, de la máquina, del inspector y del amo individual.
El proletariado responde a esta situación pasando del plano de la lucha individual y de la
destrucción incoherente de las máquinas, a formas de agitación mejor organizadas, primero por fá-
bricas, y después en una escala que abarca ciudades y regiones enteras. Se insiste en que en el siglo
XIX sólo el proletario es una clase verdaderamente revolucionaria, que dirige su actividad contra la
burguesía. Todas las demás clases están condenadas a decaer y a desaparecer frente al desarrollo de
la industria moderna, mientras que el proletariado es producto especial y característico de los méto-
dos industriales modernos. Se afirma también que, bajo las condiciones del industrialismo moderno,
se le priva al proletariado de todas las relaciones de familia, de todas las características nacionales y
de toda individualidad.
En la segunda parte del Manifiesto Comunista se pasa a exponer el papel que habrían de de-
sempeñar los comunistas en la revolución próxima y su relación con el proletariado en su conjunto.
Se insiste en que los comunistas en ningún modo se han de considerar como un partido aparte
opuesto a los otros partidos obreros, ya que no tienen intereses contrarios a los del proletariado. Por
el contrario, los comunistas son parte del proletariado y los representantes más conscientes de este
proletariado en relación con su misión histórica. Se dice que los comunistas no proponen ningún

53. Ibid. p. 248.

18
programa de reforma universal. Su misión no es trazar utopías sino organizar al proletariado para la
lucha que ha de llevarle al poder.
También se nos relata que el proletariado al obtener la victoria empleará después su supre-
macía política, para ir quitando gradualmente todo el capital a los burgueses y para centralizar todos
los instrumentos de producción en las manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como
clase gobernante. Utilizará este control con el objetivo de aumentar la suma de fuerzas productoras
lo más rápidamente posible en interés de toda la sociedad. A esto le sigue el proyecto de un progra-
ma de acción para los proletarios en la próxima revolución europea.
Tanto la tercera como la cuarta parte del Manifiesto están dedicadas a una serie de críticas de
las distintas escuelas socialistas del pensamiento que habían precedido al “socialismo científico”. Se
exponen los defectos de estas distintas formas de doctrina socialista. Se tratan sucesivamente el so-
cialismo feudal, el socialismo pequeño burgués, el socialismo alemán, el socialismo verdadero, el
socialismo conservador, y por último, el socialismo crítico y utópico.
Marx dedica una gran parte de su crítica al “socialismo utópico”, aunque también le atribuye
a éste una posición de gran importancia en el desarrollo de la doctrina socialista. Marx declara que
el socialismo utópico está estrechamente relacionado con una fase del desarrollo social, que precede
a la aparición de un movimiento proletario organizado y con conciencia de clase. El “socialismo
utópico” pertenece a un período en el cual el proletariado todavía no aparece como un posible ins-
trumento de revolución, de tal modo que los socialistas utópicos llegaron a construir sus proyectos
de reforma a base de su concepción subjetiva de lo justo y lo injusto, y a predicar una cruzada moral
más bien que a dirigir un movimiento revolucionario.

VII. CONCLUSIÓN

A través de las páginas de este trabajo hemos podido observar y analizar, desde las primiti-
vas manifestaciones que podemos denominar como socialistas, debido a su carácter popular, hasta
las primeras doctrinas y teorías propiamente socialistas. Todas tenían algunos rasgos comunes, la
reivindicación de la igualdad en algunos casos o la supresión de los privilegios de una minoría de la
sociedad en otro casos.
El principio del siglo XIX se constituye como el comienzo o el “nacimiento” del socialismo.
Como hemos citado, fueron de un carácter elemental las consecuencias sociales derivadas tanto de
la Revolución Francesa como de la Revolución Industrial, la cuales incidieron de una manera sus-
tancial en los primeros planteamientos de carácter socialista. Estos ideales primerizos de concep-
ción socialista representados por los “socialistas utópicos”, aunque fueran difícilmente realizables y
llevados a la práctica, supusieron las bases y raíces del socialismo del siglo XIX y del posterior
siglo XX. Podemos considerar al marxismo como una derivación de lo anterior, aunque en un sen-
tido crítico a los anteriores planteamientos, pero aun así no por ello deja de estar influenciado pos el
“socialismo utópico” al cual enjuicia.
Lo explicado en esta exposición sólo es el preludio de lo que supondrá para el socialismo la
segunda mitad del siglo XIX, ya con las primeras asociaciones de carácter obrero y socialista, en
donde podremos ver tanto elementos de unión como disensiones internas, lo que dará lugar a distin-
tas ramificaciones y grados distintivos dentro del socialismo.

19
VIII. BIBLIOGRAFÍA

ABENDROTH, Wolfgang, Historia social del movimiento obrero europeo, Barcelona, Laia, 1980.

BEER, Max, Historia general del socialismo y de las luchas sociales, Buenos Aires, Siglo Veinte,
1973.

BOLINAGA, Iñigo, Breve historia de la Revolución Francesa, Madrid, Ediciones Nowtilus, 2014.

CABO, Isabel de, Los socialistas utópicos, Barcelona, Ariel, 1987.

COLE, G. D. H., Historia del pensamiento socialista. Vol. I, los precursores: 1789-1850, México,
Fondo de Cultura Económica, 1974.

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