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Pablo Peusner.

"Acerca de la presencia de padres en la clínica


psicoanalítica lacaniana con niños".

(Conferencia pronunciada en ALEF, Buenos Aires, el 25 de abril de 2005)

Buenas noches, es un gusto estar hoy aquí con ustedes —supongo que tienen alguna relación respecto

de la clínica de niños. Y digo esto porque, en una pequeña investigación que vengo realizando, les

pregunto a los psicoanalistas si atenden niños y habitualmente obtengo respuestas que me hacen

recordar el apólogo del “caldero agujereado” de Freud.

¿Se acuerdan de esa historia? Bueno, hay dos paisanos, uno le presta al otro una olla, y cuando el

segundo se la devuelve, resulta que la olla tenía un agujero. Entonces, el primero le dice: “Abraham,

la olla tiene un agujero”. Y su amigo le dice: “En realidad no está agujereada la olla”. Y entonces sigue

la discusión. Y al rato Abraham confiesa: “Bueno, en realidad, cuando vos me la prestaste, ya estaba

agujereada”. Sigue la discusión. Y al rato, la discusión termina cuando el dueño de la olla recibe como

última respuesta: “¡Si vos no me prestaste ninguna olla!”.

Vean ustedes que el estilo de razonamiento y de argumentación puede ser válido, a condición de que

cada respuesta se diera en forma individual. Si ustedes hacen la secuencia de las tres, es un

problema, porque las tres producen oposiciones entre sí.

Cuando yo les pregunto a los analistas si atienden niños, la primera respuesta que me dan es: “Y, no,

la verdad es que yo no atiendo niños, porque no estoy muy formado; en la facultad era optativa, y yo

no estudié mucho de eso”. Y uno sigue charlando, y al rato te dicen: “No, mirá, en realidad, yo tengo

un problema personal con los pibes, a mí los pibes no me gustan, me pudren; chicos ya tengo en

casa, no quiero saber nada”. Y si uno sigue discutiendo un poco más, te terminan diciendo: “No, en

realidad, lo que pasa es que la clínica de niños no existe”.

Entonces, a partir de esto, la verdad es que a mí me tranquiliza un poco encontrarme con ustedes,

porque supongo que ustedes ya pasaron por este problema, y que si uno les pregunta si atienden

niños, ustedes dicen: “Sí, atiendo niños, sea lo que eso sea, e implique lo que eso implique”.

Ahora, como ustedes habrán visto, yo en el cartel pedí expresamente que se incluyera que iba a

hablar de la presencia de padres en la clínica psicoanalítica lacaniana con niños. ¿Y por qué tan

insistente? Bueno, primero y principal, porque es fundamental que nosotros sepamos que se trata de

clínica, que el marco en el cual estamos conversando, es un marco clínico. Digo que es importante

porque podría ser diagnóstico, podría ser educacional, pero el ámbito que les propongo es el ámbito

clínico. Y me parece importante adjetivarlo como psicoanalítico, porque hay distintas clínicas: hay

clínica médica, hay clínica psicológica…


Les propongo que sea clínica psicoanalítica, y aparte con un segundo adjetivo, que es lacaniana,

porque ustedes saben que hoy en día hay varios tipos de clínica psicoanalítica. Podemos hablar de

Freud, podemos hablar de Melanie Klein, si nos gusta podemos hablar hasta de Anna Freud, si

queremos podemos seguir hablando y nombrar a Jacques-Alain Miller, Jean Allouch, que son

importantes psicoanalistas contemporáneos. Cuando digo lacaniana, lo que estoy proponiendo es que

a lo largo y a lo ancho de la vastísima obra de Jacques Lacan, están disponibles todos los elementos

para poder llevar adelante un tratamiento clínico, psicoanalítico, con niños. Yo parto de no utilizar a

ningún otro autor.

¿Por qué les propongo esto? A mí me parece que respecto del problema de la clínica de niños, es muy

difícil ser freudiano. Y les voy a tratar de transmitir la idea de por qué.

Freud, al inicio de su obra, produjo dos operaciones importantísimas, que fueron condición de

posibilidad para poder pensar la clínica con niños. Me parece que uno puede entender que la extensión

de la sexualidad a los niños –y también a los perversos- que hizo Freud en el segundo de sus Tres

ensayos, es una de las condiciones fundamentales para poder pensar la clínica con niños, porque si no

hubiera ninguna relación entre un niño y la sexualidad, el psicoanálisis poco tendría para decir allí.

Ustedes saben perfectamente que la maniobra que Freud hizo fue suponer la presencia de la

sexualidad en determinadas conductas observables típicas de los niños. Por ejemplo, diferenciar el

chupeteo del reflejo de succión, diferenciar el erotismo anal del control esfinteriano, suponer que las

preguntas de los chicos están vinculadas a una teorización sexual infantil… Es decir que Freud propuso

la sexualidad allí donde antes se veían otras cosas.

Y también hizo una segunda maniobra, que consistió en interrumpir la maduración de la función

sexual. Es decir, que todo lo vinculado a la sexualidad no madura, no evoluciona hacia un ideal de

genitalidad, sino que su estado perverso polimorfo –que es el estado que Freud detecta en los niños-

casi casi coincide con su estado definitivo.

Es decir que a partir de esas dos ideas que Freud propone, comienza a pedirle a su grupo más cercano

de colegas psicoanalistas, los primeros psicoanalistas, que le envíen material que le confirme su

teoría. El problema, es que en vez de recibir material que le confirmara su teoría, empezó a recibir

material de analistas que aplicaban esos saberes a los niños. Y a mí me gusta siempre proponer que

Freud recibió su propio mensaje, aunque en forma invertida, desde el lugar del Otro. Y tranquilamente

podríamos inscribir en ese lugar del Otro al papá de Hans, a August Aichhorn –el famoso pedagogo

vienés- al pastor Oskar Pfister –un pastor protestante que tenía una especie de instituto de menores-

a Melanie Klein, a Anna Freud, a Ferenczi –con el caso del “niño gallo”. Es decir, hay toda una serie de

personajes muy importantes en la primera generación de analistas que le devuelven a Freud ese
mensaje.

Freud les decía: “confirmen la teoría”. Y ellos, en realidad, se la aplicaban a los niños. Y eran notorias

las reservas que Freud tenía sobre la posibilidad de aplicación del psicoanálisis a los niños. Eran muy

notorias. De hecho, ustedes van a encontrar en varios textos de Freud reservas respecto de la

posibilidad de aplicar el psicoanálisis como teoría y como práctica a los niños. Frases del estilo de “el

niño es un objeto diverso del adulto; el niño no tolera bien los métodos de la asociación libre; la

transferencia en los niños desempeña otro papel, puesto que los progenitores están presentes; en el

niño falta aún el desarrollo de instancias psíquicas”... Son todas frases que cito casi de memoria, que

ustedes encontrarán en la Conferencia 34, en el prólogo de Freud al libro Juventud descarriada de

Aichhorn, que son frases que permiten ubicar claramente que Freud tenía cierta desconfianza, al

menos, en aquella época, a la aplicación del saber del psicoanálisis como una práctica de trabajo con

niños.

Ahora bien, más allá de lo que ocurrió entre Freud y la primera generación de analistas, después llegó

Lacan. Hace un tiempo vi una película muy linda de Elizabeth Roudinesco, con Elizabeth Kapnist, que

se llama Lacan, el psicoanálisis reinventado. Me gustó esa forma de presentar a Lacan como el

reinventor del psicoanálisis. Porque la vuelta que él le pega es como volver a inventarlo, a partir de

otros articuladores, a partir de otros problemas, y teniendo siempre en la mira el texto de Freud.

A partir del trabajo de reinvención que Lacan hace con el psicoanálisis, a mí se me presenta como una

idea interesante que los analistas deberían, todos, comenzar a trabajar como analistas atendiendo a

niños. Y ahora les voy a proponer por qué.

Lo que les quiero proponer es que si yo pudiera, si de mí dependiera, yo obligaría a todos los que

quieren ser psicoanalistas a comenzar atendiendo niños. Me parece que la clínica con niños nos

enfrenta a problemas bien manifiestos que la clínica con adultos mantiene ocultos. Uno no los ve.

Salvo que haya estudiado mucho, salvo que esté muy orientado, es muy frecuente que al mejor

cazador de nosotros se le escape la liebre. Y les voy a proponer al menos tres formas para pensar este

problema.

El primer problema es la demanda. Supongan que por el hecho de estar nosotros ofertándonos aquí,

en la ciudad de Buenos Aires, como psicoanalistas lacanianos, alguien viniera a pedirnos algo. Es muy

frecuente interpretar que lo que nos vienen a pedir es una demanda de análisis. Uno lo escucha todo

el tiempo. Más allá de la demanda, se tiende a pensar que las personas, porque visitan a un analista,

demandan análisis.

Si ustedes se detienen a pensar un segundo cómo es una demanda de niños, ¿a quién se le ocurriría

pensar que los padres del niño, por más psicoanalistas lacanianos que sean, vienen a ver a un analista
para demandarle que uno haga análisis con ese niño? ¿Qué nos piden los padres de los pacientes? Yo

diría: nos piden adaptación. Es una demanda adaptativa. Nos piden que adaptemos a ese pequeño

“monstruo” a las competencias que debería tener en su etapa madurativa. Supongan: si se hace caca,

que no se haga; si se hace pis, que no se haga; si se pelea con los chicos, se tratará de una demanda

social, que adaptemos al pequeño a tratar de vincularse más y mejor con el otro que lo rodea.

Es raro, por no decirles imposible, encontrar que alguien traiga un niño y diga: “Bueno, traigo al niño

para que sea analizado”. Dudo que ni siquiera los psicoanalistas lacanianos pidan eso. Por lo general

piden una demanda adaptativa.

Ahora bien, cuando uno recibe un paciente adulto, con lo que se encuentra por lo general, es con que

vienen y nos traen algo. Es como si ustedes fueran a la zapatería con una bota y un taco que se les

rompió. Entonces, llegan y le ponen al zapatero eso encima del mostrador. Y el tipo lo va a mirar, y le

va a decir: “¿Qué quiere que haga yo con esto? Porque yo le puedo pegar el taco, le puedo cambiar el

taco, le puedo agarrar la bota, tirársela y hacerle una nueva”. Con lo cual muchas veces, cuando

alguien viene a ver a un psicoanalista con un planteo, no está de por sí manifiestamente propuesto

qué es lo que me están pidiendo a partir de esto que me traen.

Con las personas grandes, uno tiende a pensar rápidamente, que lo que nos piden con eso que nos

traen es análisis, y muchas veces se verifica que no, porque en cuanto empieza a ver algún estilo de

efecto analítico, salen corriendo.

El otro problema fundamental que se ve muy bien como problema en la clínica con niños, pero en la

de adultos está totalmente oculto, es el problema de la definición del sujeto. Hoy en día es muy

frecuente escuchar declaraciones de este estilo –supongan un ateneo o una supervisión: “un sujeto de

32 años asiste a la consulta...” Se dice sujeto por persona. De hecho, el diccionario de la Real

Academia Española dice que un sujeto es una persona innominada, es decir, es una persona de la cual

uno no sabe o no quiere decir el nombre. Como decir: “Ay, de ese sujeto no me hables”. O como los

policías: “Afirmativo, el sujeto…”. O sea, cuando no se sabe el nombre o no se quiere decir el nombre.

Pero el diccionario, por sujeto, también da “asunto o materia sobre el que se habla o se escribe”. Y

ese significado, en español lo tenemos muy perdido. Ninguno de nosotros habría dicho: “¿Y cuál es el

sujeto de la clase que va a venir a dar Pablo hoy a ALEF?” Nadie hubiera usado esa expresión. Y

aunque alguien la hubiese usado, aunque es correcta, nadie la hubiera comprendido.

En francés, que es la lengua de Lacan, en la cual Lacan pensó y produjo toda su obra, sujeto, en el

diccionario, por primera definición, tiene: asunto. Y nosotros, que trabajamos mucho con textos de

Lacan en español, nos encontramos con el problema de que cuando en francés dice sujet, en español

se tradujo en forma directa sujeto. Y no se hizo más que generar un problema, porque el uso de la
lengua francesa y el uso de la lengua española no habilitan el mismo uso para el término sujeto. Con

lo cual, lo que les propongo, es que usemos esta definición: el sujeto es el asunto o la materia sobre

el que se habla o se escribe.

Ahora bien, con un paciente adulto, el sujeto es persona. Pero con un niño, eso se complica. Porque si

ustedes me dicen que el niño es el sujeto, yo les digo: “¿Quién es el Otro?”. Ustedes me dicen. “Los

padres”. Y yo les digo: “¿Y quién es el analista?” Les falta un lugar. Mientras que si uno puede trabajar

con que el sujeto es un asunto, un asunto puede implicar a varias personas. Y en este asunto, que

seguramente será un asunto familiar, que será transindividual y estará más allá de los cuerpos

discretos de cada uno, en ese asunto quedarán capturados el papá, la mamá, el hermanito… Esto si

nosotros trabajamos con una noción de sujeto que no sea la noción de sujeto como una persona de

carne y hueso.

Este es un gran problema hoy en día en las clínicas psicoanalíticas. Hay muchas propuestas que lo

hacen quedar al sujeto como una persona realmente, mientras que hay otras, que todavía se

sostienen, como la de pensar al sujeto como algo de dos dimensiones. No de tres dimensiones, no

como un cuerpo, sino más bien como un texto.

Y fíjense que uno tranquilamente podría ponerle de nombre a los casos –vieron cómo se nombra a los

casos en los que trabajamos, “caso Ricardo”, “caso Susana”- tal vez podríamos empezar a pensar,

siguiendo esta propuesta, en nombrar los casos con el nombre, no de la persona, sino del sujeto.

Poner: “el caso de la familia manchada”. Era el caso de una niña que presentaba un cuadro de

psoriasis, y en realidad la psoriasis –presentada equívocamente como manchas, en una niña que uno

podría llamar inmaculada- como manchas, atravesaba a su generación, a la generación de sus padres

y a la generación de sus abuelos. Todos tenían una gran mancha.

Entonces, sería mucho más fácil suponer que, si el sujeto es un asunto, ya no coincide con el niño,

sino que el asunto está tensado entre varias posiciones enunciativas. De ese asunto, cada una de las

posiciones enunciativas tendrá algo para decir.

De hecho, en ese sentido la clínica de niños es sumamente compleja, porque hay mucho texto para

leer. Está el texto de los padres, a veces los padres cuando están separados vienen con su nueva

pareja –que, causualmente, es psicoanalista lacaniana, por lo general- y también está el informe del

neurólogo, y la notita que mandó la maestra, y quizás de

casualidad te llama la psicopedagoga de la escuela. Entonces, hay una proliferación de textos. Y uno

dice: ¿Qué hago? ¿Los excluyo? ¿Me los saco de encima? ¿Los tomo? ¿Sirven o no sirven? ¿Importa

que haya salido de la boca de la psicopedagoga? Si lo dijo el papá, después, ¿se lo puedo repetir al

niño en la sesión? Si lo dijo el niño, ¿conviene que se lo diga al papá o estoy violando el secreto?
Ven todos los problemas si uno trata con cuerpos discretos. Ahora, si uno trata con un asunto del cual

participan un montón de personas, la cosa se hace más sencilla, sobre todo porque habría que poder

incluir en esto aquella prerrogativa de Lacan de leer al sujeto en tres generaciones. Es una referencia

que Lacan da en su “Discurso de clausura a las jornadas sobre la psicosis en el niño”, donde propone

que para formar un psicótico hacen falta tres generaciones. Y es muy interesante el planteo porque si

uno establece bien lo que le pasa a un paciente, uno puede verificar que lo que le pasa al paciente es

lo mismo que pasó en esa y en dos generaciones atrás.

Bueno, de más está decirles que si el sujeto no coincide con ninguna persona, la familia –me voy

arrimando de a poquito al problema de la presencia de los padres- la familia, no son papá y mamá

biológicos y los hermanitos que están ahí. Es decir, tendríamos que poder dar una vuelta más a ese

planteo y poder pensar la familia como la plantea Lacan muy tempranamente, como un complejo

familiar. Es decir, como una red de cadenas significantes que involucran ciertos lugares, de la cual

participan ciertas personas.

Hoy a la tarde estaba dando un curso sobre presencia de padres en la ciudad de La Plata, y contaba

una viñeta personal. Contaba que tengo un hermano, un hermano de sangre, que vive en otro país,

con el cual hoy prácticamente no tengo vínculo. Y, sin embargo, tengo una persona amiga que se ha

criado conmigo, hemos ido a la escuela juntos, que llega a mi casa, y mi hijo va, lo abraza, y le dice

“hola, tío”. ¿Quién es más hermano mío?, me preguntaba hoy en voz alta. ¿Quién es más tío de mi

hijo, este amigo mío que es casi un frater, o mi verdadero hermano de sangre? Es una pregunta como

para pensar.

Y lo que yo proponía, es que si uno se hace estas preguntas tiene más amplitud para poder leer los

fenómenos en la clínica. Uno no se queda tan pegado al precepto biológico que hoy rige; porque hace

unos años no era tan fuerte la idea de la determinación del ADN.

Bueno, finalmente, lo último que les quiero proponer acerca de por qué me parece que es mejor

atender niños antes que adultos, es el problema de la responsabilidad. A mí no se me escapa que

Lacan le dedico cuatro o cinco clases del Seminario 7 al tema de la responsabilidad y a que eso genera

problemas. Pero en principio tal vez todos ustedes conozcan la famosa indicación de Lacan de la

rectificación subjetiva. Lacan dice que cuando Dora llega a verlo a Freud y le dice “Profesor Freud, mi

papá pretende hacer un intercambio swinger con el viejo verde de al lado, y me entrega a mí, que

tengo 15 años, para ir a encontrarse con la loca de la mujer de él”, le dice también: “¿Qué va a

cambiar usted ahí? Si esto es así”.

Y Freud no dice nada. Lo simpático del caso es que Lacan dice lo que Freud dice, pero en realidad

Freud no dice nada en el texto: “Bueno, en estos casos que son los que les traen dolores de cabeza a
los analistas, porque todo parece tan bien planteado que parece muy difícil entrar ahí”. Lacan dice que

Freud le dice a Dora: “Fíjate qué parte te toca a ti en el desorden del que te quejas”. Algo así como

decirle: Bueno, hacéte responsable de eso...

Es una intervención complicada. Ahora bien, ¿quién le puede decir a un niño de cinco años: “Bueno,

fijáte qué tenés que ver vos con el divorcio sangriento de tus padres”? Tal vez tenga que ver, pero ¿a

quién se le ocurre preguntar? “Fijáte qué tenés que ver vos en el hecho de que tu padre haya tenido

un hijo con la mucama”. ¿A alguien se le ocurriría decirle eso a un pibe de cinco, seis, siete, ocho,

nueve o diez años? Sería ridículo. Sin embargo, increíblemente, a muchos analistas se les ocurre

decirle eso a las personas grandes.

Yo les pregunto: piensen en lo peor de ustedes, pero no me lo digan, por favor. Piensen en lo peor,

eso con lo que tropiezan todo el tiempo, eso que se quieren sacar de encima. ¿Soportarían que

alguien, una vez o dos por semana, les diga: “Bueno, habrá que ver qué tenés que ver vos en todo

eso”?

Bueno, esta es una intervención frecuente de los analistas lacanianos con sus pacientes, proponerles

que se hagan responsables de eso que les pasa. Con un adulto, me parece una intervención ridícula.

Pero con un niño es mucho más ridícula, y se ve mejor. ¿A quién se le ocurriría hacer esa propuesta?

Como ven, entonces, por el lado de la demanda, por el lado de la definición del sujeto, y por el lado de

la propuesta de la responsabilidad, no se ve tan bien en la clínica de adultos como en la clínica de

niños. Porque en la clínica de niños hay que establecer cuál es la demanda, mientras que en la clínica

con adultos parece que la demanda coincide con lo que el tipo que me viene a ver me está pidiendo.

En la clínica con niños hay que establecer al sujeto, porque hay tantas personas que hay que

establecerlo, mientras que en la clínica con un adulto, viene un solo tipo, y uno está siempre tentado

de decir “El sujeto es este que me vino a ver”. Y en la clínica de la responsabilidad, ustedes vieron lo

que pasa cuando uno le dice a un niño de cinco o seis años. “Prometéme que te vas a portar bien en

el cumpleaños”. Vieron lo que pasa. El pibe destroza el salón de fiestas.

Entonces, en ese sentido, yo les propongo que la clínica de niños es muy apta para estudiar problemas

que en la clínica con adultos están medio velados y hay que hacer mucho esfuerzo para verlos.

Bueno, esto era a modo de presentación solamente. Propuse, entonces, trabajar un poquito acerca de

la presencia de padres en la clínica psicoanalítica lacaniana con niños. Les cuento, como les dije hace

un rato, que es el tema que yo estoy trabajando este año en un curso anual en la ciudad de La Plata.

Les quiero proponer una idea de lo que para mí es central, y me ayudó mucho para poder pensar el

problema. Y por ahí, en futuros encuentros, podamos seguir conversando sobre esto.
La semana pasada Adriana me llamó para preguntarme si tenía ganas de sugerirles alguna bibliografía

sobre este tema. Lo que yo le decía es que la bibliografía sobre este tema no existe. No hay. En los

últimos quince años no ha salido más que un solo libro, que lo traje, después se los muestro, que

haga una referencia total, es decir, que todo el libro esté dedicado a este problema. Sí van a encontrar

artículos sueltos en distintos libros, esas recopilaciones clásicas de tres o cuatro analistas. Van a

encontrar uno o dos artículos, pero no van a encontrar a nadie que haya escrito todo un libro sobre

ese tema. Ni siquiera este, porque este también son artículos. Son todos artículos sobre el mismo

asunto, y se llama El lugar de los padres en el psicoanálisis de niños. No habla de presencia de

padres, no dice qué psicoanálisis –no dice si es freudiano, lacaniano, kleiniano o qué. Pero bueno, es

lo único que hay.

Y a mí me parece que realmente es un problema, porque ¿vieron que sobre cualquier tema que

ustedes busquen hay libros? Si yo les digo que me digan un libro sobre la transferencia, ustedes

conocen uno. Un libro sobre el goce, un libro sobre el cuerpo, un libro sobre lo imaginario… todo el

mundo conoce un libro sobre un tema. ¿No les parece mentira que no haya un libro sobre la presencia

de padres en la clínica de niños?

Yo a partir de eso diagnostiqué que me parece que hay un problema con ese tema. Es un tema difícil,

seguramente –me dije-, es un tema raro, es un tema que es muy complejo de plantear en un libro, de

reducir a un libro. Bueno, algo pasa con eso. Y es por eso que dediqué todo este año a teorizar y a

discutir sobre eso, y a analizar toda la bibliografía que hay en torno a eso, por poquita que sea.

Ahora bien, lo primero que encontré es esto. Hay una compiladora, que se llama Ana María Sigal de

Rosenberg, de Editorial Lugar.

Les decía, entonces, que hablar de presencia de padres arrastra un problema. Si uno quiere ser, como

yo propongo, lacaniano, y hablar de la presencia de padres, se va a encontrar con el problema de que

Lacan jamás, a lo largo de su enorme obra, habló de presencia de padres. Nunca. En realidad, casi

nunca habló de clínica con niños, habló muy poquito, trazó pinceladas. Pero mucho menos de

presencia de padres. Ni siquiera existe el significante Presencia de Padres en la obra de Lacan.

Con lo cual no tenemos apoyatura en el Lacan dixit. O sea, yo no puedo citarles una cita de Lacan

para decirles “Lacan dijo esto”. No tengo. Probé con varias traducciones, francés, español, con el CD,

me escribí con otros psicoanalistas, nadie sabe de dónde salió, ni siquiera. Por qué “presencia de

padres”, por qué se utiliza esa forma. Es una forma canónica, todo el mundo usa esa desde hace

mucho tiempo. ¿Es un concepto, la presencia de padres? Si es un concepto, ¿quién lo acuñó? ¿En qué

sistema de oposiciones conceptuales funciona? ¿Cómo entenderlo?

Pero el principal problema, era que como no era un elemento del corpus lacaniano, había que
arriesgarse a hacer el trabajo de elaboración, tal que uno se fuera tan lejos de Lacan como para que

se perdiera el espíritu lacaniano, o que uno quedara tan pegado a la letra de Lacan que no pudiera

decir nada. Porque como eso no está en Lacan… Entonces, ¿cómo hago para despejar un concepto, o

una vía teórica, si es o no un concepto, respecto del cual no tengo apoyatura en la obra de Lacan?

¿Qué hago? ¿Vuelo teóricamente y me desprendo de Lacan o me quedo tan pegado a Lacan que no

puedo decir nada?

En realidad, tuve una noche de insomnio antes de decir esto en ese curso, donde la pregunta que se

me presentó, se me presentó así: Lacan, ¿lo avalaría? ¿Qué pasaría si yo estuviera hablando acá y

estuviera Lacan ahí? ¿Me revolearía alguna cosa, o de alguna forma avalaría que un psicoanalista

lacaniano se proponga hacer una cosa así?

Y de repente me acordé de algo. No sé si ustedes conocen la historia institucional de Lacan, un poco,

pero en 1953, cuando se produce la primera escisión de la Sociedad Psicoanalítica de París, se

produce por la lógica que Lacan propone para organizar el instituto de psicoanálisis. Lacan propuso

unos estatutos, Sacha Nacht propuso otros y entraron en disputa. Lacan proponía alentar a la gente

joven, que no fueran médicos, un modelo bien humanístico. Nacht proponía a lo vejestorios, que todos

tenían que ser médicos, un modelo ultra biológico.

Y, bueno, pasó lo que tenía que pasar: Lacan se fue. Pero antes de irse, él había propuesto los

estatutos. Y les quiero leer cómo habla Lacan de los analistas de niños en el año 1949 y en 1953. Son

dos frases nada más, escuchen esto:

“Estamos lejos de la época en la que la práctica del psicoanálisis con niños parecía exigir tan sólo una

formación abreviada”.

Parece que alguna vez, para ser psicoanalista de niños, había que estudiar menos que para ser

psicoanalista de adultos. Pero Lacan dice que estamos lejos de esa época.

“Por el contrario, exige la más completa integración de los datos analíticos, tanto por la flexibilidad

técnica que requiere, como por los problemas que plantean los modos de comunicación propios del

niño”.

Esto es interesante: requiere máxima flexibilidad técnica, la clínica con niños. Es decir, que a la

técnica hay que prácticamente retorcerla por todas partes. Yo publiqué hace unos años un caso clínico

en el que por primera vez en la vida me pasó que un niño entró al consultorio y me dijo: “¡Te juego a
esto!” Y me dio un CD. Y yo, que había estudiado el juego de Melanie Klein, el fort-da, el juego de

Winnicott, el juego de Piaget, era un experto en todo eso. Pero nunca en la vida había estudiado el

juego virtual.

“Máxima flexibilidad técnica”. Porque del modo en que atendemos adultos, sentados en el sillón,

escondidos detrás, para que no nos miren, pasar a decidir si jugás o no jugás con un pibe al Atomic

Bomberman en la computadora, sea lo que eso sea (porque se imaginan que yo no cazo una de eso)

es realmente una flexibilidad que impone la clínica con niños, que en la clínica de adultos no está.

“El candidato a la especialidad infantil del análisis, no sólo debe dominar, para someterlos a su

propósito analítico, toda clase de disciplinas psicológicas exógenas”.

¿Ustedes dominan toda clase de disciplinas psicológicas exógenas? A ver, por ejemplo, si yo les

pregunto: ¿cuál es la diferencia en la estructura de la inteligencia entre una regulación y una

agrupación? ¿Cómo se forma un grupo práctico de desplazamiento? ¿Cuándo es esperable que se

inhiba el reflejo de succión? ¿Se acuerdan de esas cosas? Lacan dice que el analista debe dominar

toda clase de disciplinas psicológicas exógenas, para someterlas a su propósito analítico. No porque

vaya a trabajar con eso, sino para someter esos saberes a los propósitos psicoanalíticos que nosotros

tenemos.

¿Por qué? Dice:

“Porque se le solicitan sin cesar invenciones técnicas e instrumentales”.

A los psicoanalistas de niños, todo el tiempo se les solicita inventar técnicas e inventar instrumentos.

Todo el tiempo.

“Que hacen de los seminarios de estudio de psicoanálisis infantil la frontera móvil de la conquista

psicoanalítica”.

Es decir que si el psicoanálisis conquista algo, si hay algo que puede lograr extender una frontera del

psicoanálisis para que algo que era interpretado por fuera, ahora quede por dentro, es el psicoanálisis

de niños.

Que yo sepa, Lacan nunca usa esta expresión para la clínica con adultos. Lacan nunca dice que la

clínica de adultos podría ser una frontera móvil de la clínica psicoanalítica. Sí lo dijo para la clínica con
niños. Y por eso los que estamos en la frontera móvil somos todos fronterizos, porque para estar

trabajando con niños hay que ser un poco fronterizo. Interpreten ustedes lo que quieran, con eso.

Y hay una pequeña cita más que les quiero proponer, que es de los estatutos del ’53. Lacan propone

que…

“El psicoanálisis de niños se reveló, en su valor clínico, como sujeto a incertidumbres cada vez más

ricas en problemas a medida que se les concede un interés más ordenado”.

Es decir, que a medida que uno le concede un interés más riguroso, más sistemático, más ordenado, a

algún problema, por ejemplo, la presencia de padres, el psicoanálisis de niños se revela como cada

vez más rico en problemas.

“Sin duda, esta es la frontera donde se le ofrece al análisis lo más desconocido por conquistar”.

A mí me llamó mucho la atención que Lacan dos veces seguidas en tres años, diga lo mismo. Que es

desde el psicoanálisis de niños el lugar donde al psicoanálisis se le ofrece lo más desconocido por

conquistar.

Con lo cual, yo creo que si Lacan me estuviera escuchando a mí proponer trabajar con la presencia de

padres como lacaniano, que él nunca lo habría dicho, entonces se pondría hasta contento –diría: “ahí

hay un loco que se tomó en serio lo que yo dije en el ‘53”-, y por eso me atrevo a intentar dar un

paso con ustedes, al menos proponiéndoles el espíritu de mi propuesta.

He notado, mediante cierto relevamiento del campo, es decir, mediante la lectura de todos los

artículos que encontré sobre estos problemas –incluido este librito y algunas cosas más- he notado

que, por lo general, el tema de la presencia de padres se aborda con dos lógicas que yo considero un

poco problemáticas. Las lógicas son las siguientes.

La primera: casi todos los textos que hablan de presencia de padres hablan de presencia de padres a

partir de definiciones ostensivas. Es decir, “la presencia de padres es esto:…”, y te invocan un caso, y

no dicen nada. ¿Se acuerdan de las definiciones ostensivas de Bertrand Russell? Por ejemplo, si yo

quisiera darles una definición ostensiva de un reloj, le diría: “Un reloj es esto” (y mostraría un reloj).

Bueno, ese problema está en los libros. Cualquier texto que ustedes tomen acerca de la presencia de

padres, van a encontrar que tienen casos. Y que tenga un caso no quiere decir que esté teorizado,

sino que una manera supuesta del autor de querer explicar de qué se trata la presencia de padres es
mostrar un caso.

Eso suele conducir a un problema, y es que de por sí no dice nada. Tal vez sea interesantísimo, pero

falta la teorización.

Y el otro problema que yo encuentro en cuanto al uso de la presencia de padres, es que acerca de la

presencia de padres, todos los textos que leí, proponen el tema en términos de “mi experiencia…”. O

sea, son personas que cuentan su experiencia. Yo no sé cómo se llevan ustedes con la experiencia, –

me refiero a la experiencia de otros- pero yo, al menos, puedo sugerirles lo siguiente: ¿alguno de

ustedes alguna vez caminó sobre el Glaciar Perito Moreno? ¿Alguno de ustedes vio París desde la Torre

Eiffel? ¿Sí? ¿De noche? ¿Trajiste una foto? ¿¡No!? ¿Por qué no la trajiste? Si yo traigo una foto de Paris

desde la Torre Eiffel, cuando te la muestro, qué es lo primero que me decís? Y, “Esto es una

porquería”. Porque hay que estar ahí, no sabés lo que es por una foto.

La experiencia, sobre todo si es de uno, tiene ese punto de cosa intransmisible. Piensen en la

experiencia más fuerte que les haya pasado nunca e intenten explicarla. Es complicadísimo. Bueno,

estos libros proponen, por lo general, las cosas en esos términos. “Y cité a ambos padres, porque en

mi experiencia, en estos momentos convenía hacerlo”.

¿Y ahí que estoy diciendo como argumento? Yo lo que les propongo es que, al menos en psicoanálisis

–en otras disciplinas no sé cómo funciona- cuando alguien argumenta por su experiencia nos está

haciendo trampa. Uno no puede decir, en una supervisión, por ejemplo: “No, mi experiencia es que el

paciente es psicótico”. ¿Por qué? “Por mi experiencia”. Bueno, pero si es por tu experiencia, ¿qué hago

yo con tu experiencia? Dale estructura de saber a tu experiencia y transmitíla. Lo que estoy diciendo

es: formulalo en argumentos coherentes, rigurosos, transmisibles, para que de tu posición ese

argumento pueda llegar a mí, yo pueda discutirlo, ponerlo a prueba en otro lugar, en otras

circunstancias y ver si funciona.

Es decir, que sin ninguna duda tenemos una doxa, una doxa de la presencia de padres –se ve bien en

los casos, porque muchos textos hablan de la presencia de padres, muchos textos proponen material

clínico para ilustrar cosas, pero, en realidad, siempre se quedan a mitad de camino entre lo que están

proponiendo y la teorización, y no hay una teorización fuerte sobre este problema.

Y, entonces, cuando no encontré todo esto, en ese momento me detuve, y dije no. Necesito una

pregunta para empezar a teorizar este problema. Necesito una pregunta para empezar a pensar. A mí

me gusta pensar con preguntas. Y la pregunta que me hice fue la siguiente: la presencia de padres …

¿es un real de la clínica psicoanalítica? Ésa es mi pregunta, y le voy a dedicar el resto del tiempo de

nuestro trabajo a decir algo acerca de eso, y les voy a leer alguna cosita más.

Yo creo que de acuerdo a cómo ustedes respondan a esa pregunta, a partir de la respuesta que
ustedes den, modifican absolutamente la posición teórica respecto del tema de la presencia de padres.

Entonces, de El lugar de los padres en el psicoanálisis de niños, les voy a leer una línea, de una

especie de prócer del psicoanálisis en Argentina, que es Gilou García Reinoso. Ella presenta el libro:

“Este es el libro que presentamos aquí, el que abre el debate y provee testimonios y reflexiones

acerca de los interrogantes que plantea en el análisis de niños la dependencia real de los padres. En

efecto, los analistas que trabajan con niños se ven confrontados al hecho de la presencia de padres.”

Entonces, ella habla de la dependencia real de los padres –y el uso del genitivo en una frase como

estas es un lío, porque ¿quién depende de quién? ¿Los niños dependen de los padres o los padres

dependen de los niños? Porque esa frase no queda clara. Pero pongamos buena intención de lectores

y supongamos que está hablando de la dependencia real de los niños para con los padres.

Bien, y la otra idea es que el que los padres estén ahí es un hecho. ¿Ustedes están de acuerdo con

eso? Porque daría la impresión de que uno puede partir de afirmar que es un hecho la presencia de los

padres en la clínica de niños. Y si es un hecho, si es imposible que no esté, si siempre va a estar ahí

porque el niño depende en forma real, como dice el texto, de los padres, entonces la presencia de

padres es un real de la clínica psicoanalítica.

Y, para contraponer esta idea, para proponerles otra perspectiva del problema, les voy a proponer una

cita de Lacan del escrito de Lacan sobre criminología. Lacan tiene un escrito temprano, del ’50, en

colaboración con Michel Cénac. Se llama Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en

criminología, van a encontrar la cita en la página 128. Dice así:

“La realidad de la miseria fisiológica propia de los primeros meses de la vida del hombre (…) expresa

la dependencia genérica del hombre con respecto al medio humano. Que esa dependencia pueda

presentarse como significante en el individuo en un estadío increíblemente precoz de su desarrollo, no

es éste un hecho ante el cual deba el analista retroceder”.

Está hablando del niño. Ustedes saben que Lacan dice que el hombre nace en una miseria fisiológica,

porque nace, y al no tener terminada la mielinización de la corteza cerebral, el niño nace prematuro.

Lacan dice que eso expresa la dependencia genérica del hombre a su medio. Pero después dice algo

más:

“Que esa dependencia pueda presentarse como significante en el individuo en un estadio

increíblemente precoz de su desarrollo…”


¿Qué es lo que supone? Que esa dependencia se presenta como significante. Y si es significante, no es

dependencia real. No es alimento y abrigo, sino que es significante.

Tiene la prueba con Spitz, y el síndrome del hospitalismo. Un niño bien alimentado y bien abrigado, si

no le hablan, muere. Y Lacan dice que esa dependencia que parece humana –porque efectivamente el

cachorro humano nace en una dependencia fisiológica-, que parece real, se presenta en realidad como

significante, es por eso que el analista no debe retroceder ante los niños. Todos ustedes conocían la

frase de Lacan de “no retroceder ante la psicosis”. Pero esta, que es muy anterior, no la conoce nadie:

Lacan había dicho, antes de no retroceder ante la psicosis, no retroceder ante los niños, porque la

dependencia que tienen con los padres es significante desde un estadio increíblemente precoz de su

desarrollo.

Lacan, al proponer esta idea tan tempranamente agrega un elemento a nuestra pregunta. ¿La

presencia de padres es un real de la clínica psicoanalítica? Si es un real la presencia de padres, es un

hecho, es indeterminable, siempre está ahí nos guste o no nos guste. No hay mucho que hacer.

Ahora, si la dependencia es significante, aún en un estadio increíblemente precoz, y si se trata de

cadenas significantes que se organizan de una determinada manera, tal vez el psicoanalista pueda

intervenir.

Para esto, lo que hace falta despejar bien es el problema de qué es una familia. Porque pensar que el

señor y la señora donadores de material genético para crear un niño, son los padres, en el

psicoanálisis, es lo mismo que creer que el tipo que vino a verme al consultorio es el sujeto. O sea, si

uno asume que una persona que me viene a ver es el sujeto, si uno comete ese error, entonces

desplazar el problema a que el señor y la señora donadores de material genético para crear al niño

son los padres tiene absoluta razón de ser.

Yo, lo que propongo, es que ninguna de las dos es cierta. Yo, lo que les propongo, es que papá y

mamá deben ser diferenciados claramente del lugar en el complejo familiar que Lacan utiliza para

situar a la familia.

Si ustedes leyeron el artículo de enciclopedia francesa de Lacan sobre los complejos familiares, hay

uno de esos [no se entiende] que se llama La familia, en la edición prologada por Masotta, de editorial

Argonauta. Tengan en cuenta que el título del artículo no es La familia, Lacan nunca habló de la

familia. Lacan habló de los complejos familiares. Ese escrito es el segundo escrito de los Autres écrits,

se llama Los complejos familiares en la formación del individuo. Lacan no habló de la familia, habló de

complejos familiares. Y es más. En los primeros seminarios habló de constelación familiar, y después

habló de estructuras elementales de parentesco.


Vean los esfuerzos que Lacan hace para separar a la familia de un hecho biológico. Tanto como el

intento que él hace de demostrar la influencia que hay desde el medio familiar hacia cualquiera de sus

miembros. Es decir, que nadie es inmune dentro del sistema familiar.

No sólo eso, sino que Lacan plantea, también, que la familia instaura una transmisión generacional

hacia las personas. Lacan dice que la familia establece entre las generaciones una continuidad psíquica

cuya causalidad es de orden mental. “Orden mental”, en 1938, podríamos entenderlo como “orden

significante”.

Y en la famosa Nota sobre el niño, que es un artículo que todo el mundo lee porque es lo único que

Lacan escribe sobre el niño, Lacan dice que transmisión familiar es irreductible la, porque por más que

la familia cada vez se achique más y más, y por más que nosotros creamos cada vez más que yo soy

yo y tú eres tú, mis padres están en la casa de tus padres, igual hay transmisión, y la transmisión es

irreductible, no se puede reducir. Siempre se transmite algo. ¿De quién era la deuda que debía pagar

de una manera tan delirante el Hombre de las Ratas? Bueno, Lacan dedica bastante espacio a trabajar

estos problemas.

Entonces yo voy a proponerles la última idea, que es la idea sobre la cual estoy avanzando en este

momento. Es la siguiente: La presencia de padres no es un real de la clínica psicoanalítica. La

presencia de padres es un dispositivo que articula con la dirección de la cura. Es decir, que es un

artificio simbólico que debe ser dirigido por el psicoanalista.

A mí me parece que tenemos un problema. Y es que no hay política de trabajo para la presencia de

padres. La presencia de padres es un artificio simbólico, total y absolutamente artificial; y entiendan

por qué digo artificial. Porque a veces la presencia de padres es que los chicos vengan con la abuela,

porque los padres se han muerto y vienen con la abuela. Y a veces viene la madre con su nueva

pareja, porque el padre se fue a vivir con un travesti a Tanzania. Es decir que uno dice padres, pero

no necesariamente son los padres. Quizás en francés sería más fácil, porque uno dice les parents, y

eso es “los padres”, pero también es “los parientes”, entonces uno podría hacer esta salvedad.

Pero la presencia de padres es un dispositivo, y uno la tiene que pactar. Cuando pacta los honorarios,

y cuando pacta qué días va a venir el niño, tiene que pactar la política de la presencia de padres. Y

cuando digo “tiene que pactar la presencia de padres”, quiere decir que hay que arreglar con los

padres cuántas veces por mes nos vamos a ver, en qué circunstancias, cuánto van a pagar.

Yo he propuesto la presencia fija de padres en el tratamiento con niños. Yo no cito a los padres. Yo

propongo, la primera cita que, si el niño viene todos los martes, los padres vengan un jueves por

medio a tal hora. Lo cual produce un efecto muy interesante, porque los padres dicen “¿Y nosotros

también? Pero si el problema lo tiene el nene”. “No, viejo, ¿viste que nosotros también tenemos que
venir?” le dice ella a él cuando se están yendo. Algo pasa ahí. Es una intervención proponerle a los

padres del niño que ellos también tienen que participar con una presencia fija, y no solamente cuando

se produce un escándalo.

Entonces, lo que yo noto es que hay como una especie de flojedad al momento de plantear la

situación analítica. Lo que los psicólogos llaman encuadre, los psicoanalistas lo llamamos situación

analítica. Es un significante que Lacan propone en el escrito La dirección de la cura. Ustedes lo van a

encontrar en el capítulo uno, en el apartado dos, donde Lacan dice:

“El psicoanalista seguramente dirige la cura, pero no debe dirigir al paciente.”

Pero la cura sí. Es decir que las coordenadas en las que la cura transcurre deben ser manejadas por el

analista. Y dice así:

“La dirección de la cura consiste, en principio, en hacer aplicar por el paciente la regla analítica, o sea,

las directivas de las que no se podría desconocer la presencia entre el ciclo y lo que se llama la

situación analítica, bajo el pretexto de que el paciente las aplicaría, en el mejor de los casos, sin

pensar en eso.”

Es decir, que aunque uno atienda a un psicoanalista lacaniano, que sepa absolutamente todo, hay que

decirle que aunque no venga tiene que pagar. Que va a tener que venir todas las semanas, o dos

veces por semana, a tal hora. Es decir, que Lacan propone que el analista debe dar las directivas,

debe dar consignas para lograr la situación analítica. Yo, lo que propongo, es que en esas consignas,

en el caso de niños, debe estar incluida la presencia de padres como consigna.

Y ustedes dirán: “Pero… ¿y el caso por caso?”. El caso por caso es para excepciones. Uno, caso por

caso, hace excepciones. Porque si no cada caso nos hace olvidar todo el saber previo del psicoanálisis

lacaniano. Caso por caso yo decido si un paciente que faltó, y me va a pagar la sesión, si se la

recupera o no se la recupera. Caso por caso yo decido si los padres que tenían que venir todos los

jueves, y una semana me llaman para venir el otro viernes porque pasó algo, yo decido si los recibo.

Pero es para las excepciones, no es la norma. No se puede fundar una norma en algo que es caso por

caso. Es un problema lógico.

Y miren cómo lo plantea Lacan. Dice:

“Estas directivas –para nosotros la presencia de padres, cómo vamos a trabajar la presencia de
padres- están planteadas en una comunicación inicial bajo forma de consigna”.

Consigna. O sea, no son para discutir. Son consignas.

“De las cuales, por poco que el analista las comente, se puede sostener que hasta las inflexiones de su

enunciado, estas consignas vehiculizarán la doctrina que de ellas se ha hecho el analista al punto de

consecuencia al que hayan devenido para él.”

Lacan dice: hasta en las inflexiones del enunciado, hasta en si yo lo digo con voz firme o con voz

débil, hasta en eso, en el tono de voz que yo uso, dice Lacan, eso vehiculiza; primero, cuánto estudié

el problema que estoy presentando. O sea, si le presté atención teórica, si reflexioné alguna vez

acerca de qué significa incluir a los padres en el tratamiento de un niño, si eso es un real o si es un

dispositivo simbólico. Y también al punto de consecuencia al que esas ideas hayan devenido para mí,

es decir, qué consecuencias de mi análisis personal me favorecen como para plantarme de esa

manera para proponer algo.

Bueno, a mí me parece que el problema, para resumirlo y como última idea, es que se ha tendido a

entender la presencia de padres como al papá y a la mamá en el consultorio. Se ha reducido a eso, a

un fenómeno –yo les diría- casi social. Los papás vienen con los chicos, por lo general, y como vienen,

esa es la presencia de padres. Y eso establece una política de trabajo, en relación a eso.

El otro día escuché un caso que comenzaba así. Una señora llama por una nena de trece años. La

mamá llama al analista y le dice: “tengo una hija de trece años, que quiero que se analice con usted,

¿cómo es? ¿tengo que ir yo primero o tiene que ir ella primero?”. Y el analista le dice: “Y, no sé…

como a usted le parezca mejor”.

Un mes en análisis y el caso se traba porque la madre y la hija se matan a ver quién entra al espacio,

se disputan el lugar, la madre quería ser más joven que su hija… Con lo cual, observen ustedes que

yo, en la discusión teórica que siguió al caso, lo que proponía era que a mí me parecía que el

problema estaba al principio. Que si de entrada se hubiera dejado bien en claro una política de qué

lugar iba a tener la madre en ese tratamiento, todo lo que vino después se hubiera podido evitar

perfectamente, porque los lugares hubieran estado claros.

[En este caso] no se trabajó con la idea de que la presencia de padres debe ser incluida en las

consignas de la dirección de la cura. Porque es un simbólico. No podría, no puede ser jamás un real de

la clínica psicoanalítica.
Bueno, voy a interrumpir, y si hay preguntas podemos retomar algunas cosas.

Alumna:- [no se entiende … la respuesta … sobre todo con lo que dijiste al final, de la diferenciación]

Peusner:- Bueno, en principio siempre es un problema presentar en dos líneas un caso. Yo lo que creo

es que hay cosas que se ven bien con la lógica del significante, y que si vos tenés las consignas al

principio tenés un significante al cual ligar todas esas cosas locas que pasan después.

Les voy a dar un ejemplo más fácil. Supongamos que yo trabajo en una oficina y tengo un compañero

que me tiene podrido. Me tiene re podrido. Me apaga la computadora, me pierde los archivos, me tira

las carpetas. ¿Es lo mismo si yo un día me levanto y le parto un matafuegos en la cabeza a si

previamente yo había hablado con el jefe, y aunque el jefe es un pusilánime imbécil, le dije “Bueno,

mire, este muchacho me está haciendo esto hace tanto tiempo, pasa esto, esto y esto, en cualquier

momento le voy a romper la cabeza”? Y, el tipo, obviamente, como es un pusilánime, no hace nada, y

yo dos meses después le rompo la cabeza con el matafuegos. ¿Es lo mismo? Porque en el primer caso,

esto cae como en el vacío. “Y, bueno, flaco, me hubieras dicho que tenías un problema con él antes de

partirle la cabeza”. Porque la lógica del significante me permite ligar. Si vamos a hacer una

intervención sobre esa rotura de matafuegos en la cabeza tenés un marco respecto del cual

organizarte.

En el otro caso, en el que yo contaba, me da la impresión de que si uno hubiera tenido una buena

política de presencia –que podría haber sido de presencia o no, porque a lo mejor a los trece años uno

podría haberle dicho a la señora: “Mire, señora, yo voy a conocer a su hija, venga usted primero,

después viene su hija, y ahí voy a determinar qué política voy a adoptar”, yo, por lo menos hago eso

siempre- y uno le hubiera planteado a la señora: “Bueno, la paciente va a ser su hija, usted va a venir

una vez cada quince días, o una vez por mes. Cuando la señora empiece a disputar el espacio, uno

tendría un punto inicial al cual hacerle la articulación. “Mire que usted se comprometió conmigo a tal

cosa, recuérdelo”.

A mí me parece que esas cosas nunca están de más en el mundo de los supuestos. Porque hay tanto

psicoanálisis de divulgación en el mundo, que es lo que Lacan mismo propone, que aunque la gente

sabe a lo que viene, tal vez convenga decírselo. ¿Cuántas personas que saben perfectamente que él

las ama no actúan porque están esperando que lo diga? ¿Vieron como es eso, no? O sea, qué

importante que es para nosotros que alguien nos lo diga.

“Es mi cumpleaños y yo no te invité porque es obvio que vas a venir.” “No, yo estoy esperando que

vos me invites, esperaba tu llamado para invitarme”. Entonces, en ese sentido digo que no es lo
mismo leer con un significante primero bien establecido, porque lo que pasa después se lo puede ligar

a él. Ya no es el goce de la madre. Así como se presentó era el goce de la madre. Pero si vos tenés las

cosas planteadas en este primer punto, tal vez no sea el goce de la madre. Tal vez haya que pensarlo

de otra manera, porque habría que ver que dijo la madre en esa primera entrevista, qué pistas me

dio, tal vez tendría algún significante la madre para devolverle a la paciente y hacer este desastre, tal

vez nunca hubiera tomado a la hija si hubiera conocido a la madre el primer día. Porque a lo mejor

cuando conozco a la madre y me doy cuenta de lo que está pasando, tal vez postergo la inclusión de

la hija.

Yo le tengo mucha confianza, creo que resuelve muchos problemas. Igual vieron que problema es

cuando uno dice “si hubieras hecho esto…”. Yo no le dije al analista “si hubieras hecho esto”, sólo le

dije: “qué macana que acá no se trabajó con política de presencia de padres”. Porque a mí me parece

que hay que usarla. Y si no se la teoriza, si no hay teorización sobre la presencia de padres es porque

se tiende a pensar que es un real. ¿Cómo vas a teorizar un real? Si los padres son los padres. Y

entonces no se utiliza la política esa. No se incluyen las consignas.

Yo pregunto todo el tiempo, ¿cómo hacés con los padres?. “Y, no, cuando hay algún quilombo, cuando

vienen”. Así se trabaja. Yo no digo que esté mal, pero digo que se está desaprovechando un recurso.

Es como si yo le dijera: ¿jugás con el chico? “No, yo no juego, yo solamente hablo?”. ¿Cuántos años

tiene? “Cuatro”. Ah, bueno. Es interesante, hablar con un pibe de cuatro, a mí me encanta, pero te

estás perdiendo un recurso valiosísimo. Pasa que es tan valioso el recurso que da pena perdérselo.

Alumna:- [no se entiende]

Peusner:- A mí una madre que me va a traer una chica de trece años sin conocerme me llama la

atención. ¿Ustedes llevarían a una chica de trece años a un analista sin verlo primero? A mí me llamó

la atención eso. Cuando hay un recurso, y con nosotros en carácter de alguien que sabe qué hacer con

determinada cosa, responder “Y, no sé, como a usted le parezca” en el primer contacto, me parece

complicado.

Alumna:- [no se entiende]

Peusner:- Sí, pero a mí me parece que la política no te compromete, porque si vos sos un analista y te

llaman para preguntarte por una joven de trece años, si te preguntan “¿tiene que ir ella o tengo que ir

yo?”, suponiendo que porque tiene trece años está en un borde con la juventud, ¿qué problema hay
con que uno diga “No, venga usted primero, así nos conocemos, charlamos”? Yo tengo ese tono.

¿Vieron que Lacan dice “Hasta en las inflexiones del enunciado”?

Alumna:- Bueno, pero lo que pasa es que también no todos los analistas [no se entiende]

Peusner:- Sí, pero la tomo en cuenta cuando viene. Y le digo: “Qué curioso que usted quería

mandarme a su hija antes de conocerme”. Pero se lo hago en presencia. Ahí está la presencia. No se

lo hago por teléfono. A mí me llama todo la atención de este caso. Me llama la atención también la

suposición de la señora de que su hija quizás debía venir sola. Me llama la atención que alguien

entregue a su hija así al analista.

Entonces yo no desperdiciaría el recurso de la presencia, y no me parece que sea violento ni nada,

porque te está preguntando. Uno sabe cómo conducir ese tren que se va a poner en marcha, y uno es

el conductor. No me parece que sea problemático, ahí. Me parece más problemático cuando a la

presencia de padres se la deja como una especie de laissez-faire. Como una cosa libre, en la que los

tipos van, vienen, desaparecen, seis meses no los ves, una semana te llaman catorce veces, después

se van, después vuelven.

Alumna:- [no se entiende]

Peusner:- Es muy buena, la pregunta, planteémosla así. Cuando vos querés saber si un fenómeno es

abordable desde el psicoanálisis, lo que te tenés que preguntar es si el fenómeno existe en el mundo

animal. Si el fenómeno existe en el mundo animal, entonces no es abordable desde el psicoanálisis,

porque no es específicamente humano.

Si yo hablo de la dependencia real de un cachorro humano respecto de sus padres, ¿existe en el

mundo animal? Sí. Entonces no es específicamente humano, entonces no es específicamente

psicoanalítico. Yo no digo que no haya dependencia real de los niños para con sus padres. Es verdad.

Vamos, ninguno de nosotros dejaría a sus hijos chiquitos tirados por ahí. Eso es cierto. Pero lo que

digo es que no es operativo en el psicoanálisis tomarlo como un real, abordarlo desde ese foco.

Porque es ineliminable, no podés hacer nada. No hay un margen de maniobra. Porque si aparte el

padre hubiera fallecido, y la madre estuviera con su nuevo marido, que crió al nene desde los dos

años, el tipo no es el padre, si lo tomamos desde lo real. Ese es el problema.

Yo creo que el hecho de que sea simbólico, a mí me da la ocasión , por ejemplo, de decidir citar al

padre o a su nueva esposa, a la cual el niño ve los fines de semana. Y también citar a la madre con su
nueva pareja, con la cual convive ese nene. Me da margen de maniobra. Si es simbólico, yo pongo y

saco, hago maniobras. Si es real no tengo un margen de maniobras. Es un hecho, es así.

Yo, por ejemplo, la semana pasada eliminé de un tratamiento a un padre. No lo cité más. Le dije:

“Bueno, muchas gracias por haber acompañado el tratamiento hasta acá, pero a partir de ahora usted

no va a venir más.” “¿Por qué?”, me dice el tipo. “Y, porque la verdad que usted ya aportó suficiente,

si lo vuelvo a necesitar lo llamo”. Y se fue contento, el tipo. Y entonces seguí el tratamiento con la

madre de la nena y su marido, porque determiné que él era el padre de la nena, de acá a la China.

Cuando pude establecer que ese tipo era el padre, ya está, me saqué de encima al otro. Eso, si estás

trabajando con la familia real, la familia biológica, lo perdés, ¿qué hacés? Me tengo que bancar al tipo

en el consultorio. Y el tipo no aportaba nada. Es ese margen que te da cuando es un dispositivo

simbólico.

Alumna:- [no se entiende]

Peusner:- ¿Pero qué quiere decir la presencia real?

Alumna:- [no se entiende]

Peusner:- Pará, pero ¿se podría no trabajar? Porque con un paciente adulto se podría no trabajar, y no

se trabaja. Ninguno de nosotros cita a los padres de un paciente adulto, salvo que sea una psicosis o

una depresión muy severa, si no no se cita a los padres. Pero con los niños ¿te parece que se podría

no trabajar?

Alumna:- [no se entiende]

Peusner:- Hablé un montón de tiempo para decir una sola cosa-, lo único que dije hoy aquí, y me voy

de acá con la misma pregunta, es: la presencia de padres, ¿es real? Ese es todo el problema. El

primero. Yo tengo una respuesta, creo que sé adónde voy. Pero sería interesante ver casos, para ver

qué pasó en tal caso cuando se hizo tal cosa y cuando se hizo tal otra.

Alumna:- Justamente la pregunta que te estás haciendo es porque hay un real [no se entiende]

Peusner:- No, pero la pregunta hay que plantearla bien. Yo, lo que plantee como pregunta es: la
presencia de padres, -yo no pregunté si es real- ¿es un real de la clínica psicoanalítica? Porque los

padres son un real biológico. Pero en las coordenadas de cómo se trabaja en la clínica psicoanalítica,

el modo en que los padres intervienen, ¿es una inferencia real? Yo, lo que tiendo a leer, es que en la

literatura psicoanalítica la presencia de padres es un real.

Muchas gracias por la atención que me han prestado esta noche. Espero que volvamos a vernos.

[APLAUSOS]

Publicado por PPen 22:29


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Etiquetas: intervenciones, textos de psicoanálisis

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el psicoanalista lector (2007-2019)


El blog de Pablo Peusner (pablopeusner@gmail.com) Psicoanálisis, lecturas, críticas y reseñas de libros, actualidad

del psicoanálisis freudo-lacaniano, descargas de textos de psicoanálisis, traducciones.

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en buenos aires, marzo de 2018


texto de bienvenida

Durante cierto tiempo envié a mis colegas más cercanos la información que iba encontrando en la web

a medida que la recorría. Luego agregué mis comentarios a los libros sobre los que iba trabajando.

Más tarde comencé a enviarles los textos más difíciles de hallar o que no estaban digitalizados.

Finalmente, me animé a armar el blog. La gran cantidad de visitas recibidas testimonian que abrirlo a

un público más general fue un acierto.

Gracias por estar aquí y acompañarme.

PP.

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mis libros

aquí están los libros que he publicado con una breve reseña de cada uno. Varios de ellos están

disponibles para descargarlos en forma gratuita y legal, solo hay que hacer clic en las imágenes.

autoridad y desproporción sexual en la clínica psicoanalítica lacaniana con niños (letra viva 2019)
La autoridad, término sobre el que se ha reflexionado poco en el marco de la clínica psicoanalítica con

niños, supone un curioso modo de la proporción: la coincidencia plena entre la indicación (la orden, el

mandato) y la respuesta (la conducta). No obstante, la clínica con niños nos confronta con uno de los

matices más claros de la ausencia de dicha proporción, que Lacan no dejó de calificar de “sexual”: un

niño o un hijo siempre es más, menos u otra cosa de lo que se esperaba. Pero además, la forclusión

del instinto que produce el lenguaje convierte el proceso de crianza en una seguidilla de acciones

desproporcionadas, fuera de manual, pulsionales. Por eso la crianza es un proceso que se orienta por

el deseo, pero también por el goce, y que conduce siempre a un exceso o a un defecto. PABLO

PEUSNER nos invita en este libro a realizar un recorrido en el que ambas nociones se articulan, se

reclaman mutuamente y entran en conflicto; se iluminan, se oscurecen y finalmente ofrecen algunos

puntos de referencia. El autor nos advierte también acerca de la posición del analista frente a

situaciones diversas en que la desproporción y la autoridad se hacen presentes. Son situaciones en las

que el deseo del analista encuentra una ocasión única para manifestarseo para ocultarse bajo la forma

del amo.

"el psicoanálisis con niños es un chino" (letra viva, 2016)


El autor parte de una afirmación: el psicoanálisis con niños es un chino. Pero no porque se trate de

una tarea difícil, compleja o irrealizable, sino porque procede a través del principal recurso que la

cultura china dispuso para producir sentido: el rodeo. Tanto en los encuentros clínicos con un

analizante-niño, como en las entrevistas con sus padres y parientes, el analista interviene a través del

sesgo, la influencia y la disponibilidad (ideas claves de la filosofía china) para favorecer los efectos

analíticos. Lejos del ataque frontal al síntoma, el analista que no retrocede ante los niños incide sobre

este de modo oblicuo. El recorrido introduce una pregunta difícil, incómoda, acerca de la posición del

analista ante los padres y parientes de su analizante-niño: “¿Será porque esta gente, estos padres y

parientes que vienen a vernos, están tan mal posicionados ante el síntoma del niño, tan

desfallecientes, tan divididos, destituidos y desautorizados, que los analistas gozan atacándolos de

frente?”. Es una pregunta sobre la que conviene reflexionar porque incluye una opción ética. Una vez

más, el lector se encontrará con un analista hablando de su quehacer, cuestionándose, exigiéndose

dar cuenta de los fundamentos de su posición recurriendo a ideas de otro campo, pero sin traicionar al

psicoanálisis.

fugir para adiante. o desejo do analista que nâo retrocede ante as crianças-agente, sao paulo,

2016
Qual é a função do inconsciente do analista no encontro clinico com uma criança? Como se situar em

harmonia com essa comunicação entre inconscientes que propunha Freud?Ou como se valer do

inconsciente para produzir uma interpretação, segundo sugeria Lacan? Função da palavra, campo da

linguagem, lalingua... Como favorecê-los no encontro clinico com uma criança? Dado que, como o

adulto, a criança também está sujeita á ausência de proporção sexual, é ela mesma, com freqüência,

quem encarna o resto desse cálculo de proporção impossível. Então, qual é a melhor posição para um

analista que deve acompanhar um percurso sob o signo de algo tão real? Se a transmissão familiar

por vias não biológicas é irredutível, como interrogar o ponto de constituição do sujeito para ler a

condição do desejo que o habilita (anônimo ou não)? Como se situar enquanto analista ante os

diversos modos de apresentação clinica das crianças sujeitas á holófrase? É possível construir uma

lógica para intervir ante as manifestações do sujeito monolítico encarnada por uma criança e os

afeitos complexos que produz no laço social (especialmente na instituição escolar)? Frente a tales

perguntas, PABLO PEUSNER nos convida a fugir para adiante, apostando no desejo do analista que

não retrocede ante as crianças

huir para adelante. el deseo del analista que no retrocede ante los niños (letra viva, 2015)
¿Cuál es la función del inconsciente del analista en el encuentro clínico con un niño? ¿Cómo situarse

en armonía con esa comunicación entre inconscientes que proponía Freud, o cómo valerse del

inconsciente para producir una interpretación, según sugería Lacan? Función de la palabra, campo del

lenguaje, lalengua... ¿cómo favorecerlos en el encuentro clínico con un niño? Y puesto que al igual que

el adulto el niño también está sujeto a la ausencia de proporción sexual, es él mismo con frecuencia

quien encarna el resto de ese cálculo de proporción imposible. Pero entonces, ¿cuál es la mejor

posición para un analista que debe acompañar un recorrido bajo el signo de algo tan real? Y si la

transmisión familiar por vías no biológicas es irreductible, ¿cómo interrogar el punto de constitución

del sujeto para leer la condición del deseo que lo habilita (anónimo o no)? ¿Cómo ubicarse como

analista ante los diversos modos de presentación clínica de los niños sujetos a la holofrase? ¿Es

posible construir una lógica para intervenir ante las manifestaciones del sujeto monolítico encarnado

por un niño y los complejísimos efectos que este produce a nivel del lazo social (especialmente en la

institución escolar)? Frente a tales preguntas, PABLO PEUSNER nos invita a huir para adelante,

apostando al deseo del analista que no retrocede ante los niños.

¿quién teme a lo infantil? la formación del psicoanalista en la clínica con niños (2013)
LIBRO EN COLABORACIÓN CON LUCIANO LUTEREAU. Cuando Freud descubrió la sexualidad infantil

advirtió mucho más que la posibilidad del erotismo en los niños. En todo caso, puso de manifiesto una

determinada posición, que no por escapar a los dichos comunes se vuelve reticente. Lejos quedó la

idea de una infancia endeble y temerosa, a partir del día en que el psicoanálisis concedió a los niños el

reconocimiento de la palabra. Sin embargo, ¿quién escucha a hablar a los niños? ¿Quién presta

atención a las teorías que ellos formulan acerca de la muerte? Su particular interés por el humor y los

juegos de lenguaje, así como otras formaciones discursivas que se despliegan en el encuentro

analítico –de la transferencia al juego, que apoyan el sufrimiento en la experiencia lúdica– demuestran

que la única formación del psicoanalista es la que se realiza cuando éste se presta a responder a esa

condición psíquica –que no es una consecuencia ni un efecto– que llamamos “lo infantil”.

el otro y el niño (letra viva, "formas mínimas", 2011)

El autor de este ensayo invita a reflexionar en torno de los principios que fundamentan la posición del

psicoanalista ante ese particular modo del Otro supuesto en la presencia de los padres y parientes de

los analizantes-niños. A lo largo de sus páginas, el lector se encontrará con un analista recorriendo los
muy diversos y heterogéneos elementos que componen lo que en su libro anterior diera en llamar el

dispositivo de presencia de padres y parientes: el lenguaje y lalengua; el tiempo y la frecuencia de las

sesiones; la circulación del dinero y el problema del pago. Además, Pablo Peusner retoma las

articulaciones del síntoma y la constelación familiar a través de un uso lacaniano del dibujo como

medio para el despliegue del inconsciente en las sesiones con analizantes-niños. El Otro y el niño es

un lugar posible para tensar en la experiencia del análisis un nuevo modo de leer la ausencia de

proporción sexual, renovando la apuesta ética que anima al deseo del psicoanalista en la clínica

lacaniana con niños.

fundamentos de la clínica psicoanalítica lacaniana con niños - 2ª edición, letra viva 2011

He aquí un libro que arriesga respuestas. Y que nos permite participar del momento fecundo de la

producción de las mismas. Quizá sea por eso que valga la pena publicar un curso completo: porque de

esta forma asistimos al modo en que se construye una teoría y compartimos el trabajo del autor en su

forma más plena. Pablo Peusner nos pide que lo acompañemos en una travesía que no deja de ser

una travesura y un atravesamiento. Nos propone que reconsideremos nuestro estatuto: no somos

analistas de niños. Somos analistas que no retrocedemos ante los niños. Y este libro se convierte así

en un testimonio. En un testimonio de lectura, pero también en un testimonio de lo que el quehacer

clínico puede operar en una persona que trabaja como analista. Porque el quehacer clínico es una

fuente inagotable de preguntas que empujan y mueven al psicoanálisis todo.

el dispositivo de presencia de padres y parientes... (letra viva, textos urgentes, 2010)


La presencia de padres y parientes en la clínica psicoanalítica lacaniana con niños no es un problema

técnico –si así fuera, bastaría con armar un manual. Pero tampoco se trata de un real de la clínica

psicoanalítica. Cierto es que existe una dependencia real de los niños a sus otros primordiales, pero se

trata de un fenómeno biológico, y la noción de real en juego allí es distinta de la noción de real que

utilizamos en el psicoanálisis. Jacques Lacan afirma que esa dependencia del individuo es al

significante ya “en un estadio increíblemente precoz de su desarrollo”. Entonces, este argumento no

justifica la llamada “presencia de padres y parientes” y, de hecho, hay psicoanalistas que atienden

niños y no trabajan con esa presencia, no mantienen entrevistas regulares con los padres –la

excepción llega cuando hay algún problema serio aunque, en tales casos sean los padres quienes

soliciten la entrevista o, directamente, irrumpan en el consultorio–. La propuesta de este libro apunta

en otra dirección: cuando se habla de la presencia de padres y parientes en la clínica psicoanalítica

lacaniana con niños, se trata de un dispositivo. Esta tesis, desplegada en su articulación con diversos

casos clínicos, nos conduce, directamente, al corazón del problema tal como su autor lo sitúa: la

introducción del dispositivo de la presencia de padres y parientes, constituye un problema ético.

reinventar la debilidad mental (letra viva, 2010)


Existen ciertos términos que conllevan la dificultad de no contar con definiciones precisas, ni extensos

desarrollos acerca de sus características y articulaciones en la teoría psicoanalítica. Con ellos, incluso

el recurso a la cita se vuelve complicado, ya que apenas existen mínimas referencias diseminadas a lo

largo de las obras de Freud o de Lacan. Sin embargo resultan necesarios para el quehacer clínico del

psicoanalista. Al comenzar a investigarlos y a rastrearlos a través de diversos trabajos publicados,

surge la sensación de que no terminan de ser definidos del todo, de que se escapan y se escurren. En

suma, siempre se termina diciéndolos mal, algo resiste en ellos, resultan maledictus... La debilidad

mental es uno de esos términos. Prácticamente ignorado por Freud, fue recurrentemente utilizado por

Lacan como concepto, como adjetivo y hasta como diagnóstico clínico. Sin embargo nunca recibió una

elaboración propiamente dicha a lo largo de su obra –sólo contamos con pinceladas muy alejadas en

el tiempo, las que exigen reponer los nexos lógicos que hubieran podido conectarlas–. Este libro surge

de una apuesta: la de reinventar la debilidad mental mediante un ejercicio de reflexión que partiendo

de mínimas referencias externas, las llevara hasta su máximo desarrollo posible, a través de

problemas conceptuales, clínicos e incluso éticos. El recorrido y el espíritu de trabajo que lo animara,

fue transmitido por su autor a otros analistas, cristalizando en una serie de aportes que se incluyen en

el libro a modo de Anexos.

el sufrimiento de los niños - 2ª edición, corregida y aumentada (letra viva, 2009) agotado
El sufrimiento de los niños se propone como una herramienta de doble entrada que permite leer

sincrónicamente dos matices de la particular presentación que el psicoanalista encuentra en toda

ocasión de consulta por un niño: un matiz subjetivo en que el niño sufre de su particular sujeción al

tiempo y al Otro; y un matiz objetivo en que sus padres y parientes sufren ante lo imposible de

educarlos, de realizar una transmisión integral de su saber y de obtener a través de ellos un pleno

recupero de su satisfacción narcisista resignada. En un recorrido a través de los textos de Sigmund

Freud y de Jacques Lacan, el autor fundamenta la insuficiencia de la pareja parental para explicar la

causación de la neurosis de los niños, haciendo hincapié en lo particular del sufrimiento de los niños

sin reducirlo a una nueva versión de la teoría de la seducción y sin perder de vista los efectos que el

discurso contemporáneo operan sobre él. En esta segunda edición de la obra (a diez años de su

edición original), la misma se ha visto enriquecida con nuevos desarrollos y actualizaciones del

problema, incluyéndose especialmente un seminario dictado por Pablo Peusner dedicado al estudio

crítico de la noción de familia en el marco de la clínica psicoanalítica lacaniana con niños. Porque, si

como afirma Jacques Lacan, la dependencia del niño a sus otros se presenta como significante ya

desde un estadio increíblemente precoz de su desarrollo, no es este un hecho ante el cual deba el

psicoanalista retroceder.

el niño y el otro (letra viva, 2008)


Hemos extraído el asunto que nos ocupa en este libro de una etapa de la enseñanza de Jacques

Lacan: se trata de la época en que, mediante lo que llamó “cuadrípodos”, intentó dar cuenta de los

modos de lazo social. ¿Qué motivo había para intentar su articulación, para mostrar su pertinencia con

la clínica psicoanalítica lacaniana con niños?¿No hay acaso en la presentación de esos cuatro discursos

un poderoso intento clínico que había sido históricamente descuidado en el psicoanálisis con niños?

¿Cómo no descuidarlo si el niño “era” el sujeto y sus padres o parientes quedaban fuera del

consultorio, convocados siempre tarde en ocasión de algún desastre? ¿Cómo no ignorarlo si el analista

dejaba de dirigir la cura para quedar cautivo de las intempestivas arremetidas parentales que

vulneraban su política y presionaban sobre su táctica? ¿Cómo reconocerlo si apenas contamos con la

lógica del “caso por caso” para escapar de la “burocracia psicoanalítica”?Pensamos que dichos

discursos constituían un valioso aporte a la comprensión de la dinámica de la cura de un niño e

intentamos extraer de ellos –lo más rigurosamente posible– una matriz de lectura que nos permitiera

acceder a esos casos que hoy se califican de “contemporáneos”. En estas coordenadas fue que nos

propusimos un recorrido intentando producir algún aporte que fuera un poco más allá del comentario

habitual de los textos. Nos encontramos con algo que, luego de haber sido puesto a prueba durante

todo un año, hoy hacemos público para que nuestros colegas puedan hacer de eso una crítica y,

eventualmente, un uso.

fundamentos de la clínica psicoanalítica lacaniana con niños (letra viva, 2006)-actualmente

agotado
He aquí un libro que arriesga respuestas. Y que nos permite participar del momento fecundo de la

producción de las mismas. Quizá sea por eso que valga la pena publicar un curso completo: porque de

esta forma asistimos al modo en que se construye una teoría y compartimos el trabajo del autor en su

forma más plena. Pablo Peusner nos pide que lo acompañemos en una travesía que no deja de ser

una travesura y un atravesamiento. Nos propone que reconsideremos nuestro estatuto: no somos

analistas de niños. Somos analistas que no retrocedemos ante los niños. Y este libro se convierte así

en un testimonio. En un testimonio de lectura, pero también en un testimonio de lo que el quehacer

clínico puede operar en una persona que trabaja como analista. Porque el quehacer clínico es una

fuente inagotable de preguntas que empujan y mueven al psicoanálisis todo.

el sufrimiento de los niños (jve, 1ª edición,1999) actualmente agotado

En “El Sufrimiento de los niños” se despliegan los cuestionamientos teórico-clínicos que surgen del

“entrecruzamiento” de los dos matices que ha detectado el autor en el título y que tienen por testigo

al psicoanalista: allí donde los niños “sufren” de su particular sujeción al tiempo, y allí donde los

padres “sufren” ante lo imposible de educarlos. El autor fundamenta en los textos freudianos la

insuficiencia de la pareja parental para explicar la neurosis de los niños, haciendo de esta forma
hincapié en lo particular del “sufrimiento de los niños” sin reducirlo a una nueva versión de la teoría de

la seducción y sin perder de vista los efectos del discurso contemporáneo.

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LA RESPUESTA TONTA DEL PSICOANALISTA DE NIÑOS: EL DISPOSITIVO DE PRESENCIA DE PADRES Y
PARIENTES. UN PROBLEMA ÉTICO1 PABLO PEUSNER Lacan afirmaba en 1973 que “Las dimensiones
de la tontería son infinitas, pero no están lo suficientemente interrogadas. Creo que, a fin de
cuentas, eso es de una gran originalidad... y entonces, para funcionar verdaderamente bien como
analista, en el límite, habría que llegar a ser más tonto de lo que naturalmente se es”2 . Curiosa
invitación de la que los analistas que no retrocedemos ante los niños podemos aprender mucho.
¿Qué obtener de esa tontería [bêtise] a los fines de hacer más efectivo el alivio del sufrimiento de
los niños? EN EL PRINCIPIO ESTABA FREUD En 1920, en ocasión de la redacción de su historial
conocido como el de “la joven homosexual”, Sigmund Freud hizo una referencia a lo que podría
considerarse como la situación ideal para recibir una demanda de ayuda –según la traducción de
Ballesteros–. En el texto, dicha situación ideal es presentada como “la única” en la que el
tratamiento analítico puede demostrar su eficacia. Freud la caracteriza de la siguiente manera:
“Un individuo dependiente sólo de su propia voluntad, se ve aquejado por un conflicto interno al
que no puede poner término por sí solo, y acude al psicoanalítico en demanda de ayuda”3 . A
simple vista puede notarse que dicha situación no coincide casi en nada, con las condiciones en
que los niños llegan a encontrarse con un psicoanalista. Freud mismo lo señala en el mismo texto
más adelante y concluye escribiendo que “... no es indiferente que un individuo llegue al análisis
por anhelo propio o lo haga porque otros lo llevaron; que él mismo desee cambiar o sólo quieran
ese cambio sus allegados, las personas que lo aman o de quienes debiera esperarse ese amor”4 .
Ahora bien: resulta evidente que el hecho de que dicha situación ideal no se presentara al inicio de
la consulta analítica, no impedía que Freud aceptara en análisis dichos casos (la prueba es,
justamente, el caso de la joven homosexual). Freud retomó esta línea de pensamiento en la
anteúltima de sus Nuevas Conferencias de Introducción al Psicoanálisis de 1932, la número 34,
titulada “Esclarecimientos, aplicaciones, orientaciones”, mediante una alusión directa al problema
en cuestión. Cito: 1 Trabajo presentado en las VII Jornadas de los Foros del Campo Lacaniano de
América Latina Sur, Buenos Aires, 10 y 11 de Junio de 2011 2 Lacan, Jacques. Excursus a la
conferencia de Milán, 4 de febrero de 1973. Disponible en
http://www.ecolelacanienne.net/documents/1973-02-04.doc (traducción personal). 3 Freud,
Sigmund. “Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina” (1920), en Obras
Completas, Biblioteca Nueva, Madrid, 1948, Vol. 1, p. 998. 4 Ibídem. 2 Psicológicamente, el niño es
un objeto diverso del adulto, (...) y la transferencia desempeña otro papel, puesto que los
progenitores reales siguen presentes. Las resistencias internas que combatimos en el adulto están
sustituidas en el niño, las más de las veces, por dificultades externas. Cuando los padres se erigen
en portadores de la resistencia, a menudo peligra la meta del análisis o este mismo, y por eso
suele ser necesario aunar al análisis del niño algún influjo analítico sobre sus progenitores5 . Vimos
que anteriormente Freud había ya planteado algún reparo a los casos que llegaban al consultorio a
través de un tercero: aquí reaparece esa figura bajo la forma de los padres y parientes de los
niños-pacientes del psicoanalista. Retorna también la imagen del tratamiento por encargo
tendiente a satisfacer alguna necesidad de ese tercero, agregando que este puede encarnar las
resistencias al tratamiento y hacer peligrar el progreso del análisis si el desarrollo del mismo no
coincide con su solicitud inicial. Sin embargo aquí se muestra optimista, puesto que sugiere que el
trabajo con el niño debe aunarse con un influjo analítico sobre sus padres y parientes. Esta
indicación clínica resulta un tanto enigmática puesto que ¿de qué se trata ese influjo analítico que
debe aunarse al análisis del niño? Estamos lejos de la época en que Freud podría asociar el influjo
analítico con el magnetismo de Mesmer o la hipnosis de Charcot; y sabemos que fue la noción de
transferencia la que tomó el relevo del problema permitiéndole enmarcar toda una serie de
fenómenos clínicos ligados a la presencia del analista y a la dimensión afectiva que provocaba en
los pacientes sometidos al análisis. Ahora bien, por fuerza se impone establecer qué
modificaciones en la técnica son requeridas para producir ese influjo sobre los padres y parientes
de los niños, evitando que aquellos se conviertan en el soporte de las resistencias al tratamiento.
La idea podría reformularse alegando que conviene producir algún efecto transferencial en los
padres y parientes de nuestros niños en análisis, condición freudiana para luego, en un segundo
tiempo, introducir la interpretación. Pero lamentablemente Freud nos abandona aquí, aunque
dejando una brecha para continuar el trabajo y lograr una técnica más apta para el tratamiento del
sufrimiento de los niños6 . EN EL RETORNO A FREUD ESTÁ LACAN Fue Jacques Lacan quien muy
tempranamente sostuvo que la clínica psicoanalítica con niños exige del analista la mayor
flexibilidad técnica7 . Además, en el mismo texto destacaba que a quienes desarrollan esa práctica
se les “solicitan sin cesar invenciones técnicas e instrumentales”8 . Aquí puede situarse el paso
siguiente a la idea freudiana de una adaptación de la técnica, ya que la sugerencia de 5 Freud,
Sigmund. Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. Conferencia 34: Esclarecimientos,
aplicaciones, orientaciones (1932), en Obras Completas, Amorrortu Editores, Bs.As., varias
ediciones, p. 137. [Las itálicas son mías]. 6 Si bien es cierto que por lo general el uso freudiano de
los términos “influjo” e “influencia” estuvieron inicialmente asociados a los problemas de la
hipnosis, en su temprano artículo de 1890 “Tratamiento psíquico [Tratamiento del alma]” Freud
escribió: “Las palabras son, sin duda, los principales mediadores del influjo que un hombre
pretende ejercer sobre los otros; las palabras son buenos medios para provocar alteraciones
anímicas en aquel a quien van dirigidas y por eso ya no suena enigmático aseverar que el ensalmo
de la palabra puede eliminar fenómenos patológicos, tanto más aquellos que, a su vez, tienen su
raíz en estados anímicos” [Freud, Sigmund. Obras Completas, Amorrortu editores, Vol. 1, p. 123
(las itálicas son mías)]. Evidentemente, Freud consideraba que había algo más poderoso que la
hipnosis... 7 V. “Reglamento y doctrina de la comisión de enseñanza” (1949), en Escisión,
Excomunión, Disolución, Ed. Manantial, Bs. As., 1987, p. 22 8 Ibídem. 3 Lacan resuelve bien el
problema de las condiciones ideales para recibir una demanda de análisis: lejos de suponer la
necesidad de una situación ideal para que el análisis pueda lograr sus objetivos, queda del lado del
analista la capacidad de flexibilizar su posición, su quehacer y su técnica, cualquiera sea el modo
en que el caso se presente (excelente manera de resituar la idea de que las únicas resistencias son
del analista...). Lo cual, como alguna vez afirmó Lacan, nos devuelve a “reinventar el
psicoanálisis”9 . Esta consigna, retomada en su intervención de clausura de las Jornadas de la
Escuela, el 9 de julio de 1978, recae sobre el analista como una obligación –obligación fastidiosa,
afirmaba en esa oportunidad–. Podríamos incluso llevar más allá estas palabras, proponiendo que
la reinvención del psicoanálisis operada por cada analista en cada caso y hasta en cada sesión, se
convierte en una obligación ética de responder ante lo Real con el que la clínica lo confronta: un
real imposible de apresar, pero ante el cual no debe retroceder. Ahora bien, volviendo a nuestra
particular clínica con niños, no debe confundirse ese real en juego –real que podríamos calificar de
“analítico”– con la dependencia genérica o biológica en la que el niño se encuentra capturado en
la figura de sus padres y parientes. La pista que ofrece Lacan al respecto es temprana y data de
1950, cuando en su texto escrito en colaboración con Michel Cénac afirmaba: “que esa
dependencia pueda presentarse como significante en el individuo en un estadio increíblemente
precoz de su desarrollo [o sea, siendo apenas un niño], no es este un hecho ante el cual el
psicoanalista deba retroceder”10. Y esa dependencia significante que debe diferenciarse bien de la
obvia dependencia genérica, es la que puede tensarse en el análisis con niños –he aquí algo ante lo
cual el analista no debe retroceder, anunciado mucho antes de la célebre invitación a no
retroceder ante la psicosis–. De ese asunto o sujeto, participan tanto el niño como sus padres y
parientes; y por más que cada actor enuncie sus decires desde una particular posición subjetiva y
con los medios de expresión propios de su nivel etario (hablando, jugando, dibujando, etc.),
conviene –como recomendaba Freud– aunar ese texto para someterlo al análisis. Ese texto dará
cuenta de lo que se encuentra siempre en el mismo lugar o, para decirlo modalmente, de lo
imposible: declinaciones de lo real introducidas por lo simbólico, donde la repetición toma por
función la búsqueda del goce11. Cierta insistencia está en el núcleo de lo podría considerarse
como motivo de consulta cuando se trata de niños, aunque la demanda y la queja se presenten
tercerizadas por los padres y parientes. Pero además, ese carácter repetitivo deja suponer una
causa que escapa al saber organizado por la cadena del significante disponible para los padres y
parientes: según los casos, en ese punto se manifiestan impotentes, incapaces o angustiados; pero
también enojados, insatisfechos o decepcionados, ya que ese hijo no coincide (por exceso, por
defecto o ambas cosas) con lo que de él se esperaba. He aquí un matiz novedoso para reflexionar
acerca de la desproporción estructural que introduce el lenguaje entre los seres hablantes, y hasta
podríamos arriesgar la hipótesis de que un hijo, siempre y en todos los casos, es más, es menos o
es diferente de lo que de él se esperaba. El texto que presentan los padres y parientes que
consultan por un niño es rico en muestras de esa desproporción, y el síntoma referido es aquello
que mejor la representa. 9 Lacan, Jacques. “La dirección de la cura y los principios de su poder”
(1958), en Escritos 2, Siglo Veintiuno editores, Bs.As., 1984, p. 572. 10 Lacan, Jacques y Cénac,
Michel. “Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en criminología” (1950), en Escritos
1, Siglo Veintiuno editores, Bs.As., 1984, p. 128. 11 V. El Seminario, Libro 17, El reverso del
psicoanálisis, Paidós, Bs.As., p. 48. LA TONTERÍA DEL DISPOSITIVO De lo anterior, conviene deducir
la idea central de este breve trabajo: la presencia de padres y parientes no es un real de la clínica
psicoanalítica, sino que debe ser producida, instalada, en el marco de un dispositivo que el
psicoanalista inaugura con un acto: el que consiste en hacer aplicar por los participantes (niños,
padres y parientes) las directivas que constituyen la “situación analítica”, las que tal como afirma
Lacan... ... serán planteadas en una comunicación inicial bajo forma de consignas de las cuales (...)
puede sostenerse que hasta en las inflexiones de su enunciado servirán de vehículo a la doctrina
que el analista se ha hecho sobre ellas, en el punto de consecuencia a que hayan llegado para él12
. Dicho dispositivo es tributario de la idea freudiana de aunar el análisis del niño con un influjo
analítico sobre sus padres y parientes, por lo que participa de la pasión del Lazo que define a la
función de la tontería –a la que el analista debe prestarse aunque sin consagrarse a ella–. En tanto
que dispositivo, el nuestro se compone de “un conjunto decididamente heterogéneo, que
comprende discursos, instituciones, instalaciones arquitectónicas, decisiones reglamentarias,
leyes, medidas administrativas, enunciados científicos, proposiciones filosóficas, morales,
filantrópicas; en resumen: los elementos del dispositivos pertenecen tanto a lo dicho como a lo no
dicho. El dispositivo es la red que puede establecerse entre estos elementos”13. El carácter
abierto, dinámico y estratégico que el mismo supone, impide poder ofrecer una receta del mismo
–se trata más bien de un paradigma de gestión más que epistémico–. No obstante, instalarlo exige
definir para cada caso las coordenadas que puedan considerarse más apropiadas en lo referente a
cada ítem de sus componentes, entre los que se destacan la frecuencia y el formato de las de
entrevistas con los padres y parientes14 . El analista que instala el dispositivo de presencia de
padres y parientes, apuesta a un modo del Lazo muy particular: el que se establece a través de las
generaciones, donde Jacques Lacan afirma la relación sexual15 –profundamente diferenciada del
acto incestuoso y mucho más cerca de la afirmación de la obscenidad de Lalangue
escuchada/entendida del Otro16–. Y en ocasiones, justamente para instalarlo, debe rechazar la
interpretación que asigna a lo más mórbido del niño un valor que lo aísla de Lalangue del Otro.
Aquí, la pasión del Lazo se reinstala a partir del “agua del lenguaje”17, nombre 12 Lacan, Jacques.
“La dirección de la cura y los principios de su poder” (1958), en Escritos 2, Siglo Veintiuno Editores,
Bs.As., 1984, p. 566. 13 Foucault, Michel. Le jeu de Michel Foucault. Ornicar ? 10, julio 1977, p 62 y
Dits et écrits II, Gallimard, p.298. (Traducción personal). 14 A modo de otro ejemplo del
funcionamiento en red de los componentes del dispositivo, señalamos la correlación entre el valor
del tiempo en las sesiones y las condiciones arquitectónicas del consultorio. Un analista que utilice
en su trabajo con los niños la sesión de duración variable, tendría que producir una presencia
especial de los padres y parientes en una sala de espera apropiada. La ausencia de la sala de
espera condiciona la duración de la sesión, pero además puede someter al analista (y a veces
someterlo en exceso) a la puntualidad de los padres y parientes de su pequeño paciente y una
situación tal reintroduce la pregunta de ¿quién dirige la cura? 15 V. Lacan, J. Seminario XXIV. L’insu
que sait de l’Une-bévue s’aile à mourre, sesión del 14 de febrero de 1976, inédito. 16 V. Soler, C.
Lacan, l’inconscient réinventé, PUF, Paris, 2009, pp. 37-38. 17 Lacan, J. “Conferencia en Ginebra
sobre el síntoma” (1975), en Intervenciones y textos 2, Manantial, Buenos Aires, 1988, p. 129. 5
tardío para la continuidad psíquica entre las generaciones defendida por Jacques Lacan ya desde el
escrito sobre “Los complejos familiares...”18 . Se trata de defender el Lazo entre dichas
generaciones, aunque sosteniendo lo irreductible de esa transmisión, mientras el dispositivo está
allí para refrendarla, actualizarla y establecerla –lo que constituye una tontería necesaria, aunque
en dosis controladas–. Si lo imaginario de una separación de la pareja parental nos ataca a
menudo bajo la forma de un “él (o ella) no asistirá a las entrevistas”, nuestra tontería radical nos
esfuerza a convocarlos de igual modo. Si el ataque es directo y dirigido al analista, la tontería nos
asiste para no comprenderlo e ignorarlo en favor del Lazo de trabajo y de la empresa que se inicia.
Si una ausencia nos deja solos, volvemos a convocarlos desoyendo las excusas y los argumentos
fútiles: porque cualquier dicho que se aventure en la consecución y el sostén del Lazo cumplido, es
valor de la función tonta... Y cuando declaramos al otro que “todo lo que puedan aportarnos es
importante”... ¿acaso no fingimos ignorar, pacientemente, que creer en dicho “todo” es una
tontería? Porque “aquello por lo cual todo dispositivo puede aguantar no es otra cosa que la parte
necesaria de tontería”19. Aquí, nuestro dispositivo de padres y parientes encuentra un motivo
más para ser desatendido por los sabios anacoretas de siempre. Aquellos que, por desengañados,
se engañan, en nombre de un honor estéril cuyo precio es el distanciamiento del Otro (ya sea
porque no existe o –como se dice actualmente– porque es malvado). La burocracia psicoanalítica
es otro nombre del rechazo al dispositivo, en nombre de un lugar al que solo debe entrar el niño.
Nuestro dispositivo parte de un supuesto tonto: se trata de fingir que la dispersión real cesa de
existir. Desde allí convocamos a padres y a parientes –ignorando a la vez el precepto de sangre–
para hablar del asunto (léase “del sujeto”) como si el Lazo se sostuviera, cuestionando e
impugnando cualquier interpretación rápida y sencilla de la cosa. Rechazando en esa instancia
incluso los cortes que la existencia discreta de los cuerpos ponen en escena: no habrá entonces
una boca que profiera, sino un inconsciente transindividual más allá de las personas presentes; no
habrá un adentro y un afuera, sino una topología de la transformación continua. En nuestro
dispositivo de presencia de padres y parientes en la clínica psicoanalítica lacaniana con niños, el
analista juega a que el lenguaje une y comunica, a que existe algún discurso que no sea del
semblante. Y para eso se presta a la tontería: advertido y no consagrado a ella, pasa de muerto a
tonto, y facilita de ese modo la extensión de la frontera móvil de la conquista psicoanalítica, lo
qsin duda supone una apuesta de carácter ético y en modo alguno un recurso meramente
técnico20 . 18 V. Lacan, J. La Familia, Ed. Axis, Rosario, 1975. 19 Milner, Jean-Claude. “La tontería”,
en Los nombres indistintos, Manantial, Bs.As., 1999, p. 130. 20 El argumento de este trabajo fue
ampliamente desarrollado luego en Peusner, Pablo. El Otro y el niño, Letra Vivaformas mínimas,
Buenos Aires, 2011

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