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LA FE DE LA MUJER CANANEA

Propósito General: Mensaje Evangelistico.


Propósito especifico: que el individuo entienda que sin fe no puede ser salvo
ya que la biblia dice; Efesios 2:8-9 “Por gracia sois salvos por medio de la
fe, y esto no de vosotros, pues es don de Dios. 9 No por obras, para que nadie
se gloríe.”

“Saliendo Jesús de allí, se fue a la región de Tiro y de Sidón. Y he aquí una mujer
cananea que había salido de aquella región clamaba, diciéndole: ¡Señor, Hijo de
David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio.
Pero Jesús no le respondió palabra. Entonces acercándose sus discípulos, le
rogaron, diciendo: Despídela, pues da voces tras nosotros. El respondiendo, dijo: No
soy enviado sino a las ovejas pérdidas de la casa de Israel. Entonces ella vino y se
postró ante él, diciendo: ¡Señor, socórreme! Respondiendo él, dijo: No está bien
tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos. Y ella dijo: Sí, Señor; pero aun
los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos. Entonces
respondiendo Jesús, dijo: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y
su hija fue sanada desde aquella hora.” Mateo 15:21-28.

En estas dos ciudades costeras del mar Mediterráneo, vivían gentiles. Eran dos
puertos muy importantes, Tiro y Sidón, y por cierto ciudades paganas. Y como el
Señor nunca ha hecho acepción de personas, pues, fue a esta región de gentiles a
predicar el Evangelio. Y de la región de Tiro y Sidón tierra de los filisteos, había
salido una mujer, que era cananea (de Canaán), y al ver a Jesús de quien había
escuchado hablar maravillas, empezó a seguirlo y a clamar. No dice clamó una
sola vez, sino que clamaba continuamente diciendo: “¡Señor, Hijo de David, ten
misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio.” Esta
mujer reconoció que aquel Rabí, que aquel Predicador, que aquel Maestro, ella le
podía llamar Señor. Aunque ella no era hebrea, pudo entender que Jesús era
Señor. Así como los hebreos no llaman Señor a ningún hombre sino solo y
exclusivamente a Dios; esta mujer cananea pudo entender que Jesús era y es el
Hijo de Dios, y le llamó Señor. Y ella iba siguiendo al Señor con la multitud que le
acompañaba, e iba clamando diciendo: “Señor, Hijo de David”. Y ahí también
ubicó a Jesús en el linaje de David y le llamó Señor; lo estaba reconociendo como
el Mesías prometido, el Hijo de David. Y aquella mujer le decía: “ten misericordia
de mí”. No vino con altanerías, ni creyéndose que todo lo merecía, ella acudió a la
misericordia del Señor. Escudriñando los cuatro Evangelios encontramos que
todos los que buscaron la ayuda de Jesús, ya sea por un milagro, o por la sanidad
de su cuerpo, o por lo que fuera, cuando se dirigían a Jesús, y le llamaban Señor,
y apelaba a su compasión, y a su misericordia, y a su amor, diciendo: “¡Señor ten
compasión de mí!, ¡Señor ten misericordia de mí!”; todo el que venía a Jesús así,
no regresaba a su hogar con las manos vacías, llevaba consigo lo que le había
pedido al Señor. Ciertamente a Él no podemos venir llenos de orgullo, de
vanidad, de altanería, pensando y creyendo que somos la gran cosa. Es entonces
que Él respondiendo a la confianza nuestra, a la fe nuestra, cuando nos dirigimos
a Él como un Dios misericordioso, que si algo va hacer por nosotros no es porque
nosotros lo merezcamos es porque Él es compasivo, Él es misericordioso, Él es
bueno. Y así vino esta mujer gentil. Y ella no pidió una sola vez, no clamó una
sola vez, ella persistió, según él Señor caminaba ella iba clamando, y tuvo que
vencer circunstancias muy difíciles. En ese tiempo era indecoroso que una mujer
estuviera en medio de una multitud de hombres, no se acostumbraba, estaba
fuera de lo aceptable. Pero ella tenía un problema y había oído hablar de Jesús, y
sabía que el único que podía resolver su problema era Jesús. Y se olvidó de esas
condiciones de la sociedad de ese tiempo, se olvidó de todo ello. Ella tenía una
necesidad, y estaba persuadida que la única persona que podía ayudarle era
Jesús, el Hijo de David. Y seguía clamando, y clamaba, y clamaba, y decía:
“¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí!” Y añadió: “Mi hija es
gravemente atormentada por un demonio.” La hija estaba poseída por un demonio,
y esa es una condición muy triste que un demonio, o demonios, o una legión de
demonios posea una persona; la persona misma enloquece, pierde su propia
personalidad, nada le es desnudarse en público, nada le es maldecir a su propia
madre, está totalmente ajeno a las circunstancias, está controlado y dominado por
los demonios. Muchos que saben que el licor les arruina económicamente, llegan
hasta decir: ¡No vuelvo a tomar licor! Pero cuando llega el sábado, cobran su
sueldo, y se olvidan de todo lo que dijeron, de todo lo que prometieron, ¿por qué?
Porque son esclavos de Satanás, y Satanás los induce a ir al pecado y a malgastar
su dinero. Como es un esclavo de Satanás y los demonios lo controlan, vuelve a lo
mismo, y así sigue su triste vida; hasta que un día clama al Señor, y le pide ayuda.
Entonces el Cristo misericordioso, el Cristo compasivo, el Cristo bueno, ordena a
los demonios que salgan de su vida, y ese hombre queda libre, porque ha
aceptado a Cristo como su Salvador. Y sirve al Señor, y no hay vicio que los
controle, no hay maldad que pueda vencerlos, ¡Cristo nos da la victoria! Y esta
mujer venía detrás del Señor clamando: ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia
de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio. Dice que “Jesús no le
respondió palabra”. Jesús guardó silencio. Otra persona hubiese pensado:
“Vengo clamando detrás de Él, he reconocido que Él es Dios, le he llamado Señor, y
clamo y clamo, y vengo clamando. Y nada, no me responde, me ignora, pues no era
como me decían, pues yo me voy.” Pero ella no se fue. El Señor guardó silencio, no
dijo nada. Pero ella no se fue, ella no se disgustó, ella no hizo un prejuicio de
Cristo, ella seguía clamando. Jesús guardaba silencio, pero ella seguía clamando.
A veces nosotros no recibimos una respuesta rápida de parte del Señor y dejamos
hasta de orar, y dejamos de clamar, pero aquella mujer no, ella seguía clamando.
Que Dios nos ayude a seguir clamando, a no darnos por vencidos, el silencio del
Señor lo que logra es incentivarnos para que sigamos clamando, porque así
nuestra fe se va fortaleciendo. “Entonces acercándose sus discípulos, le rogaron,
diciendo: Despídela, pues da voces tras nosotros.” Pero ella sabía que tenía una
necesidad, y estaba segura que la única persona que podía ayudarle era Jesús, el
Hijo de David. Y para ella lo demás no le estorbaba; aunque la criticaban ella
seguía clamando. Jesús guardaba silencio, pero ella seguía clamando. Y parecería
como que el Señor no quería saber nada de ella, pero no era eso, era que el Señor
conoce las cosas de antemano. El Señor sabía de antemano la clase de fe que esta
mujer tenía, que era capaz de vencer las pruebas más difíciles con tal de
conseguir lo que ella necesitaba de las manos de Jesús. El Señor le dice: “No soy
enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel.” Ahora otra prueba más,
ella no era de la casa de Israel, ella era cananea, era gentil, y con esto el Señor
estaba diciendo que para ella no había nada, pero ella no se retiró. Si yo les
preguntara ¿cuántos nos hubiésemos ido? seamos honestos, que si clamamos al
Señor y Él nos ignora, y seguimos clamando al Señor y luego oímos decir al Señor
que Él había venido para las ovejas perdidas de la casa de Israel, y no para
nosotros, si eso sucediera con nosotros, muchos se hubieran levantado, y se
hubieran ido enojados. Pero esta mujer ni se fue ni se enojó. Y mire la reacción de
ella, leemos: “Entonces ella vino y se postró ante Él, diciendo: ¡Señor, socórreme!”
Cuando dice: “ella vino”, quiere decir que si estaba a unos diez metros o cinco
metros de distancia de donde estaba Jesús ella se acercó más al Señor. Y cuando
hay una verdadera fe, en medio de las dificultades y de los problemas, esa fe firme
en Dios y en su Palabra nos acerca más al Señor. Entonces ella vino y le adoró.
Una fe tremenda, una fe que no claudica, una fe que no se da por vencida, una fe
que conquista, una fe que logra lo que necesita. Y cuando ella vino se acercó más a
Jesús y le adoró, y le pidió ayuda. Escuchemos las palabras del Señor: “No está
bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos.” Aquí el Señor no está
maltratando a esta cananea, sino que el Señor sabía, conocía la fe de esta mujer, y
que esta mujer no habría de retroceder, y el Señor condujo el incidente de este
modo para dejar asentado en la Biblia (en el Nuevo Testamento); para beneficio
nuestro lo que es una fe que no claudica, que no cede, que triunfa, que vence, que
prosigue. El Señor enseñándonos que cuando tenemos una fe real y verdadera en
Él y en su Palabra no cederemos, antes persistiremos, y lograremos lo que le
estamos pidiendo al Señor. “No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los
perrillos.” Y no era que el Señor quería tratar a esta mujer de perrilla, el Señor
no es esa clase de persona, el Señor es respetuoso, Él respeta la voluntad de todos.
Él estaba probando la fe de aquella mujer, no porque Él ignorada la fe de esa
mujer, era para dejar asentado en las páginas del Nuevo Testamento uno los
ejemplos más grandiosos que hay de lo que es una fe que vence. Pero esta mujer
no cedía, no se rendía, no se fue enojada murmurando: “Me ha tratado de perra,
no me imaginaba que Él podría hacer una cosa igual, me voy.” No se fue, no se
ofendió, no murmuró. Habló con Jesús. Eso es lo que tenemos que hacer, hablar
con Jesús. Cuando el Señor mencionó los perrillos “ella dijo: Sí, Señor; pero aun
los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.” Qué
maravilla, que precioso que ella no se ofendió, pero le dijo al Señor: “Si, Señor,
está bien; pero no olvides que los perrillos también comen de las migajas que caen
de la mesa de sus señores. Está bien, yo ocupo el lugar de una perrilla, pero a mí me
tocan las migajas.” Y la migaja que ella quería, la migaja que ella buscaba, era
que Jesús sanara a su hija que estaba llena de demonios. “Entonces respondiendo
Jesús, dijo: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y su hija fue
sanada desde aquella hora.” El Señor se maravilló de la fe de esta mujer. “Oh
mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres.” Una fe claudicante en Dios
es un insulto al Señor, porque estamos demostrando que no tenemos fe en el
Señor. Y Dios responde a la fe, ella no podía irse con las manos vacías. “Y su hija
fue sanada desde aquella hora.” Y en casos así es que nuestra fe va aumentando y
va logrando de parte del Señor cosas mayores, y con esto agradamos al Señor. Y
no nos olvidemos que al Cielo no entra nadie que no haya sido probado y en la
dificultad pueda vencer la prueba. Si la prueba te vence no eres apto para el reino de
los cielos, porque ahí solamente entrarán los vencedores. Un ejemplo grandioso de lo
que es una fe firme, que no claudica, que no cede, que no transige, que de ningún
modo se detiene sino que sigue persistiendo y persistiendo, y el Señor poniendo
pruebas para ver hasta dónde llega esa persona, porque el propósito de Dios es que
nosotros venzamos. Y es una realidad que cada vez que vencemos una prueba, la
próxima será más fuerte, y así nos iremos adiestrando, y así nos vamos ejercitando
para vencer siempre. La Palabra de Dios en el libro de Apocalipsis 3:21 nos dice: “Al
que venciere, le daré que siente conmigo en mi trono”. ¡Gloria a Dios!

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