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Conferencia sobre el tema: “La Familia Hoy”, a cargo del R. P.

Fray Doctor Aníbal


Ernesto Fosbery, realizada en el Salón Anasagasti del Jockey Club, el día 10 de
noviembre de 1999.

PRESENTACION:
A cargo del Sr. Presidente de la Comisión de Cultura, Profesor Carlos Gelly y Obes.
Señores miembros de la Comisión Directiva, de la Comisión de Cultura.
Reverendo Padre, señoras y señores.
Este orador que ocupa nuestra tribuna asegura idoneidad moral e intelectual para
tratar un tema como el de la “Familia Hoy”. Fray Doctor Aníbal Ernesto Fosbery,
sacerdote dominico, doctor en teología graduado en Roma, es el Fundador de la
“Fraternidad de Agrupaciones Santo Tomás de Aquino”, una “Asociación Internacional de
Fieles de Derecho Pontificio”. Acredita, además, una basta y fecunda acción educativa con
proyecciones internacionales. En 1985, el Padre Fosbery funda la Fraternidad
Sacerdotal que complementa aquella fundación. Culminó así su objetivo de dar a la
Nación la perdurabilidad a esta suerte de pilares de la vida social argentina. Prior
provincial de su Orden; rector de la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino;
presidente de las Universidades Católicas de América Latina; y ha logrado ser reconocido
como figura prominente de la enseñanza superior privada. Sus libros, entre los que
destacamos “La Cultura Católica”, y conferencias se ubican junto a su pensamiento en
principio y análisis de situaciones, que le tornan de indispensable asesoramiento para
encarar el mundo cambiante y riesgoso que nos ha tocado vivir.
En 1992, funda la Universidad FASTA en Mar del Plata y recientemente,
ha recibido la vicepresidencia para América de la “Sociedad Internacional Tomás de
Aquino”, dedicada a sostener y promover el ideario del Angélico. Los que creemos en la
familia como base de sustentación de nuestra sociedad, sobre principios trascendentes,
esperamos su palabra reveladora de su talento puesto al servicio de los más nobles
ideales.

CONFERENCIA:
Cuando el Profesor Carlos María Gelly y Obes tuvo la deferencia de honrarme
invitándome a ocupar esta prestigiosa tribuna del Jockey Club y, con toda libertad de
espíritu, me dejó que eligiera el tema sobre el cual podíamos reflexionar, no dudé en
proponer el tema de la familia. Creo que es uno de los temas más importantes que está
reclamando respuestas a la comunidad. La familia argentina asiste a diario, con

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asombro, azoro y espanto al sistemático intento de disolución familiar que muestran los
medios de comunicación.
Siempre ha habido problemas en las familias y los seguirá habiendo pero lo grave
de hoy, es el ataque a la familia como institución, tanto en el sentido social como en su
más original significación religiosa. Eso es lo grave. Por este motivo, quisiera hacer una
reflexión, en primer lugar, mirando a algunas de las situaciones que viven las familias y
que son propias de nuestro tiempo y de nuestra sociedad. En segundo lugar, quisiera
preguntarme si es necesaria la familia hoy. Por último, si la familia sigue siendo
necesaria hacer una reflexión sobre ella, considerada en sí misma y desde la perspectiva
de la vida cristiana.
Veamos el primer punto. Quizá sería ilustrativo considerar a la familia, tal como se
desarrollaba en las sociedades rurales de antaño, y los cambios profundos que en ella se
van a producir, a partir del desarrollo científico–tecnológico de la sociedad post-
industrial. En la sociedad rural, había dos factores que condicionaban el ejercicio de la
maternidad: el elevado índice de mortalidad infantil y el nivel de vida que alcanzaba un
promedio de 40 años. Estos dos hechos, que incidían directamente sobre el desarrollo
demográfico de la sociedad, hacían que la función principal de la familia, fuera la de
tener hijos. Eran los tiempos de las familias numerosas, que en nuestro país todavía
persiste con reservas, pero que en Europa ha terminado. Era atendible que, en esos
tiempos, cuando la vida de la mujer, en muchos casos terminaba con la menopausia, la
función maternal se orientaba directamente a tener y educar hijos. El desarrollo
científico – tecnológico de la sociedad industrial, ha tenido como consecuencia una
reducción substancial de la mortalidad infantil y, por otro lado, el alargamiento casi
duplicado, del promedio de vida. Estos dos hechos generan, para la familia, una nueva
situación. El matrimonio ya no puede ser visto exclusivamente desde la perspectiva de
los hijos. Al alargarse el promedio de vida, el matrimonio enfrenta un período de su vida
común, más largo aún de aquel en que estaban los hijos. Y el matrimonio tiene que
seguir. Se ve entonces afectado el concepto de fidelidad. Es decir que el alargamiento
temporal de la vida exige rescatar un nuevo sentido para sostener el matrimonio. No se
trata de atender únicamente a los hijos. Será necesario entonces incentivar el amor
conyugal.
Por otro lado, en la sociedad rural, la familia era el lugar natural donde se
constituía la sociedad. El hombre trabajaba donde vivía y lo acompañaban, por así
decirlo, en su trabajo, su esposa y sus hijos. Allí aparecía fácticamente expresada la

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familia como célula social. Hoy no podemos decir que la familia sea el lugar donde se
construye la sociedad, al menos el sentido en que se pudo manifestar hasta el irrumpir
de la sociedad industrial.
Es necesario entonces, buscar los criterios adecuados para rescatar el lugar de la
mujer, de los hijos, de la educación. Podemos aún agregar otras realidades propias de la
sociedad contemporánea. La familia hoy está en situación extravertida porque los
intereses que la mueven están fuera de la misma realidad familiar. Tanto el marido como
la mujer ya no trabajan “en casa”, sino fuera de la casa. Se mueven por otros intereses.
Hay, además razones sociales que hacen entender la necesidad que tiene la mujer para
trabajar y, consecuentemente, estar al menos durante algunas horas del día, fuera de la
casa. Y no sólo por razones económicas. También acuden para incentivar este hecho,
una legítima ambición de presencia social que ha motivado los movimientos
contemporáneos de promoción de la mujer para el reconocimiento de sus derechos de
igualdad con el hombre.
Sobre el particular la Iglesia ha aprobado la legitimidad de este intento para lograr
la entrada de la mujer en el mundo del trabajo y la “res” pública. Así Pío XII, en 1959
declaraba a los delegados de la Unión Mundial de Organizaciones Femeninas Católicas
que “podéis y debéis hacer vuestro, sin restricciones, el programa de promoción de la
mujer”. Para Juan XXIII, esta promoción constituía uno de los signos de los tiempos
(Pacem in Terris, n. 41). El Concilio Ecuménico Vaticano II, en la “Gaudium et Spes” n.
51, afirma con énfasis la igualdad del marido y la mujer, y señala que el papel de la
mujer en el hogar, no debe interferir su legítima promoción social. Esto es claro pero no
podemos dejar de señalar los problemas que, respecto a la constitución misma de la vida
familiar, acarrea. Frecuentemente los “centros de interés” aparecen como más reales
fuera de la casa. Podríamos decir, a esta altura de nuestra reflexión, que en la sociedad
post–industrial la fidelidad matrimonial se ve amenazada ya que los esposos están
abocados a vivir mucho más tiempo juntos, que en otras épocas pero con nuevas
realidades cotidianas y sociales que compartir, y vivir en comunión. La familia reclama,
entonces, una mayor profundización como lugar de comunicación y de intimidad, y se
hace necesario rescatar la vigencia del amor conyugal. Podemos agregar algunos factores
más de índole social, psicológica y moral que inciden negativamente debilitando la
institución familiar en la sociedad contemporánea. Hacemos referencia a los procesos de
urbanización que producen en las “megapolis” modernas las grandes muchedumbres
solitarias. En los grandes complejos habitacionales, la familia no encuentra un espacio

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de privación e intimidad. Y no hay que perder de vista que, muchos de estos complejos
“multifamilia”, son pensados desde una ideología colectivista. El hombre queda solo y
espera, como diría Scalabrini Ortíz.
Respecto a los factores psicológicos y morales, vale señalar el marcado
individualismo y subjetivismo que impulsa a un rechazo de todo referente racional y,
consecuentemente, a todo intento por encontrar fundamentos objetivos al
comportamiento moral. El comportamiento moral se legitima, exclusivamente, por su
espontaneidad y supuesta autenticidad personal. No se da lugar a ninguna norma que
venga desde afuera: sociedad, costumbres, Iglesia. Esta actitud lleva, necesariamente,
hacia una declamada conquista de libertades, apoyada en la desacralización de la
sociedad laica que facilita el permisivismo, las licencias morales, el erotismo y el
facilismo. La pretensión de una liberación sexual fomenta los logros de lo que hoy se ha
dado a llamar la “revolución del sexo”. El subjetivismo individualista del hombre
contemporáneo, fruto de la sociedad secularizada y laica, quebranta el discernimiento de
la conciencia que, identificada exclusivamente con lo subjetivo y sin ningún referente
externo ya sea del orden de la moral natural, o ya sea del orden de la revelación de Dios,
deja a la persona a la intemperie. Este hecho supone, por supuesto, la pérdida del
sentido del pecado y la idealización, como lo quiso Rousseau, de un hombre
naturalmente bueno, sin pecado, a quien la sociedad lo hace malo. Este hombre, en la
realidad, no existe y, por lo tanto, todo lo que se le atribuye o, acerca de él, se concluye,
será falso, tanto en lo individual, social o político. Lo más grave de todo es que este
hombre idealizado, con derechos y sin obligaciones, queda imposibilitado de vivir en
comunidad, tanto familiar como política, porque no puede discernir el bien común. La
comunidad familiar, al no discernir un bien común superior al bien individual de los
conyugues, se quebranta institucionalmente, y la sociedad política por su parte, al no
poder discernir el bien común es desplazada por los grupos de presión. Se debilita el
Estado que queda menoscabado sin autoridad y sin ley. El vacío de poder lo ocupan, de
modo preeminente, los medios de comunicación social, que juzgan y deciden en lugar del
ciudadano.
La vertiginosa sucesión de cambios que caracteriza a la sociedad de hoy complica,
en la vida familiar, el ejercicio de la autoridad paterna y el cometido irrenunciable de la
educación de la prole. Antes todo hombre se moría en la misma sociedad en la cual se
había formado. Hoy ya no es así. Y a los padres les resulta muy difícil poder discernir lo
permanente y lo mudable frente a las brechas generacionales que se presentan. Los hijos

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avanzan sobre andariveles de cambios culturales que no siempre los padres pueden
entender. Se quiebra la autoridad y, como consecuencia natural, se perturba la
transmisión. La familia y la sociedad se quedan sin tradición. No podemos dejar de hacer
una referencia a las grandes políticas mundialistas de la globalización que hoy se están
llevando adelante en los foros internacionales y, a cuyo cumplimiento, la banca mundial
condiciona los créditos de ayuda y desarrollo para los países pobres. Detrás de unas así
llamadas “políticas de población y desarrollo” se ha instaurado uno de los más
repugnantes y sacrílegos terrorismos contemporáneos: el “terrorismo demográfico”. Se
trata de una forma nueva de terrorismo, esta vez motivado y apañado por las grandes
potencias mundiales, y muy especialmente por los Estados Unidos, a través del cual se
intenta instalar el homicidio como tesis en el mundo. Para ello se convocan a los países a
participar en foros internacionales sobre la temática definida genéricamente como de
“población y desarrollo”. Estos foros comenzaron a realizarse después de la 2º Guerra
Mundial, en 1954 en Roma. Al principio fueron muy espaciados y poco a poco se fueron
haciendo más frecuentes de modo de poder ejercer gradualmente sus objetivos. Estos
objetivos apuntan a lograr que en los países no desarrollados los gobiernos, a través de
programas eufemísticamente denominados de “salud reproductiva”, “derecho
reproductivo”, “planificación familiar”, “paternidad planificada” encubran acciones
tendientes a implantar la anticoncepción, el aborto, la esterilización, el cambio de roles
en los sexos y apuntan a oficializar el matrimonio homosexual aduciendo que hoy se
debe hablar de “diversas clases de familias”. Lo que se pretende es, sencillamente,
reducir la tasa de natalidad de los países pobres, para no comprometer el nivel
económico de los países poderosos, usando para ello los gobiernos, las comunidades
locales y los órganos internacionales. El Fondo de Población de la ONU prevé por lo
menos u$s 100.000 millones de dólares, aportados por los Estados Unidos, para llevar
adelante este siniestro terrorismo demográfico en nuestras naciones.
Los foros internacionales son los lugares donde estos programas se van
imponiendo, usando para ello la presión que sobre los participantes ejercen las
“Organizaciones Feministas No Gubernamentales”. Así ocurrió en El Cairo (1994),
Copenhagüe (1995), Beiging (1995), Estambul (1996) y Río de Janeiro (1997). En esos
foros, la representación oficial de nuestro país apoyó siempre la posición sustentada por
la Santa Sede. No es de extrañar, entonces, que la legislación civil se entrometa en estos
temas y busque apuntar al permisivismo y a la trivializasión de los problemas. Si a ello
agregamos las absolutización de lo individual y lo humano del matrimonio, es inevitable

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que se produzcan en la sociedad una regresión moral de la institución familiar, con dos
graves riesgos: la estabilidad de la familia, que se ve comprometida por el divorcio, y la
relativización de la sexualidad comprometida por la contracepción y el aborto. La
institución familiar se desploma ante la usurpación progresiva que el poder del Estado
hace sobre la legislación familiar, sin respetar el derecho natural y, mucho menos la
Revelación de Dios y los movimientos espurios de promoción de la mujer. Lo que hoy
está ocurriendo, y de modo muy evidente en nuestro país, es una auténtica revolución
cultural, detrás del libreto gramsciano. Algunos piensan que la caída del muro de Berlín
ha significado el fin del marxismo. Esto es relativamente cierto. Lo que se desploma es el
modelo marxista–leninista, pero sigue en pie el modelo marxista que ideó Antonio
Gramsci y que apunta a instaurar la revolución cultural. Se trata de un marxismo
blando con “alma democrática”, con el que se puede socavar el patrimonio histórico-
cultural de la sociedad, empezando por desinstitucionalizar la familia. Este proceso
empezó en la Argentina con el gobierno de Alfonsín y aún no ha terminado.
Se trata de ver si en la situación actual del mundo, la institución familiar sigue
ejerciendo una influencia clara en la formación de las personas que la integran. Los
hombres del positivismo ilustrado, pensaban que la salvación venía por la educación y la
escuela se puso en el centro de la realidad social. Haciendo a los hombres ilustrados y
razonables se podían salvar los problemas de la sociedad. Cada vez más la escuela fue
posibilitando el desarrollo de las ciencias pedagógicas de modo que, hubo un cierto
menosprecio de la familia y un intento de potenciar la pedagogía académica, sobre todo
en la primera mitad del siglo. Los pedagogos eran las personas que tenían que lograr esta
suerte de tarea formativa. Sin embargo ya en los años 60 empiezan a vislumbrarse
algunos hechos muy graves como fue la revolución de mayo en Europa. Entonces se vio
que, Europa tenía una magnífica propuesta educativa y sin embargo la situación de la
rebelión juvenil no se haba podido superar. Es que la escuela no resuelve el tema. Nunca
ha habido mayor propuesta educativa que hoy, estamos llenos de colegios, llenos de
universidades. Los colegios casi todos llevan nombre de santos, y sin embargo cada vez
más los problemas de la juventud son más complejos. El tema de la vinculación de la
familia y los problemas de la delincuencia, la violencia, la drogadicción, las situaciones
límites y no sólo los problemas límites, también en las situaciones normales, aparece
esta relación entre las condiciones familiares y el rendimiento escolar. Claro nosotros no
podemos olvidar que la familia educa, la escuela instruye y la Iglesia forma. Ninguna de
esta tres cosas separadas puede lograr el objetivo pleno de la formación y de la

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educación. Si la familia está quebrada, ¿cómo educamos?. El chico que viene es un
monstruito, un bárbaro, no tiene educación, le faltan las formas elementales, esas que
nosotros aprendíamos en nuestras casas. Aparecen estos “huérfanos de padres vivos”
como los llama Juan Pablo II.
Hay abundancia de educación y sin embargo, hay insatisfacción por los resultados
educativos. Hoy tenemos una oferta educativa amplia y enorme; pero rebeldía juvenil,
delincuencia, inseguridad, violencia, paro laboral, miedo ante la vida, desorientación
ética, agresividad incontrolada, incompetencia profesional, ceguera ante el sentido de la
vida, falta de amor, incapacidad para la vida familiar, frustración personal, y entonces,
¿adonde está el tema, en la escuela o en la familia?. Aquí falta familia. Ante el fracaso del
sistema escolar hay dos reacciones, primero se nota una creciente preocupación de los
padres por tomar parte en la orientación básica de las escuela donde se educan los hijos.
Hoy los padres son fiscales de las escuelas. Yo me eduqué en la escuela pública. Y
recuerdo que mis padres nunca iban al colegio, iban si se los llamaba. Hoy no es así, y
está bien que así sea, pero eso también está mostrando la preocupación de los padres,
que no confían en el colegio. Antes de decidirse a tomar un colegio preguntan y se
esmeran por tener la información más amplia posible. Finalmente lo dejan al chico pero
quieren estar al tanto y saber que pasa porque les preocupa la inseguridad, no
académica, sino moral.
El otro tema es el de la reagrupación familiar. La familia alargada propia de la
sociedades rurales antiguas donde las familias se constituían con el papá, los abuelos,
los tíos. Hoy los jóvenes matrimonios, frente al temor que les causa la sociedad de hoy,
pensando en sus hijos, buscan casarse y tener la casa cerca de papá y mamá para que
de alguna manera tengan algún punto de apoyo y se pueda de alguna forma encontrar
esa suerte de reagrupación familiar. Hoy se está revalorizando de nuevo la presencia de
las abuelas y los abuelos en las casas. Antes se pensaba que había que mandarlos al
geriátrico; hoy se piensa como se reagrupa de nuevo la familia, es decir que el hombre de
hoy, sigue necesitando la familia. Pío XI, en la famosa encíclica “Divini Illius Magistri”
decía que las buenas escuelas son frutos no tanto de las buenas planificaciones sino de
los buenos maestros. Vale para los padres que bien preparados pueden cooperar con la
obra divina de la procreación y educación de los hijos, la acción educativa familiar y, la
perfección y el desarrollo de los hijos. Hoy en las escuelas tenemos especial preocupación
por tratar de llegar a toda la familia. No siempre se logra; la educación de los padres es
anterior, cronológicamente, y en importancia a la educación de los hijos. Hay que

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estudiar y tratar de mostrar los aspectos y los factores positivos no sólo mostrar los
negativos, no basta mirar alrededor o en el contorno familiar, hay que mirar a la familia
en sí misma. No basta instruir a los padres sobres su derechos, también sobre sus
deberes. Son todas afirmaciones de Juan Pablo II, quien recomendó a los obispos del
Perú, que propusieran y defendieran los valores genuinos de las familias y del
matrimonio cristiano y añade: “sólo manteniendo firmes estos valores espirituales y
humanos, la familia se consolida como célula social importantísima y a la vez como primer
ambiente evangelizador”.
Hemos hecho primero una descripción de la situación de las familias hoy, y nos
hemos preguntado como consecuencia de los hechos que hemos detectado, si es
importante la familia hoy. La hemos comparado con la educación, hemos visto que a
pesar que hay una enorme oferta educativa la familia sigue siendo la célula social, y
ahora abordaremos la tercer parte de nuestra reflexión. La última parte donde vamos a
mirar a las familias en sí mismas.
Pero para saber qué es la familia en si misma, a quien se lo preguntamos, ¿a un
antropólogo, a un etnólogo, a un psicólogo?. Se lo tenemos que preguntar al que inventó
a la familia que es Dios, a la Revelación. Si vamos a los textos de la Revelación vemos
como ya en el Génesis el Señor recuerda aquella expresión: “a los comienzos de la
creación misma, los creó varón y mujer y les dio la misión por eso dejará el hombre a su
padre a su madre y se unirá a su mujer y los dos serán una sola carne”. Deben dominar
la tierra y poner un nombre a cada cosa. ¡Qué preciosa misión!. Se gesta aquí la familia,
ésta sociedad atípica de un hombre y una mujer a quienes desde los comienzos mismo
de la creación, Dios los coloca para que se unan y para que entonces tengan la misión de
dar un nombre a cada cosa, es decir de enseñorearse sobre la creación para poder desde
allí actuar como hijos de Dios y descubrir que son imagen de Dios. Han sido hechos a
imagen y semejanza de Dios.
El hombre expresa esta imagen y esta semejanza, en primer lugar como persona
consciente y libre, capaz de dar y recibir amor. Pero también esta imagen de Dios la
expresa como varón y mujer. Entonces expresa la imagen de Dios como fuente de vida. A
imagen de Dios los creó, macho y hembra. No se trata entonces de una simple
complementariedad sexual o genital, se trata de comunión y comunicación de la vida.
El amor humano es semejante entonces al amor divino, es ab initio desde siempre. El
sexo va más allá de lo puramente instintivo y biológico, no es pura donación de
conscupiscencia. Dice el Concilio Vaticano II que “la unión de los sexos es la primera

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comunión de las personas”. Surge esta comunión de personas y la palabra persona está
reclamando esta realidad espiritual de imagen y semejanza de Dios. Comunión de
personas de donde surge la familia. Desde una diversidad física y psíquica, se constituye,
por donación del amor, una complementariedad humana que es psíquica, que es física,
que es afectiva, que es espiritual, en definitiva una sola carne. La palabra carne, en el
uso antiguo, no hay que entenderla por lo sexual, hay que entenderla como la totalidad
de la persona: una sola carne. El matrimonio cobra así su naturaleza singular que lo
distingue de toda otra sociedad humana. El matrimonio es una comunión espiritual y
física, es vínculo y es libertad, es amor y responsabilidad, es generosidad y fecundidad.
Es lógico suponer entonces que este tipo de sociedad sea indisoluble, unión irrevocable,
una sola carne ab initio y suena en nuestros espíritus las palabras del Señor: “que el
hombre no separe”, es decir que el hombre no profane, no quebrante, “lo que Dios ha
unido”. Porque indudablemente hay algo de sacral en el matrimonio y eso se lo percibe y
se lo ve presente en todas las culturas, en todas las civilizaciones. La etnología muestra
como siempre el matrimonio está acompañado de un rito, de un formalismo que quiere
expresar algo que está más allá de lo que está sucediendo. En el Antiguo Testamento, los
textos de los profetas mostraban al matrimonio como la alianza de la fidelidad que unía a
Yahvé con el pueblo elegido. Yahvé era Dios y el pueblo elegido no tenía otro Dios más
que a Yahvé, y había una relación exclusiva y excluyente entre Yahvé y el pueblo elegido.
Esa relación exclusiva y excluyente de Yahvé con el pueblo elegido, los profetas muchas
veces lo muestran como semejante al amor conyugal. El matrimonio significa la alianza
de fidelidad entre Dios y el pueblo, por eso los Santos Padres, solían decir que el
matrimonio era el sacramento del Antiguo Testamento. En el Nuevo Testamento, Cristo
le restituye al matrimonio su santidad primordial, porque claro, aquí la comunión del
hombre con Dios cobra otra dimensión. Aquí Jesús rescata, para darle valor al
matrimonio, el sentido de la castidad matrimonial: “... habéis oído que se dijo no
adulterarás, pero yo digo el que mire con malos ojos a una mujer ya adulteró en su
corazón”. Es decir aquí hay que rescatar la moralidad del corazón, la interioridad desde
donde se entiende la fidelidad conyugal y la castidad matrimonial. San Pablo en la carta
a los Efesios, que es la carta que muestra la incorporación del hombre al misterio de
salvación y de santificación tal como San Pablo lo dice: “... Dios ha querido desde antes
de la constitución del mundo, que seáis santos e inmaculados en su presencia; por un
beneplácito de la voluntad divina, Dios ha querido que seáis Hijos de Dios y Hermanos de
Cristo”. Este es el plan, en este plan San Pablo habla entonces del matrimonio, y dice

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que esto encierra un gran misterio, porque va a tratar de algo que está directamente
vinculado con el misterio de la salvación y la santificación del hombre. Se trata de la
vocación a la santidad que es la vocación del Nuevo Testamento. Esta vocación incorpora
al hombre al Cuerpo Místico de Cristo por el bautismo. Es una incorporación ontológica
al misterio salvífico de Dios. Él quiere que nos salvemos, que seamos sus hijos, que
vivamos en comunión con Él, que nos encontremos definitivamente con Él, y entonces,
toma al matrimonio que en sí mismo tiene una realidad natural, y lo transforma en un
sacramento. Es decir, que el matrimonio a partir de San Pablo, va a expresar y va a
causar el misterio de salvación y de santidad que se comienza a tener en el bautismo y
ahora, con el amor conyugal, con el ejercicio del amor conyugal, se transforma en una
gracia matrimonial que viene del sacramento. San Pablo dice que el matrimonio cristiano
se compara con el amor que Cristo tiene a la Iglesia. Cristo el esposo, la Iglesia la esposa,
el amor de Cristo a la Iglesia, esa es la analogía que hace San Pablo con el matrimonio.
No se trata de una simple comparación, está hablando de una realidad teológica, quiere
decir que esto que aparece, que se expresa como un signo, el matrimonio cristiano, la
unión del hombre y la mujer, está expresando la unión de Cristo con la Iglesia. Si es un
sacramento, como todo sacramento causa lo que significa, luego quiere decir que cuando
en la vida cristiana, el hombre y la mujer se unen en el sacramento del matrimonio, este
contrato natural es sobreelevado a la dimensión sobrenatural y opera el misterio de amor
que Cristo tiene por la Iglesia, y esa es la gracia sacramental. El amor conyugal se
transforma en gracia sacramental y es amor que santifica, es amor que salva, es amor
que comunica los bienes de la gracia y los bienes de la santidad y los bienes de la
salvación al hombre y a la mujer. Eso es el sacramento del matrimonio. El sacramento
no es una cosa paralela al matrimonio, es el matrimonio. ¿Qué diferencia hay entonces
entre el matrimonio de un bautizado y el matrimonio de un no bautizado?. La relación
con Cristo. Esa es la diferencia.
El matrimonio cristiano elevado a la condición de sacramento mira a ayudar a los
esposos a vencer el imperio del pecado en la vida conyugal; el peligro del egoísmo; del
dominio de un miembro de la pareja sobre el otro; el hedonismo que degrada el amor. Es
amor de benevolencia, ágape, amistad, y esta es la respuesta que teníamos que dar a la
situación que pasa la familia hoy, cuando hay un período, donde ya los hijos se van,
donde se han cumplido las misiones de tener hijos, de educar hijos y, quedan el hombre
y la mujer solos. Hoy podemos decir que el hombre y la mujer enfrentan una etapa de
tiempo tan amplia como fue la que comenzó cuando se casaron y tuvieron los hijos y los

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educaron. Les queda una etapa larga de tiempo, ahora con el problema del alargamiento
de la edad y todos estos temas que hacen que cobre especial significación, la necesidad
de restaurar el amor conyugal. Muchas veces las mujeres, las esposas, atrapadas y
seducidas y cautivadas por sus hijos, se olvidan de este tema, y esto trae desequilibrio
grave en la vida familiar del matrimonio. Los esposos también se olvidan por otros
motivos, pero acá lo que hay que tener en cuenta en la sociedad de hoy, es que sino
rescatamos y revalorizamos el amor conyugal, el amor de benevolencia, el amor como
comunicación de bienes, el amor como expresión del amor de Cristo a la Iglesia, sino lo
espiritualizamos, es imposible sostener después tanto tiempo la fidelidad del
matrimonial. Esto explica el quebranto cada vez más frecuente en los matrimonios. Hay
que revalorizar en el matrimonio, ya no solo el amor a los hijos, hay que revalorizar el
amor en la pareja, del hombre y la mujer, el amor nupcial, el amor conyugal en sí mismo
y hay que tener la valentía a veces, la capacidad y la actitud de reformular los libretos,
porque se agotan los libretos. Hay etapas en la vida que el amor conyugal con los hijos,
tuvo un sentido, se agotan esas etapas, empiezan otras etapas. Hay que volver a tener la
capacidad, la libertad de rehacer los libretos para sostener de nuevo y restaurar de
nuevo la presencia viva del amor conyugal, ab initio lo creó hombre y mujer para que
sean una sola carne. Esta unidad profunda solamente es posible desde el amor y la
fidelidad a la misión; sólo es posible desde el amor. Cuando falla el amor se quebranta la
fidelidad. Hay que realizar la dignidad de la vida misma matrimonial, sosteniendo en su
pureza y dignidad primitiva su indisolubilidad y entonces el matrimonio se transforma en
una estructura capaz de construir, sostener, proyectar la institución familiar como lugar
de una relación intra humana donde la familia encuentra un espacio de intimidad para
crecer en el amor como personas.
La Institución familiar, los padres más los hijos, adquiere una estabilidad fundada
en el carácter inalienable del amor de Cristo por la Iglesia; la realidad familiar es un
lugar de gracia sacramental; la familia, comunidad estructurada por el amor,
participación de todo en la misma vida divina, se transforma entonces en célula de la
Iglesia, lugar en donde se construye la Iglesia, lugar privilegiado de la vida de la gracia y
por lo tanto donde fluyen el ejercicio de las virtudes, no sólo las virtudes estrictamente
teologales o morales sino también las virtudes sociales. Y así las familias se transforman
en lugar de cultura, donde se trasmite el sentido del amor a la verdad, a la justicia, a la
distribución de los bienes, al respeto a la casa familiar, a la afabilidad, al humor, a la
prudencia; donde se aprende a no mentir, donde se descubre que está mal el chisme. En

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la familia, ahí es el núcleo donde se trasmiten las virtudes sociales elementales y si no
hay familias la escuela no lo da.
Hoy los jóvenes nuestros, han perdido el sentido de lo bello. ¿Dónde nosotros
descubríamos las cosas bellas?. En la vida familiar. Hoy esa dimensión de la belleza está
quebrada, no hay asombro frente a lo bello, al contrario nos imponen lo feo y antes
siempre, en la vida familiar había un loco lindo; hoy los locos son feos, además de ser
locos.
¿Quién es responsable de esto?. Falta la familia, como lugar fundamental de la
vida de la sociedad. Y no hablemos entonces de la familia como el espacio para descubrir
los grandes amores de la vida: Dios, la Patria, la Iglesia. ¿Dónde nosotros aprendimos a
amar a la Patria?. En casa con nuestros padres, ahí lo aprendimos, y ¿dónde conocimos
a nuestros poetas, a nuestros escritores, a nuestra música?. Tengamos en cuenta que
estamos siendo agredidos. Nos han quitado la soberanía, somos repúblicas ocupadas, y
la última ocupación, la más grave de todas es la cultural y la jurídica. Nos quedamos sin
poetas, sin música, nos ponen la música extranjera, nos hacen hablar en un idioma que
no es el nuestro, nos quitan la capacidad de emocionarnos con las cosas nuestras y
ahora nos quitan el fuero. Esto es una cosa terrible. La batalla empieza por la familia.
Hay que fortalecer la familia, hay que ayudar a la familia, hay que estar cerca, hay que
comprender las crisis familiares de hoy, no podemos estar siendo jueces y fiscales
solamente. Los hechos son así, pero ayudemos. Hoy el problema de las familias
separadas es grave.
La iglesia dice que hay que acompañar estas situaciones, hay que ayudar, porque
todos somos un poco víctimas de la situación social que vivimos, entonces el que este sin
pecado que tire la primera piedra. No se trata entonces de encerrarnos y decir puros o
impuros, buenos o malos. Abramos el espíritu y veamos cómo salvamos las cosas; cómo
ayudamos; cómo acompañamos; y finalmente cómo salvamos este espacio familiar para
que sea realmente célula de la sociedad civil, célula de la Iglesia, donde se pueda
actualizar la vida de la gracia y donde se asegure la transmisión de la fe y la transmisión
de la cultura. Este es un gran desafío, hay que rezar, hay que disponerse a dar el buen
combate que hoy Juan Pablo II nos reclama a todos los cristianos.

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