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PRÓLOGO

Leonardo Boff
Ecoteólogo de la liberación

La encíclica del papa Francisco Laudato si’: sobre el cuidado de la


casa común (junio de 2015) seguramente no estaba en los propósi-
tos iniciales del pontífice. Tenía que poner orden en la Casa Vatica-
na antes de pensar en poner orden en la casa común, la Tierra.
Muchos teólogos e incluso obispos de América Latina, desde el
principio, le hicimos ver que el verdadero problema no era la Curia
Romana ni la Iglesia romano-católica: el problema urgente es
¿cómo garantizar el futuro de la vida y de la Madre Tierra, frente a
las crecientes y aterradoras amenazas que podrían llevarnos a la
autodestrucción?
¿En qué medida la fe cristiana, y concretamente la Iglesia, pueden
contribuir a evitar un eventual Armagedón bio-socio-ecológico?
En contacto con los datos de la situación real de la Tierra y de la
vida, el papa decidió atender esta petición de urgencia. Escribió
una carta encíclica no dirigida a los cristianos sino a la humanidad.
El subtítulo configura el sentido del texto pontificio: Sobre el cuida-
do de la casa común. Éste es su verdadero título. El cuidado es la
categoría clave que nos puede abrir una perspectiva salvadora. O
cuidamos de la casa común o vamos al encuentro de un camino sin
retorno.
En esto el papa coincide con la Carta de la Tierra que inicia con
estas graves palabras: “Estamos en un momento crítico de la histo-
ria de la Tierra, en el cual la humanidad debe elegir su futuro. […]
La elección es nuestra: formar una sociedad global para cuidar la
Tierra y cuidarnos unos a otros o arriesgarnos a la destrucción de
nosotros mismos y de la diversidad de la vida” (Preámbulo).
El papa Francisco subraya: “las predicciones catastróficas ya no
pueden ser miradas con desprecio e ironía […] El ritmo de consumo,
de desperdicio y de alteración del medio ambiente ha superado las

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posibilidades del planeta, de tal manera que el estilo de vida actual, por
ser insostenible, sólo puede terminar en catástrofes […] (ls §161)”.1
Pero el papa no se resigna, sino que crea esperanza en las perso-
nas: “la esperanza nos invita a reconocer que siempre hay salida,
que siempre podemos reorientar el rumbo, que siempre podemos
hacer algo para resolver los problemas. Sin embargo, parecen ad-
vertirse síntomas de un punto de quiebre […]” (§61).
Este punto de “quiebre” le permite formular su mensaje dentro
del nuevo paradigma ecológico, del Ecoceno (en contraposición al
Antropoceno), formulado a partir de las ciencias de la vida y de la
Tierra como se viene formulando ya desde Einstein hasta Heisen-
berg-Bohr y Brian Swimme.
La Tierra, nuestra casa común, se encuentra dentro de un proce-
so cosmogénico que ya tiene 13 700 millones de años. El ser humano
es Tierra (ls §2) pero Tierra que siente, piensa, ama y venera.
Si miramos bien el texto de la encíclica, toda ella está estructu-
rada dentro del rito metodológico que maduró en América Latina,
presente en los textos oficiales del Consejo Episcopal Latino Ame-
ricano (celam) y en la Teología de la Liberación: ver, juzgar, actuar
y espiritualizarse.
Asume los datos más seguros de las ciencias sobre la situación de
la Tierra (ver), hace un doble ejercicio del juzgar: un juicio filosófi-
co-cultural (las raíces de la crisis actual) y otro teológico (lo que la fe
bíblica dice de la creación). Propone sugerencias concretas (actuar)
desde del cuidado de cada ser, porque tiene su valor intrínseco, hasta
el agua y cosas de la vida cotidiana. Aquí exige “una radical conver-
sión ecológica” en las formas de relacionarse con la naturaleza, con la
Madre Tierra, con el proceso productivo, con el consumo y con la
desigual distribución de los bienes naturales y tecnológicos. Por fin,
propone vivir “una espiritualidad (espiritualizarse) para alimentar
una pasión por el cuidado del mundo; porque no será posible com-

En el presente libro, todas las citas a la encíclica Laudato si’ serán indicadas
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con las iniciales ls, seguidas del número del párrafo correspondiente (y no del
número de página, que varía según edición y traducción).
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prometerse en cosas grandes sólo con doctrinas sin una mística que
nos anime, sin unos móviles interiores que impulsan, motivan, alien-
tan y dan sentido a la acción personal y comunitaria” (ls §216). Es el
momento de la espiritualización.
Teniendo en cuenta las discusiones mundiales sobre la ecología,
se ve claramente que el papa organiza los materiales en la línea de
las cuatro ecologías: la ambiental, la político-social, la cultu-
ral-mental y la espiritual. Como se desprende de lo anterior, no se
trata de una encíclica “verde” que se concentra sólo en lo ambiental
—predominante en las políticas, en las investigaciones y en pro-
ducción científica—, sino de una ecología integral, como conscien-
temente lo subraya el papa.
Por ahí se ve que estamos de cara a un nuevo paradigma. Eco-
logía implica más que su dimensión técnico-científica, que es nece-
saria pero insuficiente (además de ser duramente criticada por su
hybris): representa una manera diferente de relacionarse tanto con
la naturaleza (somos parte de ella, no estamos sobre ella como sus
dueños, sino al pie de ella, como miembros de la comunidad de la
vida) como con la Tierra, entendiéndola no como un baúl de re-
cursos, sino como algo vivo, la Madre Tierra. Los bienes y servicios
que nos proporciona la Tierra, más que como recursos (palabra que
connota una dimensión muy materialista), debemos entenderlos
como sus bondades, como dicen los andinos, que nos sustentan a
nosotros y a toda la realidad.
Podemos mencionar algunos términos claves del nuevo para-
digma, como lo son la relación de todos con todos (aquí resuena la
frase de Werner Heisenberg: “todo es relación y nada existe fuera
de la relación”), el valor intrínseco de cada ser (también de las hier-
bas silvestres, ls §12), la complejidad de la realidad que exige la
ecologización de todos los saberes, la concepción de la Tierra-Ma-
dre como algo viviente, la pertenencia a un Todo más grande, entre
otros.
Hay un dato que pasó desapercibido para la mayoría de los co-
mentaristas: la inclusión sistemática de la inteligencia cordial, sen-
sible o emocional. La encíclica asume lo que constituye una gran
discusión en la filosofía actual (Maffesoli, Cortina, Golemn, Muniz
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Sodré y otros): rescatar este tipo de razón (la más ancestral del ser
humano) para contrabalancear los excesos de la razón instrumen-
tal analítica que tantos frutos nos ha dado, pero que también, en su
hybris, creó la shoah y el principio de autodestrucción del ser hu-
mano (Carl Sagan). Sin la incorporación de la razón cordial no te-
nemos cómo movilizar a las personas y a las sociedades para res-
petar a la naturaleza y así salvarla, garantizando un futuro de
esperanza para nuestra civilización.
El papa se ha inspirado en San Francisco de Asís, con su “cora-
zón universal” (ls §10) que llamaba a todas las criaturas con el
dulce nombre de hermanos y hermanas, incluso al terrible lobo
de Gubbio. No puedo, en este contexto, dejar de citar este poético
texto de la encíclica: “Todo está relacionado y todos los seres hu-
manos estamos juntos como hermanos y hermanas en una mara-
villosa peregrinación, entrelazados por el amor que Dios tiene a
cada una de sus criaturas y que nos une también con tierno cari-
ño, al hermano Sol, a la hermana Luna, al hermano río y a la Ma-
dre Tierra” (ls §92).
Aquí habla la razón cordial que atraviesa toda la encíclica. El
apartado final (capítulo sexto, punto ix) tiene un título poético:
“Más allá del sol”. En ninguna encíclica del pasado pontificio se vio
tanto sentido de poesía y de belleza literaria. Termina con una lla-
mada que va directo al corazón: “Caminemos cantando. Que nues-
tras luchas y nuestras preocupaciones por este planeta no nos qui-
ten el gozo de la esperanza” (ls §244).
Respecto del presente libro Desarollo Non Sancto: la religión
como actor emergente en el debate global sobre el futuro del planeta,
coordinado por Adrián E. Beling y Julien Vanhulst, diré que reúne
comentarios tal vez de lo más pertinentes sobre la encíclica del
papa Francisco Sobre el cuidado de la casa común. La Introducción
de Beling y Vanhulst trae datos muy significativos sobre la actual
crisis ecológica del sistema-vida y del sistema-Tierra, y sobre los
modos que se están ensayando para superarla, con la conciencia de
que se trata de algo sistémico y que, por eso, reclama un cambio
radical en los fundamentos que sustentan nuestra forma de habitar
la casa común.
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Las tres partes son de gran acuidad, elaboradas por expertos de


alta calidad que han mostrado las posibilidades y también los lími-
tes del mensaje papal. Abordan los distintos puntos neurálgicos de
la actual crisis, sea el tipo de desarrollo que tenemos, sea la insos-
tenibilidad de nuestras formas de vivir y de convivir, sean las ame-
nazas que pesan sobre nuestro futuro común en caso de que no
tomemos en serio el cuidado necesario, la solidaridad universal y
la corresponsabilidad colectiva.
Cabe comentar también las principales contribuciones de las
religiones y, específicamente, del cristianismo ecuménico, que es la
más relevante en el texto papal. Yo asumo, por su pertinencia, la
posición del eminente biólogo Edward O. Wilson, en su libro “The
Creation. An appel to save Life on Earth” (2006). Se trata de una
especie de carta casi desesperada que envía a los líderes de las dos
fuerzas que, según él, mueven más a la humanidad: las religiones e
Iglesias y la tecnociencia que ha cambiado la faz de la Tierra.
Wilson parte del supuesto de que la vida está amenazada por-
que el ser humano se ha transformado en una fuerza geofísica, ca-
paz de destruir todas las bases que sustentan la vida, preparando
así su fin. Si amamos la vida y queremos vivir en la casa común, hay
que salvarla. Su tesis básica es la necesidad de establecer una santa
alianza entre estas dos fuerzas: religión y ciencia.
Las religiones dirán a la ciencia que debe ser practicada atendien-
do a cuestiones de conciencia. No debe estar destinada primeramen-
te al mercado sino a salvaguardar la vida. Las ciencias, a su vez, dirán
a las religiones que consideren como sagrado no solamente sus tex-
tos sagrados y sus símbolos religiosos, sino que hagan extensivo este
carácter sagrado a toda la creación y a todos los seres.
Edward Wilson termina ponderando: “Somos productos de una
civilización que no sólo surgió de la religión, sino también del ilu-
minismo fundamentado en la ciencia. Estaríamos dispuestos a for-
mar parte del mismo jurado, a luchar en las mismas guerras, a san-
tificar la vida con igual entusiasmo. Desde luego, también
compartimos el amor por la creación”. Y expresa fuertemente su
deseo de que se realice esta sagrada alianza, sin la cual no salvare-
mos la vida en la Tierra.
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Aquí se ve la importancia dada a las religiones, que mueven a


gran parte de la humanidad por sus ideales éticos y por los valores
que proponen a sus seguidores.
Estoy seguro de que este libro colectivo, iluminado por la encí-
clica Sobre el cuidado de la casa común, reforzará esta visión y nos
pondrá a todos en el camino correcto con referencia a las formas
de habitar la casa común con veneración, cuidado, solidaridad y
responsabilidad general. Y así tenemos garantizado nuestro futuro
como especie y como civilización.

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