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- Las consecuencias
que supone la presencia de lo simbólico en el mundo del
sujeto, lo simbólico que “ ya está siempre ahí”. El Otro puede
“estar ahí” y, al mismo tiempo, no tener existencia para un
sujeto. Es designado, entonces, como “el Otro que no existe”.-
Nominaciones
En 1954, el estatuto de una palabra casi alucinatoria aullada
por este niño pequeño – “¡El lobo! ¡El lobo!”–, que se escapaba
a las leyes de lo simbólico, era difícil de situar. Se trataba
de una ley insensata, también el “resumen de una ley”,
nos dice Lacan, que en aquella época califica de “superyó” a
este “troncho”9 de la palabra – ese “pedazo de real”,10 por retomar
la expresión que él mismo empleará veinte años más
tarde. Esa palabra no es testimonio de un sujeto hablante, ni
lo designa en cuanto tal. “No es ni él mismo ni ningún otro
[…] Él es, evidentemente, ¡El Lobo!, en la medida en que dice
esa palabra. Pero ¡El Lobo! es cualquier cosa en tanto que
puede ser nombrada. Ahí ven ustedes el estado nodal de la
palabra. Aquí el yo es completamente caótico, la palabra está
detenida. Pero será a partir de ¡El Lobo! como podrá ocupar
su lugar y construirse”.11
el sujeto “se nombra”. En un “bautismo” del que el Otro se hace el destinatario, el niño
se nombra, en efecto, mediante su grito.
Se trata, en este lugar de la taza del W.C. –como lo indica J.-A. Miller– de
producir una negatividad,19 un agujero, dado que a lo real no
le falta nada.20 Solo a partir de la producción de dicho agujero
podrá el sujeto emitir otras palabras distintas de los dos
significantes de partida, ampliando de este modo su mundo.
Era preciso retomar el psicoanálisis de niños a este nivel mínimo, en el que el cuerpo
aparece de
un modo privilegiado como un cuerpo de significante. Significante,
sin duda, pero en el que lo real tiene todo su lugar
a partir del objeto a, y si el sujeto aparece como un efecto de
real, ello es ciertamente en el niño”.26
Sustraer el demasiado
En el autismo el retorno
del goce no se efectúa ni en el lugar del Otro, como en la
paranoia, ni en el cuerpo, como en la esquizofrenia, sino más
bien en un borde.
podemos considerar el
cuerpo-caparazón como un cuerpo cuyos agujeros están,
todos ellos, cegados.2 En la experiencia que constituyen los
tratamientos que se llevan a cabo con estos sujetos, ¿cómo
puede desplazarse este borde?
Esta
forclusión hace al mundo invivible y empuja al sujeto a producir
un agujero mediante un forzamiento, vía una automutilación,
para encontrarle una salida al demasiado de goce
que invade su cuerpo.
Esta forclusión del agujero, este
trauma del agujero –troumatisme4 decía Lacan en un famoso
neologismo– se puede advertir en los sujetos autistas.
el mundo
lleno del sujeto no permitía incluir o dar un lugar simbólico
a la falta, de modo que era necesario producirlo.
Al principio,
este abordaje se empleó con niños que se situaban entre la
psicosis precoz y el autismo, casos de psicosis infantiles graves
sin tratarse de autismo –sin un neo-borde constituido
como tal. Completamente fragmentados, estos sujetos erran
en un estado de desamparo, con un cuerpo que parece apedazado.
Para que
este desplazamiento por contigüidad pueda admitir nuevos
objetos y no suponga una pura y simple fractura, una invasión,
la inclusión de lo nuevo debe acompañarse de la extracción
de otra cosa.
Cuando puede tener lugar, esta extracción se produce a
través de un acontecimiento de cuerpo, que hay que considerar,
no como un efecto de significación, sino como una
extracción de goce10 –así el sujeto alcanza a ceder algo de la
carga de goce que afecta a su cuerpo y ello sin que tal cesión
de goce le sea en exceso insoportable. El cuerpo a cuerpo con el terapeuta está ahí
implicado y el sujeto se sostiene en
la presencia de su partenaire, a quien también puede anular
o hacer desaparecer.
si se distinguen topológicamente
el agujero y el vacío, de acuerdo con la presencia o
ausencia de borde, según sus inscripciones respectivas en las
dimensiones de lo real, lo simbólico y lo imaginario. Un agujero
en el Otro simbólico tiene un borde, lo cual no sucede
tratándose de un agujero en lo real. El régimen autístico del
agujero implica su ausencia real de borde.