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DIPLOMADO EN SALUD PÚBLICA

ALCANCES Y LIMITACIONES DEL CONCEPTO DE ENFERMEDAD A LO LARGO DE


LA HISTORIA

Se vive en una época donde las quejas, los sufrimientos, los padecimientos, los malestares,
los dolores y las maledicencias, son las constantes vívidas de particulares, gremios y
sociedades. Y esas constantes, innegables, imborrables se sintetizan bajo el concepto de
enfermedad (1).

¿Existe un concepto único de enfermedad? ¿Es la enfermedad simplemente lo contrario a


la salud?

Las concepciones sobre la enfermedad han cambiado a través de la historia, así como las
tendencias actuales y su impacto en los problemas de salud y en los programas de
prevención de las enfermedades. Se requiere conocer la forma en que se ha explicado la
enfermedad a través del tiempo, para identificar las concepciones dominantes (2).

La enfermedad ha sido un acompañante de la humanidad a lo largo de toda la historia y ha


sido un protagonista de ella. Cada sociedad construye su forma de pensarla y sentirla (3).

El problema de saber qué es enfermedad es tan antiguo como el génesis de la cultura. La


idea de enfermedad no ha sido siempre lo que es hoy, puesto que el arte de curar, los
responsables del proceso de curación y la forma de entender y controlar los problemas han
variado mucho de una cultura a otra (4,5).

El hombre llegó a identificar momentos durante los cuales sentía malestar o dolor y
momentos en los cuales se sentía no solo libre de molestias sino además, bien y eufórico.
Es lógico suponer que en su constante deseo de simbolizar creara expresiones que le
permitieran comunicar a otros sus vivencias de malestar o bienestar. En esta forma nació
posiblemente el dualismo cultural de las palabras salud y enfermedad (6).

ÉPOCA PRIMITIVA

Las explicaciones míticas fueron probablemente las


primeras en intentar dar respuesta. La atención de las
personas que se sentían mal era una experiencia
mágico religiosa y los curadores representaban un
papel mezcla de mago, sacerdote y médico. La
enfermedad y sus causas fueron personificadas y
deificadas (4,5).

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Las primeras experiencias del hombre primitivo con los trastornos del organismo se refieren
a procesos de origen traumático ocasionados en combates o en luchas con los animales.
Para el primitivo estos procesos tenían un origen externo o extraño. Igualmente con los
trastornos internos orgánicos que no podían explicarse, se consideró que se debían
también a algo extraño, externo a su cuerpo, por lo cual, los explico por la influencia de
fuerzas malignas extra-humanas. Atribuye entonces, el origen de esas enfermedades
internas a la influencia del espíritu (7).

En las culturas primitivas, para curar dichas enfermedades existía el brujo, quien era
curandero por dos virtudes: por su conocimiento de plantas y preparación de brebajes y por
su cercanía con los dioses. Las plantas de donde se extraían las infusiones y los bebedizos
eran albergue de los espíritus de los dioses, que debían ser invocados mediante
ceremonias y rituales. Dichos curadores posiblemente no diferenciaban los problemas del
cuerpo de los del espíritu, y su visión del individuo, la sociedad y la naturaleza era aislada.
(5,8).

Los curadores primitivos consideraban enfermedad no solo a lo que causara dolor, sino
también a ciertos estados físicos y psíquicos que impedían al sujeto participar en las
actividades de supervivencia de grupo e interferían con el bienestar colectivo (5).

La asignación del rol de curador es desconocida, pero probablemente las mujeres hayan
tenido un papel protagónico, estas reconocían las hierbas o raíces alimenticias y
observaban las que tenían propiedades tóxicas, vomitivas o purgantes y fueron las primeras
en aprender a preparar y emplear los remedios y contravenenos. Ellas asistían a las
parturientas y acumulaban conocimientos prácticos sobre el cordón umbilical y la placenta.
Lo cual les permitió adquirir conocimiento avanzado en obstetricia y fitoterapia (5,6).

En la comunidad primitiva también se hablaba que la enfermedad era el resultado


emanaciones hediondas conocidas como miasmas (contaminación). Se trataba de una
especie de vapor o mal aire enviado por los dioses, que tenía vida propia y que sólo podía
ser purgado con la muerte sacrificial de lo malo, es decir, reparando el daño. Mientras no
se subsanara, el individuo, el colectivo o la sociedad afectada seguirían sufriendo el castigo
divino (2).

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Las acciones de control de las afecciones contagiosas recomendaban numerosas prácticas
sanitarias preventivas, como el lavado de manos y
alimentos, la circuncisión, el aislamiento de enfermos
y la inhumación o cremación de los cadáveres (2).

Todo indica que el ser humano ha hecho


esfuerzos por no enfermar, y desde la antigüedad
se ha considerado que existen personas con
capacidades para restablecer la salud,
fundamentados en la existencia de dioses que
curaban y en las virtudes mágicas de
encantamientos y hechizos basados
principalmente en plantas de donde se
extraían infusiones y bebedizos (2)

Entonces, la enfermedad desde la perspectiva mítica del


hombre primitivo asumía un modelo multicausal, externo y
sobrenatural pues atribuía las enfermedades y otros males
a la acción de espíritus y fuerzas naturales que se imponía a
los individuos desde el exterior (5).

La preocupación del hombre por mitigar sus dolencias lo ha llevado a buscar recursos
eficaces para sus males. Ha sido evidente que la eficacia de las recomendaciones en
ocasiones se basaba casi exclusivamente en lo que se ha llamado fe de los enfermos, ya
sea en el curador o en los remedios que éste recomendaba. Ese tipo de oscurantismo
ciertamente significó un estancamiento - y hasta un retroceso - del conocimiento y de las
prácticas sanitarias que se prolongó hasta el Renacimiento (9,10)

ÉPOCA DINÁMICA, NATURALISTA E INDIVIDUALISTA.


La filosofía, caracterizada por su conocimiento más elaborado, racional y crítico, fue
segunda en otorgar respuesta; un lúcido esfuerzo lo demuestran los filósofos naturalistas
de Jonia, quienes llegaron a negar la atribución divina asignadas por el mito y la religión.
Estos filósofos intentaban responder preguntas fundamentales sobre la naturaleza sin
tomar recurso en los dioses. Miraban al mundo que los rodeaba y se preguntaban por su
naturaleza, por sus causas y por su esencia. Las respuestas que formulaban eran
especulativas pero excluían a la mitología, no aceptaban explicaciones sobrenaturales
(4,11). Es entonces en este momento que aparece la concepción dinámica, naturalista e
individualista de la enfermedad.

Hipócrates, en el siglo V a. n. e, influenciado por la cultura griega de su época reconocía


que en el mundo físico existe un sujeto a las leyes naturales, las cuales son compresibles
a través de la observación y el raciocinio (4,5).

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Las grandes epidemias, inicialmente consideradas plagas divinas, pasaron a ser objeto de
observación y reflexión sistemáticas. Aunque todavía muy lejos del conocimiento de los
microorganismos, la reflexión sobre la causalidad de las enfermedades pasó a concentrarse
en los factores externos. Se desarrollaron entonces diversas teorías en el intento de explicar
el fenómeno del contagio y de la diseminación
de las enfermedades, principalmente de las
epidemias. La más importante de ellas fue
la teoría de los miasmas que, aunque
inconsistente desde el punto de
vista científico, atribuía a la
insalubridad
(emanaciones fétidas) de
los ambientes físicos el origen
de los fenómenos de
contagio y difusión de
epidemias. Es en ese
momento en que surge la
base de evidencia para las
primeras políticas de salud, dirigidas a
proporcionar medidas colectivas e
individuales de protección a la salud, o
sea, defensa contra los miasmas (10).

Hipócrates definía las enfermedades como la perdida de la armonía al interior del cuerpo o
entre el cuerpo y su medio ambiente. Además afirmaba que las enfermedades no se podían
ver como un fenómeno sobrenatural puesto que ocurría en el cuerpo físico, eran
observables, estaban sujetas a leyes susceptibles de comprensión, y podían responder a
tratamientos basados en el razonamiento. También se caracterizaba por ser dinámicas
puesto que así como aparecían podrían desaparecer (5).

Tanto la salud como la enfermedad estaban regidas por leyes naturales y reflejaban la
influencia ejercida por el medio y las condiciones higiénicas; es decir, se contemplaba la
salud como el resultado de una relación armoniosa entre el hombre y su ambiente, del
equilibrio de los humores corporales (sangre, flema, bilis amarilla y negra), como resultante
de la combinación con los elementos primarios de la naturaleza: caliente-húmedo, frío-seco
y los elementos del planeta; fuego, tierra, agua, aire (9).

Por otra parte la enfermedad está caracterizada por un conjunto de fenómenos (signos y
síntomas) que deben llevar a la curación en virtud de los esfuerzos de la naturaleza, a la
cual, denomina con el nombre de Physis (7).

La observación de los signos y síntomas del enfermo debe ser – según Hipócrates – el
método fundamental para llegar a establecer un diagnóstico acertado. La inteligencia y los
sentidos son los únicos instrumentos adecuados para formularlo (7).

De la misma manera, planteaba como forma de evitar las enfermedades omitir los excesos
y realizar ciertas prácticas higiénicas, aunque dichas prácticas no era de carácter obligatorio

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sino una decisión individual que tomaba cada persona en relación con los hábitos
alimentarios, trabajo y reposo (5).

Tal posición realista, representaba ya un gran avance; lamentablemente, sus frutos serían
cosechados casi dos mil años después, debido al posterior dominio de los filósofos
moralistas e idealistas que, entre otras cosas, retardarían la aparición de las ciencias
fácticas, sin las cuales, fue imposible disponer del conocimiento necesario para comprender
la enfermedad (4).

ÉPOCA ONTOLÓGICA
En un tercer momento aparece la concepción ontológica, en la cual persisten nociones de
enfermedad de la época primitiva; se considera al enfermo como un hombre al que le ha
penetrado o se le ha quitado algo. La enfermedad es una entidad con existencia
independiente capaz de provocar un mal. Ese mal genera la pedida de la salud y se le
atribuyen razones mágicas (9).

De acuerdo con la visión ontológica, la enfermedad aparece dotada de vida independiente


y como una especie de desgracia causada por fuerzas míticas generadas por agentes
conscientes, que pueden estar vivos o muertos, seres humanos o extrahumanos. En estas
sociedades, los ritos reparatorios y los exorcismos se realizan sólo cuando se sospecha
que la enfermedad tiene una causa mítica (9).

Ya a mediados del siglo XV la medicina retomó la noción grecorromana de enfermedad y


la sometió a los criterios de investigación científica de la época. Esto no fue un proceso
sencillo y los primeros médicos renacentistas que enfrentaron la enfermedad desde las
perspectivas científicas tuvieron serios problemas con las autoridades religiosas (5).

Los hospicios medievales polivalentes donde se brindaba atención a los más necesitados
fueron convirtiéndose en hospitales, especializados en la atención de enfermos, aparece la
clínica la cual se caracteriza por realizar una observación minuciosa de los signos y
síntomas de cada enfermo, que permitió realizar una taxonomía de las enfermedades (5).

Para el siglo XIX la medicina recibió la influencia de la física, la química y la microbiología.


Las enfermedades se definieron y explicaron desde la fisiopatología y los agentes
microbianos, Con el desarrollo de la microbiología se hace irresistible el modelo unicausal
de la enfermedad. Los investigadores se dan a la búsqueda del agente patógeno productor

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de cada enfermedad y se establece una unidad entre “la causa” y la bacteria, visión que se
aproxima también a la interpretación ontológica de la enfermedad (5,9).

En el siglo XX la clave de la
enfermedad se desplazó al
sistema inmunitario y se prevé
que el desarrollo de la genética
a principios del siglo XXI
conllevará a una evaluación de
las enfermedades desde los
determinantes genómicos (5).

En la naturaleza, la
enfermedad no existe como tal
sino como un fenómeno
biológico que sólo puede
distinguirse porque rompe
cierta secuencia de eventos
que son parte de un proceso
continuo. Si no está el ojo
testigo del ser humano, ese fenómeno no adquiere sentido. Es el individuo y la sociedad
los que otorgan el rótulo de enfermedad a determinado evento (12).

ÉPOCA SOCIOLÓGICA
Las diferentes concepciones sobre enfermedad
explicadas con anterioridad dieron origen a la
concepción sociológica de la misma, en este
pensar, se cuestiona el carácter puramente
biológico de la enfermedad y de la práctica
médica dominante; el sociólogo Talcott
Parsons propone que la enfermedad
antes que nada, era un hecho social
claramente definido en función de los
roles de los médicos – definir la
enfermedad, legitimar el rol del enfermo
y devolverlo a su estado natural- y de las
personas enfermas-incapacitado para
cumplir con sus funciones normales, se
le exige que haga todo lo posible para
buscar ayuda y ponerse bien- (5,13).

El médico espera del enfermo un cierto


comportamiento y, a su vez, el enfermo
tiene respecto de la conducta del médico, una serie de
expectativas que deben ser reproducidas y satisfechas porque resultan fundamentales para
mantener el equilibrio del sistema social (12).

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La enfermedad, es una construcción social, es en la cultura. A su vez, puede tener una
significación diferente según la clase social del individuo que la padece. El médico debe ser
consciente del significado social que tienen las enfermedades, ya que este conocimiento
puede contribuir a que cumpla con el mayor desafío de la medicina que es ayudar al otro
considerándolo, no un objeto de conocimiento, sino esencialmente un semejante (12).

El concepto de enfermedad no debe desligarse de lo cultural puesto que Cada una y todas
las culturas poseen conceptos sobre lo que es ser enfermo o saludable. Cada grupo se
organiza colectivamente – a través de medios materiales, pensamiento y elementos
culturales – para comprender y desarrollar técnicas en respuesta a las experiencias o
episodios de enfermedad e infortunios, sean ellos individuales o colectivos (14).

Poseen también clasificaciones acerca de las enfermedades, y estas son organizadas


según criterios de síntomas, gravedad, y otros. Sus clasificaciones y los conceptos de salud
y enfermedad, no son universales y raramente reflejan las definiciones biomédicas (14).

Por lo tanto se puede evidenciar como cada comunidad indígena en diferentes países
latinoamericanos a pesar de tener similitudes en cuanto a costumbres, creencias,
organización, han creado de la enfermedad un concepto propio y causas diferentes, como
es el caso de la Kichwa del Ecuador; para esta comunidad la enfermedad es considerada
como la ruptura del equilibrio y la falta de armonía que provoca el excesivo trabajo, el
maltrato, la tristeza, la desorganización, la contaminación y agotamiento de los recursos
naturales. En cambio para la Aymara de Bolivia es un desequilibrio fisiológico y social que
puede ser considerado por un cuerpo extraño o por voluntad de los dioses a consecuencia
de una serie de faltas (pecados) que pudo haber cometido un individuo, igualmente puede
resultar de la acción de los hechiceros; así mismo para la Cuna de Panamá es la lucha
entre las fuerzas del mal y el hombre (15).

La enfermedad es un proceso biológico tan antiguo como la vida porque es un atributo de


la vida misma, dado que los organismos vivos son entidades lábiles en un proceso continuo
de evolución y de cambio. La salud y la enfermedad constituyen diferentes grados de
adaptación del hombre frente al medio, los modos y estilos de vida son influidos y a su vez
influyen en la actividad del hombre como ser social (16,17)

Por lo tanto, las cuestiones relativas a la salud y a la enfermedad, no pueden ser analizadas
de forma aislada de las demás dimensiones de la vida social mediada y compenetrada por
la cultura. El entendimiento del enfermar ha evolucionado a través de los tiempos. Es por
ello En su elaboración han contribuido el sentido común y el pensamiento mágico, pero
también el pensamiento reflexivo y creador. Uno a uno los diferentes sistemas de
conocimiento han infundido significado y explicación al concepto enfermedad (14,4).

La enfermedad es una construcción individual y social. La percepción de este complejo


proceso debe comprenderse contextualizado en los comportamientos del medio
sociocultural, los paradigmas dominantes y los determinantes sociales y condiciones de
vida (2).

La noción de enfermedad es un tema que desde sus antecedentes históricos ha marcado


significativamente el arte de curar y ha permitido el desarrollo de variedad conceptos a

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través de diferentes momentos históricos. El hombre ha sido el protagonista en la
construcción de dicho concepto puesto que es él quien se ha encargado de manifestarla.

Es de aclarar según con la contextualización frente a la noción de enfermedad en las


diferentes épocas descritas con anterioridad, que no es válido hablar o asignar un concepto
único de enfermedad. Puesto que es el hombre, la comunidad, que le da su propio
significado según creencias, culturas, necesidades y/o formación. Es de evidenciar que
cada momento ha servido para enriquecer la noción de enfermedad como pasar de una
simple concepción mítica a una concepción más científica y más social, lo cual deja como
resultado el entender que enfermedad no es llanamente “lo contrario a la salud”; su
definición no es estática, puesto que a medida que avanza la ciencia, el colectivo y el
hombre se irá evolucionando o reformando su concepto.

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