Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
1. Exhortación a la oración
El que quiera purificar su corazón no cese, pues, de abrasarlo por el recuerdo de Jesús. Que sea su
único ejercicio y su trabajo constante. Cuando se trata de eliminar la propia podredumbre no hay
un momento para orar y un momento para no orar; es necesario consagrarse siempre a la oración,
custodiando la mente, aunque estés fuera de la casa de oración.
En la oración está incluido todo el cumplimiento de los mandamientos, pues no hay nada que
sobrepase el amor de Dios.
La oración sin distracción atestigua el amor de Dios del que en ella persevera; la negligencia en la
oración y la distracción dan prueba de nuestras afecciones desordenadas.
Todo lo que hacemos o decimos fuera de la oración se revela después peligroso o perjudicial,
condenando por los propios hechos nuestro olvido.
El recuerdo de Dios es una labor del corazón sustentada por la fe. El que se olvida de Dios se hace
amigo de la pasión e insensible para con Él.
Si te quieres acordar incesantemente de Dios, no rechaces los reveses de la vida como inmerecidos.
El soportarlos despierta y reanima el recuerdo de Dios en toda ocasión; su rechazo, al contrario,
disminuye el esfuerzo del corazón y produce, al mismo tiempo, el olvido.
Nuestro cuerpo privado del alma, está muerto y corrompido; así, el alma negligente en la oración
está muerta, miserable y corrompida. El profeta Daniel − que prefirió morirse antes de privarse un
único instante de la oración − nos enseña admirablemente que deberíamos considerar la privación
de la oración aun más cruel que la propia muerte.
Apotegmas de los Padres del desierto
Aquel que quiere purificar su corazón encontrará un beneficio excelente en invocar constantemente
el santo nombre de Jesús contra los enemigos invisibles. Nosotros hemos hecho la experiencia... La
oración es un bien excelente que contiene a todos los demás: ella purifica el corazón, que es donde
Dios se manifiesta al creyente.
Hesiquio de Batos (siglo VIII)
Cuando el alma es perturbada por la ira, empañada por la embriaguez [de las pasiones] o
atormentada por una tristeza malsana, el espíritu es incapaz de retener el recuerdo del Señor Jesús,
por más esfuerzo que haga. Entristecido enteramente por la violencia de las pasiones, queda
absolutamente extraño a su propio sentir.
2
La vista, el paladar y los demás sentidos aflojan la memoria del corazón (el recuerdo de Jesús)
cuando nos servimos de ellos indiscretamente. Lo enseña nuestra madre Eva; mientras no miró con
complacencia el fruto prohibido, guardaba cuidadosamente el recuerdo del precepto divino. Por eso
el espíritu humano tiene dificultad de acordarse de Dios y de sus mandamientos. (...) Es propio de la
sabiduría verdaderamente espiritual el cortar sin cesar las alas de nuestro deseo de ver.
Escapamos de esa tibieza y flojedad si nos imponemos unos límites muy estrechos a nuestro
pensamiento, reteniendo únicamente el pensamiento de Dios. Nuestro espíritu sólo se librará de
aquella agitación insensata fortaleciendo de esa forma su fervor.
Diádoco de Fótico (mediados del siglo V)
Aquél que renuncia a las cosas del mundo, tal como mujeres y riquezas, convierte en monje al
hombre exterior, pero no al hombre interior. En cambio, aquél que renuncia al pensamiento
apasionado de esas cosas, hace también monje al hombre interior, es decir, al espíritu. Éste es el
verdadero monje. Es fácil hacer monje al hombre exterior: basta quererlo. Pero, hacer monje al
hombre interior, esto demanda un arduo combate.
No sé si existe un solo hombre en toda nuestra generación que esté totalmente liberado de los
pensamientos apasionados.
Hesiquio de Batos (siglo VIII)
Cuanto más profundicéis la atención sobre vuestro pensamiento, más fervientemente rogaréis a
Jesús. Cuanto más negligentes seáis en examinar vuestro pensamiento, tanto más os alejaréis de
Jesús. En tanto que la primera conducta ilumina la atmósfera del pensamiento, la renuncia a la
sobriedad y a la suave invocación de Jesús tiene por efecto entenebrecer el espíritu.
La sobriedad es un centinela del espíritu, inmóvil y perseverante ante el portal del corazón, que
distingue sutilmente los que se presentan, descubriendo sus propósitos, vigilando las maniobras de
esos enemigos mortales, reconociendo la intención demoníaca que intenta, mediante la imaginación,
confundir a nuestro espíritu.
El combatiente espiritual debe, a cada instante, poseer cuatro cosas: humildad, una atención
extrema, la contradicción y la oración. La humildad nos opone a los demonios, enemigos de la
humildad; de esa manera, tendremos en el corazón como aliado a Jesús, que resiste a los soberbios.
La atención impide al corazón abrigar cualquier pensamiento, independientemente de su buena
apariencia. La contradicción hace que, viendo perfectamente al recién llegado, le podamos
responder enérgicamente. La oración, muy cerca de la contradicción, es un clamor que se eleva
desde el fondo del corazón hacia Cristo, con gemidos inefables (Rm 8, 26). Entonces el combatiente
verá dispersarse al enemigo ante el Nombre Santo y adorable de Jesús, como polvo al viento, y
desaparecer como el humo sus imágenes.
Aquel que no alcanzó la oración pura, libre de pensamientos, está desarmado para el combate; me
refiero a la oración ejercitada incansablemente en el santuario profundo del alma...
Tened siempre el ojo del espíritu vivo y atento para reconocer a los recién llegados.
Es indispensable, tan pronto como uno toma consciencia de los pensamientos, expulsarlos del
campo en el mismo instante en que ellos nos alcanzan o nosotros los identificamos.
Hesiquio de Batos (siglo VIII)
Si estás instalado en el baluarte de la oración pura, no admitas a la vez los pensamientos que el
enemigo te presenta, para que no pierdas lo más valioso. Más te vale mantenerlo a distancia y
encerrarte en tu fortaleza que dialogar con él, porque nos trae regalos con la intención de sacarnos
de nuestro refugio.
Diádoco de Fótico (mediados del siglo V)
¿Te ven los demonios lleno de ardor por la verdadera oración? Ellos te sugerirán, entonces,
pensamientos acerca de objetos que se te representarán como necesarios; después excitarán los
recuerdos que se relacionan con ellos haciendo que la inteligencia los busque, pero la inteligencia
no los hallará, se entristecerá vivamente y se lamentará. Llegado el tiempo de la oración, ellos
nuevamente llevarán a la memoria los objetos de esas búsquedas y sus recuerdos a fin de que,
debilitada por esas asociaciones, no logres realizar la oración provechosa.
Esfuérzate por mantener tu intelecto, durante la oración, sordo y mudo; así podrás rezar.
Apotegmas de los Padres del desierto
4
[Respecto del demonio]: Toda su ambición y todos sus esfuerzos conducen a impedir que nuestro
corazón esté atento: ellos conocen el enriquecimiento que trae a nuestra alma la práctica cotidiana
de la atención.
El niño sin malicia se deja seducir por el charlatán y, en su ingenuidad, lo sigue. Así, nuestra alma...
encuentra placer en las sugestiones del demonio, se deja seducir y corre hacia el malvado como si
fuera bueno... El alma confunde así sus propios pensamientos con la imaginación propuesta por el
demonio..., buscando el medio de traducir en acto el objeto que ha visto... Se identifica entonces con
su pensamiento y ejecuta de forma corporal... lo que ha visto mentalmente.
Esto comienza con la sugestión, luego viene el enlace, donde nuestros pensamientos se mezclan con
los del espíritu malvado; después la unión; seguidamente, los dos tipos de pensamientos mantienen
un consejo y ponen a punto el plan del pecado a cometer; finalmente llega el acto visible, el pecado.
Si el espíritu se encuentra en un estado de atención y de sobriedad y, mediante el combate y la
invocación de Jesucristo impide que se desarrolle la sugestión imaginativa, ella no tendrá
consecuencias. Pues el Maligno, siendo un espíritu puro, sólo puede perder a las almas mediante la
imaginación y los pensamientos...
Hesiquio de Batos (siglo VIII)
4. Frutos de la oración
“Por el contrario, el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y
confianza, mansedumbre y temperancia” (Gálatas 5, 22-23).
Cuando hayamos cerrado todas sus salidas a través del recuerdo de Dios, nuestro espíritu exigirá,
con gran ardor, una actividad que sosiegue su deseo. Entonces le entregaremos la recitación del
Santísimo Nombre de Jesús como la única ocupación que satisfaga enteramente su anhelo.(...) . Ese
Nombre glorioso y fascinante, fijado en el corazón ardiente por el recuerdo del espíritu, hace nacer
una disposición para amar siempre su Bondad, sin encontrar más impedimento. He aquí la perla
preciosa que se adquiere vendiendo todos los bienes y cuyo descubrimiento provoca una alegría
indescriptible.
Diádoco de Fótico (mediados del siglo V)
La invocación constante de Jesús, acompañada por un ardiente deseo pleno de suave alegría, tiene
por efecto inundar de paz y dulzura la atmósfera del corazón al amparo de la rigurosa atención.
Pero la purificación del corazón no tiene otro autor que Jesucristo, Hijo de Dios y Dios, Él mismo...
El alma colmada y dulcemente consolada por Jesús reconoce a su benefactor con alegría y amor;
agradece e invoca gozosamente a Aquél que la purifica y lo ve en el interior de sí misma cuando
disipa las imágenes de los espíritus del mal.
Cuanto más abundante cae la lluvia, más ablanda la tierra. Cuánto más asiduamente invocamos el
nombre de Cristo fuera de todo pensamiento, en mayor medida enternecerá la tierra de nuestro
corazón y la penetrará de gozo y alegría.
Hesiquio de Batos (siglo VIII)